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Cinismo:

El cinismo es una de las manifestaciones más radicales de la filosofía y también de las más
incomprendidas. Los cínicos consideran que la forma de vivir es parte fundamental de la filosofía e
inseparable de su manera de pensar. Sin embargo, no todos los integrantes de este movimiento
tienen las mismas actitudes externas ni los mismos comportamientos, por lo que a veces se habla de
filosofía cínica, otras veces de actitud cínica y otras simplemente de locura.

El término cínico es uno de esos términos que han ido perdiendo su significado original y
transformándose en otro distinto al que tuvo en sus orígenes. Tanto es así que hay algunas
propuestas para usar los términos quínico o kínico, con el fin de diferenciar claramente el concepto
de cínico en su sentido original del que se usa hoy en día, es decir, diferenciar en concepto de cínico
en sentido filosófico, de su sentido popular. Filosóficamente de lo que se trata, es de retomar o de
pensar de un modo nuevo y diferente algunos temas antiguos, ya que el paso del tiempo ha
cambiado completamente su significado, su origen y desarrollo han sido velados, para llegar a
significar hoy, poco más que un insulto.

Últimamente escuchamos con cierta frecuencia en los medios de comunicación, que


determinados comportamientos acumulativos y acaparadores, de personas que son poco sociables y
peligrosas para sus propios vecinos, son denominados con el nombre de Síndrome de Diógenes.
Dicho más claramente, aquellas personas que tienen tendencia a vivir en condiciones insalubres,
haciendo acopio de todo tipo de desechos en sus casas, provocando no sólo su malestar sino,
principalmente, el malestar de los que le rodean, se explica, malévolamente, que tiene un
comportamiento parecido al “pobre y sucio” Diógenes el cínico y, se añade, que padecen el
síndrome de Diógenes. Pero ¿por qué entendemos así al cínico griego, en verdad era tal como
pensamos o por el contrario destilaba una filosofía tan sutil, que tanto en la antigüedad como en la
actualidad, la única forma de negarla es malinterpretarla demagógica o ignorantemente?

Cínico en griego significa “perruno”, y este fue el calificativo que los ciudadanos de Atenas
dieron a un personaje atrabilario, singular y raro como Diógenes. Sin embargo, a Diógenes el
calificativo no le disgustó, sino que acogió gustosamente el apodo. ¿Por qué le gustó a Diógenes
este sobrenombre insultante? Para los griegos el perro siempre había sido el animal impúdico por
excelencia, ya que a pesar de convivir con el hombre, el perro no se atenía a las mínimas normas del
respeto, el pudor o el sentido moral. El perro es un animal que se caracteriza por su falta de pudor o
vergüenza. Pero para Diógenes la desvergüenza es necesaria, ya que de lo que no te avergüenzas en
privado, tampoco tiene que avergonzarte en público. Este apodo de “el perro” lo hizo famoso y
cuando Alejandro acudió a él para conocerlo le dijo:”Yo soy Alejandro, el gran rey”, a lo que el
respondió: “y yo Diógenes el perro”. Al preguntarle por qué se llamaba “perro” dijo: “Porque
muevo el rabo ante los que me dan algo, ladro a los que no me dan, y muerdo a los malvados”.

Desde el siglo IV a. C., momento de su aparición en la escena cultural griega de la mano de


Antístenes, hasta el siglo VI d. C., con Salustio, un riguroso asceta, el último cínico clásico del que
tenemos noticias. Tiene su origen en Atenas, y en la antigüedad se dudaba entre considerarlo como
escuela filosófica o, simplemente, una actitud ante la vida. Digamos que su pobreza teórica era
contrarrestada por una actitud vital singular en un momento de crisis de valores y de moralidad con
la pérdida del ideal de Polis griega ante el empuje de Alejandro Magno. Es decir, ante una sociedad
que se desmoronaba, en la que el “sálvese quien pueda” era la norma de actuación y los
sentimientos de extravío e inseguridad se adueñaban de los ciudadanos, el cínico representó una
lírica defensa de la phýsis, de la naturaleza, desnuda, como forma de comportamiento ante la
demagogia e hipocresía general.
Así el cinismo se une a otros movimientos filosóficos helenísticos, en la búsqueda de una
terapia para conseguir la felicidad, en un mundo de arenas movedizas en las que los ciudadanos
advertían que el destino de la polis no estaba en sus manos, sino que quedaba al arbitrio del poder
del caudillo o del monarca, y aun por encima de ellos, de un poder superior y azaroso imprevisible e
ilógico.

Contra las leyes o tradiciones establecidas, prescritas, imposibles de cambiar es contra las
que se rebelan los cínicos, con Diógenes a la cabeza. El cinismo griego es insolente por principio,
pero esta insolencia tiene una justificación, ya que es usada como método, como juego para dejar
sin recursos dialécticos al pensamiento serio. El proceso de la autenticidad necesita de personas
desvengorzadas que sean suficientemente agresivas y libres como para decir la verdad.

El hombre nuevo que propone desarraigado de la polis, experimenta el nacimiento en sí


mismo de un individualismo hasta ahora desconocido, sin lazos con la polis, el grupo, el pueblo o la
nacionalidad que le permite sentirse en casa en cualquier rincón de la oikoumene (tierra habitada),
es el gran cosmopolita que cumple, de este modo, el gran deseo por el que Alejandro quería ser
recordado: reconciliador de pueblos.

Diógenes fue el antecedente personal del lema nietzcheano de la «transmutación de los


valores». Diógenes abomina de la civilización y de la cultura saciada de convencionalidad y
retórica. Así, cuando se le acercó Alejandro Magno, se plantó ante él y le dijo en el gimnasio de
Corinto, “pídeme lo que quieras”… él contestó “No me quites el sol”; definía con esta frase la
contraposición entre el conquistador y su poder y el sabio que de verdad se encuentra por encima de
las convenciones, liberado de las necesidades que provocan la vanidad. Esta dependencia del poder
no es sólo propia del gobernante, para Diógenes casi toda la filosofía cae en esta trampa, así le
reprocha a Platón cierta condescendencia con el poder y así, cuenta que al verle lavar unas lechugas,
se le acercó Platón y en voz baja le dijo “si adularas a Dioniso (Dionisio II tirano de Siracusa), no
lavarías lechugas”, a lo que él respondió también en voz baja “y si tú lavaras lechugas no adularías
a Dionisio”.

Diógenes Laercio que nos cuenta su vida siempre nos lo muestra como un asceta capaz de
desechar todo lo superfluo de la vida, y así al observar a un niño que bebía con las manos arrojó al
suelo la copa con la que bebía y dijo: “un niño me ha aventajado en sencillez”. No tenía nada, vivía
en una tinaja grande y no poseía nada, ya que hasta la copa que le servía para beber y el plato que le
servía para comer le parecían inútiles. Frente a las locuras de la sociedad, Diógenes hace gala de
una «vida simple», de un desapego de lo sofisticado, de todo lo que significa la hoguera de las
vanidades; ante todo esto él propone la adiaphoría, la indiferencia. El cínico Diógenes no siente la
menor atracción por espejismos que arrastran a la desesperación, al suicidio, las intrigas, los
asesinatos, las guerras, etc., su búsqueda tiene como único objetivo final la virtud.

Para conseguirlo, Diógenes tenía que “dar la nota”, a modo de director de coro, que da la nota más
alta para que el resto capte el tono adecuado, si bien es verdad que rara vez se utiliza en la práctica coral esa
nota tan alta. Diógenes lo sabe y no le importa, ahí está su fortaleza, se arriesga aprieta los dientes y afronta
la necesidad de escapar a las inercias colectivas, aceptando sin parpadear que tal gesta no puede traer
situaciones confortables. Frente a sus insultos no hay paraguas que valga, frente a su tozudez no hay filosofía
que triunfe, pero frente a su libertad e independencia no hay filosofía que pueda comparársele. Por ello,
reivindico la acción insensata de Diógenes pero honesta, y me molesta que su firmeza, indiferencia,
paciencia y tranquilidad, sólo haya quedado para dar nombre a un síndrome o enfermedad, más típica de la
actitud de recolección, acumulación, acopio o provisión de las sociedades opulentas e inviables, que del
viejo, puro, sencillo y singular filósofo. No llamemos síndrome de Diógenes a la retención sin sentido, a la
recolección de basura, al stock de porquería o suciedad. A Diógenes le cuadran muchas cosas pero ese
“síndrome del recolector compulsivo” es ajeno a todo su modelo vital y filosófico.

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