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En esta cuarta meditación Descartes se centra en dar respuesta a una pregunta muy
acertada y relevante para poder corroborar todo lo que antes ha afirmado acerca de la
existencia de Dios. La cuestión es que, si Dios me ha creado usando esa bondad y
pureza que le son propias ¿Por qué me ha dado la facultad de equivocarme? ¿Cuál es
la naturaleza del error?
Aquí expondremos la tesis que defensa Descartes ante estas dudas.
El filósofo parte de la certeza de que “es imposible que Dios me engañe” (pág. 30 lín.
17), debido a su perfección, y de que él mismo es “como un término medio entre Dios
y la nada” (pág. 31 lín. 2.), aceptando así que ni por asomo puede aspirar a la
perfección de la divinidad. No obstante, no puede evitar preguntarse: pudiendo
haberme dado mejores facultades ¿por qué me hace Dios tan propenso a caer en el
engaño? Acto seguido toma conciencia de que no debe reprochar a Dios sus razones
para crear el universo conforme lo ha hecho, habiéndonos dado las facultades que
creía oportunas.