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Comentario jurídico – David Martínez Ceballos

El artículo en cuestión nos explica y pone como ejemplos algunas sentencias llevadas al Tribunal
Constitucional, donde, ciudadanos de a pie en un caso, y periodistas en otro, se ven envueltos en
conflictos dispares surgidos de la confrontación del derecho a la libertad de expresión y el derecho de
información con los derechos al honor y a la intimidad; generando posibles delitos de injurias y
calumnias, todo ello, con el plus de las redes sociales y su exponencial difusión a través de Internet.
Sinceramente, y en mi opinión, no cabía la posibilidad de que esa irrupción de las redes sociales y su
“conflicto” con el periodismo y la comunicación, fuese a suponer un problema, incluso mayor para la
justicia. Trasladar las leyes y sentencias a un mundo paralelo y tan conflictivo como es el de las redes
sociales es algo que exige a los jueces un estudio para discernir entre ciudadanos, creadores de contenido
y periodistas.

Para ir desgranando los conflictos y problemas planteados, me gustaría comenzar por lo que se dice en la
Constitución Española. En el Artículo 20 se reconoce el derecho a expresar y difundir por cualquier
medio de reproducción informaciones veraces, así como ideas y opiniones. También dice que esa libertad
tiene su límite en el derecho al honor. Siendo un tema tan delicado, existen partidarios de que el Artículo
20 puede llegar a delimitar la opinión pública, mientras que otros piensan que la existencia de dicho
artículo es crucial para el correcto funcionamiento de una democracia. Supongo que es completamente
normal que, pese a ser un derecho fundamental, entre en conflicto con otros derechos. Quizá, aquí, en
España, un país en el que hace no mucho, los medios de comunicación convivieron con una restrictiva
censura, el hecho de limitar de algún modo esa libertad de expresión puede ser visto por algunas personas
como abrir de nuevo esa puerta a la censura pasada. De hecho, en Europa se han censurado las emisiones
de dos medios rusos (RT y Sputnik), conocidos por emitir informaciones -o desinformaciones, según se
vea- para intentar justificar la invasión rusa en Ucrania. Dicha censura se hizo, por, cito palabras
textuales: “Prohibir la desinformación tóxica y dañina en Europa”. Aquí ya se podría entrar en cómo esos
medios son armas mediáticas que juegan un papel clave también en la guerra, y bajo mi criterio, Europa
ha adoptado la censura como medida de defensa, pero eso lo dejaremos de lado por hoy.

Si pasamos a hablar del derecho al honor, nos tenemos que remontar al Artículo 18, en el cual se
garantiza el derecho al honor, la intimidad personal y la propia imagen. El punto cuatro de dicho artículo,
añade además que la ley limitará el uso de la informática (doy por hecho que aquí entran las redes
sociales) para garantizar el honor y la intimidad de los ciudadanos para que puedan ejercer plenamente
sus derechos. El caso de Naranjo y Pradero sirve como perfecto ejemplo de la confusión general que
existe con el derecho al honor. Es algo así como si nos vendaran los ojos y tuviésemos que adivinar qué
estamos tocando. Cada persona te dirá que está tocando algo distinto, y lo hará con la convicción
necesaria para convencerte de que está en lo cierto, pero verdaderamente ninguno sabe lo que es. Aquí
sucede lo mismo. Leo que Naranjo alegaba frente al Tribunal que solamente expresaba su opinión de los
hechos. Unos hechos que jamás existieron. Las redes sociales, y en este caso Twitter, convirtieron a
Naranjo en un creador de contenido, difusor y reproductor de contenidos. Como bien explicaba el
abogado de Pradero tras ganar el caso, antes la voz que llegaba al pueblo era la del periodista, sin
embargo, ahora es la de cualquier persona con acceso a Internet. Conociendo que la injuria es una acción
que atente contra la dignidad de la persona, y la calumnia es la imputación de un delito cometido a
sabiendas de su falsedad, podemos afirmar que en ese conflicto entre Naranjo -libertad de expresión- y
Pradero -derecho al honor-, el legítimo ganador era Pradero.

Siendo la calumnia uno de los delitos más ruines y egoístas por parte de quien lo ejerce con habitualidad,
pienso que esas personas buscan mucho más que atacar el honor de la víctima o hacer el mal por hacerlo.
Las consecuencias que trae la maldad pura vienen ya recogidas en su mayoría en el Código Penal, pero
como ya recogí al principio de este comentario, las redes sociales y sus actores -ciudadanos, creadores de
contenido y periodistas- suponen un quebradero de cabeza más para la justicia, a la que todavía le queda
mucho camino por recorrer para establecer unas penas fijas para este tipo de casos.

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