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Kant comienza la Fundamentación de la metafísica de las costumbres con esta frase.

“Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda
considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena voluntad.”

Pero, ¿qué significa esto? Pongamos un ejemplo: el dinero. El dinero puede servir
para comprar bienes o realizar un viaje. Pero también puede servir para corromper
a una persona. Por ende, el dinero es bueno, no de modo absoluto, sino sólo de
modo relativo: dependerá de cómo se lo emplee. De manera semejante, la
inteligencia es también buena, porque sirve para comprender más a fondo lo que se
estudia o para desempeñarse mejor en alguna función. Pero si la inteligencia se la
emplea para planear un robo, esa inteligencia no es buena; por tanto, la inteligencia
es buena sólo relativamente.
Kant escribe:
“La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para
alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el querer, es decir, es buena en sí
misma.”

Tres ejemplos nos ayudaran a entender este pasaje. Primero: supóngase que una
persona se está ahogando en un río; trato de salvarla, hago todo lo que me sea
posible para salvarla, pero no lo logro y se ahoga. Segundo: Una persona se está
ahogando en un río, trato de salvarla, y finalmente la salvo. Tercero: Una persona se
está ahogando; yo por casualidad, pescando con una gran red, sin darme cuenta la
saco con algunos peces, y la salvo.
Lo “efectuado o realizado” es el salvamento de la persona que estaba a punto de
ahogarse: en el primer caso no se logra; en los otros dos sí. En cuanto se pregunta
por el valor moral de estos actos, fácilmente coincidirá todo el mundo en que el
tercer acto no lo tiene, a pesar de que allí se ha realizado el salvamento; y carece de
valor moral porque ello ocurrió sin que yo tuviera la intención o voluntad de
realizarlo, sino que fue obra de la casualidad: el acto, entonces, es moralmente
indiferente, ni bueno ni malo. Los otros dos actos, en cambio, son actos de buena
voluntad, es decir, moralmente buenos y -aunque en el primer caso no se haya
realizado lo que se quería, y en el segundo sí- tienen el mismo valor, porque éste es
independiente de lo realizado. Kant dice que la buena voluntad no es buena por lo
que “efectúe o realice”, sino que “es buena en sí misma”.
El deber.
Ahora bien, el deber no es más que la buena voluntad, “si bien bajo ciertas
restricciones y obstáculos subjetivos”, colocada bajo ciertos impedimentos que le
impiden manifestarse por sí sola. Porque el hombre no es un ente meramente
racional, sino también sensible; en el habitan dos mundos: el mundo sensible y el
mundo inteligible. Por ello sus acciones están determinadas, en parte, por la razón;
pero, por otra parte, de lo que Kant llama inclinaciones: el amor, el odio, la simpatía,
el orgullo, la avaricia, el placer, los gustos, etc. De modo que se da en el hombre una
especie de juego y conflicto entre la racionalidad y las inclinaciones, entre la ley
moral, y “la imperfección subjetiva de la voluntad” humana. La buena voluntad se
manifiesta en cierta tensión o lucha contra las inclinaciones, como exigencia que se
opone a éstas. En la medida en que ocurre tal conflicto, la buena voluntad se
llama deber. En cambio, si hubiese una voluntad puramente racional, sobre la cual
no tuviesen influencia ninguna de las inclinaciones, sería, en términos de Kant, una
voluntad santa, es decir, una voluntad perfectamente buena. Y esta voluntad, por
estar libre de toda inclinación, realizaría la ley moral de manera espontanea,
digamos, no constreñida por una obligación. Y por tanto esta voluntad santa, el
“deber” no tendría propiamente sentido: “el ‘debe ser’ no tiene aquí lugar adecuado,
porque el querer ya de suyo coincide necesariamente con la ley”. En el hombre, en
cambio, la ley moral se presenta con carácter de exigencia o mandato.
En función de lo anterior, pueden distinguirse cuatro tipos de actos, según sea el
motivo de los mismos.
a) Acto contrario al deber. Supongamos de nueva cuenta que alguien se está
ahogando, y que dispongo de todos los medios para salvarlo; pero se trata de una
persona a quien debo dinero, y entonces dejo que se ahogue. Está claro que se trata
de un acto moralmente malo, contrario al deber, porque el deber mandaba salvarlo.
El motivo que me ha llevado a obrar de tal manera es evitar pagar lo que debo: he
obrado por inclinación, y mi inclinación es aquí el deseo de no desprenderme del
dinero, mi avaricia.
b) Acto de acuerdo con el deber, por inclinación mediata. Ahora el que se está
ahogando en el río es una persona que me debe dinero, y se que si muere nunca me
podrá pagar, entonces me arrojo al agua y lo salvo. En este caso mi acto coincide con
lo que manda el deber, y por eso decimos que se trata de un acto “de acuerdo” con
el deber. Pero se trata de un acto realizado por inclinación, porque lo que me ha
llevado a obrar de tal manera es mi deseo de recuperar el dinero que se me debe.
esa inclinación es mediata porque no tengo tendencia espontanea a salvar a esa
persona, sino que la salvo sólo porque el acto de salvarla es “un medio” para
recuperar lo que me debe. Por tanto no puede decirse que este acto sea moralmente
malo, pero tampoco que sea bueno; propiamente es neutro desde el punto de vista
ético, es decir, ni bueno ni malo.
c) Acto de acuerdo con el deber, por inclinación inmediata. Supongamos ahora que
el que se está ahogando y trato de salvar es una persona a quien amo. Se trata,
evidentemente, de un acto que coincide con lo que el deber me manda, es un acto
“de acuerdo” con el deber. Pero como lo que me lleva a ejecutarlo es el amor, el acto
está hecho por inclinación, que aquí es una inclinación inmediata, porque es
directamente esa persona como tal (no como medio) lo que deseo salvar. Este es un
acto moralmente neutro también.
d) Acto por deber. Quien ahora se está ahogando es alguien a quien no conozco en
absoluto, ni me debe dinero, ni lo amo, y mi inclinación es la de no molestarme por
un desconocido, o, peor aún, que se tratase de un enemigo. Pero el deber me dice
que debo salvarlo, como a cualquier ser humano, y entonces doblego mi inclinación,
y con repugnancia inclusive, pero por deber, me esfuerzo por salvarlo.
Pues bien, de los cuatro casos examinados el único en que, según Kant, los
encontramos como un acto moralmente bueno, es el último, puesto que es el único
realizado por deber; no por inclinación ninguna, sino sólo porque el deber manda:
Precisamente en ello estriba el valor del carácter moral, del carácter que, sin
comparación, es el supremo: EN HACER EL BIEN, NO POR INCLINACIÓN, SINO POR
DEBER .

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