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El cinismo es una de las manifestaciones más radicales de la filosofía y también de las más
incomprendidas. Los cínicos consideran que la forma de vivir es parte fundamental de la filosofía e
inseparable de su manera de pensar. Sin embargo, no todos los integrantes de este movimiento
tienen las mismas actitudes externas ni los mismos comportamientos, por lo que a veces se habla de
filosofía cínica, otras veces de actitud cínica y otras simplemente de locura.
El término cínico es uno de esos términos que han ido perdiendo su significado original y
transformándose en otro distinto al que tuvo en sus orígenes. Tanto es así que hay algunas
propuestas para usar los términos quínico o kínico, con el fin de diferenciar claramente el concepto
de cínico en su sentido original del que se usa hoy en día, es decir, diferenciar en concepto de cínico
en sentido filosófico, de su sentido popular. Filosóficamente de lo que se trata, es de retomar o de
pensar de un modo nuevo y diferente algunos temas antiguos, ya que el paso del tiempo ha
cambiado completamente su significado, su origen y desarrollo han sido velados, para llegar a
significar hoy, poco más que un insulto.
Cínico en griego significa “perruno”, y este fue el calificativo que los ciudadanos de Atenas
dieron a un personaje atrabilario, singular y raro como Diógenes. Sin embargo, a Diógenes el
calificativo no le disgustó, sino que acogió gustosamente el apodo. ¿Por qué le gustó a Diógenes
este sobrenombre insultante? Para los griegos el perro siempre había sido el animal impúdico por
excelencia, ya que a pesar de convivir con el hombre, el perro no se atenía a las mínimas normas del
respeto, el pudor o el sentido moral. El perro es un animal que se caracteriza por su falta de pudor o
vergüenza. Pero para Diógenes la desvergüenza es necesaria, ya que de lo que no te avergüenzas en
privado, tampoco tiene que avergonzarte en público. Este apodo de “el perro” lo hizo famoso y
cuando Alejandro acudió a él para conocerlo le dijo:”Yo soy Alejandro, el gran rey”, a lo que el
respondió: “y yo Diógenes el perro”. Al preguntarle por qué se llamaba “perro” dijo: “Porque
muevo el rabo ante los que me dan algo, ladro a los que no me dan, y muerdo a los malvados”.
Contra las leyes o tradiciones establecidas, prescritas, imposibles de cambiar es contra las
que se rebelan los cínicos, con Diógenes a la cabeza. El cinismo griego es insolente por principio,
pero esta insolencia tiene una justificación, ya que es usada como método, como juego para dejar
sin recursos dialécticos al pensamiento serio. El proceso de la autenticidad necesita de personas
desvengorzadas que sean suficientemente agresivas y libres como para decir la verdad.
Diógenes Laercio que nos cuenta su vida siempre nos lo muestra como un asceta capaz de
desechar todo lo superfluo de la vida, y así al observar a un niño que bebía con las manos arrojó al
suelo la copa con la que bebía y dijo: “un niño me ha aventajado en sencillez”. No tenía nada, vivía
en una tinaja grande y no poseía nada, ya que hasta la copa que le servía para beber y el plato que le
servía para comer le parecían inútiles. Frente a las locuras de la sociedad, Diógenes hace gala de
una «vida simple», de un desapego de lo sofisticado, de todo lo que significa la hoguera de las
vanidades; ante todo esto él propone la adiaphoría, la indiferencia. El cínico Diógenes no siente la
menor atracción por espejismos que arrastran a la desesperación, al suicidio, las intrigas, los
asesinatos, las guerras, etc., su búsqueda tiene como único objetivo final la virtud.
Para conseguirlo, Diógenes tenía que “dar la nota”, a modo de director de coro, que da la nota más
alta para que el resto capte el tono adecuado, si bien es verdad que rara vez se utiliza en la práctica coral esa
nota tan alta. Diógenes lo sabe y no le importa, ahí está su fortaleza, se arriesga aprieta los dientes y afronta
la necesidad de escapar a las inercias colectivas, aceptando sin parpadear que tal gesta no puede traer
situaciones confortables. Frente a sus insultos no hay paraguas que valga, frente a su tozudez no hay filosofía
que triunfe, pero frente a su libertad e independencia no hay filosofía que pueda comparársele. Por ello,
reivindico la acción insensata de Diógenes pero honesta, y me molesta que su firmeza, indiferencia,
paciencia y tranquilidad, sólo haya quedado para dar nombre a un síndrome o enfermedad, más típica de la
actitud de recolección, acumulación, acopio o provisión de las sociedades opulentas e inviables, que del
viejo, puro, sencillo y singular filósofo. No llamemos síndrome de Diógenes a la retención sin sentido, a la
recolección de basura, al stock de porquería o suciedad. A Diógenes le cuadran muchas cosas pero ese
“síndrome del recolector compulsivo” es ajeno a todo su modelo vital y filosófico.