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Guacamayas pandémicas.

A: Mantenerse conectado con las cosas, con la vida, las personas. Es lo importante. Cosas simples.
Abrir las ventanas y cambiar mi escritorio de lugar para que le pegue el sol. Mantener la vitamina
D. Alejarse sobre todo de la fatiga, del ánimo deprimido, de la excitabilidad, la debilidad muscular
o el insomnio. Mantener contacto. Mantener el calcio bien fijado a los huesos. Abrir la ventana.
Escupir alguna frase.

-Buen día vecina.

ROM: Buen día. ¿Aguantando el encierro? ¿Todo en orden?

-Todo en orden. Le dejé afuera de su puerta los tomates y la cebolla. En un topper. Está lavado.

ROM: Muchas gracias. Una pico de gallo para alegrar el día.

A: Han pasado ya cien días. Todo cambia aquí adentro. Los ruidos de la calle me molestan. Cierro
las ventanas. Después las cortinas. Hacía mucho tiempo que no pensaba en mi madre. Mis
hermanas no estarán llevando flores a su tumba como acostumbran, supongo. Cada día disfruto
más esta oscuridad que me abraza. Necesito más silencio pero mientras más lo necesito más ruido
surge de cada uno de los objetos. Las sillas tapizadas me hablan de los abuelos. No quiero esas
voces cascadas en mi cerebro. El cuadrito de arbolitos rojos me habla de mi sobrina. No quiero
colores ya. Solo un silencio como flotar en medio del océano.

-Hola vecino, ¿Aguantando todavía?

A: Una guacamaya cuela sus berridos por mi ventana. Las armas deberían de ser legales para
reventarla de un tiro.

A: Dejar limpio el espacio. No necesito nada. Solo mi cuerpo. Los objetos me estampan sus
historias en la jeta y no me dejan pensar. Puedo perder el cuarto de visitas. Meto todo ahí. La
mesa, las sillas, el sillón, los libros también, platos, cubiertos, discos, ropa. Encuentro un candado y
clausuro el cuarto. No lo necesito tampoco.

- (canta una vecina)

A: Penetran alegrías ajenas y fingidas por la ventana. Qué un terremoto se lo lleve todo. Encuentro
cierta paz, desnudo y en medio de la sala. Ya nada me distrae o casi nada. Una voz interior dice mi
nombre. Carlos dice. Lo dice repetidamente y empieza a molestarme. La tranquilidad que me daba
este vacío de la sala y esta desnudes ha cesado.
-Carlos, Carlos, Carlos.

A: Un martillo como un grillo saltando penetra el cráneo. Debería tener una sierra eléctrica para
cortar mi cabeza y parar el ruido. Desaparecer de pronto sería un acto de magia portentoso.
Quedaría entonces la sala, el vacío y el silencio. Un paisaje de paz y de armonía en su Nada. En su
nada. No es posible. Una cabeza cortada en medio de la sala y un charco violeta alteran la única
estampa que podría haberme tranquilizado.

Resumido para audio.

A: Mantenerse conectado con las cosas, con la vida, las personas.


Cosas simples. Abrir las ventanas y cambiar mi escritorio para que
le pegue el sol. Mantener la vitamina D. Alejarse sobre todo de la
fatiga, del ánimo deprimido. Mantener el calcio bien fijado a los
huesos. Abrir la ventana y escupir cualquier frase como:
-Buen día vecina.
ROM: Buen día. ¿Aguantando el encierro? ¿Todo en orden?
-Todo en orden. Le dejé afuera de su puerta los tomates y la
cebolla. En un topper. Está lavado.
ROM: Muchas gracias. Una pico de gallo para alegrar el día.

A: Han pasado ya cien días. Los ruidos de la calle me molestan.


Cierro ventanas y cortinas. ¿Por qué pienso en mi madre? Mis
hermanas no estarán llevando flores a su tumba como
acostumbran, supongo. Disfruto la oscuridad que me abraza.
Mientras más necesito del silencio, más ruido surge de cada uno de
los objetos. Las sillas tapizadas me hablan de los abuelos. No
quiero. ¿Esas flores? No quiero colores ya. Solo flotar en medio del
océano.
-Hola vecino, ¿Aguantando todavía?
A: Una guacamaya cuela sus berridos por mi ventana. Las armas
deberían de ser legales para reventarla de un tiro.

A: Dejar limpio el espacio. No necesito nada. Solo mi cuerpo. Los


objetos no me dejan pensar. Podría perder el cuarto de visitas.
Meto todo ahí. La mesa, las sillas, los libros también, platos,
cubiertos, discos, ropa. Encuentro un candado y clausuro el cuarto.
No lo necesito.
(canta una vecina)
A: Penetran alegrías fingidas por la ventana. Qué un terremoto se lo
lleve todo. Encuentro cierta paz, desnudo y en medio de la sala. Ya
nada me distrae o casi nada. Una voz interior dice mi nombre.
Carlos dice.
-Carlos, Carlos, Carlos.
A: Un martillo como un grillo saltando penetra el cráneo. Debería
tener una sierra eléctrica para cortar mi cabeza y parar el ruido.
Desaparecer de pronto sería un acto de magia portentoso.
Quedaría entonces la sala, el vacío y el silencio. Un paisaje de
armonía en su Nada. No es posible. Mi cabeza sigue viva. Cortada
en medio de la sala en un charco violeta altera la única estampa
que podría haberme tranquilizado.

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