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s
Las horas
todas las horas
el viento
interminable
todos los días
la tierra en el espejo
todo
un tiempo
los tiempos en mi cara
en mi mente
en las lágrimas
en el cuchillo ensangrentado
en las marcas de mi cuerpo cansado
todas las horas
cada minuto
minutos que espero
esperar
esperarme
esperar un tiempo
esperarte en los instantes
todas las horas
que llevo aquí sentada
que llevo allá parada
que nunca tendré
que nunca nunca nunca
las horas
El tiempo.
Quiero ser el tiempo esta mañana. Las horas pasan. Los relojes corren.
Quiero ser el tiempo.
He buscado en mi cuarto la llave del armario de mamá. En donde las fotos de mi hermana y
de mí estaban guardadas. Fotos de infancia.
La mayoría son en color sepia. El color del pasado.
No puedo encontrarla. Hay cientas de llaves en la casa. Llaves que nunca se usaron.
Pero ninguna llave abre lo que yo quiero abrir hoy.
El tiempo podría llevarme a esos días en donde todo parecía tan simple.
Todo está lleno de ecos. La casa, el patio, las cortinas, las ventanas. Los ecos de jugar a las
escondidas, de saltar con la soga, la rayuela.
¿Dónde se fueron todos esos minutos?
El silencio duele, es una espina. Un llanto de niño no escuchado en el desierto.
Y yo estoy acá. En medio de esta casa vacía. Yo vacía. Vacía mi alma. Y los relojes se siguen
moviendo. Tic-tac, tic-tac.
El tiempo.
Soy una niña en el jardín que tenían los vecinos que vivían al lado de casa cuando éramos
chicas. Ese es mi sueño.
Hay una hamaca. Hay mucho viento. Alas de pájaros. Y una paloma te caga en la cabeza y yo
me río.
Vos te pones a llorar. Mamá sale a ver que pasa, qué hay tantos gritos.
Y las tres nos miramos sin decir nada.
Mamá te lava la cabeza en la pileta de la cocina. Y te pasa un pañuelo por el cabello. Luego
te da un beso en la mejilla. Yo me pongo un poco celosa.
Las ollas hay que lavarlas con cuidado. La cocina se hace con amor. El pan se amasa con unas
gotas de sabiduría y alguna que otra lágrima, solía decir mi abuela. En esos tiempos de
guerras. De hambre y frío.
Tiempos de soledad.
El sabor de la brisa es un sabor distinto. Tiene un poco de melancolía, un poco de odio, y un
poco de esperanza.
Las cocineras escriben poesías para la boca. Dios tiene buenas recetas para esta noche.
Olvido.
El color de la tierra me recuerda.
Me recuerda a mí. Quise una vez ser astronauta.
Me recuerda a mí.
Quise una vez llegar al cielo y mirarte desde allí.
Me recuerda a mí.
Mirarte y decirte que te amo en cualquier lugar, en cualquier momento.
Me recuerda la tierra.
Las horas que te me fuiste y ya no regresaste.
La tierra me recuerda a mí.
La primera vez que te vi, fue a través de está ventana. Llevabas un camión de madera, e
ibas de una esquina a la otra.
Tu perro te seguía. Soy una pecadora porque no recuerdo su nombre. Pero recuerdo que vos
lo amabas.
Yo fui hasta la puerta de casa y me quedé mirándote. Tu perro me sintió, y vino hasta
donde yo estaba. Vos me miraste fijo, miraste el camión, y con tu mano izquierda me
entregaste la cuerda con que lo arrastrabas.
Yo en ese momento quería darte algo. Pero no supe qué.
Y jugamos toda la tarde. Y llegó la noche.
Cuando miro por esta ventana siempre regreso a ese día. Y quién sabe. Tal vez nunca me fui.
Me quedé entre los minutos en que el sol caía, y las estrellas comenzaban a verse.
Tal vez aún estoy ahí.
Un tiempo
Que fue hermoso
Un tiempo
El río. Agua
Hermoso tiempo.
- Tengo miedo.
Los cuartos vacíos.
Hay silencio en las esquinas esta tarde.
Las calles parecen desiertas.
Pero los cuartos están vacíos.
Parecen ausentes. Las lámparas están llenas de polvo.
Nadie se refleja en los espejos.
Esa es la peor de las muertes.
La soledad en los instantes.
Cuando era chico mamá me cantaba una canción de cuna antes de dormir. Supe mucho
después, que no era una canción. Era una poesía. Y no cualquier poesía. Era la suya.
Quince años después, Sara y yo jugábamos a besarnos por primera en la cocina, y sientas de
tus poesías, se nos cayeron encima y volaron alrededor de nosotros, mamá.
A los diez años nos fuimos de vacaciones al pueblo en donde se crió papá. Siempre habíamos
viajado a ciudades grandes, pero nunca habíamos ido a otro pueblo. No tenía mucha
diferencia con el nuestro. Excepto por una cosa. Las casas eran todas de madera. Todas
estaban hechas al estilo de las cabañas. Y tenían un jardín a la entrada con cercas y flores
de todos los tipos, como en las casas de muñecas.
Yo amé ese verano.
Un violín.
Es el instrumento más melancólico que existe. Está lleno de nostalgia, de recuerdos por un
pasado que ya no puede regresar. De impotencia.
Ahora en las noches, cuando las horas me dicen que nadie va a venir y quedarse conmigo,
toco tu canción, mamá. Y rezo mientras pienso en lo que ha sido.
Estoy terrible y completamente sola. Siempre sola. Hubo un tiempo en donde creí poder ser
inmortal. Hubo un tiempo en donde creí que me amabas.
No quiero hablar de amor esta noche y volverme nostálgica.
Pero este tango que suena en los cuartos vacíos de la casa me lleva hasta tu sombra.
No había pisado este lugar en años.
No habíamos pisado este lugar en años.
Y ahora estoy aquí, y los recuerdos se vuelven insoportables.
Cada puerta al abrirse, trae consigo miles de secretos que creí enterrados para siempre en
mi memoria. Ahora están aquí. Todos sueltos. Flotan por el aire, me atraviesan y se ríen en
mi cara. Me miran y dicen -Sara ¿porqué nos olvidaste? ¿Porqué te fuiste aquel día?
Las horas.
Las horas.
Suena un teléfono. No quiero atender porqué sé que sos vos, Sara. Y estoy enojado.
Suena un teléfono. Cortan y vuelven a llamar.
Un tiempo. No sé cuantos tiempos ha sonado ese teléfono. Lo he olvidado.
Yo estoy enojado y no quiero recordar porqué. Me hace mal.
Ahora que tengo un teléfono enfrente me gustaría que me llamaras.
Hoy no podrás hacerlo aunque quisieras.
Nos dijeron que era para siempre. Que nadie sabía cómo. Pero que era verdad. Nos dijeron
muchas cosas. Guirnaldas de cosas. Brillantes y esplendorosas cosas. Nos dejaron creerlas.
Nos convencieron de que eran reales. Nos hicieron aprenderlas de memoria. Y ya no
pudimos imaginarnos un mundo sin ellas.
Y ahora estoy acá, muerto de miedo, pensando en que si todo eso no es verdad, nada queda,
nada, nada.
Estoy sentada en el sillón de la sala. Estoy tejiendo una campera para mamá.
Estoy sola. Mañana es mi cumpleaños y me han hecho un postre gigante. La abuela vendrá a
visitarnos, y como siempre, a darnos consejos de cómo ser una buena señorita toda la
tarde.
Parece que va a llover. Pero no se decide. Es tiempo de nostalgia, no de tristeza. Yo odio
este vacío. Quizá sueñe con un mundo de cristales de colores. Y pueda volar alto. Estoy
cansada de no saber que hacer. De esperar.
De esperar.
quiero ser
el olvido
un aliento que se me va
un deseo de mujer
Prohibido
quiero llorar
no quiero morirme
quiero
no puedo soportar este dolor
no puedo respirar sin esta angustia
no sé
quiero morir
quiero estar viva
no me olvides- no me olvides-no me olvides
perdona
tú y yo estamos tristes esta noche
y yo quiero verte reír por siempre
y quiero que vueles con alas de pájaros
mariposas en el aire
no me olvides
Agustina
La mañana.
La mañana es gris pero parece tan hermosa.
No ha llovido en más de un mes. Los campos están secos. Papá está triste por la cosecha.
Nuestra tierra no es muy grande, pero es más que suficiente para nosotros.
Las nubes son la esperanza. El color gris.
Voy con papá en el auto a la casa de unas tías mías, hermanas de papá. Me cuidarán por un
tiempo porque mi abuela está enferma, y mamá está todo el tiempo con ella. Mis tías dicen
que yo debería arreglármelas sola, pero que el viaje puede caerme bien, y que pueden
enseñarme no sé cuántas cosas, de las cuales según ellas, mamá no tiene idea.
La casa de mis tías es enorme. Tiene una fuente en el jardín y muchas salas interiores. El
zaguán y la puerta cancel son hermosos, y las arañas que hay en las habitaciones son
grandísimas.
Pero de noche, todo queda tan oscuro, que se parece a esas historias de terror que papá
suele contarme en las noches, a pesar de los retos de mamá. Los extraño. Extraño el aroma
de mi casa, el olor de la comida. Extraño a mi perro, a mi hermano.
Acá, los cuartos son tan grandes, que aunque los llenaran de gente gritarían que se sienten
solos.
Quizá yo me siento un poco sola.
Mis tías me dieron un libro muy antiguo que trata sobre dioses griegos que luchan por el
poder. A mí me gusta ese libro.
Perséfone. Nos han raptado. Han dejado morir todas las flores. Siento un frío helado entre
mis huesos. Helado como el infierno que tú habitas.
Perséfone. Quizás podamos escaparnos esta noche y regresar a nuestro hogar.
La vida
Vuelve
La vida
Antes
Ahora
La vida
La muerte
Antes
Ahora
La vida
Ahora vuelvo a casa. Ahora mis tías gruñonas ya no importan.
Juana. Camina torcido, y lleva un bastón en su mano derecha. Parece haber vivido mucho.
Muchos pasos en esta vida. Juana lee todas las mañanas la misma historia. Un cuento de
amor. El cuento de amor que nunca tuvo. Y sueña todas las tardes con que alguien golpeará
su puerta, le traerá flores y le declarará su amor. Pero cada vez que la puerta suena y su
amor no viene, Juana se va a su cuarto y llora. Su hermana la escucha desde la cocina. Yo
también la escucho. Mi tía me distrae para que no haga caso y me reta por alguna cosa que
no hice, y me dice que coma.
Ahora es el regreso
Volver dice un tango a lo lejos
Ahora parece que despierto
Adiós a las pesadillas
Chau al miedo al coco de los armarios
Al reflejo cambiado de los espejos
A las sombras deformadas de los árboles por las ventanas
Volver
Ahora es el tiempo de los sueños rotos
Pegarlos unirlos como rompecabezas
Ahora nos rompen a nosotros
Y nos perdemos
Y ya no sabemos a dónde vamos
Y ya no sabemos quiénes somos
La abuela me ha tejido un lindo pulóver. Extrañé todo demasiado. Lo peor de todo fue haber
olvidado mi diario en esta casa. Tuve que escribir en recortes de los diarios, en las hojas de
los árboles del jardín de mis tías. Soy como una máquina que no puede detenerse. Mamá
dice que voy a sufrir mucho sino dejo de hacerlo. Que las mujeres no nacimos para
dedicarnos a la escritura. Que en un mundo de hombres todas las cosas bellas son de los
hombres.
- No poetiza.
Perséfone. Diosa de la primavera. Diosa de todo lo bello. Diosa del terror y de las tinieblas.
Déjame ver esta noche un poco más allá.
Marcos
Mi madre se llamaba Agustina.
Se casó como mi padre a los quince años. Era un hombre de campo, como también lo había
sido su padre, y como lo había sido el padre de mi madre.
No creo que ella lo amara. Pero no estoy seguro. Siempre demostró un cariño especial hacia
él.
Si sé, que él tenía las costumbres de cualquier hombre de su condición, y que era un tanto
bruto y de mente muy cerrada.
Mi madre adoraba escribir, adoraba leer. Él nunca la dejó.
Ella lo hacía a escondidas. Y por las noches me contaba sus cuentos y me cantaba sus
poesías. Fui su único publico. Su único crítico.
Sientas de poesías para el olvido.
Cuando era chico vivíamos en una casa de campo. El silencio alrededor era absoluto. No
teníamos vecinos a menos de cien kilómetros. Y en esa época era mucho. Pero nos
arreglábamos bastante bien.
A mí me gustaban las noches en donde las estrellas se veían tan fuertes y poderosas, como
lámparas lejanas que alguien encendía para que yo pudiera verlas. Era tan hermoso.
Me gustaba esa vida. Pero mi madre la odiaba. Siempre había vivido en el campo, y siempre
había odiado hacerlo.
Cantan canciones
Qué otra cosa podrían hacer
Los hombres que trabajan el trigo
Lo que caminan por las calles llenas de humo
Bajo la luna
Cantan
Y sueñan con lo que nadie toca
Y cantan lo que la vida no les dará nunca.
- ¿Dónde estás?
En el portal de casa, en el pueblo, había una estatuilla de San Francisco. Sus ojos miraban
el cielo, pero no eran unos ojos alegres, tenían una gran huella de melancolía que parecía
irremediable. O así me lo parecía a mí. He tenido esa expresión en el rostro muchas veces
en la vida.
Mamá leía en el baño. En las mañanas cuando papá iba a trabajar lejos de la casa. En las
noches escondida entre los ciruelos. Atrás de las puertas. A la hora de la siesta. Leía
mientras dormía y soñaba sus sueños, y soñaba que leía.
Mi padre de vez en cuando, revolvía la casa buscando cualquier pista que le permitiera
encontrar donde estaban los libros y las cosas que escribía. Jamás encontró ninguna de las
dos cosas.
Cuando me dijiste que me ambas te creí. Me lo dijiste dos días después de que tu madre
murió. Dijiste que no querías perderme como a ella. Teníamos quince años.
Yo te creí.
Ahora que han pasado diez años dudo mucho que lo hagas. Y voy a hacerlo siempre.
Quizá cuando decida matarme a los cincuenta y tres años, aún no sepa si alguna vez lo
hiciste.
Tengo ganas de hacer pis. Mi hermana y yo estamos en el cine. No quiero ir al baño porque
la película está por terminar. Es una comedia y tengo miedo de reírme mucho. Aguanto
hasta que la película termina y voy corriendo al baño. Cuando salgo, mamá está afuera
esperándonos, tiene un bolso entre las manos, y se nota que lleva muchas cosas en él.
Yo le pregunto que lleva pero ella no contesta. Da la sensación de que mis palabras se
fueran deshaciendo en mi boca y ella no pudiera llegar a escucharlas, pero no es así.
Nos lleva a tomar un helado y nos reímos de cosas un poco tontas, y de la gente que pasa
caminado frente a nosotras.
Después pide un taxi. Nos da un beso y un abrazo, y se va.
Yo tenía veinticinco años. Una semana después de que mamá se fuera, papá se pegó un tiro.
Ahora que el veneno circula por mi sangre, entiendo a los que dicen que la depresión se
hereda.
Nunca supimos por qué lo hizo. Diez años después me llamaron a mi casa y me avisaron que
un auto la había atropellado en una de las calles de Buenos Aires.
- Tengo miedo
Cuando éramos chicos leímos en un libro que todos los seres vivos en otra vida fueron otra
cosa, y que reencarnaran en la próxima como algo más.
Yo siempre quise ser una mariposa, porque me encantaban sus alas y el hecho de que nunca
estaban solas.
Vos siempre dijiste que querías ser una risa. Una risa fuerte que resonara por todo el aire
y llegara hasta donde yo estuviese.
Yo siempre me he preguntado desde entonces sí las mariposas saben reírse.
Sí cuando el aire las lleva de una flor a otra, una risa se les escapa entre las alas.
Yo no te extraño
Un compás. Un ritmo desesperado
Mis manos que siguen el viento
Quiero ir tras de ti
Quiero golpear tu puerta
Un mundo vacío esta mañana
Un mundo
Eso es todo
Debo estar desesperada para decirte esto. No soy real. Tu madre me inventó en una de
esas noches en donde sus cuentos inundaban tu espíritu. Tú la ayudaste sin saberlo. Creaste
mis ojos, mis manos, mi alma. Soy pura y exclusivamente una invención. Y ahora que me has
abandonado me encuentro perdida en este mundo que no significa nada para mí.
Esto siempre fue un secreto entre tu madre y yo. Ambas nos mirábamos a través de las
ventanas y nos decíamos que era mejor así. Que algún día lo descubrirías por vos mismo.
Pero no fue así. Y no supimos que hacer. Y sólo te seguimos el juego.
Y para cuando Agustina murió, yo ya no era su personaje, era el tuyo. Y fue tanto el poder
que me diste, que me volví real. Y cuando lo hice, ya no pude mirarte a los ojos nunca más.
Ahora no puedo mirar mi propio reflejo. Estoy destinada a desvanecerme.
-Me voy a vivir con unas tías por un tiempo, es todo lo que puedo hacer.
-Marcos.
Las horas que te he esperado
Los minutos
Soy un sillón dormido
Soy una taza de café en cualquier bar
En todos los bares del mundo
Este minuto mientras escribo
Es todos los minutos al mismo tiempo
Y la mesa de al lado no es otra más
Que la mía
todas las horas
Todas las cucharas
los granos de azúcar
El tiempo que he esperado
El silencio es espacio no vacío
El roce de tu piel mi ausencia
Un llanto es el perfume de esta noche
Una silla vacía todas las sillas
Agustina tiene una gran pasión. Un gran destino. Las horas que ha pasado frente a los
libros son horas vividas. En el medio del desierto, en las más grandes tormentas marinas,
bajo la luna en una calle de gente, en cualquier planeta. Agustina siempre ha sido un mar de
sueños, una aventurera sin espada. Es todas las niñas y todos los hombres de todos los
mundos posibles, bajo su higuera.
En un rincón de todas las casas del mundo hay una historia. Agustina vive por esas historias,
vive a través de ellas.
Sus padres temen que se vuelva loca. No hace otra cosa que escribir. A la mañana escribe
sus oraciones a los santos. Y manda mensajes misteriosos a personas desconocidas, y los
pone en botellas de colores, y deja que el agua del río los transporte a quién sabe dónde.
En las paredes de su cuarto hay cuentos que ha escuchado, cosas que realmente le han
pasado a gente que conoce, secretos, mentiras.
Siempre prefiere leer en las noches, cuando todos duermen y los ruidos se han
transportado a otro lugar. Se mete debajo de las sábanas y se va lejos, siempre a algún
lugar diferente en donde nadie pueda encontrarla, se esconde en otros mundos, y a veces
los vuelve tan suyos que se olvida que debe regresar. Regresar a un lugar en el que nunca ha
estado. Al que nunca ha pertenecido.
Le gustan las fotografías, los relojes de arena. La idea del tiempo la obsesiona. El tiempo le
parece perverso y extraño. Pero ama el silencio. Y también ama los ruidos. El ruido del
viento, el cantar de los pájaros. Ama, en presente del singular. Modo indicativo.
El mundo en el que habita le resulta increíble, y doloroso. Casi nunca lo soporta. Y sus libros
le permiten olvidarlo. La alejan de todo lo que no puede o no quiere ver.
Pero este mundo tiene algo único y hermoso que Agustina siempre ha amado. En pretérito
perfecto del singular. Agustina siempre ha amado la lluvia. La lluvia sobre su rostro. Sobre
su cuerpo de niña. Sobre su cuerpo de mujer. En todos los tiempos, en todos los modos. En
todas sus vidas y sus muertes. Agustina ama la lluvia. El olor a tierra húmeda. Las huellas
que las pisadas dejan en el barro. Ama las ventanas salpicadas con las gotas. El agua que
entra a través de las puertas. El color de las flores, y de todas las cosas, cuando el agua
atrae la luz hacia ellas.
El tiempo desaparece con la lluvia. Y el mundo le duele menos. Las reglas cambian. La gente
cambia. Ella cambia, no lo sabe, pero lo hace.
Siempre ha querido escribir sobre la lluvia pero no puede. Su belleza la supera. No queda
nada por decir. Nada que la vuelva presente. La esencia de la lluvia en sus palabras no
aparece. Y entonces sus lágrimas se mezclan con la lluvia. Y nadie puede notarlo. Sólo llora
cuando llueve para que nadie pueda verla. Las lágrimas le caen a borbotones y nadie lo nota.
Nadie que es todo. Pero que no es lo mismo.
Y los pasos de niña se le hacen más chicos cuando las lágrimas no caen al suelo. Y cuando las
flores se le pierden entre las nubes que cubren sus ojos. Ella se pierde entre la melodía que
el agua al caer va pronunciando, y parece que la tierra va diciendo su nombre con cada
lagrima. La tierra le grita.
¡Agustina!
¡ Agustina!
¡No me ignores!
¡Agustina!
El viento
-Y dime ¿qué sabe el mar de tus secretos?