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Umberto Eco, nacido en Alessandria (Piamonte) el año

1932, es actualmente titular de la Cátedra de Semiótica y


director de la Escuela Superior de Estudios Humanísticos
de la Universidad de Bolonia. Ha desarrollado su activi-
dad docente en las universidades de Turín, Florencia y
Milán, y ha dado asimismo cursos en varias universidades UMBERTO Eco
de Estados Unidos y de América Latina. Dirige la revista
VS-Quaderni di studi semiotici, y es secretario general de
la lntemational Association for Semiotic Studies. Entre CINCO ESCRITOS
sus obras más importantes publicadas en castellano figu-
ran: Obra abierta, Apocalípticos e integrados, La estruc- MORALES
tura ausente, Tratado de semiótica general, Lector in fa-
bula, Semiótica y filosofia del lenguaje, Los límites de la
interpretación, Las poéticas de Joyce, Segundo diario
mínimo, El superhombre de masas, Seis paseos por los
bosques na"ativos, Arte y belleza en la estética medieval,
Sobre literatura e Historia de la belleza. Su faceta de
narrador se inicia en 1980 con El nombre de la rosa, que
obtuvo un éxito sin precedentes. A esta primera novela
han seguido El péndulo de Foucault (1988), La isla del
día de antes (1994), Baudo/ino (2001) y La misteriosa lla-
ma de la reina Loana (2004).

Traducción de
¡1 Helena Lozano Mlralles

r.!J DeBOLS!LLO
_.,.,_ .. --:; ---. -_"""
Querido Cario Maria
e
Martini:
Su carta me saca de un grave apuro para poner-
me en otro igual de grave. Hasta ahora he sido yo
(no por decisión mía) el que debía entablar el dis-
curso, y quien habla el primero fatalmente inte-
rroga esperándose que el otro responda. De aquí
mi apuro, al sentirme inquisitorio. Y he aprecia-
do mucho la decisión y la humildad con la que
usted, y tres veces, ha desmitificado la leyenda
según la cual los jesuitas contestarían siempre a
una pregunta con otra pregunta.
Ahora, sin embargo, me veo apurado por te-
ner que contestar yo a su pregunta, porque m1
respuesta sería significativa si hubiera recibido
una educación laica; y, en cambio, recibí una
fuerte impronta católica hasta (para marcar el
momento de una fisura) los veintidós años. La
perspectiva laica no ha sido, para mí, una heren-
cia absorbida pasivamente, sino el fruto, muy
combatido, de una larga y lenta mutación, y al- ·

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bergo siempre dudas de si algunas de mis convic- r demasiado fácil. Que aprendan a pensar difícil,
ciones morales dependerán todavía de una im- porque ni el misterio ni la evidencia son fáciles.
pronta religiosa que me marcó en los orígenes. Mi problema consistía en si existen «univer-
Entrado ya en años, vi (en una universidad cató- sales semánticos», esto es, nociones elementales
lica extranjera que recluta también profesores de comunes a toda la especie humana, que pueden
formación laica, a los que les pide, a lo sumo, ma- ser expresadas por todas las lenguas. El problema
nifestaciones de respeto formal durante los ritua- no es tan obvio, desde el momento en que se sabe
les académico-religiosos) a algunos de mis cole- que muchas culturas no f econocen nociones que
gas acercarse a los sacramentos sin creer en la ' a nosotros nos resultan evidentes: por ejemplo, la
Presencia Real, y, por lo tanto, sin haberse ni si- noción de substancia a la que pertenecen de-
quiera confesado. Con un estremecimiento, al terminadas propiedades (como cuando decimos
cabo de tantos años, advertí aún el horror del sa- que ·«la manzana es roja») o la de identidad
crilegio. (a =a). Con todo, me he convencido de que exis-
Sin embargo, creo poder decir en qué funda- ten, ciertamente, nociones comunes a todas las
mentos se basa.hoy mi «religiosidad laica», por- culturas, y de que todas se refieren a la posición
que creo firmemente que hay formas de religiosi- de nuestro cuerpo en el espacio.
dad y, por ello, sentido de lo sagrado, del límite, Somos animales de postura erguida, por lo que
de la interrogación y de la espera, de la comunión resulta fatigoso permanecer mucho tiempo cabe-
con algo que nos supera, incluso faltando la fe en za abajo y, por lo tanto, tenemos una noción co-
una divinidad personal y providente. Pero esto, mún de «arriba» y de «abajo», tendiendo a privi-
comprendo por su carta, también lo sabe usted. legiar lo primero sobre lo segundo. De la misma
Lo que usted se pregunta es qué hay de vinculan- manera, tenemos nociones de una derecha y de una
te, fascinante e irrenunciable en estas formas de izquierda, del estar parados o del andar, del estar
ética. erguidos o tumbados, del arrastrarse o del saltar,
Quisiera abordar el asunto de lejos. Algunos de la vigilia y del sueño. Como poseemos extre-
problemas éticos se me han vuelto más claros al midades, todos sabemos lo que significa golpear
reflexionar sobre algunos problemas semánticos; una materia resistente, penetrar una substancia
y no se preocupe usted si alguien dice que habla- blanda o líquida, machacar, tamborilear, batir,
mos difícil: la «revelación» mediática, previsible patear, quizá incluso danzar. La lista podría se-
por definición, podría haberle alentado a pensar guirse sin fin, pues abarca el ver, el oír, comer o

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beber, ingerir o expeler. Y ciertamente cada hom- · r ta) todo estupor y ferocidad que acabo de poner
bre tiene nociones de lo que significa percibir, re- en escena, aun elaborando inmediatamente sU re-
cordar, experimentar deseo, miedo, tristeza o ali- pertorio·instintivo de nociones universales, pue-
vio, placer o dolor, y emitir sonidos que expresen de llegar a entender, no sólo que desea hacer cier-
estos sentimientos. Por lo tanto (y se entra ya en tas cosas y que no desea que se le hagan otras,
la esfera del derecho), se tienen .concepciones sino también que no debería hacer a los demás lo
universales sobre la constricción: no se desea que que no quiere que le hagan a él? Porque, y por
alguien nos impida hablar, ver, escuchar, dormir, suerte, el Edén se puebla pronto. La dimensión
ingerir o expeler, ir adonde se nos antoje; sufri- ética empieza cuando entra en escena el otro.
mos si alguien nos ata o nos obliga a la segrega- Toda ley, moral o jurídica, regula siempre rela-
ción, nos golpea, hiere o mata, nos somete a tor- ciones interpersonales, incluidas las relaciones
turas físicas o psíquicas que disminuyen o anulan con ese Otro que la ley la impone.
nuestra capacidad de pensar. También usted atribuye al laico virtuoso la
Y conste que hasta ahora he puesto en escena convicción de que el otro está en nosotros. Pero
sólo a una especie de Adán bestial y solitario, que no se trata de una vaga propensión sentimental,
todavía no sabe qué es la relación sexual, el placer sino de una condición «fundadora». Como ·nos
del diálogo, el -amor por los hijos, el dolor por la enseñan incluso las más laicas entre las ciencias
pérdida de una persona amada; pero ya en esta humanas, es el otro, es su mirada, lo que nos defi-
fase, al menos para nosotros (si no para él o para ne y forma. Nosotros·(así como no conseguimos
ella), esta semántica se ha convertido en la base vivir sin comer o sin dormir) no conseguimos.en-
para una ética: ante todo, debemos respetar los tender quiénes somos sin la mirada y la respuesta
derechos de la corporalidad ajena, entre los cua- del otro. Incluso el que mata, estupra, roba~ atro-
les debemos incluir el derecho de hablar y pensar. pella, lo .hace en momentos excepcionales, pero
Si nuestros semejantes hubieran respetado estos el resto de su vida se lo pasa mendigando de sus
«derechos del cuerpo», no habríamos tenido la semejantes aprobación, amor, respeto, encomio.
degollación de los Inocentes, los cristianos en el E incluso a los que humilla les pide el reconoci-
circo, la noche de San Bartolomé, los autos de fe, miento del miedo y de la sumisión. A falta de este
los campos de exterminio, la censura, los niños reconocimiento, el recién nacido abandonado en
en las minas, los estupros de Bosnia. la jungla no se humaniza (o, comoTarzán; bus'ca
Ahora bien, ¿de qué manera el bruto (ola bru- a toda costa al otro en el rostro de un mono), y

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podríamos morir o enloquecer si viviéramos en U na concierne a un escritor, que se proclama
una comunidad donde todos hubieran decidido católico (aunque sui generis ), cuyo nombre no
sistemáticamente no mirarnos jamás y portarse digo únicamente porque me dijo lo que voy a ci-
como si no existiéramos. tar en una conversación privada y yo no soy un
¿Cómo es posible entonces que haya o haya sicofante. Era en tiempos del Papa Juan XXIII y
habido culturas que aprueban la matanza, el cani- mi anciano amigo, alabando con gran entusiasmo
balismo, la humillación del cuerpo ajeno? Senci- sus virtudes, dijo (con evidente intento paradó-
llamente, porque restringen el concepto de «otros» jico):
a la comunidad tribal (o a la etnia) y consideran a -Juan XXIII debe de ser ateo. ¡Sólo uno que
los «bárbaros» como seres deshumanos; tampo- no cree en Dios puede querer tanto a,sus seme-
co los cruzados sentían que los infieles fueran un jantes!
prójimo al que debían amar excesivamente. Y es Como todas las paradojas; también ésta con-
que el reconocimiento del papel que desempeñan tenía un germen de verdad: sinpensar en el ateo
los demás, la necesidad de respetar en ellos esas (figura cuya psicología se me escapa, porque
exigencias que consideramos irrenunciables para kantianamente no veo cómo se puede no creer en
nosotros, es el producto de un crecimiento mile- Dios, y considerar que no puede probarse su
nario. También el mandamiento cristiano del existencia, y luego creer firmemente en la inexis-
amor se enuncia, y se acepta a duras ,penas, sólo tencia de Dios, considerando poderla probar),
cuando los tiempos están maduros. me parece evidente que una persona que nunca
Pero usted me pregunta: esta conciencia de la ha tenido la experiencia de la trascendencia, o
importancia del otro, ¿es suficiente para darme una que la ha perdido, puede darle un sentido a la
base absoluta, una fundación inmutable para propia vida y a la propia muerte, puede sentirse
una conducta ética? Bastaría <.::on que le respon- confortado sólo por el amor hacia los demás, por
diera que tampoco los que usted define «funda- el intento de garantizarle a algún semejante una
mentos absolutos» impiden a muchos creyentes vida vivible incluso después de haber desapareci-
pecar sabiendo que pecan, y el discurso se acaba- do él. Desde luego, existe también quien no cree
ría ahí: la tentación del mal está presente incluso y, aun así, no se preocupa de darle sentido a la
en quien tiene una noción fundada y revelada del propia muerte; pero existe también quien dice
bien. Y le quiero contar dos anécdotas que me que cree y, aun así, estaría dispuesto a arrancarle
han dado mucho que pensar. el corazón a un niño vivo con tal de no morir. La

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fuerza: de-una ética se juzga por la conducta de los 1
los que creen en la moral revelada, en·la supervi-
santos, no de los insipientes cujus deus venter est; vencia del alma, en los premios y en los castigos?
Y llego a la segunda anécdota. Yo era todavía He intentado basar los principios de una ética
un joven católico de dieciséis años, y resulta que laica en un hecho natural (y, como tal, para usted
me enzarcé en un duelo verbal con un conocido también resultado de un proyecto divino) como
mío mayor que.yo, que tenía farpa de «comunis- n~estra corporalidad y la idea de que nosotros
ta·», en el sentido que tenía este término en-los te- sabemos instintivamente que tenemos un alma
rribles años cincuenta. Y, como me estaba provo- (o algo que desempeña esa función) sólo en vir~
cando, le. planteé la pregunta decisiva: ¿Cómo tud de la presencia ajena. Donde se ve que lo que
podía, él que no creía, darle un sentido a esa cosa, he definido como «ética laica» es, en el fondo,
de otro modo tan insensata, que habría sido 'la una ética natural, que ni siquiera el creyente
propia muerte? Y él me contestó: desconoce. El instinto natural, llevado a justa
-Pidiendo; antes de morir, que me entierren maduración y autoconciencia, ¿no es un funda-
con un funeral civiL De esta forma, yo ya no esta- mento que da suficientes garantías? Desde lue-
ré, pero les he dejado a los demás un ejemplo. go, podemos pensar que no es suficiente acicate
Cree> que también usted puede admirar la fe a la virtud; «total», puede decir quien no cree,
profunda en la continuidad de la vida, el sentido «nadie sabrá del mal qqe secretamente estoy
absoluto del deber que animaba aquella respues- haciendo». Ahora bien, y esto creo que merece
ta. Y es el sentido que ha empujado a muchos no cierta atención, el que no cree considera que na-
creyentes a morir bajo tortura con tal de no trai- die lo observa desde arriba y, por lo tanto, sabe
cionar a los amigos, a otros a dejarse apestar para también que -precisamente por eso- ni si-
curar a lo$ apestados. Y es, a veces, lo único -que quiera hay Alguien que pueda perdonar. Si sabe
empuja a un filósofo a filosofar, a un escritor a es- que hizo el mal, su soledad no tendrá límites y su
cribir: dejar un mensaje en la botella, para que de muerte será desesperada. Lo que ensayará en-
alguna manera aquello en lo que se creía,. o que tonces, más que el creyente; será la purificación
nos parecía: hermoso, pueda ser creído o les pa- de la confesión pública, pedirá el perdón .de los
rezca hermoso a los que vendrán. demás. Esto lo sabe, desde lo más íntimo de sus
¿Es ese sentimiento verdaderamente tan-fuer- fibras, y, por lo tanto, sabe que deberá perdonar
te como para justificar una ética tan determinada a los demás con antelación. Si no, ¿cómo podría-
e inflexible, tan sólidamente fundada como la de mos explicarnos que el remordimiento sea un

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sentimiento advertido incluso por los no cre- goritmo en el instante en el que, abandonado
yentes? un soporte, todavía no se han impreso en otro.
. No quisiera que se instaurase una oposición Y quién sabe si la muerte, en vez de implosión;
tajante entre quienes creen en un Dios trascen- será explosión, y molde, en algún lugar, entre las
dente .y quienes no creen en ningún principio vorágines del universo, de ese software (que otros
supraindividual. Quisiera recordar que precisa- 11<!-man «alma») que hemos elaborado viviendo,
mente a la ética está dedicado el título del gran li- formado también por recuerdos y remordimien-
bro de Spinoza, que empieza con una definición tos personales, y, por tanto, sufrimiento irreme-
de Dios como causa de sí mismo. Salvo que esta diable, o sensación de paz por el deber cumplido,
divinidad espinosiana, bien lo sabemos, no es ni y amor.
trascendente ni personal: con todo, también de la Pero usted dice que, sin el ejemplo y la palabra
visión de una grande y única substancia cósmica de Cristo, cualquier ética laica carecería de una
en la que un día seremos reabsorbidos puede justificación de fondo dotada de una fuerza de
emerger una visión de la tolerancia y de la indul- convicción ineludible. ¿Por qué sustraerle allai"'
gencia, justamente porque todos estamos intere- co el derecho de servirse del ejemplo de Cristo
sados en el equilibrio y en la armonía de la única que perdona? Intente aceptar, Cario Maria Mar-
substancia. Lo estamos porque, de alguna mane- tini, por el bien de la discusión y del debate en el
ra, pensamos que es imposible que esta substan- que cree, aun por un solo instante, la hipótesis
cia no sea enriquecida o deformada por lo que en de que Dios no es: que el hombre aparece en la
los milenios también nosotros hemos hecho. De tierra por un error del azar inepto, entregado a su
suerte que, osaría decir (no es una hipótesis me- condición de mortal y condenado a tener con-
tafísica, es sólo una tímida concesión a la espe- ciencia de ello, y por eso es imperfectísimo entre
ranza que nunca nos abandona), también en esa todos los animales (y permítame el tono a lo Leo-
perspectiva se podría volver a proponer el pro- pardi de esta hipótesis). Este hombre, para en-
blema de alguna forma de vida después de la contrar el valor de aguardar la muerte, se con-
muerte. Hoy en día, el universo electrónico nos vertiría necesariamente en animal religioso, y
sugiere que pueden existir secuencias de mensa- aspiraría a construir narraciones capaces de darle
jes que se transfieren de un soporte físico a otro una explicación y un modelo, una imagen ejem-
sin perder sus características irrepetibles, y pare- plar. Y entre las muchas que consigue imaginar
cen sobrevivir incluso como puro e inmaterial al- -algunas fulgurantes, algunas terribles, algunas

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p~téticamente consolatorias- al llegar a la pleni- 1 dos en nuestro corazón según un programa de
tud de los tiempos, tiene entonces la fuerza, reli- salvación. Si quedan, como ciertamente queda.:.
giosa, moral y poética, de concebir el modelo del rán, márgenes no superponibles, no será diferen-
Cristo, del amor universal, del perdón de los ene- te de lo que ocurre con el encuentro entre religio-
migos, de la vida ofrecida en sacrificio para la sal- nes diferentes. Y en los conflictos de fe deberán
vación ajena. prevalecer la caridad y la prudencia.
Si yo fuera un viajero que llega de lejanas gala-
xias y me encontrara ante una especie que ha sa:-
bido proponerse este modelo, admiraría subyu-
gado tanta energía teogónica, y juzgaría a esa
especie miserable e infame, que tantos horrores
ha cometido, redimida por el solo hecho de ha-
ber conseguido desear y creer que todo ello es la
verdad.
Abandone ahora la hipótesis y déjesela a
otros: pero admita que si Cristo fuera tan sólo el
tema de un gran relato, el hecho de que este rela-
to haya podido ser imaginado y deseado por bí-
pedos implumes que saben sólo que no saben,
sería tan milagroso (milagrosamente misterioso)
como el hecho de que el hijo de un Dios real se
haya encarnado de verdad. Este misterio natural
y terreno no cesaría de turbar y ennoblecer el co-
razón de quien no cree.
Por eso considero que, en los puntos funda-
mentales, una ética natural-respetada en la pro-
funda religiosidad que la anima- puede encon-
trarse con los principios de una ética basada en la
fe en la trascendencia, que no puede no recono-
cer que los principios naturales han sido esculpi-

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