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Filosofía y Teoría Social
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Dirección de Contenidos: Ivana Basset
Diseño de cubierta: Daniela Ferrán
Imagen de cubierta: Rafael Cañete Mesa
Diagramación de interiores: Guillermo W. Alegre
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Índice
Prólogo 5
Capítulo tercero 9
Separatas 55
Fundamento estructural del modelo estándar y de la materia
elemental (esencia de las cosas materiales) 56
Introducción 56
Discusión 58
Algunas consideraciones: 64
El modelo estándar 68
Resto de partículas: generalización 71
Relatividad 77
Conclusión 79
Anexo 80
La cosa per se 86
Sobre el espacio y el tiempo 86
Sobre la adimensionalidad y la multidimensionalidad
de las cosas 99
Acerca del autor 112
Editorial LibrosEnRed 113
Prólogo
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vez que se encuentra con alguna cuestión que precisa de un análisis más
detallado para ser algo más que «un cuento».
En este sentido, la obra está dirigida a quienes necesitan la realidad (y la
irrealidad) estructurada o, dicho de otra manera, a quienes sólo entienden
(y, por otra parte, a los que por lo menos entienden) los mecanismos dis-
cursivos del conocimiento, si bien es cierto que las cuestiones principales
son abordadas en el desarrollo general de una forma algo más liviana y
menos rigurosa. La lectura detallada puede restringirse, si se quiere, a la
del capítulo 3-I y sus anexos por ser aquí donde se trata el problema plan-
teado, mientras que la otra se extiende al cuerpo principal de la obra, que
pretende una comprensión suficiente de la problemática anterior para el
tratamiento de otra problemática más general que es la problemática de
la vida, es decir, que una vez superado el problema del conocimiento (y
precisamente por haberlo superado) se aborda finalmente la problemática
existencial desde una perspectiva que se ha ido esbozando a lo largo de
toda ella.
Estas separatas abordan cuestiones que precisan de la sutiliza del lengua-
je, que en lo que nos ocupa viene arrastrada por la de los conceptos, que
en ocasiones necesitan de un discurso específico y preciso que he tratado
de endulzar y colorear, y de hacerlo comprensible paso a paso (que es lo
que se le pediría a todo discurso) mediante el uso de matices pertinentes
y aclaraciones o referencias on line, esto es, sobre la propia línea princi-
pal, para que el lector sepa a qué me estoy refiriendo en todo momento
(a riesgo de hacerlo poco fluido) sin tener que imaginar (como ocurre en
otros textos) y decidir con ambigua determinación que lo hace a alguna de
las frases precedentes, sobre todo cuando éstas implican alguna variedad
de silogismo o de razonamiento lógico. Las mismas tratan de justificar, allí
donde son llamadas, los argumentos expuestos en el cuerpo principal para
que éstos puedan ser tomados como puntos de apoyo innegables, entre
los que se encuentra aquellos argumentos que corrigen puntos de vista
que por su asentamiento, pareciendo ciertos, desvirtúan un escenario real y
necesario. Lo del establecimiento de estos puntos de apoyo como se puede
comprender no es cuestión sin importancia y no en vano, por no tenerlos,
la filosofía, —como refiere Ortega— parece haber estado —sin posibilidad
de establecer un punto de ruptura o establecimiento mínimo— hablando
siempre de lo mismo y siempre (todo se presta a segundas y terceras lectu-
ras tanto en la forma como en el fondo) sin esa determinación.
La Filosofía no tiene esos puntos de apoyo porque ha llegado a la conclu-
sión de que su problema es anterior a cualquier problema y que, por tanto,
tiene y debe prescindir de las ciencias naturales para su solución, pero si
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Capítulo tercero
I.
Todo estaba igual. Su pasillo primero, su pasillo postrero, los estantes tizna-
dos, los libros avejentados, los ventanales, la luz penumbrosa, las mesas y
los bancos. Resultaba curioso; tanto tiempo para acabar igual. ¿Igual? Sí, el
escenario era el mismo, pero ellos eran otros. Era otro estado. Se sentaron
en las posiciones que habitualmente tomaban. Se miraron. No compren-
dían. Cada uno cruzó sus brazos a lo ancho de la mesa buscándose las ma-
nos. Era reconfortante. Era como estar en casa. ¿Por qué estaban allí? No
habían tenido mucho tiempo para ellos desde que partieron. Muchas veces,
antaño, utilizaron la Biblioteca como lugar de recreo, de confidencias, de
refugio. Ahora, en esa espera sin fin, encontraron el silencio para darse
ternura con los ojos, en silencio, para expresarse el amor, la complicidad
de historias pasadas, en silencio. ¿Cuánto no se podrían querer ya si cada
segundo de la vida era canjeable por una existencia entera? Cada segun-
do había tenido las pasiones, los sinsabores, la amargura, el amor de una
existencia, y ahora, mirándose, se volcaban todos ellos en la mirada de un
segundo. Cuando salieron del momento que se habían regalado, repararon
en que no estaban solos. ¿Quién era?
—¡Es Autor! —exclamaron los dos—. Es el autor —dijo Canto cayendo en
la cuenta de que aquel antropónimo era de uso restringido—. Como tú lo
eres de un libro...
Canto, confusamente, se había visto obligado a explicarse y a tomar otro
apelativo como solución más razonable. Su amigo de la Biblioteca estaba
allí, de pie, esperando pacientemente en el extremo libre de la mesa. En
cierto sentido, pasado el primer desconcierto, asumieron esta situación co-
mo natural: si allí estaba la biblioteca al completo por qué no iba a estar el
personaje, casi ocasional compañero de viaje, que al parecer tan a menudo
la visitaba.
—¿Estáis extrañados, verdad? Ya me imagino. Lleváis mucho camino an-
dado y, sin embargo, parece que no habéis hecho nada más que empezar.
Aprendisteis la carga y la importancia del mundo de la opinión, primero a
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—¿Podemos saber de qué está hecho todo? Y en ese caso, ¿será argumento
suficiente para volver la mirada al problema metafísico con garantías? Ya
hemos estudiado los átomos, los quarks —dijo Canto calibrando la altura
de su conocimiento—; se presentan como el súmmum de la simplicidad y,
sin embargo, no parece que hayan dado otra profundidad al pensamiento
ni más alcance.
—Lo diminuto no puede ser lo pequeño partido por dos —sentenció, resol-
viendo la cuestión—. Nosotros, teniendo esto en cuenta, si queréis, pode-
mos intentarlo.
—Intentémoslo —le pidió Beldad.
El autor asintió con una sonrisa generosa. Tras el gesto se rodeo de silencio.
El silencio así borraría la huella de las palabras, como un sueño reparador,
recobrando la frescura. Había que aprender y había que olvidar, todo el
camino había consistido en esto: en empezar de nuevo con lo sabido; pero
empezar de nuevo. Llegado el momento reinició su discurso, en efecto, con
un empuje nuevo, con un nuevo tono.
—Existen argumentos fenomenológicos que inducen a pensar que el campo
eléctrico es consecuencia de la carga y el gravitatorio de la masa —comenzó
a exponer el autor como preliminar—. En realidad, con esta afirmación es-
tamos diciendo que masa y campo gravitatorio están relacionados y como
lo tangible es la masa pensamos que ésta es causa y lo otro consecuencia,
pero ninguna relación física nos muestra de forma evidente esta cuestión y
nos demuestra, por tanto, que no pueda ser inversa.
—Tampoco de ninguna de ellas de deduce la masa de forma natural —re-
plicó Beldad.
—Ya veremos —dijo el autor, dándose un plazo—. La realidad, en cualquier
caso, es superior a lo que circunstancialmente podamos decir de ella. Puede
ser que no podamos demostrar la verdad pero lo que es seguro es que ésta
existe y que podemos imaginarla. Podemos imaginar una serie de cuerdas
paralelas cogidas en los extremos, como las de un arpa. Asociemos la idea
de tensión de la cuerda a la de campo gravitatorio y la idea de nudo a la
de masa. Las cuerdas tienen su propia tensión, por estar cogidas en los ex-
tremos, pero no tienen nada en lo que se tropiecen los dedos al pasarlos
de un extremo al otro. Si ahora anudamos todas las cuerdas por el centro
con otra cuerda, como haciéndole una estrecha cintura, veremos que ha
alcanzado masa, es decir, ya nos encontramos el nudo, algo en lo que tro-
pezarnos al pasar los dedos. Podremos pensar que como consecuencia del
nudo se ha alcanzado un campo gravitatorio —la tensión suma de todas las
tensiones—, pero esto último es incierto pues esa tensión-campo ya existía
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en cada una de las cuerdas y, en realidad, ha sido como suma de todas ellas,
y del anudamiento final, que se ha originado el nudo-masa.
Beldad y Canto se quedaron con la mirada extraviada pensando en el ejem-
plo. Se les vino a la cabeza aquello que el Señor de los Espacios le dijo acer-
ca de «la cosa envuelta».
—¿Contentos? —les dijo el autor.
Canto sabía que la pregunta venía referida a la calidad de la explicación da-
da. El ejemplo había sido muy didáctico, pero los ejemplos eran ejemplos.
Los ejemplos son posibilidades o explicaciones plausibles, pero él no quería
ni eso ni más mentiras enmascaradas, él quería definiciones exactas. Canto
siguió con la mirada perdida y más que perdida esquiva pues no podría
mantenerla firme con ninguna de las contestaciones. El autor entendió sus
sentimientos.
—Existen otros argumentos teóricos más poderosos que explican el ser de
las cosas. Sobre esta materia se pueden decir, y se han dicho, cientos de
miles de palabras y no aportar ni una sola verdad porque cada vez que se
aborda la parte fundamental de lo que se ocupa, se repliegan las palabras
y balbucean las bocas, y las frases se llenan de esoterismo, de nostalgia y
de esperanza. La cuestión es —les dijo mirándoles a los ojos— si queremos
seguir siendo filósofos con conceptos pero sin una posible representación
de sus objetos o queremos, por el contrario, abordar definitivamente los
temas por muy áridos y dificultosos que se nos presenten en primera ins-
tancia. Ésa es la cuestión —repitió—. Si verdaderamente queremos llegar a
la verdad de las cosas no nos queda otra opción que la alcanzar un lenguaje
necesario.
Canto lo miró, asintiendo con la mirada, contento de ser entendido. El au-
tor se puso en pie, y ellos con él, y salieron de la biblioteca por una puerta
existente en el lado opuesto. Volvieron a disfrutar de la naturaleza en
todo su esplendor, en todo su misterio, como una representación capri-
chosa y particular del mismo. La naturaleza era un ejemplo del problema,
tal vez un ejemplo de la solución. A los pocos pasos el autor se sentó en
una piedra, y Beldad y Canto en otras contiguas que rodeaban otra plana
de pizarra negra sobre la que desarrolló aquel supuesto desde unos pre-
supuestos físicos2.
—Como dije, la ciencia es convergente, sigue una línea y si se tropieza, y no
tiene más evidencias, se detiene. Nosotros no tuvimos esas evidencias pero
no nos detuvimos. Nosotros ahora sí tenemos esas evidencias; una eviden-
2 A partir de aquí se puede ir a «La esencia de las cosas materiales», y luego volver a
lectura o seguir tal cual obviando esta nota.
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*El final de este proceso se alcanza cuando partiendo del reposo en el siste-
ma de referencia propio se adquiere una velocidad cercana a la de la luz, y
con ella un nuevo reposo por síntesis o masificación de toda la carga ener-
gética. De la contemplación del proceso del primer intervalo (la formación
del paquete a partir de la onda), que es el único que se nos presenta neta-
mente ondulatorio (no existe una masa conocida hasta el final del mismo),
y su comparación con cualquiera de los otros, advertimos los ingredientes
de la materialidad.
*El factor diferencial del proceso que sustenta la última afirmación —dijo
ya a modo de coletilla— se deduce de la génesis del mismo que implica un
diferente estado de materialidad, pero a su vez este diferente estado de
materialidad implica una diferenciación del proceso derivado de los (dife-
rentes) límites (de integración) del mismo. En efecto, el estado anterior es
de inmaterialidad e inespacialidad, caso de que el intervalo sea cerrado pa-
ra –C, esto es [-C, 0[, o contrario a esto si se llega a una efectiva generación
cero y por tanto a un corpúsculo material original (de una diminuta pero
significativa masa mi), caso de intervalo abierto, ]-C, 0[, que respondería a
una espacio-temporalidad (e/t). Dado que en nuestro intervalo e/t existe
la partícula libre, en todo él, y no existe para v<0, se deduce que no existe
para todo el intervalo anterior a v=0, esto es, en todo el intervalo de la
generación cero, o que la e/t de dicho intervalo no se corresponde con la
nuestra (que para los efectos es lo mismo), y con esto que el intervalo de
integración para el primer ciclo o proceso es el primero propuesto, y [-C, C[
para el conjunto de los mismos.
—Pero eso —le interpeló Beldad—, es una conversión simple de masa en
energía establecida por la fórmula E=mC2 y puesta de manifiesto en los
procesos nucleares.
—Sí y no. Estamos afirmando que el estado previo a un cuerpo material es
un cuerpo inmaterial, esto es, que la consecuencia de quitar energía a un
cuerpo elemental (considerando como tal sólo a la primera generación)
en reposo absoluto, es la aniquilación. No digamos inmaterial, digamos
material de otra especie; «amaterial». Y esto se da porque «el reposo
absoluto o la ausencia de energía derivada del movimiento, por parte de
un cuerpo material, se corresponde con resultado final de un proceso que
parte de un cuerpo amaterial como estado previo». Recordad que ése era
el segundo término esencial en el balance de energético. Esto, enuncia-
do técnicamente, es lo que ocurre cuando una partícula se desintegra; la
luminificación de su masa: energía pura. Para quitarle energía a un ob-
jeto en absoluto reposo tenemos que quitar la cuerda que lo anudaba,
¿os acordáis? Hasta lo presente, el carácter inmaterial de la materia sólo
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—Como tal queda explicado que se produce en el intervalo [–C, 0[, pero,
dado que dicho intervalo es inespacial, la cuestión no está resuelta. Esto
nos lleva a establecer que como consecuencia de un fenómeno se produce
una situación física y que en esta situación podemos explicar el fenómeno,
pero que ese mismo fenómeno, que como tal existe, tiene una explicación
física diferente en el entorno físico previo. Y, naturalmente —dijo por fin—,
antes de esto, a caracterizar ese espacio físico previo.
—Nosotros podemos hablar de las moléculas de agua antes y después de
congelarse porque podemos vivir las dos realidades y las podemos vivir a la
vez, pero no podemos hacer lo mismo con la existencia-no existencia de es-
pacio —se explicó Beldad, tratando de comprender lo que allí se hablaba.
—Este fenómeno hace, en efecto, que la realidad que percibo sea diferente
tras él y que, en principio, sólo hable de esa realidad.
—¿En principio? Entonces, ¿podemos saber algo de la situación anterior a la
creación de ese espacio? —preguntó Beldad, verdaderamente interesada.
—En realidad sí. Una consecuencia de la relatividad es la dilatación de tiem-
pos y la contracción de longitudes. Esto se manifiesta de forma más notoria
para velocidades cercanas a la de la luz y, naturalmente, la física se plantea
qué ocurre, en este caso, con los objetos. La física se plantea cómo viven
los sucesos (que nosotros vivimos) estos objetos que se aproximan a un va-
lor de esta velocidad —digamos del 99% de ella—. Y esto lo hace porque
está amparada por la posibilidad teórica y real, y no lo hace por la razón
contraria para objetos de nuestro sistema que alcancen la propia velocidad
de la luz pues se haría necesaria —lo da la teoría— una energía infinita
para que este caso se pudiera dar; y, por tanto, no se puede dar. Nosotros
sabemos que para un muón, por ejemplo y sin ánimo de ser rigurosos con
las cantidades, a una velocidad equivalente al 99,5% la velocidad C de la
luz, 20 de nuestros segundos serían 2 segundos en su tiempo —tiempo
llamado propio—. Esto se llama dilatación del tiempo porque, dicho en
Román paladín, cada uno de esos 2 segundos es tan grande como 10 de los
nuestros, fenómeno que viene asociado a un acortamiento proporcional en
la distancia, denominado contracción de longitudes, y a un valor particular
de ésta —longitud propia—.
El autor realizó unos pequeños cálculos y continuó, enlazando nuevamente
con su tesis principal.
—A la velocidad 939,975%, 20 de nuestros segundos serían 1, a la veloci-
dad de 99,99995%, 20 segundos serían 0,001 y así sucesivamente. Para el
límite teórico de la velocidad C de la luz estos 20 segundos representarían
0 segundos, pero igualmente, como consecuencia de la indeterminación
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—En efecto. Podemos notar que la filosofía, toda, gira sobre estos tres ejes:
mundo, yo y la cosa pensada, y sobre el carácter real, irreal o ideado de
los mismos; caracterizando los diferente modelos filosóficos. Uno de ellos
fue el de Husserl. Husserl atajó el problema del conocimiento trascendente
restringiendo nuestro conocimiento de las cosas a lo inmanente, esto es, a
lo que nos es propio, y lo que nos es propio no sólo somos nosotros sino
nuestra vivencia de las cosas, lo que nos ocurre. En resumen, lo que hizo fue
extender el yo a esa parte de la impresión que pertenece al yo, como con-
secuencia de que si bien es cierto que no puedo asegurar que, por ejemplo,
esté esta roca, sí que lo es mi ver la roca; quedándonos en la esfera del
fenómeno. Sobre estos objetos establece una reducción fenomenológica
(fenomenología) y llega a los objetos ideales. Los objetos ideales de Husserl
son una extensión de los objetos matemáticos o, en sentido inverso, los
matemáticos una concreción —o caso particular— de los objetos ideales
(con tan sólo un giro —idea objeto/objeto idea—, obtenemos una mejor
concreción y, además aprensible, de lo que sin duda Platón hubiese queri-
do definir); en consecuencia las consideraciones hechas para aquéllos son
válidas para éstos, es decir, que se rigen por los mismos principios de atem-
poralidad, coexistencia y ubicuidad y, en definitiva, por una imposibilidad
de concretarse dimensionalmente. La fenomenología podemos interpre-
tarla como la aplicación de la dialéctica (toda filosofía lo es) al empirismo
de Hume, esto es, el intento de superar el argumentario empirista por el
cual lo verdaderamente insoslayable son la impresiones, quedando la ideas
como resultado de aquéllas y el yo como suma psicológica de éstas. Supe-
rarlo supone aceptar, incluir y reconocer esa parte del mundo presente,
idealizándolo mediante la supresión de los elementos espacio-temporales
(reducción fenomenológica) que no sólo eliminan ese carácter de la percep-
ción como tal sino a lo percibido y al perceptor; liberando al mismo de los
aspectos psicológicos. La fenomenología no es un tratamiento total porque
restringe la impresión a lo que me importa, esto es, a lo que yo soy capaz
de percibir de ella, integrando en mí —y eso es vivencia— aquello que ocu-
rre en el mundo (en el supuesto mundo) que además me ocurre a mí, pero
no dice nada de lo no percibido, de lo que no me repercute, es decir, que
sigue habiendo una parte del mundo de la que no puedo dar cuenta. Por
otro lado, de la que puedo dar cuenta, una vez, sustraída al mundo y redu-
cida fenomenológicamente tampoco puedo decir que pertenezca a él (de
hecho no sabe situar los objetos ideales). Este modelo no sólo no supera el
problema idealista sino que se convierte en un eslabón más de esta proble-
mática. Nosotros nos serviremos de unas acotaciones precisas efectuadas
por Kant para abordarla:
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miro a una distancia suficiente, desde un afuera, la veo como una roca, y
si la veo desde un punto interior, la veo como moléculas y átomos o como
cualesquiera otros tipos de objetos distantes o diferenciados. De este aná-
lisis sí puedo concluir, en primera instancia, que, tanto si el objeto es real
como si lo estoy pensando o es producto de mi imaginación, ese objeto
deja de representárseme como un objeto y se presenta como una configu-
ración idéntica (cada vez más idéntica hasta llegar a un único constituyente
—átomo, quark, onda— cada vez más elemental) para todos los objetos,
con lo que las cosas —concluyo— son una única cosa (un elemento único,
dicho de forma genérica) o yo imagino que están hecha de una única cosa.
Es decir, que cuando menos mi pensamiento es capaz de advertir que si lo
que veo es realidad por lo menos es una realidad que está hecha de una
única cosa y que a partir de esa única cosa soy capaz de construir las otras o
las ideas que representan las otras. Dicho de otra forma, puesto que tengo
que ver la constitución de la realidad, y ésta es básicamente materia, tendré
que ver la constitución de la misma en su forma real más elemental o en
la más elemental que sea capaz de pensar: si una parte de algo se me pre-
senta como real, tendré que todo lo que construya con ese algo será real.
Pero la cuestión no es si lo que vemos, nuestro mundo, es una construcción
de la mente puesto que, aun considerando presupuestos materialistas (en
virtud de la diferentes concepciones posibles de la realidad que acabamos
de explicar), está claro que es así, la cuestión es, por tanto, si esa realidad
está construida originariamente con elementos de la propia mente u otros
ajenos a ella. Para ello, tendremos que saber con qué parámetros de la
realidad vemos la parte más minúscula de materia que seamos capaces de
advertir, en este caso, de la onda constituyente de todo el universo o, yen-
do aún más lejos en nuestro intento de universalizar nuestra mirada, no
diríamos ni siquiera, como percepción distinta, cómo lo vería otro ser vivo
sino cómo lo vería otro objeto. En este caso, tendríamos que preguntarnos
por cómo o con qué parámetros de la realidad ve una de estas ondas a las
otras. Con las respuestas nos damos cuenta de que en realidad el mecanis-
mo de «visualización» de unas ondas o elementos básicos constituyentes
a otras es el mismo que utiliza los objetos grandes o cosas propiamente
dichas respecto al resto de las cosas, esto es, mediante las leyes de la física
que los relaciona. Es decir, que más allá de la percepción está la interacción
como fundamento de la realidad.
—Entonces está claro, ¿no? —preguntó Beldad, creyendo concluida la
cuestión.
—Si bien es cierto que este argumento no es desechable y, como ya vere-
mos, en algún punto necesario, no es suficiente porque toda la percepción,
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esto es, la existencia de intervalos cíclicos para las velocidades y, por tanto,
la coincidencia del límite superior de uno (C) con el inferior del siguiente
(el reposo). Existe, por tanto, un sistema para el cual cualquier tiempo es
un tiempo nulo y cualesquiera dos acontecimientos son simultáneos. En un
análisis más profundo podemos descubrir que, tal como apuntabas tú, y yo
entonces quise velar —dijo dirigiéndose a Canto—, en él las cosas ni siquie-
ra se puede decir que estén porque en sentido estricto —tal como indica-
mos respecto de la adimensionalidad— no tienen un espacio donde estar
sino que son. Y puesto que son, son, y ya, una vez siendo, cuando las vea
cada uno de los sistemas relativos es otra historia. Si a esta idea de infinitud
espacial, que hemos asemejado a un cosmos, le acompañamos de la idea
de perpetuidad de todos los estados alcanzados o por alcanzar, es decir, la
concreción de todos los cosmos existentes, tendremos la idea de eternidad
que va más allá de la de intemporalidad.
El autor efectuó una larga pausa. Beldad y Canto no sabían si su intención
era que aquella sesión se diluyera en el olvido, pero al cabo continuó.
—Fijaos que precisamente partimos de un sistema absoluto y sobre él se in-
cluyen unos conceptos de relatividad (la relatividad de cuándo suceden las
cosas y la relatividad de dónde suceden las cosas). ¿Dónde está el futuro?,
¿dónde está el pasado? Ambos conceptos, obviamente, sólo tienen sentido
en esos sistemas relativos. Sólo en los sistemas relativos tiene sentido hablar
de tránsito de estados, entre un pasado y un futuro, al que nos referimos
como fenómeno o suceso causal. Ya dije que no existe el tiempo, existe el
tránsito entre estados de forma ordenada que, por un lado, nos da una
idea de realidad, pues este tránsito es irrevocable y, por otro —como co-
menté—, de envejecimiento, y con él de la línea del tiempo. Y sólo en esos
sistemas tiene sentido hablar de hechos que condicionan, de circunstancias,
pues en el sistema de lo absoluto sólo existe coexistencia de estados y, por
tanto, conocimiento.
—Si en el sistema de lo absoluto tenemos simplemente una coexistencia de
estados, ¿cómo se organizan éstos en el sistema de lo relativo? —preguntó
Beldad.
—Anteriormente Canto preguntó cómo se podían superponer los estados
que tan claramente veían diferenciados y ahora tú en realidad preguntas
por cómo se pueden diferenciar en el sistema de lo relativo los estados su-
perpuestos de lo absoluto. Muy bien. Tal como dije, tanto por lo referido
a la ordenación temporal ineludible (contigüidad determinada) como por
la forma particular del antes y el después de la interacción, el Principio de
causalidad se constituye como la condición de la validez empírica de las
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—¿Estás diciendo que conciencia y materia son una misma cosa, es decir,
que el argumento materialista es más fuerte que el espiritualista? —le pre-
guntó Beldad.
—No estamos diciendo y no podemos decir, en principio, que la materia y
la conciencia sean una misma cosa, porque mientras que el vínculo entre
materia y onda está claramente establecido, entre materia-onda y onda-
conciencia estaría postulado por la propia tesis. Estamos afirmando que
incluso con un argumento materialista de la conciencia ésta es preexisten-
te. Con las tesis espiritualistas ya vimos que necesariamente lo es. Dicho
de otro modo, si ya no podemos hacer por la Teoría del elemento único la
distinción entre materia y onda, y afirmamos que todo es onda, debemos
afirmar que la conciencia debía estar ya en el caldo cósmico tanto si era una
de esas ondas (por ser algo enteramente igual) como si no lo fuera (por ser
algo enteramente diferente).
—Pero puesto que todo está en el caldo original…
—El caldo original no nos procura un argumento suficiente. Para superar
las limitaciones de la tesis materialista es necesario recurrir al sistema pri-
migenio, como necesario era hacerlo para diferenciar o superar la multidi-
mensionalidad mediante la adimensionalidad del mismo. Es decir, que en la
adimensionalidad y en la inmaterialidad del sistema primigenio debe estar
todo a lo que ésta dé lugar; pero vamos paso a paso —dijo parando con las
manos la urgencia de los resultados obtenidos y sus consecuencias.
En cada intervención ascendían el nivel ontológico aportando conclusiones
derivadas de las anteriores ya admitidas. En este caso habían llegado a la
conclusión de que la conciencia tiene que ser un elemento preexistente
apoyados en la unicidad del elemento constituyente y de forma recurrente,
aunque innecesaria, en la existencia de ese sistema primigenio, y más...
—En efecto —continuó—, las tesis espiritualistas y materialistas son válidas
y admisibles si no consideramos el sistema sin transformar y tomamos, por
el contrario, el sistema dimensionado espacio-temporalmente; aunque sea
en su inicio. Pero considerado el sistema sin transformar —un punto adi-
mensional—, por su propia definición y esencia, no admite dualidad por-
que todo parte de un único estado superpuesto y, por tanto, aquello que
derive de él, aunque aparezca con esa doble forma, obedece a un mismo
Principio que, como dijimos, es la razón última para la comunicación de
las dos substancias; dicho de otra manera, las dos substancias, materia y
conciencia, entran en comunicación porque son una misma cosa: la onda
amaterial en el límite inferior de su intervalo; que valida, respecto de las
tesis materialistas, la unicidad de la esencia aunque no la esencia de la mis-
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su propia idea sobre el resto de las cosas que piensan, y como primer par-
ticular que piensan sobre esas cosas que piensan es que son, propiamente
dichas, cosas. Y, ya que se presentan como cosas, podemos decir, además,
que se presentan ignorantes, ajenas, aisladas, del resto de las realidades del
universo, y es este particular, esto es, la existencia de cosas pensantes que
no pueden entrar en comunicación (siendo de una misma naturaleza, una
única substancia), la que da una situación local, una perspectiva, y la que
nos permite advertir la existencia de algún otro tipo de naturaleza o de ma-
nifestación diferente que lo impide (la res extensa). Según lo dicho, la ma-
teria y el pensamiento, que representan dos de esos rangos de conciencia,
son dos grados de densificación del mismo principio, íntimamente ligados,
por lo que la comunicación de las dos substancias, yo pensante y mundo
no tiene mucho objeto o, dicho de otra forma, no comporta problemática
alguna al ser una misma cosa. Res extensa y res cogitan quedan en la misma
situación en el contexto de esta realidad puesto que están sumidas en una
espacio-temporalidad intrínseca que no gobiernan. Siendo más exacto, la
res cogitan está sumida en la materialidad y en la espacio-temporalidad a
través de la res extensa. Desde la perspectiva y el conocimiento que nos
da la existencia de una realidad física y desde el convencimiento de que
las ciencias naturales pueden alcanzar conocimiento de la realidad —por-
que cree en ella— llegamos a un sistema físico de otra especie (sistema sin
transformar que da lugar a un sistema transformado) y a la idea de Dios.
Ya los vedas sabían la verdad, porque la verdad se la dijeron otros —dijo
por fin—. Ellos formularon su doctrina a partir de una entidad abstracta,
desconocida y absoluta, lo Uno, de la que surgió toda la multiplicidad y la
variedad empírica; inexistente antes.
Diciendo esto, recitó parte del himno que reflejaba este saber:
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El elemento único
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Indicando que existe una finalidad pues lo que es, es porque no puede ser
de otra manera (la conciencia no puede dejar de ser conciencia) pero lo que
no es cumple una finalidad no siendo, naturalmente la finalidad es para
con lo que es, es decir, para juntarse a lo que es y dar lugar a la multiplici-
dad. La forma de diferenciarse, ya lo comentamos, parece —según todos
los indicios— estar sustentada en la diferente materialidad de El verbo.
Nuestros cosmos, como dije, es la materialización del pensamiento de Dios
fundamentado en el estiramiento espacio-temporal que se produce como
consecuencia de dejar de ser luz (estamos siempre por debajo de la luz) y
ser algo más —más rudo— que pensamiento. Esto que yo analizo en su es-
tado inicial y final, tradicionalmente —es ese saber ancestral también nos
apoyamos— está constituidos en grados. Así en el 1.12 de El Poimandres se
dice:
Escucha entonces, hijo mío, lo que es de Dios y del Todo. Dios, la Eternidad,
el cosmos, el tiempo, el devenir.
Dios hace la Eternidad, la Eternidad hace el cosmos, el cosmos hace el tiem-
po, el tiempo hace el devenir. La esencia, por decirlo así, de Dios, es el
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una sustancia que exista por sí y que, por tanto, no deba su ser a la nada.
Para el budismo no existe el yo, y todo está constituido por los Dharmas
que son insubstanciales. Este pluralismo no deja lugar a una unidad inicial.
Para este sistema el mundo no es creado, por lo que esa multiplicidad existe
eternamente. El hinduismo postula la existencia de dos sustancias una ma-
terial y otra espiritual. De la materia no manifestada surge por un proceso
de evolución la realidad material, es decir, la materia manifestada o perci-
bida. No concibe un proceso creador en el universo ni un Dios que lo rea-
lice. La parte espiritual tiene una naturaleza eternamente inalterable y es
consciente. Ésta naturaleza consciente es capaz, por contacto, de proveer
de ese carácter a la materia no consciente. Hay tantas descripciones como
realidades posibles podamos imaginar, en cambio, cuando sabemos de una
única realidad sólo un gusto por asemejarla a esto o a lo otro podrá incli-
narnos en un sentido o en otro pero con la seguridad de estar haciéndolo
sobre un objeto que no se presta a la ambigüedad. Esto quiere decir que
sabiendo que hablamos de una forma de conciencia única y otras formas
de conciencia que no pueden disponer de todos sus atributos y sometidas
al mundo en esa realidad que llamamos la vida, todo lo demás es cosa
de poca monta, es poesía... Para el sistema sin transformar el universo no
existe nada más que como un espacio adimensional, como un pensamien-
to, y los hechos como situaciones eternamente contempladas. Ese sistema
de la luz, fracciona su capacidad de percepción en billones de billones y
las aísla unas de otras y las hace ignorantes de los estados, y hace que ese
universo pueda ser un universo disperso porque a cada una de sus partes
las hace estancas, distantes e individuales. ¿Cómo podría acercaros a esta
idea? —se preguntó, buscando solución—. Pensad por un momento en un
campo, una colina, y en un árbol en la colina. Todo eso y vosotros en cual-
quier punto del trayecto que va desde una situación inicial hasta el árbol
podéis tenerla en vuestra mente, sentirla como posible. Hacedlo. Veis que
podéis sentiros a una distancia cualquiera del árbol y bajo el árbol a la par,
como una sensación. Sentid la perspectiva, dad un paso, ved el árbol a un
paso menos de distancia. Hacedlo. Veis que podéis sentir esto sintiendo a
alguien más a vuestro alrededor o sintiéndoos solos. Hacedlo. Sentid la so-
ledad, sentid ahora el murmullo de las gentes, hacedlo bajo el árbol, hace-
dlo en la distancia. Sed ahora el árbol y sentid lo mismo siendo vosotros el
árbol, sentid a alguien en la distancia y luego a alguien bajo vuestro techo,
y luego las dos cosas a la par. Oíd una voz, que no es vuestra, giraos. Pen-
sad que el dueño de esa voz está jugando a lo mismo y ejecuta sus propias
acciones. Os da el sol en la cara, volved nuevamente la mirada al árbol, dad
tres nuevos pasos ¿Una carrera? Corred y sentid la proximidad creciente.
El árbol parece más grande por la cercanía. Palmead las manos. Suenan,
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duelen. Sentidlo sintiendo frío, sintiendo calor, miedo, alegría, amor. Sen-
tir todo eso y sentirlo multiplicado por mil, por un millón, y en ese millón
cada una de las sensaciones de vuestra vida, no es otra cosa que un pensa-
miento, que una inspiración, separadas, juntas. Ésa es la sensación cuando
estando bajo la lluvia fina queremos sentir cada una de las gotas y por ello
ponemos nuestro cuerpo con la sensibilidad al borde del paroxismo. Pode-
mos situarnos en un sistema que lo contempla todo y siente a todo, árbol
y sujeto, por igual, luego en otro que vive cada situación de forma diferen-
ciada, de forma individualizada, como una parte inmersa en un universo
empírico: desde una perspectiva. Las respuestas son correctas o no lo son
según en el espacio en el que nos situemos. ¿Es real? Nuestro mundo para
nuestro mundo sí, pero ese mundo es sólo un mundo pensado para algún
otro. Lo importante de que una cosa esté está en que, por estar, está en
algún sitio. ¿Os suena esto? Antes de estar podría existir pero al no ocupar
espacio alguno no tenía necesidad de un espacio donde ubicar el suyo. Esta
cuestión es la que nos hace tangibles y diferenciados. Ésta y el resto de las
leyes de la física que hace que se relacionen causa con efecto siempre de
idéntica manera. No digamos ahora un árbol —dijo volviendo al escenario
planteado—, digamos una estrella. No digamos cien metros, digamos diez
mil millones de años luz de distancia. ¿No cabe en vuestra cabeza esa idea?
¿No cabe la idea de lo inalcanzable? Para algún sistema si cabe esa idea y
nuestro cosmos es su expresión perfecta. ¿Somos elementos individuales?
Para nosotros mismos, en virtud del carácter espacio-temporal al que nos
vemos sometidos, sí, pero hay un sistema en el que somos elementos indis-
tinguibles del mismo. Y así todo. Esto es más verdad que todas las verdades
y hace que las respuestas sean simples y no sólo para las preguntas de la
metafísica sino para todas las otras. Esta verdad hace que no hagan falta
razones y que todos los que la han encontrado no las necesiten. Sin ella,
como hasta ahora, el hombre se pierde en un debate intelectual. ¿Qué
somos? Con la respuesta plantearemos un formalismo ontológico, funda-
mentado desde la física, por el que todas las substancias, ser-mundo-Dios,
se reducen a ésta ultima, simplemente como la expresión adimensional del
Todo, como Uno. Somos esa esencia divina, esa conciencia pura y original
constituida por algún tipo de onda o vibración. Esta onda se ve sometida
por la materialización, envuelta de materialización, encapsulada por dife-
rentes capas materiales que la someten a las leyes de la física de su medio,
encadenada por ella a espacio, tiempo y situación.
El autor dio varias inspiraciones profundas, como llenándose de todo el ai-
re, de todas las ondas del espacio material; como alimentándose. Y después
continuó.
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—«Pienso, luego existo». Era bello, pero había que fundamentarlo cientí-
ficamente. Ahora sí habéis comprendido cuál es el objeto de vuestra bús-
queda. La civilización se ha pasado milenios tratando de demostrar desde
un punto de vista humanístico y filosófico las cosas más indemostrables, y
ha tenido que dejar en manos del corazón lo que no podía tocar la razón.
Y mira por donde es la ciencia, y la Física como su máxima expresión, la
que aparta el grano de la paja y se convierte en su máxima valedora cuan-
do creían la lucha perdida. Y puede afirmar, y afirma rotundamente, que,
efectivamente, existe una identidades pensantes, independiente cuando
menos, de la materia que la encapsula, fundamentada en una realidad
pensante anterior. Vosotros al paso habéis acariciado la idea...
Recordó Canto que ya habían tenido noción, soterrada quizá, del objeto de
aquel aserto profundo cuando inesperadamente se vieron en el aire de la
mano de el señor de los Espacios. Les había parecido magia. No eran ellos,
eran ellos hechos aire, como meros pensamientos. Ahora advertía que ha-
bían experimentado la existencia en el estado más puro y diferenciado. Ya
sabían la naturaleza del último peldaño.
—«Pienso, luego existo», y luego qué. El proceso ha sido, tras verificar la
constitución del mundo, ver si existe conexión real o ideal entre el pensa-
miento y éste. A partir de aquí, establecer la supervivencia de la conciencia,
establecer jerarquías y llevarlas hasta el grado de lo infinito a través de lo
ínfimo, no es difícil. Y por lo ínfimo llegamos a Dios. ¿De qué otra cosa esta-
mos hablando si no cuando hablamos de una conciencia adimensional que
se fracciona y deja que tomen unas, para con las otras, realidad física?
A Beldad le vino a la cabeza una única frase: —«Al mínimo de los mayoran-
tes de A se le llama supremo de A». Todo aquello que andaban buscando se
mantenía en pie, por sí solo, por la fuerza de una palabra. Quedaron largo
rato en silencio. Nadie tenía prisa. Quizá repasaran una a una las afirma-
ciones. Era un debate mudo. Canto incluso estudiaba el dibujo de su mano
como si fueran las únicas cosas del mundo, él y su mano. De repente, una
conclusión fatídica llegó hasta su cabeza, asombrándose como si viniera
por boca de otro.
—¿Cómo se explica que la materia pueda ser parte de esa conciencia?
—Lo inteligente no puede transformarse y parecer no inteligente, pero si
puede establecer una secuencia en un lado y establecer que esa secuencia
sea interpretada de alguna forma determinada en otro. La materia no es
materia, es información que nosotros interpretamos como materia, y el ele-
mento único, es el elemento básico de información. La materia, la idea una
parte del pensamiento —la parte que está en el sistema primigenio— y la
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sufre como tal otra que no lo sabe. El código de la vida necesita de unos
pocos elementos, las cuatro bases, para desarrollarse, el código de la exis-
tencia sólo de uno. Todo, cual programa informático, está creado de una
única cosa, el bit de información, que es o no es. El Uno, la conciencia pura,
tiene que ser consciente de todo y sólo a él se tiene para fabricar ese todo...
¿De qué otra forma podría hacerlo salvo constituyéndose en pieza básica
de la creación?
Cada nueva explicación parecía no cerrar puertas sino abrirlas, y es que ca-
da nueva revelación desdobla el conocimiento, en lo que ofrece y, haciendo
al ignorante conocedor de su ignorancia, en lo que deja de ofrecer. Muy
bien podría ser la materia, simplemente, la parte de conciencia del abso-
luto no individualizada. En este caso el elemento único y, en particular, la
generación cero, sería el inicio hacia la primera materialización de la divini-
dad, de la conciencia, del Uno, en busca de la multiplicidad y de la variedad
empírica. Beldad y Canto comprendían que el autor ya lo había dicho todo,
y comprendían que ese todo sería nada, sólo metafísica o ciencia ficción,
un alarde de imaginación o religión si, en efecto, no se sustentara sobre
la ciencia. Todo se podría haber dicho sin este apoyo pero con él las con-
secuencias se abrían de forma natural en abanico desde puntos concretos
—tal como les había indicado ya.
—¿La música que pinta en todo esto? —dijo Beldad por la que aún revolo-
teaban cuestiones colaterales.
—Si al final de todo somos ondas y todo es onda, qué menos que conocer
su lenguaje por lo menos en su expresión más lúdica y terrenal. Además,
entretiene, pues, como habéis apreciado, de cada pestaña del libro nacía
una melodía. Seguramente que algunas de esas señales se combinen con
las del ser, igualmente, y vibre.
A Beldad le había parecido muy hermoso esto. Quizá llevara razón. Qui-
zá vibrase con algunas notas y a eso se le llamara emoción. Tal vez cada
deseo o el calor de una mirada tuviera los mismos mecanismos de trans-
misión. El tiempo reducía la presión de los términos y los conceptos, sin
prisa; agotaban el tiempo. El tiempo dilataba la despedida, y la diluía. Se
pusieron de pie y se aproximaron hasta la puerta. Sí, llegó el momento de
salir de aquel lugar.
—¿Por qué sabías que nos veríamos de nuevo? —le preguntó Canto.
—Ya os dije que me veríais si os acercabais a la verdad.
Acercándose a la verdad se habían acercado a él. Luego Canto comprendió
que acercándose a él se habían acercado a la verdad. Tal vez no supieran la
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verdad, tal vez sólo se hubieran acercado a ella. Ya saliendo, Canto se giró
para preguntarle aquella cuestión.
—¿Quién eres tú? ¿Quién es el autor?
—Autor es el que hace una obra. Mi vida está escrita, ésta es mi obra.
Beldad y Canto entendieron que el libro de Autor era el libro de su vida,
que estaba escrita y lo estaba ya cuando se conocieron. De repente una luz
de entendimiento se encendió en sus mentes y comprendieron que aquella
frase milenaria de la Biblioteca relacionaba El Lugar con el tránsito de la vi-
da, pero sólo con su tránsito. «Cada uno tiene en su interior todo lo que es
y representa, y sólo cuando decidimos pasar sus páginas se pone en marcha
la vida.» —había proclamado Beldad con anterioridad—. No cabía duda
que su libro estaba cerrado y que él tenía ya en su interior lo que es y re-
presenta, porque él estaba al margen del transcurrir de la vida y al margen
de la verdad de los enigmas.
—¡Claro! —exclamó Canto cayendo en la cuenta, y como si aquel deste-
llo hubiera sido común—. No dijiste «los libros…», dijiste «estos libros…».
El tuyo no estaba vacío en el interior… porque no estaba en el exterior
¿Quién eres tú? —preguntó con tono de confidencialidad.
Entregándole el libro que contenía aquella teoría, se lo volvió a repetir.
—Sí quieres saber quién es el autor, mira la obra.
Canto cogió el libro sin comprender y lo miró por delante y por detrás. Bel-
dad abrió tímidamente la puerta dando paso a un torrente le luz. Con un
guiño de molestia en los ojos, Beldad y Canto cruzaron el umbral. Canto
seguía sin comprender. Con el pasamanos cogido, se giró para preguntarle
nuevamente —¿Sí, pero quién eres tú?—. Pero era demasiado tarde, la luz
le había cegado y ya en el interior sólo encontró oscuridad.
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Separatas
Fundamento estructural del modelo estándar
y de la materia elemental (esencia de las cosas
materiales)
Introducción
Nosotros conocemos dos tipos de entidades que pueden representar a una
función de onda, la onda elemental y el grupo de ondas. Sabemos que una
partícula libre viene representada por una onda elemental que llamamos
onda viajera [ei(κx -ωt)] que describe la posibilidad de la partícula de situar-
se en el espacio en el intervalo [+∞,- ∞]. En la práctica, cuando se describe
la posición de la partícula mediante esta función de onda se restringe dicha
posibilidad a una distancia finita (que representa un infinito respecto a las
distancias atómicas) que, por un lado, describe mejor la situación real de la
partícula que estamos representando y, por otro, nos permite normalizar
dicha función de onda. Pero una correcta representación no sólo debe des-
cribir la posición de la partícula en el espacio sino que tiene que describir
a la propia partícula, el estar o el ser de ella, en el mismo, y para esto no
nos sirve la onda elemental. Para esta descripción tenemos la posibilidad de
utilizar un grupo de ondas y en particular, puesto que los grupos gaussia-
nos se extinguen en el tiempo, tenemos la posibilidad de utilizar un grupo
lorentziano de amplitud constante, que se obtiene mediante una trans-
formación unitaria, transformada de Fourier, de la onda elemental. Sea el
paquete de ondas lorentziano.
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y normalizar1.
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Discusión
Tomemos nuevamente la función del paquete de ondas y calculemos sobre
ella el valor de expectación de la energía, que coincidir con el valor de la
partícula en reposo más el valor de la energía cinética (que son los que nos
interesan como referencia) y, en consecuencia, con el valor de la energía
total de una partícula libre. Esto es.
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La integral resulta:
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Y con
Los dos primeros términos son, como se vio allí, el producto de primitivas aso-
ciado al primer término de la separación de variables para los límites especifi-
cados. Esta expresión podemos ponerla, haciendo φ =[∆K (a γ -1)] , como
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Su solución resulta fácil si nos fijamos que la función es la misma y que, lógi-
camente, cambiando los límites a los que se imponen como nuevos límites
infinitos (+c,-c) en la nueva variable, automáticamente la probabilidad de
encontrar la partícula en ese nuevo espacio debe ser 1. Es decir:
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tal gracias al resultado del proceso de integración], y otro factor que iden-
tificaremos si atendemos al resultado de la primera integral establecida
entre V=0 y un V final:
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Esto es, que la 2ª integral establecida entre esos límites describe la energía
en reposo o de formación de la partícula. Es decir, que, una vez establecida
y conocida la forma material de la masa, descrita anteriormente, y su co-
rrespondencia con la forma macroscópica, esta integral describe el cambio
de fase o diferente estado dinámico.
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Algunas consideraciones:
*Vemos que, aunque inicialmente tomamos los límites de integración y su-
ma de energías como aquéllos en los que se desenvuelve el pulso como
tal, el resultado nos demuestra que la onda sí diferencia de alguna forma
entre uno y otro intervalo para desarrollar cada uno de los términos del
balance energético. El proceso dado en el segundo término (que posterior-
mente detallaremos), visto desde nuestro sistema se percibe como un des-
doblamiento o una ramificación desde el punto V=0, pero es equivalente
al desarrollado entre V=0 y V= C-ε por una cierta partícula mi en un cierto
sistema que cumpla la relación relativista de la energía hasta alcanzar la
masa en reposo para nuestro sistema (proceso que, por otra parte, se co-
rresponde con la creación de un pulso a partir de una onda elemental de
densidad cuasi-nula y con el desarrollo inicial de este trabajo), que luego se
desenvuelve, atendiendo al primer término, como un determinado sistema
inercial. El intervalo de dicho proceso para nuestro sistema iría entre V=
-C+ε y V=0 por lo que el intervalo total sería (-C+ε, + C-ε) o de forma aproxi-
mada (-c, +c) que pone de relieve que el desdoblamiento del intervalo de
integración que se realizó para normalizar la función, era algo más que una
posibilidad matemática.
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Que, de forma contraria, nos permite (Nuestra función) establecer una de-
finición ostensiva de la masa, esto es, caracterizarla, concretar sus unidades
y definirla desde un punto de vista distinto. En ella la masa obedece tam-
bién a una forma relacional de la energía y la velocidad pero, en este ca-
so, internas: la energía de la radiación elemental constituyente (la energía
obedece a la expresión E= hν, para ν=1, como consecuencia de constituirse
en un único pulso) y la velocidad residual al cuadrado (que más tarde co-
mentaremos) del reposo alcanzado.
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Pero vemos, por otro lado que, si bien es cierto que ésta última definición
se compone de variables internas, ninguna de las dos definiciones de masa
lo está con variables homogéneas, esto es, que para cada fase, a través de
la masa, están relacionadas las variables de forma traspuesta: la energía
de una onda y la velocidad (al cuadrado) de una partícula (pulso) con la
energía de una partícula y la velocidad (al cuadrado) de una onda. Lo que
nos da a pensar que la verdadera relación viene dada por una igualdad
que relacione las variables en el mismo medio (fase) y que puede dar lu-
gar a algún tipo de magnitud conservativa, que significamos como Energía
Dinámica de Fase (ED), que pondere no sólo la energía sino su situación
dinámica, esto es:
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El modelo estándar
Leptones
Hasta ahora hemos encontrado que la expresión de la energía de la función
de onda, regida por a y b, se corresponde con la de una partícula que res-
ponda a los mismos parámetros.
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El elemento único
Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada
generación.
Algunas consideraciones
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Estos cambios de fase son los que nos permiten hablar cada 2π de una
generación y los que nos permitieron desconsiderar el intervalo (-C+ε ,0)
en la normalización pues, como se dijo, ese intervalo es en realidad una
fase distinta (la generación 0) y V=0 la velocidad de cambio de fase (que es
próxima a C en el entorno de dicha fase).
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El elemento único
Para que este postulado sea cierto debemos efectuar el mismo tratamiento
para q = -1/3 y q =2/3, demostrar que expresa la energía de la partícula y que
su factor de fase cumple el postulado primero. El caso de los leptones, para
q=-1 y ϕ=0, ya se ha visto que lo cumple.
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Y con esto:
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El elemento único
que cumple:
Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada
generación.
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Y con esto:
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El elemento único
Y, en consecuencia:
Que nos permite calcular el tamaño de los pulsos de los leptones de cada
generación.
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Neutrinos
Ahora es el momento de volver sobre la 3ª integral que, como dijimos, ca-
rece de factor de fase. Este hecho tiene varias consecuencias. Por un lado
arreglo al último postulado, el hecho de no tener fase implica que no tiene
carga eléctrica, por otro lado si la fase se entiende como un punto en el
intervalo (0, 2π) en correspondencia con una determinada velocidad, no
existe ese punto, es decir, que la fase se encuentra fija a la unidad que se
corresponde al valor 2π, que se corresponde con la velocidad +C-ε del cam-
bio de fase anterior. Por tanto, la partícula en cuestión tiene una velocidad
cercana a la de la luz y está ajena al incremento inercial de su masa. Obvia-
mente, la descripción se corresponde con la de una partícula de comporta-
miento fotónico como el neutrino. Puesto que:
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Relatividad
Nos queda por aplicar el principio de relatividad Sea un sistema S, un siste-
ma S’ y un sistema S” en el que se encuentra la partícula que se dispone a
realizar el cambio de fase, a la velocidad de transición respecto del sistema
S, para quedar finalmente en reposo respecto de dicho sistema S. Sea la si-
tuación con subíndice 2 la del estado posterior y 1 la del anterior al cambio.
Sea m0 y m1 las masas de las partículas antes y después del cambio de fase. Y
sean los subíndices α, β y los que relacionan, respectivamente, los sistemas
S’ con S, S” con S y S” con S’.
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sentaba una masa inercial ni una velocidad definida pues estando entre
fases se encuentra a la velocidad más baja de una y la más alta de la ante-
rior. Todo esto como consecuencia de carecer de factor de fase. Para poder
transitar de una fase a otra hay que conocer dónde se está y el neutrino
no tiene ese dato: no tiene memoria. Esa memoria sí la tiene el resto de
las partículas con el factor de fase. Entre las partículas, prescindiendo del
factor de fase no puede haber nada más que una velocidad relativa, pero
cada una de ellas sí tiene constancia de qué velocidad tiene con respecto a
su propio reposo alcanzado cuando cambio de fase.
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Conclusión
Mediante este último postulado hemos efectuado una representación fí-
sico-matemática del modelo estándar, pero en realidad hemos hecho algo
más pues se ha desarrollado una teoría cinética de la materia y, en un senti-
do más esencial, se ha realizado una síntesis de las teoría ondulatoria y cor-
pusculares al ser representadas ambas con un único elemento: la función
de onda generalizada, y, en consecuencia, una síntesis de las dos realidades
representadas. Por otro lado, se ha demostrado que las ondas que represen-
tan las partículas libres no son ondas viajeras sino ondas con una longitud
de coherencia finita, que constituyen la verdadera base, los autoestados,
del espacio de funciones, y que dichos autoestados, siendo normalizables
representan estados físicos, tan físicos —diríamos tangibles— como las par-
tículas libres que generan.
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Anexo
Vamos a calcular la integral que deriva del integrando:
que, como vemos, consta de tres términos, a los que nombraremos de for-
ma cardinal, como 1, 2 y 3.
Término 1
como
tenemos
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El elemento único
Luego
como
tenemos
Hemos obtenido los términos 2-1 y 2-2. Del término 2-1 posteriormente ha-
remos referencia, ahora pasaremos a analizar el 2-2
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Término 2-2
como
Tenemos
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El elemento único
Hemos obtenido tres términos. El término 2-2-1 (que hemos dejado de for-
ma implícita) es parte de la solución general. Ahora pasamos a analizar los
otros términos.
Término 2-2-2
efectuando el cambio
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Término 2-2-3
haciendo
Tenemos
como
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Tenemos
Vemos que 3-1 no obedece a la forma (C2) sino a la (C) por lo que no represen-
ta un valor apreciable de energía. Del término 3-2, si sacamos la parte logarít-
mica para facilitar la integración, obtenemos (como desigualdad) un término
que obedece a la forma (C), por lo que también lo desconsideramos.
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La cosa per se
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que puedo hacer es universalizar las condiciones iniciales, efectuar una síntesis sobre ellas
(reducción), esto es, ponerlas de forma analítica, de esta forma no nos llevaremos a enga-
ño en cuanto a las dimensiones. En el ejemplo puesto, es tanto como decir que dos tacos
de la mitad del tamaño de la caja rectangular cabrán en ella de forma irreprochable.
Hemos hecho lo que se ha venido en llamar un juicio sintético a priori ½ + ½= 1, cuando,
en realidad, la verdad del mismo, su esencia, es que en segunda instancia es universal a
posteriori puesto que para saber que el resultado es 1 lo he tenido que realizar (a poste-
riori) al menos en una ocasión. Siendo a posteriori ya sabemos que es sintético, esto es,
que aporta conocimiento, pero lo que le da el carácter universal no es el carácter aprio-
rístico del juicio (Kant sacrificó el carácter aposteriorístico del juicio sintético por darle
la universalidad de los apriorísticos) sino el de las condiciones iniciales que he puesto de
forma analítica y, por tanto, de forma inequívoca. En buena medida, he ido reduciendo
las condiciones iniciales de mi experiencia a unas condiciones irreductibles e invariantes
(dos tacos, dos tacos iguales, dos cosas de mitad de tamaño del continente, dos mitades
de una unidad) y ya cuando lo he conseguido —por conseguirlo— puedo asegurar que
aquel resultado que obtenga en una experiencia es válido para cualquier experiencia en
esas condiciones. De hecho, Kant, en el epígrafe en el que trataba de mostrar que todos
los juicios aritméticos son sintéticos, dice:
Que 5 ha de añadirse a 7, es cierto que lo he pensado en el concepto de una suma = 7 +
5; pero no que esa suma sea igual al número 12. La proposición aritmética es, por tanto,
siempre sintética y de esto se convence uno con tanta mayor claridad cuanto mayores son
los números que se toman, pues entonces se advierte claramente que por muchas vueltas
que le demos a nuestros conceptos, no podemos nunca encontrar la suma por medio del
mero análisis de nuestros conceptos y sin ayuda de la intuición
En donde, en realidad, lo que se pone de manifiesto es que el resultado lo obtengo sólo
después de haber realizado la suma a partir de las unidades irreductibles de los suman-
dos; pues, que, además, es sintético, resulta obvio, sobre todo cuando utilizamos números
grandes sobre los que desconocemos el resultado. Dicho de otro modo, que es sintético
lo sé simplemente sabiendo que no sé cuál es el resultado (éste no está implicado en el
sujeto) y que es a posteriori lo concibo averiguando el resultado tras la operación. Queda
claro pues que lo que hace que yo pueda decir B de A es la experiencia pues en alguna
ocasión tengo que comprobar que se da B (por lo que es a posteriori) pero lo que le da el
carácter universal o necesario al juicio son las condiciones iniciales irreductibles que ha-
cen que el mismo siempre sea el mismo juicio (y no un carácter apriorístico que haría que
el mismo fuera a priori y a posteriori a la vez). Kant, luego, en los axiomas de la intuición
cae en la cuenta, y dice:
En cambio las proposiciones evidentes de la relación numérica, si bien son sintéticas, no
son universales, como las de la geometría, y por eso no pueden llamarse axiomas, sino
fórmulas numéricas. La proposición: 7 + 5 = 12 no es analítica. Pues ni en la representa-
ción de 7, ni en la de 5, ni en la representación de la composición de ambas pienso yo
el número 12; no se trata aquí de que yo deba pensarlo en la adición de ambas, pues en
la proposición analítica la cuestión es sólo la de si yo pienso realmente el predicado en
la representación del sujeto. Pero aunque sintética, es, sin embargo, una proposición
particular. Por cuanto se atiende aquí sólo a la síntesis de lo semejante (las unidades), no
puede la síntesis ocurrir más que de una única manera, aunque el uso de esos números es
luego universal (que, como veremos, se adscriben en realidad a los conceptos del enten-
dimiento, puesto que a todo N que se le sume 1 resulta N+1).
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que existen (sin que, sin embargo, ninguna realidad exista) sólo para comprender dentro
de sí todo lo real. Si se deciden por el segundo partido (al cual pertenecen algunos que
investigan metafísicamente la naturaleza) y consideran el espacio y el tiempo como rela-
ciones de los fenómenos (al lado o después unos de otros) abstraídas de la experiencia, si
bien confusamente representadas en la separación, entonces tienen que negar a las teo-
rías matemáticas a priori, en lo que se refiere a cosas reales (v. g. en el espacio) su validez
o, al menos, la certeza apodíctica (ya hemos visto los analíticos a posteriori que da cober-
tura a este tema e invalida la objeción). Los segundos ganan, es cierto, en lo que a esto
último se refiere, puesto que las representaciones de espacio y tiempo no les cierran el
camino cuando quieren juzgar de los objetos no como fenómenos, sino sólo en relación
al entendimiento; mas, en cambio, ni pueden señalar el fundamento de la posibilidad
de conocimientos matemáticos a priori (ya que les falta una intuición a priori verdadera
y con valor objetivo), ni poner las leyes de la experiencia en necesaria concordancia con
aquellas afirmaciones.
Aunque Kant habla del espacio y del tiempo como intuiciones puras sólo
hace uso de hecho del espacio para el fundamento de los juicios sintéticos
a priori en la matemática —no del tiempo— y luego cuando fundamenta
estos juicios en la Física lo hace del tiempo (ya veremos que de la determi-
nación trascendental del tiempo) —no del espacio— para establecer unos
principios del entendimiento puro de los que los axiomas de la intuición
y las anticipaciones de la percepción conforman la sección matemática de
los mismos, esto es, la axiomática de la teoría de los números, ya referida.
Es decir, que aunque habla de espacio y tiempo como intuiciones puras a
priori y de los mismos como intuiciones a priori (no puras) sólo utiliza —en
el sentido que él les da— como intuición pura el espacio y como intuición
no pura el tiempo. Digo en el sentido que él les da porque en realidad, y
teniendo en cuenta que las intuiciones no son exactamente conceptos (tal
como indica Kant) sino más bien la percepción de ese conjunto de axiomas
o condiciones irreductibles (representaciones), si el conjunto de condiciones
percibidas derivan de la reducción de la realidad dicha intuición deja de ser
pura, en consecuencia, como intuición pura se restringirían al pensamiento
intimo o aprehensión de la síntesis de dicho conjunto, esto es, a una intui-
ción pura condicionada.
La intuición del espacio y del tiempo hace —según él— que la unidad sin-
tética de ese múltiple pueda estar al mismo tiempo a priori y pueda servir
de fundamento a toda aprehensión, es decir, al enlace con la conciencia,
que se hace conforme a las categorías (las categorías —en este caso— por
el lado del entendimiento, contienen los fundamentos de la posibilidad de
toda experiencia en general), que es tanto como decir que las categorías
no sólo son el fundamento para el entendimiento de la experiencia sino
que ese entendimiento se establece a través de la percepción porque está
subsumida en el espacio y el tiempo, por lo que le es aplicable la misma re-
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de la percepción que da lugar a otra intuición pura que no es otra cosa que
la de la existencia de las cosas como síntesis de todo lo que podamos pre-
dicar esquemáticamente de ella mediante las categorías (como verdadero
esquema de la misma sin el concurso de la determinación trascendental del
tiempo). Con ello podemos decir que espacio y existencia son los verdaderos
fundamentos de la percepción. No sólo percibimos un espacio donde están
las cosas sino que las cosas están en el espacio. Mientras que el espacio es
primordialmente una intuición no pura sobre la que por síntesis podemos
obtener una pura condicionada, el tiempo, si bien existe como intuición
pura condicionada no la apreciamos como síntesis del esquema temporal,
sin embargo entre la existencia y las categorías, como verdadero esquema
(esquema existencial) sí podemos establecer este vínculo.
Para entender mejor por qué establecemos una diferencia entre el espacio y el tiempo
como intuición pura condicionada y por qué, en definitiva, el tiempo es la reducción de
algún otro tipo de intuición pura condicionada sobre la que sí podemos establecer un
vínculo directo con la experiencia a través de un esquema existencial (sin intermediación
del tiempo) de ésta nos vamos a servir de un ejemplo que nos permitirá acercarnos a la
realidad física subyacente (y por tanto a la realidad) sin abandonar el tono filosófico de
este discurso.
*Supongamos que viajamos en el vagón de un tren que circula a través de un túnel
(oscuro hasta el punto de no tener referencia de en qué punto del mismo estamos) a la
velocidad de la luz. Podemos en principio constatar que:
-Nosotros podemos movernos en el interior del vagón en sus tres dimensiones por lo que
tenemos noción de la tridimensionalidad del mismo y hacernos un esquema de lo que
ésta comporta.
-Existe un grado de libertad del movimiento (al que podemos llamar cuarta dimensión)
que viene determinado por el movimiento y, por tanto, por la posición del vagón en el
túnel (dada por Ct) de la que no tenemos noción (esto es, una idea intuitiva) porque:
+Todos los puntos se presentan indistinguibles (por lo oscuro del túnel).
+Todos los eventos se nos presentan a la velocidad de la luz, tanto si ocurren en el interior
como si lo hacen en el exterior por lo que el movimiento relativo es indistinguible y se
producen como si no existiera el mismo.
-Puesto que C es constante se puede establecer una isometría entre los puntos de Ct y t,
y llegar de una a la otra por reducción o simplificación, teniendo en cuenta además que,
puesto que los puntos de Ct son indistinguibles, también lo son los de t.
*En este contexto, la situación de cambio de un objeto en el espacio tridimensional que
cambia de Ct puedo decir que cambia de t, y de igual forma mi situación existencial
(mi propio conocer el cambio del objeto en el espacio tridimensional) que cambia de Ct
puede ser expresado mediante un cambio de t, pero si yo, como conocedor estoy suje-
to a un cambio en Ct (uniforme), yo no puedo saber del cambio de Ct sino que éste se
integra conmigo como referente en el acto de conocer, es decir, pasa de un cambio de
Ct a un cambio en Ct. Una vez que Ct queda como interno, como variable independien-
te de cualquier función de cambio que sigue estando ahí aunque aparentemente nada
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cambie, y teniendo en cuenta que todo está sujeto a la velocidad C, parece natural que
internamente se haga la simplificación mencionada ce Ct a t (que físicamente se nota con
la utilización de las unidades naturales en las que C es igual a 1), es decir, que detraiga lo
que sí sigo apreciando como cambio aunque todo esté quieto, en mi percepción tetradi-
mensional.
*De todo esto deriva el tratamiento funcional de la existencia y el empleo de una variable
independiente (en este caso el tiempo) en el mismo. La matemática recoge ese aspecto
funcional (además del geométrico), es decir, da cuenta de la forma de estar las cosas y de
la forma de existir mediante las variables espacio-temporales como variables suficientes
para su representación (aquí está el quiz de la cuestión) simplemente por la equivalencia
total que se puede establecer entre éstas y la variable real que le es propia.
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pura sensible. Pero no se dan cosas en el espacio y en el tiempo sino en cuanto que son
percepciones (representaciones acompañadas por sensación), y, por tanto, sólo mediante
representación empírica. Por consiguiente, los conceptos puros del entendimiento, aún
cuando son aplicados a intuiciones a priori (como en la matemática), no producen cono-
cimiento más que en cuanto este conocimiento (y por tanto también, por medio de él,
los conceptos puros del entendimiento) pueden ser aplicados a intuiciones empíricas. Por
consiguiente, las categorías no nos proporcionan, por medio de la intuición, conocimien-
to alguno de las cosas, a no ser tan sólo por su posible aplicación a la intuición empírica,
es decir, que sirven sólo para la posibilidad del conocimiento empírico. Éste empero se
llama experiencia. Por consiguiente, no obtienen las categorías uso para el conocimiento
de las cosas, más que en cuanto éstas son admitidas como objetos de experiencia posible.
La proposición anterior es de la mayor importancia; pues determina los límites del uso
de los conceptos puros del entendimiento, con respecto a los objetos, del mismo modo
que la Estética transcendental determinó los límites del uso de la forma pura de nuestra
intuición sensible.
De lo que antecede, y de la diferente expresión de los juicios sintéticos a priori (analítico
a posteriori) para la matemática y para la física, se desprendería que las unidades cate-
goriales, en el caso de las ciencias, son privativas de la física para hacer sus juicios y para
poder, mediante los conceptos, alcanzar conocimiento, pero esto nos llevaría a un punto
de contradicción porque si un juicio (analítico a posteriori) ya supone un enunciado que
aporta conocimiento (el entendimiento en general puede representarse como una facul-
tad de juzgar. Pues, según lo que antecede, es una facultad de pensar. Pensar es conocer
por conceptos. —aquí está la unión entre juicio y concepto: pensar es conocer por los
conceptos predicados en los juicios sobre los objetos/sujetos) y los juicios que se formulan
en la matemática lo son simplemente porque contamos con el espacio y el tiempo como
intuiciones a priori, implicaría que no es preciso el uso de conceptos en ellos ni de la facul-
tad del entendimiento para alcanzar el conocimiento o que dicho conocimiento —como
parece decir en lo que antecede— no es tal.
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En este sentido, sin ánimo de hacer una crítica detallada a Kant, diremos que los postu-
lados acerca de la realidad del espacio y el tiempo, además de estar condicionados por
la necesidad de encontrar una justificación para los juicios sintéticos a priori y, por tanto,
una unión lógica entre el sujeto y el predicado de los mismos, adolecen de poca consis-
tencia argumental. Así dice cosas como: «El espacio no es un concepto empírico sacado de
experiencias externas. Pues para que ciertas sensaciones sean referidas a algo fuera de mí
y asimismo para que yo pueda representarlas como fuera unas de otras, por tanto no sólo
como distintas, sino como situadas en distintos lugares, hace falta que esté ya a la base la
representación del espacio». Donde se ve que lo que utiliza para explicar su argumento es
lo que verdaderamente tiene que demostrar. Luego sigue: «El espacio no es un concepto
discursivo o, según se dice, universal, de las relaciones de las cosas en general, sino una
intuición pura. Pues primeramente no se puede representar más que un único espacio, y
cuando se habla de muchos espacios, se entiende por esto sólo una parte del mismo es-
pacio único... De aquí se sigue que en lo que a él respecta, una intuición a priori (que no
es empírica) sirve de base a todos los conceptos del mismo». Donde vemos, igualmente,
que el argumento (en este caso en positivo) no está suficientemente explicado (idénticos
repertorio presenta para el tiempo) y que no dice nada, más allá de «esto no puede ser
porque no puede ser que sea... esto» o «esto es porque tiene que ser... esto», es decir, no
se entra en detalle a analizar la esencia de estos dos conceptos, en lo que nos repercute,
esto es, en la experiencia, más allá de la necesidad de que nos repercuta de una deter-
minada manera, como hemos visto. Este posicionamiento es importante pues justifica la
desconsideración del posicionamiento filosófico de Berkeley:
El idealismo dogmático es inevitable, cuando se considera el espacio como propiedad que
debe pertenecer a las cosas en sí mismas; pues entonces el espacio, con todo aquello a
que sirve de condición, es un absurdo. El fundamento, empero, de este idealismo ha sido
destruido por nosotros en la Estética transcendental. El idealismo problemático, que no
afirma nada sobre esto, sino sólo pretexta la incapacidad de demostrar por experiencia
inmediata cualquiera existencia, que no sea la nuestra, es razonable y conforme a una
manera de pensar fundamentada y filosófica, a saber: no permitir juicio alguno decisivo
antes de haber hallado una prueba suficiente. La prueba apetecida debe pues mostrar
que de las cosas exteriores tenemos experiencia y no sólo imaginación; lo cual no podrá
hacerse sino demostrando que nuestra experiencia interna misma, que Descartes no po-
nía en duda, no es posible más que suponiendo la experiencia externa.
Mientras que luego, sin embargo, como ya hemos comentado, sí utiliza el tiempo como
intuición —sustentada en la experiencia— para fundamentar la conexión entre las cate-
gorías y la propia experiencia, y para la demostración de su teoría del conocimiento, esto
es, del idealismo trascendental fundamentado de forma particular en un teorema que
trata de demostrar la existencia de objetos en el espacio «fuera de mí» —ya menciona-
do— por ser estos objetos «fuera de mí» los que determinan mi existencia en el tiempo.
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