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EVANGELIO 4 DE ENERO (Jn 1,35-42)

Le preguntan al Señor en este evangelio dónde vive. La pregunta es


maravillosa. Y el mismo hecho de preguntar también. Hoy día la gente no
dialoga o no sabe hacerlo. Es un ejercicio humano de amor que tiene algo
de divino. Dialogar esa comunicar por medio del logos, de la palabra.
Palabras con sentido que van y vienen con una lógica y una finalidad. En el
diálogo los niños aprenden a ser humanos y cuando falta esta realidad la
realidad se hace irreal, terrible, dañina.
El diálogo no es mera cuestión lingüística, es, como decimos, vital, además
de profundamente humana. Dialogar es amar, y el que ama dialoga. Se
convierten los dialogantes en comunicadores del interior. Por la palabra
sale fuera el amor para quedar en el otro, que a su vez devuelve amor con
nuevas palabras que van tejiendo el diálogo.
Tampoco es mera cuestión cognoscitiva. Dialogar es mucho más transmitir
información o simple mercancía intelectiva. Es verdad que dialogando
aprendemos podemos aprender muchas cosas y transmitir en su caso
conocimientos. Los diálogos de Platón son muestra del aspecto intelectivo
de los mismos.
Hay algo principal en el diálogo y es el afecto. Cuando se dialoga bien se
produce una conexión de afecto entre las partes. Y esto aun cuando se trate
de una sencilla transmisión de un mensaje. Aunque se trate de algo
funcional, el diálogo lleva carga afectiva de amor. Es una persona que se
pone en relación con otra por medio de la palabra.
Dialogar es viajar por el corazón del otro, aunque el viaje dure poco. Es
reconocer, aceptar, recibir, aprender, comunicar, escuchar. Las almas
vibran sin saberlo en ese acto de confianza que supone confiar.
¿Por qué se rompen los matrimonios? No hay diálogo. No saben. No
quieren. No pueden. El afecto es la raíz de pecados y de virtudes., Un afecto
picado produce pecados. Un afecto sano produce virtud. Es un espectáculo
lamentable ver a niños que han perdido toda capacidad de empatía, de
relación, de diálogo. Niños que no son niños sino viejos desagradables,
estropeados para el amor y la educación.
El mismo diálogo puede pervertir su esencia. Se puede dialogar con el mal,
con el mal pensamiento, con el diablo, con el malo. Y en el calor de la
conversación se va pudriendo la verdad y la relación. Eso les pasó a los
primeros padres dialogando con la serpiente. No era propiamente diálogo,
era trampa verbal, baile de frases, apariencia de diálogo, discurso fatal. Fue
un afecto el detonador del pecado mortal. Seréis como dioses… El árbol era
bueno para todo. Y todo se vino abajo por afecto enredoso en apariencia
de diálogo. Mismo formato que uno de verdad, pero con contenido de
maldad que malogra la misma esencia del diálogo. Como hemos dicho
antes, en los diálogos de Platón se dan los dos ingredientes para que el
diálogo no solo sea fructífero sino real: La verdad y el afecto.
Pero en el evangelio de san Juan se da un paso más. Además de ser Palabra
de Dios, la estructura del cuarto Evangelio presenta célebres diálogos. Son
progresivos en su tensión y acaban en conversión. Diálogos largos,
verdaderos procesos de conversión.
Así se ve en el evangelio de hoy. Cristo les pregunta, es decir, está
comunicando su amor. Espíritu Santo una cadena de amor, de verdad y
afecto. ¿Qué buscáis? ¿Dónde vives? Venid y veréis. Ahí está la cadena, el
enlace.
Ha sido el Señor el que ha lanzado la pregunta. Ha suscitado el deseo de
preguntar lo que no se atrevían a preguntar. La pregunta de Cristo ha sido
claro. Ha indagado en el deseo de ellos, en su búsqueda. Y les ha respondido
con misterio. “Venid y veréis”.
Me gusta a Cristo verle preguntar y quisiera que me preguntara. Es señal de
que le intereso, claro. Que pregunte y pregunte, que no hará más que sacar
más y más amor. A Pedro le preguntó que si le amaba más y le obligó así a
sacar su mayor amor, pues dijo que sí, que le amaba más. Así, así quiero
que me pregunte para que pueda sacar yo mi mayor amor. No son
preguntas formales sino palabras de amor, palabras del Verbo encarnado.
El evangelio acaba en la comunicación de la persona de Jesús. El enlaza,
genera comunidad de amor. Todo ha sido un intercambio, verdadero
diálogo y por serlo, es productivo y creativo. Genera fe. Así es todo
verdadero diálogo que se precie de serlo.

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