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NÚMERO 88

El lugar en la era del espacio


Jean Robert

A la pregunta: «¿Dónde te encuentras en este momento?», un piloto respondería: «En la


longitud X, latitud Y, altitud Z». Pero si te pregunto: «¿Dónde vives?», tu respuesta podría
evocar en cambio relaciones de vecindad tejidas a lo largo de los años: un clima, piedras
viejas, la frescura del agua. Dependiendo de quién reciba la pregunta «¿Dónde?», ésta puede ser
respondida con determinaciones espaciales o recuerdos de un lugar concreto. Espacio y lugar son dos
modos diferentes de concebir el «¿Dónde?» o, usando la palabra latina para «donde» como terminus
technicus, dos respuestas a la pregunta ubi.

Un lugar es un orden del ser cara a cara con mi cuerpo. Este orden (kosmos) siempre refleja el gran
cosmos. Este cara a cara o reflejo es la esencia de lo que Ivan lllich llamó proporcionalidad.1 De
acuerdo con Einstein, el concepto de espacio se desembarazó del «simple concepto de lugar» y «logró
un significado que está libre de cualquier conexión con un objeto material particular».2 Sin embargo,
Einstein insistió en que el espacio es una creación libre de la imaginación, un «medio ideado para una
comprensión más sencilla de nuestra experiencia sensorial». En el espacio puro, no obstante, mi
cuerpo estaría fuera de lugar y en un estado de privación perceptiva.

Este artículo se centra en el monopolio radical que hoy en día ejercen las determinaciones espaciales
sobre la pregunta ubi. Las llantas y los motores parecen pertenecer al espacio, como los pies a los
lugares. Y mientras el monopolio radical sobre la movilidad humana del transporte motorizado deje
algún espacio libre para caminar, las determinaciones espaciales coexistirán con los remanentes de la
lugareidad que subsisten en la percepción y la memoria. Se argumentará que la ética sólo puede
reconstruirse mediante la recuperación de la lugareidad.

Una concepción general del espacio está palpablemente ausente de la matemática, la física y la
astronomía de la Antigüedad. El idioma griego antiguo, tan rico en términos de locación, no tenía una
palabra para «espacio».3 Topos significa lugar, y cuando Platón localizó en el Timeo al demiurgo en un
ubi increado que no se puede percibir porque no «existe», lo llamó chôra, tierra baldía,
temporalmente vacía entre la plenitud silvestre y el cultivo. De acuerdo con Platón, la chôra del
demiurgo sólo podía concebirse «por una especie de razón espuria», «como en un sueño», en un
estado en el que «somos incapaces de abandonarlo y determinar la verdad sobre él».4 En
retrospectiva, se puede admitir que ésta fue la primera intuición de la antinomia entre lugar y lo que
hoy se llama «espacio». En el siglo XIV, Nicolás Oresme imaginó un vacío incorpóreo más allá de la
última esfera celeste, pero aún insistió en que, por el contrario, todos los lugares reales están llenos y
son materiales. El espacio, que sigue siendo una posibilidad meramente lógica, se convirtió en una
possibile realis entre Oresme y Galileo.5
Siguiendo los cánones de la cartografía antigua y medieval, un mapa tenía que resumir la exploración
corporal y los gestos de medición. Los peregrinos seguían itinerariria; los marineros, cartas de
navegación; y los agrimensores consignaban actos de medición ritualmente ejecutados en las tablas
de mármol y latón. No eran mapas en el sentido moderno, porque no postulaban un ojo
desencarnado que contemplaría la tierra o el mar desde arriba. Los primeros mapas en el sentido
moderno de la palabra fueron contemporáneos a los experimentos iniciales de perspectiva central y,
como ésta, construyeron un «ojo» abstracto que contemplaba una cuadrícula distante en la que los
individuos podrían estar relativamente situados. En 1574, Peter Ramus escribió un lytle booke en el
que exponía un «cálculo de la realidad». Todos los temas se dividían en espacios mentales que
inmovilizaban los objetos en sus definiciones, excluyendo la comprensión del conocimiento como un
acto.6 Las coordenadas cartesianas y la geometría proyectiva dieron la primera justificación
matemática a la idea de un recipiente inmaterial, de extensión ilimitada, en el que estaban contenidos
todos los objetos materiales.

¿El «espacio» fue inventado —como propuso Einstein— o descubierto? En el siglo XVIII, Kant anunció
que el espacio es un a priori de la percepción. La geometría euclidiana y sus axiomas eran para él la
expresión matemática de una entidad: el espacio, que no puede ser percibido pero que, como el
tiempo, subyace a todas las percepciones. Los primeros intentos de contradecir la geometría
euclidiana fueron publicados en ruso en 1829 por Nikolái Lobachevski, cuyas ideas se basaban en una
oposición a las de Kant. Para él, el espacio era un concepto a posteriori. Pensó que podría probarlo
demostrando que axiomas diferentes a los de Euclides pueden generar espacios diferentes. A la luz de
la geometría no euclidiana de Lobachevski —y más tarde de Bernhard Riemann—, la geometría
euclidiana aparece ex post como una construcción axiomática más. No hay una experiencia espacial a
priori, no hay un espacio «natural» o «universal». El espacio no es un hecho empírico sino un
constructo, un marco arbitrario de la «carpintería» de la imaginación moderna.7

Einstein ocupa una posición axial y al mismo tiempo ambigua en la historia de esta comprensión. Para
expresar las alteraciones de la física clásica que parecían ofensivas para el sentido común, adoptó una
variedad construida matemáticamente (el «espacio» coordinado) en la que las coordenadas espaciales
de un sistema coordinado dependen de las coordenadas espaciotemporales de otro sistema en
movimiento relativo. Por un lado, como Lobachevski y Riemann,8 Einstein insistió en el carácter
construido del espacio: diferentes axiomas generan diferentes espacios. Por otro lado, llegó a
considerar su constructo no sólo como una regla que gobierna los reinos más remotos del universo,
sino también como aquello que reduce la experiencia mundana de los seres humanos a un caso
particular de ese constructo. En el espacio de Einstein, el tiempo puede convertirse en extensión;
masa, energía; gravedad, una curvatura geométrica; y la realidad una costa distante, indiferente a la
ética. Éste es el espacio que ha reinado en la imaginación moderna desde hace casi un siglo. Sin
embargo, la idea de que el ámbito de la experiencia cotidiana es un caso particular de este constructo
no ha planteado preguntas éticas fundamentales.

La subsunción del vecindario en el que vivo a la misma categoría que las galaxias distantes convierte a
mis vecinos en particularidades desencarnadas. Esta pérdida del sentido de la realidad inmediata
invita al suicidio moral. La ética, por lo tanto, requiere hoy en día una distinción epistemológica que
evoca a aquella de Oresme: a diferencia del espacio exterior, el medio de percepción es un lugar de
plenitud. Según su etimología más antigua, ethos significa la manera de andar en un lugar. El espacio
no reconoce ninguna manera de andar, ningún cuerpo, ninguna concreción y, en consecuencia,
ninguna ética. Por lo tanto, la pregunta ubi debe ser repensada éticamente.

Los historiadores y los fenomenólogos del cuerpo nos dan pistas para una recuperación ética del
lugar en la era del espacio. Barbara Duden ha mostrado que preguntas éticas fundamentales
relacionadas con el embarazo sólo pueden plantearse resituando el cuerpo en sus lugares históricos.9
Por su parte, los fenomenólogos, esos filósofos que se aferran a la «primacía de la percepción»,
restablecen una proporcionalidad entre cuerpo y lugar a pesar de las tentadoras «certezas»
tecnogénicas nacidas de las ciencia. Para Bachelard, por ejemplo, no existe un cuerpo individual
inmerso en un espacio vacío apático, sino más bien una experiencia de «apropiación mutua» del
cuerpo y su ubi natural.10 Merleau-Ponty fue un paso más allá en la articulación de estos dos aspectos
de la realidad.11 Éstos pueden ser pasos hacia una recuperación del significado del «cara a cara» sin el
cual no hay una realidad inmediata y, por consiguiente, tampoco una ética.

BIBLIOGRAFÍA

Gaston Bachelard, Water and Dreams. An Essay on the Imagination of Matter, trad. y ed. Edith Farell y
Frederick Farell, Dallas, Dallas Institute of the Humanities and Culture, 1983.

Salomon Bochner, «Space», en Dictionary of the History of Ideas, vol. IV, 1973, pp. 29-307.

Barbara Duden, Der Frauenleib als öffentlicher Ort. Vom Misbrauch des Begriffs Leben, Hamburgo/Zúrich,
Luchterhand, 1991.

Albert Einstein, «Foreword», en Max Jammer, Concepts of Space: The History of Theories of Space in
Physics, 3ª ed., Nueva York, Dover, 1993, pp. XIII-XVII.

Amos Funkenstein, Theology and the Scientific Imagination from the Middle Ages to the Seventeenth
Century, Princeton, Princeton University Press, 1986.

Patrick A. Heelan, Space-Perception and the Philosophy of Science, Berkeley, University of California
Press, 1983.

Ivan Illich y Matthias Rieger, «The Wisdom of Leopold Kohr» (1996), en Schriften Bremen 1994-97, vol. III,
«Über Proportionalität», pp. 10-18.

Maurice Merleau-Ponty, The Primacy of Perception, Chicago, Northwestern University Press, 1964.

Catherine Pickstock, After Writing. On the Liturgical Consummation of Philosophy, Malden, Blackwell,
1998.

Peter Ramus, Logike (1574), Leeds, The Scholar Press, 1966.

NOTAS

1 Cf. Ivan Illich y Matthias Rieger, «The Wisdom of Leopold Kohr».

2 Albert Einstein, «Foreword», p. XV.

3 Cf. Salomon Bochner, «Space».

4 Platón, Timeo, 52.

5 Cf. Amos Funkenstein, Theology and the Scientific Imagination from the Middle Ages to the Seventeenth
Century, p. 62
6 Cf. Catherine Pickstock, After Writing.
7 Cf. Patrick A. Heelan, Space-Perception and the Philosophy of Science.

8 Cf. La fecha de la primer publicación sobre geometría no-euclidiana es 1829. Fue un trabajo en ruso
escrito por Lobachevski (1792-1856), seguido de un ensayo, en 1840, por un libro en alemán
(Geometrische Untersuchungen zur Theorie der Parallellinien).
9 Cf. Barbara Duden, Der Frauenleib als öffentlicher Ort.

10 Cf. Gaston Bachelard, Water and Dreams.

11 Cf. Maurice Merleau-Ponty, The Primacy of Perception, p. 162.

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