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LAS INSTITUCIONES

POLITICAS
Las instituciones políticas son las organizaciones dentro de un gobierno que
crean, aplican y hacen cumplir las leyes. A menudo median en conflictos,
elaboran políticas (gubernamentales) en torno a la economía y los sistemas
sociales y, asimismo, representan a la población.
En general, los regímenes políticos democráticos se dividen en dos tipos:
presidenciales (encabezados por presidentes) y parlamentarios (por
parlamentos).
Las legislaturas que los apoyan son unicamerales (de sólo una cámara) o
bicamerales (de dos cámaras, por ejemplo, un senado y una cámara de
representantes o una cámara de los comunes y una cámara de los lores).
Los sistemas de partidos pueden ser bipartidistas o multipartidistas y los
partidos, fuertes o débiles, según su nivel de cohesión interna. Las
instituciones políticas son aquellos órganos -partidos, legislaturas y jefes de
estado- que conforman la totalidad del mecanismo de los gobiernos modernos.
Partidos, sindicatos y tribunales
Además, las instituciones políticas incluyen organizaciones de partidos
políticos, sindicatos y tribunales (legales).
El término “instituciones políticas” también puede referirse a la estructura
convenida de reglas y principios dentro de los cuales operan dichas
organizaciones, que asumen conceptos tales como: derecho al voto, gobierno
responsable y rendición de cuentas

MILENA BARBERÁN
LOS FILOSOFOS DE LA
POLITICA
La filosofía política de Platón se concentra en “La
República”, el más extenso de sus diálogos. Allí propuso
su visión utópica del gobierno del Estado. En su opinión, el
poder debería estar en manos de los sabios, los filósofos.
Su ideal: convertir la política en la más noble de las
prácticas, aquella que se rige por la razón y hace posible
la armonía social. Llegó el día que tuvo la oportunidad de
poner en acción sus ideas. Y fracasó. Luego de sus viajes
a Siracusa y de su intento por educar e inspirar ideales de
justicia en Dionisio, el tirano que gobernaba aquella
ciudad, solo cosechó decepciones. Comprobó cuán inútil
resulta tratar de ennoblecer la política cuando es un tirano quien rige el Estado.
A más de superfluo, peligroso, pues el filósofo acabó vendido en un mercado de
esclavos de Egina. Menos mal que fue un pitagórico quien lo compró y liberó.
Mucho tiempo ha pasado y Dionisio, el burdo tirano de Siracusa no ha muerto.
Solo en este último siglo cuántos tiranos se han chantado su trágica máscara
en la tierra latinoamericana. En 1968, cuando multitudes de estudiantes en
Berlín, París y México se manifestaban en las calles repudiando el sistema
político imperante, un periodista del diario parisiense L´Express entrevistó a
Herbert Marcuse, filósofo que pasaba por ser el ideólogo de aquel movimiento
juvenil. Le preguntó: “A menudo se le ha reprochado a usted el querer
establecer una dictadura platónica de las élites, ¿es verdad?” Respondió:
“Jamás he pensado que haya que establecer una dictadura platónica porque
no hay filósofo capaz de ello. Para serle franco, no sé qué es peor: una
dictadura de los políticos, de los gerentes o una de los intelectuales”. A lo que
el periodista acotó: “Es inquietante la dictadura de los intelectuales en la
medida en que ellos se vuelven crueles”.
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Estuvieron de acuerdo: cuando los intelectuales ejercen el mando de una
república son proclives a la represión, a la dictadura perpetua, a la inquisición,
ese azote del pensamiento libre. La revolución fue una invención gestada en la
mente de los filósofos de la Ilustración. Rousseau recordó que los hombres
nacen libres e iguales; Voltaire habló de tolerancia, censuró y ridiculizó el
poder dogmático; Montesquieu propuso la división de los poderes del Estado.
De la rebelión humanista en pro de la justicia alentada por los filósofos, se pasó
a la desmesura homicida de la revolución encausada por los tiranos. Robes
Pierre, un intelectual fanático erigido en dictador, llevó adelante la Revolución
Francesa, encarnó el terror. Acabó en la guillotina, al igual que aquellos a
quienes había decapitado. Como en el mito de Frankenstein, el hacedor del
monstruo llega a ser la primera víctima de su invento. En esa ocasión Marcuse
concluyó diciendo: “La crueldad nazi es la crueldad como técnica de
administración. En los intelectuales la crueldad y la violencia siempre son
inmediatas”

MILENA BARBERÁN

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