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CÁTEDRA
LETRAS UNIVERSALES
INFORME AL GRECO
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Casandsaj<ls utiliza una metáfora adaptada de la fórmula (equivalen-
te a nuestro «Erase una vez... ») con la que en Grecia empiezan los cuen-
tos: KÓKKLV'l KAWO't~ <SeµÉv'l [kókkini klostí demeni} «Un hilo rojo ata-
do ... ». El cuento es una madeja que se va desenrollando.
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des almas, ahora que ya se pone el sol, trato de tr""~ l
gran , h b . d ~ra.
en este Diario de viaje: como un . om r~ asc1en e, jadean..
t la montaña abrupta de su desuno. M1 alma entera es u
e, l . ., d . n
grito y toda mi obra es a 1nterpreta c1on e ese grito.
p¡rmanen temente, durante toda mi vida, una palabra
no ha dejado de martirizarme y flagelarme: la palabra Sub¡.
da. Quisiera describir aquí esta subida, mezclando verdad y
fantasía. Y también las huellas rojas que ha dejado mi as-
censión. Y me apresuro a hacerlo, antes de llevar «el casco
negro» y bajar al polvo, pues esta línea sangrienta será la
única huella que dejará mi paso por la tierra: lo que he es-
crito, lo que he hecho, está inscrito y grabado en el agua y
ha desaparecido.
Clamo a la memoria que recuerde, recojo mi vida, dis-
persada en el viento, y de pie, como un soldado ante el
general, hago mi Informe al Greco, porque él está amasado
con la ~isma tierra cretense que yo y puede comprend er-
me meJor que todos los luchadores que viven o han vivido.
¿Acaso no ha dejado él la misma línea roja en las piedras?
PR ÓL OG O
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Aprieto en m1. ma no, sereno, con pasion .'
, un puñad
tierra cretense; sie · mpre la 11evaba conmig · o en todo 0 de.
. gran des ang . l
peregrinajes, y en mis ustias a empuñabasymis.
mano rec1'b'1a fuerza, una eno rm e fuerza, como s1· estrech mi
.
la mano de un amigo querid o. Pero ahora que el sol se ara h
puesto y la jornada de trabajo ha terminado, ¿qué hace
~
con esa fuerza? Ya no la necesito. Conservo esta tierr
a de
Creta y la aprieto en mi mano con una dulzura, una tern
ura
y un reconocimiento indecibles, como si apretara entr
e mis
brazos a la mujer que amo para despedirme de ella. Esta
tierra es lo que he sido desde hace siglos, ella es lo que
seré
eternamente. Como un relámpago ha pasado el instante
en
que tú, salvaje tierra de Creta, formaste un remolino y
te
conveniste en un hombre combatiente.
¡Qué lucha, qué angustia, qué persecución de la fiera
feroz e invisible, devoradora de hombres! ¡Qué fuerzas pe-
ligrosas, celestes o satánicas, encierra este puñado de tierr
a!
Ha sido amasada con sangre, sudor y lágrimas, se ha hec
ho
barro, se ha convertido en hombre, ha iniciado el ascenso
para llegar -¿p ara llegar adó nde ?-. Escalaba, jadeante,
la
mole tenebrosa de Dios; tendía las manos, buscaba y bus
-
caba, tratando de encontrar su rostro.
. Y_ ~uando en estos últimos años, carente ya de esperan
za,
s1nno qu: esta mole no tenía rostro, ¡qué nueva lucha, llen
a
de audacia y de terror, para esculpir la cumbre en bruto
darle un rostro!, ¡su rostro! y
_Pero aho~a la jornada de trabajo ha terminado. Recojo
mis ?erranuentas. Que vengan otros pufiados de tierra
conanuar la lucha. Nosotros, los mortales e a
' d s el
batali . on e los inm .
ortales, nuestra sangre, rorm
·
am o
l al .
e cor , y construimos una isla sobre el abismes roJa como
Se ha construido Dios, yo también he puesc°· ·
--no · d .
grantto
'd ·
e arena roJo
d' , una gota de mi sangro m1 peq d ue-
l
sol1 ez e 1mpe ir que perezca, para que él me di e, para ar e
lºd
a m1, e 1mp • 'di
1 era ese so
que perezca yo. He cumplido m· d 1b ez
-¡Ad10S.. , , 1 e er.
r ,
Tiendo la mano y empuño el cerrojo de la tierra para
abrir la puerta y marcharme, pero aún me detengo un poco
en el umbral iluminado; les es difícil, muy difícil, a mis
ojos, a mis oídos y a mis entrañas despegarse de las piedras
y de la hierba del mundo. Uno se dice: Estoy saciado, estoy
tranquilo, ya no deseo nada, he cumplido mi deber y me
voy. Pero el corazón se aferra a las piedras y a las hierbas y
se resiste, suplica: «¡Espera un poco!».
Me esfuerzo en consolar a mi corazón, en ayudarlo a que
acepte consentir libremente, para que no abandonemos la
tierra como esclavos, golpeados, llorando, sino como reyes
que han comido, han bebido, se han saciado, están satisfe-
chos, y se levantan de la mesa. Pero el corazón aún late en
el pecho, se resiste, grita: «¡Espera un poco!».
Me pongo en pie, echo una última mirada a la luz que
también, como el corazón del hombre, se resiste y lucha.
Algunas nubes han cubierto el cielo, sobre mis labios ha
caído una tibia llovizna, la tierra exhala su aroma, una voz
dulce, seductora, asciende del suelo: «Ven ... ven ... ven».
La llovizna se ha hecho más densa, el primer pájaro
nocturno ha emitido un lamento y su queja ha rodado,
dulcísima, desde los follajes que empiezan a cubrirse de
sombras, hasta el aire húmedo. Quietud, gran ternura,
nadie en casa. Fuera los campos sedientos beben agrade-
cidos con muda felicidad, la primera lluvia: la tierra esti-
ra el cuello hacia el cielo, como un niño de pecho, para
mamar.
He cerrado los ojos. Apretaba en mi mano el puñado de
tierra de Creta y el sueño se apoderó de mí. El sueño se
apoderó de mí y tuve una ensoñación: Amanecía, el lucero
del alba pendía sobre mi cabeza, yo temblaba y me decía:
ahora va a caer. Y corría, corría entre montañas yermas y
desiertas, completamente solo. A lo lejos, hacia el oriente,
asomó el sol; no era el sol, era una bandeja de bronce llena
de carbones encendidos. El aire hervía. De vez en cuando,
una perdiz cenicienta echaba a volar entre los riscos, agita-
ha las alas, ajeaba, reía a carcajadas y se burlaba de rn, ~
un recodo de la montan,., a un cuervo 1evanto' bruscamen1. 1::.n
,
vuelo al verme; seguramente me estana esperando yte el
sorprendió por la espalda, muerto de risa. Yo me enfur:~
, l
me agaché y cogí una piedrapara, lanzarse ~' pero el cuervo CI,
[ro6]
Sonreíste, pusi ste 1~ man o sobr e mi cabeza; no era una
mano, era fuego mult icolo r, y su llama llegó hasta las raíces
de mi men te.
-Lle ga hast a don de pued as, hijo mío ...
Tu voz era gra_ve, sombrí~, com o si saliera de la prof unda
garganta de la tierra. Llego hast a las raíces de mi men te,
• ,
I
pero m1 cora zon no se estremec10.
•
-Ab uelo -gr ité ento nces , más fuer te-, dam e una or-
den más difícil, más cretense.
Y de repe nte, al decirlo, una llama silbó, desgarrando el
aire, el indó mito ante pasa do de cabellos entrelazados con
raíces de tomi llo desapareció de mi vista y en la cum bre del
Sinaí sólo qued ó una voz, firme, imperiosa, que hacía vi-
brar el aire:
-¡Ll ega hast a don de no puedas!
Me desperté, sobresaltado por esta visión; había amane-
cido. Me levanté, me acerqué a la ventana, salí al balcón,
con la parr a cargada de racimos. Hab ía dejado de llover, las
piedras brillaban, relucían; las hojas de los árboles estaban
llenas de lágrimas.
-¡Ll ega hast a dond e no puedas!
Era tu voz; ning ún otro en el mun do podí a pron unci ar
palabras tan viriles, ¡sólo tú, Abuelo insaciable! ¿Acaso no
eres tú el jefe insu miso , desesperanzado, de mi raza batalla-
dora? ¿No som os nosotros, los heridos, los hambrientos,
los testarudos, los cabezas de hierro, quienes hemos renega-
do del bienestar y de la segu ridad y guiados por ti nos lan-
zamos al asalto para rom per los límites?
El más prec laro rostr o de la desesperanza es Dios. El
más prec laro rostr o de la espe ranz a es Dios. Tú me em-
pujas, Abu elo, más allá de la espe ranz a y de la desespe-
ranza, más allá de los lími tes antig uos. ¿Adónde me em-
pujas? Mir o a mi alred edor ; miro dent ro de mí. La virtu d
ha perd ido la cord ura; la geom etría ha perd ido la cord ura
Y tamb ién la ha perd ido la mate ria; es preciso que vuelva
la Razón legisladora, que instau~~ un nuev o orde n, nue-
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vas leyes ,. que el mundo se transforme en una ar""'
--• 1 on1,a
mas .
' rica. .
Esto es lo que quiere~ tú, hacia, esto m e empujas, hacia
esto me has empujado siempre. Dia y noche he escuchad
tu orden y me he esforzado cuanto he, P?dido en lleg;
hasta donde no podía llegar; esto me ?abi~ impuesto como
un deber. Si he llegado o no, eres tu quien debe decirlo.
Estoy firme ante ti y espero.
* * *
Mi general, la batalla termina, est?Y re_dactando ~i in-
forme: dónde y cómo he luchado, fi.u herido, me falto va-
lor, pero nunca deserté; mis dientes castañeteaban de mie-
do, pero me até a la frente un pañuelo rojo para que no se
viera la sangre y me lancé al asalto. . .
Una a una arrancaré ante ti las plumas de la graJa, m1
alma, hasta que no quede de ella más que un puñadito de
tierra amasado con sangre, sudor y lágrimas. Te hablaré
de mi lucha, para aliviarme; prescindiré de la virtud, del
pudor, de la verdad, para aliviarme. Así, como tú pintaste
Toledo en medio de la tormenta, con densos y negros nu-
barrones, cercada por relámpagos amarillos, luchando co~
la luz y las sombras, sin esperanza, pero con tesón, así es m1
alma. La verás, la sopesarás entre tus hirsutas cejas y la juz-
garás. Recuerda el duro dicho que tenemos los cretenses:
<<Vuelve allí donde has fracasado; vete de donde has triun-
fado». Si he fracasado, y aún me queda una hora de vida,
volveré a la carga. Si he triunfado, abriré la tierra para venir
a tenderme junto a ti.
Escucha, pues, mi i?f~rme, general, y juzga; escucha,
Abuelo, el relato de m1 vida y si he luchado a tu lado· si
he sido herido sin que nadie se diera cuenta de cuá~ro
sufría; si jamás he dado la espalda al enemigo ·dame cu
bendición! ' •