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El que el hombre tenga “algo que decir” que rebase los límites de lo animal se debe
directamente al trabajo y es un hecho que se despliega –directa o indirectamente, y, en fases
ya tardías, a través, frecuentemente, de muchas mediaciones –en conexión con el desarrollo
del trabajo. La vida humana, su pensamiento, su sentimiento, su práctica y su reflexión, son
inimaginables sin objetivación. Toda concepción del mundo exterior no es más que un reflejo
en la conciencia humana del mundo que existe independientemente de ella. Vemos que el
contenido completo de la obra de arte ha de convertirse en forma para que su verdadero
contenido alcance eficacia artística. La forma no es otra cosa que la suprema abstracción, la
suprema modalidad de la condensación del contenido y de la agudización extrema de sus
determinaciones. Las notas de los grandes artistas del pasado nos brindan al respecto un
material casi inagotable, cuyo estudio ni siquiera se ha emprendido hasta el presente. La
estética burguesa poco podía hacer con dicho material, porque allí donde reconocía la
objetividad de las formas, sólo podía concebirla, con todo, de modo místico, y había de
convertir por consiguiente la objetividad de la forma en una mística estéril de la forma. La
forma se convierte así en un modelo rígido, en un paradigma anquilosado que ha de imitarse
de modo mecánico y sin vida. La división social del trabajo es mucho más antigua que la
sociedad capitalista, pero, debido al dominio cada vez más fuerte de la relación de mercancía,
sus consecuencias adquieren una extensión y una profundidad que se convierte en cualitativa.
El hecho fundamental de la división social de trabajo es la separación de la ciudad y el campo.
Lo peculiar del desarrollo capitalista consiste en que en él también las clases dominantes
están sujetas a la división del trabajo. Felices los tiempos en que el cielo estrellado es el mapa
de todos los caminos posibles, tiempos en que los senderos se iluminan bajo la luz de las
estrellas. Todo en aquellos tiempos es nuevo y, a la vez, familiar; los hombres salen en busca
de aventuras pero nunca se hallan en soledad. Cada acción del alma adquiere sentido y
alcanza realización en esa dualidad: completa en significado -en sentido- y completa para los
sentidos; puesto que el alma descansa en su seno aun cuando se halle en actividad; puesto
que la acción se autonomiza del alma y, al adquirir entidad propia, encuentra su propio centro
y traza un circulo a su alrededor. Por esta razón la filosofía, como forma de vida o como
disciplina que determina la forma y provee el contenido para la creación literaria, constituye
siempre un síntoma de la escisión entre el “adentro” y el “afuera”, un signo de la diferencia
básica entre el ser y el mundo, el alma y la acción. Por eso en los tiempos felices no hay
filosofía, o (para el caso es lo mismo) todos los hombres en esos tiempos son filósofos:
comparten el objetivo utópico de toda filosofía. Puesto que ¿cuál es la función de la verdadera
filosofía sino la de elaborar ese mapa arquetípico? ¿Cuál es el problema de ese lugar
trascendental sino el de determinar como todo impulso que nace de lo más profundo se
corresponde con una forma de la que nada sabe, pero que le ha sido asignada desde la
eternidad y que la cubrirá con simbolismo liberador? Ser y destino, aventura y logros, vida y
esencia son entonces conceptos idénticos. Pues la pregunta que engendra las respuestas
formales de la épica es: ¿cómo puede volverse esencial la vida? Este mundo es la esfera de
la pura realidad anímica en la que el hombre existe como tal, ni como ser social ni como
inferioridad aislada, única, pura y abstracta. Si este mundo llegara a darse en realidad, como
algo natural y pasible de ser experimentado, como la única realidad verdadera, una totalidad
completamente nueva podría construirse de toda su sustancia y relaciones. En ese mundo la
realidad escindida interior-exterior sería un mero telón de fondo; ese mundo superaría nuestro
mundo dual de realidad social como se ha superado el mundo de la naturaleza. Pero el arte
nunca puede ser el agente de esa transformación: la gran épica es una forma que se debe a
su momento histórico, y cualquier intento de describir lo utópico como existente sólo puede
llevar a la destrucción de la forma, no a crear realidad.