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Nuestra palabra “ética” proviene del griego éthos. Empecemos por decir que, en griego, éthos se opone a páthos.

Por
páthos se entiende todo lo que nos ha sido dado por la naturaleza, sin que nosotros mismos –ni con nuestra libertad ni
con nuestro esfuerzo– hayamos contribuido activamente a su existencia. Es decir, se trata de todo lo que hemos recibido
“pasivamente”, al margen de nuestra autonomía y trabajo. Sería todo aquello que recibimos de lo que, inspirándonos en
John Rawls, podríamos llamar la lotería biológica y la lotería social3 . Así, por ejemplo, nuestro patrimonio genético, la
posición social de nuestra familia, el lugar de nacimiento y hasta buena parte de los valores y hábitos que poseemos,
podrían atribuirse al páthos, a las loterías, a lo pasivamente recibido. Es verdad que ya en el último ejemplo nos
estaríamos alejando de lo puramente pasivo, porque está implicado el proceso educativo, que no entra en el ámbito de
lo puramente recibido. El educando juega un papel activo en su proceso de educación. Sin embargo, no puede negarse
que en la educación entran también en juego las loterías, desde la capacidad para aprender hasta la orientación de la
educación recibida y los valores inculcados. El haber nacido en una familia cristiana, por ejemplo, ha orientado la
educación moral y la socialización de muchos de nosotros, condicionamiento que hubiese sido evidentemente distinto
de haber nacido en una familia islámica o atea. También ha condicionado nuestra educación el haber nacido en países y
en medios sociales que nos han permitido, entre otras cosas, acceder a las aulas universitarias. Pero aquí ya estamos en
la región en la que el páthos se mezcla con el éthos. Si el páthos se refiere a lo recibido pasivamente, el éthos se refiere,
por el contrario, al esfuerzo activo y dinámico de la persona que da a lo recibido forma verdaderamente humana, en el
sentido más propio del término. La autonomía humana esculpe en los materiales recibidos del páthos la propia identidad
personal. Con el éthos entramos en el ámbito de la libertad y, por ende, en el ámbito de lo biográfico y de lo
estrictamente moral. El reino de la ética es, si queremos usar el lenguaje kantiano y hegeliano, el reino de la libertad y no
el reino de la necesidad. Hay que añadir enseguida que éthos en griego tiene dos grafías distintas. Encontramos en esa
lengua un éthos escrito con eta () y otro escrito con épsilon (). Esta doble grafía no es inocente, sino que recoge una
diversidad de significados. , escrito con eta, significaba originalmente “morada” o “lugar de residencia”. Se usaba
antiguamente en la poesía griega con referencia a los pastos y guaridas en que los animales habitan y se crían. Más tarde
se aplicó al lugar de residencia de los seres humanos y llegó a significar “país”. Por último, vino a tener la que
históricamente ha sido su acepción más común en la tradición filosófica de Occidente y la que aquí nos interesa. En esta
última y, para nosotros, más importante acepción, significa carácter o talante: es decir, la disposición fundamental de una
persona ante la vida4 . Pero hay que tener cuidado con la palabra carácter en castellano. En nuestra lengua, ”carácter”
puede tener un sentido psicológico y otro estrictamente moral. En sentido psicológico, el carácter es el conjunto de
cualidades psíquicas y afectivas que intervienen en la conducta de una persona y la distinguen de los demás, lo que
también llamamos la personalidad. Este concepto se refiere al temperamento y a las estructuras fundamentales de
configuración psicológica de la persona. Algunos elementos del carácter psicológico son heredados y otros adquiridos,
aunque no necesariamente a través de decisiones plenamente conscientes (lo usual suele ser más bien lo contrario).
Pero no es esta acepción de la palabra carácter la que interesa principalmente a la ética. Como era de esperar, en ética
nos interesa el carácter en su sentido estrictamente moral, es decir: la disposición fundamental de una persona ante la
vida, su modo de ser estable desde el punto de vista de los hábitos morales (disposiciones, actitudes, virtudes y vicios)
que la marcan –que la caracterizan– y le confieren el talante peculiar que la distingue. El carácter moral, a diferencia del
temperamento, que posiblemente sea innato, no es fruto del páthos. Es la configuración estable que una persona ha
elegido para su vida. Se refiere, pues, a la clase de persona que hemos elegido ser. Es posible que esta última afirmación
sea causa de asombro para algunos. Volveremos en seguida sobre ella, porque aquí estamos en el núcleo constitutivo de
la vida moral. La vida moral tiene que ver, ante todo, con la formación del carácter, es decir con la configuración de la
propia personalidad –talante o calaña– moral, a través de las opciones y elecciones libres de la persona. Naturalmente
que no se trata de una libertad absoluta, sin condicionamientos, sino de una libertad humana y, por ende, histórica. Pero
sobre este problema volveremos en otro apartado de este capítulo. Ahora conviene detenerse en el significado que tiene
el término en griego cuando se escribe con épsilon. El término escrito con esta segunda grafía se puede traducir por
“hábito” o “costumbre”5 . Se refiere, más bien, a los actos concretos y particulares, a través de los cuales la persona
realiza su proyecto de vida. Este segundo sentido también interesa a la ética, porque el carácter moral se va formando,
precisamente, a través de las opciones particulares, que hacemos en nuestra vida cotidiana. En cierto sentido, podemos
decir que en cada elección particular, con peso moral, me elijo a mí mismo, elijo la clase de persona que yo quiero ser,
aunque sea de manera implícita o atemática6 . A través de la elección sistemática de opciones egoístas, también en las
cosas pequeñas de cada día, me voy haciendo una persona egoísta. Es interesante que este detalle ha estado siempre
presente en la educación ascética cristiana. La persona se prepara a los grandes sacrificios a través de los pequeños
sacrificios, así como la santidad no consiste necesariamente en la realización de hazañas extraordinarias sino en la
extraordinaria hazaña de hacer lo ordinario con extraordinario amor. De modo análogo, no suele caerse en el pecado
grave de golpe, sino que suele ser el resultado de una serie de opciones egocéntricas que la persona ha ido realizando,
muchas veces sin haberse hecho un planteamiento reflejo explícito7 . En el fondo puede decirse que, desde

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