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DEPARTAMENTO DE QUÍMICA
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C.I: 23.467.087
La ética kantiana parte del “factum de la moralidad”, (hecho moral), la existencia del
deber: tenemos conciencia de someternos a prescripciones morales, nos sentimos
obligados a hacer ciertas cosas y evitar otras. Esta conciencia del deber es
conciencia de una determinación de la voluntad con carácter universalidad y
necesario. Kant quiere entender el factum de la moralidad y sus condiciones de
posibilidad. Divide los principios prácticos en máximas (expresan como nos
comportamos habitualmente dadas tales o cuales circunstancias) y mandatos o
imperativos, que pueden ser hipotéticos o categóricos; los hipotéticos mandan una
acción porque esta es un buen medio para la realización de un fin, y están
determinados por la inclinación. Los categóricos mandan la realización de una
acción porque esa acción es buena en sí misma, y están determinados directamente
por la razón. Los imperativos hipotéticos son imperativos de la habilidad cuando el
fin para el cual se prescribe una acción como buena es un fin meramente posible
(fin no común a todos los hombres). Los imperativos hipotéticos son imperativos de
la prudencia cuando el fin es un fin real (un fin común a todos los hombres, la
felicidad).
El deber para Kant es “la necesidad de una acción por respeto a la ley”. Distingue
entre actos conforme al deber y actos por deber. Solo aquellas acciones realizadas
por deber pueden tener un auténtico valor moral.
Kant nos pone un ejemplo: preservar la vida propia es un deber; pero, además,
todos tenemos una inclinación natural e inmediata a conservarla. Pues bien,
teniendo en cuenta estos dos supuestos: 1- conservar la vida por deber. 2-
conservar la vida por inclinación natural, si alguien preserva su vida simplemente
porque siente una inclinación a hacerlo así, entonces una acción no tendría de
auténtico valor moral. Ello no quiere decir que sea moralmente malo conservar la
vida por inclinación; sin embargo, Kant, únicamente la define como una acción
oportuna y laudable, pero nada más. Para que tal acción tenga valor moral, la acción
tendría que llevarse a cabo a causa de que es un deber propio el preservar la vida,
es decir, tal acción debería realizarse por obligación moral. En cambio, conservar la
propia vida es un deber, y además todos tenemos una inmediata inclinación a
hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los
hombres pone en ello no tiene un valor interno, y la máxima que rige ese cuidado
carece de contenido moral. Conservan su vida en conformidad con el deber, pero
no por deber. En cambio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han
arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con ánimo fuerte y
sintiendo más indignación que apocamiento o desaliento, y aun deseando la muerte,
conserva su vida sin amarla solo por deber y no por inclinación o miedo, entonces
su máxima si tiene un contenido moral.
“Una acción realizada por deber tiene, empero, que excluir por completo el influjo
de la inclinación, y con esta todo objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa
que pueda determinarla voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente,
el respeto puro a esa ley práctica, y, por lo tanto, la máxima de obedecer siempre a
esa ley, aun con perjuicio de todas mis inclinaciones.
Ética de la vida:
1. La crítica a la moral
2. El nihilismo como alternativa
La crítica a la moral:
El mundo no tiene sentido ni hay un ideal al que aspirar. La vida no puede enfocarse
como progreso sino como eterno presente que acontece y se repite. La vida es
dolor, fragilidad, llanto, risa, fortaleza, alegría. El superhombre juega con la vida,
encarna el espíritu de un niño. Jugar es hacer cosas sin buscar un sentido, una
utilidad o un rendimiento. El superhombre inventa nuevos sentidos para las cosas,
decide lo que quiere ser y lo que quiere que el mundo sea. Vive a la intemperie y no
está sujeto a nada. Con Nietzsche la ética se disuelve en la estética. Los conceptos
se convierten en metáforas, y la transgresión es una actitud permanente. Habría
que preguntarse hasta qué punto es aceptable su propuesta. Las críticas pueden
formularse desde distintos puntos de vista. La ética de Nietzsche conduce a la
llamada “posmodernidad” en la que todo vale, ya no existen referentes (opuesto al
universalismo socrático o platónico). Su crítica a la razón y la moralidad es
devastadora y radical pero todavía existen enfoques que reivindican la posibilidad
de reconstruir racionalmente una ética.
Ética pragmática:
La verdad es una relación que puede establecerse entre una idea (opinión, creencia,
afirmación) y su objeto. Una relación, establecida proposicionalmente, entre unas
partes de la experiencia menos fijas, los predicados, y otras partes relativamente
más fijas, los sujetos. Una relación intraexperiencial, por tanto, que combina unos
con otros sectores de la experiencia. De manera que el criterio de adecuación será
siempre el de satisfacción: una idea concuerda con la realidad si, y solo si, es capaz
de llevarnos ante la presencia del precepto de que se trate, a través de una
secuencia especificable de pasos. Tal conducción feliz constituye todo el sentido de
la satisfacción práctica.
En definitiva, adecuarse a la realidad solo puede querer decir ser guiado hasta ella,
de forma que se la maneje mejor que si no estuviéramos conformes con ella. La
copia es entendida aquí tan solo como una modalidad, y no la más importante, de
este activo ser dirigido a la realidad concreta.
Para James, gran parte de los malentendidos a que su pragmatismo dio lugar se
podrían haber evitado o corregido si sus críticos no hubieran incurrido en la
confusión de verdad y realidad. La realidad, con factor de resistencia al que la
verdad tiene necesariamente que adecuarse, está constituida, en primer lugar, por
el flujo de nuestras sensaciones o sus copias (que pueden ser esenciales o
accidentales: las primeras son las que expresan la lógica y la matemática, estando
fundadas en la propias naturaleza de sus términos) en segundo lugar. Y, en tercer
término, por todo el repertorio de verdades previas, que siempre han de ser tenidas
en cuenta por cualquier nueva investigación.
Ética de la existencia:
Por otro lado, esta noción de autodeterminación podría encubrir una doble ilusión:
la referencia a un sujeto y el regreso a la esencia. Cabría preguntarnos desde que
instancia se ejerce la autodeterminación y, en segundo lugar, cuál es su contenido.
Para salvar esta dificultad, Sartre pone el momento de la auto elección en un aun-
no sujeto ausente. Se trataría de una especie de no ser, de no sujeto anterior a toda
presencia, anterior a toda determinación esencial o conceptual. Pero, luego, el
proyecto que es el hombre, de donde viene determinado o elegido. El proyecto que
instituye la mera subjetividad como hombre no es el querer, ni ningún deseo
espontaneo ni ninguna determinación natural impuesta al hombre, ni tampoco el
querer reflexivo que responde a nuestros intereses y fines, sino que se trata de un
no-sujeto anterior a toda determinación, el hombre se halla arrojado al mundo y se
capta a sí mismo “fuera de este cogito cartesiano todos los objetos son solamente
probables”. Pero este cogito, que es la única certeza existente, ajeno a toda
determinación, situado en un lugar previo al orden racional, previo al concepto,
realiza una elección que da sentido a su acción, y cuyo fundamento es una especie
de voluntad: se trata de que “solo hay realidad en la acción… el hombre no es nada
más que su proyecto, no existe más que a medida en que se realiza, no es por lo
tanto más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida.
“El hombre no es otra cosa que lo que él se hace”, de forma que empieza por no
ser nada, no existe naturaleza humana, “el hombre es ante todo un proyecto”.
Pero quien es el que construye esta vida? Una suerte de voluntad, la pasión, el
deseo, que surgen de la elección totalmente responsable de uno mismo: dice Sartre
que puede escribir un libro, casarse, y todo ello no es más que una manifestación
de una elección más original, mas espontanea que lo que llamamos voluntad. Esta
elección profunda, que en rigor no puede ser autodeterminación, acción de un yo,
por ser ella misma constituyente de la identidad, que no puede ser determinación,
concepto o esencia, porque negaría la libertad de la subjetividad, esa elección
profunda, parece hundir sus raíces en lo arbitrario e indeterminado. Los esfuerzos
sartreanos por liberar al hombre de toda esencia, le llevan a pensarlo como un no
ser solo accesible por medio de metáforas. En todo caso, esa elección previa al
deseo y a la voluntad, previa al yo, que instituye el sujeto y funda su acción,
difícilmente puede escapar de la arbitrariedad. Además, esta indeterminación no
tiene por qué negar la posibilidad de toda ontología, sino únicamente de una
ontología propia de una metafísica esencialista.
Se trata de una elección constructiva, que inventa los valores, será una voluntad
legisladora. Todo ello hace que nos encontremos con una verdadera
responsabilidad.
Todo proyecto puede ser comprendido por todo hombre: “en este sentido podemos
decir que hay una universalidad en el hombre, pero no está dada, esta
perpetuamente construida. Construyo lo universal eligiendo, lo construyo al
comprender el proyecto de cualquier otro hombre, sea de la época que sea.
Ética humanista:
Según Fromm el hombre es un organismo viviente y como tal posee todas las
características fisiológicas de los mamíferos superiores, pero se diferencia de estos
en la forma de satisfacción de sus necesidades, que en los animales es inmediata,
de forma fija, inmutable y uniforme.
El afirma que las necesidades fisiológicas forman parte del bagaje humano y, en
alguna medida, tienen cierta semejanza con el instinto animal, pero rechaza la idea
de que los hombres sigan rígidamente las pautas de conducta instintiva en la
satisfacción de estas necesidades.
Fromm considera que las necesidades que más empujan al hombre no son las del
hambre, la sed o el sexo. Los humanos se esfuerzan por el poder y el amor, y luchan
por ideales políticos y religiosos, no viven solo “por el pan”. Las necesidades que el
hombre busca satisfacer con más ahínco son las necesidades sociales,
necesidades específicamente humanas como son:
Ética de la comunicación:
Para Habermas, “el que expresa un punto de vista moral está suponiendo que
expresa algo universalmente valido”. La universalidad se logra en el dialogo, en el
discurso, y está implícita en la comunicación. El que usa el lenguaje, lo hace con
afán de universalidad y eso no puede ignorarse. Querer hablar es aceptar la simetría
y la ausencia de represión. El principio de universalidad sería similar al imperativo
categórico y se formula así: “únicamente pueden aspirar a la validez aquellas
normas que consiguen o pueden conseguir la aprobación de todos los participantes
en cuanto participantes de todo discurso practico”. Toda norma valida habría de
poder encontrar el asentimiento de todos los afectados si estos participasen en un
discurso práctico.
Ética de la liberación:
3.- http://www.boulesis.com/didactica/apuntes/?a=57
7.- http://www.boulesis.com/didactica/apuntes/?a=56
8.-