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Bloqueos al escribir-Fernado Vásquez

Rodríguez.

08domingoAGO 2021

Ilustración de Joey Guidone.

Todos los que tenemos por oficio o pasión la artesanía con las palabras sabemos de las
etapas de bloqueo o merma en la producción escrita. A veces duran días y, en otras
ocasiones, abarcan meses. Y si bien los escritores confiamos en que esos momentos de
sequía sean ocasionales, no por ello dejan de provocar incertidumbre o ansiedad.
La razón de estos bloqueos es múltiple. Cambios sustanciales en el estado de ánimo
del escritor, situaciones o eventos coyunturales que ocupan prioritariamente su
atención, falta de concentración, presencia de alguna enfermedad. Algunos de estos
motivos son evidentes o forman parte de explicaciones racionales. Sin embargo, hay
otras razones menos detectables o evidentes: un lento proceso de hibernación del
espíritu que va poniendo en cuarentena la mano del que escribe; o una lenta
incubación de algún proyecto vital que necesita ahondar en zonas profundas del
psiquismo antes de poder florecer.
No hay manera de evitar estos bloqueos, aunque con la experiencia se aprenden
ciertos recursos que operan más en unos que en otros escritores. Por ejemplo:
ocuparse en un oficio diferente o un arte alterno. Algunos escritores dibujan o pintan,
interpretan un instrumento o realizan determinada labor casera. La idea es emplear
estos recursos como medio de distensión para encontrar una salida a lo que parece
enredado o tiene la forma de un nudo ciego. Ocupar las manos, cambiar de medio de
creación, dejarse habitar por otras ocupaciones parece ser una salida al embrollo de no
saber cómo componer una página.
Es recurrente otra alternativa: viajar, explorar en paisajes poco conocidos; llenarse de
ilimitados paisajes o del infinito mar. Adentrarse en la aventura, en vacacionar el
espíritu o nutrirse de mundos desconocidos, todo ello hace las veces de acicate o
estímulo para volver a escribir. La estrategia cifra su cometido en usar el afuera para
vivificar el adentro de quien escribe. La sorpresa, la novedad, el cambio de rutina
aspiran a que lo detenido vuelva a fluir. Por lo demás, el mismo acto de viajar, de
desplazarse, pone la mente y los sentidos en un estado de alerta que contribuye a
renovar modos de percibir o representar las personas o el universo. En muchos casos,
durante el mismo viaje, renace la escritura o al menos se entrevé una solución a lo que
parecía imposible de resolverse.
Es conocido también el recurso de la lectura. Al bloqueo de escribir se responde
leyendo la escritura de otros. Es un modo de nutrirse a través de palabras ajenas.
Varios escritores señalan que lo más indicado es adentrarse en la lectura de los
clásicos, a ver si en tal inmersión se halla una piedra de toque que encienda otra vez la
hoguera de la propia escritura. Y no hablo de lecturas directamente relacionadas con el
género en que se padece el bloqueo, sino de otro tipo de textos, a veces bien distintos
del género en el que regularmente se escribe. De igual manera, un consejo frecuente
es leer poesía porque el lenguaje lírico, además de refrescar la palabra, es un modo de
volverle a dar plasticidad al pensamiento cuando está demasiado tenso o radicalmente
limitado por coordenadas poco elásticas. Sea como fuere, la lectura anhela incitar o
hacer reverberar la materia prima de las palabras para que, con esa resonancia, se
produzcan en el escritor evocaciones, conexiones, reincidencias.
Otros escritores acostumbran sortear los bloqueos de escritura apelando a escribir una
tipología textual distinta a la que están atorados. Acuden a realizar ejercicios de
formas específicas (un soneto, un écfrasis, un resumen de un número de palabras
determinadas) como un modo de calistenia que les permita recuperar el tono o la
continuidad en lo que venían escribiendo. La clave está en cambiar de registro de
escritura o de variar el formato en el que están plasmado sus ideas. Es decir, si el
bloqueo está en un texto narrativo, entonces se recurre a redactar versos de rima y
sílabas precisas o lanzarse a realizar reseñas según un protocolo definido. Como se ve,
se trata de tener ocupada la mano y la mente en otra frecuencia de escritura, a ver si
de esa manera se recupera el vínculo con lo que se venía escribiendo. Y entre mayor
sea el contraste de géneros, mejor será el resultado. Exigirle al entendimiento y a la
creatividad estos cambios de enunciación a veces permite encontrar un paso en la vía
de un proyecto interrumpido o una salida a un atoramiento en una tipología textual
concreta.
Un camino adicional para sortear estos atascos es el de transcribir fragmentos de
autores que sean muy queridos o dignos de emulación. Copiar la escritura de otros, a
la manera de amanuenses consagrados, busca que el escritor interiorice formas, tonos,
modos de decir, maneras de puntuar. No se trata de plagiar resoluciones ajenas a
nuestros bloqueos, sino de confiar en la fuerza de la imitación para incorporar
tradiciones, estilos, acervos literarios, repertorio de técnicas. Se cree que con esta
práctica de transcripción de escritos selectos se aumenta el caudal de las
potencialidades creativas o, por lo menos, se lubrica el engranaje de la facultad
combinatoria. El objetivo es que haciendo este trabajo de imitación se prepare la mano
del escritor para recuperar su inventiva.
Así se emplee uno u otro recurso, el bloqueo de escribir hace parte de las
particularidades de este oficio. Al igual que como hay etapas prolíficas o de abundante
producción, de igual modo existen períodos en que la pluma no es tan fértil como
deseáramos. Resulta prudente, por lo mismo, no asociar estos bloqueos con estados
de crisis insolubles u obsesionarse con soluciones inmediatas. Lo aconsejable es dejar
que los ritmos de la creación se desplieguen en su tiempo necesario, sin que eso
implique el abandono o el desinterés por la escritura. Muchas veces el afán por escribir
termina convirtiéndose en una presión que conduce al atasco y atoramiento
expresivos. La escritura necesita sus momentos de silencio, de pausas regenerativas.
Permitir que se reorganicen las estructuras de nuestro pensamiento y los derroteros de
nuestra imaginación, sin querer forzarlas, es otra de las claves de saber escribir.

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