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Resumen
Abstract
This work of philosophical and mathematical popularization analyzes the geometry fractal applied
to many representations of reality, through its relation with the problem of spatial segmentation
from the paradoxes by Zenon. From the precedents of the geometry fractal, its consolidation as area
of conceptual thought and its definitions, this work establishes a comparison between Zenon’s
thought and fractal geometry, in which fractal perspective of reality is associated to the conception
of space suggested by the paradoxes of the Greek philosopher.
Hace 2.500 años el filósofo griego Zenón de Elea quiso demostrar que los múltiples cambios
observados en la naturaleza no son sino apariencias que engañan a nuestros sentidos, y
propuso con tal fin una serie de paradojas que refutan teóricamente la posibilidad del
movimiento necesario para su existencia. La contradicción que revelan las paradojas
consiste en que un móvil debe recorrer absolutamente todos los puntos de un segmento
espacial antes de llegar a su destino, y como tal segmento puede dividirse un número
infinito de veces, un cuerpo jamás logrará desplazarse sobre él, o bien se hallará en estado
de reposo sobre cada uno de los puntos del segmento si consideramos que las unidades de
tiempo pueden ser tan ínfimas como las espaciales. Zenón construyó estos elementos con el
propósito de defender la teoría planteada por su maestro Parménides sobre la unidad e
inmutabilidad del ser, e involucró así a las disciplinas de la filosofía y la matemática en un
problema particularmente incómodo que durante mucho tiempo fue eludido o, en el mejor
de los casos, resuelto de manera poco convincente[1].
Con la nueva perspectiva de los matemáticos del siglo XX, los cuales suelen concederle a
Zenón el mérito de haber anticipado la posibilidad de la división hasta el infinito, principio
que constituye la base del cálculo infinitesimal, las implicaciones del problema formulado
por el filósofo han pasado de ser simples ejercicios especulativos a convertirse en un
fundamento de aplicación científica. Fue desde 1903, año en el que Bertrand Russell publicó
su obra Principios de la matemática, cuando comenzó a hacerse justicia; pero como el
pensamiento humano avanza lentamente, hacia la misma época encontramos dos
conceptos relacionados con la idea de divisibilidad infinita que en su momento no gozaron
del favor de la comunidad matemática, pero con el paso del tiempo fueron revalorados e
inclusive uno de ellos adquirió un carácter imprescindible en el estudio actual de esta
disciplina. Se trata este último del concepto de conjunto, para el cual Georg Cantor formuló
una teoría a finales del siglo XIX, gracias a cuyos principios podemos ceñir conceptualmente
un número infinito de objetos a un espacio limitado o a una idea común a todos ellos. El
segundo concepto no era propiamente tal en aquella época, a causa de que fue construido y
definido con base en un término propio solamente hasta la década de 1970, pero podemos
decir que en los primeros años del siglo XX ya recorría la mente de los matemáticos más
progresistas bajo extrañas formas cuyos contornos se adivinaban pero no podían definirse
con exactitud. Hablamos, por supuesto, de los fractales.
2. Vicisitudes y conquistas.
En su libro Fractus, fracta, fractal, Vicente Talanquer recuerda que las figuras agrupadas
más tarde bajo el nombre genérico de fractales fueron relegadas durante mucho tiempo a la
categoría de “monstruosidades geométricas” e “inaplicables divertimentos matemáticos”,
hecho por el cual comparten la misma suerte de la teoría de los conjuntos, considerada en
un principio como una curiosidad matemática demasiado abstracta. Pero la incomprensión
que suele perseguir en sus primeros años a muchos descubrimientos importantes, en el
caso de los fractales perduró hasta la década del 70 cuando Benoît Mondelbrot definió sus
peculiaridades y el modo indicado de aplicarse a su estudio, fomentando así un interés que
desembocó en la llamada “revolución fractal”, cuya paternidad se le atribuye. El interés de
Mandelbrot por los fractales consiste, según la cita que incluye Talanquer en el segundo
capítulo de su texto, en que pueden representar los cuerpos que se observan en la
naturaleza con un grado de precisión que las figuras de la geometría clásica no alcanzan.
Las curiosas “monstruosidades” que hace más de un siglo se asomaban tímidamente a los
dominios de la matemática, hoy en día han logrado mover los cimientos de una vieja
estructura euclidiana cuyas formas resultaron ser excesivamente ideales.
En teoría, un fractal es una figura geométrica que presenta autosimilitud a toda escala,
longitud infinita y dimensión fraccionaria. Talanquer recoge estas tres propiedades básicas
y las explica valiéndose de la curva de Koch, un fractal que posee un mecanismo de
construcción muy sencillo. La curva de Koch, también llamada “copo de nieve”, se genera
agregando a un triángulo equilátero otros triángulos semejantes sobre el tercio medio de
sus lados y luego iterando (repitiendo) la operación infinitas veces sobre cada uno de los
segmentos resultantes. La figura que se obtiene es autosimilar porque todo grado de
amplificación de cualquiera de sus sectores revelará siempre triángulos semejantes al
original; su longitud infinita se explica por su número infinito de sinuosidades, y su
dimensión fraccionaria se descubre después de aplicarle la ecuación que determina la
dimensión de un objeto y encontrar que la suya está entre 1 y 2, es decir, entre la línea y el
plano. La distancia que media entre estas figuras de características tan peculiares y las
figuras euclidianas es, ciertamente, más que considerable. Por un lado, las nuevas
dimensiones fraccionarias no encajan en las clásicas dimensiones enteras y, por otro lado,
se establece una relación no prevista entre el perímetro de una figura y el área que
comprende, o entre el área de una superficie y el volumen que encierra. Talanquer da
cuenta de esta particularidad al destacar el sorprendente equilibrio dimensional que le
permite a la curva de Koch exhibir un perímetro de longitud infinita encerrando un área de
extensión finita.
5. Caminando con Zenón.
Llegados a este punto, es posible retomar con mayor criterio el problema planteado por
Zenón. De hecho, podemos concebir los segmentos espaciales que plantea como estructuras
autosimilares que se repiten en cualquier escala, sin temor alguno de caer en equivocación.
O incluso, podemos imaginarlo a él, ¡al mismísimo Zenón de Elea!, recorriendo el perímetro
infinito de una curva de Koch y corroborando con satisfacción que el desplazamiento es
imposible. La geometría fractal da para esto y mucho más. En este terreno de la
especulación podemos establecer numerosas e interesantes relaciones entre los fractales y
las paradojas.
BIBLIOGRAFÍA:
Braun, Eliécer. Caos, fractales y cosas raras. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
Sametband, Moisés José. Entre el orden y el caos: La complejidad. México: Fondo de Cultura
Económica, 1999.
Schifter, Isaac. La ciencia del caos. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
Talanquer, Vicente. Fractus, fracta, fractal. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.
[1]Es el caso de Aristóteles, por cuyo testimonio en Física VI, 9 han llegado hasta nosotros
las Paradojas de Zenón de Elea.
[2] Para este uso del término “variable”, véase Aritmética teórico- práctica A. Baldor, p. 338.
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