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TRAYECTOS ATEMPORALES DE UN VIAJERO FRACTAL: ENSAYO SUSTENTADO EN EL


LIBRO FRACTUS, FRACTA, FRACTAL DE VICENTE TALANQUER

Óscar Salamanca.  Mayo de 2010

Profesional en Estudios Literarios

Departamento de Estudios Literarios

Universidad Nacional de Colombia

Promotor de Lectura y Escritura

Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá - BibloRed

Correo electrónico: osalamanca1@gmail.com

Resumen

El presente texto de divulgación filosófica y matemática analiza la geometría fractal aplicada a


diversas representaciones de la realidad, en relación con el problema de segmentación espacial que
subyace a las paradojas planteadas por Zenón de Elea. A partir de los antecedentes de la geometría
fractal, de su consolidación como ámbito de pensamiento conceptual y de sus definiciones más
precisas, se establece un punto de comparación con el pensamiento de Zenón, en el que se asocia la
perspectiva fractal de la realidad a la concepción de espacio sugerida por las paradojas del filósofo
griego.

Abstract

 
This work of philosophical and mathematical popularization analyzes the geometry fractal applied
to many representations of reality, through its relation with the problem of spatial segmentation
from the paradoxes by Zenon. From the precedents of the geometry fractal, its consolidation as area
of conceptual thought and its definitions, this work establishes a comparison between Zenon’s
thought and fractal geometry, in which fractal perspective of reality is associated to the conception
of space suggested by the paradoxes of the Greek philosopher.

Palabras claves: Fractal. Caos. Geometría. Paradojas.

Key words: Fractal. Chaos. Geometry. Paradoxes.

1. Fractales en los albores de occidente.

Hace 2.500 años el filósofo griego Zenón de Elea quiso demostrar que los múltiples cambios
observados en la naturaleza no son sino apariencias que engañan a nuestros sentidos, y
propuso con tal fin una serie de paradojas que refutan teóricamente la posibilidad del
movimiento necesario para su existencia. La contradicción que revelan las paradojas
consiste en que un móvil debe recorrer absolutamente todos los puntos de un segmento
espacial antes de llegar a su destino, y como tal segmento puede dividirse un número
infinito de veces, un cuerpo jamás logrará desplazarse sobre él, o bien se hallará en estado
de reposo sobre cada uno de los puntos del segmento si consideramos que las unidades de
tiempo pueden ser tan ínfimas como las espaciales. Zenón construyó estos elementos con el
propósito de defender la teoría planteada por su maestro Parménides sobre la unidad e
inmutabilidad del ser, e involucró así a las disciplinas de la filosofía y la matemática en un
problema particularmente incómodo que durante mucho tiempo fue eludido o, en el mejor
de los casos, resuelto de manera poco convincente[1].

Con la nueva perspectiva de los matemáticos del siglo XX, los cuales suelen concederle a
Zenón el mérito de haber anticipado la posibilidad de la división hasta el infinito, principio
que constituye la base del cálculo infinitesimal, las implicaciones del problema formulado
por el filósofo han pasado de ser simples ejercicios especulativos a convertirse en un
fundamento de aplicación científica. Fue desde 1903, año en el que Bertrand Russell publicó
su obra Principios de la matemática, cuando comenzó a hacerse justicia; pero como el
pensamiento humano avanza lentamente, hacia la misma época encontramos dos
conceptos relacionados con la idea de divisibilidad infinita que en su momento no gozaron
del favor de la comunidad matemática, pero con el paso del tiempo fueron revalorados e
inclusive uno de ellos adquirió un carácter imprescindible en el estudio actual de esta
disciplina. Se trata este último del concepto de conjunto, para el cual Georg Cantor formuló
una teoría a finales del siglo XIX, gracias a cuyos principios podemos ceñir conceptualmente
un número infinito de objetos a un espacio limitado o a una idea común a todos ellos. El
segundo concepto no era propiamente tal en aquella época, a causa de que fue construido y
definido con base en un término propio solamente hasta la década de 1970, pero podemos
decir que en los primeros años del siglo XX ya recorría la mente de los matemáticos más
progresistas bajo extrañas formas cuyos contornos se adivinaban pero no podían definirse
con exactitud. Hablamos, por supuesto, de los fractales.

2. Vicisitudes y conquistas.

En su libro Fractus, fracta, fractal, Vicente Talanquer recuerda que las figuras agrupadas
más tarde bajo el nombre genérico de fractales fueron relegadas durante mucho tiempo a la
categoría de “monstruosidades geométricas” e “inaplicables divertimentos matemáticos”,
hecho por el cual comparten la misma suerte de la teoría de los conjuntos, considerada en
un principio como una curiosidad matemática demasiado abstracta. Pero la incomprensión
que suele perseguir en sus primeros años a muchos descubrimientos importantes, en el
caso de los fractales perduró hasta la década del 70 cuando Benoît Mondelbrot definió sus
peculiaridades y el modo indicado de aplicarse a su estudio, fomentando así un interés que
desembocó en la llamada “revolución fractal”, cuya paternidad se le atribuye. El interés de
Mandelbrot por los fractales consiste, según la cita que incluye Talanquer en el segundo
capítulo de su texto, en que pueden representar los cuerpos que se observan en la
naturaleza con un grado de precisión que las figuras de la geometría clásica no alcanzan.
Las curiosas “monstruosidades” que hace más de un siglo se asomaban tímidamente a los
dominios de la matemática, hoy en día han logrado mover los cimientos de una vieja
estructura euclidiana cuyas formas resultaron ser excesivamente ideales.

3. Pero, ¿qué son los fractales?

 
En teoría, un fractal es una figura geométrica que presenta autosimilitud a toda escala,
longitud infinita y dimensión fraccionaria. Talanquer recoge estas tres propiedades básicas
y las explica valiéndose de la curva de Koch, un fractal que posee un mecanismo de
construcción muy sencillo. La curva de Koch, también llamada “copo de nieve”, se genera
agregando a un triángulo equilátero otros triángulos semejantes sobre el tercio medio de
sus lados y luego iterando (repitiendo) la operación infinitas veces sobre cada uno de los
segmentos resultantes. La figura que se obtiene es autosimilar porque todo grado de
amplificación de cualquiera de sus sectores revelará siempre triángulos semejantes al
original; su longitud infinita se explica por su número infinito de sinuosidades, y su
dimensión fraccionaria se descubre después de aplicarle la ecuación que determina la
dimensión de un objeto y encontrar que la suya está entre 1 y 2, es decir, entre la línea y el
plano. La distancia que media entre estas figuras de características tan peculiares y las
figuras euclidianas es, ciertamente, más que considerable. Por un lado, las nuevas
dimensiones fraccionarias no encajan en las clásicas dimensiones enteras y, por otro lado,
se establece una relación no prevista entre el perímetro de una figura y el área que
comprende, o entre el área de una superficie y el volumen que encierra. Talanquer da
cuenta de esta particularidad al destacar el sorprendente equilibrio dimensional que le
permite a la curva de Koch exhibir un perímetro de longitud infinita encerrando un área de
extensión finita.

Para comprender mejor la sorpresa de Talanquer examinemos los argumentos expuestos


por Eliézer Braun en su libro Caos, fractales y cosas raras. Braun describe la
proporcionalidad que guardan las dimensiones de una figura euclidiana o regular, la cual
consiste básicamente en que su perímetro elevado a una potencia entera es igual al área
que comprende multiplicada por un número, o en que su área elevada a una potencia
entera es igual al volumen que encierra elevado a una potencia entera y multiplicado por
un número. La diferencia con las figuras fractales radica en que éstas no guardan la misma
proporcionalidad porque sus dimensiones fraccionarias no vienen simplificadas en los tres
exponentes enteros que representan las dimensiones clásicas. Si procedemos con rigor y
aplicamos la ecuación a un fractal sustituyendo los exponentes por el valor exacto que
indique su dimensión particular, veremos generarse lo imprevisto: los nuevos datos
producen algo así como un quiebre de proporciones de donde emergen perímetros cuya
longitud no corresponde al área que delimitan, o superficies cuya medida no concuerda con
el volumen que encierran. Uno de los ejemplos que aduce Braun para ilustrar esta
singularidad geométrica es el fractal denominado Triángulo de Sierpinski, cuyo mecanismo
de construcción consiste en dividir un triángulo equilátero en otros cuatro de igual tamaño,
suprimir luego el de la mitad, y repetir indefinidamente la misma operación en los
triángulos restantes. La figura se compone de innumerables réplicas de sí misma que
aumentan el valor de la suma de sus perímetros a medida que se reproducen, mientras el
área total disminuye a causa de la sustracción de triángulos que se efectúa en cada
iteración. El resultado final de este proceso desafía nuestra comprensión por cuanto
significa que un área prácticamente nula puede tener un límite perimetral infinito. Pero
aún más interesante puede ser el hecho de que esta clase de formas no es exclusiva del
reino de las matemáticas abstractas, sino que forma parte de muchos organismos biológicos
que aprovechan sus peculiaridades, como es el caso del cerebro de los mamíferos, sobre el
cual comenta Braun que su excesiva superficie respecto del volumen que ocupa se explica
por lo conveniente que resulta situar numerosas funciones en un espacio reducido. Figuras
fractales como las examinadas hasta el momento constituyen anomalías desde una
perspectiva euclidiana, y por esa razón se les ha agrupado bajo el calificativo de
“patologías”.

4. Los alcances de Talanquer.

A través de un texto claro y sumamente explicativo que recoge ejemplos provenientes de


diversas disciplinas, Vicente Talanquer introduce a sus lectores en el complejo mundo de
los fractales desde una óptica que revela su creencia científica en un orden que subyace a
todos los fenómenos de la naturaleza. Su concepción de la complejidad como eventual
consecuencia de la iteración de un mecanismo sencillo, en analogía a la construcción de un
fractal, es prueba de ello. Moisés José Sametband afirma en los preliminares de su libro
Entre el orden y el caos que la contradicción platónica entre Ideas y Caos modela para el
filósofo griego nuestro mundo “imperfecto, complejo”, y lo sitúa en un nivel intermedio;
pues bien, para Vicente Talanquer son los fractales los que habitan este nivel intermedio
por el cual se pasa del concepto de orden al reino del caos. Talanquer apoya eficazmente su
conjetura en el diagrama de la ecuación de Verhulst que describe una dinámica de
crecimiento poblacional. Isaac Schifter analizó detalladamente esta ecuación en La ciencia
del caos como primer tramo de una exposición que ilustra la forma en que un sistema
dinámico de carácter determinista puede convertirse, con el paso del tiempo, en un sistema
caótico desde todo punto de vista impredecible; pero como la prioridad de Schifter no eran
los fractales, asimiló las bifurcaciones que para ciertos valores presenta el sistema de
Verhulst principalmente en su condición de rutas hacia el caos. Talanquer, en cambio, se
detiene con más cuidado en las bifurcaciones del diagrama y observa que a cualquier escala
de amplificación se repite la misma imagen. La deducción, por tanto, es contundente: los
reinos del orden y el caos se enfrentan, y allí, justo en medio de ellos, justo en el límite, se
encuentran esas figuras de naturaleza ambigua que llamamos fractales. Esa es la idea que
transmite el libro de Talanquer, la de un universo fronterizo que oscila entre dos fuerzas
cuya impetuosidad explota en fractales, fractales por todas partes.

 
5. Caminando con Zenón.

Llegados a este punto, es posible retomar con mayor criterio el problema planteado por
Zenón. De hecho, podemos concebir los segmentos espaciales que plantea como estructuras
autosimilares que se repiten en cualquier escala, sin temor alguno de caer en equivocación.
O incluso, podemos imaginarlo a él, ¡al mismísimo Zenón de Elea!, recorriendo el perímetro
infinito de una curva de Koch y corroborando con satisfacción que el desplazamiento es
imposible. La geometría fractal da para esto y mucho más. En este terreno de la
especulación podemos establecer numerosas e interesantes relaciones entre los fractales y
las paradojas.

Para comenzar, la curva de Koch y la paradoja de la dicotomía pueden considerarse como


variables que tienden a un límite cuando el número de períodos aumenta
indefinidamente[2]. En efecto, el segmento que se divide en la mitad, y luego en la mitad de
la mitad, hasta el infinito, tiende al valor 0 sin llegar a alcanzarlo jamás, aunque en cada
iteración se acerque más a él; asimismo, el área de una curva de Koch se puede acercar
cada vez más a un valor sin llegar a alcanzarlo jamás, puesto que en cada iteración los
triángulos se reproducen pero a la vez se repliegan sobre sí mismos. En ambos casos los
límites no se alcanzan porque las estructuras se desplazan progresivamente en escalas
menores a medida que avanzan.

Si de aventurar nuevos manejos de la paradoja se trata, podríamos resolverla mediante una


concepción fractal de la estructura de los cuerpos: salvarían distancias gracias a una suerte
de “engranaje fractal” que los pone en contacto con otros cuerpos y con el espacio que
atraviesan. Sin este “engranaje” fractal el movimiento no sería posible, pues los cuerpos
recorrerían infinitamente las divisiones y subdivisiones entre dos puntos cualesquiera sin
lograr nunca un avance. Zenón caminaría sobre una curva semejante a la de Koch
repitiendo siempre la misma secuencia sin llegar nunca a su destino. El “engranaje” actúa a
modo de ruedas cuyas infinitas sinuosidades y prolongaciones se encajan en un camino
cuya superficie es de una naturaleza semejante, o incluso idéntica, permitiendo así el
avance y originando el movimiento.

Para terminar, a la idea de un “movimiento fractal” podríamos añadir la de un “crecimiento


fractal” de los seres vivos tanto en su condición de individuos como en su condición de
especies. Un organismo, más allá de la diferencia estructural y funcional de sus miembros,
es el resultado de numerosas iteraciones de una información contenida en su material
genético; y los genes que transmite, como los fractales, son “objetos que en sus detalles se
repiten a sí mismos” (Talanquer 1996).

6. La realidad: ¿una cuestión de nomenclatura?

Nuestros instrumentos de medición por lo general calculan distancias directas, no trayectos,


lo cual explica la dificultad práctica de calcular el valor exacto para longitudes como la que
recorre una partícula browniana en un intervalo cualquiera de tiempo; cabría preguntarse,
por ejemplo, si realmente un fotón se mueve a una velocidad aproximada de 300.000
kilómetros por segundo. Sin embargo, esta incertidumbre nos obliga a elaborar
convencionalismos que aceptamos y con los cuales, de alguna manera, convivimos. Es el
caso de la longitud de las costas terrestres para las cuales se calcula un valor convencional
casi siempre con efectos territoriales desde una perspectiva política, ya que su valor exacto
jamás llegará a conocerse, no tanto por las razones que aduce Mandelbrot sobre la
imposibilidad de medir todas sus sinuosidades, sino porque, aunque esto se lograra, no
podría concebirse la posibilidad de que las partículas de agua permanecieran
completamente inmóviles para que así la medición “exacta” se mantuviera vigente a cada
segundo. Otro convencionalismo muy útil en nuestra cotidianeidad es el lenguaje. Para
nadie es un secreto que el lenguaje articulado es una forma de representar el mundo. El
problema consiste en que a veces le otorgamos ese carácter de absoluto que no responde a
la condición insignificante de sus inventores. Y como lo absoluto muy pocas suele ser
objetado, concedemos autoridad vitalicia a ciertos términos cuyos equívocos son evidentes.
Para efectos médicos está muy bien que una patología que nos aqueja sea localizada y
eliminada, pero si lo que pretendemos es examinar objetivamente el universo,
convendremos en que la misma cualidad de amenaza reviste un virus para nosotros, como
para él los anticuerpos que lo atacan. Pero existen ciertos términos cuyo despotismo es
particularmente exacerbante, como es el caso de “anormal” y todos sus derivados. Los
fractales se consideran anomalías pese a que, como ya muchos científicos han demostrado,
abundan en la naturaleza. Los guardianes de la “norma” se asemejan en este sentido al
conductor de un automóvil que transita por una vía y afirma con un convencimiento
inexplicable que los centenares de automóviles que transitan en la dirección opuesta van
en contravía. Las anomalías de los fractales les han merecido el calificativo, claramente
despectivo, de “patologías”. Se me ocurre preguntar entonces por el nombre que
corresponde a quienes nos dedicamos a su estudio; ¿”patólogos” acaso? O por el nombre de
los agentes causantes de la “enfermedad”; ¿”patógenos”? Pero sobre todo pregunto ¿de qué
enfermedad estamos hablando?

 
 

BIBLIOGRAFÍA:

Aristóteles. Física. Ed. de Guillermo R. de Echandía. Madrid: Gredos, 1995.

Braun, Eliécer. Caos, fractales y cosas raras. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.

Sametband, Moisés José. Entre el orden y el caos: La complejidad. México: Fondo de Cultura
Económica, 1999.

Schifter, Isaac. La ciencia del caos. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.

Talanquer, Vicente. Fractus, fracta, fractal. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.

Aritmética teórico-práctica A. Baldor. Madrid: Ediciones Códice, 1982.

[1]Es el caso de Aristóteles, por cuyo testimonio en Física VI, 9 han llegado hasta nosotros
las Paradojas de Zenón de Elea.
[2] Para este uso del término “variable”, véase Aritmética teórico- práctica A. Baldor, p. 338.

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