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Marx y Rousseau

Reconstruir la discusión que Marx desarrolla con Proudhon, con el liberalismo y con el
socialismo utópico en relación al tema del mérito, junto a sus coincidencias y discordancias con
Rousseau, permite delinear los argumentos básicos que se han formulado en la modernidad
alrededor del tema del mérito. Se abordará el nexo entre el patrón del mérito y las relaciones
de clase, la apropiación que efectúa Marx del lema distributivo "De cada cual según sus
capacidades, a cada cual según sus necesidades", su discusión con el socialismo francés, su
tratamiento de la cuestión del mérito en relación a la artesanía, la manufactura y la industria,
el problema que genera la división del trabajo en relación al valor del talento, la perspectiva de
Marx y Rousseau en torno al principio de "igualdad de oportunidades" y su articulación con el
mecanismo de la competencia, la consideración de los trabajos que no aparecen incluidos en la
categoría del mérito pero que resultan socialmente necesarios y la problematización del ideal
del mérito cuando es erigido en excluyente correspondencia con el universo productivo.
La polémica con Proudhon y con el socialismo utópico
Marx define al talento como “la propiedad privada más rica” y opone el ideal de la
diversidad de talentos al modelo de uniformidad. Denomina así "comunismo grosero" al que
no propugna la diferenciación y el desarrollo del talento, aniquilando una subjetividad que ha
sido menoscabada por el trabajo industrial. Además de mostrarse "grosero e irreflexivo" por
propugnar la comunidad de mujeres, este comunismo "quiere prescindir de forma violenta del
talento" y niega por completo la personalidad del hombre" al convertir su deseo de nivelación
en la "expresión lógica de la propiedad privada". "El destino del obrero no es superado sino
extendido a todos los hombres".
Marx no juzga que el talento dependa tanto de la educación. A su entender aún si la
ciencia y el arte fueran patrimonio de todos, habría diferencias de talento que no sería
necesario disimular; por el contrario, en una sociedad emancipada se trataría de destacar las
particularidades de cada individuo, sojuzgadas por el capitalismo, como una contribución que
no ameritará desigualdades de ingreso ni de poder.
Marx sostiene que con sus productos fabricados en serie el capitalismo anuló la diversidad
de talentos individuales. De lo que se trata es de recuperar estas diferencias para una sociedad
emancipada en la que, como enuncia la célebre frase, cada uno aportará sus capacidades y
será retribuido de acuerdo a sus necesidades.
Si bien Marx destaca la importancia del talento individual, en contraposición al principio
ilustrado "A cada cual según su mérito" no propugna un principio distributivo basado en el
mérito sino en las necesidades de cada individuo. En la primera etapa (socialista), la justicia
distributiva estará sustentada por el lema: "De cada cual según sus capacidades, a cada cual
según su trabajo"; en la segunda etapa (comunista) el lema será "De cada cual según sus
capacidades, a cada cual según sus necesidades" y corresponderá a una sociedad sin clases en
la que ya no se opondrán el trabajo manual y el intelectual.
El patrón del mérito está excluido por completo del criterio de distribución sustentado por
Marx. El falso principio “A cada uno según su capacidad” debe ser transformado en el principio
“A cada uno según su necesidad”. La diferencia en los trabajos, no determina la desigualdad ni
el privilegio en la posesión y en el goce.
Justicia distributiva: igualdad y uniformidad
Aunque es cierto que Rousseau propugna, como Marx, que cada ciudadano aporte a la
sociedad los talentos que esté en condiciones de desarrollar, en innumerables pasajes critica
duramente al ideal ilustrado del mérito. Las variedades de talento entre los seres humanos
constituyen a su entender "uno de los primeros pasos hacia la desigualdad", ya que de esas
diversidades nacieron la vanidad, la vergüenza y la envidia: el que cantaba o el que bailaba
mejor, el más bello, el más fuerte, el más sagaz fueron los más considerados. Pronto el más
fuerte pudo trabajar más, el más hábil sacaba mejor partido de su trabajo y el más ingenioso
encontraba medios para abreviarlo. Mientras uno ganaba mucho, el otro apenas tenía para
vivir. Y como el mérito o el talento atraían la consideración del resto de las personas, al ser
humano le fue necesario ser meritorio o talentoso. De este modo, la exigencia de ingenio
pronto fue la razón para que los talentos fueran comparados y los hombres convertidos en
rivales y enemigos. Aunque ya en estos pasajes Rousseau problematiza el ideal del mérito, su
crítica de peso a este concepto se encuentra en su cuestionamiento del parámetro del mérito
como principio distributivo. A diferencia de Rousseau, Marx no encuentra en el talento
individual uno de los orígenes de la desigualdad sino en los mecanismos económicos que
sucesivamente dominaron el proceso de civilización.
Marx suscribiría con Rousseau el célebre párrafo en el que la propiedad privada aparece
como origen de la desigualdad: "El primero que, habiendo cercado un terreno, descubrió la
manera de decir 'Esto me pertenece', y encontró gentes sencillas que le creyeron, fue el
verdadero fundador de la sociedad civil".
Marx y Rousseau también coinciden en identificar en la división del trabajo el comienzo de
la desigualdad (más adelante se verá que, no obstante, a diferencia de Rousseau, Marx
encuentra en la división del trabajo la causa y no la consecuencia de la diversidad de talentos) :
"Las selvas extensas -escribe Rousseau- se transformaron en risueñas campiñas que fue
preciso regar con el sudor de los hombres; pronto germinaron allí la miseria y la esclavitud
tanto como crecían los sembrados". Desde entonces, un puñado de ricos y poderosos gozan de
la fortuna, mientras la multitud se arrastra en la miseria.
En Marx no hay ningún reconocimiento económico proporcional al mérito sino, en una
primera etapa (socialista), un reconocimiento económico proporcional al trabajo y, en la
segunda etapa (comunista), un reconocimiento económico proporcional a las necesidades de
cada individuo. El ideal del mérito es valorado, pero al ciudadano meritorio no se le confieren
privilegios económicos por encima del resto de los individuos.
Rousseau y Marx coinciden en postular que cada ciudadano aportará al conjunto de la
sociedad los talentos particulares que haya desarrollado, pero advierten que la retribución no
obedecerá al mérito. Para Rousseau, la retribución acorde al mérito daría a los magistrados un
medio de aplicar arbitrariamente la ley. Por ello, el ciudadano debe ser retribuido según los
servicios reales que rinda al Estado, que son a su entender susceptibles de una estimación más
exacta. Rousseau prefiere hablar de “servicios reales” y no de “mérito personal”, con el
propósito de depurar las implicaciones individualistas de la desigualdad entre los hombres y
dar así razón de ella en términos de funcionalidad social.
Rousseau parece desmitificar el mérito. Como se señaló, Rousseau denuncia la “distinción
de los ingenios” como causa primera del envilecimiento de las virtudes morales. En implícita
alusión a Sócrates, recuerda cómo al examinar a los poetas descubrió que no por poseer
talento practicaban la virtud. Al criterio de selección basado en el talento, Rousseau opone una
concepción igualitaria que rescata fundamentalmente las cualidades morales. La distinción de
los talentos aparece de este modo como un giro funcional a la “desaparición de las virtudes".
Rousseau juzga que el desarrollo de la civilización y su absoluta fe en el trabajo y el ingenio
hacen que ya "no se pregunte si un hombre tiene probidad, sino si tiene talento". A diferencia
de Marx, para Rousseau el trabajo no constituye la esencia humana; sostiene que nuestra
verdadera vocación es la de ser buenas personas; como para los antiguos, para él es la virtud
ética y no el ingenio o el mérito lo que debe prevelecer en una escala de valores.
Rousseau destaca que la reivindicación del mérito personal puede ocultar talentos
potenciados por una situación social privilegiada. En efecto, señala que es fácil observar cómo
entre las diferencias que distinguen a los hombres, pasan por naturales muchas que
únicamente son obra del hábito y de los diversos géneros de vida que adoptan en la sociedad.
Es importante evaluar el pensamiento de Rousseau en el contexto de la cultura iluminista,
que erigió al mérito en fundamento legitimador de las aspiraciones de la burguesía en ascenso.
El Iluminismo introduce en el ideal del mérito una confianza desmedida en la educación y
omite toda alusión a la injerencia que pueden tener en este ideal las relaciones de clase.
Ni Rousseau ni Marx dejaron de abordar el nexo entre el ideal del mérito y la estructura
clasista de la sociedad, es decir, su desestimación como virtud individual originaria en favor de
su valoración en el contexto de las relaciones de clase.
Rousseau plantea que, si bien el desarrollo de los talentos fue importante porque permitió
que "el más hábil sacara mejor partido de su trabajo y el más ingenioso encontrara los medios
para abreviarlo", las fuentes de desigualdad se reducen a la riqueza (¿dinero?), "porque siendo
la más útil inmediatamente al bienestar es la que circula con más facilidad, sirve para comprar
todo el resto". En este sentido, Marx ironiza: "Soy malo y sin ingenio pero me honran. El dinero
es el bien supremo, luego es bueno su poseedor. El dinero puede comprar gentes ingeniosas, y
por tanto es inteligente y talentoso quien tiene poder sobre gentes inteligentes y talentosas”.
Y más adelante: "Si tengo vocación para estudiar, pero no tengo dinero para ello, no tengo
ninguna vocación efectiva para estudiar”. La desmitificación del mérito, la evidencia de que se
trata no tanto de una virtud individual sino de una circunstancia favorecida por privilegios de
clase, lleva a la desmitificación de los criterios de selección vigentes, que suelen fetichizar el
parámetro del talento, borrando sus circunstancias concretas de producción.
En Marx se observa cierta idealización del trabajo en la falta de referencia a instancias no
"productivas" que puedan articular la vida humana, y en la omisión de las tareas socialmente
necesarias que no resultan agradables de realizar y que no son consecuencia del desarrollo de
ningún "mérito". Marx adopta de Hegel la consideración de que el hombre es en esencia
resultado de su propio trabajo, de allí su reiterada apología del trabajo (considerado como
principal mediador entre los seres humanos).
La mera exaltación del valor del trabajo en la sociedad emancipada, sin consideración
alguna de las tareas socialmente necesarias que no resultan agradables de realizar ni son
resultado de "mérito" alguno diferencia esta perspectiva de la de Rousseau, que afirma que el
ciudadano no debe ser retribuido de acuerdo a su mérito personal sino según los servicios que
rinde al Estado, muchos de los cuales pueden suponer la realización de trabajos "no creativos"
que no requieran de particulares talentos. Rousseau no convierte al mérito en un nuevo
fundamento de la sociedad sino que lo valora en el contexto de los innumerables trabajos que
aún siguen pesando como una esclavitud pero que son necesarios para la convivencia social.
Artesanía, manufactura y trabajo industrial
La especialización nace a mediados del siglo XVI de la división del trabajo en la industria
manufacturera. La tarea del obrero comienza a parcializarse, favoreciendo el virtuosismo en la
realización del detalle, pero provocando la petrificación de los oficios en castas y veedurías. Al
superar las capacidades técnicas de las corporaciones de oficios, la manufactura es
consecuencia inmediata de la concentración de población y capital y de la división del trabajo
entre ciudades. Los peones vagabundos que proliferan por la desaparición del vasallaje feudal
constituyen la mano de obra inicial de un modo de producción que jerarquiza a los
trabajadores de una forma que había resultado completamente desconocida para la industria
artesanal. Su implantación divide a los obreros en calificados y no calificados[47], de ahí que
deba ser considerada como la base técnica de la gran industria[48], como una división del
trabajo propia del modo de producción capitalista.[49]
La manufactura establece una relación monetaria entre el obrero y el capitalista. Los
conocimientos, la inteligencia y la voluntad que desarrollan el campesino o el artesano
independientes, ahora son necesarios únicamente para el taller en su conjunto. Mientras el
manufacturero aún conserva parte de la habilidad artesanal, el obrero industrial repite
monótonamente una sola operación unilateral y maquinal.
En el capitalismo poco importa que los obreros difieran en mérito y en habilidad; para
Marx un número suficiente de ellos compensará cualquier disimilitud de aptitudes. La división
del trabajo en operaciones parciales, maquinales y unilaterales prescinde del requisito del
talento. La máquina sustituye a los más calificados por los menos calificados, a los adultos por
los jóvenes, a los hombres por las mujeres. Cuanta menor habilidad y fuerza exige un trabajo,
más apto parece resultar para los niños y para las mujeres. Toda la escala inferior de las clases
medias de otros tiempos se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción.
La burguesía, por otra parte, equiparó a todos los oficios, los de mayor o menor status y los
que requieren mayores o menores destrezas, por cuanto los redujo a términos numéricos,
objetivándolos como salario.
Si los teóricos de la economía política no encuentran problema en reservar el valor del
mérito para las clases acomodadas, Marx la compulsión por el embrutecimiento de las
mayorías. Si el obrero no puede obtener más que lo estrictamente necesario a cambio de un
trabajo de bestia de carga, ¿por qué favorecer el desarrollo de facultades que seguirán siendo
patrimonio exclusivo de las clases acomodadas?
El obrero dedicado de por vida a ejecutar la misma operación simple convierte su cuerpo
entero en un órgano automático y unilateral. Marx señala que la máquina puede oponérsele
como competidor justamente porque el obrero previamente ha sido degradado a la condición
de máquina. La industria opera como un mecanismo de producción cuyos órganos son
hombres. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador.
Con el acrecentamiento de la división del trabajo, corren paralelos la riqueza y el
refinamiento de la sociedad y el empobrecimiento del obrero. Marx retoma esta idea: “se
opera una separación radical entre el sabio y el trabajador productivo, y la ciencia, en vez de
estar en manos del obrero para acrecentar sus propias fuerzas productivas, en casi todos lados
se le enfrenta. El conocimiento viene de un instrumento que se puede separar del trabajo y
contraponérsele". De este modo, la burguesía es la clase que se define por el ideal del mérito
de forma directamente proporcional al modo en que el proletariado se define por la privación
de talento. En la sociedad emancipada los hombres libres se educarán recíprocamente.
Marx subraya que hasta Adam Smith, que celebra la eficacia de la fragmentación del
trabajo, reconoce en esta división una fuente de desigualdad social: "El hombre que pasa su
vida entera ejecutando unas pocas operaciones simples no tiene oportunidad de ejercitar su
entendimiento. En general, se vuelve tan estúpido e ignorante como sea posible. Su vida
estacionaria corrompe su inteligencia". Smith se resigna a declarar que esta situación es
inevitable para el trabajador de toda sociedad industrial que se pretenda civilizada. Marx
concuerda con la idea de que "la división del trabajo es el asesinato de un pueblo" y cita a
Hegel: “Por hombres cultos debemos entender aquellos que pueden hacer todo lo que hacen
los otros".
Marx destaca que el capitalismo fundamenta esta división en el abaratamiento de los
productos que demanda el proceso de acumulación de capital, un argumento cuantitativo, que
destaca el valor de cambio.
Marx cita a Proudhon cuando afirma que la división del trabajo hizo creer durante mucho
tiempo en la desigualdad natural de condiciones. La realidad es que con la división del trabajo,
primera causa de decadencia intelectual y generadora de una aristocracia de capacidades, no
todos progresan igual y el saber y la riqueza a los que han accedido algunos se han convertido
en instrumento de imbecilidad y de miseria para la mayoría.
Marx retoma la protesta que en el siglo XVIII Rousseau había proferido contra una división
del trabajo que sustrae al ser humano la libertad de desarrollar una esfera de variadas
actividades y relaciones prácticas con el mundo. Como Rousseau, Marx formula severas críticas
a la división social del trabajo.
El principio de "igualdad de oportunidades"
El patrón del mérito está estrechamente vinculado al principio de igualdad de
oportunidades, un ideal que forma parte del intento que llevaron a cabo los teóricos del
liberalismo para compatibilizar los principios de igualdad y libertad. Desde la perspectiva
liberal, este principio eliminaría los obstáculos sociales que impiden una "competencia justa"
entre los individuos. Asimismo, abre las posibilidades de movilidad social y presupone la
existencia de personas que compiten para la consecución de un objetivo único, el cual no
puede ser alcanzado por todos. De allí que la retórica del principio de igualdad de
oportunidades evoque al hobbesiano estado de naturaleza de la guerra de todos contra todos.
Tanto Marx como Rousseau rechazan este principio por considerar que su articulación en
torno al eje de la competencia lo convierte en un valor abstracto, alejado de la igualdad
sustancial que propugnan para la sociedad emancipada. En la modernidad los conceptos de
igualdad y mérito constituyen una paradoja en la que, por un lado, se postula al mérito
individual como un valor generador de igualdad, mientras por el otro la mera reducción de
esta idea al formalismo de la "igualdad de oportunidades" crea nuevas formas de desigualdad
al amparo de la lógica meritocrática.
Asimismo, este principio sustenta el mecanismo competitivo propio del capitalismo y es
hostil al espíritu genuino de la democracia porque esconde la naturaleza oligárquica del
régimen que lo avala, justificando la continuidad del sistema de clases. Como "las
oportunidades no son ilimitadas", la promesa de movilidad social de este principio constituye
en realidad la "línea de largada de una carrera" que supuestamente ofrece a todos igualdad de
chance para insertarse en el orden jerárquico. Por ello, se concluye que la verdadera
democracia es incompatible con un régimen meritocrático, en virtud de que "rechaza que la
oligarquía del mérito sea diferente a cualquier otra oligarquía".

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