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Universidad Católica de Santa Fe – Departamento de Filosofía y Teología.

Filosofía: Comisión A

Segundo parcial
La instancia evaluativa propuesta por el programa se llevará a cabo en formato de
conservatorio filosófico. A cada grupo se le brindará un texto breve y la propuesta es
que en la exposición: a- contextualicen a qué tema de la materia pertenece, b-
desarrollen cuál es el contenido significativo al que el texto hace referencia (lean con
atención el texto SOLO deben desarrollar el aspecto que allí aparece no todo el
pensamiento del filósofo), c- y con qué cuestiones de lo que vimos podrían relacionarlo.
D-También deben proponer alguna referencia externa a la filosofía (literatura, cine,
música, etc.) con lo cual podrían relacionarlo y justificar por qué. Cada grupo contará
con un total de 15 minutos para su exposición. Respetar este tiempo será uno de los
rasgos a evaluar.

¿Qué es la filosofía?
Estudiantes:
Virginia Molet, Agustín Cerutti, Florencia Aguilar

Karl Jasper ¿Qué es la filosofía?


“La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en oposición a sophós. Se trata del
amante del conocimiento (del saber) a diferencia de aquel que estando en posesión del
conocimiento se llamaba sapiente o sabio. Este sentido de la palabra ha persistido hasta
hoy: la busca de la verdad, no la posesión de ella, es la esencia de la filosofía, por
frecuentemente que se la traicione en el dogmatismo, esto es, en un saber enunciado en
proposiciones, definitivo, perfecto y enseñable. Filosofía quiere decir: ir de camino.
Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas, y toda respuesta se convierte en
una nueva pregunta. Pero este ir de camino —el destino del hombre en el tiempo—
alberga en su seno la posibilidad de una honda satisfacción, más aún, de la plenitud en
algunos levantados momentos.
Esta plenitud no estriba nunca en una certeza enunciable, no en proposiciones ni
confesiones, sino en la realización histórica del ser del hombre, al que se le abre el ser
mismo. Lograr esta realidad dentro de la situación en que se halla en cada caso un
hombre es el sentido del filosofar. Ir de camino buscando, o bien hallar el reposo y la
plenitud del momento —no son definiciones de la filosofía. Esta no tiene nada ni
encima ni al lado. No es derivable de ninguna otra cosa. Toda filosofía se define ella
misma con su realización. Qué sea la filosofía hay que intentarlo. Según esto es la
filosofía a una la actividad viva del pensamiento y la reflexión sobre este pensamiento,
o bien el hacer y el hablar de él. Sólo sobre la base de los propios intentos puede
percibirse qué es lo que en el mundo nos hace frente como filosofía. Pero podemos dar
otras fórmulas del sentido de la filosofía. Ninguna agota este sentido, ni prueba ninguna
ser la única. Oímos en la antigüedad: la filosofía es (según su objeto) el conocimiento de
las cosas divinas y humanas, el conocimiento de lo ente en cuanto ente, es (por su fin)
aprender a morir, es el esfuerzo reflexivo por alcanzar la felicidad; asimilación a lo
divino, es finalmente (por su sentido universal) el saber de todo saber, el arte de todas
las artes, la ciencia en general, que no se limita a ningún dominio determinado.”
Pierre Hadot “Ejercicios espirituales y filosofía”:
“En las escuelas helenísticas y romanas de filosofía es donde el fenómeno resulta más
sencillo de observar. Los estoicos, por ejemplo, lo proclaman de forma explícita: según
ellos, la filosofía es «ejercicio. En su opinión la filosofía no consiste en la mera
enseñanza de teorías abstractas o, aún menos, en la exégesis textual, sino en un “arte de
vivir”, en una actitud concreta, en determinado estilo de vida capaz de comprometer por
entero la existencia. La actividad filosófica no se sitúa sólo en la dimensión del
conocimiento, sino en la del «YO» y el ser: consiste en un proceso que aumenta nuestro
ser, que nos hace mejores. Se trata de una conversión que afecta a la totalidad de la
existencia, que modifica el ser de aquellos que la llevan a cabo. Gracias a tal
transformación puede pasarse de un estado inauténtico en el que la vida transcurre en la
oscuridad de la inconsciencia, socavada por las preocupaciones, a un estado vital nuevo
y auténtico, en el cual el hombre alcanza la consciencia de sí mismo, la visión exacta del
mundo, una paz y libertad interiores.”

Sócrates I
Estudiantes: Acosta, Manuel; Raffaelli, Marina; Toso, Violeta.

De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios
que está en Delfos. En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío
desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con
vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues
bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he
dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le
respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano
suyo, puesto que él ha muerto. b Pensad por qué digo estas cosas; voy a mostraros de
dónde ha salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír yo estas palabras
reflexionaba así: «¿qué dice el dios y qué indica en enigma? Yo tengo de que no soy
sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy
sabio? Sin duda, no miente; no le es licito.» Y durante tiempo estuve yo confuso sobre
lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación
del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la
idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el y demostraría al oráculo:
«Este es más sabio que yo y tú decías que lo era yo. Ahora bien, al examinar a éste -
pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve
indagando y dialogando experimenté la siguiente, atenienses: me pareció que otras
muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo,
pero que no lo era. A continuación, intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero
que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de d muchos de los
presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre.
Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree
saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber.
Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que
no sé tampoco creo saberlo. A continuación, me encaminé hacia otro de los que
parecían ser más sabios que aquél' y saqué la misma impresión, y también allí me gané
la enemistad de muchos de los presentes.
(Apología a Sócrates – Platón)

Sócrates II.
Estudiantes: Cirera Agustina, Baez Domenez Yuliana, Sosa Ines, Lopez Perotti
Melina, Maria Zabala.
Fragmento del El Banquete de Platón.
—Permíteme aún, Fedro, replicó Sócrates, hacer algunas preguntas a Agaton, a
fin de que con su asentimiento pueda yo hablar con más seguridad.
—Con mucho gusto, respondió Fedro, no tienes más que interrogar. Dicho esto,
Sócrates comenzó de esta manera.
—Te vi, mi querido Agaton, entrar perfectamente en materia, diciendo que era
preciso mostrar primero cuál es la naturaleza del Amor, y en seguida cuáles son sus
efectos. Apruebo esta manera de comenzar. Veamos ahora, después de lo que has dicho,
todo bello y magnífico, sobre la naturaleza del Amor, algo más aún. Dime: ¿el Amor es
el amor de alguna cosa o de nada? (1). No te pregunto si es hijo de un padre o de una
madre, porque sería una pregunta ridícula. Si, por ejemplo, con motivo de un padre, te
preguntase si es o no padre de alguna cosa, tu respuesta, para ser exacta, deberla ser que
es padre de un hijo ó de una hija; ¿no convienes en ello?
—Sí, sin duda, dijo Agaton.
—¿Y lo mismo seria de una madre? Agaton convino en ello.
—Permite aún, dijo Sócrates, que haga algunas preguntas para poner más en
claro mi pensamiento: un hermano a causa de esta misma cualidad, ¿es hermano de
alguno o no lo es? —Lo es de alguno, respondió Agaton.
—De un hermano o de una hermana. Convino en ello.
—Trata, pues, replicó Sócrates, de demostrarnos si el Amor es el amor de nada o
si es de alguna cosa.
—De alguna cosa, seguramente.
—Conserva bien en la memoria lo que dices, y acuérdate de qué cosa el Amor es
amor; pero antes de pasar adelante, dime si el Amor desea la cosa que él ama.
—Sí, ciertamente.
—Pero, replicó Sócrates, ¿es poseedor de la cosa que desea y que ama, o no la
posee?
—Es probable, replicó Agaton, que no la posea.
—¿Probable? mira si no es más bien necesario que el que desea le falte la cosa
que desea, o bien que no la desee si no le falta. En cuanto a mí, Agaton, es admirable
hasta qué punto es a mis ojos necesaria esta consecuencia.' ¿Y tú qué dices?
—Yo, lo mismo
—Muy bien; así, pues, ¿el que es grande deseará ser grande, y el que es fuerte
ser fuerte?
—Eso es imposible, teniendo en cuenta aquello en que ya hemos convenido.
—Porque no se puede carecer de lo que se posee.
—Tienes razón.
—Si el que es fuerte, repuso Sócrates, desease ser fuerte, el que es ágil, ágil, el
que es robusto, robusto... quizá alguno podría imaginarse en este y otros casos
semejantes que los que son fuertes, ágiles y robustos, y que poseen estas cualidades,
desean aún lo que ellos poseen. Para que no vayamos á caer en semejante equivocación,
es por lo que insisto en este punto. Si lo reflexionas, Agaton, verás que lo que estas
gentes poseen, lo poseen necesariamente, quieran o no quieran; y ¿cómo entonces
podrían desearlo? Y si alguno me dijese: rico y sano deseo la riqueza y la salud; y. por
consiguiente, deseo lo que poseo, nosotros podríamos responderle: posees la riqueza, la
salud y la fuerza, y si tú deseas poseer estas cosas, es para el porvenir, puesto que al
presente las posees ya, quiéraslo o no. Mira, pues, si cuando dices: deseo una cosa, que
tengo al presente, no significa esto: deseo poseer en el porvenir lo que tengo en este
momento. ¿No convendrías en esto?
—Convendría, respondió Agaton.
—Pues bien, prosiguió Sócrates, ¿no es esto amar lo que no se está seguro de
poseer, aquello que no se posee aún, y desear conservar para el porvenir aquello que se
posee al presente? —Sin duda. —Por lo tanto, lo mismo en este caso que en cualquiera
otro, el que desea, desea lo que no está seguro de poseer, lo que no existe al presente, lo
que no posee, lo que no tiene, lo que le falta. Esto es, pues, desear y amar.
—Seguramente.
—Resumamos, añadió Sócrates, lo que acabamos de decir. Primeramente, el
Amor es el amor de alguna cosa; en segundo lugar, de una cosa que le falta.
—Sí, dijo Agaton.
—Acuérdate ahora, replicó Sócrates, de qué cosa, según tú ,'el Amor es amor. Si
quieres, yo te lo recordaré. Has dicho, me parece, que se restableció la concordia entre
los dioses mediante el amor a lo bello, porque no hay amor de lo feo. ¿No es esto lo que
has dicho?
—Lo he dicho, en efecto.
—Y con razón, mi querido amigo. Y si es así, ¿el Amor es el amor de la belleza,
y no de la fealdad? Convino en ello.
—¿No hemos convenido en que se aman las cosas cuando se carece de ellas y no
se poseen?
-Si—Luego el Amor carece de belleza y no la posee.
—Necesariamente.
—¡Pero qué! ¿Llamas bello a lo que carece de belleza, a lo que no posee en
manera alguna la belleza?
—No, ciertamente.
—Si es así, repuso Sócrates, ¿sostienes aún que el Amor es bello?
—Temo mucho, respondió Agaton, no haber comprendido bien lo que yo mismo
decía
—Hablas con prudencia, Agaton; pero continúa por un momento
respondiéndome: ¿te parece que las cosas buenas son bellas?
—Me lo parece.
—Entonces el Amor carece de belleza, y si lo bello es inseparable de lo bueno,
el Amor carece también de bondad.
—Es preciso, Sócrates, conformarse con lo que dices, porque no hay medio de
resistirte.
—Es, mi querido Agaton, imposible resistir a la verdad; resistir a Sócrates es
bien sencillo

Platón
Estudiantes: Collins Santiago, Derghon Josefina, Pietranera Sofía.

Fragmento de la República de Platón


Entonces, ¿a quiénes llamas 'verdaderamente filósofos'?
-A quienes aman el espectáculo de la verdad.
-Bien, pero ¿qué quieres decir con eso?
-De ningún modo sería fácil con otro, pero pienso que tú vas a estar de acuerdo
conmigo en esto.
-¿Qué cosa?
-Que, puesto que lo Bello es contrario de lo Feo, son dos cosas.
-¡Claro!
-Y que, puesto que son dos, cada uno es uno.
-También eso está claro.
-Y el mismo discurso acerca de lo Justo y de lo Injusto, de lo Bueno y de lo
Malo y todas las Ideas: cada una en si misma es una, pero, al presentarse por doquier en
comunión con las acciones, con los cuerpos y unas con otras, cada una aparece como
múltiple.
-Hablas correctamente.
-En este sentido, precisamente, hago la distinción, apartando a aquellos que
acabas de mencionar, amantes de espectáculos y de las artes y hombres de acción, de
aquellos sobre los cuales versa mi discurso, que son los únicos a quienes cabría
denominar correctamente 'filósofos'.
-¿Qué quieres decir?
-Aquellos que aman las audiciones y los espectáculos se deleitan con sonidos
bellos o con colores y figuras bellas, y con todo lo que se fabrica con cosas de esa
índole; pero su pensamiento es incapaz de divisar la naturaleza de lo Bello en sí y de
deleitarse con ella.
-Así es, en efecto.
-En cambio, aquellos que son capaces de avanzar hasta lo Bello en sí y
contemplarlo por sí mismo, ¿no son raros?
-Ciertamente.
-Pues bien; el que cree que hay cosas bellas, pero no cree en la Belleza en sí ni
es capaz de seguir al que conduce hacia su conocimiento, ¿te parece que vive soñando,
o despierto? Examina. ¿No consiste el soñar en que, ya sea mientras se duerme o bien
cuando se ha despertado, se toma lo semejante a algo, no por semejante, sino como
aquello a lo cual se asemeja?
-En efecto, yo diría que soñar es algo de esa índole.
-Veamos ahora el caso contrario: aquel que estima que hay algo Bello en sí, y es
capaz de mirarlo tanto como las cosas que participan de él, sin confundirlo con las cosas
que participan de él, ni a él por estas cosas participantes, ¿te parece que vive despierto o
soñando?
-Despierto, con mucho.
-¿No denominaremos correctamente al pensamiento de éste, en cuanto conoce,
'conocimiento', mientras al del otro, en cuanto opina, 'opinión'?
-Completamente de acuerdo.
Cosmovisión judeo-cristiana.
Estudiantes: Ludmila Guarascio, Florencia Cruz, Catalina Ise, Guillermina Penzel,
Celeste Saúl

Génesis , 2 y 3
1. Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato, y dio por
concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de
toda la labor que hiciera.
3. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la
obra creadora que Dios había hecho.
4. Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El
día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto
alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahveh
Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo.
6. Pero un manantial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo.
Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices
aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.
8. Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al
hombre que había formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles
deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el
árbol de la ciencia del bien y del mal.
15. Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que
lo labrase y cuidase.
16. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín
puedes comer,
17. mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que
comieres de él, morirás sin remedio.»
18. Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a
hacerle una ayuda adecuada.»
19. Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las
aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser
viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.
20. El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos
los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada.
21. Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual
se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne.
22. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y
la llevó ante el hombre.
23. Entonces éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de
mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.»
24. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se
hacen una sola carne.
25. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban
uno del otro.
CAPÍTULO 3
1. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh
Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de
ninguno de los árboles del jardín?»
2. Respondió la mujer a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles
del jardín.
3. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No
comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte.»
4. Replicó la serpiente a la mujer: «De ninguna manera moriréis.
5. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los
ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.»
6. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista
y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido,
que igualmente comió.
7. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que
estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.
8. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el
jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh
Dios por entre los árboles del jardín.
9. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»
10. Este contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy
desnudo; por eso me escondí.»
11. El replicó: «¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido
acaso del árbol del que te prohibí comer?»
12. Dijo el hombre: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y
comí.»
13. Dijo, pues, Yahveh Dios a la mujer: «¿Por qué lo has hecho?» Y contestó la
mujer: «La serpiente me sedujo, y comí.»
14. Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita
seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre
caminarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.
15. Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará
la cabeza mientras acechas tú su calcañar.»
16. A la mujer le dijo: «Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con
dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará.
17. Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del
árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga
sacarás de él el alimento todos los días de tu vida.
18. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo.
19. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de
él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.»
20. El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los
vivientes.
21. Yahveh Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió.
22. Y dijo Yahveh Dios: «¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de
nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su
mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.»
23. Y le echó Yahveh Dios del jardín de Edén, para que labrase el suelo de
donde había sido tomado.
24. Y habiendo expulsado al hombre, puso delante del jardín de Edén
querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.
Agustín de Hipona
Estudiantes: Bustamante Victoria. Castillo Matilde. Marzo M. Agostina
Que yo te conozca Conocer mío, que te conozca como también soy conocido.
Virtud de mi alma, entra en ella y confórmala a ti, para que la tengas y poseas sin
mancha ni pliegue. Ésta es mi esperanza, por eso hablo y en esa esperanza me alegro,
cuando me alegro con un gozo sano. Los demás bienes de esta vida tanto menos se han
de llorar cuanto más se llora por ellos, y tanto más se deben llorar cuanto menos se los
llora. He aquí que amaste la verdad, puesto que el que la obra llega a la luz. Yo quiero
obrada en mi corazón ante ti por esta confesión, y ante muchos testigos por mi pluma.
Ciertamente, para ti, Señor, a cuyos ojos el abismo de la conciencia humana está
desnudo, qué podría haber oculto en mí, ¿aunque no quisiera confesártelo? No quererlo
sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti 3 Y ahora, cuando mi gemido testifica que me
desagrado a mí mismo, resplandeces y me agradas Tú, a quien amo y deseo al punto de
avergonzarme de mí, desecharme y elegirte. Así pues, a ti, Señor, me manifiesto como
soy. Ya dije cuál es el fruto de esta confesión mía. Porque no la hago con las palabras y
las voces de la carne, sino con el verbo del alma y el clamor del pensamiento, que tu
oído conoce. Pues, cuando soy malo, confesártelo a ti no es más que desagradarme;
cuando soy bueno, confesártelo no es más que no atribuírmelo.
Tú, Señor, bendices al justo, pero primero de impío que era lo conviertes en
justo.4 Por eso, Dios mío, mi confesión en tu presencia es callada y no callada. Calla en
cuanto al ruido; clama en cuanto al afecto. Pues nada digo de v dadero a los hombres
que Tú no hayas escuchado antes de en mí, ni oyes de mí nada verdadero que no me lo
hayas dicho Tú antes. III. 3. ¿Qué tengo yo que compartir con los hombres para que
escuchen mis confesiones, como si hubiesen de sanar ellos todas mis dolencias? Son
una especie curiosa para conocer la vida ajena, negligente para corregir la propia. ¿Por
qué quieren oír de mí quién soy los que no quieren oír de ti quiénes son ellos? ¿y cómo
saben cuándo me oyen hablar a mí de mí mismo, si digo la verdad, siendo que nadie
conoce al hombre, lo que pasa en él, sino el espíritu del hombre que está en él?5 Pero si
te oyen a ti hablar de ellos mismos, no podrán decir: "El Señor miente". Pues ¿qué es
oírte hablar a ti de uno mismo sino conocerse? Y ¿quién, si se conoce, puede decir: "Es
falso", salvo que mienta? Sin embargo, puesto que la caridad todo lo cree, entre aquellos
a los que funde en uno solo uniéndolos a ella misma, he aquí que también yo, Señor, me
confieso a ti para que oigan los hombres, a quienes no puedo demostrar que confieso la
verdad. Pero me creen aquellos a los que abre los oídos para mí la caridad.
¿Qué es, pues, lo que amo, cuando amo a mi Dios? ¿Quién es aquel que está por
encima de la cima de mi alma? A través de mi misma alma ascenderé hasta Él.
Traspasaré esta potencia mía que me adhiere al cuerpo y que llena vitalmente su
organismo. No encuentro en esta fuerza a mi Dios, ya que lo encontrarían también el
caballo y el mulo, que carecen de inteligencia, pero tienen esa misma fuerza por la que
viven sus cuerpos. Hay otra, por la que mi carne tiene no sólo vida sino aún sensibilidad
y que el Señor me fabricó, ordenando al ojo que no oiga y al oído que no vea, sino que
yo vea por aquél y oiga por éste y determinó a cada uno de los demás sentidos su sede y
función propia. Aunque esas funciones son diversas, las llevo a cabo a través de ellos
yo, una única alma. Traspasaré aún esta potencia mía, pues también la tienen el caballo
y el mulo: también ellos sienten por medio del cuerpo. Traspasaré también esta
naturaleza mía, ascendiendo por grados hasta aquel que me hizo. Y vengo a dar en los
anchurosos campos y vastos palacios de la memoria. En ella se encuentran los tesoros
de las innumerables imágenes que los sentidos aportaron de toda clase de cosas. Allí,
recóndita, está también con cualquier cosa que pensemos, ya sea aumentando o, ya sea
disminuyendo, ya sea aun modificando lo percibido por los sentidos y cualquier otra
imagen encomendada a ella y depositada en ella, mientras que no la haya absorbido y
sepultado el olvido. Cuando estoy allí, pido que se me presente lo que quiero.. Algunas -
cosas vienen al momento otras hay que buscarlas con más tiempo y sacarlas de una
suerte de receptáculos más secretos . Hay otras, en cambio, que irrumpen en tropel, y
cuando uno pide y busca otra cosa, se interponen, como diciendo: "¿Acaso somos
nosotras?" Yo las aparto con la mano del pensamiento de la faz de mi memoria, hasta
que se despeje lo que quiero y venga desde su escondite a mi presencia. Otras son
tratadas ante mí sin dificultad, en orden riguroso y según van siendo llamadas: las que
vienen primero van desapareciendo ante las que siguen y, al ceder, se ocultan, listas
para reaparecer cuando yo lo desee. Todo esto sucede cuando recito algo de memoria.
13.
Allí, diferenciadas según su especie, se conservan también todas las cosas que
entraron cada una por su propia puerta: la luz, Y todos los colores y formas de los
cuerpos, a través de los ojos; por los oídos, toda la variedad de los sonidos; todos los
olores, por la nariz; todos los sabores, por la boca; por la sensibilidad extendida en todo
el cuerpo, lo que es duro o blando, caliente o frío, suave o áspero, pesado o ligero, sea
ello exterior o interior al cuerpo mismo. Todas estas cosas las recoge la memoria, para
evocarlas de nuevo y volver sobre ellas cuando sea necesario, en su vasto receptáculo y
en no sé qué secretos e inefables recovecos suyos. Todas, cada una por su puerta, van
entrando en ella, y en ella se depositan. Aunque no son las cosas mismas las que entran,
sino las imágenes de las cosas sentidas, y permanecen allí, prontas al reclamo del
pensamiento que las evoque. ¿Quién podrá decir cómo fueron formadas estas imágenes,
aunque sea claro por cuál sentido fueron captadas y ocultas en el interior? Si me hallo a
oscuras y en silencio, si quiero, evoco en mi memoria los colores, y distingo el blanco
del negro y entre todos los demás. Mi consideración de las imágenes obtenidas a través
de los ojos no es perturbada por la irrupción de los sonidos, no obstante que éstos
también están allí, pero latentes, como dejados a un lado.

Michel de Montaigne
Estudiantes: Barbero Lucía, Martinez Oddo Juliana, Meinardi Abril, Pinatti María
Paula.
Es locura referir la verdad y la falsedad a nuestro juicio.
Acaso sea razonable atribuir a simpleza y a ignorancia la facilidad de creer y dejarse
persuadir. Me parece haber aprendido hace tiempo, en efecto, que la creencia es como
una impresión que se produce en el alma, y que a medida que ésta resulta más blanda y
menos resistente, es más fácil imprimirle cualquier cosa.[1] c | Vt necesse est lancem in
libra ponderibus impositis deprimi, sic animum perspicuis cedere[2] [Tal como el
platillo de la balanza necesariamente se inclina cuando se le pone un peso encima, el
alma cede ante las evidencias]. Cuanto más vacía está el alma y menor es su contrapeso,
más fácilmente cede bajo la carga de la primera persuasión.
Pero también, por otra parte, es necia presunción desdeñar y condenar como falso
aquello que no nos parece verosímil, lo cual es vicio común entre quienes piensan que
tienen alguna capacidad superior a la ordinaria. Así lo hacía yo en otro tiempo, y al oír
hablar de espíritus que retornan o de la adivinación del futuro, de encantamientos y
brujerías, o de cualquier otro cuento en el cual no pudiera penetrar compadecía al pobre
pueblo engañado por tales locuras. Y ahora me parece que yo mismo era por lo menos
igualmente digno de lástima. No es que después la experiencia me haya hecho ver nada
por encima de mis primeras creencias —y, sin embargo, no ha sido por falta de
curiosidad—; pero la razón me ha enseñado que condenar una cosa tan resueltamente
como falsa e imposible es arrogarse la superioridad de tener en la cabeza los términos y
límites de la voluntad de Dios y de la potencia de nuestra madre naturaleza; y que no
hay locura más notable en el mundo que reducirlos a la medida de nuestra capacidad y
aptitud. Si llamamos monstruos o milagros a aquello donde no alcanza nuestra razón,
¡cuántos se nos ofrecen continuamente a los ojos! Consideremos a través de qué nubes
y cuán a tientas somos conducidos al conocimiento de la mayoría de cosas que tenemos
entre manos. Sin duda descubriremos que es la costumbre más que la ciencia lo que
hace que no nos parezcan extrañas
Debemos juzgar con más reverencia sobre la infinita potencia de la naturaleza,[10] y
con mayor reconocimiento de nuestra ignorancia y debilidad. ¡De cuántas cosas poco
verosímiles han dado testimonio personas fidedignas! Si no podemos persuadirnos de
ellas, debemos dejarlas por lo menos en suspenso, pues condenarlas como imposibles es
arrogarse, con temeraria presunción, la fuerza de saber hasta dónde llega lo posible. Si
se entendiera bien la diferencia que existe entre lo imposible y lo insólito, y entre lo
contrario al orden del curso de la naturaleza y lo contrario a la opinión común de los
hombres, sin creer a la ligera ni descreer tampoco con facilidad, se observaría la regla
«Nada en exceso», prescrita por Quilón
Cuando encontramos en Froissart que el conde de Foix se enteró, en Bearn, de la
derrota del rey Juan de Castilla en Aljubarrota, al día siguiente de producirse, y los
medios que alega, podemos burlarnos;[12] e incluso de aquello que dicen nuestros
anales: que el papa Honorio, el mismo día que el rey Felipe Augusto murió b | en
Mantua, a | dispuso que se hicieran sus funerales públicos, y los mandó hacer por toda
Italia.[13] La autoridad de tales testigos carece quizá del rango suficiente para
contenernos. Pero ¿qué decir si Plutarco, aparte de los numerosos ejemplos antiguos que
aduce, afirma saber a ciencia cierta que, en tiempos de Domiciano, la noticia de la
batalla perdida por Antonio en Alemania, a muchas jornadas de distancia, se conoció en
Roma y se difundió por todo el mundo el mismo día de la derrota?;[14] ¿y si César
sostiene que ha sucedido con frecuencia que la fama se ha anticipado al acontecimiento?
[15] ¿Diremos que esos simples se dejaron engañar junto al vulgo porque no eran tan
lúcidos como nosotros? ¿Existe nada más exigente, más nítido y más vivo que el juicio
de Plinio cuando le place ponerlo en juego, nada más alejado de la vanidad? —dejo de
lado la excelencia de su saber, que tomo menos en cuenta; ¿acaso le superamos en
alguna de las dos cualidades?—. Sin embargo, hasta el más modesto de los estudiantes
le acusa de mentir, y pretende darle lecciones sobre el curso de las obras de la
naturaleza. Cuando leemos en Bouchet los milagros de las reliquias de san Hilario, pase;
su autoridad no es suficientemente grande para hurtamos la libertad de contradecirle.
[16] Pero condenar de una vez todas las historias semejantes me parece singular
desfachatez. El gran san Agustín declara haber visto que un niño ciego recobró la vista
gracias a las reliquias de san Gervasio y de san Protasio en 220 Milán; que una mujer,
en Cartago, se curó de un cáncer mediante el signo de la cruz que le hizo otra mujer
recién bautizada; que Hesperio, un amigo suyo, expulsó los espíritus que infestaban su
casa con un puñado de tierra del sepulcro de Nuestro Señor, y, cuando esta misma tierra
fue llevada a la iglesia, un paralítico se curó de repente; que una mujer, en una
procesión, tras tocar el relicario de san Esteban con un ramillete, y frotarse los ojos con
él, recobró la vista perdida mucho antes; y dice haber presenciado personalmente
numerosos milagros más.[17] ¿De qué les acusaremos a él y a los dos santos obispos,
Aurelio y Maximino, a los que invoca como avales? ¿Acaso de ignorancia, simpleza y
facilidad, o de malicia e impostura? ¿Alguien en nuestro siglo tiene tanta desfachatez
que piense poder compararse con ellos, ya sea en virtud y piedad, ya sea en saber, juicio
y capacidad? c | Qui, ut rationem nullam afferrent, ipsa auctoritate me frangerent[18]
[Son tales que, aunque no brindaran razón alguna, me doblegarían con su sola
autoridad].
Es peligrosa y grave osadía, aparte de la absurda ligereza que supone, despreciar
aquello que no entendemos. En efecto, una vez que has fijado, según tu buen entender,
los límites de la verdad y la mentira, y una vez que resulta que has de creer a la fuerza
cosas todavía más extrañas que aquellas que niegas, te ves ya obligado a abandonarlos.
Ahora bien, lo que a mi juicio procura mayor desorden a nuestras conciencias en los
tumultos religiosos en que nos hallamos es la cesión que los católicos hacen de su
creencia.[19] Les parece que representan el papel de moderados y entendidos cuando
abandonan a los adversarios algunos de los artículos que se debaten. Pero, además de
que no ven la ventaja que supone para quien te ataca empezar a hacerle concesiones y a
echarse atrás, y hasta qué punto esto le incita a proseguir su avance, esos artículos que
eligen como los más ligeros son a veces muy importantes. Hay que someterse por entero
a la autoridad de nuestro gobierno eclesiástico, o bien dispensarse por entero de ella. No
nos atañe a nosotros establecer qué parte de obediencia le debemos. Y, además, puedo
decirlo 221 porque lo he experimentado, pues en otro tiempo me valí de esta libertad de
elegir y de efectuar mi selección particular, y descuidé ciertos puntos de la observancia
de nuestra Iglesia que parecen tener un aspecto más vano o más extraño. Al hablar de
ello con los doctos, descubrí que tales cosas poseen un fundamento macizo y muy
sólido, y que sólo la necedad y la ignorancia nos hacen acogerlas con menos reverencia
que al resto.[20] ¿Acaso hemos olvidado cuántas contradicciones percibimos en nuestro
propio juicio, cuántas cosas que ayer nos servían de artículos de fe hoy las
consideramos fábulas?[21] El orgullo y la curiosidad son los dos azotes de nuestra alma.
Ésta nos lleva a meter la nariz en todo; aquél nos impide dejar nada sin resolver y sin
decidir.

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