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Yoshi Shi, breve acercamiento a la muerte como experiencia estética y virtuosa durante el Japón

del periodo Edo.

Haschben Shamed Rodríguez Romero.

Introducción.

A lo largo del tiempo y la historia gran cantidad de culturas han brindado significados exquisitos y
connotaciones surrealistas a momentos y situaciones específicas e incontrolables de su entorno
para poder dar explicación o sentido a contextos donde se muestran la acción de la naturaleza de
manera abrupta y visceral, de tal manera se dota a la realidad de un análisis y justificación con
emociones meramente acercadas a los instintos y la conciencia humana a fin de racionalizar el
entorno desde el ser, entendido este último como la conciencia que tiene un individuo sobre sí
mismo, su entorno y como se relaciona con este, llegando a cuestionamientos sobre su integración
en el entorno donde coexiste además de su tarea a desempeñar en un plano de conciencia y
posición existencial en el contexto donde se desarrolla. Al observar las diferentes interpretaciones
de acontecimientos naturales en base a la esencia de la existencia que se obtienen desde la
experiencia del ser como individuo y colectivo se observa la carga connotativa que se llega a crear
íntegramente para vivir un momento natural cargado de humanidad y conciencia.

La humanidad y las culturas se han valido de esta justificación y entendimiento connotativo de su


entorno y contexto desde el ser para poder llegar a dar una explicación que racionalice lo que se
experimenta a lo largo de la vida, es decir, acontecimientos de vida de todo tipo que abrazan y
moldean la existencia y su interpretación que un individuo le otorga desde su experiencia
individual y relacional para con los demás teniendo en cuenta en cómo se integra a la existencia y
su experiencia desde el ser, desde un periodo primigenio donde se empieza a entender el entorno
y su contexto desde una experimentación corpórea de adaptabilidad al espacio existencial hasta la
terminación de la conciencia como cambio natural compartido por todo ser viviente.

La muerte, al igual que gran cantidad de situaciones por los cuales atraviesa un individuo, para
nada termina siendo excluida de esta carga connotativa que la sociedad le llega a dar desde su
percepción cultural, siendo incluso uno de los momentos donde se llega a otorgar una carga
inmensamente humana desde los valores, la moralidad y el ser, siendo estas características
compartidas por prácticamente todas las culturas que se han ido estudiando a lo largo de la
historia, teniendo en cuenta factores básicos como la influencia geográfica de determinado grupo
social y la interacción que una sociedad llega a tener en concreto para consigo misma y las demás
sociedades, al analizar esto se llegan a conclusiones comprensivas del porqué una cultura
reacciona de una manera determinada frente a su entorno y como ésta se desarrolla, pues basta
con repasar de manera ligera la connotación y el significado que diferentes culturas dan a la
muerte y cuan diferentes son unas de otras en base a como el entorno influye en la particularidad
significativa que un grupo poblacional le puede llegar a otorgar a una situación o contexto que
podría abarcar de manera colectiva a una sociedad entera en base a la cultura que se ha ido
construyendo, de tal manera se observa la inmensa diferencia de interacción de culturas frente a
un hecho en concreto como podría ser la muerte, pues como se mencionó anteriormente, uno de
los factores determinantes para ello son las interpretaciones significativas en base al contexto del
momento y el que se ha ido construyendo en un lugar en específico con respecto al desarrollo y la
influencia cultural de una sociedad en concreto.

A diferencia de otras regiones del planeta, comúnmente se ha asociado la sociedad y la cultura


asiática como una de las destacables en cuanto a esta interacción cultural que llega a tener el
individuo desde el ser para con su entorno y sus pares, basados en el respeto y las buenas
maneras, algo que ha ido evolucionando a lo largo del tiempo a manera de respuesta congruente a
los tiempo en donde se vive en base a determinado contexto y se debe actuar de cierta manera
prestablecida, normalmente este fenómeno es relacionado con la religión y la estructura
jerárquica social y se analiza como estos factores reaccionan al entorno habitacional y la
naturaleza de éste frente a la interacción con el individuo y la que él tenga para consigo mismo
dentro de ese entorno, estas características son compartidas e integradas en una cultura y
sociedad de manera colectiva en función de lo que se encuentra viable y correcto en el momento y
espacio sociocultural. En este caso, la sociedad japonesa ha destacado a lo largo de la historia por
ser una de las culturas más sensibles a la experiencia del ser en función de la armonía con el
entorno y consigo misma, pues a lo largo del tiempo Japón se ha ido desarrollando de tal manera
que esta característica que pareciese casi intrínseca de su cultura y única en comparación a otras
sociedades ya que, en su caso puntual, su entorno y la reacción de su sociedad frente a su
contexto ha originado una cultura de la conciencia basada en la integridad y la dignidad además de
ser pensada desde el individuo como ser participante de una gran entidad que funciona y se
relaciona de manera armoniosa con su espacio alejándose de la individualización radical y la
diseminación de su integridad.

Al igual que muchas otras cosas, Japón de distingue por reaccionar culturalmente de manera
totalmente particular a otras regiones frente a su espacio y contexto situacional que ha transitado
a lo largo del tiempo, logrando una interacción totalmente distintiva del individuo frente a su
contexto y entorno, y la muerte no iba a ser ajena a esta característica, pues a lo largo del tiempo
Japón ha ido experimentando fuertes sacudidas de todo tipo por parte de su misma sociedad y su
entorno ocasionando que se creara una cultura rica en la integración apropiativa de su contexto
reaccionario frente a una situación en concreto y el individuo como pieza de una sola y gran
estructura que busca la armonía entre el ser consciente y la naturaleza abrupta e incontrolable.
Claramente hay etapas en el tiempo donde se puede apreciar mejor estas características de la
sociedad japonesa, como lo es el periodo Edo, una etapa en la historia japonesa donde se puede
apreciar de manera abundante esta relación del ser consciente frente a la naturalidad de sí mismo
y el entorno impredecible pero a la misma vez apreciable por lo que le rodea y acontece, pues
culturalmente se desarrolló un espacio donde se podía dar una carga apropiativa e identificativa
del individuo, su entorno y su propósito en función del desarrollo que se obtenga, logrando que el
individuo se pueda identificar como una pieza funcional de un enorme mecanismo el cual le
concientiza de su papel frente a la sociedad, los valores y maneras que debe adoptar para poder
ser integro de este ente unitario y no quedar relegado como una pieza inservible y totalmente
ajena a la funcionalidad sociocultural que pueda dificultar la sinergia en la que las diferentes
partes de la estructura contextual ya están cumpliendo su papel a fin de moverse en armonía de
su entorno y espacio.
En este caso en concreto, se analizan los factores interpretativos que socioculturalmente
determinaron la interacción del individuo, la sociedad y su entorno frente a un evento natural
como la muerte, siendo está pensada desde el ser consciente como individuo virtuoso e integro
con su entorno contextual y el propósito de vida que se llegue a construir en base a los factores
anteriormente mencionados, por ello, es importante analizar cada factor de manera específica y
objetiva a fin de comprender las interpretaciones y significaciones que se pueden otorgar a
diferentes situaciones existenciales permeadas por la contextualización como ser integrado al
entorno y como individuo funcional consciente.

Aproximaciones contextuales etimológicas.

Partiendo desde la idea de que el mismo nombre de la idea, en japonés, nos da un acercamiento
más objetivo de lo que se busca abordar, Yoshi Shi es un término que probablemente sea poco
rudimentario en Japón para describir el fenómeno expuesto de la muerte pensada desde una
experiencia estética y virtuosa que permita dar sublimidad al deceso del individuo pensado desde
el ser y el espacio contextual en el que se desarrolla, en este caso, el Japón del periodo Edo
aunque habrán algunas excepciones que se mostrarán más adelante, sin embargo, si se analiza la
raíz lingüística se observa que el termino está formado por dos caracteres que tienen su
significado individual pero que al funcionar en conjunto logra acercar a la idea que se analiza.

Por un lado, se tiene el carácter Yoshi (美) que hace referencia al concepto de belleza pensado
desde la estética y esta además el carácter (死) que referencia al concepto de muerte como tal,
aunque puede ser interpretado como el número 4, de ahí que en la tradición japonesa se tenga el
4 como numero de mala suerte. Una vez juntos los caracteres generan el concepto de muerte
virtuosa, es decir, Yoshi Shi (美死), una idea que ya connota la carga humana agregada que llega a
tener un suceso natural como lo es la muerte.

La guerra y su influencia contextual en el Japón del periodo Edo.

Durante este periodo acontecieron hechos que permearían la historia del país y como esta se
desarrollaría en base a la cultura y la sociedad funcional del momento, Japón es un país donde la
violencia ha sido una característica que ha cambiado de manera trascendental a la isla y su cultura,
no solo por hechos ocurridos en los últimos dos siglos sino también en periodos específicos donde
el conflicto, el poder y las alianzas eran imperantes para el control total del archipiélago, pues es
básicamente por la búsqueda de este objetivo que se fue desarrollando una cultura de la
trascendencia de la muerte debido al contexto situacional donde el país se ahondó alrededor de
unos 150 años o incluso más tiempo si se llegan a tener en cuenta los primeros acercamientos de
la sociedad con los aspectos militares, no solo por el control y superación frente a otras facciones
o mejor llamados clanes que en el momento se disputaban el poder sino también su reacción
frente a las invasiones extranjeras y las novedades comerciales armamentísticas traídas de
occidente.

Estos factores anteriormente mencionados se integraban con la cultura y el momento contextual


álgido de la época, un momento donde la muerte era tan común y a veces impredecible que la
necesidad de integrar una connotación ritualista pensada desde la virtud y la consciencia humana
frente a lo visceral, lo incontrolable y natural de la muerte de un individuo desde su singularidad
hasta su entendimiento como parte de un colectivo funcional además de ser pensado desde la
estética del respeto, algo que terminaba abrazando todos los aspectos socioculturales en los
cuales se desarrollaba la sociedad japonesa del momento. Fue un periodo donde se evidenció
cuán importante eran los atributos cimentados en el respeto y la virtud que hacían de un individuo
digno de, en este caso, recibir o propiciar una muerte que enalteciera su posición no solo como
persona sino también como símbolo, representante y estandarte siendo congruente con respecto
a su posición en la estructura sociocultural.

Inicialmente, el poder militar fue creciendo en una etapa incipiente de Japón, donde los primeros
“mikados” que era el equivalente a regente supremo, comandante militar y líder religioso con el
consenso de los lideres de clanes; apenas tenían una diferenciación socioeconómica frente a sus
súbditos.

“El teórico Mabuchi relata que vivían en cabañas de adobe con tablillas de madera, vestían
prendas de cáñamo, portaban espadas con sencillas vainas de madera alrededor de las cuales
enrollaban zarcillos de viña.” (Hearn, pág. 134, 2009).

Además, se fue desarrollando la sociedad japonesa en sus aspectos económicos y políticos junto
con la enorme influencia por la introducción por los sistemas administrativos y protocolos chinos
que aportó la posibilidad de gozar del lujo y la ilustración pero con los nuevos sistemas
implementados se hizo más difícil la realización de las actividades administrativas y empezó un
decremento de la autoridad imperial llevando a que se empezara a dejar estas tareas a delegados
imperiales siendo estos integrantes del clan kuge “aristocracia” de los Fujiwara. Con estas
implementaciones, los Fujiwara se dieron el provecho de abarcar todo el poder civil hasta el punto
de regular la sucesión imperial y el tiempo de abdicación de un emperador, llevando a que el
emperador fuese tan solo un niño manejable pues hasta las mujeres esposas favoritas por los
emperadores eran del clan Fujiwara. (Hearn, 2009).

Se llegó a decir que incluso, que el clan Fujiwara, no satisfecho con sus despóticos métodos de
manejar el poder mantenía formas lujuriosas de corrupción en el palacio a fin de que el
emperador con su carácter joven evitase reclamar sus derechos ancestrales al trono. Además, se
buscaba que el gobernador celestial tuviera cada vez menos autoridad sobre los ámbitos más
importantes, esto siendo reforzado por estrambóticas reformas hechas por emperadores en
contra del camino de los dioses, de tal manera era bastante peligroso depender del poder
omnipotente de un dios rey que podría derruir los valores y la estructura instaurada por los clanes
y la aristocracia religiosa, por lo que reforzar y preservar el culto imperial terminaba siendo
obligatorio para que l aristocracia religiosa mantuviera el poder, el cual lo hizo durante más de
cinco siglos. (Hearn, 2009).

La autoridad heredada tiende a ser remplazada por la autoridad asignada, por lo que los Fujiwara,
al ir en decremento hacia una aristocracia cortesana, víctimas de sus propias medidas corruptivas
para mantener el poder, se limitaron a mantener una autoridad meramente civil delegando así los
aspectos militares al buke “una suerte de consejo militar”, con las reformas adoptadas de China se
pudo diferencias los aspectos civiles y militares ocasionando el surgimiento de una clase militar
que rápidamente fue tomando poder e influencia, al delegar el poder militar en los clanes del
buke, siendo estos los más grandes los clanes Minamoto y Taira, ocasionando así el declive gradual
del poderío Fujiwara. Pero a su vez, el Buke se vería afectado por disputas, pues al ser ambos
clanes integrantes del Kuge o alta aristocracia alegaban ascendencia imperial lo cual ocasionó un
enorme conflicto bélico que se inclinó a favor del clan Taira pero la suerte estuvo al final con el
clan Minamoto al vencer a su contraparte en la batalla de Dan-no-ura, en el año 1185 donde los
Taira fueron exterminados. (Hearn, 2009).

“Así dio comienzo el gobierno de los regentes Minamoto o, para ser más exactos, los Shogun. Ya
hemos mencionado anteriormente que el significado original del término Shogun era igual al
termino militar imperator, únicamente -comandante en jefe- pero a partir de ese momento se
convirtió en el título del supremo gobernante de facto, con una autoridad doble, tanto civil como
militar, el rey de reyes…”. (Hearn, pág. 137, 2009).

Pero con la victoria de los Minamoto sobre los Taira no acabaría en conflicto en Japón, pues se
presentaron conflictos regulares e interválicos donde el clan Minamoto fue incapaz de mantener
el poder y se le fue delegada una parte a la familia Hojo, la cual gradualmente fue haciéndose con
el poder total más nunca como shogun pues se consideraban simples delegados shogunales, más
sin embargo el shogunato estaba a su merced al punto de seleccionar shogun y emperador, la
familia Hojo demostró alta competencia al repeler un ataque extranjero por parte de Kublai Khan
en 1281, cuya flota fue destruida por un tifón, evento atribuido a las inmensas suplicas en los
templos y fue conocido como Banzai. (Hearn, 2009).

Si bien los Hojo mantenían una “sólida” administración, les quedaba difícil lidiar con el poder
budista que se estaba alzando en desordenes, pues esta facción se fue convirtiendo en un poder
militar, Yoritomo, el primero de los shogunes de la dinastía Minamoto observó la problemática
implantando así leyes contra la manutención de armas por parte de los templos budistas y el
vasallaje militar de estos monjes pero sus sucesores fueron más descuidados con esta reforma
ocasionando que con el tiempo tomaran más poder hasta el punto de que el vigésimo sexto
mikado, Go Daigo, se revelara contra el poder de los Hojo con el apoyo de los monjes budistas
pero al ser derrotado y desterrado a la islas Oki, los señores poderosos que habían estado bajo el
mando despótico de los Hojo, reunieron sus fuerzas para tomar la capital de la regencia,
Kamakura, la cual ocasionó que fuera reducida a cenizas junto con el acto de Harakiri del último
Hojo, llegando el Shogunato y la regencia a su fin. (Hearn, 2009).

El mikado había retomado su poder total administrativo, pero para desgracia Go Daigo era carente
de carácter, no aprovechando esta oportunidad y reimplantando el shogunato al asignar a su hijo
como nuevo shogun e ignorando el servicio y la ayuda de sus colaboradores en un principio y
ocasionando la ruptura interna en la casa imperial. Los acontecimientos anteriores no fueron más
que el abono para un conflicto inminente pues a finales del siglo XIII en Kyoto vivían al mismo
tiempo el mikado y al menos tres emperadores depuestos ocasionando un conflicto por la
sucesión, pues uno de sus generales, Ashikaga Takeuji quien traicionó a los Hojo y que además
gozaba de la confianza Go Daigo al haberlo ayudado a restaurar su poder posteriormente actuaría
con la misión de traicionar a Go Daigo para poder hacerse con el poder pues Go Daigo se había
dado cuenta demasiado tarde y terminó derrotado ocasionando que fuese desterrado por
segunda vez en un templo. El poder se dividió en dos ramas, por una parte, la rama del sur
(Nancho) correspondiente a Go Daigo y es la que es la que se legitima más y por otra parte la rama
del norte (hokucho), ubicada en Kyoto y correspondiente al clan Ashikaga, esto ocasionó que el
país tuviera doble mikado y que el poder se dividiera siendo más reconocida la rama del sur pese a
que su contraparte del norte fuese bastante competente al promover varias áreas de prosperidad
más no la paz. Esta etapa que duró hasta 1573 fue un periodo bastante oscuro, pues la
delincuencia y la piratería que azotaba las costas estaba bastante álgida, al punto de que la
aristocracia tuvo que escapar de la capital a fin de buscar seguridad en los Daimyo que gozaban
del poder suficiente como para brindarles protección. El hambre, la inseguridad y los terremotos
ocasionaron la inestabilidad total de la industria y la agricultura, pues hasta Go Tsuchi Mikado
quien había sido el descendiente 102 de la dinastía del sol y quien murió en 1500, tuvo que
esperar 40 días su cadáver en las puertas del palacio para darle un funeral digno, el shogunato
estaba siendo reducido a nada más o menos hasta 1573, época por la que surgió un nuevo
comandante, Oda Nobunaga quien acabaría con la casa Ashikaga y que pondría un etapa de paz
en Japón. (Hearn, 2009).

Oda Nobunaga, quien era descendiente Taira y de monjes Sintoístas buscó la unificación y la
recuperación del país bajo un solo estandarte pues desde el siglo V Japón se vio involucrada en
inmensidad de conflictos donde no se pudo legitimar alguna facción junto con su poder de manera
absoluta sobre el archipiélago, más sin embargo, la misión de Nobunaga era clara, centralizar el
poder feudal bajo un solo mando pero al observar la situación analizó que uno de los obstáculos
más grandes era el poder del budismo militante que desde la era de los Hojo había construido gran
poder y que se dividía en dos grandes sectas, Shin y Tendai. Su campaña contra la secta Tendai fue
implacable reduciendo a cenizas los monasterios e instalaciones (más o menos 3000) y pasando
por el filo de la espada a sus integrantes, sean estos mujeres o niños. En cuanto a la secta Shin fue
más premeditado pues pasó varios años planeando el ataque a su cuartel general en el castillo de
Osaka, en cuyo lugar se perdieron más de 50.000 vidas y fue solo por la intervención del
emperador que se mitigó esta masacre, perdonando así las vidas de los últimos militantes y
despojándolos de todo bien y poder. Con esta misión completada Nobunaga ya se podría centrar
en los grandes clanes con la mano de grandes generales como los eran Hideyoshi y Tokugawa
Ieyasu, de no ser por su muerte en 1583 a manos de un lugarteniente rencoroso. Más, sin
embargo, Hideyoshi continuaría con su misión unificadora, sometiendo el país de norte a sur pero
una vez hecho esto surgió el temor de insurrección por parte de las inmensas fuerzas reunidas
para unificar el país, por lo que se inició la campaña de Corea a fin de conquistar China y mantener
ocupados a sus fuerzas militares, Hideyoshi, quien había surgido desde 0 hasta convertirse en
supremo regente del archipiélago no supo cumplir de manera correcta su papel como político
pues tenía más ventajas como militar ocasionando que la campaña de Corea en 1592 haya sido
una pérdida total y que en 1598, con su muerte, terminaría ocasionando fuertes pérdidas para
ambos bandos, pocos monumentos recuerdo se construyeron, como Mimidzuka o “monumento
de la oreja”, en el templo Daibutsu, en Nara, donde más de 30.000 orejas enemigas fueron
quemadas. Tras la muerte de Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu, uno de los más ilustres comandantes
de la historia de Japón asumió el poder tras cumplir la orden de Hideyoshi de retirar las tropas de
Corea pues posteriormente tendría que enfrentar la alianza de diferentes clanes que querían
arrebatarle el poder pero tras la batalla de Sekigahara Tokugawa Ieyasu asumiría el poder total y
asumiría cambios para modificar el poderío militar, asegurándose como Shogun, el vasallaje
completo de sus Daymios mediante la creación de nuevos cargos militares imposibilitando así la
insurrección de poderes y tomando medidas de seguridad de poder mediante la toma obligatoria
de las familias de sus señores feudales en la capital de manera temporal, a modo de seguro anti
insurrección y empezando así una época de prosperidad en Japón. (Hearn, 2009).

El pequeño recuento de la historia japonesa anteriormente descrita deja en evidencia los


diferentes puntos que influyeron de manera severa en un entorno que fue evolucionando
mediante la violencia y la lucha constante, se observó que las influencias que se tomaron de
regiones extranjeras como china fueron cruciales a la hora de generar las primeras bases de un
protocolo basado en el respeto y la armonía, más, sin embargo, el espacio político tan volátil en el
que se desarrolló la sociedad japonesa moldeó estos atributos en función de una de las
características más predominantes de esta época, la guerra, pues los acontecimientos dejan en
evidencia que a lo largo de la historia, diferentes grupos han tratado de legitimar un poder basado
en la homogeneidad de intereses en función de los vencedores, incluso fuera de las mismas tierras
japonesas, por lo que ha servido en función no solo de la tenencia del poder sobre el archipiélago
sino en transformar las normas regentes de antaño a fin de beneficiar a quienes se presentan en el
poder, al desembocar en cambios constantes hasta un punto limite que determinó la historia del
país se podría concluir que el contexto violento, hostil y agresivo en el que se desarrolló la
estructura sociocultural japonesa permeó de manera importante la evolución de los
acontecimientos a la par que se iba moldeando para funcionar y coexistir en un ambiente y
contexto donde los valores humanos planteados desde el ser y la conciencia se mezclan de
manera armoniosa con los instintos más viscerales que se necesitarían para seguir permaneciendo
como pieza integra de la estructura social.

Religión, 宗教 (Shukyo), la base de la praxis mortuoria.

A la hora de analizar la religión en Japón, se observa que es uno de los aspectos que enriquecen a
su cultura de manera importante, pues como se mostrará a continuación, Japón es un punto de
encuentro de diferentes creencias, no lo la perteneciente a los japoneses, cuyo desarrollo es
congruente con la misma evolución de su sociedad, sino que también el país ha servido como
receptor de influencias extranjeras, sobre todo de China, región de donde adoptó bastantes cosas,
como la religión budista y el confucianismo junto con su tradición, pero lo más importante es
observar cómo estas religiones fueron adaptándose a las necesidades contextuales del momento
en el que Japón se veía envuelto. La religión en Japón no es algo que sea singular a los aspectos
socioculturales, sino que por el contrario, termina coexistiendo con la misma integridad del
individuo y se colectiviza en la sociedad fin de crear una armonía funcional y proactiva, cuya
influencia abraza hasta los acontecimientos más viscerales e instintivos como la guerra en sus
áreas más prácticas, elevando así el deceso en el campo de batalla, más sin embargo, este factor
termina también permeando los aspectos existenciales de las estructuras más débiles pero a su
vez más básicas y amplias de la jerarquía sociopolítica japonesa, el campesinado y la población en
general que tiende a servir a un señor superior o un lugar en específico pues estos grupos no
terminan siendo ajenos a las prácticas religiosas que se adoptan y se transforman en función del
contexto.

El culto hacia los muertos y antepasados, la religión más básica.


Antes de siquiera ahondar en las religiones más prácticas y conocidas con las que incluso, hoy en
día, Japón sigue interactuando, se debe analizar un factor primordial que determinará de manera
práctica, las maneras en las que se adoptan las diferentes religiones, especialmente a la hora de
un deceso, por lo que este factor es el culto y creencia hacia los muertos basado en el respeto, el
recuerdo y la atención. Una tradición que ha ido evolucionando desde los inicios de la sociedad
japonesa, donde los primeros dioses empezaron a ser los muertos y por ende se santificaban y
atendían de manera constante en el tiempo pues el cuidado hacia el difunto termina siendo la
manera de mostrar respeto, atención y de alguna manera servía como un intercambio de favores,
donde las personas atendían a los espíritus de sus familiares y estos les otorgaban algún tipo de
buena providencia, característica que termina siendo bastante importante a la hora de analizar la
sociedad japonesa desde el servir a la familia y los compromisos que se adquieren al pertenecer a
una.

Para empezar, una característica primordial que ha tenido Japón desde los inicios de su civilización
es el culto hacia sus muertos o antepasados, que apenas ha sido modificado con levedad por la
influencia cultural y tradicional proveniente de China, pues este tipo de culto al ser perteneciente
a un grupo de formas de culto japonés pertenecientes al Sinto o “camino de los dioses”, que de
por sí, no es que sea un término antiguo con un contexto complejo sino que respondió en su
momento a la necesidad de hacer una diferenciación entre la religión local o nativa de la nueva
religión o Butsudo o “camino de Buda”, este culto Sinto hacia los antepasados, como se mencionó,
encierra varios tipos de culto los cuales son el culto doméstico, el culto estatal y el culto comunal
que responden a la religión del hogar, además existen otras ramificaciones del culto a los muertos
como el culto a los antepasados de clan que es perteneciente a la religión a la divinidad local y el
culto a los antepasados imperiales que corresponde a la religión nacional. A diferencia de las
religiones occidentales, los japoneses primitivos no creían que el destino al morir estuviese
establecido de una manera dicotómica en cuanto a llegar a un lugar de luz u otro donde sería
castigado, sino que se creía que después de morir se seguía permaneciendo en el plano terrenal, o
como mínimo, se mantenía una comunicación, los registros antiguos referencian una especie se
submundo dónde los “dioses del trueno” y los espectros malignos moraban en la corrupción
aunque se seguía teniendo contacto con los vivos, aunque a que en se encontrase en un estado
decadente se le seguía brindado tributos y ofrendas. Antes de la llegada del budismo no se tenía
una idea solida de cielo o infierno, más sin embargo, los muertos se consideraban como presencias
que seguían habitando el mundo y por lo tanto era conveniente conciliarse con los espíritus pues
estos compartían cosas con los vivos, a cambio de los tributos los espíritus ofrecen beneficios
pues al parecer, los espíritus de los muertos demandan comida, bebida, luz y atención y dotaba el
estado de fallecimiento con una connotación divina, se convertían en seres superiores, se
convertían en Kami o dioses. Es propio de las culturas primitivas honrar a sus muertos con
preparativos y cortejos que enaltezcan su existencia, tanto en este plano terrenal como en el otro,
y en Japón no sería una excepción, pues al atender a sus muertos con alimentos, se solían entregar
generosas cantidades para la honra del antepasado pero la porción que se ofrecía con el tiempo
fue en decremento pues se decía que los muertos no necesitaban tanto aspecto material sino más
bien la esencia que pertenecía a estos regalos, de la cual hacían uso a fin de mantener una
estrecha relación con los presentes en el plano material pues este rito termina siendo una
simbiosis, un trabajo colaborativo y mutuo donde el espíritu queda satisfecho con su
enaltecimiento terrenal y a cambio entrega buen devenir a quienes siguen vivos, de romperse este
intercambio se afrontaban cruentas consecuencias, usualmente para los vivos. Además, se llega a
tener en cuenta una serie de creencias también presentes en otras culturas que ofrecen tributo a
los antepasados (Hearn, 2009).

“Los muertos permanecen en este mundo habitando sus tumbas y en ocasiones visitando sus
hogares terrenales y compartiendo la vida de sus descendientes vivientes.

Todos los muertos se convierten en dioses y adquieren poderes sobrenaturales, pero conservan las
características que los distinguían en vida.

La felicidad de los muertos depende del respetuoso servicio realizado por los vivos; y la felicidad de
los vivos depende de la piedad y la clemencia de los muertos.” (Hearn, pág.30, 2009).

A estas tres creencias iniciales se fueron agregando otras, desarrollos posteriores, que ejercieron
una enorme influencia:

Cada suceso en el mundo, bueno o malo; buen tiempo y buenas cosechas, inundación y hambre,
tempestad, maremotos, terremotos, es obra de los muertos y que todos los actos humanos,
buenos o malos, están controlados por los muertos. (Hearn, 1904).

Las recopilaciones mitológicas dentro del Kojiki, deslumbran algunas ideas sobre la muerte. Se
hablaba del Yomi, una especie de lugar donde van los muertos más sin embargo no se tenía cuenta
si realmente pertenecía a un espacio cóncavo en la tierra o ya de plano era un mundo subterráneo
en su totalidad. Al parecer, los muertos deambulaban por todo lado, como presencias, pero estaba
prohibido mirarlos puesto que los cadáveres se consideraban como algo sucio e impuro, daba la
sensación de contaminación, estas manifestaciones aún se mantienen al punto de haberse
adaptado a los funerales con actos de índole ritual, como aventar sal devuelta de un funeral ,
incluso, los sacerdotes sintoístas se abstenían de brindar servicios funerarios, pues después de
ello, se consideraban impuros durante tres días. (Hoffman, 1986).

Se encuentran diferentes versiones de la muerte en diferentes textos, tanto en el Kojiki como en el


Manyoshu se hayan descripciones distintas, como un descenso al mundo de los muertos, Yomi,
una ida al cielo, o el recorrido por montañas y océanos, pero en Manyoshu, se representa a los
muertos como niebla y nubes, probablemente al inicio de la cultura de la incineración,
adaptaciones del imaginario con respecto a las prácticas fúnebres no terminan siendo
descartables, pues se presume con seguridad que el imaginario del Yomi, como mundo
subterráneo venga del enterramiento de cadáveres. Además, se piensa que la connotación que se
puede llegar a tener de la muerte está estrechamente relacionada con las montañas, pues se creía
que estas eran las moradas de los dioses y por ende se les tenía como lugares sagrados, por ende,
se empezaron a construir santuarios sintoístas y posteriormente budistas, ya que se intuía como el
punto de encuentro entre los dioses provenientes del sol y los mortales provenientes de la tierra,
un punto desde donde los dioses o kami que significa “desde lo más alto” podrían observar a los
vivos desde las cumbres montañosas. (Hoffman, 1986).

El Sinto y su connotación fúnebre.


El Sinto es como una religión indígena, no tiene ningún libro santo, ningún fundador ni canon
alguno. El Nihonshoki y Kojiki (primeros textos de Japón), sin embargo, contienen un registro de
mitología japonesa, es una de las religiones más grandes de Japón siendo a su vez la religión natal,
esta se originó en Japón y es casi exclusiva de allí.

Probablemente, el Sinto se haya desarrollado como una creencia derivativa del culto
anteriormente mencionado, el culto hacia los muertos familiares, cuando se empezaron a ver
diferencias notables entre la sociedad y se organizaron clanes bien organizados se siguió
manteniendo el culto a los muertos y antepasados, solo que con una distinción, cada clan ejercía
su culto familiar mortuorio para los Ujigami de determinada manera; a quienes denominaban
antepasados imperiales o dioses celestiales eran los lideres de clan o Uji con gran poder del
momento, pues con el paso del tiempo este culto hacia los fallecidos fue expandiéndose de
manera amplia e integrándose a los demás cultos sin afectarlos y con el paso del tiempo, aparte de
los Ujigamis, las deidades se encuentran en todo tipo de niveles dentro de una jerarquía
establecida, pues al encontrarse deidades asociadas todo tipo de evento y condición, ya sea el
nacimiento, la muerte, la pobreza, la enfermedad y deidades asociadas más a la naturaleza como
las deidades a la luna, la tierra y el cielo se observa como refuerza el nivel de veneración que
tenían los japoneses del momento para con su contexto y entorno. Como se mencionó
anteriormente, cada clan tenía su manera de veneración particular, pero con el paso del tiempo, el
culto que ejercía el clan más poderoso, en este caso, el culto hacia la diosa del sol, terminó
convirtiéndose en religión nacional, así lográndose significar a estos primeros Uji con el termino
anteriormente mencionado, dioses celestiales, de donde los emperadores dicen proceder. (Hearn,
1904).

Para los dioses del sinto, no se regía sobre la muerte, sino sobre la vida, en algunas regiones de
Japón se celebra a las deidades de las montañas como dioses de nacimiento, y en lugares como la
prefectura de Aomori, se celebran ceremonias de acceso a la madurez, ya que no termina
descabellado que en antaño se realizasen estas ceremonias en montañas. Se llegaba a creer que
en primavera los Kami bajaban de las montañas como dioses del cultivo, protegiéndolos hasta la
época de cosecha, tiempo donde retornaban a las montañas siendo este el otoño. .

Algunas deidades o Kami personificados serían Amaterasu y Fujin, dioses del sol y el viento, pero
muchas veces estos son elementos de la naturaleza, como ríos, montañas o árboles, además, esto
incluye los antepasados, en una religión como el Sinto se solían construir los templos en donde se
creía que habitaba la deidad, por ende, se terminaban construyendo a los pies de las montañas,
ríos o bosques. (Romero, 2019).

Se piensa que para el Sinto existen tres posibles lugares de muerte, el primero es el Kegare, que
corresponde a un lugar sucio e impuro, otro que tiende a ser más imperante en las islas de Japón
es Nirai Kanai, que corresponde a un espacio en los confines del mar y el tercero, descrito por el
antropólogo Yanaguita Kunio, es en una cima de una montaña, observando las comunidades
rurales emplazadas, al parecer, los diferentes significados asociados al lugar después de la muerte
varía según la época y el contexto en cuestión, más no se debe relacionar como ejemplo de cielo e
infierno, pues a diferencia de otras creencias, las almas llegan a parar al mismo lugar,
independientemente de quienes hayan sido o sus actos cometidos en vida. (Shuuichi, 1987).
Normalmente los difuntos se asocian con protección para los aldeanos, aunque en ocasiones se
pueden tornar negativos, desatando así los Tatari o maleficios sobre las personas, (Shuuichi,
1987), ya lo apuntó Hearn en su estudio sobre los cultos, analizando así la particularidad de la
inexistencia de un juzgamiento moral o conductual a la hora de morir:

“…Ni siquiera era necesario haber sido un hombre virtuoso: el hombre malvado se convertía a su
vez en dios al igual que el bueno y conservaba las inclinaciones malignas de su vida terrenal…”
(Hearn, pág. 28, 1904).

Por esta razón es que los japoneses realizan una serie de rituales generalizados anualmente en
todo el país determinados Obon, una ocasión en el año donde se supone que vienen los difuntos a
observar cómo están viviendo sus familiares vivos, a fin de, no solo honrar a sus muertos sino
también mantenerlos satisfechos con sus atenciones para evitar lo anterior mencionado, es decir,
una maldición; pero también se llegan a realizar pequeños rituales donde se visitan las tumbas de
los muertos, normalmente emplazadas en lo posible donde habitó la persona, a fin de generar una
atención y limpiar sus tumbas. (Shuuichi, 1987).

El budismo y su connotación fúnebre.

El budismo probablemente haya llegado a Japón por la península coreana de Baekje en el siglo VI,
donde el Rey Bakje envió una pintura de Buda y algunos sutras al emperador japonés.

Principalmente, el budismo maneja tres aspectos fundamentales debido a su mezcla particular con
el Sinto; uno de ellos es el concepto de Mudyoo, que hace referencia a la transitoriedad de las
cosas, la fragilidad de la vida y de todo en general, es un pilar importante en la sociedad japonesa
pues consideran que les ayuda a enfrentar los problemas de la vida y la muerte. Por otro lado, se
observa que la consideración que se tiene con el concepto de Inga oojoo, una suerte de ley
karmática que por un lado premia las acciones buenas y positivas que se realicen y a su vez castiga
los malos actos, en un principio, esto llegaba después de la muerte, dependiendo del resultado de
sus acciones en vida, sin juicio alguno, se podía ser enviado al Tengoku, el cielo budista, o al
Dyigoku, un tipo de infierno budista en contraparte, pero con el tiempo esto se redujo a la vida
misma donde el premio era una existencia libre, sin enfermedades y prospera, pero por otro lado
se podía castigar una vida con dolor, miseria y pobreza. Por último, existe el Butsudan, el concepto
más práctico y tangible, pues es un altar budista ubicado en una parte determinada de la casa para
dar bienvenida a los muertos cuando sea la ocasión. (Shuuichi, 1987).
La muerte para el Daoísmo.

Para esta religión, era importante llegar a unir partes. Ya que era anterior al zen, promulgaba una
unificación de la mortalidad humana y su ego implícito para con la naturaleza, de donde había
venido, resolvía el dilema de la muerte exponiendo que, cuando se llegaba a la etapa final de la
vida, simplemente se pasaba a ser integrado, nuevamente, en la naturaleza y por ende, se
alcanzaba la inmortalidad mediante la integración hacia la naturaleza imperecedera,
prácticamente, propone una disolución dentro del espacio natural. Tuvo una gran importancia en
China y Japón, usualmente por poetas y artistas que cumplían con el arquetipo de ermitaño, cuya
tarea a realizar era unificarse con la naturaleza. (Shuuichi, 1987).

El confucianismo y la muerte.

Principalmente, se podría pensar que se divide en dos periodos, primeramente estuvo el


confucianismo temprano donde Confucio fue muy claro a la hora de dar su percepción de la
muerte, desde el siglo V a.c donde básicamente afirmaba a cuestiones sobre la muerte que se
realizaban donde respondía que prefería interesarse por los temas más controlables dentro de la
humanidad, por lo que se mantuvo una percepción agnóstica sobre el tema, pero con el paso del
tiempo, durante el siglo X y XI, se formó en confucianismo tardío o neo confucianismo donde, al
ser un sistema totalizador y racionalizador, centrado en la humanidad y la sociedad, se pensaba
que, la humanidad al ser habitante de un entorno natural llego de muerte, era obvio que su
destino tendría que ser volver a integrarse a la naturaleza mediante la muerte pero no de una
manera tan espiritual como en el confusionismo temprano, más sin embargo, esto llega a empatar
profundamente con el zen, donde se propone una unificación y retorno a la naturaleza después de
la muerte. (Shuuichi, 1987).

Jigoku y Yomi, un acercamiento a los castigos infernales japoneses.

En los textos más antiguos, como el Kojiki, se mencionan relatos de descensos hacia el reino de los
muertos, normalmente asociado con un lugar bajo tierra, o ya de plano, un submundo
subterráneo, pareciera como si los muertos deambularan libremente, pero sin embargo esta
prohibido mirarlos. Para ellos, los cadáveres generaban impureza, pues como se mencionó
anteriormente, era costumbre echarse sal a la vuelta de un funeral. (Hoffman, 1986).

Esta sensación de impureza puede que haya derivado de las tumbas antiguas de la era feudal,
donde se dejaban los cuerpos para que se descompusieran. (Gavaldà, 2020).

Según el mito, el Yomi no es un lugar donde se va a sufrir, si no que es una especie de mundo
alternativo donde las almas vagan existiendo de una manera gris y experimentando momentos
sombríos. La historia narra que Izanagi siguió a su esposa y diosa primordial, Izanami, tras su
muerte, pero no pudo retirarla pues ella ya había probado los frutos del inframundo, finalmente
desesperado, regresó y creó a Amaterasu, la diosa del sol; Susanoo, el dios del mar, las tormentas
y las batallas y a Tsukoyomi, el dios de la luna. (Gavaldà, 2020).
(…No obstante, promete decirles a los dioses de Yomi que desea regresar con él y le ruega que,
mientras tanto, no se vuelva a mirarla. Pero el viola la prohibición y ve su cuerpo, en el que “se
retorcían los gusanos” … Hoffman, pág. 33, 1986).

Textos como el Kojiki y el Man Yoshu describen la vida después de la muerte de diferentes
maneras como un descenso al Yomi, un ascenso a los cielos, un viaje por el océano o un recorrido
por las montañas, se podría pensar que muy probablemente esta concepción de mundo
subterráneo venga del enterramiento de cadáveres, al igual, como se representan a los muertos
en el Man Yoshu, con niebla y humo, deja en evidencia la práctica de la incineración de cadáveres.
(Hoffman, 1986).

El kojiki tambipen alude a la cocepción mortuoria que se le daba a los pájaros, pues se refería de
alguna manera a que los acompañantes del muerto debían vestirse de pájaros, esto propicia la
creencia de que al morir se es transformado en uno o ayudan en el tránsito. Deriva la creencia de
que al morir se convierte en cuervo, por lo que también son connotados de augurios mortuorios,
pues muchos poemas a la muerte aluden a ello. (Hoffman, 1986).

Muy probablemente, el concepto de Jigoku haya venido de la basta influencia china y budista que
adoptó Japón, más, sin embargo, esto se supo integrar bien con la idea de infierno budista que
terminaba siendo adoptada e integraba a su vez el Yomi; pero el Jigoku, en su amplia descripción
terminaba siendo mucho peor de lo que era el Yomi, pues es descrito como un lugar en llamas
donde demonios imponen castigos inhumanos a los pecadores. Son representados en el Jigoku
Zoshi o pergaminos del infierno de la familia Masuda, los cuales fueron pintados en el siglo XII, en
el periodo Heian. En el se aprecian cuatro pinturas denominadas: Hakkaru jigoku, Kamatsuchu
jigoku, Unkamu jigoku y Uenkaseki jigoku. Mientras que, en su otra parte, expuestos en el museo
de Nara, se ilustran múltiples infiernos con nombres explícitos: Infierno de excremento, Infierno
de medidas, Infierno del mortero de hierro, Infierno del gallo llameante, Infierno de la nube de
arena negra, Infierno de pus y sangre e Infierno de zorros y lobos. Además, en el rollo de la familia
Masuda también se ilustraron siete representaciones infernales: Infierno del elefante llameante,
Infierno de los sonidos chillones, Infierno de las llamas que disparan, Infierno del desollado,
Infierno de las heces hirvientes, Infierno del desmembramiento e Infierno de la montaña de
hierro. (Gavaldà, 2020).

(…Algunos investigadores consideran que tanto el pergamino del Museo Nacional de Tokio como el
del Museo Nacional de Nara, junto con otros textos como Gaki Zoshi (Pergamino de fantasmas
hambrientos), Yamai no Soshi (Pergamino de Enfermedades y deformidades), y Hekija-e
(Pergamino exorcista), forman parte del llamado Rokudo-e, o Pinturas de los Seis Reinos, donde se
expresan las miserias del mundo terrenal. (Gavaldà, 6/12/2020. La mitología japonesa, un mundo
lleno de dioses y demonios, https://historia.nationalgeographic.com.es/a/mitologia-japonesa-
mundo-lleno-dioses-demonios_1593).
Jingi. Virtud personal, el individuo como objeto de virtud.

Según Hearn, la ética japonesa sintoísta era resumida en la obediencia a los usos y costumbres
normalmente predispuestos por el culto familiar pues no había diferencia alguna entre moral y
religión, ni entre gobierno y religión, pues incluso el termino referido a gobierno podría significar
“asuntos de religión”. Dentro de la estructura social, desde su pináculo hasta su parte más inferior
estaba regida por la ley de la tradición, la obediencia era una virtud, la desobediencia, era
considerada como pecado e incluso la voluntad de la comunidad a la que pertenecía un individuo
en concreto reforzaba esta ley de la obediencia pues la moral antigua era basada en el riguroso
cumplimiento de las normas relacionadas a la familia, la sociedad y las autoridades superiores. En
el Japón antiguo, normalmente la moral y tradición no eran separadas, las exigencias morales eran
identificadas con las demandas sociales por lo cual funcionaban como un solo y único lineamiento.
Una persona normal y ordinaria no podía tener total libertad ni siquiera en su casa y quienes eran
“extraordinarios” eran vigilados por sirvientes cuya tarea era reprochar cualquier ruptura de la
tradición. (Hearn, 1904).

“Una religión que es capaz de regular cualquier acto de la existencia gracias a la fuerza de la
opinión comunal no necesita catecismos. (Hearn, pág. 88, 1904)”.

Según Hearn, los teólogos del siglo XIII y XIX afirmaron que, con respecto al carácter nacional
conocido como Yamayo Gokoro o Yamato Damashi, la conciencia por sí misma terminaba siendo
suficiente guía ética pues se consideraba que la conciencia japonesa era suficiente prueba de su
origen divino como raza. Afirmaba mediante Motowori que todos los seres humanos al ser
creados por la pareja primordial divina, estaban dotados de una conciencia innata sobre las cosas
que se debían hacer y las que no, por ende, era infructuoso perder el tiempo con sistemas
morales, pues si fuese necesario un sistema ético, las personas serían inferiores a los animales,
pues estos últimos están dotados del conocimiento de lo que deben hacer en un grado inferior a
los hombres. (Hearn, 1904).

“Como los japoneses eran verdaderamente íntegros en su comportamiento, no necesitaron de una


teoría moral; sin embargo, los chinos, debido a su laxitud, se vieron obligados a construir una
teoría moral… Haber descubierto que no hay camino (sistema ético) que aprender es haber
aprendido realmente a practicar el camino de los dioses. (Hearn, pág. 89, 1904)”.

Estas normas de comportamiento eran el resultado de la experiencia social y era imposible


obedecerlas y ser una mala persona. Predicaban la reverencia hacia lo invisible, respeto por la
autoridad, cariño hacia los padres, ternura hacia la esposa e hijos, amabilidad hacia los vecinos y
sirvientes, diligencia y aplicación en el trabajo, frugalidad y limpieza. Aunque en un principio, la
moral era simplemente obediencia a la tradición, posteriormente la tradición comenzó a
identificarse de manera gradual con la verdadera moral. (Hearn, 1904).
Muerte judicial en la sociedad. Ie y Kumi, compromiso social.

La peculiar naturaleza de la sociedad japonesa posibilitó la implantación de esta legislación


suntuaria como algo precedente de la voluntad comunal; de este modo, la gente se obligaba a sí
misma a respetar y cumplir la voluntad del grupo. Cada comunidad estaba organizada en grupos
de cinco o más familias denominadas Kumi. Los jefes de familia que formaban un Kumi, elegían a
uno de ellos como Kumi Gashira o jefe de grupo, que era el responsable directo ante la autoridad
superior, el Kumi debía rendir cuentas por el comportamiento de cada uno de sus miembros, y
cada miembro, era en cierto modo, responsable del resto; cada miembro de un Kumi debe vigilar
atentamente la conducta de sus compañeros de Kumi, si alguien viola, alguna de estas reglas, sin
la debida excusa, será castigado y su Kumi será igualmente considerado responsable. (Hearn,
1904).

Kataki Uchi, venganza filial.

En el Japón antiguo, según Hearn, el deber de morir por el padre o el señor era una obligación
social tan antigua como el deber de vengar la muerte de cualquiera de ellos, pues las crónicas
antiguas dan testimonio de ello. La ética confucionista confirmó al afirmar que ningún hombre
debería vivir bajo el mismo cielo con el asesino de su seño, su padre o su hermano y fijando todos
los grados de parentesco o relación dentro de los cuales la venganza se consideraba ineludible.
Todo el sistema confucionista se cimentaba sobre el culto a los antepasados y funcionaba como
amplificador y como elemento de elaboración de la piedad filial, por lo que era congruente con el
modelo de moral japonesa. Según el desarrollo del poder militar en Japón, el código de venganza
chino se empezó a acoger de manera amplia hasta convertirse en parte de la tradición y de la ley.
Incluso Tokugawa Ieyasu mantuvo una ley de escritos vengativos que eran enviados a la corte
criminal de distrito, en el cuál apuntó que con respecto a la venganza de ofensas hacia el padre o
el señor, el sabio y virtuoso (refiriéndose a Confucio) reconocía que el vengador y ofensor no
podrían vivir bajo la misma bóveda celeste, pues deberían enviar una carta de venganza a la corte
judicial avisando que ejercerían la venganza por su mano dentro de un plazo acordado, pues de no
dar este aviso a la autoridad se sometería a un castigo o perdón dependiendo de su caso en
específico. Los parientes, padres y profesores debían ser vengados si era el caso pues muchas de
estas venganzas eran cometidas por mujeres cuyas acciones eran representadas en obras
artísticas, incluso los niños se convertían en vengadores cuando no había algún hombre que
desempeñara esta tarea, los discípulos tenían la obligación igualmente, como se mencionó, de
vengar a sus maestros si era el caso al igual que a los amigos por juramento. (Hearn, 1904).

La organización social japonesa obligaba, igualmente, a realizar este deber moral y religioso si era
el caso, pues el vinculo era religioso más que familiar; igualmente, la relación de la familia para con
la comunidad, la comunidad con el clan y el clan con la tribu era una relación religiosa, por lo tanto
las primeras venganzas eran reguladas no solo por los vínculos anteriormente descritos sino
también por el vinculo de sangre, evidentemente, pues con el crecimiento exponencial del ámbito
militar aumentó de manera exponencial esta práctica de venganza, por ello, el hermano o hijo
adoptivo tenían la misma tarea que quienes poseían auténticos vínculos de sangre. El asesinar al
padre o maestro era castigado fuertemente con la muerte, pero, igualmente, el castigo recaía
sobre el alumno asesino de su maestro. El Kataki Uchi era un acto propiciatorio, pues como
demuestra el rito con el que finaliza: la colocación de la cabeza cortada del enemigo sobre la
tumba de la persona vengada como ofrenda expiatoria y recuerdo de represalia, una parte
importante de este proceso era una alocución al espíritu de la persona a vengar, incluso siendo
este un escrito el cual reposaba sobre la tumba del difunto. (Hearn, 1904).

Uno de los casos más conocidos es el de los cuarenta y siete ronin, donde normalmente, se
desconoce el lavado de la cabeza cortada de Kira Kotsuke no Suke o de la alocución que realizan
los valientes hombres a su señor para seguirlo en la muerte:

“…Tras habernos reunido la noche pasada, hoy escoltamos al señor Kira Kotsuke no Suke hasta
vuestra tumba. Esta daga, con la que nuestro señor puso fin a su vida el año pasado, y que se nos
fue entregada para su custodia, ahora la devolvemos, si vuestro noble espíritu está presente ahora
en esta tumba, rogamos que acepte esta daga y la hunda en la cabeza de su enemigo para así
disipar la ira para siempre. Este es el respetuoso discurso de los cuarenta y siete hombres. (Hearn,
pág.151, 1904)”.

La cabeza de su enemigo ha sido lavada escrupulosamente según el protocolo de presentación de


cabezas a un superior vivo. Se ha depositado sobre la tumba junto con la espada o daga de 23
centímetros empleada por el señor Asano para realizar el harakiri cumpliendo la orden del
gobierno y que después Oishi Kuranosuke empleó para cortar la cabeza de Kira Kotsuke no Suke.
Se insta el alma del señor Asano para que golpee con ella la cabeza, de modo que desaparezca su
ira para siempre. Pues al haber sido condenados a la práctica del harakiri los cuarenta y siete
vasallos se rencontraron con su señor en la muerte y fueron enterrados frente a su tumba. (Hearn,
1904).

Pena de muerte como castigo social.

Las sanciones penales del período Edo en el Japón (1603-1868) se pueden dividir en cinco
categorías: pena de muerte, prisión o exilio, trabajos forzados, confiscación de bienes y castigo
físico. Los delitos graves, como el asesinato y provocar un incendio, eran castigados con la pena de
muerte. El shogunato Tokugawa conservó sus centros de ejecución en Kozukappara , Suzugamori y
Itabashi .Kozukappara, también conocida como Kotsukappara o Kozukahara, se encuentra en el
actual distrito de Arakawa, cerca de la salida al suroeste de la estación de metro de Minami-Senju,
en la línea de metro Hibiya de Tokio. Se estima que entre 100 000 y 200 000 personas fueron
ejecutadas allá. Sólo una parte del lugar sigue existiendo, junto al templo Enmei-ji, parcialmente
enterrado bajo las vías y en un cementerio más reciente. Una investigación arqueológica y
morfológica que llevó a cabo por la Universidad de Tokio sobre los cráneos encontrados
enterrados aquí confirmó los métodos de ejecución. Los criminales eran ejecutados de diferentes
formas: muerte por ebullición, muerte en la hoguera, crucifixión por matar a un familiar,
decapitación con katana, muerte por medio de una sierra, corte a nivel de la cintura o corte de
persona a la mitad. La pena de muerte a menudo traía castigos colaterales. Uno era desplazarse
por la ciudad del condenado antes de su ejecución. Parecida era la exposición pública antes de la
ejecución. Un tercer castigo era la exhibición pública de la cabeza del decapitado.

En cuanto a la prisión y el exilio, se podía ser juzgado dependiendo de la gravedad de la infracción,


las penas más comunes eran el exilio en una isla. A menudo, los delincuentes de Edo eran
confinados en las islas Hachijou jima y Miyake jima. Los delincuentes eran tatuados y castigados, El
gobierno de Edo conservó una prisión en Kodenma chou, donde eran enviados los presos.

La exclusión de la escena del crimen era una pena para la gente común y samuráis. Tokoro barai,
que era La prohibición a cierta distancia era común para los no-samuráis. Kōfu kinban, La
asignación a Koufu, en las montañas al oeste de Edo, era un ejemplo de rustificación de los
samuráis.

En cuanto a los trabajos forzados, los delitos que requerían un castigo moderado, los convictos
podían ser enviados a trabajar en campos de trabajo como el de Ishikawa-jima, a la bahía de Edo.
Los delitos más graves podían dar lugar a ser enviado a trabajar a la mina de oro de la isla de Sado.

En 1590, Toyotomi Hideyoshi prohibió el “trabajo no libre”, o esclavitud, pero las formas de
contrato y mano de obra contratada se mantuvo junto con los códigos penales de trabajos
forzados de la época. Por ejemplo, las leyes penales del periodo Edo prescribían el “trabajo no
libre” para la familia inmediata de los criminales ejecutados en el artículo 17 de la Gotōke Reijo
(Ley de la casa Tokugawa), pero en la práctica no era habitual. El Gotōke Reijo de 1711 compiló
más de 600 leyes promulgadas entre 1597 y 1696. También era común que las mujeres fueran
condenadas a trabajar como esclavas y prostitutas dentro de los límites de los «barrios de placer»,
especialmente Yoshiwara.

Una de las penas mencionadas eran las confiscaciones de bienes donde los comerciantes podían
ser castigados con el kesshō, la confiscación de sus negocios.

Por otro lado, La flagelación era un castigo común por delitos como el robo y peleas. La
amputación de la nariz o las orejas sustituyeron la flagelación como castigo al inicio del periodo
Edo. El shōgun de Edo, Tokugawa Yoshimune, introdujo los látigos como pena judicial, o dataki,
en 1720. Un criminal podía ser condenado a un máximo de 100 latigazos. Los samuráis y
sacerdotes estaban exentos de la flagelación y la pena se aplicó sólo a los plebeyos. El convicto se
tenía que desnudar y era golpeado en las nalgas y la espalda. La flagel·lació se utilizó hasta 1867,
pero cayó en desuso de forma intermitente entre 1747 y 1795. Los hombres y las mujeres podían
ser condenados a ser azotados, pero durante la mitad del periodo Edo las mujeres fueron
encarceladas en lugar de ser azotadas.

En el 757, se implementó el código Yōrō , Yōrō-ritsuryō y fue introducido en los “Cinco Castigos”
dos de ellos se refieren a la flagelación. La flagelación ligera proporcionaba de 10 a 50 latigazos,
mientras que la flagelación fuerte proporcionaba de 60 a 100 golpes. Sin embargo, un esclavo
podría ser condenado a un máximo de 200 latigazos. Estas penas sólo se aplicaban a los hombres
plebeyos. Los nobles podían ser condenados con la imposición de las esposas o con una multa.
Cuando un criminal era azotado, generalmente la mitad del número de latigazos se aplicaban en la
espalda y la otra mitad en las nalgas. Sin embargo, el condenado tenía derecho a elegir si los
golpes tenían que ser aplicados únicamente en una de las dos partes. En la época del periodo
Sengoku, la flagelación fue sustituida en gran medida por la decapitación. (Wikipedia, 8/2/2021.
Sanciones penales del periodo Edo en Japón,
https://es.wikipedia.org/wiki/Sanciones_penales_del_per%C3%ADodo_Edo_en_el_Jap%C3%B3n).
Irrespeto y castigo social.

Para tener una noción de la verdadera dimensión que la disciplina y la educación alcanzaron en la
sociedad japonesa basta con solo decir que Ieyasu promulgó una ley que permitía que los samuráis
asesinaran a cualquier persona de los estamentos inferiores que fuesen culpables de descortesía.
Él puso énfasis en la definición de descortesía, pues esto implicaba algo “inesperado”, de tal
manera que para ser condenado a muerte bastaba con actuar de manera “inesperada”, es decir,
en contra de la etiqueta. Los samuráis constituían la clase superior de la sociedad. Los campesinos,
los artesanos y los comerciantes no deben ser descorteces con un samurái, pues un hombre
descortés era quien actuaba y se comportaba de manera “inesperada”, esto era una posibilidad
para los diferentes estratos que existían dentro de los samurai. (Hearn, 1904).

“Los plebeyos eran castigados a recibir crueles azotes por las ofensas más nimias. Para las ofensas
graves, la muerte y la tortura eran el castigo más común. En caso de agravios extraordinarios,
existían penas más salvajes, o casi tan salvajes como las que se practicaron en la edad época
medieval: crucifixiones, hogueras, desmembramientos o calderas de aceite hirviendo. Los
documentos que regulaban la vida en la comunidad, no contenían ningún tipo de indicación
relativa a la severidad del castigo a aplicar: las declaraciones del Kumi cho sobre qué tal o cual
ofensa <serán castigadas> no sugiere nada terrible al lector que no esté familiarizado con los
antiguos códigos. De hecho, el termino <castigo> en los documentos legales japoneses puede
significar cualquier cosa: desde una pequeña sanción económica hasta ser quemado vivo.” (Hearn,
pág. 99, 1904).

“El día ocho fueron ejecutados tres japoneses, dos hombres y una mujer. La causa fue la siguiente:
la mujer, de las más deshonestas, (su marido estaba de viaje), se citaba con estos dos hombres
para gozar de sus favores, uno de ellos, que no sabía de la existencia del otro, llegó a la cita con la
mujer antes e la hora acordada y al encontrarse con el otro varón, preso de la ira, desenvainó su
katana y los hirió a ambos de gravedad, casi partió en dos la barbilla del hombre. Y después
recogió su katana e hirió a la mujer. En la calle, escucharon el alboroto, entraron, los separaron de
inmediato y los llevaron ante las autoridades, pues según las leyes debían ser ejecutados. Al
instante, el alguacil dio la orden para que les cortaran la cabeza, una vez hecho esto, todos los
hombres ahí presentes (y eran muy numerosos) procedieron a comprobar el afilado de sus espadas
con los cadáveres de modo que estos al final quedaron reducidos a pedazos no mayores que el
tamaño de una mano. Pero no acabaron aquí, sino que se dedicaron a apilar un pedazo encima de
otro para comprobar cuantos fragmentos podían cortar de un solo golpe, cuando terminaron, se
fueron y las aves se comieron los restos”. (Hearn, pág. 96, 1904).

Muerte, recuerdo y honor.

Gimu, la deuda moral irresoluble.

Un padre le regala la vida a un hijo cuando este nace. Y la vida es lo más preciado que tenemos.
Por lo tanto, según la cultura japonesa, un hijo tendrá siempre una deuda imposible de devolver a
su padre llamado gimu. Esta moralidad se transmite de generación en generación, siendo así que
un hijo solo podría devolver este favor cuando el padre fallezca: ayudarle a morir en paz, realizar
todos los rituales durante el funeral, seguir ofreciéndole comida, bebida y ofrendas para que
puede pasar la mejor eternidad posible.

Si, como hijo, cumples todas estas obligaciones, obtienes un premio: tu antepasado, en forma de
espíritu ancestral bueno (Sorei), te protegerá de cualquier mal. Pero, si no lo haces, tu
antepasado puede convertirse en tu peor pesadilla: un Yurei, un alma atormentada, por no haber
recibido las atenciones necesarias durante su muerte y que puede acecharte sin fin.

Esta es la razón por la que el Obon, la celebración dedicada a los muertos, tiene una gran
importancia cada verano en Japón. Esa fecha es imprescindible para un japonés, ya que es un
momento del año que se siente con obligación de volver a su tierra natal y honrar a sus
antepasados. (Voyapon, -/10/2021. La muerte en Japón a lo largo de los años: espiritualidad y
deuda moral, https://voyapon.com/es/la-muerte-en-japon/).

Funeral prestablecido.

La vida del individuo estaba minuciosamente regulada por la ley y lo mismo sucedía con la muerte:
la calidad del féretro, los costes del entierro, el funeral, la forma de la tumba. En el siglo VII se
aprobaron varas leyes para que nadie fuera enterrado con dispendios indecorosos. En posteriores
edictos se aprobaron las dimensiones y los materiales del féretro junto con el tamaño de las
tumbas. En el siglo VIII se fijaron legalmente todos y cada uno de los detalles del funeral según la
clase social: desde el príncipe al campesino. En siglos posteriores se añadieron nuevas leyes y otras
sufrieron modificaciones, pero parece que siempre ha existido cierta tendencia a la extravagancia
en cuestión de funerales, una tendencia tan fuerte que, a pesar de los siglos de regulación
suntuaria, resulta un peligro para la sociedad. Para recordar esta amenaza solo tenemos que
recordar las creencias referentes al sentido del deber hacia los muertos y el deseo por honrar y
complacer a los muertos incluso a riesgo de empobrecer a la familia.

O bon, recuerdo y honra hacia los muertos.

Es una tradición semirreligiosa que honra a los espíritus de los antepasados fallecidos. Esta
costumbre de origen budista ha acabado convirtiéndose en parte de la cultura de Japón, no solo
en los aspectos religioso y cultural, sino también como una ocasión de interacción social con la
comunidad. Viene siendo celebrado desde hace 500 años y tradicionalmente incluye danzas y
bailes como el Bon Odori, o festivales como el Gozan no Okuribi. (Wikipedia, 15/8/2021. O-Bon,
https://es.wikipedia.org/wiki/O-bon).

En su momento, la población siguió practicando el culto a los antepasados según uno u otro credo,
pero muchas personas terminaron optando por el rito budista, pues el budismo supo infundir un
componente particularmente emocional. Ambos cultos diferían apenas por pequeñas diferencias,
el budismo predicaba que las oraciones servían para confortar y aliviar a los muertos y que
también se podían realizar ofrendas de alimentos; salvo vino y carne, estaba permitido ofrendar
arroz, frutas y pasteles, incluso flores e incienso, sin contar que con las oraciones, los alimentos y
las bebidas más simples podían convertirse en un néctar celestial, pero lo que realmente impactó
de manera contundente en la sociedad fue la inculcación de hermosas y conmovedoras
costumbres de las que el culto a los antepasados tradicional carecía, por toda la nación, la gente
empezó a encender hogueras a fin de dar la bienvenida a los muertos de manera anual, a honrar a
los espíritus con figuras de animales realizadas con paja y hortalizas, normalmente de bueyes y
caballos, además de preparar los barcos de los muertos o shoryobune en las que los espíritus
regresaban al mundo de los vivos surcando el mar. Además, se incluyo el Bon odori, la danza del
festival de los muertos, y comenzó a desarrollarse la costumbre de colgar lamparillas blancas en
las tumbas y en las puertas de las casas para iluminar el camino para los muertos. (Hearn, 1904).

Shinju, amor y muerte.

A finales del siglo XVII, surge una expansión de la cultura burguesa y popular de participación
masiva. Los protagonistas de esta parte de la sociedad ya no pertenecían a la clase cortesana ni a
los samurai. Eran ciudadanos, especialmente comerciantes y geishas, la vida de ellos fue el tema
de obras literarias y teatrales donde se exacerbaba el concepto donde la protagonista podía
confesar al cometer un doble suicidio donde se exaltaba la suerte de morir junto al hombre a
quien más amaba más que a su vida. Debido a esto, los dobles suicidios se pusieron de moda al
punto de que las autoridades tuvieron que tomar acciones para prohibir estas prácticas. (El
sentido de la muerte en Japón- periodo Ashikaga Edo y en el periodo actual,
https://www.youtube.com/watch?v=2TLhV3RHNmM&t=374s).

El samurai como instrumento de muerte y estética.

La piedad filial.

Según Hearn, la piedad filial, es decir, la religión doméstica de la obediencia, se amplia con la
evolución social, y con el tiempo, se acaba diferenciando entre la obediencia política debida a la
comunidad y la obediencia militar debida al señor feudal. Una obediencia que no solo implica
sumisión, sino sumisión devota; y no un simple sentido de obligación, sino u sentimiento de deber.
En un principio esta obediente sumisión es esencialmente religiosa y en su expresión de lealtad
mantiene su carácter religioso y se convierte en una manifestación constante de una religión de
autosacrificio. La lealtad se desarrolla muy pronto en las sociedades militares y encontramos
conmovedores ejemplos de ella en los primeros registros históricos japoneses, pero también
ejemplos trágicos, ejemplos de inmolación. (Hearn, 1904).

Seppuku o Harakiri, la prueba final de devoción y honor.

El seppuku o Harakiri, es el ritual de suicidio japonés por desentrañamiento. El seppuku formaba


parte del bushido, el código ético de los samuráis, y se realizaba de forma voluntaria para morir
con honor en lugar de caer en manos del enemigo y ser torturado, o bien como una forma de pena
capital para aquellos que habían cometido serias ofensas o se habían deshonrado. La ceremonia
del seppuku es parte de un ritual más elaborado que se realiza generalmente delante de
espectadores clavándose un arma corta en el abdomen, tradicionalmente un tanto, y realizando
un corte de izquierda a derecha. (Wikipedia, 7/10/2021. Harakiri,
https://es.wikipedia.org/wiki/Harakiri).

“Simplemente destacaré que el honor y la lealtad exigían que cualquier samurai, hombre o mujer,
debía estar preparado para poner fin a su vida con la espada en cualquier momento. Para un
guerrero, cualquier fisura en la confianza de su señor (voluntaria o involuntaria), el fracaso a la hor
de realizar una misión complicada, un error, una torpeza, o incluso, una mirada de desagrado por
parte de su señor feudal constituían razones suficientes para el harakiri o seppuku, termino este
último de origen chino y preferido por los aristócratas ”. (Hearn, pág. 147,1904).

Kaishakunin, el finiquitador.

El Kaishakunin es la persona encargada de hacer de segundo durante el seppuku. Su deber es la


decapitación del suicida durante su agonía. Para ello, se recurría a grandes maestros en el arte de
la espada. Aparte del propósito de evitar una angustia prolongada hasta la muerte, se evita tanto
al muerto como a quienes lo observan el espectáculo de los retorcimientos y agonía que siguen. El
papel del kaishaku era delicado en extremo. Se debía cortar el cuello del seppukunin (la persona
que estaba practicando el seppuku) dejando una franja de piel por delante, con la intención de
evitar que la cabeza saliera volando y fuera a caer entre el público. Una mala práctica del kaishaku
podía acarrearle un gran deshonor al mismo y terminar siendo víctima del seppuku también. El
nombramiento del kaishaku lo podía realizar el propio seppukunin o una autoridad superior, un
daimyo. Cuando uno era designado por un daimyo para cortar a un reo, debía aceptarlo. Pero en
las ocasiones en que el seppukunin solicitaba, motu proprio, los servicios de un conocido o incluso
un amigo, lo ponía en un gran compromiso. Muchos eran los que se negaban a proporcionar ese
último servicio. Eran momentos para demostrar la lealtad al señor o a un amigo íntimo. El uso de
un kaishakunin se reserva habitualmente para aquel que realiza la limpieza de honor. Así, un señor
de la guerra derrotado en batalla que elige cometer seppuku puede designar un segundo para
morir honorablemente, a diferencia de un samurái sentenciado por un crimen, o por deshonrar a
su clan. (Wikipedia, 7/10/2021. Kaishakunin, https://es.wikipedia.org/wiki/Kaishakunin).

Yuigon, escrito imperecedero.

Previamente a cometer seppuku, se bebía sake y se componía un último poema de despedida casi
siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra.

La práctica de escribir una declaración final, sin premeditación en forma de poema en los últimos
instantes de la vida, surgió en China y se extendió a Japón. Esta práctica se conocía con los
nombres de zeppitsu “última pincelada” o yuigon “declaración que uno deja atrás”, esta última
palabra posee connotaciones budistas.

El yuigon o zeppitsu eran las palabras propias de la persona que iba a quitarse la vida, no citas, y
resumía sus pensamientos y emociones en el momento en el que iba a suicidarse. (Wikipedia,
7/10/2021. Yuigon, https://es.wikipedia.org/wiki/Yuigon).
Junshi, fidelidad y muerte.

Pese a que se implementaron leyes para abolir esta práctica, cuyo fin era seguir a su señor en la
muerte, acompañándolo en el suicido de forma honorable, no terminó cesando que se siguieran
realizando estos actos de suicidio colectivo, pues la práctica del Junshi voluntario “continuó” hasta
el siglo XVI, se terminó convirtiendo en una moda militar. Cuando un Daimio moría, de quince a
veinte vasallos ponían fin a su vida, esto terminó siendo prohibido por Tokugawa Ieyasu. (Hearn,
1904).

“Aunque sea una costumbre inmemorial que un vasallo siga a su señor en la muerte, no existe
ninguna otra razón para su práctica… Estas prácticas se prohibirán por completo en el caso de los
vasallos principales, pero también para los secundarios e incluso los de rango más bajo. Esto es lo
que aguarda el vasallo leal que desoiga esta prohibición: su familia será reducida a la pobreza
mediante la confiscación de todas su propiedades y pertenencias como advertencia a todos
aquellos que desobedezcan las leyes” (Hearn, pág. 149, 1904).

El junshi, solo representa un aspecto de la lealtad japonesa, existían otras costumbres de igual
manera que podían llegar a ser más significativas. Como, por ejemplo, la costumbre del suicidio
militar, no como Junshi sino como castigo punitivo samurai, pues no existía impedimento alguno
de prácticar Harakiri con un fin punitivo. Este último se convirtió en la última salida honorable en
la guerra, pues el ser sometido por el enemigo o capturado implicaba un deshonor enorme, por lo
que resultaba mucho más virtuoso cometer Harakiri a ser deshonrado, capturado y ejectuado por
el enemigo. Todos los samurai estaban, de igual manera, sometidos a la ley, de tal forma que, a los
niños, dentro de una familia samurai, independientemente de su sexo, se les enseñaba a
suicidarse si llegaba la ocasión especifica. (Hearn, 1904).

Jigai, suicidio femenino virtuoso.

Las mujeres no cometían muerte por desentrañamiento, harakiri, sino que practicaban el jigai,
que consistía en seccionarse las arterias del cuello con una daga en un único corte. A diferencia de
los hombres, las doncellas samurai tenían variaciones en las razones de su jigai, como por ejemplo
al convivir en una casa noble y realizarlo por el trato negativo hacia estas mujeres, o ya de plano,
por simple piedad filial, el seguir a su señora en la muerte. El jigai también podía ser practicado a
manera de seguir a su difunto marido en la muerte, pues era común que al enterarse de la trágica
noticia, la viuda empezase a realizar los preparativos para realizar jigai y acompañar a su muerto
esposo. Además, podía ser practicado a manera de protesta, pues la moral les obligaba a realizarlo
cuando no sean atendidas en cuanto a sus consejos o demandas morales ante sus maridos,
normalmente hombres de alto rango. (Hearn, 1904).

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