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EXPRESO CORTADO

TIERRA Y LIBERTAD

Gilberto Medina Casillas

A Zapata se le atribuye la frase “Tierra y libertad”. Sin embargo, no la


dijo originalmente Emiliano Zapata, pues quien la mencionaba de
manera constante en sus artículos publicados en el
periódico ‘Regeneración’, fue el periodista y anarquista mexicano,
también revolucionario, Ricardo Flores Magón.

La frase ‘Tierra y libertad’ hacía referencia al derecho de los


campesinos mexicanos a poseer y trabajar sus propias tierras, y a la
necesidad de afrontar la lucha política y armada para liberar al pueblo
mexicano de los regímenes oligárquicos que solo privilegiaban a los
hacendados y a la alta burguesía, como lo fue durante la dictadura
de Porfirio Díaz.

‘Tierra y Libertad’ hermanaba, en el imaginario de la Revolución


Mexicana la lucha agraria de Emiliano Zapata en el sur del país, con el
ideario de tendencia anarco comunista que proponían los hermanos
Flores Magón, desde los Estados Unidos, donde se encontraban a
salvo.

La frase zapatista ‘la tierra es de quien la trabaja’, en más congruente


con el principal objetivo social de la revolución mexicana. Dado que los
latifundios nacen y crecen desmesuradamente, por las leyes de
desamortización y nacionalización de los cuantiosos bienes
eclesiásticos, expedidas en el año de 1859. Leyes mal formuladas, las
cuales, en su ambigüedad, trajeron como consecuencia la formación
de grandes haciendas, ya que los hacendados fueron comprando y
quitando a las comunidades y los pueblos indígenas sus tierras, con
esto lograron grandes latifundios que caracterizaron la época del
porfiriato.

Dichas comunidades indígenas, lamentablemente por su ignorancia no


legalizaron sus propiedades, además de que sufrieron despojo de
ellos por las campañas específicas que fueron autorizadas por el
presidente Manuel González (títere de Porfirio Díaz).

De este modo, varios Latifundistas se adueñaron de casi toda la


propiedad territorial de México; por otro lado, más de un millón de
campesinos se convertían, automáticamente, en peones de las
haciendas.

Este escenario da origen, a la proclamación anarquista ‘tierra y


libertad’ y más concretamente al lema: ‘la tierra es de quien la trabaja’.

Caudillos, escaramuzas, conatos, refriegas, bandolerismo, confusión


civil, dispersión de eventos revolucionarios, se sumían en el caos que
arrastró consigo tres millones de muertos. Al cabo, un general de
verdad, con un ejército de a de veras, se hace del poder político y da
por concluida la guerra para empezar a construir un México
revolucionario, proceso militar que año con año se convierte en un
proyecto político.

Pasan veinte años y en 1935 los anhelos del campesinado comienzan


a hacerse realidad mediante la ‘Reforma Agraria’, la idea era que los
campesinos poseyeran tierra propia donde sembraran y cosecharan
sus productos agrícolas, poseer y explotar ganado y ser libres.

A principios de 1930 en México predominaba aún la propiedad privada


de la tierra, en especial, la gran propiedad. El presidente Calles se
había declarado a favor de la agricultura privada y la propiedad
privada “retenía el 86.6 % de la tierra de cultivo y los ejidatarios, unos
670 mil, apenas contaban con un 13.4 %”. Se calculaba que había 3.5
millones de personas que laboraban en el campo, pero “cerca de 2.5
millones no poseían nada. Unos eran eventuales; otros jornaleros
migratorios; muchos simplemente desempleados”

El presidente Cárdenas instruyó a Gabino Vázquez, jefe del


departamento agrario, a “intensificar los trabajos para la dotación de
tierras en todo el país”.

En 1935 se contabilizaron 7,049 ejidos, que fue como el arranque del


ambicioso programa cardenista, hoy en día existen 31,873 ejidos en la
república mexicana.

Sin embargo, los ejidatarios han enfrentado un sin número de


complicaciones, sus parcelas familiares no pasan de las 10 hectáreas,
sus rendimientos son menores a los de los agricultores privados,
requieren del apoyo financiero y de asistencia técnica, la cuales, hoy,
2022, no se les proporciona; no tienen mecanismos de
comercialización propios, por lo que dependen de los ‘coyotes’
(compradores que llegan al pie de las parcelas y compran a los precios
que ellos mismos fijan); la mayor parte de sus tierras son de temporal.
Estas situaciones diversas han obligado a los ejidatarios a vender sus
tierras a ‘pequeños propietarios’ y a urbanistas, asimilando terrenos
ejidales a la agroindustria y a las ciudades en expansión.

De este modo, se va perdiendo uno de los principales propósitos de


las revoluciones de 1910 a 1922: ‘la tierra es de quien la trabaja’.

Cierro esta entrega con un fragmento de un cuento de Juan Rulfo,


‘Nos han dado la tierra’.

“Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para
nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los
detenga. Sólo unas cuantas lagartijas salen a asomar la cabeza por
encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a
esconderse en la sombrita de una piedra. Pero nosotros, cuando
tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol?
Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la
sembráramos. Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo
queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá,
por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las
parameras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama
el Llano.

—Pero, señor delegado le dijimos - la tierra está deslavada, dura. No


creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra
del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la
semilla y aun así no nacerá nada.

—Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al


que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra”.

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