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Boleto Mínimo

El estudio de las Ciencias Físicas me acostumbró a buscar invariantes en todo


cuanto pasara ante mis ojos. Una buena costumbre cuando aplicada a los
problemas de las materias en curso, pero un vicio fuera de estos límites. Al
menos en cmi caso, esta cuestión adquirió características netamente obsesivas
con el transcurso de los años, al punto que considero una de las fallas más
destacables dentro del régimen universitario actual, la ausencia de un Curso de
Posgrado para Dejar de Buscar Invariantes en 5 Días o alguna materia
equivalente.
De todos modos, si es que debo ser justo aunque nadie me lo pida, admito
que no todas las consecuencias de la invariantomanía son nocivas. En uno de
los aspectos más felices, nos brinda la posibilidad de aprehender, de un modo
ciertamente original, la naturaleza de ciertas facetas de la vida cotidiana que, de
otro modo, pasarían fácilmente desapercibidas.
Un sábado por la tarde, mientras intentaba hallar la manera de evitar que la
inflación, la indexación y la carrera entre precios y salarios derrumbasen todos
los invariantes ante la crisis económica argentina que a la sazón se me ocurrían,
sentí la súbita necesidad de cambiar los tratados de Economía por un momento
de solaz. Ante la mirada sorprendida de la bibliotecaria y los silencios de
protesta de un par de lectores, arrojé uno a uno los libros por sobre mi hombro
y salí corriendo con gran estrépito de sillas caídas y estanterías volteadas. Ya en
las escaleras que daban a la calle, sospeché que los responsables del orden y
estado de los libros intentarían alcanzarme con el propósito de exigirme una
indemnización por los daños que mi exabrupto hubiese producido. Subí
velozmente a un colectivo, saqué un boleto mínimo y comencé a tranquilizarme
mientras me alejaba del lugar del crimen con rumbo desconocido.
Tomé conciencia del ocio en el que me estaba aventurando justo en el
momento que mi vista registraba el cuadro tarifario. Como siempre sucede, mi
desenfreno comenzó a tratar de establecer ciertas relaciones invariantes: entre
longitud de la sección y valor del pasaje (descartada), entre las palabras
formadas con las iniciales de las terminales de sección y la suma de los números
de la primera fila (descartada), y muchas más que pocas imaginaciones
humanas podrían comprender (también descartadas). Abatido por mis
desvaríos, comencé a observar a los demás pasajeros. Todos se encontraban en
una actitud ociosa radicalmente similar a la mía. En ese momento, sonó la
campanada de la Verdad. Mi pulso comenzó a acelerarse y un grito se instaló en
mi garganta. “¡¡Eureka!!” grité como Pinzón cuando vio tierra. Cuando todas las
miradas se centraron en mí, agregué: “Por el equivalente a un boleto mínimo de
colectivo, la Secretaría de Estado de Transporte ofrece alrededor de tres o cuatro
kilómetros de ocio cuya utilidad se adapta perfectamente a la predisposición
del pasajero”. Debí mostrarme muy agitado pues, ante la indiferencia de todo el
pasaje, una señora me ofreció su asiento.
Mi hallazgo, según demostré mentalmente, no dependía del transcurso del
tiempo ni del titular de la cartera de Economía. La relación entre el boleto
mínimo y la cantidad de kilómetros de ocio recibida a cambio tampoco varía
con las cotizaciones del dólar ni del oro. En definitiva, acababa de descubrir un
flor de invariante ante la crisis económica.
Por no pecar de falsa modestia, debí admitir que el nuevo conocimiento que
había entregado a la humanidad podía ser el embrión de una nueva ciencia que
podría denominarse Invariantología. Mi primer aporte a esta nueva rama del
Saber podría constituir los cimientos de la Invariantología Aplicada, que no
debe confundirse de ningún modo con la Invariantología Teórica, cuyos
principios y estatuto científico no han sido delimitados aún.
Mientras admiraba el paisaje siempre cambiante que me llegaba a través de
la ventanilla, me di cuenta de que, dada su universalidad, la nueva ciencia sería
aplicable a todas las demás, al igual que sucede con la Lógica.
Desde su aparición, Invariantología y ocio vinieron de la mano, manteniendo
la misma relación que existe entre la Cirugía y el bisturí, la Física y el reloj, el
Sicoanálisis y el diván. He aquí, dicho sea de paso, un nuevo invariante
descubierto en ese provechoso viaje en colectivo. Realmente intuyo que, en un
futuro no muy lejano, los colectivos constituirán una amplia red de laboratorios
móviles de Invariantología Aplicada.
La diversidad de las metas alcanzables por medio de la aplicación del
método del ocio a los problemas de Invariantología es inimaginable. Me
encontraba sumergido en uno de los estratos más profundos del ocio cuando,
sin previo aviso, me asaltaron súbitamente dos deseos aparentemente
inconexos como parecen, a simple vista, el de fumar y el de escribir un tango.
Sin perder un instante, me dediqué a la ardua tarea de descubrir el invariante
que los pudiera relacionar. Ya había pocos pasajeros de pie.
La primera idea que me surgió se puede sintetizar así: el tabaco y el papel
coexisten para que yo fume un cigarrillo. A pesar de mis escasos conocimientos
acerca de la obra de los filósofos pragmáticos, decidí entrar en los laberintos que
el ocio me ofrecía, con la tranquilizadora certeza de que la llegada del colectivo
al fin de su recorrido funcionaría como el salvador hilo de Ariadna. Así, fue
fácil descubrir que la mujer y el desengaño existen para que yo escriba un
tango. La sorprendente analogía entre esta conclusión y la anterior me sugirió la
posibilidad de que todo par de cosas coexista para que yo realice una
determinada acción, pero, para establecer esta afirmación con rigor científico,
era necesario tener en cuenta todas las posibilidades de combinación. Abrí el
bolso y extraje un diccionario, papel y birome, y comencé a hacer un análisis
riguroso de todos los pares de sustantivos y su relación con mis acciones. El
trabajo se dio de una manera muy fluida hasta que me topé con una pareja de
sustantivos que de ningún modo parecían coexistir para que yo realizara una
cierta acción. Los sustantivos generadores del conflicto eran “ombligo” y
“tomo”. Una vez descartada la posibilidad de que existiera algún tango que
dijera “tomo y ombligo”, no hubo ninguna acepción que me viniera bien para
tales palabras. La doble cadena de asociaciones es irreproducible. Ombligo:
bebé, parto, madre, Edipo, Sicología, locura, belleza, mujer, problema, etc.
Tomo: libro, revista, strip tease, Corrientes, mate, ajedrez, etc. Cuando mi
desesperación llegaba al límite, sentí un fuerte sacudón de hombros que me
estaba infligiendo el inspector que reclamaba mi boleto. Dejé en suspenso la
solución del problema mientras pagaba la multa por haberme pasado dos
secciones. Al retornar a mi estado de ocio, el problema estaba solucionado: el
ombligo y el tomo coexistían para que yo pagara una multa de colectivo.

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