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¿Qué es la ética?
La Ética es una disciplina filosófica que trata de los asuntos morales, es decir, de nuestra conducta
desde el punto de vista del bien, del deber o del valor, calificándola como buena o mala, correcta o
incorrecta, valiosa o sin valor moral. Es conocida por Ética y Moral, ambos términos con distintas raíces
etimológicas.
1. APROXIMACIÓN SEMÁNTICA
Aranguren (1909-1996), primero en sistematizar los estudios Éticos en España, hizo hincapié en esa
doble etimología. Ética deriva de las palabras griegas êthos y éthos.
Êthos, cuyo sentido más antiguo aludía a “residencia”, “morada”, “lugar donde se habita”.
Posteriormente fue evolucionando hasta designar al lugar metafórico, interior desde el que se vive, es decir,
su carácter.
Platón y Aristóteles derivaron êthos de éthos, entendida esta última como el carácter de la
costumbre, acercando el termino éthos al de hexis o que se adquiere a través de la repetición, de ahí la
importancia de la educación.
El carácter sería una “segunda naturaleza”, fuente de nuestros actos y resultado de ellos, frente al
temperamento, que nos es dado y con relación al cual hemos de forjar nuestra personalidad moral. Como
decía KANT, “el carácter es lo que el hombre hace de sí mismo por voluntad sometida a la ley moral.”
Êthos y éthos fueron traducidos al latín con la palabra mos, de la que provendría “moral”. En la
traducción prevaleció el sentido de costumbre o habito, con lo que la reflexión ética se trasladó desde el
sentido de carácter moral a su desgajamiento en hábitos o actos (buenos o malos) tomados aisladamente.
De este modo, entre actos, hábitos y carácter se establece un círculo: nuestros hábitos y actos
dependen de nuestro carácter, pero a su misma vez este último se forja a través de las elecciones y decisiones
tomadas. El modo de ser será el resultado de nuestra disposición elaborada por el carácter que a través del
comportamiento nos vamos apropiando. Sin embargo, el centro de gravedad estaría en su vida en conjunto, la
“vida moral”, de la cual actos y hábitos son simples elementos constitutivos y mediante los cuales se expresa.
Hasta ahora estos términos vendrían a ser sinónimos, y abarcarían tanto la ethica utens (moral
vivida) como la ethica docens (reflexión filosófica y susceptible de ser enseñada). En la tradición moral
occidental, el fin de la Ética no era exclusivamente el aumento del conocimiento y la reflexión, sino también
el perfeccionamiento del hombre. Con respecto a la virtud no basta conocerla y proclamarla “sino que hay
que intentar tenerla y
practicarla” (Aristóteles), se trataría pues de evitar marchar en sentido opuesto o acortar la distancia entre el
decir y el actuar.
Pese a la sinonimia hasta ahora expuesta entre “ética” y “moral”, las diferencias entre el filósofo
moral y el moralista nos pueden hacer dilucidar la distinción de conceptos. El filósofo moral tiene una
labor teórica sobre el fenómeno de la moralidad y reflexiona sobre la vida práctica. El moralista pretende
reformar y alentar la práctica moral de los humanos.
Resumiendo: ética y moral escritas con minúscula y como sinónimo se refieren a la moral vivida
mientras que Ética, Moral o filosofía moral se refieren a la reflexión filosófica sobre la moralidad, sobre las
diversas formas de moral vivida, aunque el uso no sea regular en todos los autores.
El sentido más obvio de la palabra “moral” es el que considera a la vida humana en términos de su
bondad o maldad. Bueno aparece en Aristóteles como el predicado fundamental de la vida moral. Esa
centralidad la ha ocupado el deber con Kant y el valor con Max Scheler. El significado más usual es el
adquirido por su contraposición a “inmoral” (malo, indebido, no valioso). Sin embargo, antes que a inmoral,
el término moral puede contraponerse a otros que nos revelan significados más radicales como “amoral ” y
“desmoralizado”.
2.1) Moral-amoral.
• Más acá.
Esta concepción es contemplada por Kierkegaard, que situaba al hombre del estadio estético, aquel
que realiza sus elecciones desde la indiferencia. Se elige en un momento esto, luego lo otro, sin que ninguna
de estas elecciones comprometa su existencia. Lo que elige el hombre, de este modo, es no elegir, aunque
también Kierkegaard muestra que la no elección supone una forma de elección, sólo que en sentido
impropio.
La diferencia entre el hombre del estadio estético frente al del estadio ético, es que el primero no quiere
hacerse cargo de la elección, mientras que el segundo la tiene en cuenta. En la elección no se trata de elegir
bien, sino de la seriedad, la forma, el páthos con el que se elige. Ahí es donde se manifiesta la personalidad y
donde queda firmemente constituida. En cambio, quien sólo elige estéticamente se coloca a merced del
capricho, dejándose elegir por los impulsos o dejándose hacer por el tiempo, otros, la sociedad. El hombre
estético malgasta su vida en cualquier secreto extravío, para Kierkegaard es la elección lo que nos
constituye.
Kierkegaard subrayó la importancia que para la vida humana tiene hacerse cargo de que no todo da
igual, de que no todo vale lo mismo. En cambio, el indiferente hace dejación de su responsabilidad de
decisión, y al negarse a realizar así su libertad, se abandona a la cosificación.
• Más allá.
Nietzsche pretendió situarse más allá de la alternativa del bien y del mal. En su obra “Mas allá del
bien y del mal”, más que intentar anular la disyuntiva entre el bien y el mal, lo que se planteó fue hacer una
crítica de la modernidad, acabar con la jerarquía de valores del mundo moderno a través de la secularización
de la moral cristiana, concebida por él como “platonismo para el pueblo”. La consideraba una moral de la
decadencia y el
resentimiento, prolongada en la democracia y el socialismo.
Según Nietzsche, el perdón nace de la cobardía el ideal de igualdad del temor a lo superior. En vez
de una moral reactiva, que no pretende originariamente nada y es propia de espíritus sometidos, él propone la
moral de alguien “rudo, poderosos, que quiere ser señor”. Frente a la moral del rebaño, la figura del
superhombre, frente a normas universales, el propio querer. No pretende sino establecer otro bien y otro
mal, una nueva jerarquía de valores.
A pesar de las consideraciones anteriores, parece difícil situarse más acá o más allá de la moralidad.
A nivel individual el fenómeno de la amoralidad habría que entenderse como un problema psicopatológico
más que ético, en el que la privación del sentido del bien y del mal sería casos aislados. A su misma vez,
según los estudios de Antropología Cultural, no existen sociedades en las que no haya un sistema de normas
para el grupo.
2.2) Moral-desmoralizado.
Fue José Luis Aranguren el que subrayó la importancia de este aspecto de la moral, refiriéndose a
él con el concepto de “moral como estructura”.
Una de las diferencias básicas entre los animales y el hombre podría expresarse en que el animal se
encuentra ajustado al medio, a diferencia del desajuste que el ser humano mantiene con este. Las respuestas
animales ante estímulos y circunstancias similares se pueden predecir, puesto que su equipamiento biológico
le proporciona repuestas instintivas y estereotipadas.
El hombre, en cambio, ningún aspecto de la realidad le viene ofrecido unívocamente. Al poder dar
diferentes respuestas y hacer diversas propuestas, tiene que interpretar la realidad y elegir, entre las
posibilidades que se le ofrecen, las que estime preferentes, lo que comporta una vida inestable que, a la vez,
es la otra cara (y el riesgo) de su propia libertad.
Sólo hay una cosa de la que los hombres no somos libres: de dejar de serlo. Por eso decía Sartre
(existencialista – no cree en el poder de la pasión; el hombre es responsable de su pasión) que estamos
condenados a la libertad.
A ese tener que elegir es a lo que Zubiri y Aranguren denominaron moral como estructura. Pero el
hombre, estructuralmente moral, puede, sin embargo, conducirse luego debida o indebidamente, moral o
inmoralmente, que es a lo que ambos autores se referían al hablar de “moral como contenido”: el hombre,
animal hominizado, no se encuentra ya directamente humanizado, siendo esa tarea de encontrar su
humanidad una tarea básicamente moral.
Aunque el hombre se piense libre, cabe la posibilidad que su conducta se encuentre sometida a un
estricto determinismo.
En este punto, Kant en su Critica de la razón pura, concluye en la imposibilidad, para la razón
teórica, de resolver esta antinomia (paradoja, contradicción entre dos principios racionales). Por más que
nuestra conciencia nos presente como libres, no podemos llegar a saber si esa conciencia de libertad es solo
una ilusión o apariencia (Schein). Para Kant, la libertad será asunto de la razón práctica, indemostrable para
el uso teórico.
Sin embargo, la libertad es condición de posibilidad de la vida moral (no sería posible imputar
responsabilidad moral a quien careciese de libertad. La libertad se constituye como requisito indispensable,
razón de ser (ratio essendi) de la moralidad, si bien la moralidad es la vía de acceso, la razón de
conocimiento (ratio cognoscendi) de la libertad.
Frente a lo dado y el orden del ser (que se rige por la causalidad), el hombre trata de establecer el
deber ser. Aunque fuera cierto que estamos determinados, no podríamos prescindir de esa búsqueda (pese
que estuviera abocada al fracaso) puesto que no podemos evitar hacer lo que nos dicta nuestra conciencia.
Cuando excusamos la conducta de una persona, por una serie de circunstancias concretas, lo
hacemos a costa de cosificarla, de convertirla en cosa entre las cosas, sin poder evitar lo impuesto por la
causalidad. Tal beneficio de la causalidad, (según J. Muguerza) puede ser aplicado a otros, e incluso a
nosotros mismos, siempre que hablemos en pasado; pero no podemos utilizarlo en primera persona y para
referirnos al futuro, pues en ese mismo momento claudicaríamos de nuestra responsabilidad y de nuestra
condición humana, trocando la libertad en facticidad, lo que Sartre llamaba “mala fe”. Sin libertad no cabe
hablar de sujetos morales.
Sin embargo, no debemos pensar en la libertad como simple indeterminación o ausencia de límites.
La libertad y la responsabilidad no se ejercen en ausencia de condicionamientos y limites (aunque
cuando estos últimos sobrepasan cierto grado podríamos hablar de conducta coaccionada). Frente la idea que
el límite impide la vida humana, Freud postula que los límites son necesarios. La falta de límites no
permite nuestra realización, sino que nos extravía y al carecer de referencias no sabríamos hacia dónde
dirigirnos. En cambio, el límite, la perspectiva, nos orienta y nos abre al mundo.
Hegel en su Fenomenología del Espíritu y en los Principios de la Filosofía del Derecho hace una
crítica a la moral de Kant. Hegel insistía en el formalismo de los principios morales kantianos, su
universalismo abstracto, la impotencia del deber y el rigorismo de la convicción, que no tiene en cuenta las
circunstancias y consecuencias de aplicar estos principios fuera de su contexto. Esta crítica se mantiene hoy
día en el intento de las éticas discursivas de Apel y Habermas de reactualización de la ética kantiana, así
como en el debate entre liberales y comunitaristas, al insistir éstos últimos en que la subjetividad viene
mediada y se desarrolla en contextos sociales, que son los únicos donde las elecciones éticas pueden tener
sentido.
Hegel concede que la reflexión sobre el deber como principio universal de la voluntad autónoma
puede trascender a la eticidad. Su propuesta de superar la moral en las instituciones del Estado moderno no
quería suponer una regresión a la premodernidad o a la moral convencional de grupo, en cuanto que las
instituciones del estado recogen las aspiraciones críticas y universalistas de la moral kantiana, evitando, sin
embargo, el repliegue a la pura interioridad, que, privada de contenidos objetivos, carecería de criterios para
rebasar su particularidad y se perdería en lo arbitrario. Ante este posicionamiento cabe una crítica, en base a
los conflictos bélicos que han azotado a las sociedades, que cuestiona el ideal hegeliano y marxista de la
coincidencia entre hombre y ciudadano. Por esto, sin olvidar lo positivo de la crítica hegeliana, el recurso a la
conciencia crítica se hace ineludible si no se quiere estar a merced de los contextos sociales, que la
posibilitan, pero también la atan.
¿El hombre puede, alguna vez elegir el mal, lo menos bueno o deseable? Aristóteles en su Ética a
Nicómaco declara: “El bien es aquello hacia lo que todas las cosas aspiran”. Esto parecería que el hombre
no puede obrar mal.
Fue Kant en su Critica a la razón práctica, quien se propuso resolver la ambigüedad y el doble
sentido de las expresiones “bonum” y “malum” y la confusión que su uso genera. Para ello se sirvió de las
posibilidades semánticas brindadas por el alemán:
• Para la palabra “bonum” distingue entre “das Gute” (lo bueno) y “das Wohl” (lo provechoso).
• Para la palabra “malum” distingue entre “das Böse” (lo malo) y “das Übel” (lo perjudicial) o “das
Weh” (lo dañino).
Las primeras expresiones de los pares hacen referencia al aspecto moral, las segundas a lo
meramente apetecible, a lo instrumental.
• Cuando ponderamos lo bueno y lo malo referente a una acción, significa siempre una relación con la
voluntad en tanto que esta se vea determinada por la ley de la razón. Este bien o mal queda por lo
tanto estrictamente referido a acciones, y no al estado sensitivo de la persona. De haber algo
absolutamente bueno o malo, únicamente podría serlo el modo de actuar, la máxima de la
voluntad.
• Cuando consideramos si esa acción es en nuestro provecho o perjuicio, significa sólo una relación
con nuestro estado de agrado o desagrado, y cuando deseamos o aborrecemos por ello un objeto, tal
cosa tiene lugar únicamente por cuento ese objeto queda relacionado con nuestra sensibilidad, así
como el sentimiento de placer o displacer que produce.
Siguiendo con Kant, en su Critica a la razón pura, diferencia que el conocimiento puede tener dos
tipos de relación con su objeto:
En relación con ello, Kant en su Fundamentación para una metafísica de las costumbres,
diferenció entre:
Dice Kant: “Divídase con razón la filosofía en dos partes completamente distintas según los
principios: la teórica, como filosofía de la naturaleza, y la práctica, como filosofía moral (pues tal nombre
recibe la legislación práctica de la razón, según el concepto de libertad)”.
Cabe destacar que la distinción kantiana entre técnica y practica es paralela a la establecida por
Aristóteles (Ética a Nicómaco Libro I-VI) entre poiesis (que produce obras exteriores al agente) y prâxis
(que es la acción inmanente, que tiene en si misma su propio fin) aunque a veces el mismo olvida esa
diferencia. Cierto que, a veces no es fácil deslindar con precisión cuestiones técnicas de cuestiones éticas,
puesto que la ética también se preocupa por los medios y la técnica está teñida de presupuesto e
implicaciones morales, tal como los propios frankfurtianos han destacado en nuestros días. Mas esos matices,
pertinentes, no deberían desdibujar la diferencia arriba apuntada, que en medio de ellos subsiste.
La “moral como contenido” no es necesariamente lo que se ha dado en llamar una “ética material”,
sino que puede venir constituida por una “ética formal”. Algunos códigos morales prescriben de modo
bastante concreto lo que se debe hacer (éticas materiales). En otras ocasiones, en cambio, los principios
morales son puramente formales y ofrecen una ética sin código.
Ejemplo de esto lo ofrece Kant, el cual se preocupó, más que de establecer una serie de preceptos
morales, de proponer las condiciones que ha de reunir un precepto para ser considerado moral
(autónomo, expresión de la ley que cada uno se da a si mismo e incondicionado), tal como expresa el
imperativo categórico. Kant ofreció varias formulaciones de este I.Categórico, siendo la primera “Obra
solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley
universal”. De este modo la moral como contenido se hace aquí puramente formal, en tanto que no se
establece qué debemos hacer, sino solo como debemos obrar para que nuestro comportamiento sea
efectivamente moral.
Esta aparente contradicción puede resolverse teniendo en cuenta la perspectiva desde la que
hablemos. Desde una perspectiva psicológica-antropológica, cuando el ajuste o comportamientos frente a la
realidad se hacen de acuerdo con lo bueno, lo debido o lo valioso, hablamos de moral como contenido. Sin
embargo, esos principios que regulan el contenido de la moralidad pueden ser, desde un punto de vista ético,
puramente formales. Así, “moral formal” tendrían un significado distinto según si consideramos un contexto
psicológico- antropológico o un contexto ético. En el contexto ético, aquellos elementos que permiten a un
comportamiento ser considerado moral (inmoral-moral=moral como contenido desde el punto de vista
antropológico), pueden ser puramente formales, sin contenido, como es en el caso del imperativo categórico
de Kant.
Junto a la moral como estructura y la moral como contenido se puede, citando a Aranguren,
destacar la importancia de la moral como actitud, cuya guía sería la conciencia sometida a múltiples
condicionamientos, pero a fin de cuentas, última instancia de la ética, pues solo los individuos son capaces
de actuar moralmente.
Aranguren en Ética y política, subrayó la necesidad de la apertura a los otros para que se pudiese
hablar de una actitud realmente ética, que, sin menoscabo del protagonismo individual, pudiese generar una
ética social o transpersonal, desplegada tanto en el nivel de la ética interpersonal o ética de la alteridad,
en la que el otro es un alter concreto, como en el de la ética impersonal o ética de aliedad, en la que el otro
no es un alter al que conozco y trato , sino un alius, es decir, un otro innominado y mas o menos distante,
pero al que asimismo estoy obligado en las tareas colectivas de la sociedad a la que pertenezco (ej. pago de
impuestos) y, en ultima instancia, de la humanidad común.
En este contexto de la conciencia, Max Weber introduce una nueva categorización de la Ética,
contraponiendo:
Tal dilema ético es entendido por diversos autores como un falso dilema:
Kant insiste en que no hay nada que pueda considerarse bueno sin restricción a no ser una buena
voluntad, “que no es tal (la voluntad) por lo que produzca o logre, ni por su idoneidad para conseguir un
fin, siendo su querer lo único que la hace buena de suyo”. Esta insistencia en la intención, en la
incondicionalidad de los principios y convicciones, pretende desmarcarse de una “ética del éxito”
(Erfolgsethik) o de los resultados, que en realidad fracasa como ética al dejarse regir por estos. Esto no
quiere decir que, aunque la ética deba regirse por principios incondicionados, esta se desentienda de los fines
moralmente deseables. Para su consecución debe de hacer “acopio de todos los recursos al alcance”. Sólo
que la moralidad de acción, para Kant, no reside en el resultado, pues el valor de la buena voluntad no puede
añadir ni mermar la utilidad o el fracaso. El propio Weber subraya que, pese a la importancia para un
político de calcular las consecuencias, este debe regirse asimismo por principios y actuar conforme una
ética de la responsabilidad.
No se trataría de dos tipos de ética, una para el común de los mortales y otra para los políticos, pues
éstos se encuentran tan sometidos a los principios éticos como los demás, sino de las nunca fáciles relaciones
entre ética y política las cuales oscilan entre ambos polos. Weber tendió a concebir esas relaciones de una
manera trágica, pues veía cómo fácilmente el político se aliaba con el diablo ( Aranguren las veía de una
manera dramática).
5) ÉTICA Y METAÉTICA.
Ética normativa: Disciplina filosófica que trata de señalar lo bueno o lo malo en la vida humana, lo
que debemos hacer en el orden de los principios, siendo misión de la phrónesis (prudencia: deliberación en
sentido Aristotélico) la aplicación en los casos particulares. La Ética, al reflexionar y criticar la moral como
forma de vida.
Ese carácter teleológico aparecerá, desde perspectivas y presupuestos diferentes, en los utilitaristas
del s.XIX (J.Bentham, J.S.Mill) en su intento de conseguir “el mayor bien para el mayor número”. El
utilitarismo puede haber contribuido de algún modo a los logros del Estado de Bienestar. Sin embargo, este
consecuencialismo contraviene nuestras convicciones morales más arraigadas (el beneficio que una mayoría
obtuviese de una minoría explotada no legitimaría la explotación). Este consecuencialismo no se evita ni
desde la perspectiva del utilitarismo del acto (cálculo de las ventajas e inconvenientes de las acciones) ni de
las del utilitarismo de la regla (el mejor resultado del conjunto se obtiene a través de acciones ajustadas a
ciertas normas).
Kant afronta de antemano esta perspectiva teleológica-utilitarista. Kant plantea que la ética no se
preocupa tanto por la felicidad, cuestión de nuestras inclinaciones, sino que nos hagamos dignas de ella. A su
entender, si el fin de la naturaleza es que el hombre fuese feliz, la naturaleza le hubiera dotado de un ajuar
para tal propósito, más fácilmente accesible a través de un sistema instintivo que no hubiera errado en los
fines ni en los medios; en cambio, al dotarle de razón y libertad, parece que el hombre queda alejado de esta
satisfacción, pues el cálculo relativo al disfrute de la vida acaba por conducir a muchos a un odio a la razón
(misología), al desesperar de la razón como medio adecuado de tal disfrute. De todo esto Kant infiere que el
fin de la razón no es tanto la consecución de la felicidad, como el hacernos de ella a través de una
buena voluntad.
Buena voluntad es asimilada por Kant como el cumplimiento del deber por el deber. De cómo
conjugar el cumplimiento del deber y la felicidad le llevará a formular los postulados de la razón practica:
libertad, inmortalidad y Dios.
En el mundo contemporáneo, Max Scheler, con su Ética axiológica (axión: valor), trató de otorgar
al concepto de “valor” la centralidad que antes habían detentado el “fin” y el “deber”, estableciendo así un
tercer paradigma ético.
◦ Teorías naturalistas: Consideran que los enunciados morales son similares a los de las ciencias
empíricas, por lo que los métodos de estas serían suficientes para dilucidar la verdad o falsedad,
sin precisar ninguna premisa ética (Ej: Aristóteles Bien=a lo que las cosas tienden / ó
bien=placer o utilidad). El significado de los enunciados éticos sería similar a aquellos otros
enunciados en que no aparecen términos éticos.
◦ Teorías intuicionistas: A principios del s.XX, G.E. Moore critica esa concepción al pensar que
incurre en la que denominó “falacia naturalista”. Con su punto de vista dio lugar a la posición
intuicionista: afirma que los enunciados éticos pueden ser verdaderos o falsos y que los términos
éticos se refieren a propiedades, pero sosteniendo que estas propiedades no son definibles ni
empíricamente observables (bueno sería tan indefinible e inanalizable como amarillo). Para
los intuicionistas, las propiedades morales sólo son accesibles con la intuición (sui generis).
∘ Emotivismo: Desarrollado por C.L. Stevenson. un enunciado ético no describe nada del
mundo, sino que expresa las actitudes o emociones del hablante, haciendo imposible el
discurso racional en Ética.
∘ Prescriptivismo: R.M. Hare insiste en que la función de los enunciados éticos, aunque no sea
descriptiva, es asimilable a la de otros enunciados no fácticos (como ordenar, prescribir,
aconsejar, etc.), sólo que las convicciones éticas no deberían identificarse con la posesión de
actitudes, deseos o emociones personales, sino con la de actitudes impersonales o morales,
si es que el discurso ético es racionalmente posible, sin reducirse al a retorica emotiva.
Pese a la diversidad de orientaciones de la filosofía moral analítica, no parece que sus proclamados
intentos de neutralidad axiológica o valorativa y su desdén a las ocupaciones propiamente normativas, hayan
logrado esa asepsia normativa, ya que al renunciar a la labor critica de la filosofía es posible que se hayan
plegado implícitamente al orden de cosas dado. H. Albert (racionalismo critico), destacaba que la metaética
no puede tomar la metodología practicada en los sistemas éticos como un factum al que se puede entender,
pero no se puede cambiar, sino que tendrá que iluminar críticamente las reglas de juego que fácticamente se
dan. La reflexión filosófica consistirá, por tanto, en una valoración crítica de tales normas con independencia
que se trate del dominio moral, político, científico, económico…La pretendida neutralidad de los filósofos
morales analíticos en realidad se ha manifestado en una indisimulada preferencia por el utilitarismo, como
bien indicó en su día J. Muguerza – porque han “…abandonado el análisis del lenguaje moral para ponerse
a dar consejos sobre el mejor modo de ordenar nuestros asuntos en la práctica moral de la vida
cotidiana…”).