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El documento describe el viaje en colectivo de una persona que busca invariantes en todo lo que observa. Mientras intenta escapar de pensar en la crisis económica argentina, descubre que por el precio de un boleto mínimo se reciben tres o cuatro kilómetros de ocio. Luego, propone una nueva ciencia llamada "Invariantología" para estudiar este tipo de relaciones invariantes. Mientras intenta relacionar sus deseos de fumar y escribir un tango, se ve interrumpido por el inspector que le cobra una multa por hab
Descripción original:
Título original
Boleto Mínimo (versión alternativa incompleta de Un Asiento de Veinte Mundos)
El documento describe el viaje en colectivo de una persona que busca invariantes en todo lo que observa. Mientras intenta escapar de pensar en la crisis económica argentina, descubre que por el precio de un boleto mínimo se reciben tres o cuatro kilómetros de ocio. Luego, propone una nueva ciencia llamada "Invariantología" para estudiar este tipo de relaciones invariantes. Mientras intenta relacionar sus deseos de fumar y escribir un tango, se ve interrumpido por el inspector que le cobra una multa por hab
El documento describe el viaje en colectivo de una persona que busca invariantes en todo lo que observa. Mientras intenta escapar de pensar en la crisis económica argentina, descubre que por el precio de un boleto mínimo se reciben tres o cuatro kilómetros de ocio. Luego, propone una nueva ciencia llamada "Invariantología" para estudiar este tipo de relaciones invariantes. Mientras intenta relacionar sus deseos de fumar y escribir un tango, se ve interrumpido por el inspector que le cobra una multa por hab
El estudio de las Ciencias Físicas me acostumbró a buscar invariantes en todo
cuanto pasara ante mis ojos. Una buena costumbre cuando aplicada a los problemas de las materias en curso, pero un vicio fuera de estos límites. Al menos en cmi caso, esta cuestión adquirió características netamente obsesivas con el transcurso de los años, al punto que considero una de las fallas más destacables dentro del régimen universitario actual, la ausencia de un Curso de Posgrado para Dejar de Buscar Invariantes en 5 Días o alguna materia equivalente. De todos modos, si es que debo ser justo aunque nadie me lo pida, admito que no todas las consecuencias de la invariantomanía son nocivas. En uno de los aspectos más felices, nos brinda la posibilidad de aprehender, de un modo ciertamente original, la naturaleza de ciertas facetas de la vida cotidiana que, de otro modo, pasarían fácilmente desapercibidas. Un sábado por la tarde, mientras intentaba hallar la manera de evitar que la inflación, la indexación y la carrera entre precios y salarios derrumbasen todos los invariantes ante la crisis económica argentina que a la sazón se me ocurrían, sentí la súbita necesidad de cambiar los tratados de Economía por un momento de solaz. Ante la mirada sorprendida de la bibliotecaria y los silencios de protesta de un par de lectores, arrojé uno a uno los libros por sobre mi hombro y salí corriendo con gran estrépito de sillas caídas y estanterías volteadas. Ya en las escaleras que daban a la calle, sospeché que los responsables del orden y estado de los libros intentarían alcanzarme con el propósito de exigirme una indemnización por los daños que mi exabrupto hubiese producido. Subí velozmente a un colectivo, saqué un boleto mínimo y comencé a tranquilizarme mientras me alejaba del lugar del crimen con rumbo desconocido. Tomé conciencia del ocio en el que me estaba aventurando justo en el momento que mi vista registraba el cuadro tarifario. Como siempre sucede, mi desenfreno comenzó a tratar de establecer ciertas relaciones invariantes: entre longitud de la sección y valor del pasaje (descartada), entre las palabras formadas con las iniciales de las terminales de sección y la suma de los números de la primera fila (descartada), y muchas más que pocas imaginaciones humanas podrían comprender (también descartadas). Abatido por mis desvaríos, comencé a observar a los demás pasajeros. Todos se encontraban en una actitud ociosa radicalmente similar a la mía. En ese momento, sonó la campanada de la Verdad. Mi pulso comenzó a acelerarse y un grito se instaló en mi garganta. “¡¡Eureka!!” grité como Pinzón cuando vio tierra. Cuando todas las miradas se centraron en mí, agregué: “Por el equivalente a un boleto mínimo de colectivo, la Secretaría de Estado de Transporte ofrece alrededor de tres o cuatro kilómetros de ocio cuya utilidad se adapta perfectamente a la predisposición del pasajero”. Debí mostrarme muy agitado pues, ante la indiferencia de todo el pasaje, una señora me ofreció su asiento. Mi hallazgo, según demostré mentalmente, no dependía del transcurso del tiempo ni del titular de la cartera de Economía. La relación entre el boleto mínimo y la cantidad de kilómetros de ocio recibida a cambio tampoco varía con las cotizaciones del dólar ni del oro. En definitiva, acababa de descubrir un flor de invariante ante la crisis económica. Por no pecar de falsa modestia, debí admitir que el nuevo conocimiento que había entregado a la humanidad podía ser el embrión de una nueva ciencia que podría denominarse Invariantología. Mi primer aporte a esta nueva rama del Saber podría constituir los cimientos de la Invariantología Aplicada, que no debe confundirse de ningún modo con la Invariantología Teórica, cuyos principios y estatuto científico no han sido delimitados aún. Mientras admiraba el paisaje siempre cambiante que me llegaba a través de la ventanilla, me di cuenta de que, dada su universalidad, la nueva ciencia sería aplicable a todas las demás, al igual que sucede con la Lógica. Desde su aparición, Invariantología y ocio vinieron de la mano, manteniendo la misma relación que existe entre la Cirugía y el bisturí, la Física y el reloj, el Sicoanálisis y el diván. He aquí, dicho sea de paso, un nuevo invariante descubierto en ese provechoso viaje en colectivo. Realmente intuyo que, en un futuro no muy lejano, los colectivos constituirán una amplia red de laboratorios móviles de Invariantología Aplicada. La diversidad de las metas alcanzables por medio de la aplicación del método del ocio a los problemas de Invariantología es inimaginable. Me encontraba sumergido en uno de los estratos más profundos del ocio cuando, sin previo aviso, me asaltaron súbitamente dos deseos aparentemente inconexos como parecen, a simple vista, el de fumar y el de escribir un tango. Sin perder un instante, me dediqué a la ardua tarea de descubrir el invariante que los pudiera relacionar. Ya había pocos pasajeros de pie. La primera idea que me surgió se puede sintetizar así: el tabaco y el papel coexisten para que yo fume un cigarrillo. A pesar de mis escasos conocimientos acerca de la obra de los filósofos pragmáticos, decidí entrar en los laberintos que el ocio me ofrecía, con la tranquilizadora certeza de que la llegada del colectivo al fin de su recorrido funcionaría como el salvador hilo de Ariadna. Así, fue fácil descubrir que la mujer y el desengaño existen para que yo escriba un tango. La sorprendente analogía entre esta conclusión y la anterior me sugirió la posibilidad de que todo par de cosas coexista para que yo realice una determinada acción, pero, para establecer esta afirmación con rigor científico, era necesario tener en cuenta todas las posibilidades de combinación. Abrí el bolso y extraje un diccionario, papel y birome, y comencé a hacer un análisis riguroso de todos los pares de sustantivos y su relación con mis acciones. El trabajo se dio de una manera muy fluida hasta que me topé con una pareja de sustantivos que de ningún modo parecían coexistir para que yo realizara una cierta acción. Los sustantivos generadores del conflicto eran “ombligo” y “tomo”. Una vez descartada la posibilidad de que existiera algún tango que dijera “tomo y ombligo”, no hubo ninguna acepción que me viniera bien para tales palabras. La doble cadena de asociaciones es irreproducible. Ombligo: bebé, parto, madre, Edipo, Sicología, locura, belleza, mujer, problema, etc. Tomo: libro, revista, strip tease, Corrientes, mate, ajedrez, etc. Cuando mi desesperación llegaba al límite, sentí un fuerte sacudón de hombros que me estaba infligiendo el inspector que reclamaba mi boleto. Dejé en suspenso la solución del problema mientras pagaba la multa por haberme pasado dos secciones. Al retornar a mi estado de ocio, el problema estaba solucionado: el ombligo y el tomo coexistían para que yo pagara una multa de colectivo.