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COMENTARIO DE TEXTO Anna Calonge Cases

DIÓGENES EL CÍNICO, VIDA DE LOS FILÓSOFOS


- DIÓGENES LAERCIO
El presente texto analizará el capítulo destinado a Diógenes el Cínico y que forma parte
de la obra Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, escrita por el
doxógrafo Diógenes Laercio (s.III d.C.). La tesis que voy a defender es que Diógenes el
Cínico no fue completamente coherente en su rechazo de las convenciones sociales.

La escuela cínica concebía la filosofía –y, en particular, su filosofía- como aquel camino
que ha de conducir a la felicidad. Ésta es concebida por los cínicos, y entre ellos por
Diógenes el Cínico, como un estado de serenidad constante de cuerpo y alma (es decir,
independientemente de toda circunstancia). Con tal de alcanzar dicho estado, los cínicos
proponen un retorno a la naturaleza primitiva del ser humano, a su animalidad,
prescindiendo así de los lujos, excesos, deseos y demás debilidades de los que pecan los
humanos. Es, precisamente, el deseo de obtener placeres que hace débil al humano (y, al
mismo tiempo, la debilidad misma lo que lo lleva a desear la comodidad y la vanidad),
en tanto el deseo de algo ajeno a uno mismo convierte al sujeto en dependiente. La
renuncia, pues, constituirá parte esencial del estilo de vida cínico. El único modo de
alcanzar la eudaimonía, ese estado de serenidad continua de cuerpo y alma, es siendo
verdaderamente autárquico, esto es, afianzando un dominio racional interior que es
capaz de someter las pasiones bajo el control de la razón.

Un gran obstáculo para el sujeto que pretende erigirse autárquico (y que aquí atañe con
especial interés con motivo de este comentario) son las convenciones. Todo
convencionalismo y su adherencia a él se encuentran en las antípodas del pensamiento
cínico; pues, por un lado, al ser de naturaleza social (su origen tiene lugar en el seno de
la sociedad misma), las convenciones se alejan de la naturaleza y la animalidad, y, por
otro lado, su obediencia obstaculiza la libertad de acción y de expresión, elementos
fundamentales del individuo autárquico.

Diógenes el Cínico es enormemente conocido, en particular, por su rechazo de las


convenciones sociales. Su coherencia y rigor en cuanto a ello lo convierten en una
figura ejemplar de la escuela cínica y de la filosofía helenística en general, pues el sabio
era concebido como aquél que practicaba lo que predicaba. Sus extravagantes acciones
y palabras, frecuentemente consideradas provocativas, muestran un filósofo doblemente

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libre: libre de lo que dictamina la sociedad (y, por tanto, ajeno a la verdadera
esclavitud), y libre en sus actos (y, con ello, sincero consigo mismo). Su rechazo de
todo convencionalismo sigue suscitando asombro en la actualidad. Ahora bien, ¿era
plenamente libre? ¿era completamente coherente?

Si bien en grandísima medida Diógenes el Perro sí era crítico con las convenciones
sociales, el texto de Diógenes Laercio esconde, entre las muchas excéntricas y
ejemplares anécdotas del cínico, algunos casos concretos que despiertan dudas. Véanse
las siguientes citas:

“Habiendo una vez visto que una cierta mujer se postraba ante los dioses indecentemente,
queriéndola corregir, le dijo: «¿No te avergüenzas, oh mujer, de estar tan indecente teniendo
detrás a Dios, que lo llena todo?» (P.126).

“Sabiendo que Dídimo había sido preso por adúltero, dijo: «De su propio nombre es digno de
que lo cuelguen.» (P.129).

En el primer fragmento, Laercio ilustra cómo Diógenes el Can reprimenda una mujer
por dirigirse a los dioses (respecto los cuales Diógenes no es crítico, bien al contrario)
en un estado de “indecencia”. En el segundo fragmento, el cínico reprueba también la
conducta de Dídimo, quien se ha dejado seducir por las tentaciones del placer.

En ambos casos, Diógenes el Cínico es víctima de convencionalismos- víctima,


entonces, de aquello que él mismo rechaza.

En relación al primer caso, ¿qué significa que la mujer se postraba “indecentemente”?


¿Acaso pueden entenderse conceptos como la decencia y su antónimo en el ámbito de la
animalidad, a cuyo retorno claman los cínicos? Los animales no entienden de decencia 1.
De hecho, ¿no es la decencia una pretensión… de aquél que anhela ansiosamente
aparentar bien y gozar de una buena reputación entre los demás? En tal caso, quien se
preocupe de la decencia (al menos en este sentido, en el sentido de la “decencia para-
con-los-demás”) no se expresa libremente tal y como lo desea, depende de la opinión
ajena y, por tanto, no es autárquico y se aleja de la eudaimonía.

Yendo más allá, en relación a este fragmento en que Diógenes acusa a una mujer de
indecencia, y apoyado por muchos otros, el cínico manifiesta un pensamiento

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Uno podría argumentar que esto mismo se debe a que los animales no tienen capacidad
de decisión; por ende, no albergan responsabilidad moral y, por tanto, la decencia carece
de sentido en relación a la animalidad.

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arraigadamente misógino2, con motivo del cual se podría llegar a señalar a Diógenes
como víctima del peor de los convencionalismos: una opresión social. De todas
maneras, este argumento -en parte por anacrónico, en parte por ser un tanto forzado- no
será desarrollado en el presente comentario. No obstante, sí se mantiene la crítica a
Diógenes sobre su concepción de la decencia, que refleja una adhesión a los
convencionalismos por su parte, por pequeña o aislada que ésta sea3.

El segundo fragmento muestra, de nuevo, cómo Diógenes no es completamente libre de


las convenciones de las que se jacta haberse desembarazado. Si bien dicho fragmento no
da lugar a una comprensión unívoca, sino que son dos las interpretaciones que se
pueden extraer de él, tanto en la primera como en la segunda Diógenes es incoherente
con su pensamiento, siéndolo gravemente más en la última.

Por un lado, Diógenes el Cínico podría estar desaprobando el hecho de que Dídimo
haya sucumbido a la tentación de buscar el placer (y con tal falta de prudencia que
comete su error no con cualquier persona sino con alguien casado, es decir, alguien que
le acarreará problemas). En este caso, Diógenes no estaría criticando al muchacho por
las mismas razones que sus jueces –es decir, no por adulterio-, sino simplemente por
sucumbir al deseo de placer, mostrando debilidad para renunciar a los placeres y, por
ende, poca fortaleza del alma- en última instancia, poca autarquía. Si bien es
comprensible y perfectamente coherente con el pensamiento cínico el hecho de no
aprobar esta debilidad y ansia por el placer, el instinto sexual (así como el instinto que
conlleva a la obtención de otros placeres) es una parte central de la animalidad. ¿No
defendía la escuela cínica el retorno a la naturaleza más primitiva, a la animalidad del
humano? Es más, el propio Diógenes no manifiesta en otros fragmentos de la obra de
Laercio ninguna opinión desfavorable hacia la conducta sexual (de hecho, es sabido que
el filósofo concebía la existencia de una posible pólis de vida comunal, donde no
existiría la institución del matrimonio y donde los ciudadanos podrían “tomarse” unos a
otros libremente en caso de lograr persuadirse). ¿Cuál es, pues, la verdadera postura de

2
Véase la cita: “Viendo una vez que cierto joven se afeminaba mucho, le dijo: «¿No te
afrentas de hacerte peor de lo que la Naturaleza te hizo? ¡Ella te hizo hombre, y tú te
esfuerzas a ser mujer!» (P.132)
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Sería posible aceptar la decencia entendida como virtud moral, la virtud de aquél que
actúa moralmente. Sin embargo, la decencia que aparece en el fragmento de la obra de
Diógenes Laercio no se aproxima a dicha concepción.

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Diógenes? Aquí observamos cierta incoherencia en su pensamiento o incluso cierta


contradicción.

Por otro lado, si se interpreta el fragmento de otro modo, el pensamiento de Diógenes


peligra aún con más gravedad. Es posible inferir del texto que Diógenes, análogamente
a los jueces de Dídimo, reprueba el acto de adulterio en sí mismo. Si este fuera el caso,
Diógenes estaría simplemente suscribiendo uno de los convencionalismos más típicos
de la sociedad y, por tanto, estaría contradiciendo flagrantemente uno de los dogmas del
pensamiento cínico: el rechazo a las convenciones sociales.

Si bien Diógenes el Cínico fue, por lo general, un sabio que vivió de acuerdo con sus
ideales (y, además, de un modo tan riguroso aún a día de hoy sigue suscitando
fascinación y estupor), cabe concluir a partir de lo analizado en este comentario que,
como los demás humanos, Diógenes no logró poner en práctica aquello que profesaba a
la perfección. El filósofo resultó ser, en alguna que otra ocasión, inadvertidamente tan
ingenuo como sus conciudadanos, reprobando ciertas conductas sin percatarse del
origen social (y, por tanto, artificial y alejado de lo natural) de su censura moral.

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