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UNIDAD 4.

LA CONSTRUCCIÓN DEL
ESTADO LIBERAL ESPAÑOL (1833–1868)
1. LAS REGENCIAS Y EL PROBLEMA CARLISTA (1833 – 1843)
1.1. Los orígenes del carlismo.
Los orígenes del carlismo están en los ultrarrealistas, un grupo de absolutistas
que se organizaron en torno a Carlos María Isidro, que debía ser el sucesor de su
hermano, Fernando VII, porque éste no tenía hijos varones. Los ultrarrealistas
pretendían implantar todo el rigor del Antiguo Régimen y del absolutismo a la
muerte del rey, aunque algunos no pudieron esperar y se rebelaron en vida de
Fernando VII para apartarlo del poder porque consideraban que era un monarca
blando con los liberales. Además, los ultrarrealistas tenían el apoyo de los sectores
más conservadores del ejército, representado por los Voluntarios Realistas.
En 1830, Fernando VII tuvo una hija, Isabel, y para que fuera heredera, abolió la
Ley Sálica con la Pragmática Sanción. Carlos no aceptó esta medida porque dejaba
de ser el sucesor y, por tanto, no juró a su sobrina como heredera, así que fue forzado
a exiliarse a Portugal. Además, tampoco la reconocieron sucesora los partidarios
más férreos del absolutismo, que consideraban que la Pragmática Sanción era ilegal.
Ante ello, Fernando VII necesitaba apoyos para Isabel, así que su mujer, María
Cristina de Borbón, contactó con los liberales moderados para que reconocieran a
su hija como heredera a cambio de implantar un sistema liberal en España. También
logró el apoyo del sector más culto y elitista de la aristocracia y el clero, pues veían
que el Antiguo Régimen no tenía futuro.
Como los liberales se postularon a favor de Isabel, a Carlos lo empezaron a apoyar
grupos que se oponían al liberalismo por varios motivos, como el bajo clero, un
amplio sector de la nobleza que temía perder sus privilegios, campesinos que
perdieron tierras por medidas del Trienio Liberal, una masa popular influida por los
poderosos que temía ese sistema y gentes del País Vasco, Navarra y el Maestrazgo
(comarca entre Castellón y Teruel), que preveían el fin de sus fueros por el afán
centralizador de los liberales para lograr un Estado más efectivo
administrativamente y facilitar el comercio. Considerando todo ello, los carlistas
defendían la monarquía absoluta, el catolicismo y los fueros vascos y navarros.
Cuando Fernando murió en 1833, Isabel tenía tres años y su madre se convirtió
en regente hasta la mayoría de edad de su hija, pero Carlos, exiliado en Portugal, se
sublevó contra la regencia, igual que sus partidarios.
1.2. Primera Guerra Carlista (1833–1839/1840).
Cuando comenzó el conflicto, las potencias extranjeras no defendieron a ningún
bando. Sin embargo, el Reino Unido y Francia apoyaban a los isabelinos, mientras
que Austria, Prusia y Rusia simpatizaban con los carlistas. En España, el liberalismo
tenía más fuerza en las grandes ciudades, y el absolutismo en las áreas rurales.
Entre 1833 y 1835, los campesinos vascos, navarros, catalanes y del Maestrazgo
fueron organizados por el general Tomás de Zumalacárregui (murió en 1835
asediando Bilbao). Entre 1835 y 1837, la guerra se extendió a todo el país, llegando
los carlistas a Cádiz y a Madrid, sitiada por Carlos María y el general Ramón

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Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, pero sin éxito. En 1837, los carlistas estaban ya
prácticamente derrotados y varios de ellos buscaron un acuerdo con María Cristina,
que se materializó en 1839 con el Convenio de Vergara, alcanzado entre el general
liberal Baldomero Espartero y el general carlista Rafael Maroto. Con este pacto,
los militares carlistas pudieron retirarse o adherirse al ejército liberal y los fueros
vascos y navarros se mantuvieron. No obstante, la guerra no acabó hasta 1840,
cuando el general carlista Ramón Cabrera, contrario al acuerdo, dejó España.
A lo largo del siglo XIX, el carlismo resurgió en los descendientes de Carlos María,
como ocurrió con su hijo, Carlos Luís de Borbón, aunque el absolutismo había sido
derrotado como opción política.
1.3. La regencia de María Cristina de Borbón (1833–1840).
a) Fuerzas políticas.
Las ideologías que encontramos son el absolutismo, representado por los
carlistas, y el liberalismo. Dentro del liberalismo, había dos tendencias. La primera
la formaba el Partido Moderado, cuya ideología era el liberalismo doctrinario, que
proponía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, y la alianza entre la
Corona y las clases altas. Así, socialmente, los moderados defendían a la alta
burguesía industrial y terrateniente, a los aristócratas que querían participar en la
nueva política, a los altos funcionarios y al clero. En economía, eran partidarios del
proteccionismo. Destacaron como líderes Francisco Martínez de la Rosa y el
general Francisco Narváez.
La otra corriente liberal era la del Partido Progresista, que pretendía limitar los
poderes de la Corona, era anticlerical y apoyaba la soberanía nacional. Los
progresistas defendían a los profesionales liberales (abogados, médicos, notarios) y
a la mediana y pequeña burguesía. Eran favorables al librecambismo y a la
desamortización de bienes del clero y de los municipios. Como líderes, destacaron
el general Baldomero Espartero y Juan Álvarez de Mendizábal.
En España, el liberalismo tuvo una característica singular: el gran poder del
ejército en la vida política. Los motivos son varios, como la inmadurez democrática
de los liberales, que no aceptaban los resultados electorales y recurrían al ejército
para que se rebelara, o el deseo de ciertos militares por obtener rápidos ascensos.
El resultado fue la aparición de los espadones, que eran altos mandos del ejército
que además eran los líderes de los partidos políticos.
b) Del Estatuto Real de 1834 a la Constitución de 1837.
En 1833, María Cristina formó un Gobierno muy conservador encabezado por
Francisco Cea Bermúdez. En él estaba Javier de Burgos, que dividió España
territorialmente en 49 provincias y 15 regiones. Este Gobierno no tuvo el apoyo
de los liberales ni de un amplio grupo del ejército, así que en 1834 Cea fue sustituido
por Francisco Martínez de la Rosa, un liberal moderado.
Este Gobierno instauró un régimen de carta otorgada con la aprobación del
Estatuto Real de 1834, por el cual la regente se limitaba su propio poder. El
documento, elaborado por dos liberales moderados, De la Rosa y Javier de Burgos,
contemplaba la creación de unas Cortes formadas por dos cámaras: el Estamento
de Próceres (aristócratas, arzobispos, obispos, altos funcionarios y mandos
militares elegidos por la Corona) y el Estamento de Procuradores (representantes
elegidos por el pueblo mediante sufragio censitario). La Corona presidía el Consejo

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de Ministros, tenía poder legislativo, nombraba a los presidentes de los Estamentos,
y podía convocar y disolver las Cortes. El Estatuto de 1834 no puede considerarse
una constitución, pues no contemplaba la división de poderes, ni recogía derechos y
libertades. Tampoco reconocía la soberanía nacional, ya que ésta era asumida por el
rey y las Cortes.
El Estatuto sólo satisfizo al Partido Moderado, así que los progresistas se
sublevaron en 1835 y Mendizábal fue nombrado jefe del Gobierno. Al año siguiente,
fue sustituido por un moderado, así que una parte de la Guardia Real, animada por
Mendizábal, se rebeló en el Motín de La Granja (1836), estableciendo un nuevo
Gobierno progresista dirigido por José María Calatrava con Mendizábal como
ministro de Hacienda. María Cristina fue obligada a derogar el Estatuto de 1834 y a
jurar la Constitución de Cádiz de 1812.
En el Gobierno de Calatrava, Mendizábal inició la desamortización de los bienes
eclesiásticos, conocida como desamortización de Mendizábal (1836–1837). Fue la
expropiación y posterior venta en subastas de bienes que pertenecían al clero
porque el Estado estaba casi en quiebra. También abolió los señoríos, fortaleció la
Milicia Nacional y extendió el sufragio censitario. Pero su principal objetivo fue
elaborar una nueva constitución para asentar el liberalismo.
c) La Constitución de 1837.
En 1836, el Gobierno progresista de Calatrava y Mendizábal convocó elecciones
a Cortes constituyentes y el nuevo documento se sancionó en 1837. Sus artífices
fueron Mendizábal, el general Espartero y Agustín Argüelles.
Esta carta magna era más precisa y sistemática que la de 1812, y establecía una
monarquía constitucional limitada. Presenta el ideario progresista, como la
soberanía nacional, un amplio reconocimiento de libertades y derechos
individuales, la separación de poderes y la articulación del poder legislativo en dos
cámaras: un Congreso elegido cada tres años por varones mayores de 25 años
(sufragio censitario) y un Senado nombrado por el rey entre una lista propuesta por
los diputados. También reconocía la libertad de culto, la libertad de imprenta, el
carácter democrático de los ayuntamientos (los alcaldes eran elegidos por los
vecinos de los municipios) y el papel importante de la Milicia Nacional para
mantener el orden. El rey no tenía responsabilidad política, pero sí sus ministros,
que respondían ante las Cortes. El monarca podía disolver las Cortes y contaba con
iniciativa legislativa.
Tras aprobarse esta constitución, se celebraron elecciones a Cortes que ganaron
los moderados. Éstos decidieron cambiar varios aspectos del sistema progresista,
como el carácter democrático de los ayuntamientos para que el Gobierno nombrara
a los alcaldes. La medida se aprobó en 1840 y era anticonstitucional, pero tuvo el
apoyo de María Cristina. Así, los progresistas, liderados por el general Espartero,
que había vencido a los carlistas, se rebelaron contra la regente, que dejó España.
Espartero asumió el cargo.
d) La regencia del general Espartero (1840–1843).
En 1841, Espartero convocó unas elecciones que ganaron los progresistas porque
los moderados no se presentaron, pues estaban molestos con cómo el regente
accedió al poder, es decir, con el pronunciamiento militar. Espartero continuó la
desamortización de bienes del clero y gobernó según la Constitución de 1837.

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No obstante, el proyecto de Espartero fracasó por la falta de apoyo del pueblo
español, que no lo entendía por ser demasiado avanzado, de la Iglesia, que estaba
contra las desamortizaciones liberales, y de la aristocracia. Tampoco tuvo el favor
de los moderados, que se rebelaron varias veces con el apoyo exterior de María
Cristina. Espartero también tuvo la oposición del sector moderado del ejército,
representado por Narváez, porque el regente repartía cargos entre sus afines, los
Ayacuchos. La gran burguesía industrial tampoco lo aceptaba porque Espartero
defendía el libre comercio con Europa. Así, en 1843, el general Ramón Narváez, se
pronunció contra Espartero y los progresistas. El regente fue derrotado y se exilió
a Londres. Narváez proclamó la mayoría de edad de Isabel con trece años.

2. LA DÉCADA MODERADA (1844–1854)


Los primeros diez años del reinado efectivo de Isabel II están marcados por la
sucesión de Gobiernos moderados, liderados casi todos ellos por el general Ramón
Narváez, que había expulsado a Espartero y a los progresistas en 1843. El Partido
Moderado tuvo la simpatía y el apoyo de la reina, en perjuicio de los progresistas.
2.1. La Constitución de 1845.
El Partido Moderado creó un régimen basado en el liberalismo doctrinario,
cuyo pilar es la soberanía compartida entre el rey y las Cortes, en vez de la soberanía
nacional. Socialmente, se sustentaba en la aristocracia, la gran burguesía y el alto
clero, pero también en una clase media de ideas conservadoras. La ideología
moderada se plasmó en la Constitución de 1845, que presentaba estos rasgos:
 Recogía el principio de soberanía compartida entre el monarca y la nación,
que es la clave del liberalismo doctrinario.
 El poder legislativo recaía en unas Cortes bicamerales: el Congreso de los
Diputados y el Senado. El Congreso era elegido por un sufragio censitario muy
limitado compuesto por varones mayores de 25 años con un elevado nivel de renta.
Los integrantes del Senado eran elegidos por la Corona de forma vitalicia.
 La reina nombraba al jefe del Gobierno, podía designar y cesar ministros,
poseía la capacidad de disolver las Cortes y tenía iniciativa legislativa.
 Significó un fuerte recorte de derechos y libertades, aunque reconocía
aspectos como la libertad de imprenta.
 La religión oficial de España era el catolicismo. Además, el Estado se
comprometía a mantener al clero católico.
2.2. Las reformas de los primeros Gobiernos moderados (1844–1851).
Los moderados reestructuraron el Estado con nuevas instituciones, así que
efectuaron reformas profundas. Como defendían la organización centralista del
Estado al afirmar que el poder debía ser desempeñado sólo por el Gobierno de la
nación, en 1844 rescataron la ley municipal rechazada en 1840. Así, los alcaldes
empezaron a ser elegidos por el Gobierno, no por los vecinos. Además, crearon la
figura del gobernador civil, que era un delegado del Gobierno que actuaba en cada
provincia.
También en 1844, los moderados encargaron al duque de Ahumada la creación
de la Guardia Civil, un cuerpo armado militarizado para mantener el orden público.

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En lo económico, el Partido Moderado creía en el predominio de los impuestos
indirectos sobre los directos, lo que perjudica a las clases populares y beneficia a los
más ricos. Así, en 1845, Alejandro Mon, ministro de Hacienda, implantó la fiscalidad
moderna en España, basada en el sistema francés de tributos sobre productos, es
decir, en el establecimiento de impuestos indirectos.
En 1848, se redactó el Código Penal, que se definía por su dureza, pues
contemplaba la pena de muerte para muchos delitos, aunque fueran comunes.
En 1846, estalló la Segunda Guerra Carlista porque Isabel rechazó casarse con
el pretendiente carlista, Carlos Luís de Borbón, hijo de Carlos María Isidro (se casó
en 1846 con Francisco de Asís de Borbón), y porque Cataluña sufría una grave crisis
agraria. El conflicto se centró en esta región y acabó en 1849 con la derrota del viejo
general carlista Ramón Cabrera. Si la reina hubiera aceptado el matrimonio con
Carlos Luís, es posible que la cuestión del carlismo hubiera acabado.
El Gobierno moderado asistió a la oleada revolucionaria liberal europea de
1848, lo cual aprovecharon los progresistas para exigir una declaración de derechos
y libertades y el sufragio universal, pero también el poder. Sin embargo, Narváez
controló la situación y endureció varias leyes. Ello supuso la creación en 1849 del
Partido Democrático, que surgió de una escisión del Partido Progresista. Esta
nueva formación defendía los intereses de las clases populares, no los de la
burguesía, y se situaba más a la izquierda.
2.3. La crisis de los Gobiernos moderados (1851–1854).
En 1851, Juan Bravo Murillo sustituyó a Ramón Narváez como jefe del Gobierno
moderado. Bravo representaba a un sector de la política cansado del predominio de
los militares. Además, era muy poco demócrata y despreciaba el papel de las Cortes.
En su labor política, inició el Canal de Isabel II, saneó la deuda pública y reformó la
legislación sobre los puertos de Canarias para que comerciaran más libremente.
Una importante medida de este Gobierno fue la firma en 1851 del Concordato
con la Santa Sede. El acuerdo lo impulsó porque el catolicismo era la religión oficial
del Estado y porque se querían retomar las relaciones entre España y el Vaticano,
que estaban deterioradas desde que los progresistas realizaran la desamortización
de los bienes del clero. Así, el Estado se comprometió a no expropiar propiedades
eclesiásticas, a mantener al clero y a garantizar el culto católico. A cambio, la Iglesia
reformó su administración, mejoró la formación de los eclesiásticos y aceptó que los
bienes que le confiscaron no le serían devueltos.
Como Bravo Murillo era muy autoritario y quería librarse de la influencia del
ejército, planteó una nueva constitución. Este documento tenía un carácter
extremadamente conservador, pues proponía el predominio absoluto del poder
ejecutivo (Gobierno y Corona) y casi el fin del régimen representativo. El proyecto
alarmó a la mayoría de los moderados, que consiguieron que Isabel II destituyera a
Bravo en diciembre de 1852. Desde entonces, se inició un periodo inestable en el
que se sucedieron varios Gobiernos (Roncali, Sartorius, Lersundi) y en el que los
propios moderados se disgregaron.
Esta inestabilidad política de los Gobiernos moderados, la crítica de la sociedad
española a la vida privada de la reina, el descontento social hacia los impuestos
indirectos y la escasez y subida del precio del trigo porque se vendió grano a Europa
en la guerra de Crimea, hicieron que un sector del ejército se rebelara con el apoyo

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de los progresistas. Fue un motín liderado por el general Leopoldo O’Donnell en
Vicálvaro (Madrid) en 1854. Este hecho también se conoce como la Vicalvarada,
que devolvió el poder al general Espartero.

3. EL BIENIO PROGRESISTA Y LA VUELTA AL MODERANTISMO


3.1. La Revolución de 1854 y el Bienio Progresista (1854–1856).
Desde 1852, se sucedieron Gobiernos moderados muy breves, por lo que España
vivió unos años de inestabilidad. A ello se unió la crítica a la vida privada de Isabel
II, un desabastecimiento de trigo, la subida de su precio y el descontento hacia los
impuestos indirectos. Así, un sector del ejército liderado por el general Leopoldo
O’Donnell se sublevó en Vicálvaro (Madrid) en junio de 1854. O’Donnell
representaba una nueva corriente liberal pragmática que se puede considerar de
centro, ya que no era ni progresista ni moderada. Defendía la monarquía liberal, la
soberanía compartida entre la Corona y las Cortes, una administración centralizada
y una política económica basada en la inversión pública. Estas ideas fueron la base
de un nuevo partido, la Unión Liberal, dirigida por el propio general O’Donnell.
El pronunciamiento de 1854 al principio tuvo escasos apoyos, así que los
sublevados se lanzaron a buscarlos. En este sentido, un hombre muy cercano a
O’Donnell, Antonio Cánovas del Castillo, redactó el Manifiesto de Manzanares
(Ciudad Real). El texto, firmado por O’Donnell, defendía el régimen representativo,
los principios y libertades de la Constitución progresista de 1837, la bajada de
impuestos, el fin de las camarillas reales de los moderados, la descentralización
administrativa, la convocatoria de Cortes, la creación de juntas en los lugares que
apoyaran la sublevación y el papel de la Milicia Nacional como garante de estos
valores. Así, los progresistas apoyaron el pronunciamiento y surgieron juntas por
todo el país. Ante ello, Isabel II destituyó a los moderados y llamó al general
Espartero para que se hiciera cargo del Gobierno, previo pacto con O’Donnell. De
esta forma, se inició el Bienio Progresista.
Espartero restableció la Constitución de 1837, la ley municipal del mismo año y
la ley de imprenta. Profundizó la desamortización de bienes, pero ahora, además de
propiedades de la Iglesia, se confiscaron tierras a los municipios. Esto lo desarrolló
en 1855 el ministro de Hacienda, Pascual Madoz (desamortización de Madoz), para
reducir la deuda pública y financiar el plan de ferrocarriles de Espartero. La medida
supuso tensiones con los campesinos y el Vaticano.
En el Bienio Progresista, se intentó aprobar una nueva carta magna, que sería la
Constitución de 1856 y que recogía los principios de la de 1837, pero ahondaba
más en las libertades y derechos del pueblo. Este proyecto levantó inquietudes entre
los moderados y la propia Unión Liberal de O’Donnell. Además, comenzaron en
España las primeras revueltas obreras, mostrándose Espartero muy comprensivo
ante ellas, lo que le valió la enemistad de los empresarios y de las clases altas. Por
otro lado, era claro el apoyo de Isabel II a O’Donnell, amigo personal suyo, y ambos
provocaron la dimisión de Espartero y el ascenso al Gobierno de aquél en julio de
1856. Por ello, se paralizó el proyecto progresista. Hubo un sector de la Milicia
Nacional que aún defendía a Espartero, pero fue sofocado con dureza por O’Donnell.

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3.2. Los Gobiernos de unionistas y moderados (1856–1866).
Nada más llegar al poder, O’Donnell deshizo la Milicia Nacional, disolvió las
Cortes y restableció la Constitución de 1845. En casi todo este periodo, gobernó
O’Donnell (1856, 1858–1863, 1865–1866), pero hubo años en que lo hicieron los
moderados del general Narváez. En 1858, O’Donnell consolidó la formación de su
partido, la Unión Liberal, del que formó parte Antonio Cánovas del Castillo.
En estos años, España creció económicamente gracias al comercio exterior, pues
se multiplicaron las exportaciones de hierro, aceite y vino. También se continuó el
plan de ferrocarriles iniciado por los progresistas con financiación sobre todo del
Reino Unido, Bélgica y Francia.
En cultura, el ministro Claudio Moyano elaboró la Ley de Instrucción Pública en
1857, que articulaba el sistema educativo español en enseñanza primaria (colegios
municipales), secundaria (institutos de bachillerato) y superior (universidades).
Además, aplicaba la educación obligatoria para los niños de entre seis y nueve años
para acabar con la alta tasa de analfabetismo.
En el exterior, España actuó en África para proteger Ceuta y Melilla de los ataques
de tribus magrebíes (cabilas). Esto dio lugar a la guerra de África (1859–1860), que
acabó con la victoria de las tropas españolas en la batalla de los Castillejos (1860),
dirigidas por el general Juan Prim. Tras ello, España ocupó Tetuán e Ifni.
España también intervino en Cochinchina en 1860 a favor de Francia, pues
varios clérigos españoles fueron asesinados allí por indígenas. Además, se
recuperaron las relaciones con el Vaticano y con las antiguas colonias americanas,
aunque se mandó una expedición a México dirigida por Prim en 1862. O’Donnell
reconoció el nuevo Reino de Italia cuando éste inició su unificación, lo que le valió
problemas con los católicos y con Isabel II, que lo destituyó en 1863 por Narváez.
Narváez e Isabel II marginaron a los progresistas de la política, así que sus
partidarios en la Universidad Central de Madrid se movilizaron y fueron masacrados
por la Guardia Civil en la Noche de San Daniel en 1865. Tras ello, Isabel se ganó el
desapego de un gran sector de la opinión pública y llamó a O’Donnell para que
rehiciera la amistad con los progresistas. Sin embargo, éstos se negaron, lo que hizo
que el general actuara aún con más dureza y autoritarismo.
3.3. El final de la monarquía de Isabel II (1866–1868).
La monarquía de Isabel II estaba muy dañada por el apoyo manifiesto de Isabel II
al Partido Moderado, marginando así al resto de fuerzas políticas. Además, este
régimen realizaba una política muy conservadora.
A la vez, España vivía dificultades económicas. Por ejemplo, el ferrocarril no era
rentable porque el escaso desarrollo industrial no era suficiente para el transporte
de mercancías y personas. Por tanto, muchos capitalistas y entidades financieras se
arruinaron, lo que provocó que dejaran de invertir en otras actividades y que
subiera el paro. Igualmente, la industria textil vivía una mala época, pues el algodón
que venía de Estados Unidos se encareció por la guerra de Secesión que sufría. De
este modo, las ventas se desplomaron y numerosas empresas textiles quebraron,
causando aún más desempleo. Por último, unos años de malas cosechas
provocaron el aumento del precio del trigo y una escasez de subsistencias. Ello
también ocasionó una subida del paro en el campo.

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Ante este panorama, el Partido Progresista y el Partido Demócrata animaron al
ejército a rebelarse contra la monarquía de Isabel II. Esto se materializó en la
sublevación del cuartel de San Gil, que tuvo lugar en Madrid en 1866. El golpe fue
reprimido con éxito por parte del Gobierno del general O’Donnell. No obstante,
Isabel II intentó dar un giro a la situación destituyendo a O’Donnell y nombrando a
Narváez jefe del Gobierno. Sin embargo, Narváez gobernó de forma autoritaria y al
margen de las Cortes.
Con las cosas así, los progresistas, ahora dirigidos por el general Juan Prim, y los
demócratas firmaron en 1866 el Pacto de Ostende, en Bélgica. Era un programa
para quitar del poder a los moderados, deponer a Isabel II, convocar Cortes
constituyentes y establecer un sistema democrático. Este pacto lo apoyó la Unión
Liberal tras la muerte del general Leopoldo O’Donnell en 1867, ahora dirigida por el
general Francisco Serrano. En estos momentos, la monarquía de Isabel II sólo tenía
el apoyo del Partido Moderado. Así, se habían puesto las bases de la Revolución
Gloriosa de septiembre de 1868, que acabó con el reinado de Isabel.

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