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Historia de Italia

Italia existe como estado desde 1861; antes de esta fecha, solo estuvo
unificada como parte integrante del Imperio romano. Su influencia como
capital del catolicismo ha sido poderosa, y las dinámicas ciudades-estado de
Italia impulsaron la modernidad con el Renacimiento. La unidad de Italia se
ganó con sangre: norte y sur se fundieron en un matrimonio mal avenido pero
duradero. Incluso hoy, Italia se muestra como un conjunto de regiones
dispares, un presente con profundas raíces en el pasado.

Etruscos, griegos, gemelos y una loba


De las muchas tribus que surgieron durante la Edad de Piedra, los etruscos
fueron quienes dominaron la península Itálica en el s. VII a.C. Etruria estaba
formada por ciudades-estado concentradas principalmente entre los ríos Arno
y Tíber, como Caere (la moderna Cerveteri), Tarquinii (Tarquinia), Veii (Veio),
Perusia (Perugia), Volaterrae (Volterra) y Arretium (Arezzo). El nombre del
territorio etrusco se conserva en el topónimo Toscana, donde estaba (y sigue
estando) el grueso de sus asentamientos.
Casi todo lo que se sabe de los etruscos se debe a los objetos y pinturas
exhumados en sus necrópolis, especialmente en Tarquinia, cerca de Roma.
Persiste la polémica sobre si los etruscos emigraron desde Asia Menor, y su
lengua apenas ha sido descifrada. Guerreros y marinos, carecían de
cohesión y disciplina.
Los etruscos cultivaban la tierra y extraían metales; rendían culto a
numerosos dioses, cuyos designios intentaban predecir mediante rituales
como el examen de las vísceras de animales sacrificados. También
aprendían con rapidez de otros pueblos; buena parte de su tradición artística
–frescos funerarios, estatuas y cerámica– muestra influencias griegas.
Mientras los etruscos dominaban el centro de la península, los comerciantes
griegos se establecieron en el sur en el s. VIII a.C. y fundaron una serie de
ciudades-estado independientes a lo largo de la costa y en Sicilia, cuyo
conjunto formaba la Magna Grecia. Estos asentamientos crecieron hasta el s.
III a.C., y las ruinas de magníficos templos dóricos en el sur de Italia (en
Paestum) y en Sicilia (en Agrigento, Selinunte y Segesta) dan testimonio del
esplendor de la civilización griega en Italia.
Los intentos de los etruscos por conquistar las colonias griegas fracasaron y
aceleraron su decadencia. Sin embargo, la sentencia de muerte vendría de
un lugar inesperado: la ciudad de Roma, en el Lacio.
Los orígenes de Roma se envuelven en la leyenda: se dice que fue fundada
por Rómulo (descendiente de Eneas, un troyano hijo de Venus) el 21 de abril
del 753 a.C. en el lugar donde él y su gemelo Remo habían sido
amamantados por una loba cuando quedaron huérfanos. Rómulo mató
después a Remo y el asentamiento pasó a llamarse Roma por su nombre. En
algún punto, la leyenda se funde con la historia. Se cuenta que a Rómulo le
sucedieron siete reyes y que al menos tres fueron etruscos. En el 509 a.C.,
los nobles latinos descontentos expulsaron de Roma al último de los reyes
etruscos, Tarquinio el Soberbio, después de que su predecesor, Servio Tulio,
reformara el sistema de clases que socavaban el poder de la aristocracia.
Cansados de la monarquía, los nobles instituyeron la República romana. En
los siglos siguientes, esta insignificante ciudad fue creciendo hasta
convertirse en la gran potencia de Italia y desplazó a los etruscos, cuya
lengua y cultura desaparecieron en el s. II d.C.

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