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Podemos establecer una relación entre ambas de modo tal que si bien el derecho de publicar las
ideas por la prensa sin censura previa es un pilar fundamental para el ejercicio pleno de la
democracia que la C.N. ampara de manera específica y concreta considerándolo no solo como un
verdadero derecho constitucional sino también como piedra angular de las instituciones
republicanas, no es menos cierto que, como tantas veces ha interpretado nuestra Corte Suprema
de Justicia en reiterados pronunciamientos, la libertad de prensa no puede ser considerada de
manera tan amplia que justifique abusar del honor o de la reputación de las personas, y que por
ello cuando la prensa escrita, oral o televisiva son instrumentos escogidos para cometer abusos
lindantes con los delitos penales o civiles de calumnias y/o injurias contra personas determinadas,
el Código Penal y el Civil se alzan como un bastión infranqueable para frenar los avasallamientos
que puedan cometerse por intermedio de aquellos instrumentos.
De modo tal que si los medios de información deben justamente cumplir con su misión específica
–esto es, informar-, esa suerte de derecho-deber se halla limitado por las garantías individuales
también custodiadas constitucionalmente, entre las que se encuentran la integridad y el honor de
las personas.
¿Considera que la doctrina de la “real malicia” elaborada por la Corte Suprema resuelve
adecuadamente la responsabilidad de los medios de comunicación?
Se considera que la inclusión de la doctrina de la real malicia que utilizan nuestros jueces para el
análisis del ejercicio de la libertad de prensa en relación con hechos o circunstancias en que se
encuentren involucrados funcionarios públicos o personas de público dominio, pues significa una
magnífica barrera a las eventuales intenciones de acallar a los informadores persiguiéndolos con la
amenaza de enjuiciarlos en cuanto publiquen algo que no les guste a los involucrados.
Aplicación regla de la real malicia en un fallo:
Fue en el caso “Vago c/ Ediciones La Urraca S.A.”, del 12 de junio de 1990, resuelto por la sala A de
la Cámara de Apelaciones en lo Civil, donde por primera vez se ve la aplicación de las reglas de la
real malicia. A modo de introducción, conviene hacer una breve reseña de los hechos generadores
del caso en cuestión.
El detonante de la denuncia fue una nota de Horacio Verbitsky en la revista El Periodista de
Buenos Aires. En razón de los decretos 2049, 2052, 2069 y 2070 de octubre de 1985, que imponen
el estado de sitio, dispuso la detención por parte del Poder Ejecutivo de varias personas a raíz del
presunto accionar de ciertos grupos, que provocaban la alarma pública y un estado de
“perturbación social”. En el voto de la jueza Ana María Luaces, al cual adhirieron los jueces Jorge
Escuti Pizarro y Hugo Molteni, se expresó:
“Cabría pues afirmar también en la especie, tal como se lo juzgará en los procedentes judiciales
antes citados, que las opiniones o críticas cuando son dirigidas a una persona pública; no pueden
ser livianamente cercenadas o dar origen al deber de indemnizar en tanto se refieren a la actividad
pública que despliegan, aun cuando las expresiones empleadas o el estilo periodístico cáustico
pudieran generar el disgusto del afectado. Tales criterios podrían conducir a neutralizar el valor de
la libertad de prensa, salvo claro está cuando se incurriere en calumnias, lo que aquí no sucedió”.
El caso llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en tal instancia en su fallo del 19 de
noviembre de 1991.
Del fallo de cámara y del posterior de la Corte surge que: