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Las hora

s
Las horas
todas las horas
el viento
interminable
todos los días
la tierra en el espejo
todo
un tiempo
los tiempos en mi cara
en mi mente
en las lágrimas
en el cuchillo ensangrentado
en las marcas de mi cuerpo cansado
todas las horas
cada minuto
minutos que espero
esperar
esperarme
esperar un tiempo
esperarte en los instantes
todas las horas
que llevo aquí sentada
que llevo allá parada
que nunca tendré
que nunca nunca nunca

las horas
El tiempo.
Quiero ser el tiempo esta mañana. Las horas pasan. Los relojes corren.
Quiero ser el tiempo.
He buscado en mi cuarto la llave del armario de mamá. En donde las fotos de mi hermana y
de mí estaban guardadas. Fotos de infancia.
La mayoría son en color sepia. El color del pasado.
No puedo encontrarla. Hay cientas de llaves en la casa. Llaves que nunca se usaron.
Pero ninguna llave abre lo que yo quiero abrir hoy.
El tiempo podría llevarme a esos días en donde todo parecía tan simple.
Todo está lleno de ecos. La casa, el patio, las cortinas, las ventanas. Los ecos de jugar a las
escondidas, de saltar con la soga, la rayuela.
¿Dónde se fueron todos esos minutos?
El silencio duele, es una espina. Un llanto de niño no escuchado en el desierto.
Y yo estoy acá. En medio de esta casa vacía. Yo vacía. Vacía mi alma. Y los relojes se siguen
moviendo. Tic-tac, tic-tac.
El tiempo.

A veces extraño tu nombre.


El perfume de tus pasos.
A veces quisiera salir corriendo. Buscarte entre las calles, entre las gentes. Alcanzarte y
abrazarte y no dejarte ir. A veces quisiera que nunca te hubieras ido.
Las otras. Las que ni siquiera recuerdo tus ojos. Esas veces parezco dormido. Soy un
sonámbulo en un mundo de despiertos. De gente que corre. De las plazas y los feriados.
A veces extraño tu nombre.

Soy una niña en el jardín que tenían los vecinos que vivían al lado de casa cuando éramos
chicas. Ese es mi sueño.
Hay una hamaca. Hay mucho viento. Alas de pájaros. Y una paloma te caga en la cabeza y yo
me río.
Vos te pones a llorar. Mamá sale a ver que pasa, qué hay tantos gritos.
Y las tres nos miramos sin decir nada.
Mamá te lava la cabeza en la pileta de la cocina. Y te pasa un pañuelo por el cabello. Luego
te da un beso en la mejilla. Yo me pongo un poco celosa.

Las ollas hay que lavarlas con cuidado. La cocina se hace con amor. El pan se amasa con unas
gotas de sabiduría y alguna que otra lágrima, solía decir mi abuela. En esos tiempos de
guerras. De hambre y frío.
Tiempos de soledad.
El sabor de la brisa es un sabor distinto. Tiene un poco de melancolía, un poco de odio, y un
poco de esperanza.
Las cocineras escriben poesías para la boca. Dios tiene buenas recetas para esta noche.
Olvido.
El color de la tierra me recuerda.
Me recuerda a mí. Quise una vez ser astronauta.
Me recuerda a mí.
Quise una vez llegar al cielo y mirarte desde allí.
Me recuerda a mí.
Mirarte y decirte que te amo en cualquier lugar, en cualquier momento.
Me recuerda la tierra.
Las horas que te me fuiste y ya no regresaste.
La tierra me recuerda a mí.

Tic. Tac. Tic.


Las habitaciones son muy grandes. Alguna vez hubo gente en ellas. Hubo grandes fiestas,
con cientos de personas. Hubo música y hubo romances imposibles reflejados en los
espejos.
Tic. Tac. Tic.

No quiero recordarte nunca más.


No quiero saber si existes. Nunca más.
Quiero saberte inmortal pero lejana. No voy a ir a buscarte. Dormiré una siesta ahora.
Este cuarto parece lejano. Viejo. Como yo.
Hay una música en otro lugar. Llega hasta aquí. Yo la escucho pero no la comprendo.
Parece perdida. Parece que fuera hecha para otro mundo. No para mí.

Y no quiero que te toque.


Quiero que mi mamá sea mía. Y quiero que vos seas mía.
Ya no puedo ponerme celosa. Ya no me importo lo suficiente como para exigir algo.

- Mamá, la leche se está hirviendo.

- Quiero té con galletitas.

- Quiero que me quieras otra vez.


Estoy ciega.
Hace unos días puede comprenderlo.
Tengo cincuenta y tres años.

La primera vez que te vi, fue a través de está ventana. Llevabas un camión de madera, e
ibas de una esquina a la otra.
Tu perro te seguía. Soy una pecadora porque no recuerdo su nombre. Pero recuerdo que vos
lo amabas.
Yo fui hasta la puerta de casa y me quedé mirándote. Tu perro me sintió, y vino hasta
donde yo estaba. Vos me miraste fijo, miraste el camión, y con tu mano izquierda me
entregaste la cuerda con que lo arrastrabas.
Yo en ese momento quería darte algo. Pero no supe qué.
Y jugamos toda la tarde. Y llegó la noche.
Cuando miro por esta ventana siempre regreso a ese día. Y quién sabe. Tal vez nunca me fui.
Me quedé entre los minutos en que el sol caía, y las estrellas comenzaban a verse.
Tal vez aún estoy ahí.

- Tengo miedo de estar sola.

Un tiempo
Que fue hermoso
Un tiempo
El río. Agua
Hermoso tiempo.

- Tengo miedo.
Los cuartos vacíos.
Hay silencio en las esquinas esta tarde.
Las calles parecen desiertas.
Pero los cuartos están vacíos.
Parecen ausentes. Las lámparas están llenas de polvo.
Nadie se refleja en los espejos.
Esa es la peor de las muertes.
La soledad en los instantes.

Cuando era chico mamá me cantaba una canción de cuna antes de dormir. Supe mucho
después, que no era una canción. Era una poesía. Y no cualquier poesía. Era la suya.
Quince años después, Sara y yo jugábamos a besarnos por primera en la cocina, y sientas de
tus poesías, se nos cayeron encima y volaron alrededor de nosotros, mamá.

- Marcos, ¿estás dormido?

No importan las horas.


Importan.
No importan las horas.

A los diez años nos fuimos de vacaciones al pueblo en donde se crió papá. Siempre habíamos
viajado a ciudades grandes, pero nunca habíamos ido a otro pueblo. No tenía mucha
diferencia con el nuestro. Excepto por una cosa. Las casas eran todas de madera. Todas
estaban hechas al estilo de las cabañas. Y tenían un jardín a la entrada con cercas y flores
de todos los tipos, como en las casas de muñecas.
Yo amé ese verano.

Un violín.
Es el instrumento más melancólico que existe. Está lleno de nostalgia, de recuerdos por un
pasado que ya no puede regresar. De impotencia.
Ahora en las noches, cuando las horas me dicen que nadie va a venir y quedarse conmigo,
toco tu canción, mamá. Y rezo mientras pienso en lo que ha sido.

- Marcos, ¿estás dormido?

Quieren que suenen las campanas


Rompen a patadas los libros.
Queman el aire.
Quieren que volemos alto esta vez.
Sara.
Yo me llamo Sara.
Tengo quince años ahora.
Estoy en la escuela. Es la única escuela secundaria que hay en el pueblo.
Hay un chico que me mira porque yo le gusto.
Pero a mí me gusta otro. Mi vecino.
Mamá quiere que salga con alguien como yo. Pero yo no entiendo lo que quiere decir con eso.
No me importa.
Yo no sé si le gusto. Pero tengo tanto miedo de todo siempre. Pero no con él. No con él.
Me gusta tenerlo adelante mío. Escucharlo decir mi nombre.
Sara.
Yo me llamo Sara.

Ahora es mi último día en esta tierra.


Mañana estaré muerto.
No tengo ni diez, ni quince, ni treinta años.
Ahora es el fin. La última página. Pronto ya no seré yo. No seré nada.
Marcos dormirá para siempre.

Estoy terrible y completamente sola. Siempre sola. Hubo un tiempo en donde creí poder ser
inmortal. Hubo un tiempo en donde creí que me amabas.
No quiero hablar de amor esta noche y volverme nostálgica.
Pero este tango que suena en los cuartos vacíos de la casa me lleva hasta tu sombra.
No había pisado este lugar en años.
No habíamos pisado este lugar en años.
Y ahora estoy aquí, y los recuerdos se vuelven insoportables.
Cada puerta al abrirse, trae consigo miles de secretos que creí enterrados para siempre en
mi memoria. Ahora están aquí. Todos sueltos. Flotan por el aire, me atraviesan y se ríen en
mi cara. Me miran y dicen -Sara ¿porqué nos olvidaste? ¿Porqué te fuiste aquel día?

Las horas.

Que nunca te di.

Las horas.

Suena un teléfono. No quiero atender porqué sé que sos vos, Sara. Y estoy enojado.
Suena un teléfono. Cortan y vuelven a llamar.
Un tiempo. No sé cuantos tiempos ha sonado ese teléfono. Lo he olvidado.
Yo estoy enojado y no quiero recordar porqué. Me hace mal.
Ahora que tengo un teléfono enfrente me gustaría que me llamaras.
Hoy no podrás hacerlo aunque quisieras.
Nos dijeron que era para siempre. Que nadie sabía cómo. Pero que era verdad. Nos dijeron
muchas cosas. Guirnaldas de cosas. Brillantes y esplendorosas cosas. Nos dejaron creerlas.
Nos convencieron de que eran reales. Nos hicieron aprenderlas de memoria. Y ya no
pudimos imaginarnos un mundo sin ellas.
Y ahora estoy acá, muerto de miedo, pensando en que si todo eso no es verdad, nada queda,
nada, nada.

Una música: el tango


Un recuerdo: su voz
Un color: el amarillo
Un sabor: las frutillas
Un dolor: tu muerte

Estoy sentada en el sillón de la sala. Estoy tejiendo una campera para mamá.
Estoy sola. Mañana es mi cumpleaños y me han hecho un postre gigante. La abuela vendrá a
visitarnos, y como siempre, a darnos consejos de cómo ser una buena señorita toda la
tarde.
Parece que va a llover. Pero no se decide. Es tiempo de nostalgia, no de tristeza. Yo odio
este vacío. Quizá sueñe con un mundo de cristales de colores. Y pueda volar alto. Estoy
cansada de no saber que hacer. De esperar.
De esperar.

Las camas vuelan.


Los coches circulan entre las calles embarradas.
El dolor es fuerte.
El tiempo se ha estancado en la hora de la siesta, volviendo inasible el instante en que tus
ojos se cerraron por primera vez.
Y ese sutil momento, se reconvierte en la música que escucho ahora, veinte años después
de aquel día.

- El té ya está listo mamá.

Parece amargo. Pero sabe dulce.


Parece amargo.
Me duele todo el cuerpo hoy. Estoy cansada. Escuchó una voz en mi cabeza que parece
decirme que resista, es la voz a la que le hablo ahora. Pero el dolor es muy fuerte.
Las pastillas ya no me calman el dolor. Me siento cansada todo el tiempo. No puedo
dedicarme a la casa como antes.
No puedo ni siquiera tomarme este té de porquería sin que mi cuerpo no lo rechace.
Sin sentir asco por todo lo que me rodea.
Asco hacía mí misma.
Olor a jazmines. El camino para ir a la casa de la abuela olía a jazmines.

El té. La ceremonia del té.


Recuerdo a mi abuela ponerle a escondidas de mamá, un poco de whisky. Decía que era para
curar el dolor de estómago.
Las viejas de este pueblo, se juntan todas las tardes, después de la siesta. Todos los días
se juntan en una casa distinta. Y toman el té. Y se miran unas a otras. Hablan. Hablan de
cosas sin importancia. Totalmente vacías. Cosas sin las cuales ellas no podrían vivir. No
podrían imaginar el mundo sin ellas.
El otro día con Marcos, nos asomamos por la ventana, y las espiamos. Siempre lo hacemos.
Estaban todas las mujeres del pueblo, como siempre.
Pero esta vez fue distinto.
El té nunca fue tan amargo como ese día.
Mientras todas conversaban sobre el clima, el sabor de las tostadas, o si el presidente era
atractivo o no, la madre de Marcos se desmayó.
Ahora el té parece una mala palabra. Como si tuviera la culpa de lo que está pasando.

quiero ser
el olvido
un aliento que se me va
un deseo de mujer
Prohibido
quiero llorar
no quiero morirme
quiero
no puedo soportar este dolor
no puedo respirar sin esta angustia
no sé
quiero morir
quiero estar viva
no me olvides- no me olvides-no me olvides

perdona
tú y yo estamos tristes esta noche
y yo quiero verte reír por siempre
y quiero que vueles con alas de pájaros

mariposas en el aire

dolor a invierno en esta noche fría- huesos fríos-


Esta muerte fría- fría
no me olvides
no me olvides
no me olvides

no me olvides
Agustina
La mañana.
La mañana es gris pero parece tan hermosa.
No ha llovido en más de un mes. Los campos están secos. Papá está triste por la cosecha.
Nuestra tierra no es muy grande, pero es más que suficiente para nosotros.
Las nubes son la esperanza. El color gris.
Voy con papá en el auto a la casa de unas tías mías, hermanas de papá. Me cuidarán por un
tiempo porque mi abuela está enferma, y mamá está todo el tiempo con ella. Mis tías dicen
que yo debería arreglármelas sola, pero que el viaje puede caerme bien, y que pueden
enseñarme no sé cuántas cosas, de las cuales según ellas, mamá no tiene idea.

La casa de mis tías es enorme. Tiene una fuente en el jardín y muchas salas interiores. El
zaguán y la puerta cancel son hermosos, y las arañas que hay en las habitaciones son
grandísimas.
Pero de noche, todo queda tan oscuro, que se parece a esas historias de terror que papá
suele contarme en las noches, a pesar de los retos de mamá. Los extraño. Extraño el aroma
de mi casa, el olor de la comida. Extraño a mi perro, a mi hermano.
Acá, los cuartos son tan grandes, que aunque los llenaran de gente gritarían que se sienten
solos.
Quizá yo me siento un poco sola.
Mis tías me dieron un libro muy antiguo que trata sobre dioses griegos que luchan por el
poder. A mí me gusta ese libro.

- Hoy tampoco lloverá

Perséfone. Nos han raptado. Han dejado morir todas las flores. Siento un frío helado entre
mis huesos. Helado como el infierno que tú habitas.
Perséfone. Quizás podamos escaparnos esta noche y regresar a nuestro hogar.

La vida
Vuelve
La vida
Antes
Ahora
La vida
La muerte
Antes
Ahora
La vida
Ahora vuelvo a casa. Ahora mis tías gruñonas ya no importan.

Juana. Camina torcido, y lleva un bastón en su mano derecha. Parece haber vivido mucho.
Muchos pasos en esta vida. Juana lee todas las mañanas la misma historia. Un cuento de
amor. El cuento de amor que nunca tuvo. Y sueña todas las tardes con que alguien golpeará
su puerta, le traerá flores y le declarará su amor. Pero cada vez que la puerta suena y su
amor no viene, Juana se va a su cuarto y llora. Su hermana la escucha desde la cocina. Yo
también la escucho. Mi tía me distrae para que no haga caso y me reta por alguna cosa que
no hice, y me dice que coma.

Ahora vuelvo a casa. La abuela ha mejorado.


Mamá puede cuidarme a mí otra vez.

-creo que escuché un ruido

- Duerme ahora, duerme.

Vamos esta vez más lejos.


Parece que nos corren.
Que quieren llevarnos por delante.
Hay un punto en el universo en donde todo
Se deshace y vuelve a nacer de nuevo constantemente.
Ahora quiero ser ese lugar
en donde el tiempo
Nunca ha existido.

Ahora es el regreso
Volver dice un tango a lo lejos
Ahora parece que despierto
Adiós a las pesadillas
Chau al miedo al coco de los armarios
Al reflejo cambiado de los espejos
A las sombras deformadas de los árboles por las ventanas
Volver
Ahora es el tiempo de los sueños rotos
Pegarlos unirlos como rompecabezas
Ahora nos rompen a nosotros
Y nos perdemos
Y ya no sabemos a dónde vamos
Y ya no sabemos quiénes somos

La abuela me ha tejido un lindo pulóver. Extrañé todo demasiado. Lo peor de todo fue haber
olvidado mi diario en esta casa. Tuve que escribir en recortes de los diarios, en las hojas de
los árboles del jardín de mis tías. Soy como una máquina que no puede detenerse. Mamá
dice que voy a sufrir mucho sino dejo de hacerlo. Que las mujeres no nacimos para
dedicarnos a la escritura. Que en un mundo de hombres todas las cosas bellas son de los
hombres.

- Quiero ser poeta.

- No poetiza.

- Quiero ser poeta

Perséfone. Diosa de la primavera. Diosa de todo lo bello. Diosa del terror y de las tinieblas.
Déjame ver esta noche un poco más allá.
Marcos
Mi madre se llamaba Agustina.
Se casó como mi padre a los quince años. Era un hombre de campo, como también lo había
sido su padre, y como lo había sido el padre de mi madre.
No creo que ella lo amara. Pero no estoy seguro. Siempre demostró un cariño especial hacia
él.
Si sé, que él tenía las costumbres de cualquier hombre de su condición, y que era un tanto
bruto y de mente muy cerrada.
Mi madre adoraba escribir, adoraba leer. Él nunca la dejó.
Ella lo hacía a escondidas. Y por las noches me contaba sus cuentos y me cantaba sus
poesías. Fui su único publico. Su único crítico.
Sientas de poesías para el olvido.

Cuando era chico vivíamos en una casa de campo. El silencio alrededor era absoluto. No
teníamos vecinos a menos de cien kilómetros. Y en esa época era mucho. Pero nos
arreglábamos bastante bien.
A mí me gustaban las noches en donde las estrellas se veían tan fuertes y poderosas, como
lámparas lejanas que alguien encendía para que yo pudiera verlas. Era tan hermoso.
Me gustaba esa vida. Pero mi madre la odiaba. Siempre había vivido en el campo, y siempre
había odiado hacerlo.

- Yo no sé por qué no querés escucharme.

- Pero yo necesito que lo hagas.

Cantan canciones
Qué otra cosa podrían hacer
Los hombres que trabajan el trigo
Lo que caminan por las calles llenas de humo
Bajo la luna
Cantan
Y sueñan con lo que nadie toca
Y cantan lo que la vida no les dará nunca.

- ¡Pero yo necesito que lo hagas!


La primera historia que me contaron, o por lo menos que yo recuerdo, era sobre una niña
que se perdía en un bosque, y un mago la encontraba en el camino y la regresaba a su hogar.
Me llevó mucho tiempo descubrir que mi madre había transformado caperucita roja en un
cuento de hadas.
A ella el lobo nunca la dejó ser libre. Pero en mi mundo casi nunca existieron. Uno sólo.

El lobo era yo.

- ¿Dónde estás ahora, Sara?

- ¿Dónde estás?

Dicen que el tiempo


Dicen
Dicen
Que las puertas saben todo
Que el aire es un buchón
Dicen
Dicen
Dicen

En el portal de casa, en el pueblo, había una estatuilla de San Francisco. Sus ojos miraban
el cielo, pero no eran unos ojos alegres, tenían una gran huella de melancolía que parecía
irremediable. O así me lo parecía a mí. He tenido esa expresión en el rostro muchas veces
en la vida.

- ¿Dónde estás ahora?

Mamá leía en el baño. En las mañanas cuando papá iba a trabajar lejos de la casa. En las
noches escondida entre los ciruelos. Atrás de las puertas. A la hora de la siesta. Leía
mientras dormía y soñaba sus sueños, y soñaba que leía.
Mi padre de vez en cuando, revolvía la casa buscando cualquier pista que le permitiera
encontrar donde estaban los libros y las cosas que escribía. Jamás encontró ninguna de las
dos cosas.

Me estoy muriendo y no quiero llorar


Mi vida sin mí parece terrible
Antes de irme
Antes de que el mundo deje de respirar
Antes de que los tiempos y los modos desaparezcan
Antes de mí
Antes de que me vaya

Cuando las horas pasan.


La gente corre por las calles, todos vamos apurados. Y las horas pasan, nos persiguen y
nunca podemos alcanzarlas. No podemos detener el tiempo. Y se va. Y nosotros nos vamos
con él. Se van los abrazos, los días de sol, las canciones. Se va el tiempo en donde fuimos
cobardes, en donde tuvimos miedo.
Cuando las horas pasan, siempre recuerdo esos días en que esperaba que entraras por mi
ventana y me despertaras hablándome en la oreja. Y yo me hacía el dormido, y vos te dabas
cuenta, pero igual me seguías el juego. Y te acostabas al lado mío, y jugábamos que
soñábamos.

- Sara ¿dónde estás?


Sara
La casa.
Hacía más de diez años que no pisaba este lugar. Que no miraba estas paredes. El silencio
es impresionante, parece que todo estuviera dormido. Ni siquiera llegan los ruidos de
la calle. Las ventanas no dejan traspasar la luz, pero yo tampoco quiero que lo hagan. Quiero
que llueva. Me gusta sentir el agua correr a través de mi cuerpo. Me siento un poco más
pura.
Este lugar está tan lleno de recuerdos.
Recuerdos de infancia.
Veo a Marcos caminar hacia la puerta y entrar a la galería sin avisar, para que mamá no lo
retara. A mi hermana probando su primera bicicleta en la vereda, cuando las mujeres no
debían andar en bicicleta. Me veo a mí llorar cuando todo se nos derrumbó. Y siento que el
techo y las paredes se me vienen encima, y no puedo soportarlo más.

-Sara, su madre a muerto.

Que será esto de morirse


Nos dicen que un poco de polvo
Que algún recuerdo en ciertas páginas amarillas
Pero no saben lo que dicen
No lo saben
Mienten y nos callan
Y nos cuentan historias sobre un mundo de ensueño
Marcos este poema es para vos
No les creas, por favor, no les creas.

Cuando me dijiste que me ambas te creí. Me lo dijiste dos días después de que tu madre
murió. Dijiste que no querías perderme como a ella. Teníamos quince años.
Yo te creí.
Ahora que han pasado diez años dudo mucho que lo hagas. Y voy a hacerlo siempre.
Quizá cuando decida matarme a los cincuenta y tres años, aún no sepa si alguna vez lo
hiciste.

Tengo ganas de hacer pis. Mi hermana y yo estamos en el cine. No quiero ir al baño porque
la película está por terminar. Es una comedia y tengo miedo de reírme mucho. Aguanto
hasta que la película termina y voy corriendo al baño. Cuando salgo, mamá está afuera
esperándonos, tiene un bolso entre las manos, y se nota que lleva muchas cosas en él.
Yo le pregunto que lleva pero ella no contesta. Da la sensación de que mis palabras se
fueran deshaciendo en mi boca y ella no pudiera llegar a escucharlas, pero no es así.
Nos lleva a tomar un helado y nos reímos de cosas un poco tontas, y de la gente que pasa
caminado frente a nosotras.
Después pide un taxi. Nos da un beso y un abrazo, y se va.

- Mamá, estamos a dos cuadras de casa.

Yo tenía veinticinco años. Una semana después de que mamá se fuera, papá se pegó un tiro.
Ahora que el veneno circula por mi sangre, entiendo a los que dicen que la depresión se
hereda.
Nunca supimos por qué lo hizo. Diez años después me llamaron a mi casa y me avisaron que
un auto la había atropellado en una de las calles de Buenos Aires.

Las calles están llenas de gentes


Las hay de todos los colores y olores posibles
Caminan de aquí para allá sin detenerse
Y todas al mismo tiempo componen la melodía
De la ausencia
Y los malabares de un payaso se confunden
Con los tomates que un hombre pasa vendiendo en bicicleta
Y en las esquinas las mujeres
se pelean con el viento mientas barren
y los autos se marean entre el ruido de gritos y risas
y el llanto de un bebe que tiene sueño
se mezcla con un perro que ladra
a un gato que lo mira desde un techo

-Marcos, tengo que irme.


Una vez. Siempre una vez. Así empiezan los cuentos de princesas. Empiezan contando sobre
un tiempo que fue hermoso y luego muere. El tiempo de la inocencia. El tiempo de los juegos
y los por qué.
Una vez fui una niña. Pero ya no lo soy. Una vez esta casa estaba llena de flores y las
habitaciones eran alegres. Ya no.

- Tengo miedo

Cuando éramos chicos leímos en un libro que todos los seres vivos en otra vida fueron otra
cosa, y que reencarnaran en la próxima como algo más.
Yo siempre quise ser una mariposa, porque me encantaban sus alas y el hecho de que nunca
estaban solas.
Vos siempre dijiste que querías ser una risa. Una risa fuerte que resonara por todo el aire
y llegara hasta donde yo estuviese.
Yo siempre me he preguntado desde entonces sí las mariposas saben reírse.
Sí cuando el aire las lleva de una flor a otra, una risa se les escapa entre las alas.

- Quiero morirme esta mañana.

-y quiero despertar y tenerte conmigo.

Yo no te extraño
Un compás. Un ritmo desesperado
Mis manos que siguen el viento
Quiero ir tras de ti
Quiero golpear tu puerta
Un mundo vacío esta mañana
Un mundo
Eso es todo
Debo estar desesperada para decirte esto. No soy real. Tu madre me inventó en una de
esas noches en donde sus cuentos inundaban tu espíritu. Tú la ayudaste sin saberlo. Creaste
mis ojos, mis manos, mi alma. Soy pura y exclusivamente una invención. Y ahora que me has
abandonado me encuentro perdida en este mundo que no significa nada para mí.
Esto siempre fue un secreto entre tu madre y yo. Ambas nos mirábamos a través de las
ventanas y nos decíamos que era mejor así. Que algún día lo descubrirías por vos mismo.
Pero no fue así. Y no supimos que hacer. Y sólo te seguimos el juego.
Y para cuando Agustina murió, yo ya no era su personaje, era el tuyo. Y fue tanto el poder
que me diste, que me volví real. Y cuando lo hice, ya no pude mirarte a los ojos nunca más.
Ahora no puedo mirar mi propio reflejo. Estoy destinada a desvanecerme.

-Marcos, tengo que irme.

-Me voy a vivir con unas tías por un tiempo, es todo lo que puedo hacer.

A veces juego a que te nombró


Y tú nombre me realiza en otros sueños
Que a lo lejos un rey llora
Y que la persona destinada a que lo amara
No conocerá nunca
Nunca sabrá su nombre
Y siento que el alma se me achica
Y me abandona por otros caminos
Que tengo miedo de recorrer
Y las palabras no me alcanzan
Y las palabras me sobran
Puertas que se abren a otros mundos
Que habitamos pero que jamás
Sospechamos que existen

-Marcos, mirame, por favor, no te enojes.

-Marcos.
Las horas que te he esperado
Los minutos
Soy un sillón dormido
Soy una taza de café en cualquier bar
En todos los bares del mundo
Este minuto mientras escribo
Es todos los minutos al mismo tiempo
Y la mesa de al lado no es otra más
Que la mía
todas las horas
Todas las cucharas
los granos de azúcar
El tiempo que he esperado
El silencio es espacio no vacío
El roce de tu piel mi ausencia
Un llanto es el perfume de esta noche
Una silla vacía todas las sillas

Cada vez es diferente


Los ojos en el espejo son diferentes
Cada vez
Las huellas que mis pies dejan en las sábanas
La voz que atraviesa las ventanas
Es diferente
El sol la luna
Cada vez
Mis lágrimas son diferentes
Las estatuas en las plazas
Las hojas cuando caen
Son diferentes
Los años
Mis manos entre tus manos
Mis ojos en tus ojos
Cada vez
La lluvia
Sara tiene la mirada perdida. Parece que pensara en quien sabe cuantas cosas, pero su
mente sólo divaga en algún sueño que no sabe tener.
Sus manos son pequeñas, y cuando hace un poco de frío se ponen rojas como las fresas. Su
pelo es de color castaño, pero podría ser rubio si quisieras, y su cuerpo pequeño le da un
aire de inocencia. Hay, en su alma, un aire a sabiduría, y cada vez que respira, su aliento
transmite a los otros la sensación de que el mundo está a punto de detenerse.
En las mañanas, antes de levantarse, reza un avemaría, y después sale descalza al patio, y
se queda mirando las gallinas. A veces se queda dormida. Y su madre la encuentra
acurrucada contra una pared en camisón, con todos los cabellos enmarañados, y los pies
sucios por la tierra. Los mocos se le caen de su pequeñita nariz congelada, y le tiembla todo
el cuerpo por el frío.
Su madre la regaña y la hace entrar a la casa. Le da leche caliente para que se saque el frío,
y le dice que no vuelva a hacer eso. Pero a la mañana siguiente, Sara sale muy temprano al
patio, y se queda mirando las gallinas.
Su hermana tiene un camión de juguete que un vecino le regaló. A Sara le gusta ese camión,
pero su hermana no se lo presta. A veces espera a que su hermana se quede dormida a la
hora de la siesta, y juega con el camión a escondidas. Le resulta toda una aventura hacerlo.
Siempre lo usa con mucho cuidado. Sara sí presta sus juguetes.
Su abuela tiene un disco de una música muy tranquila que a Sara le gusta mucho. En la tapa
del disco hay un negro, con una “cosa” dorada. Su abuela dice que esa música hasta hace
muy poco estaba muy mal vista, pero que a ella no le importa. A la niña tampoco le importa.
A veces se queda sentada en el sillón que hay al lado del combinado y se queda escuchando
la música. Cuando el disco termina lo da vuelta, y le vuelve a dar vuelta, hasta que su abuela
la llama para que le haga algún mandado y se tiene que ir.
Cuando camina por las calles va tarareando la música y baila, y mueve la canasta con el
mandado de aquí para allá. Un día la sacudió tanto que rompió tres huevos que debía llevarle
al vecino. Su abuela la regañó bastante, pero Sara ya ni recuerda aquel día.
Normalmente es una niña bastante tranquila, un poco ida, llena de sueños que se despedazan
y se vuelven a unir. Su vida es un rompecabezas. Pero tiene el alma tierna. Hay algo en ella
que va derramando un poco de magia en cada paso que da.
En las noches, deja un vaso con agua en la puerta de su cuarto, porque una vecina le dijo que
los espíritus andan por las noches haciendo barullo, golpeando puertas y sacudiendo
ventanas. Caminando por los zaguanes, y abriendo las canillas, y basta con dejar un vaso con
agua para que se tranquilicen y no molesten. Su madre ha intentado convencerla cientas de
veces que son sólo habladurías de viejas, pero Sara no le cree.
De vez en cuando su hermana se toma el agua o la tira a propósito. Y Sara se pasa el día
diciendo que los espíritus han ido a visitarla, y les deja cartitas por todos los rincones de la
casa para que las lean.
Nunca ha ido a un cementerio. Porque el cementerio de pobres de la ciudad es muy feo y su
madre no quiere llevarlas, para que no les dé miedo a ella y a su hermana. Pero las dos
todavía tienen una mínima impresión de la muerte.
Sara ama las flores. Y cuando su madre corta crisantemos y claveles para llevar a las
tumbas de sus muertos, la niña se para al lado de ella y llora terriblemente porque siente
que les está haciendo daño.
Los días de lluvia se sienta en el umbral de su casa y no se mueve por horas. Se entretiene
mirando caer la lluvia, y viendo como el agua corre entre las calles. El barro. Los chicos
chapoteando en las esquinas. Es sólo una espectadora. No participa, pero observa
absolutamente todo, intentando que no se le escape ningún detalle.
Cuando para de llover sale afuera y se pone a jugar con los demás niños. A Sara le encanta
embarrarse.

Marcos es hijo único. Tiene un perro que lo sigue a todos lados.


Es un niño bastante impulsivo. En clase siempre está molestando y la maestra lo saca afuera
y lo pone debajo de reloj. Marcos siempre prefiere el reloj a estar adentro, por eso
siempre molesta, para poder estar ahí parado en vez de en el salón.
Todos los días a la hora de la siesta, Marcos se pone a jugar a la pelota contra la pared del
vecino. Un día el vecino se enojó y lo amenazo con su escopeta. Marcos entró a su casa y le
mojó todos los cartuchos con agua y sal.
No le gusta el brócoli. Pero su padre hace que se lo coma a la fuerza.
En uno de los rincones de su casa hay una foto de un verano en donde fue con sus padres a
la playa. Estaba muy quemado. Sus ojos están furiosos. Marcos odia el mar. No le tiene
miedo al agua, pero odia el calor, la arena y los bronceadores. Siempre ha preferido el frío.
Como también la noche antes que el día. La luna antes que el sol.
Tiene, para su corta edad una expresión muy seria en sus ojos, y un destello parece delatar
una imperceptible tristeza que las personas suelen confundir con maldad.
Debajo de su cama tiene una colección de historietas. Le gusta quedarse hasta tarde en las
noches mirando los dibujos, observando las expresiones de los personajes, los colores. Se
esconde debajo de las cobijas y las alumbra con una linterna. A veces su madre lo descubre
y lo regaña. Y Marcos se hace el dormido, y las esconde otra vez.
Le cuesta mucho decir las cosas que siente o piensa. Por el miedo a creado un muro a su
alrededor que ni sus padres pueden romper. No es antisocial, pero no deja que nadie lo
conozca realmente. Hay muchas reglas de este mundo que sólo las sigue por costumbre,
pero que no las comprende y nunca lo hará. A veces se siente perdido, por eso suele
interesarse por las cosas prácticas y concretas. El desconcierto lo asusta porque él no se
siente nunca seguro de nada, necesita de esa seguridad.
Ama los violonchelos. Le encanta que el sonido lo atraviese y le rompa el corazón en mil
pedazos. Es capaz de pasarse horas sentado tocando la misma canción una y otra vez sin
notar el transcurso del tiempo. Y cada vez que vuelva a tocarla, con el tiempo, seguirá
transportándose a ese lugar en que sus dedos pequeñitos tocaron el instrumento por
primera vez.
Lleva siempre colgada del cuello una llave. Es la llave que abre un baúl que su abuela le
regaló al nacer a su madre para que guardara cosas de él. Su abuela murió al poco tiempo,
pero Marcos la lleva consigo a todas partes, como lleva la llave junto a su pecho.
Le gusta el aroma del chocolate caliente por las mañanas. Y los días de lluvia ama las tortas
fritas. En esos días, se sienta en una silla en la cocina y desde allí observa absolutamente
todo. La manera en que su madre prepara la comida, la lluvia a través de las ventanas, los
vecinos, la niña de enfrente que mira como los demás juegan pero permanece junto a su
puerta. Las ranas que cantan entre las plantas quién sabe qué canciones. A Marcos le gusta
la lluvia. Le gustan mucho las cocinas, los sótanos y los techos. A veces, si llueve a la hora
de la siesta, se sube al techo y desde allí mira como el agua se desplaza por todo el
vecindario. Es capaz de permanecer eternamente allí. Mirando el agua caer por las azoteas,
meterse adentro de las casas, y hacer dibujos en las ventanas que son indescifrables para
nuestros ojos.

Agustina tiene una gran pasión. Un gran destino. Las horas que ha pasado frente a los
libros son horas vividas. En el medio del desierto, en las más grandes tormentas marinas,
bajo la luna en una calle de gente, en cualquier planeta. Agustina siempre ha sido un mar de
sueños, una aventurera sin espada. Es todas las niñas y todos los hombres de todos los
mundos posibles, bajo su higuera.
En un rincón de todas las casas del mundo hay una historia. Agustina vive por esas historias,
vive a través de ellas.
Sus padres temen que se vuelva loca. No hace otra cosa que escribir. A la mañana escribe
sus oraciones a los santos. Y manda mensajes misteriosos a personas desconocidas, y los
pone en botellas de colores, y deja que el agua del río los transporte a quién sabe dónde.
En las paredes de su cuarto hay cuentos que ha escuchado, cosas que realmente le han
pasado a gente que conoce, secretos, mentiras.
Siempre prefiere leer en las noches, cuando todos duermen y los ruidos se han
transportado a otro lugar. Se mete debajo de las sábanas y se va lejos, siempre a algún
lugar diferente en donde nadie pueda encontrarla, se esconde en otros mundos, y a veces
los vuelve tan suyos que se olvida que debe regresar. Regresar a un lugar en el que nunca ha
estado. Al que nunca ha pertenecido.
Le gustan las fotografías, los relojes de arena. La idea del tiempo la obsesiona. El tiempo le
parece perverso y extraño. Pero ama el silencio. Y también ama los ruidos. El ruido del
viento, el cantar de los pájaros. Ama, en presente del singular. Modo indicativo.
El mundo en el que habita le resulta increíble, y doloroso. Casi nunca lo soporta. Y sus libros
le permiten olvidarlo. La alejan de todo lo que no puede o no quiere ver.
Pero este mundo tiene algo único y hermoso que Agustina siempre ha amado. En pretérito
perfecto del singular. Agustina siempre ha amado la lluvia. La lluvia sobre su rostro. Sobre
su cuerpo de niña. Sobre su cuerpo de mujer. En todos los tiempos, en todos los modos. En
todas sus vidas y sus muertes. Agustina ama la lluvia. El olor a tierra húmeda. Las huellas
que las pisadas dejan en el barro. Ama las ventanas salpicadas con las gotas. El agua que
entra a través de las puertas. El color de las flores, y de todas las cosas, cuando el agua
atrae la luz hacia ellas.
El tiempo desaparece con la lluvia. Y el mundo le duele menos. Las reglas cambian. La gente
cambia. Ella cambia, no lo sabe, pero lo hace.
Siempre ha querido escribir sobre la lluvia pero no puede. Su belleza la supera. No queda
nada por decir. Nada que la vuelva presente. La esencia de la lluvia en sus palabras no
aparece. Y entonces sus lágrimas se mezclan con la lluvia. Y nadie puede notarlo. Sólo llora
cuando llueve para que nadie pueda verla. Las lágrimas le caen a borbotones y nadie lo nota.
Nadie que es todo. Pero que no es lo mismo.
Y los pasos de niña se le hacen más chicos cuando las lágrimas no caen al suelo. Y cuando las
flores se le pierden entre las nubes que cubren sus ojos. Ella se pierde entre la melodía que
el agua al caer va pronunciando, y parece que la tierra va diciendo su nombre con cada
lagrima. La tierra le grita.
¡Agustina!
¡ Agustina!
¡No me ignores!
¡Agustina!

El viento
-Y dime ¿qué sabe el mar de tus secretos?

-nada sabe, nada que yo no le he dicho.

Parece que el reloj se ha detenido


La luz permanece inasible en los mismos objetos
Las llaves nunca censan de abrir las puertas
Y el agua cae en la taza y seguirá cayendo toda la tarde
Que nunca ha terminado de comenzar
La brisa ha desaparecido
Las sombras constantes de la gente en la calle se reflejan en las paredes
Y el sonido de las hojas de una planta de café al moverse
Comienza una y otra vez indiferente al movimiento de las mismas
Las horas

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