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Andrea Rene Muñoz Reyes

Filosofía Del Derecho


S18003815

Relaciones y diferencias entre las diversas especies de normas. Derecho y religión. Derecho y
moral.

Hablando de la relación y diferencias que existen entre diversas normas nos dice que la religión
natural al establecer filosóficamente la existencia de Dios como creador del universo y de la
persona humana, con esto mismo establece el fundamento ultimo de todo deber, así como el
orden normativo, supuesto que toda norma es expresión de un deber. De ahí que existan
relaciones muy estrechas entre la religión y el derecho natural; pues los primeros principios del
derecho, descubiertos por la sola luz de la razón, o cuando menos susceptibles de ser alcanzados
por la sola luz de la razón, se fundan en la naturaleza de los seres, naturaleza que ha sido
constituida conforme a un plan u orden universal concebido por Dios. Ese plan u orden universal
es a lo que se llama ley eterna; en esta ley eterna, es la ley natural, fundamento próximo de las
normas morales y jurídicas.

De este modo las exigencias racionales que para la voluntad del hombre derivan de las relaciones
necesarias que su entendimiento descubre en las cosas, no se fundan solamente en las propias
cosas, sino en la razón de ser de todo lo que existe; ya no se trata de obedecer solamente a las
cosas y a sus leyes, sino de atacar los designios de quien las ha creado e instituido.

Siendo la filosofía el conocimiento de las cosas por sus ultimas causas, alcanzado por la luz natural
de la razón, no por la revelación, parece evidente que, así como no debe hablarse estrictamente
de una filosofía cristiana, tampoco es sostenible la tesis de una filosofía jurídica cristiana. La
filosofía, se ha dicho, no es ni cristiana ni pagana. La filosofía es la ciencia obtenida por la razón. Lo
que se dice de la filosofía general es aplicable a cada una de sus partes y desde luego a la filosofía
jurídica.

Según Fustel de Coulanges, la religión señoreaba la vida privada y pública; si la religión pagana en
Grecia y roma era un conjunto de practicas o ritos que se repetían sin sentido, el culto a dioses
numerosos concebidos a imagen del hombre y como éste llenos de limitaciones y vicios; en
cambio el cristianismo coloco lo divino fuera y por encima de la naturaleza visible, y afirmo la
existencia de Dios como un ser único, inmenso, universal, animado El solo a los mundos, y
debiendo de satisfacer él solo la necesidad de adoración que radica en el hombre. El temor de los
dioses fue remplazado por el amor de Dios y la religión perdió su carácter doméstico, local y
nacional, para convertirse en asunto de la humanidad entera,

Por lo que toca a la gobernación del Estado puede decirse que el cristianismo la transformo en su
esencia, precisamente porque no se ocupo de ella. Lo política que libertada de las reglas estrictas
que la antigua religión le había impuesto, y si con eso el Estado fue mas soberano, en otros
aspectos su acción quedo limitada.

Si se piensa hasta qué extremo de la ciudad, en nombre de su carácter sagrado y de la religión,


ejercía un imperio absoluto, se comprenderá que este nuevo principio ha sido la fuente de donde
ha podido emanar la libertad del individuo. Cuando el alma se encontró libre. Lo más difícil está
hecho y la libertad fue posible en el orden social. Se comprende mejor la dificultad que señalamos
antes, consiste en determinar lo que hay de religión natural y de religión positiva en nuestras ideas
de la persona, de la igualdad, de la libertad y de otros conceptos y principios jurídicos
fundamentales. En lo jurídico no intervienen exclusivamente datos o elementos racionales, sino
también los datos que Geny llama ideales o aspiraciones sociales.

Lo cual significa que la religión ejerce una doble influencia sobre el derecho: como la religión
natural, fundando y fortaleciendo el deber jurídico, así como las normas que lo expresan; como
religión positiva. La diferencia entre las normas religiosas y jurídicas derivan de la naturaleza de los
fines a que están ordenadas, así, en tanto que las normas religiosas establecen los deberes del
hombre para con Dios, las normas jurídicas prescriben la justa coordinación de las acciones
humanas para realizar el bien común público.

Las normas morales están ordenadas al bien personal o individual del hombre, y las normas
jurídicas al bien del prójimo, o del hombre en su aspecto social. Lo que el hombre hace justamente
frente a sus semejantes contribuye a su bien personal, pero no todo lo que perfecciona
individualmente al hombre y que constituye su bien personal se traduce en relaciones de justicia.

En el acto humano pueden distinguirse tres etapas: a la primera se le llama deliberativa y


comprende la concepción de varias posibilidades o caminos abiertos a la acción, el análisis del pro
y el contra que tiene que cada una de esas posibilidades , la comparación de los caminos a seguir y
de sus respectivos motivos y móviles, y por ultimo un juicio puramente enunciativo con que la
razón cierra esta primera etapa deliberativa del acto humano; la segunda etapa, llamada
determinativa, es en la que es apetito volitivo se adhiere o rechaza el dictamen de la razón, y
consiste esencialmente en elegir alguno de los caminos propuestos, en tomar partido, en adoptar
una decisión; finalmente viene la etapa de ejecución en la que se exterioriza la decisión tomada,
traduciéndose en acción.

La moral toma en cuenta el acto en todas las etapas que ha recorrido, y la nota de interioridad con
que se califica. Que no se diga, pues, que a la moral solo le interesan los actos internos, ya que en
realidad le interesan todos los actos humanos, y los valora íntegramente. La moral considera al
hombre, aun tratándose de aquellos actos que tienen repercusión social, desde un punto de vista
individual o monástico, determina la bondad o la maldad de los actos.

En uno y otro caso o de omisión. En moral no hay más que deberes, jamás pretensiones o
derechos, pues la moral, en el sentido estricto en que hemos venido hablando de ella, no compara
a los actos posibles para una conciencia, con los actos posibles de otra conciencia, sino
exclusivamente las posibilidades de actuación para una conciencia en relación con su bien. En esto
estriba la unilateralidad de la moral.

Etimológicamente, autónomo significa independiente, el que se da su propia ley, estrictamente


nadie puede darse a su propia ley sino en circunstancias muy especiales, pues la voluntad solo se
considera fuente de obligaciones en tanto que sus decisiones están previstas como supuestos de
normas que rigen a la propia voluntad.

No podemos decir que la moral es autónoma, ya que la contestación afirmativa implicaría la


destrucción de toda moral, ya que en tal supuesto cada uno determina sin ninguna limitación sus
propias normas, y de este modo el capricho se convertiría en norma. Una elemental introspección
nos permite darnos cuenta de que las cosas no valen por que nos gusten, nos agraden, las
aceptamos o las deseemos, sin que mas bien las deseamos o las aceptamos por que valen, este
valor que hay en las cosas se nos impone, no lo creamos nosotros con nuestra voluntad ni mucho
menos a nuestro capricho.

Estrictamente todo principio ético es heterónomo, se impone a la razón y a la voluntad del sujeto;
no lo establece su razón ni su voluntad. La razón lo descubre, lo reconoce; pero desde el momento
en que ocurre tal reconocimiento, el principio señorea a la razón y a la voluntad. El acto moral
requiere conocimiento y libertad por parte de quien lo realiza; faltando una u otra condición, el
acto, estrictamente, ni es moral ni inmoral. Y falta el conocimiento del acto cuando no ha sido
reconocido el valor de norma que lo rige.

La voluntad solo es una fuente de obligaciones en cuanto representa la realización del supuesto de
una norma. Así, cuando se afirma en derecho civil que la voluntad de los contratantes es la
suprema ley entre partes, es por que se considera la intervención de la voluntad, bajo
determinados requisitos, como el supuesto o hipótesis normativa que, al realizarse, implica
determinadas consecuencias de derecho previstas por las normas jurídicas de derecho civil. Las
obligaciones que hacen en este caso no son creadas por la voluntad, sino que derivan de las
normas que han previsto una declaración de voluntad.

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