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S o y p a cie n te

A n a M aría S h u a

em ecé
escritores argentinos
S h u a , A n a M a ría
S o y p a c ie n te .- 1a e d . - B u e n o s A ire s : E m e cé, 2010.
152 p . ; 23x14 cm .

IS B N 978-950-04-3280-1

1. N a rr a tiv a A r g e n tin a 1. T ítu lo


C D D A 863

© 2010, Ana M aría Shua

Derechos exclusivos de edición en castellano


reservados para ' odo el m undo
© 2010, G rupo E ditorial Planeta S.A.I.C.
Publicado b ajo el sello E m ecé®
Independencia 1682, C1100ABQ, Buenos Aires, Argentina
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Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Ed itorial Planeta


I a edición: octubre de 2010
2.000 ejem plares
Im preso en Artesud,
Concepción Arenal 4562, Capital Federal,
en el mes de setiem bre de 2010.

Queda rigurosam ente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares


del "C op yrigh t” , bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción
parcial o total de esta obra p or cualquier m edio o procedim iento, incluidos
la reprografía y él tratam iento inform ático.

IM P R E S O E N L A A R G E N T IN A / P R IN T E D IN A R G E N T IN A
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
IS B N : 978-950-04-3280-1
M e gusta leer en el colectivo. Sentado es fácil.
Parado es d ifícil pero no im posible. Las cosas se
com plican cuando la letra es chica y el colectivo
va por una calle em pedrada. Las palabras b ailo ­
tean, se vu elven b orrosas, y para distinguirlas se
hace necesario un esfu erzo coordinado entre la
vista y el resto del cuerpo. Se trata de endurecer
los m ú scu los del brazo para sostener el libro con
firm eza — m ientras el otro brazo dedica toda su
te n sió n a m an ten erse p ren d id o de la agarra­
dera— y, al m ism o tiem po, aflojar ciertos m ú scu ­
lo s de las piern as — separadas y con las rodillas
levem ente flexionadas— para com pensar por un
efecto de su sp en sió n el traqueteo del vehículo.
El resultado es com o éste: ahora, acostado y todo,
m e resulta m u y d ifícil concentrarm e en lo que
leo. Claro que en este caso lo que bailotea y se
v u e lv e b orroso no son las letras sino el sign ifi­
cado. D ebe ser el efecto de los sedantes. El calor
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no ayuda. Si estu viese en m i casa ya m e hubiera


sacado el p iy am a: aq u í no m e sien to en c o n ­
fianza.
Entretanto, en u n pueblo de la Florida, B on d
acaba de descubrir el cu erp o de su am igo Leiter
con vertido en u n a m asa san g u in o len ta m al
envuelta en ven das sucias. Tengo la sospecha de
que en esto in tervin o u n tibu rón. El pobre Lei­
ter tiene sobre m í u na so la ven taja: él y a tiene
diagnóstico y yo todavía en verem os. Cuando lo
internen, ¿quién lo irá a visitar?
O jalá v in ie se m ás g en te a v isita rm e a m í.
Hablar m e resu lta m ás fácil que leer y si tengo
ganas de quedarm e callado siem pre puedo pedir
que m e cuen ten algu n a an écd ota del exterio r.
Estando aquí, no tengo ganas ni de m irar los dia­
rios.
Las sábanas son m ías. M e las traje de casa para
tener la se g u rid ad de q u e estén lim p ia s. U n
defecto: son de poliéster. Q u ién tuviera sábanas
de hilo, tanto m ás frescas. Las de p oliéster son
una porquería: las p elotitas que se form an en la
tela dan la sen sació n de que la cam a estu viese
llena de m igas. Y m igas seguro que no son p o r­
que para eso m e cuid o m u y b ien de com er las
galletitas de agua sobre u n plato.
La alm ohada tam bién es m ía. Tener algunos
objetos co n o cid o s ayu d a a d o m esticar a los
demás. Si estuviera com pletam ente solo en esta
pieza, sin m is sábanas flo read as, sin m i buena
A n a M aría S h u a 9

alm ohada de siem pre (que en casa m e parecía tan


dura y hablaba de cam biar), los p o co s m u eb les
de m etal despintado m e resultarían todavía m ás
am enazadores.
Esta cam a, p o r ejem p lo , no m e in sp ira n in ­
guna co n fian za. S ien to que ap en as acepta m i
peso, com o u n caballo recién dom ado acepta el
peso de un jinete desconocido. Es lo bastante alta
com o para lastim arm e si se le ocurre tirarm e en
m itad de la noche. Para ponerse a la par, a la m esita
de lu z le crecieron m u ch ísim o las patas.
Si tu v ie ra que q u ed arm e u n tie m p o largo
pediría que m e trajeran pósteres para adornar las
paredes. V erlas así, tan blancas (o, m ejo r dicho,
tan gris sucio), m e deprim e. C o m o m e p ien so ir
lo m ás pron to p o sib le, es m ejo r que no m e trai­
gan nada.
A m edia tarde una señora entra en m i h ab i­
tación sin golpear. U n pañuelo am arillo con p re­
tension es de elegancia le cubre la cabeza, segú n
la técnica que usan las m ujeres cuando no tu v ie ­
ron tiem p o de la varse el pelo. U sa u n a p o llera
escocesa, tableada, que le da u n aire vagam en te
in fan til. H asta que se saca lo s an teojos su edad
es indefinible. D esp u és, las arrugas alrededor de
los ojos cantan la verdad.
Cuando m e ve, la señora se queda rep en tin a­
m ente in m ó v il, com o si la h u biesen con vertido
en estatua de sal. Palidece, está descon certad a,
p or m ilagro no se le cae de la m an o u n a b olsa de
10 S o y p a c ie n te

red llen a de d u razn o s go rd os, atercio p elad o s.


M ecánicam ente m e p aso la m an o p o r la cara,
com o si pudiera encontrar allí el m o tivo de esa
m irada que se m e agarra a la piel y m e lastim a.
A l tacto, salvo las m ejillas m al afeitad as, todo
parece estar en orden.
— ¡Está m uerto! -—-dice la señora.
En su horror, se o lv id a de su cu erp o . Los
dedos de su mano derecha, abandonados, se aflo­
jan. La bolsa cae al suelo y los durazn os ruedan
por todos lados, gordos, aterciopelados, in co n ­
tenibles. A pesar de todo, sus palabras m e tran­
quilizan porque com prendo que no se refiere a
m í sino al anterior ocupante de la pieza (el m is­
m o director del hospital).
— N o, señora — le explico— . Ya está m ucho
m ejor y lo m andaron a la casa.
Ella se calm a. Poco a poco va recobrando el
control de su cuerpo. Secas las avanzadas, el resto
de las lágrim as desconcentran sus fuerzas. A p e ­
nas se siente m ejor, la señora m e pide disculpas.
D espués recuerda los duraznos y los busca uno
por uno para ponerlos otra vez en la bolsa. Parece
conocer su núm ero exacto porque no descansa
hasta haber encontrado el últim o rezagado.
M e m ira ahora de otra m an era, com o p re ­
guntándose si yo soy una persona digna de com ­
partir tanta alegría. Lo que ve no parece con ven ­
cerla totalm ente. ¿Por qué no m e habré afeitado
esta m añana? Y, sin em bargo, su felicidad la des­
A n a M a ría S h u a

bord a; am ablem ente m e con vida con un d u raz­


no. C o m o le explico que la cáscara m e hace m al,
b u sca u n c u c h illo y se p o n e a p elarlo sobre la
m esita de luz.
— Por favor, señora, sobre u n plato — le ruego.
Pero ella está tan conm ovida que no m e escu­
cha. Pela con o bstin ació n , com o si en con trase
u n in m en so placer en su tarea, desparram ando
la cáscara de durazno sobre m is libros y dejando
caer al piso algunas gotas de ju go . Si fu ese con ­
sid erad a y u n p o co m ás p ro lija, m e cortaría el
d u razn o sobre u n plato y m e lo alcanzaría con
u n ten ed o r: para eso traje m i p ro p ia v a jilla .
C o m o no es prolija ni considerada m e lo entrega
en la m ano, desnudo, ju go so y entero. A l m o r­
derlo, el ju g o m e corre por la barbilla y el cuello.
M e hace sen tir su cio y p eg a jo so p ero no m e
atrevo a rechazarlo.
— U sted no se im agina qué alivio saber que
está b ien — dice la señora— . U n a p erso n a m ag­
n ífica, el señor director. A m i h ijo, propiam en te
lo h izo nacer de nuevo.
— ¿Q u é tenía su hijo? — le pregunto, por cor­
tesía.
— Tenía que hacer la con scrip ció n en el sur
im agín ese, un m uchacho acostum brado a todo
lo m ejo r, p erd id o en esas soled ad es. G racias a
D io s y al señor director que le p u siero n inapto.
— Y o no lo llegué a conocer — le aclaro, para
evitar n uevas con fu sion es.
12 S o y p a c ie n te

— No sabe lo que se perd ió . U n hom bre así,


cada m il años. Pero claro, h ay que tener un poco
de sensibilidad hu m an a para darse cuenta.
— V iene m ucha g en te a v e rlo — le digo y o ,
sintiéndom e d em asiad o d é b il co m o para r e s ­
ponder debidam ente al ton o sin duda agresivo
de su últim a frase.
— ¡Por supuesto que viene gente a verlo! ¿Q ué
pretende? ¿Q ue v en ga n a verlo a usted , que ni
siquiera sabe com er u n du razn o sin ensuciarse
todo?
—-Señora, ¿con qué derecho m e habla en ese
tono? — protesto yo, un poco m olesto por reci­
bir un trato tan injusto.
— Y usted, ¿con qué derecho está aquí en esta
habitación? ¿Q uién le dio p erm iso para ven ir a
ocupar su lugar? ¡Im postor! A m í no m e engaña.
M ientras habla, la señ ora se enardece. Se le
pone la cara colorada y m e salpica con saliva. En
la mano derecha em puña el cuchillo que usó para
pelar el durazno. A u n q u e tiene poco filo, igual
me resulta antipático.
Por suerte, com o y a es la h o ra del té, v ien e
una mucama a buscar el plato en el que traerá,
como todas las tardes, cuatro galletitas de agua
y una cucharada de jalea de m em brillo .
— Pero, ¿qué clase de visitas tien eu sted ? ¿N o
sabe que está prohibido gritar? ¿D ó n d e se cree
que está, en la cancha de fú tb o l? — grita fero z­
mente la mucama.
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Y o no v o y a negar que en una cancha de fú t­


b ol se grita fu erte, pero tam b ién h ay m o m en to s
de m u ch o sile n c io . M e parece que la m u cam a
está m ás en o jad a de lo que c o rre sp o n d e . Lo
bueno es que entre p rom esas y em pu jon es logra
hacer salir a la señora. Y a está en el p asillo y sin
em b argo m e lleg an to d a v ía ráfag as de su v o z
vo ciferan d o alabanzas para el director del h o s­
pital.
M e pregu n to dón de estarán los m éd ico s en
esta in stitu ció n . Y o todavía no v i a n inguno. Lo
p e o r es que n in g u n o m e v io a m í, que so y el
e n fe rm o . A l p rin c ip io p en sab a e xig ir que m e
atendieran ú n icam en te profesion ales d ip lo m a­
dos y, si fu era p o sib le, con m ucha exp erien cia.
A h o ra m e con fo rm aría con practicantes. Podría
preguntarle a la en ferm era jefe, pero le tengo u n
p o co de m ie d o : es seria y n e rv io sa . Si h asta
m añana no tengo n o ved ad es, le pido a la Pochi
que hable por m í.
La ú nica m ed icació n que recibí h asta ahora
consiste en sedantes por vía oral. Son u nas cáp­
sulas de color ro jo y am arillo que a veces se m e
quedan atragantadas, raspándom e la faringe. D e
a ratos m e repite u n gu sto am argo que m e im a ­
gin o anaranjado. N o m e tom aron m u estras de
sangre para analizar, no m e pid iero n que orine
en n in g ú n fra sc o , no m e sacaron n i u n a sola
radiografía. C u an do lo vea al doctor Tracer, v o y
a tener m u ch os m o tivo s de queja. Para no o lv i­
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dárm elos, los v o y anotando en una libretita con


tapas de hule. P rim ero escribo las quejas en el
orden en que surgen, del lado del revés. A l final
del día, antes de dorm irm e, las num ero de acuer­
do a su im portancia y las anoto con m ás p ro liji­
dad del otro lado.
Hasta el m om ento aquí no ha pasado nada que
justifique m i internación: podría estar en m i casa
lo m ás campante. N o es el caso de Félix Leiter. En
cuestión de segundos, Bond ha logrado que una
am bulancia lo lleve al hospital: aquí no hubiera
tardado m enos de una hora. U n m édico lo atiende
en el acto. Según él, Leiter tiene el 50% de proba­
bilidades de sobrevivir. Pero yo creo que se va a
salvar: en parte porque es m u y am igo de Jam es
Bond, en parte porque creo haber leído otra novela
en la que trabaja con u n brazo artificial, y sobre
todo porque en Estados U nidos todo se hace con
más eficiencia. Claro, tam bién los sueldos son otra
cosa. Los m édicos, allí, ganan lo que quieren.
E sto y en un prim er piso y m i ventana da a un
patio interior. Cuando em pieza a oscurecer, todo
se vu elve azul. A esa hora llega a m i pieza una
m onja v ie jita , con la cara redon da com o u n a
manzana que de lejos parece lisa y colorada. Vista
de cerca tiene m u ch as arru g as fin itas que se
hacen m ás profundas cuando sonríe. Su exp re­
sió n es m u y dulce, p ero habla con un acento
extranjero tan cerrado que apenas se le entiende.
Su idiom a natal debe ser centroeuropeo: se tiene
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la sensación de que su lengua, dem asiado c iv i­


lizada, se negara a doblegarse ante la barbarie de
nuestro idiom a. D ebe ser por eso (porque le fa l­
tan palabras) que sonríe tanto.
— ¿M iedo ústed tiene? — m e pregunta.
— Sí, tengo m iedo, herm ana.
Y o no com parto su religión y ni siquiera so y
creyente, pero necesito desesperadam ente ayuda
y com pasión: sus palabras dan en la clave de m i
angustia. Me siento enferm o, olvidado, y esa cara
tan com prensiva m e hace pen sar en m i abuela,
que escondía caram elos en el fondo del ropero y
se m u rió hace m uchos años.
— N o ten err m iedo. H o m b rre jo v e n com o
ú sted , en operración irrá bien, m ucho bien. Es
una operración sencillo.
En lugar de asum ir sus dificu ltades para p ro ­
nunciar la ere, la herm ana prefiere com plicarlas
en una erre duplicada y violenta.
— Pero a m í no m e tien en que operar — e x ­
plico— . M e internaron solam ente para hacerm e
algunos estudios. Todavía no saben lo que tengo.
E lla m u eve com pasivam ente la cabeza y sus
ojos dicen que no m e cree. Porque so y hom bre
y he sid o parid o por m u jer, no m e iré de este
m u n d o sin ser o p erad o , parecen afirm a r con
d ecisión. C om o tarde o tem prano m e veré o b li­
gado a aceptar m i destino, ella está dispuesta por
el m om en to — ya que m i tranquilidad espiritual
lo exige— a seguirm e la corriente.
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Hasta en lo cabeza dura se parece a m i abue-


lita. Sin vo lver a m en cion ar la o peración se re­
fiere a ella com o u n suceso fu tu ro que hubiéra­
m os convenido en no nom brar. C o m o no tengo
ganas de discutir y, de todos m o d o s, su cara ya
no me parece tan dulce, doy por term inada la con­
versación diciéndole que tengo m ucho sueño.
Se va sin ofrecer resistencia. A u n q u e intenta
probar con su actitud atenta que dispone de todo
el tiem po del m undo para dedicárm elo, m e d o y
cuenta de que está apurada. Tendrá que v isitar
todavía a m uchos fu tu ro s operados que son, al
parecer, su especialidad. A n tes de irse m e desea
buenas noches y m e encom ienda a D ios.
Esta noche v o y a estar solo, pero m añana m i
prim a Pochi m e prom etió quedarse a dorm ir en
la cama de al lado. Se lo agradecí de corazón: de
todos los castigos que conozco, el de la soledad
es el más largo.
Y o no quería in tern arm e. N adie quiere. H ay
san atorios que parecen hoteles de lu jo , con p ie ­
zas am plias, cortin as de colores y cam as lin d as
y cóm o d as en las que sin em bargo no h ay q u ien
d u erm a p o r propia vo lu n tad . D e tod os m o d o s
yo n o tenía din ero com o para pagar u no de esos
sa n a to rio s y el h o sp ita l m e parecía u n castigo
d ign o de un tango triste. «Prejuicios tuyos», m e
decía la P och i, que estaba u n poco can sad a de
v e n irse h asta m i casa a p rep ararm e la com id a.
Pero co m o v e ía que el tem a m e p o n ía de m al
h u m or, seguía pisán d o m e las papas para el pu ré
y no insistía.
E n m i departam en to tenía teléfono y de v e z
en cuando pasaba algún conocido a visitarm e: el
h o sp ital, en cam bio, quedaba com p letam en te a
trasm ano. Lo único que m e hacía dudar era verla
a la P ochi m o lestarse tan to p o r m í, p ero com o
18 S o y p a c ie n te

ten ía d ecid id o cu rarm e p ro n to , con cu alq u ier


excu sa iba aplazando la in tern ación .
M ien tras m e quedara en casa, podía m an te­
ner la ilu sió n de estar sano, o casi. Todos los días
hacía algunos ejercicios gim n ásticos para que el
reposo no m e debilitara. M is com pañeros de tra­
bajo m e llam aban para decirm e vago, fiaca, vag o ­
neta, y y o m ism o dudaba de las razon es que m e
hacían q ued ar tod o el día en la cam a leyen d o,
escuchando la radio, pensando. A veces m e sen ­
tía un poco m ejor y m e levantaba para hacer algu­
nas com pras. El almacenero, que m e conoce bien,
m e encontraba delgado y m e preguntaba por m i
salud. En el h o sp ital, ¿a quién le iba a im portar
de m í?
Por otra parte una razón legal m e retenía en
el departam ento. En u nos m eses vencería el con­
trato de alquiler y la dueña estaba interesada en
recuperar su propiedad. Si el departam ento no
estaba o cu p ad o , a M ad am e V eró n ica le iba a
resultar m ucho m ás fácil desalojarm e. La idea de
q u ed arm e sin v iv ie n d a m e asu stab a y quería
tom ar todos los recaudos posib les.
U n día, sin em bargo, am anecí tan débil que
apenas podía levantarm e de la cama. Esa mañana
m e fu e im p o sib le hacer m is ejercicios, in cluso
lo s m ás se n cillo s, y llegar h asta el con su lto rio
del m édico m e costó un triu n fo. Cuando el doc­
tor Tracer m e vio en esa situ ació n , no m e dejó
opción:
A n a M aría S h u a 19

— O se interna o ...
Yo le tenía m iedo al hospital, pero m ás m iedo
les tenía a los puntos su sp en sivo s, así que m e di
por vencido y m e entregué. Preparé un bolso con
dos piyam as, ropa interior y algunos libros; puse
tam bién algo de vajilla, porque m e habían dicho
que en el hospital daban com ida pero no platos.
A la radio la m etí y la saqué del bolso varias veces:
p o r tan poco tiem po no quería correr el riesgo
de que m e la robaran. Con las sábanas y las alm o ­
had as hice un paquete aparte. M i p rim a Pochi
m e llevó al h ospital en su auto y m e sentía tan
descom puesto que durante la m itad del cam ino
estu ve respirando hondo para no vo m itar sobre
el tapizado nuevo.
R ecién pintada, la fachada del hospital habría
parecido im ponente. D escu idada com o estaba,
parecía solam ente pobre. Tenía unas escalinatas
largu ísim as y tam bién ram pas para las sillas de
ruedas. Su bim os por las escaleras y cuando lle ­
gam o s arriba la P ochi estaba tan agitada com o
yo. Su rítm ico jadeo m e produjo una cierta satis­
facción, porque lo consideré una prueba de m i
b u en estado. D ecid í segu ir d iscip lin ad am en te
con m is ejercicios durante m i perm an en cia en
el hospital.
D e sp u é s de registrarm e n os in d icaro n que
fu éram os a la Sala de H om bres, donde había una
cam a disponible. U na enferm era bastante jo v e n
n os acom pañó. En los chistes y en algunas p e lí­
20 S o y p a c ie n te

culas las enferm eras son m u y lindas. E n los h o s­


pitales, no.
La Sala de H om bres era m u y grande, con las
paredes pintadas de un color pardo sufrido. C on
tiza, con lápiz, raspando la pintura, habían escrito
en la pared toda clase de tonterías. H abía cora­
zones, obscenidades, p o em as, frases célebres,
leyendas que indicaban la orientación política de
sus autores, nom bres con la fecha abajo. C om o el
techo era m u y alto, las paredes no estaban gara­
bateadas, en general, m ás que hasta la m itad. Sólo
de tanto en tanto se destacaban lo s d ib u jo s de
algunos pacientes m ás atrevidos que habían tra­
bajado, probablemente, parados sobre sus cam as.
U n gran órgano sexu al m ascu lin o , p in tad o en
colores, debía haber sido dibujado desde una esca­
lera. Las camas estaban tan pegadas que apenas
había lugar para pasar entre ellas. Por falta de espa­
cio los internados guardaban sus p erten en cias
debajo de las camas; aquí y allá asom aba una olla,
un bulto de ropa, una tabla de lavar.
Pero lo prim ero que m e im presionó no fu e lo
que vi: m i nariz había reaccionado m ucho antes
que mis ojos. Había olor a rem edio, a tran spira­
ción, a suciedad. H abía olor a e n fe rm e d a d y
m iseria. En un rincón, cuatro viejito s jugaban al
truco. Un hom bre de cara colorada, tan alto que
no hubiera podido estar acostado con las p ie r­
nas exten didas, tejía una carp etita al crochet.
Muchos leían el diario. Contra la pared del fondo,
A n a M aría S h u a 21

en el m ín im o espacio del p asillo , algu ien había


p u esto una pava que h ervía sobre u n P rim u s.
La en ferm era m e señaló una de las cam as que
estaba vacía, con las sábanas y las frazadas hechas
u na p elota contra el respaldar de hierro . M ie n ­
tras y o pensaba cóm o m e las iba a arreglar para
llegar hasta allí, m e fu e presentando a los pacien ­
tes m ás antiguos, con los que parecía tener gran
fam iliarid ad .
D e p ro n to , u n o de lo s e n fe rm o s h iz o u n a
señal y tod os (excepto lo s que ju gab an al truco)
se p u sie ro n a can tar m ás o m e n o s al m ism o
tie m p o una esp ecie de can ció n de b ien ven id a.
C o m o tenían conciencia de las im p e rfeccio n es
del coro y sabían que en una p rim era v e rsió n no
m e resultaría fácil distinguir las palabras, la rep i­
tieron dos o tres veces. La can ció n tenía m ú sica
de m u rga. El coro era d esafin ad o p ero alegre y
dem ostraba u n alto grado de o rgan ización :

E l que entra en esta, sala


ya no se quiere ir,
quedate con nosotros
que te vas a divertir.

Catéter p o r aquí,
y plasma p o r allá
el que entra en esta sala
no sale nunca más.
22 S o y p a c ie n te

U n a banda no totalm ente im p ro visad a, en la


que se destacaban los in stru m en to s de p e rc u ­
sió n , ap o yab a al coro su b ra y a n d o con e n tu ­
siasm o el v e rso final. La m ayoría golpeaba con
cucharas lo s respaldos de h ierro y u n señ o r de
b ig o te can o so tocaba el p e in e con v e rd a d e ra
h ab ilid ad . D u ran te la p rim e ra ro n d a, el gran -
dote que tejía al crochet dejó su aguja; su s b ra­
zos y su cabeza desaparecieron por un m om en to
debajo de la cam a. Cuando la canción se repitió,
y a estaba en co n d icio n es de acom pañ arla con
dos tapas de cacerola a m o d o de p latillo s. Los
que no tenían in stru m en to se lim itab an a p a l­
m ear las m an os siguiendo el ritm o.
— ¿V io qué lindo am biente? A q u í se va a sen ­
tir com o en su casa — m e dijo la enferm era orgu-
llosa, m irándolos con cariño.
Los en ferm os habían term inado la canción y
ahora se desternillaban de risa vién d om e la cara
de susto. D o s de los m ás antiguos se pu sieron a
discutir en vo z baja. Por algunas palabras su el­
tas que alcancé a oír, pude in ferir el m o tivo: se
trataba de decidir a quién le tendría que hacer la
cam a el novato.
La enferm era alzó la m ano pidien do silencio
y tod os se callaron con una p ro n titu d que m e
sorprendió. A h o ra se podía escuchar el silbido
de la pava h irv ie n d o sobre el calentador. La
m uchacha sacó del bolsillo del delantal una bolsa
de caram elos de fruta rellenos y la levantó lo m ás
A n a M aría S h u a 23

alto que pudo para que todos la vieran . Su gesto


tu v o inm ediata repercu sión . Los in tern ados se
p u sie ro n a ap lau d ir y se escu ch a ro n algu n o s
v iv a s . N o tod as las e n fe rm e ra s debían ser tan
apreciadas en la Sala de H om bres. Sosp ech é que
el dibujo de su silueta, notablem ente ensanchado
en su parte po steroin ferior, debía tener alguna
relación con su popu laridad.
Casi olvidándom e, em pezó a repartir los cara­
m elos. Todos los pacientes exten dían las m anos
para recibirlos o atajarlos, pero ella debía recor­
dar con p recisió n el régim en de cada u n o p o r­
que a algunos les daba su caram elo y a otros so ­
lam en te les palm eab a la cabeza. E se gesto de
sim patía m e hizo supon er que se trataba de p ro ­
teger su salud y no de castigarlos. C om o había
tan poco espacio para m overse, para llegar hasta
algunos pacientes tenía que saltar por encim a de
otros. Era evidente que estaba acostum brada y
lo hacía m u y bien. A l h o m bre de tejido al cro ­
chet le dio dos, lo que m e pareció ju sto en rela­
ció n con su tam año. Sin em bargo, m uchos p ro ­
te staro n . A l saltar sobre su cam a, el señ o r del
bigote canoso (el v irtu o so del peine) le tiró un
p ellizco que ella supo esqu ivar con una agilidad
que dem ostraba entrenam iento.
U n o de los viejos que jugaban al truco se d iri­
gió a m í. Com o estaba lejos, casi tenía que gritar
para que lo oyera. U n o no esperaba que una vo z
tan fu erte pudiese salir de ese cuerpito flaco, del
24 S o y p a c ie n te

que colgaba el p iy a m a su cio y arru g ad o co m o


una bolsa de arpillera sobre u n espantapájaros.
— No les haga caso — m e g ritó — . S ie m p re
hacen un poco de espam ento cuando llega uno
nuevo, pero son buen a gente. A d e m ás, la letra
de la canción es una brom a: h ay m u ch o s que se
curan. ¿Sabe ju gar al truco?
— ¡Q u iero retru co ! — se apu ró a co n te sta r
otro de los jugadores.
— Quiero vale cuatro — dijo el espan tap ája­
ros, que era un v iejito p rev iso r y tenía el as de
espadas.
Yo para el truco so y u n tigre, p ero no ten ía
ganas de con testarle y m u ch o m e n o s de q u e ­
darme allí a jugar con ellos. D e golpe m e em pecé
a sentir mejor, tan anim ado que la idea de la inter­
nación se fue alejando de m í com o una p e sa d i­
lla de la que uno se va desprendien do m ien tras
term ina de despertarse m oján dose la cara-en la
piletita del baño. M i m alestar desapareció: chau
dolores, debilidad y náuseas. Llegué a sen tirm e
a tal punto sano que hasta pude hacerle u n gu iñ o
al viejito truquero y atajar un caram elo que m e
tiró la enferm era de em boquillada desde el cen ­
tro de la sala.
La Pochi creyó que estaba entrando en c o n ­
fianza y se puso chocha. D ejarm e en el h o sp ital
la hubiera aliviado de u n a re sp o n sa b ilid a d
grande. D ebe ser p o r eso que se e n o jó tan to
cuando le pedí que m e llevara otra ve z a casa.
A n a M aría S h u a 25

— Sos un vueltero — m e dijo, de m al hum or— .


A v o s nada te v ie n e bien. ¿Q u é esp erab as que
fu era el h o sp ital, u n palacio?
P alacio s co n o zco do s: el de Ju stic ia y el de
A g u a s C o rrien tes, y nunca se m e hubiera o c u ­
rrid o im agin arlos parecidos a u n h ospital.
— Y o aquí no m e quedo n i ebrio ni dorm ido
— le dije a la Pochi, en vo z bajita para no ofender
a nadie.
Pero alguien m e debe haber escuchado p o r­
que n o s em p ezaro n a llo v e r m ig u itas de pan y
pelotitas de papel m ientras el coro volvía a em pe­
zar la canción.
M i d ep artam en to es m u y ch ico, tien e p o ca
lu z y algu n as cu carach as. En la co cin a no h a y
v e n tila c ió n : cada v e z que p o n g o u n b ife en la
plancha tengo que abrir la pu erta que da al p a si­
llo para que salga el h u m o . E stá b astan te d e s ­
cuid ado y le falta pin tu ra. Pero igual m e parecía
u n p alacio (otra que el de A g u a s C o rrie n te s)
cuando v o lv í del h o spital.
U n os días desp ués m e arrastré com o pude
hasta el consultorio del doctor Tracer. M is sínto­
m as se habían agravado y ya no podía superarlos,
ni siquiera usando los recursos que había apren­
dido hacía u n o s m eses en el curso de C on trol
Mental. M e relajaba, reducía las radiaciones de m i
cerebro al estado A lfa, unía los dedos en la p o si­
ción Psi, pero seguía sintiéndome m uy mal. Ahora
me arrepentía de no haber seguido con la segunda
parte del curso, que era u n poco m ás cara pero
incluía técnicas de respiración yoga.
El doctor Tracer, que cree solam ente en la
m edicina tradicional, m e recibió com o si nada,
pero en las com isuras de los labios se podía d is­
tinguir esa sonrisita reprim ida que en buen cas­
tellano quiere decir «¿Vio?, yo le dije». Yo m e sen­
tía un poco avergonzado por haberm e fugado de
esa m anera del hospital, sin tom arm e la m olestia
A n a M aría S h u a 27

de avisarle, pero estaba dispuesto a defender m is


razones. Traté de hacerle entender que no podía
haberm e quedado en esa sala, que internarm e así
era lo m ism o que enterrarme. N o m e im portó cri­
ticar la conducta de la enferm era y la indisciplina
de los internados: siendo todavía uno de afuera,
nadie hubiera podido acusarm e de soplón.
El m édico m e entendió enseguida.
— Por supuesto — m e dijo— . U sted tiene que
estar solo. A d em ás, ésas eran m is órdenes. N o
sé cóm o pu dieron com eter el error de llevarlo a
la Sala G eneral. V u elva pasado m añana y le ase­
guro que va a estar m u y cóm odo. Le vam o s a dar
la m ejo r habitación: la que ocupaba hasta ahora
el m ism o d irecto r del h o sp ital. U sted será un
verdadero privilegiado.
— El director ese, ¿no se h ab rá...? -—pregunté
yo, desconfiado, pen san do que la yeta se tran s­
m ite tam bién a través del aire y de los objetos.
— D e ninguna m anera — m e in terru m p ió el
d o cto r Tracer, cazán d o m e al v u e lo — . M ejo ró
m ucho y m añana m ism o vu elve a su casa.
Yo no estaba m u y entusiasm ado. Lo que tenía
ahora contra el h o sp ital no eran solam en te los
preju icios de los que la Pochi m e acusaba: había
p o d id o fo rm ar u n ju ic io só lid o a través de m i
experien cia directa. Pensaba, por ejem plo, en lo
que podía sucederm e si alguno de los pacientes
de la Sala de H om bres m e reconocía y descubría
que iba a tener una habitación privada.
28 S o y p a c ie n te

Pero el doctor Tracer m e tran q u ilizó ase g u ­


rándom e que la in te rn ació n sería m u y b re v e :
apenas unos días, hasta que m e hicieran algunos
estudios que culm inarían en el diagn óstico. Su
voz pausada y sus cejas espesas in spirab an co n ­
fianza. A unque m iró dos veces el reloj durante
m i visita, no m e sentí echado. E l ap retó n de
m anos con que m e d esp idió se lo deben h ab er
enseñado en la Facu ltad de M ed icin a. M e fu i
m uy contento de contar con un m édico com o el
doctor Tracer, alto, de espaldas anchas, seguro y
severo: alguien en quien apoyarse.
Sin embargo, de vu elta en casa y sin el d o c­
tor delante, m is tem ores v o lv ie ro n , alegres y
rozagantes, a ju gar a las b o ch as d en tro de m i
cabeza, que m e dolía bastante. A l h o spital podía
haber ido en taxi, pero preferí contar con alguien
conocido que pudiera ayud arm e a salir si cam ­
biaba otra vez de idea. Para llam arla a la P och i
elegí (inútilm ente) m i vo z m ás dulce.
■ — Vos qué te creés — m e dijo ella— . ¿Q ue v o y
a estar todo el tiempo a tu disposición para llevarlo
y traerlo cuando al señor se le ocurra? ¿Q uién te
creés que sos, el maharajah de Kapurtala?
Pero después se arrep in tió y m e p id ió d is ­
culpas, sobre todo cuando le conté la opinión del
doctor Tracer sobre m i in tern ació n en la Sala
Com ún. El m aharajah de K apurtala, ¿sabrá téc­
nicas de respiración yoga?
A la Pochi la perdoné enseguida, aunque
A n a M a ría S h u a 29

haciéndole notar cuánto m e dolieron sus palabras.


N o es m alo que se sienta un poco culpable, pensé,
así se va a ocupar m ás de m í, que la necesito tanto.
C on culpa y todo, en la nueva fecha de m i in ter­
nación la Pochi aseguró estar ocupada. A garré m i
iibretita de teléfonos para decidir a quién le p e d i­
ría que m e llevara: tenia que ser un am igo co n fia­
ble y tam bién m otorizado. M iré todos los n o m ­
bres y los núm eros y al final pensé en Ricardo, que
de tan am igo ni siquiera está anotado.
Ú ltim am en te estábam os u n poco alejados y
no m e fu e fá c il llam arlo así, de so p e tó n , p ara
pedirle u n favor. Cuando escuché su v o z del otro
lado estu ve a pun to de cortar. Pero él re sp o n d ió
com o u n am igo. A l otro día estaba en casa a las
nueve en punto de la m añana, alegre com o siem ­
pre y m u y o rgulloso de su bu en a acción.
Le agradecí em ocion ado.
— V am os, llo ró n — m e dijo para anim arm e— .
Si se te ve bárbaro. V o s, de lo que estás e n fe rm o
es de acá — y se tocó la cabeza— . M irá lo que te
p asó p o r p erd er el tiem p o con m é d ic o s so m a -
tistas. A l fin al, v a s a parar al h o sp ital. A m í, en
cam bio, el psicoan álisis m e cam bió la vid a . M e
en señ ó a d efen derm e.
M e so rp ren d ió.
— ¿Te estás an alizan do? — le p regu nté.
— ¿Q u ié n , y o ? ¡Ja! Y o si lo agarro a u n p sic ó ­
logo lo vu elvo loco. N o, lo que pasa es que yo leo,
m e in fo rm o .
30 S o y p a c ie n te

Cuando subim os al auto ya era un poco tarde,


pero R icardo no parecía apurado.
— Tengo que llevar el coche al taller para que
le ajusten la luz de los platinos: sentí cóm o p is-
tonea — m e dijo— . Es aquí n om ás, a diez c u a ­
dras. D espués nos podem os tom ar un taxi h asta
el hospital.
El coche, en efecto, avanzaba con d ificu ltad .
Si el m o to r estaba tan sucio com o la cabina, eso
no era sorprendente. Había paquetes de cig a rri­
llos vacíos, colillas, hojas secas, papeles de cara­
m elos, diarios, b olsitas de pan, u n zo q u ete de
n ailo n sucio de grasa y h asta u n p ed a z o de
m edialuna vieja.
En el taller el mecánico estaba ocupado y tu v i­
m os que esperarlo casi una hora.
— Lo m ás grande que hay, este tipo — m e ase­
guró R icard o — . Es capaz de agarrar c u a lq u ier
albóndiga y prepararla para correr.
D espués de revisar el auto escrupulosam ente,
el m ecánico m ovió la cabeza con aire de duda. É l
no creía que fuese un problem a de platinos.
— Usted siempre el mismo — le dijo Ricardo-—.
Seguro que ahora m e va a querer desarm ar todo
el m otor y cobrarme un ojo de la cara.
Y se pusieron a discutir, en vo z cada vez m ás
alta.
C om o el asunto iba para largo, le p ro p u se a
Ricardo tom arm e un taxi yo solo.
— Pero sí, por favor, no te hagas n in gú n p ro ­
A n a M aría S h u a 31

b lem a por m í, para arreglarm e con este estafa­


dor m e basto y sobro — m e d ijo — A d em ás, y o
al hospital puedo ir en cualquier otro m om ento.
Si necesitás algo, no dejés de llam arm e.
El taxista, que era un buen hom bre, m e ayudó
a subir las escaleras del h o sp ital con el b olso y
los paquetes. Solo no hubiera p odido. La pieza
que m e ten ían preparada estaba en el p rim e r
p iso, doblando a la derecha, al fon do de un p a si­
llo angosto com unicado con el principal por una
puerta de vaivén . Pegada en la pu erta, una cal­
com anía con el dibujo de u na en ferm era rubia
pon iénd ose el dedo sobre la boca pedía silencio.
Por el peinado de la m u jer deduje que la calco­
m anía debía tener com o veinte años. Estaba am a­
rillen ta y en parte arrancada.
M i habitación m e pareció aceptable, extrao r­
d in aria si se la com paraba con la Sala G en eral.
Era bastante grande, con dos cam as y baño p ri­
vad o . Lo de las dos cam as no m e lo esperaba y
no m e gustó: tener un com pañero de pieza puede
ser p eo r que tener m uchos. Pero m e aseguraron
que la otra cam a quedaría desocupada. La pieza
sería para m í solo todo el tiem po que estuviera
en el hospital: orden del doctor Tracer.
Sigu iend o un consejo de la Pochi, que de la
v id a sabe, le di una b u en a p ro p in a a la je fa de
en ferm eras.
— E sto no era n ecesario — m e d ijo . Y se
guardó la plata enseguida. Es una m u jer fu erte,
32 S o y p a c ie n te

alta y m alh um orada. Tengo la in tu ició n de qué


en los p ró xim o s días v o y a depender de ella m ás
que de ninguna otra person a y pien so en d istin ­
tas tácticas para gan arm e su buena vo lu n tad . A
decirle piropos no m e atrevo. C asi no tiene p e ­
chos, pero hasta ahora m e trató m u y bien.
D el lado de la ven tan a que no se abre (y que,
p or lo tanto, no se lim pia) h ay u n nido de p a lo ­
m as que e m p ie zan a arru lla rse a las 6 de la
m añana. N o sé qué hacen aquí, tan lejos de Plaza
de M ayo, que debe ser su patria de origen. S o n
una m olestia pero tam bién una com pañía: a nada
le tengo tanto m ied o com o a la soledad. D u d o
un poco pero al fin al las anoto com o m o tivo de
queja en m i libretita.
M i habitación está ju sto al lado del cuartito
de la cocina, donde h ay dos horn allas para que
los parientes de lo s e n fe rm o s p u ed an hacerse
café, m ate y algu n as com id as. T am b ién allí se
producen ru id o s m o lesto s, no desde tan te m ­
prano com o del lado de las palom as pero hasta
m ucho m ás tarde, en cam bio. En el cuartito de
la cocina la gen te hace relacio n es so ciales.
Com entan los progresos (o regresiones) de sus
enferm os resp ectivos y les sacan el cuero a los
m édicos y las en ferm eras.
Por el a z u l b rilla n te del cielo d e d u zco q ue
afuera debe ser una linda m añana. A den tro, nada
es lindo. Si escucho la lluvia, m e disu elvo de tris­
teza. Si el aire está tibio y entra u n p o co m ás de
lu z p o r la v en tan a, com o ahora, p ien so en u n a
pileta profundam ente celeste y el olor a cloro que
m i n ariz fan tasea m e trae la im agen de m u jeres
en b ikin i: tantas cosas p ro h ib id as m e dan ganas
de llorar. Para las palom as es distinto; ellas hacen
su vid a. El h o sp ital no se les v in o en cim a: lo e li­
gieron sin presion es. E stán en su p ro p io n ido y
p u ed en co m e r lo q u e se le s o c u rra . Y o , en su
lugar, m e la pasaría de farra. M e acostaría b ien
tarde y dorm iría hasta el m ediodía, con la cabeza
debajo del ala para que no m e m oleste el sol. Ellas
prefieren hacer vid a de fam ilia y m e d esp iertan
bien tem pran o con los ru id o s del desayu n o.
D e sp e rta rm e te m p ra n o n o es b u e n o : u n a
razón m ás para que se m e alargue el día. M eto la
34 S o y p a c ie n t

cabeza debajo de la alm o h ad a, ap rieto lo s p á r­


p ad os y m e h ago el d o rm id o . P ero al rato m í
tengo que levantar para ir al baño y todo está p e r­
dido. D e ahí en adelante lo s m in u to s se estirar
com o una gom ita: el tiem po se hace largo, largo,
largo, hasta que de repente, clac, suelto la gom ita
y un m in uto m ás m e golpea contra lo s dedos.
H o y se queda la Pochi a dorm ir: es una noche
de fiesta. Todo el día lo v o y a dedicar a esperarla.
En el Selecciones leí la h istoria de un señ o r p ri­
sionero de los com u n istas que estu vo reclu ido
durante m eses en una celda solitaria y se h izo u n
contador con m igu itas de pan: cóm o se v e que a
él no le daban galletitas de agua. Parece que ta m ­
bién se entretenía calculando el tiem po en rela­
ción con las visitas p erió d icas del guardián para
traerle la com id a. C o n u n reloj p u lsera , ¿q u é
hubiera hecho? M irar todo el día las agujas com o
un opa, igual que yo.
U n practicante vien e a sacarm e sangre. U sa
una bata blanca bastante sucia, con m anchas de
sangre. Porque m e nota asustado, se explica: no
se trata de sangre hum ana. Sucede que acaba de
dejar el gabinete de cirugía exp erim en tal donde
estuvieron operando un cerdo a corazón abierto.
Lam entablem ente el anim al no resistió la in ter­
vención y en este m om en to lo están preparando
al asador para el c iru jan o p rin cip al y su s a y u ­
dantes. C om o el hígado de cerdo no le gu sta a
nadie, le han perm itido al practicante llevárselo
A n a M aría S h u a 35

a su casa, donde su m am á lo tran sform a en un


exquisito paté al cognac. El practicante ju n ta los
dedos y los besa en u n gesto de deleite. D el b o l­
sillo de su bata saca una bolsa de n ailo n donde
hay, en efecto, u n hígado de asp ecto h ip e rtro ­
fiado y sangriento. M e ofrece traer u n poco de
paté en su próxim a visita, pero yo no acepto. M e
parece que el cognac m e puede hacer m al.
M e gusta que m e saquen sangre. E so quiere
decir que no m e han olvidado. Lo que no m e gusta
n i m ed io es la aguja. E l practicante m e ata una
gom ita en el brazo y m e pide que cierre el puño
con fuerza. A prieto el puño sacando m úsculo para
que se note que no tengo miedo. La j eringa es des-
cartable, de plástico. Para no pensar en la aguja cla­
vándose en m i vena y chupándome la sangre como
una sanguijuela m ecánica, pienso en los avances
tecnológicos de la m edicina m oderna. El m ucha­
cho clava la aguja y putea: un m aleducado. Otra
queja para anotar en m i libretita.
— Q ué v e n ita s frá g ile s tiene u sted — dice,
entre enojado y d esp ectivo — . M ire, y a se tu vo
que rom per.
Tanto coraje para qué. D ejo de sacar m ú scu lo
y m iro . U na sangre sucia, de color oscu ro , sale
m ansam ente de m i brazo, com o desbordándose.
El practican te m e p o n e u n algod ó n y m e hace
doblar el brazo.
— V am o s, tén g aselo así y no se p o n g a tan
pálido.
36 S o y p a c ie n te

M aricón no m e dice p ero lo debe estar p e n ­


sando. D espués em pieza el m ism o trabajito con
el otro brazo. Fuerza, le digo a m i ven ita, que esta
vez resiste valien tem en te y se deja p erfo rar sin
romperse. La jeringa se va llenando con ese líquido
amarronado que, aunque parezca increíble, es m i
propia sangre. Siento u n dolor pequeño y agudo,
como la picadura de u n m o sq u ito gigante. Y y a
tengo otra cosa para esperar: los resu ltad o s del
análisis.
Cuando el practicante se v a m e quedo u n rato
acostado sin alm o h ad a para q ue se m e p ase la
lipotim ia. Linda so rp resa se va a llevar m i h e r­
mano cuando v u elva de su viaje y m e en cu en tre
así. Pensar que m e dejó sano y lleno de p ro y e c ­
tos: ahora, m i ú nico p ro y ecto es v o lv e r a estar
sano. Y salir lo m ás p ro n to p o sib le de este h o s ­
pital que ya odio. En el cu rso de C o n tro l M en tal
aprendí que la volu ntad y el deseo de curarse son
las arm as m ás p o d ero sas para ven cer a la e n fe r­
medad. V o y a concentrar toda m i energía m e n ­
tal en pon erm e bien. Si da resu ltado, cuando m i
hermano llegue v o y a estar en Ezeiza. A lo m ejor,
hasta le con sigo u n a cuñ a para que pase p o r la
aduana.
Sigo recibiendo v isita s eq u ivocad as que v ie ­
nen a v e r al director del h o sp ital. La gente q ue
espera encontrarlo aquí no es ju stam en te la que
mejor lo conoce: los am igos íntim os y los p arien ­
tes ya saben que está en la casa. E s u n h o m b re
A n a M aría S h u a 37

m u y querido y tam bién m u y im p ortan te. C o m o


m éd ico, lo v ie n en a v er m u ch o s de su s p acien ­
tes. C o m o d u eñ o de u n la b o ra to rio , lo v is ita n
colegas, p ro v e ed o res, clien tes, je fe s y e m p lea ­
dos de su em presa y de otros lab o rato rio s de la
com petencia. A nadie le hace gracia encon trarse
conm igo, sobre todo si vien en desde lejos. A lg u ­
nos se p o n en con ten tos a! en terarse de que está
con valecien te. A otros (que a veces so n los m is ­
m os) les da rabia haberse llegado hasta acá tran s­
portan d o el regalo.
La casa del director está del otro lado de la ciu ­
dad y a lo s q ue v ie n e n p o r c o m p ro m iso les
resulta m ás práctico librarse del regalo d eján d o ­
m elo a m í. Y a tengo un ram o de rosas rojas ater­
ciopeladas de La O rquídea, y dos ram o s de cla­
veles de florerías de barrio, una caja de b om bones
de fru ta y otra de b o m b o n es su rtid o s, u n c h o ­
colate im portado de Suiza, tres novelas de espías
(una repetida) y una bolsa grande de caram elos
ácidos. A los presos cuando los v a n a v isita r les
llevan cigarrillos y hasta p o llo al h orn o: a los e n ­
ferm o s, n i eso. C o n tanta flor en la pieza, ya está
oliendo a velo rio . P ien so com p artir lo s regalo s
con la en ferm era jefe: em pezar, así, a c o n q u is­
tárm ela.
U n rato antes del m ed io d ía entra a m i cuarto
u na m u je r m u y atra c tiv a , m o ro c h a y de p e lo
largo. A u n q u e u sa delantal blan co, n ad ie p o d ría
c o n fu n d irla con u na en ferm era. E n p arte p o r ­
38 S o y p a c ie n

que no lleva la cofia blanca y los zapatos regla


m entarlos, pero sobre todo por la form a de cami
nar: tran qu ila, segu ra, sin apuro. En el bolsilL
izq u ierdo tien e u n a lapicera fu en te. Las en fer
m eras, a lo su m o, tend rán b irom es.
— M ucho gusto. S o y la doctora Sánchez O rti
— m e dice. Y m e e strec h a la m an o con tan t
fu erza com o si y o fu e ra u n lep ro so al que ha;
que d em o strarle q u e n o con tagia. — E l d o cto
G oldfarb y yo h em o s tom ado su caso y n os va
m os a ocupar de u sted .
La d o cto ra se a so m a a la p u e rta y lla m a ¡
alguien que, a ju zg ar p o r las voces que v ien en de
p asillo , parece estar en treten id o conversandc
con una de las en ferm eras.
— Le presen to al d o cto r G oldfarb.
El doctor tiene m ás o m en os m i edad y parec<
m u y am able. E s del tip o de los m éd icos ch isto
sos. Cada vez que hace u na brom a, guiña el ojc
derecho para que n o q u ed e n in g u n a duda. Mí
pone el term óm etro , m e tom a el p u lso, m e a u s­
culta.
— Flor de b atería — d ice, gu iñ an d o el o jo
m ientras desliza el estetoscopio sobre m i pecho
Cuando u n m é d ic o an u n cia su s c h iste s, s í
entiende que el pacien te tiene la o b ligación de
reírse. M e siento u n p o co inquieto.
— P erdón — les d ig o , tratan d o de no o fe n ­
derlos— . Pero yo so y pacien te del doctor Tracer
Paciente particular.
A n a M aría S h u a 39

— Por supu esto — dice la doctora— . El d o c­


tor Tracer es el jefe de nuestro equipo y él co n ­
trola nuestro trabajo.
— A d e m ás el d o cto r T racer tien e tan to s
pacientes que si le sacam os u n o o dos ni se v a a
dar cuenta — dice el doctor G oldfarb guiñando
el ojo derecho.
A n tes de que term in e de hablar em piezan a
entrar en la hab itación otros m édicos. M uchos
m éd ico s. M u ch os m ás de los que m e h u biera
atrevido a desear. H ay dos con corbatas llam ati­
v a s, v a rio s con an teo jo s y siete m u jeres. La
m ayoría fu m a. Se apretujan contra las paredes,
se sientan sobre m i cam a y encim a de la m esita
de luz. Por falta de espacio, la doctora Sánchez
O rtiz se acom oda sobre m i alm ohada cruzando
las piernas, que son lindas. U sa un p erfu m e que
m e gusta, pero m u y pronto la pieza está tan llena
de h u m o que ya no lo siento. Q ué falta de re s­
peto por el paciente. H asta m e tiran ceniza sobre
las sábanas, un detalle que en m i libretita de que­
jas no va a faltar.
La doctora carraspea para im pon er silen cio y
en v o z m u y alta inicia su exp osició n . H abla de
m í señalándom e in ú tilm en te con el dedo: entre
tantos m édicos, el único paciente soy yo. A veces
m e hace abrir la boca. Los otros asienten con la
cabeza y son ríen cuando es necesario para que
se n ote que están sig u ien d o su s p alab ras. Sin
em bargo, a los que están distraídos se los reco ­
40 S o y p a c ie n te

noce por los ojos: tienen la m irada baja, d irig id a


a las piernas de la doctora y no a su cara.
La d o cto ra tiene la bata en trea b ierta y u sa
debajo una cam isa m u y escotada. C ada v e z q u e
se inclina sobre m í le m iro el c o m ie n z o de lo s
pechos. Y o soy así: hasta de la p eor situ ació n m e
gusta sacar algún provech o, alguna en señ an za.
A h ora la doctora m e palpa el v ie n tre , a p re ­
tando con m ás fuerza en ciertas zon as. La falta
de espacio la obliga a exten derse a m i lado. Si su
gesto no fu era tan p ro fesio n al, sería excitan te.
Cuando grito ay, se detiene contenta y, sacando
la lapicera fuente del b o lsillo , m arca ese p u n to
con una crucecita de tinta roja. D esp u és, in vita
a palpar a los dem ás. N o es fácil acercarse a la
cama estando todos tan apretados. Los d esp la­
zam ientos que se producen m e hacen p en sar en
un colectivo m u y llen o que llega a u n a parada
im portante que no es, sin em bargo, la term in al.
Van pasando de uno en fo n d o y p re sio n a n m i
vientre donde m ás m e duele. D esp u és se abren
paso dificultosam ente para salir.
Sospecho que son estudiantes de m ed icin a,
aunque para estudian tes m e resu ltan b astan te
m ayorcitos. Se entiende: la facultad de m ed icin a
no es brom a y no es extraño que m ien tras e stu ­
dian vayan envejeciendo.
Cada vez que uno de ellos m e aprieta la c ru ­
cecita roja, repito con m ás ganas el «ay» que p u so
contenta a la doctora. U no de los que u san cor­
A n a M aría S h u a 41

bata llam ativa m e son ríe m ien tras palpa: parece


m ejor que los dem ás y aprovecho para p rotestar
m ás exten sam en te.
— ¡Ay, m e duele m ucho!
— C laro que le duele m ucho, eso ya lo sabía­
m os. N o había n in gu n a n ecesidad de que u sted
d ijera ay — dice la d o cto ra Sán ch ez O rtiz , con
gan as de b a jarm e lo s h u m o s— . Y ah o ra, a v e r
si m e hace el favo r de quedarse u n ratito en s i­
lencio.
A las doce, cuando m e traen la com id a, esto y
tan agotado que la m iro sin in terés. Para re c u ­
perar fu erzas m e obligo a tragar u n poco de sopa
pegajosa y espesa, una especie de engrudo dem a­
siado líq u id o . D e l p u ré p re fiero o lv id a rm e .
D esd e que esto y en ferm o m e he con vertid o en
un experto en purés: hay algunos que son un pre­
m io, otros, u n castigo; con sólo m irarlos los reco­
nozco.
A m e d id a q u e m e v o y rea n im a n d o (si n o
p ie n so en el g u sto , la so p a c alien te ayu d a) la
in d ign ació n aum enta. Y o so y una p erso n a pací­
fica, pero si m e b u scan m e en cu en tran: a la d oc­
tora Sánchez O rtiz no le hablo m ás, no le pien so
decir n i ay. A p e n a s lo vea al doctor Tracer m e va
a escuchar. ¿Q u é clase de equipo tien e? La queja
c o rre sp o n d ien te a este su ceso o cu p a tod a u n a
hoja en m i libretita.
V u e lv o a Jam es B o n d y m e da en vid ia: con el
dedo m eñique roto se las arregla para descolgarse
42 S o y p a c ie n te

por el techo de un depósito donde h a y p escad o s


ven en o so s y tibu ron es en gran d es ta n q u e s de
vidrio. Es fuerte, valiente, y tiene un arrastre bár­
baro. Si estuviera en m i lugar, a la doctora y a la
tendría con él, aunque fu era so ld ad o del e n e ­
m igo. M i nom bre es B on d, Jam es B o n d , diría. Y
la doctora, toda suya.
No alcanzo a leer m ucho. Bajo el efecto de lo s
sedantes m e quedo d o rm id o . S o ñ an d o co n la
doctora Sánchez O rtiz m ancho las sábanas. M e
d espierto hú m edo y p egajo so cu an d o en tra la
enferm era jefe.
D ebe ser triste para una m u jer tener el p ech o
tan chato. ¿Será por eso que nunca se ríe? Para
caerle sim pático tengo m uchas p reg u n tas p re ­
paradas. A veces, con una pro p in a no b asta: el
dinero no es todo en la vida. Con la gente h ay que
tener am ab ilid ad , p eq u eñ as g e n tile z a s, a c o r­
darse de sus problem as y pregu ntarle p o r la fa ­
m ilia.
Pero ella habla tanto y tan rápido que no m e
da tiem p o a pregu n tar nada. A p e n a s p u e d o
seguirla. Es m alhum orada y eficiente. M ien tras
habla, realiza un control general de la habitación.
Revisa con cuidado las flores y los caram elos. Por
un m o m en to tengo m iedo de que m e q u ite el
chocolate su izo , pero lo v u e lv e a p o n e r en su
lugar. D eshace la cama y la vu elve a hacer ráp i­
dam ente. Controla el placard, el baño y todos los
rincones. Me parece bien que se fije en el co n te­
A n a M aría S h u a 43

nido de los frascos de rem edios: abre una cap-


su lita al azar, huele el p o lvo blanco y la vu elve a
cerrar. En cam bio m e m olesta verla revo lver los
cajo n es, m eterm e la m an o en el b o lsillo del
piyam a y volcar el contenido de m i bolso.
M e p regu n ta con ritm o de am etrallad ora
cóm o estoy, cóm o m e siento, dónde m e duele,
p or qué m e in tern aron , qué esto y leyen d o, de
qué trabajo, cuál es m i plato preferido. Se queja
de su sueldo, que es bajo, y de su trabajo, que es
m ucho. Ju stifica la requisa dicién dom e que los
p acien tes tien en p ro h ib id o esco n d er b ebid as
alcohólicas en su habitación, que de m í no so s­
pecha porque se ve que so y una person a seria y
abstem ia pero que m ás de u n disgusto tuvo en
la v id a p o r co n fiar en h o m b res que parecían
se rio s y d esp u és eran igu al que to d o s, que el
p u esto se lo tiene que cuidar porq ue el sueldo
será bajo pero algo es algo y si no se preocupa ella
no se lo va a cuidar el vigilan te de la esquina.
Q uisiera interrum pirla para explicarle que en
las esq u in as no h a y m ás v ig ila n te s, que ahora
andan todos en coches patrulleros. Pero ella ya
está en otro tem a. D el doctor G oldfarb y la doc­
tora Sánchez O rtiz m e habla m aravillas.
— C on u n o s m éd ico s com o lo s que u sted
tiene — m e dice, dism inuyendo la velocidad para
recalcar m ejor las palabras— si no se cura es p o r­
que no quiere.
Para aten uar el ton o de rep rim en d a de su
44 S o y p a c ie n te

ú ltim a fra s e , la e n fe rm e ra je fe m e acaricia la


cabeza y m e da u n p ellizco en la barbilla que m e
hace saltar: tien e los d ed os su aves co m o te n a ­
zas. A g re g a an tes de irse que b ien p o d ría p e i­
n arm e u n p o co, afeitarm e y lavarm e la cara, que
eso m e v a a h acer se n tir m e jo r p o rq u e n o h a y
nada peor que m irarse al esp ejo y verse d esp ro-
lijo, que el asp ecto es im p o rtan te para la salud,
que ella tu v o u n paciente del que nun ca se v a a
olvidar p o rq u e es el que m ás adm iró en su vid a,
que se m u rió de cáncer con d o lo res terrib les y
que hasta el ú ltim o m o m en to se hacía planchar
el p iyam a dos veces p o r día, se lavaba los d ie n ­
tes, se afeitaba tod as las m añ an as y se p o n ía O íd
Spice que tiene ese p erfu m e tan agradable y m as­
culino.
C o m o y o n o ten g o cán cer y n o m e v o y a
m orir, no p ien so afeitarm e nada.
La Pochi, una p rim a que m e saqué en la lo te­
ría, llega al rato tra y e n d o algu n as co sas para
com er: galletitas de chocolate, una banana, papas
y m anteca. V er la com id a m e produ ce gran ale­
gría y salivació n hasta que m e entero de que no
m e pien sa convidar. La alegría (y la salivación )
se m e cortan de golpe.
— A n tes de prepararte la com id a, tengo que
hablar con el m édico. A v e r si te d o y algo que te
haga m al.
Yo conozco bien m i régim en: sé lo que puedo
y lo que no. El doctor Tracer m e lo anotó en una
A n a M aría S h u a 45

receta que guardé en la caja fu erte de m i d ep ar­


tam en to p ara no p erd erla. P ero an tes la cop ié
ín tegra en la ú ltim a p ágin a del lib ro de Ja m e s
Bond. E sto y seguro, p o r ejem p lo , de que b an a­
nas m ad u ras p u ed o . Lo q u e no p u e d o es c o n ­
ven cerla a la P ochi, n i siq u iera m o strán d o le lo
que tengo anotado.
— É sta es tu letra — dice la P o ch i— . Y n i
siq u iera tien e la firm a del d o cto r. C o n tal de
com erte u n plato de papas frita s a caballo, v o s
sos capaz de cu alq u ier tongo.
Y m e niega n om ás las b an an as m ad u ras. Le
pido que, p o r lo m e n o s, se las v a y a a co m er al
pasillo para no hacerm e su frir.
La P ochi m e anuncia u n a p ró x im a v isita de
sus padres,, que están preocupados por m i en fer­
m edad. M is com pañ eros de trabajo, ¿p o r qué no
habrán v en id o tod avía? A v isé p o r teléfo n o que
m e internaba y los estoy esperando desde el p ri­
m er día. La de c h iste s n u e v o s que ten d rá el
D uque-para co n tarm e. Ip arrag u irre y a ten d ría
que haber organizado una exp ed ició n . É l diría:
un safari.
C uando a alguien lo ascien den o le aum entan
el su eld o , a Ip arra g u irre sie m p re le p arece in ­
justo: habla de traiciones y de ven d id o s. A Fraga,
que se gan ó la lo te ría , n o le d irig ió la p alab ra
durante u n b u en tiem po. Si u n a de las chicas se
casa, Iparraguirre se niega a participar en el regalo
que le hacem os entre tod os.
46 S o y p a c i e ni

— Para qué — dice— , si h o y en día los m atri


m o n io s no d u ran seis m e se s. Y a v a a n ecesita
que le d em os u n a m an o cuando se d ivorcie.
Porque lo que a él le gu sta es ju stam en te esc
dar una m an o, ayudar, colaborar, p o n er el h o m
bro, y para sacarse las ganas necesita que la g en t
se en ferm e, que la d esp id an , que su fra acciden
tes au tom ovilísticos o con yugales. Entonces est.
en su salsa. O rgan iza colectas y v isita s con jun
tas: es el p rim e ro en a p o rta r y e stim u la a lo;
dem ás para que no se q u ed en cortos. Por eso m<
extraña que no h aya traído tod avía a lo s m u cha
chos. Estará d ejan do p asar u n tiem p o p ru d en
cial para a se g u ra rse de la au te n tic id a d de m
enferm edad. E s p o sib le, in clu so, que sospeche
una sim u lación . O tros casos ha tenido.
C o n la P o ch i n o s q u e d a m o s h ab la n d o dt
asuntos de fam ilia m ientras ella prepara sus cosaí
para acostarse en la cam a de al lado. D ice que u r
día de ésto s m e v a a traer a su n o v io para p r e ­
sen tárm elo . D e a c u e rd o a su d e sc rip c ió n e'
m uchacho parece u n candidato ideal para el altar
«Para la guillotina», diría el D u q u e, que es solte-
rito y sin apuro.
— M i novio es m u y celoso: que venga a hacerte
com pañía no le gusta nada, pero se las tiene que
aguantar — dice la P och i, b astan te o rgu llo sa de
que alguien pueda estar celoso de ella.
M ientras estam o s con versan d o llega la m o n -
jita, haciendo su ron d a d iaria. La recib o con m i
A n a M aría S h u a 47

sonrisa especial. Es la son risa de m i m ejo r foto


(todos tenem os u n a): la llevo en la billetera para
no o lvid árm ela y cuan do q u iero q u ed ar b ien ,
trato de im itarla.
— ¿M ied o u sted tien e? — p re g u n ta la h e r­
m ana, que debe repetir siem pre el m ism o libreto.
— N o -—contesto yo, para variar.
— A s í gu sta a m í, m u ch ach o fu e rrte com o
ú sted , ¿p o r qué ten ierra m ie d o ? ¿Ya d ije ro n
cuándo van a operrar?
— M i caso es clínico, no quirúrgico — le digo
secam en te, esp eran d o que en tien d a m e jo r el
vocabulario técnico que el coloquial.
Y no es que no en tien da. E s que no está de
acuerdo. Su certeza m e hace dudar. ¿Sabrá algo
que yo ignoro? Es posible que en este piso estén
solam ente los pacientes operados y los p acien ­
tes operab les. Pero tam b ién es p o sib le que se
hagan, de vez en cuando (y hasta con frec u en ­
cia), infracciones a la regla que a ella, con su poco
flexible m en talidad cen troeuropea, le resu lten
tan d ifíciles de entender com o nuestro idiom a.
A la Pochi n i siquiera le dirige la palabra. Es e v i­
dente que no aprueba su presencia. A ntes de irse,
m e recom ienda que tenga m ucha pero m ucha fe.
Fe grrande, dice ella.
Le cuen to a la P och i, ayu d án d o m e con la
libretita de quejas para no olvid arm e de n in gú n
detalle, los sucesos de esta m añana y los m alos
tratos a que m e so m etiero n la d o cto ra y su s
48 S o y p a c ie n te

alu m n o s. E lla se en oja tanto que m e asusta. La


Pochi en p ie de gu erra es p eligrosa. A h o ra que
y a m etí la pata no pu ed o retroceder, si trato de
calm arla se la tom a con m igo.
— A m i p rim o n ad ie lo v a a u sar de con ejito
de Indias — grita.
— C o n e jito no: co n e jillo — le d ig o y o , m a r­
cando la elle.
— A m i p rim o n a d ie lo v a a u sa r de c o n e ji­
llo ni de coballo. Y o , que esto y sana, te v o y a d e­
fender.
— Coballo no, cobayo —-le digo y o , m arcando
la ye.
La P ochi prepara u n p lan de batalla. P rim ero
v a a hablar con la d o cto ra Sánchez O rtiz. D ice
que la va a poner en su lugar. D espués lo va a b u s­
car al d octor Tracer en su con su ltorio. D ice que
a él tam bién lo v a a p o n er en su lugar, que es al
lado de su s p acien tes au n qu e estén en u n h o s ­
pital y no en un san atorio privad o.
E s b u en a p ero b rav a esta P ochi. D esd e c h i­
quita: en cuarto grado la echaron de la escuela por
pelearse con la directora. C óm o lloró la m am á.
E sp ero que no m e ech en a m í del h o sp ita l. Y o
quiero irm e pronto, pero curado y p o r las m ías.
La m u jer que reparte la com id a m e dio a ele­
gir entre puré de papas y b u d ín de sém ola. C o n ­
sulté m is anotaciones y com probé que la sém ola,
si bien no form aba parte de la lista de alim en to s
p e rm itid o s, tam p o co figu rab a entre lo s p ro h i­
bidos. Elegí b u d ín de sém ola.
A h o ra lo ten g o aq u í, d elan te m ío . E s u n
m azacote denso, de alto p eso específico y escasa
porosidad. ¿Q u é au toridad tenía esa m u jer para
p ro p o n e rm e se m e ja n te o p c ió n ? ¿ Y q ué e le ­
m en to s tenía y o para to m ar una d e c isió n fu n ­
dam entada? N ada m ás que el m al recuerdo del
puré: tendrían que h ab erm e traído u n a m u estra
o, al m en o s, u n a foto.
U n ped acito de carne yace ju n to al b u d ín . E s
un o b jeto ch ato y d u ro , de co lo r o sc u ro , seco
com o c artó n p re n sa d o y con g u sto a m ad e ra.
C o n sid e ro q u e la a lim e n ta c ió n in flu y e en el
estad o p síq u ic o d el p a c ie n te : este a lm u e rz o
50 S o y p a c ie n te

m erece por sí solo u n o s cinco ren glo n es en m i


libretita de quejas. E l doctor Tracer m e v a a e sc u ­
char.
M i libretita in clu ye y a u n o s d iecisiete M o ti­
vos de Q ueja, sin con tar a las p alo m a s p o rq u e
finalm ente las taché. A h o ra a la m añ an a y a no
las oigo y hasta m e resulta sim pático el ruido que
hacen cuando se arrullan. A tod o se acostum bra
uno.
Si no fuera por el lío que se arm ó esta m añana,
le p ed iría a la P och i q u e h ag a g e stio n e s p ara
m ejorar m i com ida. A ltern an d o protestas y p ro ­
pinas p odría c o n se g u ir carn e m ás tiern a y, tal
vez, un m enú m ás variado. C on sideran do lo que
pasó, m ejor no le pido nada: con la gen te de la
cocina no conviene pelearse. A n d an siem pre con
cuchillos.
H o y m i p rim a m e d e sp e rtó te m p ra n o , en
batón y despeinada. La cara, gordita y fea, la tenía
toda colorada. Estaba tan enojada que h asta las
palom as se d iero n cu en ta y se las e scu ch a b a
revolotear, alteradas, go lp eán d o se las alas c o n ­
tra el vidrio de la ventana. La Pochi se había p ele­
ado con la doctora Sánchez O rtiz.
-—A sí que ayer te vin ieron a revisar u n os estu ­
diantes de m ed icin a —-fue lo p rim e ro q u e m e
d ijo, d e sp reciativ a— . V o s so s u n m io p e de la
cabeza: no sos capaz de d istin gu ir u n p o ro to de
un zapallo.
Yo creo, sin em bargo, que so y capaz de d is ­
A n a M aría S h u a 51

tin g u irlo s m u y b ien , p o rq u e el zap allo no m e


gusta y los porotos sí, pero m e hacen m al. Por si
fuera poco, el zapallo tiene u n color anaranjado
im p o sib le de c o n fu n d ir. La co m p aració n m e
pareció injusta: los estud ian tes no llevan una E
sobre la frente com o para reconocerlos con tanta
facilidad. C om o estaba tan fu rio sa, no le quise
discutir.
— Y pen sar que p o r tu cu lp a quedé tan m al
con la doctora — siguió ella.
En resu m en , los que e stu viero n aquí con la
doctora no eran estu d ian tes de m ed icin a sino
auténticos m éd icos recibid os. A l parecer debí
haberme dado cuenta por la edad. A hora recuerdo
que ese detalle m e llam ó la atención. N o sólo
tenían todos ellos su título habilitante, sino que
se trataba, además, de especialistas renom brados:
una delegación de m édicos extranjeros, asisten­
tes al Congreso Latinoam ericano que está sesio­
nando en el Sheraton.
— En el Sh eraton , ¿te das cuen ta? — dice la
Pochi— . Se m olestaron en ven ir desde el Shera­
ton hasta este hospital p io jo so para verte a vos.
Podrías estar orgulloso de ser un caso tan in te­
resante.
Para m í que la Pochi al Sheraton no lo conoce
m ás que de nom bre. Y o , en cam bio, fu i un par
de veces y no es para tanto: en la cafetería sirven
unas h am b u rgu esas z o n z a s com o si fu eran la
séptim a m aravilla.
52 S o y p a c ie n te

Cuando la Pochi em p ieza a d iscu tir, no h ay


quien la pare. Las p alab ras c recen , se d e sb o r­
dan, form an una corren tad a in co n ten ib le que
arrastra la bronca de m i p rim a h acién d o la cre­
cer. Su tono de voz sube, agita los b razos y su in ­
terlocutor tiene d erech o a te m e r p o r su in te ­
gridad. Yo, que la co n o zco d esd e q ue era así,
puedo asegurar que la P ochi no le p ega a n ad ie:
que un desconocido se pon ga en guardia resu lta
justificable.
Por eso, aunque su con clu sión fin al sobre los
hechos la haya vu elto en m i contra, no h ay que
pensar que ese cam bio de fren te haya su avizad o
su entrevista con la doctora. C o n ella siguió d is­
cutiendo hasta el final, negándose a darle la razón
y descargando sobre su cabeza m iles de m etros
cúbicos de in d ig n ació n con la p re sió n de u n a
catarata. La acusó de im p re v iso ra , de im p r u ­
dente, de im provisada, de irrespetuosa, de irres­
ponsable, de im p ú d ica, y h asta am en azó con
denunciarla. Qué im p u lsiva esta Pochi.
— La doctora Sánchez O rtiz está fu rio sa co n ­
migo y m uy m olesta con vo s. D ice que en estas
condiciones prefiere no aten derte m ás. D e las
cosas que le dije esto y arrepen tida: la cu lp a es
tuya porque m e h iciste c o n fu n d ir. Pero p e n ­
sándolo bien, es m ucho m ejor que no te atienda:
esa chica me parece demasiado joven . C om o doc­
tora no debe tener gran e x p erien c ia: en o tras
cosas s í —-dice la Pochi.
Ana María Shua 53

Pensar que, aunque m e quedara en el h o sp i­


tal, no la vería m ás a la doctora, m e dio pen a. A l
fin y al cabo ella cum plía con su obligación. A los
invitados extranjeros h ay que tratarlos m u y bien
para que se lleven una buen a im p resió n del país.
A d em ás de triste, m e qued é p reo cu p ad o . Si se
corre la vo z de que so y u n paciente difícil, ¿quién
m e va a q u erer aten d e r? «Con ese p o lle ru d o
m ejor no m eterse», se dirán los m éd ico s u n o s a
otro s. « D esp u és v ie n e la p rim a y te p o n e de
vu elta y m edia.» U n m o tivo m ás para irm e del
h o spital cuanto antes.
A pesar de m is tem ores, el d o cto r G o ld farb
se com p ortó en fo rm a m u y gentil.
— U sted todavía haciéndose el enferm o, pica­
rón — m e dijo al entrar—-. C ó m o se v e que tiene
quien lo m im e.
Y la m iró a la P o ch i g u iñ an d o u n o jo . M e
revisó bien a fon do y m e an unció que iba a p e d ir
varias radiografías.
El doctor se q ued ó en la pieza u n rato largo,
charlando con los dos y con tán donos esas an éc­
dotas de hu m or m acabro que les hacen tanta gra­
cia a los cirujanos. M ientras hablábam os, la Pochi
se peinaba las cejas con saliva, se arreglaba el pelo,
acom odándose u n m ech ó n sobre la fren te, y se
estiraba la po llera para p o n er en evid en cia su s
piernas, que tienen form a de m aceta. ¡ Q ué fuerte
se reía de los chistes del doctor! H asta en el p a si­
llo se debían escuchar su s carcajadas d_e caballo.
54 S o y pa cie nte

Se fueron ju n to s, el doctor siem pre haciendo


gracias, encantado con las riso tad as de la Pochi
Hasta se o freció a lle v a rla en su coche h asta ei
centro. Ella debe haber v e n id o con el su yo p e ro :
vaya a saber p o r qué, n i siq u iera lo m en cio n ó. E]
novio, que es tan celoso, ¿qu é diría si lo supiera?
Y aquí estoy, otra v e z so lo , sin aliad o s pa
ayudarm e a h acer fre n te a este a lm u e rz o , que
parece resum ir en su trágica in sip id ez la m iseria
de m i situ a ció n . M a stic o p e n o sa m e n te , con
esfuerzo. M i m a n d íb u la d esh ace sin gan as las
fibras de la carn e, ap retad as fu e rtem en te entre
sí como la hiedra y la pared del bolero, com o h er­
m anos que se dan el ab razo fin al de desp edida
m ientras se escu ch a y a la siren a del barco. Sin
piedad las o b lig o a se p a ra rse , las d iv id o , las
machaco entre m is m u elas fatigadas. N ad a tan
mecánico com o el m o v im ie n to de d eglu ción de
m i garganta. Sin em b argo, e sto y decid id o a ter­
m inarlo todo, h asta el ú ltim o b ocad o de carne
seca y correo sa. H e lle g a d o ap en as a la m ita d
cuando vien e la m u cam a a llevarse el plato.
— U sted es u n descon sid erad o — m e dice— .
¿Se cree que vam o s a estar esperan do hasta que
se le ocu rra te rm in a r p o r el su eld o que n o s
pagan?
H o y sí que m e llevé una sorpresa: nada m enos
que Ricardo. U no cree que conoce a la gente y se
equivoca. De Ricardo estaba seguro que no le iba
a ver el pelo m ientras estuviera internado.
—-Q ué hacés, loco — m e d ijo — . ¿Segu ís con
tus ñañas?
R icard o no se tom a m u y en serio m i e n fe r­
m edad, pero igual fue una alegría verlo, un soplo
de aire fresco.
— Y o te v o y a hacer el diagn óstico — se o fre ­
ció, generoso— . Vos sos un depresivo. En vez de
largar la agresividad para afu era, te la tragás y la
dejas que actúe com o saboteador interno. Y tam ­
bién, inconscientem ente, estar enferm o te gusta
un poco: es una defensa que te p erm ite m an te­
ner a todos pen dien tes de vo s.
A m í m e gusta, claro que m e gu sta que todos
estén p en d ien tes de m í. Y no « in co n scien te­
m ente»: m e gu sta de alm a. Lo que R icard o no
56 S o y p a c ie n te

quiere e n te n d e r es q ue p o r m u y e n fe rm o que
esté, pendiente de m í no tengo a nadie. A m edida
que m i in tern ació n se alarga, las v isita s se hacen
más espaciadas. La P ochi vien e segu ido, pero y a
no sé si es para ve rm e a m í.
Para c o rre sp o n d e r al relato de las ú ltim a s
aventuras erótico-sentim entales de R icardo (que
siempre tiene alguna) le conté que la doctora Sán­
chez O rtiz se acostó al lado m ío para p alp arm e
el v ie n tre . N o le d ije , en cam b io , q ue en ese
m om ento había unas treinta person as en la pieza
porque n o m e iba a creer. La v erd ad siem pre se
ve obligada a hacer ciertas con cesiones a la v e ro ­
sim ilitu d .
El d o c to r G o ld fa rb m e h ab ía d ejad o u n a
receta in d ican d o m ed icam en to s que en el h o s­
pital no hay. C o m o tod avía no ten go d ia g n ó s­
tico se trata, p o r el m o m en to , de atacar los sín ­
tom as. R icard o se ofreció a co m p rárm elo s. Le di
la receta y el d in ero y le in d iq u é la u bicació n de
la farm acia.
— C on tá h asta diez y esto y de v u e lt a -—p ro ­
m etió.
Conté h asta 15.82.8 y n i n oticias. Segu í c o n ­
tando u n rato para hacerle n otar su retraso con
cifras e x a c ta s p ero al fin a l m e di p o r v e n c id o .
Espero verlo antes de la noche: la plata y a no m e
im p o rta. Lo q u e m ás m e p re o c u p a es q u e m e
devuelva la receta.
Q u isiera d o rm ir. La tarde se hace larga y el
Ana M aría S h u a 57

sueño n o v ie n e. R ic a rd o tam p o co . D esd e que


em pecé m i cu rso de C o n tro l M en tal, es la p r i­
m era vez que tengo in so m n io . ¿Q u é frecu en cia
tendrán ahora las ra d ia c io n e s de m i cereb ro?
Tanta rad iografía ¿las habrá afectado? Trato de
distraerm e para darle al sueño la oportun idad de
sorpren derm e, p ero h o y no quiere jugar. T am ­
poco ten go g an as de leer. E ste B o n d se hace
m ucho el v iv o : m e gu staría verlo en m i lugar. A
él no lo están por desalojar de su departam en to,
por ejem plo. La en ferm era jefe pasa por m i pieza
m u y seguido. A s í ju stific a la p ro p in a y de paso
m e tiene b ien co n tro lad o . H o y d esc u b rió u n a
caja de b o m b o n e s que h a sta ah o ra se le h ab ía
pasado p o r alto. M e co n fiscó tod os los de licor.
— U sted no tiene la cu lp a — m e tra n q u iliz ó —-.
Yo siem pre digo que las v isita s son tod os u n o s
inconscientes.
M e d ijo tam b ién que con b om b o n es de licor
nadie se em b orrach a p e ro que cu an d o se trata
de u n v ic io tod o es em p ezar que h o y u n borri-
boncito y m añana u na sopa in glesa con m oscato
pasado un licorcito de cerezas después u n v e rm ú
con in gred ientes al otro día u n v asito de w h is k y
m ás ad elan te u n a b o te lla de gin eb ra y el día
■m enos pen sado m e en cu en tra robando alcohol
en la farm acia, que el cam in o de la degradación
no se sabe dón de em p ieza y que si tengo algo de
v a lo r m e jo r que se lo dé p ara que ella m e lo
guarde en su ro p ero con can dado p o rq u e en el
58 S o y p a c ie n

hospital hay de todo com o en botica que le teng


confianza que m e v a a dar u n recibo que m e port
bien y que m e cure pron to.
M ientras se desp ide m e arregla lo s alm oha
dones y m e da p alm ad as en la esp ald a con su
manos enorm es com o palas. Las palm adas, aun
que am istosas, m e d u e le n u n p o co y cada v e
que se va m e deja con tos.
Eso sí, visitas para el d irector del h o sp ital n<
vienen m ás, se v e q u e y a a v isa ro n a to d o s. L<
lamento por los regalos: p o r la gente no. R ecib í
visitas ajenas m e daba tristeza. Lo ú n ico que le
interesaba era tener n oticias del ausen te y n ad i
se quedaba a charlar con m igo.
Mis tíos, los padres de la Pochi, entran tím i
damente trayendo una carta de m i h erm an o coi
el sobre roto.
—T u vim o s que ab rirla — dice m i tía, dán
dome la carta— . A u n e n fe rm o no se le pued<
dar cualquier noticia.
Mi herm ano está en París. La carta habla d<
los días feos y nublados, de m u jeres y m ed ialu
ñas y de las calles de P arís, que so n tan lin d as
Algunas frases están tach ad as con tin ta negra
Gracias a m i tía, m e entero de cuál fu e el crite
rio de censura. Se trataba de d escrip cio n es esca
brosas y frases en las que se describía el gu sto de
paté de foie gras tru fad o , las m asitas de alm e n ­
dra y las de fru tilla.
— Las taché para que no te h icieran su frir.
A na M aría S h u a 59

M is tíos m e preguntan qué es lo que tengo y


no se dan por satisfechos con m i respuesta. A m í
m e da v e rg ü en za co n fe sa rle s que to d avía no
tengo d iag n ó stico y de to d as m an eras no m e
creen. Están con ven cidos de que trato de o cu l­
tarles la trágica verdad.
— Pienso que todavía no hace falta escribirle
a tu herm ano sobre tu enferm edad — dice m i tío:
a él habrá salido tan práctica la Pochi— . Se v a a
am argar al pedo si sabe que estás aquí y por ahí
hasta in terru m pe el viaje.
— La que tendría que estar in tern ada so y yo
— dice m i tía, que no se pinta para parecer m ás
pálida.
C on gran concentración m e describe sus ú lti­
m os y fascinantes dolores de cabeza, que em pie­
zan con un dolor agudo, com o un pinchazo, en
la ceja derecha y se extienden después, com o Juan
por su casa, por todo el hem icráneo izquierdo:
verdaderas m igrañas.
M i tía sabe m u ch o de e n fe rm e d a d e s y m e
aconseja bien. D e tanto estar en ferm a, ya habla
m ás d ifícil que m uchos m édicos. A las encías les
dice corión gingival, a la piel le dice epiderm is,
a los m oreton es los llam a eq u im o sis y a las ra s­
paduras, escoriaciones. M aneja los conceptos de
á n te ro -p o sterio r, in fe ro -a n te rio r y decú bito
supino con una fam iliaridad que m e da envidia.
Yo, para saber cuál es la derecha, tengo que hacer
con la m ano el adem án de escribir. Ella fu e la que
60 S o y p a c ie n te

me recom endó al d o cto r Tracer. Le- ten go c o n ­


fianza porque es m ás que una sim ple aficionada:
es una enferm a profesion al.
A la hora en que suele v e n ir la m o n jita, m is
tíos todavía están conm igo. C uan do ella entra se
ponen de pie. Los hace sentar con u n gesto y m e
mira sonriente y arru gad a para d em o strar que
som os am igos desde hace tiem po.
— jCarram ba, qué v isita s tien e ú sted ! — d i­
ce— , Y ayer chica lin da tam bién .
Com o noto en su v o z cierto m atiz de acu sa­
ción, m e adelanto para no quedar m al delante de
m is tíos.
— Éstos son m is tíos — p resen to — . Y la que
estaba ayer era m i prim a, la hija de ellos.
La convido con caram elos ácidos de m i b ol-
sita pero los rechaza com o sí fu e ra n u n in te n ­
to de soborno. Y ya está a p u n to de salir de m i
cuarto cuando de pronto se da vu elta com o si la
conciencia la hubiera tironeado de la toca.
— B ien m e sé q u e ú sted de o p e rra c ió n no
quierre hablarr. H ablarr es b u en a cosa. H o y m e
voy, m añana ven go , ú sted pien sa.
— Sí, seguro — le digo yo, ya con la firm e deci­
sión de no perm anecer ni un día m ás en este h o s­
pital— . V u elva m añana y le pro m eto que hab la­
m os de la operación todo lo que quiera.
— ¿C ó m o , te v an a operar? ¡Y n o m e dijiste
nada! Siem pre tengo que ser la ú ltim a en en te­
rarme de todo. M e lo estabas ocultando, desgra-
A na M aría S h u a 61

ciadito. Q ué suerte que tienen algunos — dice m i


tía— . A m í m e operaron una sola vez, del ápén-
dice, y era tan chica que no m e acuerdo nada.
— V am os — dice m i tío, que no le deja pasar
una— . ¿ Y de la estética de las arru gas no te acor-
dás tam p o co? Y o te aseguro que no m e la olvido
así n om ás, con la guita que m e salió.
— Pero no, tía, m e van a hacer solam ente u nos
estu d io s. Si n o m e creés, p reg ú n tale al d o cto r
Tracer.
Q u isiera de verd ad que le p regu n te, a v e r si
se en tera de algu n a n o v ed a d : y o m ism o e sto y
em pezando a dudar. C uando se van , el p eso del
aburrim iento cae sobre m í com o u n a m ontañ a.
Intento en tab lar c o n v e rsa c ió n co n u n a de las
m u cam as p e ro ella se lim ita a b a rre r fu r io s a ­
m ente el p iso de la h ab itación , hablando entre
dientes de las cosas que tien e que hacer p o r el
sueldo que le pagan. El sueldo parece ser la p re ­
ocupación principal de todo el personal. N o sería
raro que en cu a lq u ie r m o m e n to e sta lle u n a
huelga. C o n todo, siento esas palabras m u rm u ­
radas en v o z baja com o u n in su lto p erso n al. E s
el ú ltim o e m p u jó n que n e ce sitab a p ara d e c i­
dirm e: m e v o y de aquí. M e v o y ahora m ism o .
M e levan to de la cam a y en sayo u n o s p aso s
por la hab itación . Las piern as m e so stien en con
firm eza. E n el ro p ero no e n c u e n tro m ás q u e
p iy am as; m i ro p a se la deb e h ab er lle v a d o la
enferm era je fe en la ú ltim a requisa.
62 S o y p a c ie n te

H ace c a lo r y el m ás n u e v o de m is p iy a m a s
p u ed e p a sa r p e rfe c ta m e n te p o r u n c o n ju n to
d ep o rtivo. C o m o si estu viera practican do aero-
b ism o, salgo a correr p o r lo s p asillo s del h o sp i­
tal. M e so rp ren d e en con trarm e con otros co rre­
dores, solos o en gru pos, que m e saludan al pasar
levan tan d o la m an o. (M ás tarde m e enteraré de
que p arte del p e rso n al m éd ico y algu n o s e n fe r­
m o s se están en tren an d o para c o m p e tir en u n
m arató n in terh osp italario .)
C uan do nadie m e ve, m e apoyo agotado con ­
tra c u a lq u ie r p ared para d escan sar y recu p erar
aliento. Llego p o r fin a la gran p u erta de entrada,
donde m e d etien e u n anciano u n ifo rm ad o .
— Señ o r, ¿ad o n d e v a ?
— S a lg o — n o c o n sid e ro n e c e sa rio dar m ás
exp licacion es.
— U s te d n o tra b a ja a q u í — d ic e , m ir á n d o ­
m e fijam en te com o si tratara de recon ocer m is
rasgos.
— N o, no trabajo aquí. S o y paciente. O, m ejor
d icho, era.
— ¿T ien e la tarjetita?
— ¿Q u é tarjetita?
— La tarjetita rosa.
Lam entablem ente yo no tengo, por el m o m en ­
to, n in g u n a tarjetita
— Lo siento m u ch ísim o , señor, pero sin la tar­
jetita rosa de aquí no sale nadie. N ingú n paciente,
quiero decir.
A n a M aría S h u a 63

— Lo que quiere decir es que estoy encerrado,


¿no es cierto?
— -Pero no, hombre, cóm o va a estar encerrado,
esto no es una cárcel. Todo lo que tiene que hacer
es conseguir su tarjetita rosa. U n trámite.
El hom bre no m e p erm ite ni siquiera in d ig ­
narm e contra la burocracia.
— N o es porque sí, señor. Im agínese. Es por
el bien de todos. N o es bueno que anden por ahí,
sin estar reg istrad o s, e n fe rm o s c o n tag io so s.
E n ferm o s, por ejem plo, de lepra o saram pión.
— ¿A usted le parece que yo esto y en edad de
tener saram pión?
El viejo m e observa otra vez con m ucha aten­
ción, enfocándom e la cara con la linterna. Pero
d esvía enseguida la m irad a, com o si al e x a m i­
narm e se hubiera excedido en sus atribuciones.
— N o sé, no sé. Y o no so y m éd ico , au n q u e
D ios sabe que m e hubiera gustado. Y o so y el que
cuida la puerta y no lo puedo dejar pasar sin su
tarjetita rosa.
— ¿ Y cóm o la consigo?
— A h , eso es m u y fácil — m e dice, aliviado de
verm e entrar en razón— . Y o le doy este fo rm u ­
lario, u sted lo llen a, se lo hace firm a r p o r el
m édico que lo está atendiendo y por el director
del hospital y después va a A d m in istración don ­
de se lo cam bian en el acto por una tarjetita rosa.
T ien e que adjuntar una foto cuatro por cuatro
m edio p erfil con fondo negro.
64 S o y p a c ie n te

— ¿Con fondo negro? ¿ Y de dónde quiere que


saque una foto con fondo negro si no puedo salir
del hospital?
— Señor, u sted se ahoga en u n v a so de agua.
D éjem e n o m ás su n ú m ero de cam a y y o m e
encargo de m andarle al fotógrafo de la m a te rn i­
dad. ¿V io qué fácil? M añana m ism o está afu era.
A l día siguiente m e desp erté m u y tem pran o,
y después de llenar el fo rm u lario m e senté a leer
en la cam a m ien tras esperaba al fo tógrafo . E n su
lugar, una enferm era que nunca había visto entró
a la habitación agitada.
T en ía la m a n d íb u la in fe rio r ab su rd am en te
alargada y su cara de caballo estaba cub ierta de
tran sp iració n , co m o si h u b iera g a lo p a d o p o r
todos los p asillos y las escaleras del h ospital. Fue
su resp iració n anhelante lo que m e h iz o n o tar
su m al aliento,
— E sto y m u y atrasada — m e d ijo , h ab lan d o
desagradablem ente cerca de m i cara— . Sáquese
el p iyam a rapidito.
N o po d ía dejar de p regu n tarm e si u n aliento
tan feo sería sim p lem en te de o rig e n b u cal. Y o
soy u n p acien te d ó c il y ra z o n a b le , sie m p re y
cuando los dem ás sean razonables conm igo. For­
m ado en la escuela del d o cto r Tracer, que n unca
66 S o y p a c ie r

m e m andó sacarm e u na rad io g rafía , ja m á s rr


pidió que orine en una b o tella, sin e x p lic a r a
antes en té rm in o s claros y se n c illo s p o r qué
para qué debía hacerlo. C uan do p ro ced en cor
m igo de ese m odo, u tilizan do argu m en to s ló g
eos, jam ás m e resisto. En este caso, el ton o de
enferm era era violen to y peren torio : d ecid í ex
gir una explicación.
— Sáquese el p iyam a p o r las b u e n a s o pid
ayuda — gritó ella com o única resp u esta.
— Q uiero hablar con la en ferm era je fe — dij
yo con vo z firm e, m ien tras segu ía p re g u n tá r
dom e sobre las causas del m al aliento de Cara d
Caballo. ¿Las m uelas cariadas o uxi m al fu n cic
nam iento del aparato digestivo?
Con un gesto de im paciencia, la m u je r sali
corriendo. Nunca creí que alguien pudiera tom :
tanto im pulso en tan poco espacio. V o lv ió co
el practicante que m e saca sangre todas las maña
ñas. Esta^vez no debía ven ir de C iru gía E xperi
m ental porque las m anchas sobre su bata blanc
tenían un color m ás sem ejante al v in o que a 1
sangre. Traía una jeringa m ás grande que de eos
tum bre, con una aguja m ás chica.
A l verm e, pareció so rp ren d id o . Se detu ve
jerin ga en ristre, y cam bió u n as palabras en v o
baja con la enferm era. D esp u és se d irig ió a mí.
— Me extraña de u sted , que es tan buei
paciente. ¿Se va a dejar afeitar por la señora o pre
fiere que lo duerm a?
A na M aría S h u a 67

N atu ralm en te, p referí d ejarm e afeitar d e s­


pierto. H ab ien d o sido in fo rm a d o , aun de ese
m odo poco ortodoxo, de las razones por las cua­
les se exigía que m e desvistiera, no tenía por qué
seguir resistiéndom e. Con todo, m e hubiera g u s­
tado saber con qué fin debían afeitarm e y qué
zona. Pese a m i nueva y dócil actitud, la en fer­
m era le pidió al practicante que se quedara cerca
por si vo lvía a necesitar ayuda.
D el b olsillo de su delantal sacó u na m aq u i-
nita de afeitar y u n envase de talco p erfu m ad o.
— ¿M e saco el p an taló n , el saco o las dos
cosas? — pregunté yo, m u y obediente.
Ella se quedó un instante desconcertada. Su
mirada iba de la m aquinita de afeitar a m i cuerpo,
com o tratando de recordar.
— ¿U sted se acuerda de qué lo iban a operar?
— le preguntó al practicante.
— N o m e co rresp o n d e recib ir ese tip o de
in form ación — contesto él, interesado en esp e­
cificar sus fun cion es.
-^-Ah, era eso — dije yo, aliviado de que todo
fuera un sim ple error— . Pero m e hu bieran p re­
guntado a m í: no m e tienen que operar de nada,
me internaron para hacerm e algunos estu d ios y
todavía ni siquiera tengo diagnóstico.
El practicante y la en ferm era se m iraron con
una sonrisa.
—-Eso dicen todos — m e dijo ella, m o vien d o
com pasivam ente la cabeza.
68 S o y p a c ie n te

— U n m o m en to — in sistí y o — . S o y pacien te
del doctor Tracer, paciente particular, y e x ijo ...
Pero el practicante, sin hablar, v o lv ió a a m e ­
nazarm e con la jerin g a. Lam enté haber p ro n u n ­
ciado el n om b re del doctor Tracer en v an o . D eb í
reservarlo para u n a situ ació n m ás grave.
La en ferm era sacó de! b o lsillo u n a lista m u y
larga escrita en u n a letra p e q u e ñ ísim a y casi
im posible de entender. Entre los dos estu v iero n
un buen rato tratando de encontrar la clave con
ayuda de una lupa, pero la u rgencia p u d o m ás.
— Si lo afeito tod o — con clu yó ella— n o m e
equivoco seguro.
Me quité el saco y el p an taló n de! p iy a m a y
tam bién lo s calzo n cillo s y las m ed ias. C u an d o
Cara de C aballo m e entalcó tod o el c u erp o , m i
sexo, que había casi o lv id ad o las b o n d a d e s de
sem ejante tra ta m ie n to , e m p e z ó a rea n im a rse
cómo una oruga que se despereza en una m añana
de prim avera. U n hábil papirotazo lo v o lv ió a su
abatim iento de costu m bre.
D ando m u estras de gran p ericia, la e n fe rm e ­
ra me afeitó el pecho. O jalá tu viera y o tanta m u ­
ñeca: con m o vim ie n to s rápidos y segu ros m e lo
dejó todo pelado.
— P órtese com o u n h o m b re y ag u an te u n
p oq uito —-me d ijo , cu a n d o e m p e za b a co n la
zona boscosa in ferior.
A h í sí que m e d o lió , a p e sa r de lo s g e sto s
im previstam ente delicados de Cara de Caballo.
A na M aría S h u a 69

A guanté callado. Creo h aberm e po rtad o com o


todo u n hom bre y hasta m ejor que un ho m bre
cualquiera. Fin alm en te, m e rapó el cráneo y las
cejas.
A pesar del talco, de la excelente hojita de afei­
tar (co m p letam en te n ueva) y de la in esp erad a
su avid ad de C ara de C aballo, p ro n to sen tí que
toda la piel m e ardía, especialm ente en las regio ­
nes m ás sensibles. Pero el ardor era lo de m en os;
lo que m e im portab a era la o peración.
Sin levan tar el tono de vo z, exp resan do en la
h u m ild ad de m i actitu d tod o el resp eto que la
jeringa m e inspiraba, les rogué que llam aran al
doctor G old farb.
— Lo e sp era en el q u iró fa n o — m e a se g u ró
Cara de Caballo.
Eso m e tran qu ilizó. El doctor nun ca p e rm i­
tiría que m e o p eraran sin n ecesid ad . El p ra c ti­
cante parecía no con fiar en m i n u ev o estado de
apacible e x p e cta c ió n y para aseg u rarse de que
tragaría el sedante que m e daba la en ferm era, m e
apoyó am en azadoram en te la aguja en el cuello.
Q uise sonsacarle in form ación a Cara de Caba­
llo, halagándola en su am or p ropio.
— Tiene usted dedos de hada — le dije, m irán ­
dole lo s v a s o s h e n d id o s q u e ten ía en lu g a r de
m anos.
Ella relin chó de placer y v o lv ió a sacar la lista
del bolsillo, haciendo u n verdadero esfu erzo p or
leer cuál era la zon a de m i cu erp o que debía q u e ­
70 S o y p a c ie n te

dar disponible para la operación. H asta m e p res­


tó el papel para que y o m ism o b u scara m i n o m ­
bre. Encontré u n jero glífico que p o d ría c o n fu n ­
dirse con m i apellido, pero nunca hubiera podido
adivinar lo que decía al lado.
Mi cerebro se esforzaba en desasirse del pesado
abrazo del sedante cuando llegó la cam illa. S en ­
tía la lengua to rp e y los b razo s y las p iern as m e
respondían sin gan as, com o en lo s ú ltim o s tra­
mos de una borrachera. M i propio yo, lúcido y ate­
rrorizado, se agazapaba en las p ro fu n d id ad es de
mi cuerpo, que ya no obedecía a sus controles.
En el p asillo la en ferm era jefe m e saludó so n ­
riente con la m ano. La m onjita pasó al lado de m i
cam illa.
-—Feliz o p erració n — m e d ijo con ten ta.
Y m e apretó la m an o con afecto , com o pa
dem ostrarm e lo orgu llo sa que se sen tía de m í.
D e p ron to m e pareció que las fig u ras e m p e ­
zaban a d ism in u ir de tam añ o: la cam illa rodaba
hacia atrás p o r el pasillo. Traté de concentrar m is
últim as fu erzas en u n objetivo único: hablar con
el doctor G old farb .
C u an d o lle g u é al q u iró fa n o lo s o b je to s m e
parecían lejan o s, b o rro so s. Las p ared es az u le ja ­
das m e recordaron una heladería o u n baño. Creí
ver m ucha gente, m u ch a m ás de la q ue y o c o n ­
sideraba necesaria para una o p eració n ; h om b res
y m u jeres con las caras tapadas p o r lo s b arb ijo s
y los ojo s b rillan tes.
A n a M aría S h u a 71

M e pareció reconocer al doctor G oldfarb en


una figura de verde que apoyaba el filo de un b is­
turí contra la piedra cilin drica de una m áquina
de afilar. G rité su nom bre y el hom bre se vo lvió
hacia m í con el b isturí en alto: supe que nunca
había visto esas cejas esp esas, esos ojos verdes.
— N os dio un poco de trabajo — dijo el prac­
ticante, que había ven id o co n m ig o — es m ejo r
anestesiarlo enseguida.
Cara de Caballo había desaparecido en el tra­
yecto entre m i pieza y el quirófan o. D o s m u je­
res con las m angas subidas hasta los codos ju g a­
ban en una pileta pasándose u n jab ón am arillo
que despedía un vago olor a azu fre.
Y o m iraba a todos con d esesp eració n , b u s ­
cando alguna cara conocida.
— Es un error -—em pecé a decir.
Pero m i vo z se perdía en el con jun to de so n i­
dos del quirófano. El equipo de m ú sica fu n cio ­
nal hacía escuchar en ese m o m en to los acordes
de la M archa N upcial.
M ientras el anestesista preparaba la inyección
de pentotal y uno de los ciru jan o s se entretenía
en ejercitar su b istu rí sob re u n a rata m u erta
alguien em pezó a contar un chiste. La carcajada
general fue lo últim o que oí antes de que la anes­
tesia subiera, negra y con u n olor m u y fuerte a
anís, desde m is pies hasta el ú ltim o rincón de m i
cabeza.
De los últim os días m e acuerdo b ien . A los
anteriores (ni siq u iera sé cu á n to s), lo s ten go
borrosos. Recuperé la con cien cia en la Sala de
Terapia Intensiva. A justando el foco de la m e m o ­
ria apenas alcanzo a d istin g u ir ciertas fig u ra s,
algunas sensaciones.
Mis recuerdos de ese período de in co n scien ­
cia tienen el carácter de los de la p rim era in fa n ­
cia: algunas historias, a fuerza de haber sido escu ­
chadas y repetidas, se vu elven de carne. Palabras
disfrazadas de im agen que fingen ser recuerdo.
Sé, porque me lo co n taro n , que d esp u és de la
operación estuve grave. En la m uerte no quiero
pensar: si no la olvido, podría im agin arse que la
estoy llamando. Pero tengo la sen sación de que
anduvo revoloteando alrededor de m i cam a, m u y
blanca, con cara de G reta Garbo d esvistién d o se
detrás de un biom bo.
Me siento cam biado. Es raro haber p erd id o
A na M aría S h u a 73

tantos días (y quién sabe qué otra cosa) así, esca­


pados de la m em oria. A veces, en el cin e de m i
barrio, el operador se equivocaba y m ezclaba los
rollos de la pelícu la: dos am igos ín tim o s se c ru ­
zaban sin saludarse, u n h o m bre que había sido
ajusticiado en la silla eléctrica raptaba a u n niñito,
los n a c im ie n to s p rec e d ía n a lo s e m b a ra z o s.
A h o ra, en la tram a de m i c o n c ie n cia , a lg u ien
cam bió los rollos de lu gar y se p ro d u jo u n bache
en el argum ento. Lástim a grande que la p elícu la
que falta no m e la p asen al fin al.
La p rim era p erso n a que v i en la Sala de T era­
pia In te n siv a fu e u n a e n fe rm e ra . H acerle p r e ­
guntas no sirv ió de m u cho.
— C on lo m al que está usted, tendría que estar
incon sciente y no charlando — m e con testó de
m al m o d o — . Las cosas que h ay que hacer p o r el
su eld o que m e p ag an —-agregó, m ie n tra s m e
sacaba la sonda u rin aria.
A l lado de m i cam a había u n so p o rte so ste ­
niendo una b olsa llen a de líq u id o de la que salía
un tubito term in ad o en una aguja in sertad a en
m i brazo. El líq u ido goteaba en m i v en a y y o no
podía m o v e rm e m u ch o. Traté de d e sm a y a rm e
otra vez para darle la razó n a la en ferm era.
E se m ism o día m e trasla d aro n a m i p ie z a y
pude recibir v isita s.
— Q u é v e rg ü e n z a — m e d ijo la P o c h i en
cuanto m e vio — . M e dijeron que te quisiste esca­
par. U n h o m bre grande. 7
74 S o y p a c ie n te

A pesar de las tres frazadas que tenía en cim a,


los dientes me castañeteaban de frío.
—-Es normal —me decía la Pochi, cariñosa— .
Todavía estás en estado de shock.
A mí tanta norm alidad no m e servía de c o n ­
suelo. Si un hombre se cae desde un décim o piso,
lo normal es que se destroce contra el su elo , y
nadie espera que eso lo tranquilice.
Me dijeron que m ientras estuve inconsciente
el doctor Tracer me vino a ver casi todos los días.
Desde que estoy despierto no lo vi, pero el d o c­
tor Goldfarb me aseguró que lo tiene al tanto de
mi evolución. Es linda la palabra e v o lu c ió n :
suena muy positiva; hace pensar en algo que v a
hacia adelante o hacia arriba.
—Pégueme — fue lo prim ero que m e d ijo el
doctor Goldfarb— . Pégueme que m e lo m erezco.
En ese m om ento yo no tenía fu e rz a s p ara
obedecerlo, pero me prom etí pegarle apenas m e
encontrase más repuesto.
—No sabe el bien que m e va a hacer: m e
siento tan pero tan culpable. Lo c o n fu n d iero n
con un paciente de otra habitación. Si yo hubiera
estado presente, ese error no se hubiera co m e­
tido.
Y como para dem ostrarm e que la operació
no había tenido nada que ver con m i intento de
fuga, me firmó inm ediatam ente el fo rm u lario
en el que solicito el pase de salida, es decir, la tar-
jetita rosa. Ya no m e faltan m ás que la firm a del
A n a M aría S h u a 75

d ire y la fo to. Pero para sacarm e la fo to v o y a


esperar que m e crezca un p o co el pelo que m e
rapó C ara de C aballo . T o tal, p o r ahora no m e
puedo m o ver y ya no tengo tanto apuro.
A p ro vech é las m u estras de arrepen tim iento
del d octor G o ld farb para fo rm u larle una duda
que m e horm igueaba en la cabeza y había llegado
a dolerm e m ás que la herida.
— D o c to r — le d ije— . En la operación, ¿qué
m e sacaron?
El m édico se puso pálido y le cam bió la expre­
sión.
— ¿Q u ién le dijo que le sacaron algo? Seguro
que an d u vo escu ch an d o p avad as. U sted es un
inocente capaz de creerse cualquier cosa. — Y ya
m ás repuesto añadió, guiñ án dom e un ojo: — A
u sted , lo único que le falta es u n torn illo.
A m í el p o so p e ra to rio m e p arece largo . El
doctor G oldfarb, en cam bio, está m u y satisfecho
y m e asegura que esto y h acien d o ráp id o s p ro ­
gresos. A u n q u e todavía no tengo diagn óstico, la
operación ha p erm itid o d escartar u na serie de
enferm edades de nom bres largos y d ifíciles.
— C u alq u ier día de ésto s se n o s cu ra y lo
vem os saltando en una pata alrededor del O b e­
lisco — m e dice, alentador.
En algo está equivocado el doctor: cuando y o
m e cure, no p ien so p erd er el tiem p o saltan d o
en una pata alrededor del O b elisco ; v o y d ere-
chito al Tropezón y m e m ando u n p u cherazo de
gallina.
La en ferm era je fe m e d em u estra u n a gran
estim ación de la que no m e considero m erece­
dor. Para hacerm e olvidar en parte m i situ ació n
de sem iin validez, revisa la h ab itación por tod os
los rincones, tal com o si yo estu viera en co n d i­
A na M aría S h u a 77

ciones de esconder u na botella de w h is k y en el


taparrollos de la p ersiana o dentro del d epósito
del in o d o ro . A m ed id a q u e n u estra rela ció n
avanza, m e v o y en terando de m u ch o s detalles
de su vid a privada.
Sé, p o r eje m p lo , q ue le g u sta n m u ch o las
plantas de interior que ojalá tuviera una casa con
jardín que com o no la tiene ha cubierto de potus,
helechos y enredaderas su departam ento que y a
parece una selva que está casada con un h om bre
bebedor y poco serio, que por las plantas de in te­
rior no siente nada, que a veces patea las m ace­
tas cuando se le cru zan en el cam ino que la hace
su frir y que u na n och e terrib le en q u e lleg ó al
hogar en estado de ebriedad le arrancó dos hojas
a! gom ero grande y q uem ó con u n cigarrillo u n o
de los tallos del p o tu s.
S ien te u n a gran a d m ira c ió n p o r el d o c to r
G o ld farb , que p o r lo v is to tien e u n e sp e c ia l
ascendiente sobre las m u jeres, aunque tengan el
pecho tan escaso com o la en ferm era jefe.
— Q ué tipo sim pático — dice la Pochi.
— U n gran m éd ico y u n cab allero — dice la
en ferm era jefe.
Y las dos se ríen de sus chistes, que a m í cada
día m e parecen peores.
La d o cto ra Sán ch ez Q rtiz v ie n e a v e rm e de
v e z en cu an d o . C o m o n o n o s h a b la m o s, m e
revisa en silen cio y se v a sin salu d arm e. Salía el
otro día de m i cuarto cuan do entró R icard o.
78 S o y p a c ie n te

— ¿Q uién es la h isteriq u ita ésa? — m e p r e ­


guntó.
Estaba tan enojado con él por el asunto de lo s
remedios que no le quise contestar y m e di vuelta
mirando a la pared, donde h ay unas m an ch itas
que de tanto verlas ya son com o am igas; u n a
parece un caballo y otra una m ontaña.
Pero Ricardo sacó un fajo de billetes y m e los
puso delante de la n ariz, com o si lo m e jo r del
dinero fuese su exquisito perfum e.
— ¿Te das cuenta de lo que es una buena in ­
versión? En vez de tirar la plata en rem edios te
hice ganar unos cuantos m angos a la quiniela.
— ¿A qué núm ero ju g aste ? —-le p reg u n té,
contando la plata.
— A l cuarenta y ocho, qué pregunta.
Había ganado una sum a im portante y no se
quedó más que con u n pequeño porcentaje de
comisión por haber elegido el núm ero. El resto
de la plata me la pidió prestada.
-—R etener, retener, siem pre retener — m e
dijo, cuando intenté negarm e— . Cóm o se ve que
quedaste fijado en la etapa anal, petiso.
Y se volvió a guardar la plata en el bolsillo. Sin
embargo quedó m u y im presionado con el relato
de mi operación.
— Los cirujanos son todos unos sádicos, pero
si te operaron por algo será.
Desde entonces respeta m ucho más lo que él
A na M a ría S h u a 79

llam a lo s com pon en tes som áticos de m i e n fer­


m edad.
La que está chocha conm igo es la m onjita. M e
m ira con orgullo y alegría.
— M uchacho valiente ú ste d — m e dice todas
las tardes. Y m e convida con pastillitas de lim ón.
M i herm ano está en viaje de vuelta. Qué ganas
de verlo tengo. Ahora está en Río de Janeiro, donde
se piensa quedar unos días para llegar tostado. N o
me da envidia porque esté en R ío. M e da envidia
porque está sano. M i tía, en cambio, que m e trajo
su últim a carta, m e envidia a mí.
Llegó con un brazo en cabestrillo.
— ¿Q u é te pasó? — le pregunté, un poco alar­
m ado.
— M e fisu ré un huesito de la m u ñeca: el ig ­
n oran te del trau m ató lo g o ni siq u iera m e q u i­
so en yesar— explicó ella— . Q uién sabe, a lo m e ­
jor m e queda la m ano arruinada para toda la vid a
— agregó esperanzada.
A p e n a s se enteró de m i o p eració n , Iparra-
guirre p id ió una tarde libre eñ el trabajo. C u al­
quier otro m e habría hecho una visita de co rte­
sía y aprovechado el resto de la tarde para irse a
su casa o al cine. Iparraguirre, un hom bre co n s­
ciente de su s resp o n sab ilid ad es, m e d ed icó la
tarde en terita. M e trajo saludos de los m u ch a­
chos, que cualquier día de éstos se aparecen p o r
aquí, tres docenas de orquídeas y una lapicera de
oro con m is iniciales grabadas.
80 S o y p a c ie n te

— Com o la se m a n a p a sa d a se te v e n c ió la
licencia y te d esp id ieron , ap ro vech am o s la plata
de la indem nización para com p rarte los regalos
—me dijo— . Y o traté de o rgan izar u n a colecta
pero estam os a fin de m e s y n ad ie tien e u n
mango. Eso sí, atenti: lo con sid eram o s u n p ré s­
tamo de honor. A p e n a s salg as del h o sp ita l te
devolvemos la su m a íntegra.
, Una desgracia: y a h a y u n m o n tó n de gente
que no tiene n in g ú n ap u ro en que y o salga de
aquí.
La libretita d o n d e an o tab a m is M o tiv o s de
Queja no la puedo encontrar. Em p ecé a buscarla
para anotar a u n a lauchita gris que se aso m ó el
otro día a m i pieza. (Las ratas no m e asustan por
mí sino por las p alo m as.) A la lib retita la tenía
debajo de la alm ohada: la debe haber confiscado
la enfermera je fe en u n a de su s v isita s de c o n ­
trol. No me p reo cu p a: en p arte p o rq u e con tra
ella no decía nada y en parte p o rq u e y a no tengo
tantas quejas com o al p rin cip io .
Después de tod o esto es u n h o sp ital y cu a l­
quiera sabe que los h osp itales son m alos, que no
hay gasas ni alg o d ó n , que a las en fe rm e ra s les
pagan poco. M uchas circu n stan cias que em p e­
zaron siendo m olestias se v a n transform ando en
costumbre. A las p alo m a s, sin ir m ás lejo s, les
tomé cariño y ahora le p id o siem p re a la P ochi
que les ponga m ig u itas de pan en el alféizar de
la ventana.
A n a M a ría S h u a 81

D esd e que el doctor G oldfarb m e firm ó el fo r­


m ulario (y yo que pensaba que ése sería el p aso
m ás co m p licad o del trám ite) m e sien to m u y
cerca de la lib e ració n . A h o ra tod o d ep en d e de
m í, es decir, de m i recup eración .
Por de p ro n to , y a p u e d o le v a n ta rm e de la
cam a y estar u n rato sen tad o en el silló n , au n ­
que la h e rid a to d a v ía m e d u ele b astan te . La
m andé a la Pochi con el fo rm u lario para co n se­
guir la firm a del director p ero vin o con la n o ti­
cia de q u e el trám ite es p e rso n a l. M e p ica la
cabeza: señal de que m e está creciendo el pelo.
C ualquier día de éstos lo m an do p. llam ar al fo tó ­
grafo.
E l d octor G o ld farb no se da por ven cid o con
respecto a m i diagnóstico. Todos los días m e hace
sacar sangre y los estu d io s, análisis y rad io gra­
fías se suceden a u n ritm o intenso, agotador. C on
tan to s v ia je s a la sala de ra y o s y a m e e sto y
haciendo am igo del rad ió lo go . Pocos m e con o­
cen p o r dentro tan b ien com o él. M e p rom etió
regalarm e una de las placas en las que salí m ás
favorecido para que la ponga de adorno en la v e n ­
tana.
A h o ra que m i estado lo ju stifica, la Pochi se
queda a d o rm ir bastan te seguido. Cuando pasa
la n o ch e aq u í, d u e rm o de u n tiró n , p acífico y
contento. Si de repen te abro lo s ojo s, la o scu ri­
dad no m e parece tan grande. D o rm ir solo no es
lindo pero y a esto y acostum b rado. D o rm ir solo
82 S o y p a c ie n te

y enfermo es horrible. La oscuridad se en rosca


alrededor de lo s b razos y uno siente que se le
mete por todas las grietas del cuerpo, que lo v a
hinchando y ennegreciendo por dentro. D e n o ­
che todo duele m ás, el silencio pesa, es d ifíc il
reconocer la propia respiración, se escuchan so ­
nidos inexplicables. N i siquiera tengo un tim bre
para llamar a la enferm era.
Lo que no pude conseguir de la Pochi es que
comparta m i indignación con respecto a la o p e ­
ración. Ella es partidaria de las soluciones d rás­
ticas.
—En prim er lugar, si uno tiene que ir al cu ch i­
llo, cuanto antes m ejor. Es ideal que te h a y a n
operado ahora, cuando te sentías bien y estabas
fuerte, y no m ás adelante en medio de una c ri­
sis— me dijo, en presencia del doctor, que asen ­
tía en silen cio aprobando sus palabras—-. E n
segundo lugar, a nadie le hacen lo que no se deja
hacer.
En m itad de la noche m e despiertan los ru i­
dos que vien en del cuartito de la cocina. Si abro
los ojos, no se m e cierran m ás. Esta noche esp e­
raba dorm ir de un tirón, en parte porque la Pochi
se quedó a hacerm e com pañía, y en parte p o r­
que m e acosté can sad ísim o . Para sacarm e u n
electrocardiogram a de esfuerzo m e hicieron ras­
quetear todo el piso de la oficina del director.
Cuando m e asignaron la tarea sentí una gran
em oción: era m i oportunidad de obtener la firm a
que m e faltaba para sacar la tarjetita rosa. Lam en­
tablem ente el director (o, m ejor dicho, el d irec­
tor suplente, porque el titular todavía no se ha
recuperado de su enferm edad) no estaba. Fue un
trabajo pesado: recién habían term inado de p in ­
tar y el suelo estaba m u y m anchado. Los p in to ­
res eran dos pacientes am bulatorios a los que les
tenían que hacer el m ism o estudio. C o m o uno
de ellos había padecido un infarto y el otro sufría
84 S o y p a c ie n te

de in suficien cia coronaria, les d ieron una tarea


más liviana. Entre los internados hay m ucha so li­
daridad: si los p in tores h u biesen sido gen te de
adentro, seguro que se preocupaban por no m an ­
char el piso. A lo s e x te rn o s, en cam b io, no les
im porta nada.
Tengo m ucha sed y no p u ed o v o lv e r a d o r­
m irm e. Siguiendo las in struccion es del curso de
Control M ental relajo u no p o r u no lo s m ú sc u ­
los de m i cuerpo, tratando de aislar m i m en te de
los sonidos externos para escuchar sólo el ritm o
de m i sangre. T eóricam ente eso debería p e rm i­
tirme conciliar el sueño en p ocos m in u tos. E n la
práctica, la sed y la curiosidad pueden m ás y sigo
deplorablemente despierto. La fuente del sonido
es sin duda el cuartito de la cocin a y n o, co m o
pensé en un m o m en to , la p ieza del o p e ra d o
nuevo.
El operado nuevo es u n desconsiderado que
debe sufrir mucho pero que no tiene respeto p o r
los demás. A n teayer lo trajeron del q u iró fa n o .
Lo v i pasar en cam illa p o r el p a sillo , d o rm id o
como un ángel pero m ás gran d e, m ás g o rd o y
más barbudo. A p en as se le pasó el efecto de la
anestesia, de ángel no le quedó nada. Por los g ri­
tos me hacía acordar m ás bien a un an im al raro,
por ejemplo, una foca. U na foca con ham bre.
Tanto se quejaba y tan fu e rte que lo s o tro s
enfermos del piso (privilegiados com o y o , p o r­
que en este piso hay solam ente habitaciones para
A n a M aría S h u a 85

dos o cuatro personas) decidieron nom brar dele­


g ad os y fo rm ar u na co m isió n para so licitar su
traslado. N o pu d e dejar de sen tirm e o rg u llo so
de h aber sido, cuando m e tocó el turno, u n o p e ­
rado discreto y aguantador.
E l Presidente de la C o m isió n es un en ferm o
que está en el hospital desde hace m ucho, m ucho
tiem po. C onoce a todos los m édicos y las e n fe r­
m eras, se sabe tod os los chism es del h osp ital, y
suele andar por los pasillos em pujando el soporte
de su b o lsa de su ero , que le gotea c o n sta n te ­
m en te en el brazo. Y o lo. conocí cuando m e v in o
a traer el petitorio de traslado para que lo leyera
y lo firm ara. M e pareció apropiado: estaba redac­
tado en térm in o s correctos y tam bién severos.
P ero lo s ru id o s que escu ch o ahora no so n
gem id o s de operado. N i de puerta. (A la p u erta
de m i cuarto le falta aceite en las bisagras y c h i­
lla co m o u n gato. A v e c e s escu ch o de n o ch e
v ario s m au llid os: serán otras pu ertas o, q uizás,
otros gatos.) A h o ra se su m an a la sed las gan as
de hacer p is, y p en san d o en las m alas n o tic ia s
que m e d io el P resid en te de la C o m isió n m e
resu lta tod avía m ás d ifícil v o lv erm e a dorm ir.
Seg ú n él (y si él no lo sabe, en ton ces quién)
al director suplente es m u y d ifícil ubicarlo. Llega
tem pran o a la m añana, firm a y se va sin recib ir
a n ad ie . U n a v e z p o r sem an a se o cu p a de lo s
reclam os y los fo rm u lario s. A u n q u e en u n caso
se trata sim p le m e n te de p o n e r u n a firm a y en
86 S o y p a c ie n te

otro de m an ten er u n la rg o c o lo q u io co n lo s
pacientes quejosos, todos deben esperar su tu m o
en el m ism o orden. E s n ecesario so b o rn ar a la
secretaria para conseguir una audiencia, h ay que
hacer cola toda la n och e y, de tod os m o d o s, a los
acom odados lo s atien d e p rim e ro . T en go que
com unicarm e con el d o cto r Tracer com o sea: él
firm ó m i o rd en de in te rn a c ió n y él tien e que
sacarme de acá.
Está decidido: si no hago u n cam bio de aguas
no vo y a poder pegar lo s ojo s. La P ochi d u erm e
como un tronco; m e levan to descalzo y cam ino
despacito para no d esp ertarla. A u n q u e lo s ru i­
dos se siguen escuchando n ítid am en te y o trato
de ser m u y silen cioso. Si la P ochi m e oye m e va
a retar: por no despertarla para p ed irle el agua a
ella y por despertarla sirvién d o m ela yo.
Recién cuando v u e lv o a m i cam a en pu n tas
de pie (para hacer m e n o s ru id o p e ro ta m b ié n
para no apoyar toda la plan ta contra el p iso frío)
m e doy cuen ta de que la cam a de la P och i está
vacía. Me c o n fu n d ió la a lm o h ad a debajo de la
frazada, u na alm ohad a gorda que se parece a la
Pochi durm iendo.
Com o d o rm í con ella v a ria s v e c e s (¡sí m e
escuchara el n o vio !) ya le con ozco las c o stu m ­
bres. Sé que suele ten er in so m n io : habrá ido al
cuartito de la co cin a a c a le n ta rse u n p o c o de
leche, o a dar una v u e ltita p o r lo s largos co rre­
dores del h ospital.
A n a M aría S h u a 87

Y dale con los ru id o s, ahora m ezclados con


son id os de voces. U na vo z de hom bre, una vo z
de m ujer. N o d istin go las palabras. La c u rio si­
dad m e agarra de las so lap as del p iy am a y m e
hace levantar otra vez. En pu n tas de pie salgo al
pasillo y m e quedo parado al lado de la puerta de
la cocina.
D ebo haber hecho m ás ru ido del que su p o ­
nía porque la pu erta se abre de golpe y aparece
la cara fu rio sa del d o cto r G o ld farb . M ien tras
pon e en orden su s ropas m e grita tanto que le
tiem bla el bigote.
— Usted tiene prohibido, absolutamente p ro ­
hibido levantarse de la cam a, ¿m e o yó? — dice,
com o si con sem ejantes gritos hubiese podido
evitar oírlo.
Si el doctor sigue hablando en ese tono, va a
despertar a todos los enferm os del piso. Una falta
de consideración que la C o m isió n no dejaría de
tener en cuenta. Lo que m e parece incorrecto es
el volum en: por lo que dice no m e quejo, un poco
de razón tiene.
— ¿D e qué sirve todo el esfuerzo que estam os
haciendo por u sted si no cum p le con m is in s ­
trucciones? ¡Irresponsable!
M irando por sobre el hom bro y a través de la
in dignación del doctor G oldfarb veo en un rin ­
cón del cuartito, sentada sobre una m esita reba­
tible, a una m u je r que se arregla el p elo y m e
esconde tím idam ente la cara. M i prim era reac­
88 S o y p a c ie n te

ción es la com p ren sió n y la in d u lgen cia. El d o c­


tor es un h om bre jo v e n y atractivo . Q ue tenga
algún asuntito con una en ferm era no es de extra­
ñar. Me siento gen ero sam en te cóm plice. Pero él
sigue vociferando contra m í sin prestar atención
a m i buena d isp o sició n .
— Lo ú n ico que m e faltab a: u n pacien te sin
d iagn óstico p a se á n d o se p o r lo s p a s illo s en la
m itad de la n o ch e. C u an d o sep a lo que tien e,
¿qué m e espera?
Tanta fu ria m e obliga a sospechar. ¿E s p o s i­
ble que y o m ism o esté in v o lu c ra d o de algú n
m odo en los deslices del d octor? Trato de reco ­
nocer a la m u jer que se refu g ia en la oscuridad.
Y sí, es la P ochi. La b u e n a de m i p rim a P o ch i.
Oscilo entre el asom b ro y la in d ign ació n h asta
que veo al doctor G o ld farb en arbolar una je rin ­
ga: la aguja in d icad o ra cae en to n ces d e c id id a ­
m ente en el sector «m iedo». La P ochi, que m ás
que prim a es una am iga, trata de p ro tegerm e.
— No te pongas así, pobre m uchacho — le dice
al doctor— . Segu ro que n o lo h izo a p ro p ó sito .
— ¿A h , n o? ¿N o lo h izo a p ro p ó sito ? ¿ Y en ­
tonces qué? ¿E s so n ám b u lo ahora?
El doctor parece haber p erdid o de golpe todo
su sentido del hum or. N i siquiera es capaz de gu i­
ñar un ojo. Por su erte la P ochi pien sa en tod o y
en un m inuto se le o cu rre una so lu ció n que m e
evita la in yección de sedante. En tre lo s dos m e
traen el colchón y la alm oh ad a y lo p o n en en el
A n a M aría S h u a 89

cuartito de la cocina, sobre los m osaicos. Por esta


noche, el doctor m e p erm ite d o rm ir ahí, así se
evita que deba trasladarm e (descalzo, sobre los
m osaicos fríos) otra vez a m i pieza, por lo m enos
hasta que am anezca. C uando el doctor G oldfarb
m e v e otra ve z acostado, se tran qu iliza y hasta
v u elve a ser capaz de sonreír.
—-No se m e vaya a m o v er de acá hasta que lo
vengam os a b u scar— m e dice— . Y que tenga lin ­
dos su eños.
— Si escuchás ru id o s, no te asustes — agrega
la Pochi.
Y se v a n a m i pieza.
D o rm ir aquí no es tan m alo. El piso tiene sus
ven tajas y sus desven tajas. Q ue sea duro es una
v e n taja: re su lta b e n e fic io so para la colu m n a.
M ien tras trato de n o p e n sa r en las cucarachas
(las hay en toda cocina que se precie), m iro in tri­
gad ísim o la m esita rebatible del fondo. N o m e
explico cóm o podía so sten er el p eso de la Pochi:
yo en casa tengo una igual y apenas apoyo cu a l­
quier pavada, se vien e en banda.
Yo sabía que Iparraguirre no m e iba a fallar.
Los m uchachos vin iero n a ve rm e tod os ju n to s a
la salida del trabajo. La visita m e dio una gran ale­
gría y tam bién una diarrea m u y fu erte, porque
m e cam biaron por laxante u n o de los frasco s de
rem edios.
A n te s de lo s ú ltim o s su c eso s h ab ía estad o
esperando esa visita con m ucha ansiedad. P en ­
saba pedirles ayuda a lo s m u ch ach o s para salir
del hospital. Tenía dos p lan es que quería c o n ­
su ltar con ellos antes de p o n e rlo s en práctica.
U no consistía en p o n erm e la ropa de cualquiera
(de Puntín, por ejem plo, que es m ás o m en os de
m i tam año y m e da la im p resió n de que se baña
m ás seguido que otros), dejarlo a él en la pieza
vestido con m i piyam a y salir d isfrazad o , m e z ­
clado con los dem ás.
El otro plan era m ás arriesgado y m ás sim ple:
entre todos m e sacarían por la fuerza. Pero las nue­
Ana M aría S h u a 91

vas relaciones de la Pochi con el doctor G oldfarb


me hicieron desistir de todo proyecto de fuga. Ella
prom etió usar su influencia para conseguirm e en
breve una recom endación que m e perm itirá ver
al director suplente. Yo, que soy un buen ciuda­
dano, opto por la legalidad siem pre que puedo.
C u an d o lleg aro n , m is com p añ ero s estaban
tím id o s y no se an im ab an a en trar a la p ieza .
Lógico: a m í tam b ién m e p o n ían n e rv io so lo s
h o sp ita le s. Se q u e d aro n a m o n to n a d o s en el
p asillo , hab lan do en v o z bajita y o b stru yen d o
la circu lació n .
— Pasen — les decía yo.
Pero ellos no se decidían. M e p u se contento
cuando lo v i al D u q u e con la guitarra. Canta fo l­
klore que es una m aravilla.
Iparraguirre entró prim ero para dar el eje m ­
plo. M e ap o yó la m an o en el h o m b ro y apretó
fuerte.
— Te v as a curar pronto, pibe, te lo prom eto
yo — m e dijo, con esa vo z seria y p ro fu n d a que
se usa para darle confianza a los desahuciados.
D esp u és fu eron entrando los otros, de a uno.
T o d avía h ablaban b ajito y n in g u n o se d irig ía
d irectam en te a m í, excepto para p reg u n tarm e
cóm o m e sentía. La pieza se llenó de olor a lim ón :
era el p e rfu m e que usa C ecilia para d isim u lar la
transpiración. A Cecilia, eso sí, nadie se anim a a
cargarla porque es la jefa de personal: si se hacen
m ucho los v iv o s, los vu elve locos con el horario.
92 S o y p a c ie n te

Una chica que no conocía m e entregó e! ram o


de flores con un beso en la m ejilla. Lástim a que
por llevarle la contra a la en ferm era jefe yo e stu ­
viera tan mal afeitado. So sp ech é que se trataba
de mi reem plazante: p o r algo e stu v o tan c a ri­
ñosa.
Poco a poco em pezaron a tom ar con fian za y
se largaron a con tar ch istes: Fraga y el D u q u e
siempre tienen alguno nuevo. Tantos contaron
y tan verdes que de a ratos m e parecía estar en
un velorio. C ecilia se reía m ás fu e rte que lo s
demás para dem ostrar que, aunque la hubieran
ascendido, seguía siendo com pañera.
— Cuando controla la plan illa del horario, te
juro que no se ríe tanto la m u y turra — m e dijo
bajito Puntín.
Fraga sacó del b o lsillo u n largo p e d a z o de
papel higiénico enrollado, donde habían escrito
el poema com puesto en m i honor. El que escribe
los poemas es el D uque, tiene una facilid ad b ár­
bara para la rima. En este poem a rim aba vago, con
lumbago y fiacuna con vacuna.
Estaban especialm ente alegres porq ue al día
siguiente había asueto. A m í el trabajo nunca m e
entusiasm ó, pero p o r lo m e n o s ten ía d ías de
asueto, vacaciones y los fin es de sem ana. En el
hospital, en cambio, no hay d om in go que valga.
Una de las chicas bajó a com prar algo para fes­
tejar y volvió con varias botellas de vin o , pan y
fiambre. En dos m inutos m e llenaron la cam a de
A n a M a ría S h u a 93

m igu itas. Y o por el v in o tenía m iedo: si llegaba


a en trar la e n fe rm e ra je fe , n i p e n sa r la que se
arm aba.
E l D u q u e d esen fu n d ó la vio la y em pezaron
a cantar. Los v a so s no alcan zab an y m u ch o s
tom aban directam ente de la botella. Puntín 'trató
de hacerm e tom ar a la fu erza, pero yo tenía los
dientes bien apretados y al vo lcarm e el v in o en
la b oca m e ensució todo el piyam a. Las m anchas
de v in o , m e preguntaba yo , ¿saldrán en el lava-
rropas?
Prim ero cantaron folklore, guiados por la vo z
fin ita y bien entonada del D u q u e. Y o trataba de
seguirlos pero no m e daba el aliento y m e em p e­
zaba a doler la cabeza. En cualquier m om en to se
pod ía aparecer el Presidente de la C o m isió n de
P iso p ro testan d o p o r lo s ru id o s m o lesto s. Les
pedí que bajaran la vo z, pero estaban dem asiado
en tu siasm ad os. Por falta de lugar no se arm ó u n
bailongo.
— ¿S e acu erd an cu a n d o lo vin im o s, a v e r al
flaco M en docita? — pregu ntó Fraga.
A lgu n o s se acordaban y otros no, porque hace
ya m u ch o s años que el flaco M en docita se cayó
de cabeza por las escaleras y los nu evos no lo lle ­
garon a conocer.
— Calíate, lech u zó n — le dijo C ecilia, que es
de las v iejas y se acordaba bien de cóm o salió del
hospital el pobre flaco: con los pies para adelante.
— C o n la e x c u sa de la c o n m o c ió n cerebral,
94 S o y p a c ie n te

el desgraciado del d o c to r n o s h iz o sa lir de la


pieza en lo m ejor de la farra. Y p en sar la falta
que le hacía al pobre flaco u n p o co de a n im a ­
ción.
Para cambiar de tem a Z u lem a se pu so u na de
las flores en el pelo y em pezó a zapatear a la espa­
ñola. El Duque la acom pañaba con la gu itarra y
los demás formaron una rueda alrededor. «Olé»,
le gritaban. Desde la cam a yo m e estab a p e r­
diendo lo mejor del espectáculo.
M ientras se pasaban u n a b o tella de v in o
em pezaron a cantar esa m u siqu ita que se oye en
los estriptís. Zulem a se sacó la flor del pelo y se
la tiró a Puntín, que la olió h on d o con cara de
embobado. Después se sacó el saco y lo dejó caer
con un m ovim ien to que a ella debía parecerle
lánguido y sensual.
— Que siga, que s ig a — gritaban todos.
Pero ella volvió a pon erse el saco rién d ose y
no les hizo caso.
— ¿Q ué m édico te está aten d ien d o ? — m e
preguntó Iparraguirre, que había tom ado m enos
que los demás pero igual tenía el aliento bastante
fuerte.
Le m encioné al d o cto r T racer y al d octor
Goldfarb. Iparraguirre m o vió la cabeza com pa­
sivo.
— Es un error: tendrías que estar en m an os
de mi prim o G oyo: jefe de sala a los treinta p iru ­
los, un carrerón.
A n a M aría S h u a 95

— Perdón, pero nunca puede ser m ejo r que el


d octor B asualdo, G erv asio B asu ald o , u n h o m ­
bre m ayor y con m uchísim a experiencia — inter­
v in o C e c ilia — . A m i cu ñ ad a la sacó a flo te
cuando tod os la daban por perdida.
Fraga, que tam b ién estaba escu ch an d o , m e
recom endó a su oculista.
— H ay m ile s de cosas que al fin a l so n de la
vista y los clínicos no se avivan . A u n conocido
m ío lo iban a operar de un tu m o r en la cabeza y
al final lo arreglaron con un buen par de an teo­
jos.
Z u lem a conocía a un den tista m u y buen o y
P u n tín se acordó de que tenía u n p lo m ero que
ven ía a la prim era llam ada.
—-Eso sí que es una perla — com en tó Fraga.
Y tod os estu viero n de acuerdo. El p lom ero
de P un tín fu e un éxito. H asta y o tom é n ota de
su n ú m e ro de teléfo n o , p en san d o que en m i
d ep a rtam en to siem p re ten go p ro b le m a s de
hum edad en las paredes.
Creo que lo m ejor de la reu nión fu e la llegada
de la m onjita. Por la puerta entornada se asom ó
su carita de m an zan a arru gad a y so n rien te .
C o m o es tan discreta, no quiso in terru m p ir y se
hubiera retirado si entre P untín y la chica nueva
no la hubieran agarrado para m eterla adentro de
la pieza.
— ¿M iedo ústed tiene? — m e d ijo la m onjita,
un poco desconcertada pero tratando de dem o s­
96 S o y p a c ie n te

trar que a pesar de todos los cam bios h a y v a lo ­


res en la vida que perm anecen in m u tab les.
—Hágase amiga, h erm an a— le dijo Fraga, sin
dejarme contestar.
Y la convidó con un vaso de vin o . Pensé que
no iba a aceptar, pero ella lo tom ó tím id am en te
y bebió unos sorbos. Z ulem a v o lv ió a llenarle el
vaso enseguida.
Al principio la herm ana p erm an e ció sile n ­
ciosa y apartada. Cuando el D uque v o lv ió a tocar
una zamba, no participó en el coro con los dem ás.
Pero después de un rato, con su carita-m an zan a
colorada com o un tom ate, p id ió sile n c io . Y
comenzó a recitar:

Erre con erre guitarra,


erre con erre barril,
qué rápido ruedan las ruedas,
las ruedas del ferrocarril.

Los muchachos le enseñaron a decir «María


Chuzena su choza techaba »»y la felicitaron calu ­
rosamente al despedirse.
Todavía no se habían ido cuan do em p ecé a
sentir los prim eros esp asm o s y re to rc ijo n e s.
Ahora pienso que ya debía estar haciendo efecto
el laxante que me p u sieron en el fra sco de lo s
remedios. Apenas llegaron m e había tom ado una
capsulita.
Me metí en el baño para aliviarm e y tam b ién
A n a M aría S h u a 97

para descansar un poco. C uan do quise salir, m e


di cuenta de que m e habían encerrado por fu era.
Para serenarm e respiré h on do y ju n té los dedos
en la p o sició n Psi, pen san do que m e iban a dejar
salir enseguida. El bañito es m u y chico y tenía la
sen sació n de que las p ared es avan zab an sob re
m í. Por debajo de la pu erta, los m u ch ach os m e
p asab an p a p e lito s que d ecían , p o r e je m p lo ,
«Fuerza, h erm an o, fuerza».
A g u an té todo lo que pu de, p ero cuando m e
di cuenta de que pensaban irse dejándom e en ce­
rrad o , a flo jé y m e p u se a g rita r y a p atear la
puerta.
— Si cantás el arroz con leche te dejam os salir
— decía P un tín, ven gán d o se de m ás de u n a que
y o le hice cuando estaba sano. C anté dos veces
el arroz con leche y siete veces el arrorró h asta
n otar que los ru id o s em pezaban a d ism in uir.
A la m añ an a sigu ien te la en ferm era je fe m e
abrió la puerta del baño con u n a de las gan zú as
que suele u tilizar en su s v isita s de in sp ecció n .
C am iné por la pieza tam baleándom e y caí sobre
la cama. Por prim era vez desde que entré en el h o s­
pital, sentía una extraña sensación de libertad.
Y o pregunto: ¿cómo se las hubiera arreglado
P ap illo n para guardar su «estuche» si cada d o s
por tres le hubieran hecho un colon p o r en em a?
Papillon está en el baño de la p risió n cuan do u n
com pañero se acerca para pedirle que le guarde
su estuche por unos días: tiene disentería. Él, que
es un m uchacho generoso, acepta in tro d u cirse
los dos. N o sé si hago bien en leer este libro: todo
el tiem po m e hace pensar en m is h em o rro id es.
D ebería vo lver a una dé las novelas que m e rega­
laron por error: transcurre en el Polo N orte y eso
resulta refrescante. Desde m uy tem prano siento
h oy una picazón que me recorre tod o el cu erp o.
Trato de no rascarm e.
La Pochi se lleva cada tanto m is sábanas flo ­
readas para m eterlas en su la va rro p as y ten g o
que u sa r las que tienen aquí. So n b lan cas, con
algunos rem iendos, pero no de poliéster. Y o creí
que m e había acostum brado y h asta les e m p e ­
A n a M aría S h u a 99

zaba a tom ar cariño. Sin em bargo, ya les esto y


echando la culpa de la picazón : quién sabe qué
tuberculoso las habrá usado. Otro fracaso de m is
ejercicio s de C o n tro l M en tal: p o r m ás que m e
relajo, no deja de picarm e todo el cuerpo.
D ejo los libros sobre la m esita de luz y reviso
las sábanas. Cuando veo a los bichos chiquitos y
negros corriendo sobre la superficie blanca, pienso
prim ero en una alucinación. Son tan chicos que
las patitas no se distinguen. Se deslizan como goti-
tas de m ercu rio negro. A p elan d o a todos m is
recursos consigo ejercer control sobre los m o v i­
m ientos espasm ódicos de m i cuerpo. Siempre m e
desagradaron los insectos. A las avispas les tengo
m iedo. Los grillos y las langostas no m e gustan ni
m edio. Los caracoles no son insectos-pero m e dan
asco. Estos bichitos negros cam inando sobre m i
cuerpo m e aterrorizan.
Para dom inar el pánico es m ejor m antenerm e
así, in m ó v il, tratando de olvidarlos. N o existen.
N o son reales. Son un producto de m i fantasía.
So n b ich ito s m ad e in b o ch o , trato de p en sar,
m ientras los siento deslizarse sobre m i piel como
si fu era una pista de-patinaje. Y la picazón , sin
parar.
A la hora de costum bre pasa la en ferm era de
la m añana. ¿Se lo digo? Tengo m iedo de que se
ría de m í, de que m e grite, de que se enoje, pero
sobre todo tengo m iedo de que no vea lo. m ism o
que v e o yo.
100 S o y p a c ie n te

Por suerte ella no n ecesita m ás que m i silen ­


cio y una m irada a m i cam a para hacerse cargo
de la situación.
— ¡Sarnoso! — m e dice con d esp recio— . Las
cosas que h ay que hacer p o r el su eld o que n o s
pagan.
Y se v a a lla m a r a la e n fe rm e ra je fe , le v a n ­
tando el ruedo de su g u ard ap o lvo blanco com o
si en lu gar de c u b rirle a p en as las ro d illa s, se
arrastrara p o r el p iso in fe c ta d o . E n to n c e s, lo s
bichos son reales. U n escándalo: lo p rim ero que
le voy a reclam ar al d o cto r T racer en cuanto lo
vea (¿lo veré?) es u n p o co m ás de higien e. A m i
libretita de anotacion es no la extrañ o: h ay q u e­
jas que no se olvidan .
La enferm era jefe, una m u jer de agallas, no se
asusta cuando v e a los in vaso res. E n realidad, n i
siquiera se sorpren de. T om a u n o de los b ich itos
entre el índice y el p u lgar y lo exam in a con una
. lupa. Parece que le gu sta lo que ve, p o rq u e so n ­
ríe como si se hubiera en con trado con u n v ie jo
conocido.
Es una vergü en za, m e dice, que u n ho m bre
grande com o yo se asu ste p o r u n o s b ich ito s tan
chiquitos que son an im alito s de D io s y tam bién
tienen derecho a v iv ir en este m u n d o que una
persona com o ella am an te de la s p la n ta s está
acostumbrada a tratar con lo s in secto s que algu ­
nos serán una plaga p ero otros so n u n b en eficio
para los vegetales y para toda la com unidad com o
A n a M aría S h u a 10 1

por ejem p lo el gu san o de seda que tam b ién es


un bicho.
— Le v a m o s a d e sin fe c ta r la p ieza — m e
explica— . Se hace tod os lo s años: son los p io jos
de las palom as.
M e p o n g o u n p iy a m a lim p io y m e sien to
afuera, en un banco del p asillo , a esperar que lle ­
gue el personal de desinfección. Parece que todos
los años les deshacen el nido a las palom as y ellas
v u e lv e n a arm arlo siem p re en el m ism o lugar.
A n tes las quería y las en vidiaba. A h o ra las odio
pero las com p adezco: y o , que corro p eligro de
que m e d e sa lo je n , las c o m p ren d o b ien . E n la
jerga del h ospital, a esta habitación la llam an «La
Piojera». H aberlo sabido.
— A rrib a las m an os y afu era la len gua — m e
dice el doctor Goldfarb que pasa en ese m om ento
por el p asillo , apu n tán d om e con el dedo com o
si fu era u n revó lver.
D e golpe, una revelació n : ésta es m i o p o rtu ­
nidad. Y a la o p o rtu n id ad h ay que cazarla de las
orejas. Le pro p on go al d octor G o ld farb (d istraí­
dam ente, com o si no tu viera m ucha im p o rta n ­
cia para m í) que m e dé u n pase tran sitorio para
irm e a m i casa m ien tras p o n en la pieza en co n ­
diciones. N ada tan fo rm al com o la tarjetita rosa,
nada tan irrevocable. U n papelucho sin im p o r­
tancia, válid o solam en te p o r vein ticu atro horas.
— D e ninguna m a n e ra — dice el doctor G o ld ­
farb m u y serio— . E so es com p eten cia del d irec­
102 S o y p a c ie n te

tor. Yo no puedo autorizar que u n paciente m ío


se vuelva a la casa enferm o — y agrega, guiñando,
el ojo izquierdo— : ¡O m uertos o curados!
Con la ayuda de la enferm era jefe, el do cto r
trata de encontrarme otra ubicación en el h o s ­
pital, una cama donde pueda esp erar q ue te r­
mine la desinfección. Si pretenden hacerm e que­
dar un solo día en la Sala de H om bres, m e v o y a
resistir. Los internados no son m ala gente, pero
tengo la im presión de que son m u y d u ros con
los novatos. Estar allí por un día solo m e ob liga­
ría a pasar por todas las penurias de la in iciación
sin llegar a disfrutar nunca de las ventajas de los
iniciados.
Pero ni siquiera en la Sala G en eral h ay una
cama libre. El hospital está com pleto, llen o de
enferm os hasta el tope.
— ¿Q ué pasa? — pregunto yo , que hace
mucho que no leo los diarios— . ¿H ay una e p i­
demia?
— No, qué epidemia — se queja la enferm era
jefe— . Es que al final no se puede atender bien a
la gente. Se sienten tan cóm odos que ya no se
quieren ir. _
— No es sólo eso: también uno les va tom an- .
do cariño, diga la verdad — dice el doctor, p a l­
meando amigablemente sus anchos hom bros— .
¿O me va a decir que a sus preferidos usted los deja
irse así nomás? —y guiña un ojo.
En todo caso, tenemos que enfrentarnos con
A n a M a ría S h u a 103

una realidad inm odificable: en el hospital no hay


lugar para m í. Tem o que si siguen entrando e n ­
ferm os pronto m e pongan un com pañero de p ie­
za. Y o no soy egoísta, pero en m i cuarto prefiero
estar solo. Supon gam os que m e toque un co m ­
pañero que no grite de noche. Su po n gam os que
no se le dé por ocupar el baño a las m ism as horas
en que lo necesito yo. Su p on gam os que no sea
sucio n i desordenado. Supon gam os que la Pochi
se pueda quedar a dorm ir de tod os m od o s (aun­
que lo hace cada ve z con m e n o s frecu en cia).
S u p o n g a m o s que nun ca m e u se el cepillo, de
dientes. Su pon gam os que ni siquiera sea con ta­
gioso. A u n así la idea de recibir otra vez visitas
ajenas m e resulta intolerable. A m i pieza, ú lti­
m am en te, entra poca gente, pero todos vien en
a ve rm e a m í.
E l doctor se sienta al lado m ío y con la cabeza
entre las m an os b u sca u n a so lu c ió n a n u estro
problem a. M i casa y el h o sp ital están excluidos.
En su co n su lto rio p rivad o dice no ten er lu g ar
para m í. Por fin se le ocurre una idea en la que u n
in terlocutor avisado, com o yo , puede descubrir
la in flu en cia de la Pochi y su gran sentido prác­
tico. D ecid e pon er a m i d isp o sició n u na de las
am b u lan cias del h o sp ita l para que m e lle v e a
p asear p o r la ciu d ad m ie n tra s d e sin fe c ta n la
pieza.
—-Por favor, no lo vaya a tom ar com o u n a
m uestra de desconfianza — dice, m ientras ajusta
104 S o y p a c ie n te

las correas que m e atañ a la cam illa— . Es una sim ­


ple precaución a la que nos obliga el reglam ento.
Mientras m e ubican en el veh ículo, el doctor
habla con el chofer. Las instrucciones son claras:
debe llevarme a pasear durante todo el día y tra­
erme de vuelta al hospital a las ocho en punto de
la noche. Le recom ienda evitar las calles del cen­
tro en razón de lo s gases tó xico s que d esp id en
los vehículos y, por razones sim ilares, la zona del
Riachuelo. Le aconseja en cam bio que m e lleve a
Palermo y a la C o stan era, donde el aire es m ás
puro.
Me gusta el chofer. Es u n h o m bre sen cillo ,
peludo y amable que m e trata con respeto. C h ar­
lando, entramos en confianza y m e pone al tanto
de algunas de las cosas que pasan en el h ospital.
Parece m u y b ien in fo rm a d o . E s ló g ico : él se
entera de lo que se cocina entre bam balinas. Los
enferm os n os te n e m o s que c o n fo rm a r con el
espectáculo. Presto m ucha atención para pasarle
datos al Presidente de la C o m isión de Piso.
De la enferm era jefe no habla mucho: se ve que
es un hombre discreto y le tiene aprecio o, tal vez,
un poco de m iedo. Contra el doctor G oldfarb se
despacha. Si le tengo que creer, el doctor es un
picaflor y u n veleta: no deja títere con cabeza.
Hasta tiene p en d ien te un sum ario por haberse
metido con una paciente m enor de edad.
— Por lo m en os la piba ésa estaba b u e n a — a-
prueba el ch o fer— . Pero al doctor le da lo m is ­
A n a M a ría S h u a 105

m o cu a lq u ie r cosa, es capaz de p iro b arse u n a


pu erta. C on decirle que se le tiró a la en ferm era
je fe .
E sta ú ltim a h azañ a m e p arece en v e rd a d
in co n cebib le y m e sien to m u y aliviad o (por el
doctor) al saber que no logró con su m ar sus p ro ­
p ó sito s. A la Pochi no le v a a gu star enterarse de
estas historias. Contárselas ¿es m i deber? N o sé,
no sé, la Pochi m e aseguró que está m u y cerca de
o b ten er para m í la d esead a e n tre v ista con el
director. Si rom pe con el doctor, tem o que pierda
parte de su in flu en cia.
D e lo s tem as generales p asam os con el ch o ­
fer a lo s tem as p erson ales. M e cuenta, así, algu ­
n os d etalles in teresan tes sobre su trabajo y su
v id a p rivad a. C on el su eldo que le pagan no le
alcanza para nada, entre otras cosas porque está
p ag an d o las c u o ta s de u n d e p a rta m en to que
com pró para casarse.
— Ese departam entito de m orondanga m e es­
tá saliendo m ás guita que u na francesa loca — se
confía— . Por eso tengo que aprovechar la am b u ­
lancia para hacer algunas changuitas.
H o y le toca un reparto de prepizzas. Param os
ju n to al cordón y el chofer se quita la bata blanca.
Sus b razos p eludos saliendo de las m an gas de la
cam isa a cu ad ros so n tran q u iliz ad o res. C o n la
bata, en cam bio, parecía u n carnicero.
— Si m e da su p alab ra de n o e scap arse, le
d esato las co rreas y m e da u n a m an ito , así se
106 S o y p a c ie n te

siente ú til. Y o sé lo que es estar en ferm o: lo p eo r


es sen tir que u n o no sirve para nada.
En la panificadora levantam os las cajas de pre-
p izzas. M e sie n to satisfech o al v e r que están
correcta y h erm éticam en te en vasad as. P or u n
m om en to tem í que un reparto de prep izzas no
fuera u n a tarea lo bastante higiénica para reali­
zar en am bulan cia.
El rep arto está m u y bien organizado. C u a n ­
do los alm acen eros escuchan la sirena de la a m ­
bulancia salein a la calle a recibir la m ercadería.
Eso le ah o rra m u ch o tiem p o , sin con tar lo s s e ­
m áfo ro s q u e p asa en ro jo con la siren a a tod o
lo que da.
A l fin al del día m e siento absolutam ente ago ­
tado y a d u ras p en as logro alcanzarle al ch o fer
las ú ltim as cajas. M e pregunto si tanto ejercicio
me hará bien .
— A u sted esto le vien e un kilo —-dice el ch o ­
fer, com o si hu biera escuchado m i pregunta— .
Con la su d ació n , la en ferm edad se lé va saliendo
por los p o ro s.
Cuando m e trae de vuelta al hospital es ya m u y
tarde. M e ayud a a subir las escaleras llevándom e
a babuchas y m e deja en el p asillo que da a m i
pieza. Q u ed am o s en v o lv e r a vern os pronto. Es
un buen m uchacho. U n aliado m otorizado den­
tro del h o spital puede llegar a ser m u y útil.
Entro a m i p ie z a co n cierta ap ren sió n , d is ­
puesto a d esh acer com p letam en te m i cam a para
A n a M a ría S h u a 107

controlar la ausencia de an im alitos de cualquier


esp ecie paseán d ose sobre las sábanas. A p e n a s
abro la puerta, una vaharada de fo rm o ! m e hace
retroceder y ya no tengo que revisar nada: n in ­
gún ser vivien te podría haber sobrevivido en esa
atm ósfera, apta sólo para con servar cadáveres.
D esp u és de elim in ar el n ido de las palom as, el
personal de desinfección ha im pregnado los col­
chones con form ol. El aire tiene un espesor y una
rigidez m etálicas: se asienta en los pulm ones con
la delicadeza de u n bloque de plom o.
E sto y parado en la p u erta de la h ab itación ,
dudando, cuando una de las nocheras m e ve y se
acerca para ayudarm e. Está de m u y m al hum or.
A pu n tán d o m e con la lin terna m e hace retroce­
der hasta forzarm e a entrar en la pieza y se pone
delante del van o de la p u erta para cortarm e la
retirada.
— ¿A d o n d e e stu v o tod o el día? — m e p re ­
gunta de m al m odo— . ¿Por qué volvió tan tarde?
El doctor Tracer pasó a las siete y no lo en con ­
tró. M e levan tó en peso.
¡El doctor Tracer! Escuchar su nom bre en boca
de u n a en ferm era m e resulta tan sorprendente
com o oír a un dem onio pronunciando el nom bre
de D io s en el in fiern o. La noticia m e sacude: el
doctor Tracer ha pasado h o y por el hospital; quién
sabe cuándo le tocará su próxim a visita.
— U ste d tiene que ten er u n poco de re sp e ­
to p o r la gen te que trabaja — sigu e la e n fe rm e ­
108 S o y p a c ie n te

ra, recordándom e, de p aso , m i co n d ició n de v a ­


go— . Si no se m ete en seguida en su cam a, m e va
a com prom eter a m í.
Los vapores de fo rm o ! están hacien do de las
suyas con m i pobre cabeza. Pero no ten go o p ­
ción. Sé que el chofer está de guardia y que m e
permitiría dorm ir en la am bulan cia. Sé tam b ién
que por las n oches su ele alq u ilarla p o r h o ras a
jóvenes parejas. S e r u n tercero en esto s caso s
puede resultar in cóm odo.
M areado, llego h asta m i cam a y caigo d e s ­
plomado sobre el colchón com o u n títere al que
le cortan los hilos de u n sablazo. P ensando en la
carta que v o y a escrib irle al d o cto r T racer (m e
importa justificar m i ausencia) para que la Pochi
se la lleve, m e quedo d o rm id o o, tal v e z , sem i-
desmayado.
Por fin m e con sigu ió la Pochi la fam osa reco­
m en d ación para v er al director. Ese m ism o día
m e hice m an d ar al fo tó g ra fo de la m atern id ad
para que m e sacara la foto que va en la tarjetita
rosa. La entrada del fo tógrafo coincidió con una
de las raras (y cada v e z m ás raras) v isita s de la
P och i. A l p rin c ip io se q u ed ó m irán d o n o s u n
p o co aso m b rad o : era evid e n te que no c o in c i­
d íam os con sus clientes hab ituales. Pero en se­
guida se rehízo y asu m ió su rutina profesional.
— E s u na lástim a que no m e hayan llam ado
antes, señora — le dijo a la Pochi, observando m i
cabeza.
D esd e que m e la afeitaron para la operación
el pelo ha crecido bastante y parezco una esp e­
cie de pu ercoespín.
— U n a verdadera lástim a, señora, haber d e­
jado pasar tanto tiem po: ¡peladitos son tan am o­
rosos!
110 S o y p a c ie n te

A los dos días m e entregó las copias, que salie­


ron bastante bien. Ya las adjunté con un clip al
form ulario.
S in em bargo, la en trevista con el d irector
todavía está lejos. Todo lo que consiguió la Pochi
es u n a carta de reco m en d ació n para el titular,
que por el m om en to sigue ausente.
— Es m ucho m ejo r así — m e dijo, para con­
so larm e— . El d irector suplente no es una p er­
sona accesible y quién sabe si hubiera autorizado
tu egreso.
E s curioso, pero ya no tengo tanta urgencia
p or con segu ir el pase de salida. Esta pieza, que
al p rin cipio m e parecía tan in cóm oda, ya es m i
casa. En el h o sp ital tengo am igos y conocidos.
A fu e ra , ¿q u ién se acuerda de m í? Ya ni siquiera
m i tía vien e a visitarm e y m e m anda con la Pochi
las cartas de m i herm ano. D esde que está en Bra­
sil v ien en tan cen surad as que apenas quedan el
saludo inicial y el abrazo de despedida. Las farras
que se estará m an d an d o esté desgraciado.
. A h o ra q u e y a ten go la carta de recom en da­
ción no tu ve in con venien te en contarle a la Pochi
las cosas q u e sé sobre el doctor G oldfarb. Entre
otras, que es u n h o m b re casado. A ella no pare­
ció p reo cu p arle m u cho.
-— R o m p í co n ese señ or — m e dijo — . Es una
m ente b rilla n te , p ero le falta capacidad de amar.
M i d iag n ó stico parece tan lejano com o el p ri­
m er día. U n d ía m e sacan sangre del brazo iz ­
A n a M aría S h u a

quierdo y el otro del brazo derecho. Y a los tengo


tan llen os de pinchazos que parezco u n droga-
dicto de las películas.
M e han hecho innum erables análisis de m ate­
rias fecales, de espu to, de sem en , de orin a, de
tran spiración , de la cera que se acum ula en m is
oídos, de la secreción m ucosa de m i nariz, de las
lá g rim a s, de la m ateria le v e m e n te grasa que
exuda m i cuero cabelludo.
M e sacaron radiografías de pu lm ón , de intes­
tino, de estóm ago, de huesos, de hígado, de pán­
creas y de otros órganos d iversos; m e hicieron
arte rio g ra m as, cateterism o s, cen tello gram as,
electroen cefalogram as y electrocard iogram as,
dos de ellos de esfuerzo. (Para el segundo tuve
que rescatar la pelota con que los m édicos ju e ­
gan picados en el patio del hospital y que siem ­
pre v a a parar al fondo de un vecino.) Tam bién
p asé p o r v a ria s en d o sco p ia s, u n a tom o grafía
axial com putada, y otros exám enes cuyos n o m ­
bres ya no recuerdo.
P ero ahora el d o cto r G o ld farb ha d ecidido
em plear conm igo un m étodo n uevo y para eso
han dejado de hacerm e pruebas, análisis y estu ­
d io s al azar o relacionados con m is m u y varia ­
d o s sín to m as. D esd e la sem an a pasada se está
hacien do u n exam en exhaustivo de cada una de
las partes de m i cuerpo, em pezando por los dos
extrem o s, la cabeza y las extrem idades in ferio ­
res. A la altura del esternón, los resultados debe­
112 S o y p a c ie n te

rían coincidir en un diagnóstico definitivo. Ayer,


por ejemplo, m e h icieron u n n u evo electro en ­
cefalograma y me tom aron m u estras de los h o n ­
gos que tengo entre los dedos de los pies.
— ¿Doctor, cuándo vam o s a term in ar con los
análisis?
— Piense un poco — con testa él, com o si yo
pudiera hacer otra cosa que p en sar y p en sar— .
En el m undo se realizan con tin uam en te n u evo s
descubrim ientos a nivel de diagn óstico clínico.
Todos los días, en algún rem oto lu gar de la tie­
rra, un abnegado in vestigad or (que no siem pre
cuenta con subsidios de su gobierno) descubre
algún nuevo estu d io, u n m é to d o de an álisis
nunca antes exp erim en tad o . E se m éto d o será
ensayado en prim er lugar en anim ales de lab o ­
ratorio, com o cobayos y aves, lu ego en m o n o s y
finalmente en seres hum anos. Los resu ltados se
llevan a congresos internacionales, se publican
en revistas científicas, se d ivu lgan poco a poco
entre los especialistas correspondientes y llegan
por fin a usted. Y quiere que yo le diga cuándo
vam os a term inar con los análisis. V am os, h o m ­
bre, es casi un insulto. Es com o si m e preguntara
cuándo vam os a term inar con la ciencia m édica,
o cuándo vam o s a term inar con la c iv ilizació n
occidental.
Y el doctor Goldfarb m e guiña el ojo izqu ier­
do. Yo m e pregunto, el ojo derecho, ¿no lo podrá
guiñar?
— Q ué ojeroso se lo v e — dice M adam e V eró ­
nica solícita— . U sted no está durm iendo bien de
n oche, dígam e la verd ad .
M ad am e V eró n ica es u n a p erso n a m u y im ­
p ortan te. Su p o d er sobre m í es tan grande que
toda m uestra de respeto m e parece in su ficien te:
es la d u eñ a de m i d ep artam en to . D e su b u en a
vo lu n tad depen de m i fu tu ro .
‘ T ien e cin cu en ta y cinco años y el pelo teñido
de negro con reflejo s azu lados. Si fu era valien te
le diría que ese color no v a con su cutis de p e li­
rro ja b lan co lech e y co n u n v e llo ru b io m u y
espeso que resalta al traslu z. Prefiero ser cortés:
una palabra equivocada sería irreparable. M e g u s­
tan sus ojo s, m u y gran des y azu l-vio leta , igu a-
lito s a lo s de E liz a b e th T aylo r. La h ija n o lo s
heredó.
—-Qué lindos ojos tiene usted, M adam e V eró­
nica — le digo.
114 S o y p a c ie n te

— No hace falta que se ponga zalam ero — dice


la hija— . Usted, a m am á, ya se la tiene com prada.
— A y — dice M adam e V erónica— . N o sabe lo
que me pasa por adentro de verlo así. ¿C ó m o se
siente?
— Bastante bien — contesto yo , para que no
crean que estoy tratando de que m e tengan lá s­
tima. Pero d esm ien to m is p alab ras co n u n a
mueca de dolor porque esto y tratando, p re c isa ­
mente, de que m e tengan lástim a.
De m i habilidad, de m i pod er de p ersu asió n ,
depende la posibilidad de con servar el d ep arta­
mento unos m eses m ás. E sto y d isp u esto a ad u ­
lar, a gritar, a sonreír, a com prender, a m entir.
Madam e V erónica es u n a señ ora v iu d a que
se dedica a la en señanza del fran cés. Por eso la
llam an tod os M ad am e V e ró n ic a . Si p u d ie ra
hablar solo con ella, m i tarea sería m ás sen cilla.
Estando la hija presen te, y a no sé có m o e m p e ­
zar. Ellas no hablan de departam entos n i de con ­
tratos, sino de e n fe rm e d a d e s, o p e ra c io n e s y
radiografías. En otra o p o rtu n id ad , el tem a m e
resultaría fascin an te. G racias a m i estadía en el
hospital he ad q u irid o u n v o c a b u la rio q u e le
daría e n v id ia a m ás de u n v is ita d o r m é d ic o .
Finalm ente, so y el p rim ero en referirse al v e n ­
cim iento del contrato.
— Yo vin e solam ente para hacerle com pañía
y no para hablar de n eg o c io s — dice M ad am e
Verónica.
A n a M a ría S h u a 115

— A d em ás, renovarle el contrato es im p o si­


ble — agrega la hija.
— H ija, no hables así, ¿no ves que el señor está
en ferm o ?
— Y o contra u sted no tengo nada — m e dice
la h ija — . Pero el d ep artam en to está b astan te
deteriorado. Lo m en os que podría haber hecho
en to d o s estos años era p asarle una m an ito de
p in tu ra. Lo m en os.
— Por favo r, no q u isiera que se fo rm e u n a
m ala im presión de m i hija. U sted sabe cóm o son
los jó v e n e s, piensan prim ero en ellos.
—-Mi m am á es m u y b u en a, pero a veces no
sabe defen d er sus intereses. M ire, le p ro p o n go
una cosa: yo le v o y a plantear el caso im parcial-
m en te y u sted m ism o m e va a decir q uién tiene
la razón .
La hija de M adam e V erónica es dem oledora-
m e n te im p arcial. Tanto, que cu esta creer que
pueda tener algún interés perso n al en el asunto.
D escrib e el caso con térm inos ju ríd ico s, rig u ro ­
sos, desapasionados. En vez de decir «mi mamá»
dice «el locador».
M ien tras habla, la m adre la m ira con orgullo
ap lau d ien d o con d iscreció n c ie rto s p á rra fo s.
O tros lo s repite a coro con ella, m o v ie n d o lo s
lab io s sin em itir son ido. La chica habla de c o ­
rrid o , m u y rápido, sin dar lu gar a in te rru p c io ­
nes. Por las in flexio n es estu d iad as de su v o z y
los ad em an es con que acom paña algunas pala­
^ -¡ 5 S o y p a c ie n te

bras, tengo la sospecha de que está recitan do de


priemoria.
En los pasajes m ás notables p o r la retórica de
]a frase o por la contundencia de los arg u m en ­
tos, M adam e V e ró n ic a 'm e ro za le v e m e n te el
codo para que no m e d istraiga y lo s aprecie en
todo su valor.
— Ya está en quinto año de derecho — m e dice
bajito en el oído.
La hija term ina su exposición con una opción
tajante. O firm o el contrato de d esalo jo y q u e ­
d a m o s am igos, o m e inicia u n ju icio que no ten ­
go n i n g u n a po sib ilid ad de ganar. Si m e decido
por el juicio y lo pierdo, tendré que pagar las cos­
tas m ás daños y perju icios.
En e l discurso hay un breve párrafo final sepa­
r a d o por una larga pausa que debe haber sido una
n o t a al pie en el m anuscrito original. E se párrafo
s e r e f i e r e a las condiciones de abandono en que
s e e n c u e n t r a la propiedad, in clu yen d o la rotura
del depósito del baño. G racias a ese detalle m e
e n t e r o d e que entraron a l departam en to con un
a b o g a d o . L a Pochi les a b r i ó la puerta.
__Qué buena chica es su prim a. U n encanto:
s<=parece un poco a u sted — dice M ad am e V eró ­
nica.
A n a liz a n d o el d isc u rso de e stu d ia n te de
la

a b o g a c í a , lo en cu en tro in objetable. Im p arcial-

xnente, ella tiene razón. Pero (en este único caso)


a m í no me interesa la im parcialidad: lo que m e
A n a M a ría S h u a 11 7

interesa es m i departam en to y ésta es m i ú ltim a


o p o rtu n id ad de retenerlo.
Tengo preparados vario s argum entos que m e
p ro p o n g o e n u m erar, en fo rm a o rd en ad a. N o
todos ellos son lógicos, no tod os están d irigid o s
al in telecto de m is in terlocu toras y sí a su se n si­
bilidad. Pero m e siento c o n fu so , m areado, y las
p alab ras se m ezclan en m i cabeza com o en el
vaso de una licuadora: el resu ltado es una p ap i­
lla in co n sisten te en que las vo cales se c o n fu n ­
den con los significados. En lugar de un discurso
coh eren te, só lid o , se escapan de m i b oca p ala­
bras disparatadas que flotan locas en la h ab ita­
ción chocando contra el cielo raso.
M e d irijo á M ad am e V e ró n ic a , que p arece
estar de m i lado. La sé ju sta p ero b en évo la : en
d irecció n a su gen erosid ad trato de en cam in ar
m is argum entos. Q uisiera recordarle que la n u es­
tra podría haber sido, com o tantas, una árida rela­
ción in q u ilin o -lo cad o ra: n uestra afin idad e sp i­
ritu a l le h a in su fla d o , en cambio., u n a cálida
sim patía. Ella atiende cortésm en te y asiente de
v ez en cuando.
A l p rin cip io M adam e V erón ica no m e quita
los o jo s de la cara, com o si para en ten der m ejo r
m is palabras tuviera que com plem entar el sonido
con el m o v im ie n to de m is la b io s. D e sp u é s de
u n o s m in u to s se hace evid en te para los tres que
nada sen sato saldrá de m i b o ca. N o p o d ría ca­
llarm e, sin em bargo: m i p ro p io caos verb al m e
118 S o y p a c ie n te

asusta menos que el silencio, el terrible silencio


que, lo presiento, seguirá a m is palabras. Trato
de reencontrar el hilo de m i argum entación que
se enmaraña en un ovillo sin principio n i fin.
A l fin, Madame Verónica se distrae y ya no
vuelvo a retener su mirada, que se posa aburrida
en los distintos objetos de la habitación hasta
descubrir algo digno de su atención: una m an-
chita de tinta en su cartera. Saca un pañ u elo
blanco, moja un extrem o en saliva y se concen­
tra en frotarlo despacito contra el cuero.
La hija tiene sobre sus rodillas una carpeta
abierta llena de papeles, algunos m anuscritos y
otros im presos a m im eògrafo. M ientras hablo,
ella va subrayando con un lápiz ciertos párrafos
de lo que lee. Es posible que el subrayado tenga
relación con lo que estoy diciendo. Tam bién es
posible que ni siquiera m e esté escuchando.
Me he lanzado cabeza abajo por un abismo de
palabras sin sentido y nada puede detener m i
caída, ni siquiera la entrada de la enferm era jefe.
Tan acostumbrado estoy a sus visitas de control
que puedo seguir hablando (la dicción confusa,
la boca y la garganta secas) m ientras pincha mi
almohada con una larga aguja de tejer buscando
algún objeto prohibido escondido en el relleno.
Maneja la aguja hábilm ente, clavándola por
encima y a los costados de m i cabeza con la pre­
cisión de un tirador de cuchillos. M adam e V e­
rónica y su h ija, que nunca la habían visto en
A n a M a ría S h u a 119

acción, observan su actividad fascin adas, com o


entom ólogos que tratan de descifrar un lenguaje
en el vu elo de las abejas.
D espués de atravesar con su aguja el bolso de
red de la hija y el peinado batido de la m adre, la
enferm era jefe le quita la cartera de las m anos y
hurga en su interior. Saca u n paquete de cigarri­
llos, un pedazo de algodón, varias boletas de com ­
pras, una billetera, fósforos, cáscaras de m aní y bas­
tante pelusa. En un bolsillo con cierre relámpago
encuentra una botellita de cognac de colección y
la levanta en alto, m ostrándom ela triunfalm ente.
— Es com o yo digo — se dirige sólo a m í— .
Las visita s son todos u n os in con scientes.
La hija de M adam e V erónica está tan a so m ­
brada que no atina a decir nada. «Q uiero v er su
orden de allanam iento» parecen gritar sus ojos
m arro n es m u y abiertos. M e p regu n to p o r qué
no habrá sacado el azul-violeta de la m adre. Inte­
rru m p ie n d o m i absurdo d isc u rso , in terv e n g o
para lograr que la enferm era jefe prom eta d evo l­
v e r la botellita a la salida. Ella firm a u n recibo,
pega en el frasquito una etiqueta am arilla y se va
d an d o u n p o rtazo que hace caer un trozo de
m am postería.
Term inada la requisa, vu elvo al m otivo de m i
angustia. Para no seguir perdien do el tiem po, le
exijo a M adam e Verónica que se defina, dejando
claro que toda reso lu c ió n en m i con tra p u ed e
agravar m i estado de salud.
120 S o y p a c ie n te

— Todo esto es m u y p en o so para m í — dice


Madame Verónica— . U sted m e hace sentir com o
un verdugo. A m í, que lo aprecio tanto.
— N o te p o n gas así, m am ita, no vale la p en a
— la hija la abraza y la consuela.
— H ijita, h ijita, m e falta el aire — dice ah o g a­
damente M adam e V erónica.
■— D ios m ío , con lo delicada que está m am á
no tendría que haberla dejado v e n ir — y le hace
tragar a M adam e V erónica una pastillita que saca
de su bolso.
—Yo no quiero ser m ala con u sted, yo quiero
ser su am iga — solloza M adam e Verónica— . Para
el resto de lo s trám ites es m ejo r que se en tien d a
directam ente con m i abogado.
— Le va a g u s t a r — asegu ra la h ija — . E s u n
señor m u y fin o , m u y inteligente. H asta escrib e
poem as.
— Pero si no m e puedo m o ver de aquí, ¿có m o
voy a desalojar el d ep artam en to ?'¿A d o n d e v o y
a poner tod as m is cosas?
A n te m is p regu n tas M adam e V eró n ica y su
hija se tran qu ilizan al punto de recobrar la acti­
tud de afectu oso respeto con la que en traron en
la habitación. Se m iran alegres. La. m adre e stre­
cha la m ano de su hija en un o rgulloso gesto de
felicitación. La jo v e n parece darle al apretón u n
sentido m ás celebratorio. Si y o no estu viera p re ­
sente, creo que se abrazarían.
— Esos son detalles, pequeños detalles — dice
A n a M a ría S h u a 1 21

M ad am e V eró n ica, radiante— . C o n b u en a v o ­


lu n tad todo se soluciona.
— A lgo ya hablam os con su prim a Pochi: aquí
m ism o en el h ospital h ay u n m uchacho que se
encarga de hacer m udanzas los fin es de sem ana.
Es el que m aneja la am bulancia: usted arregla con
él y listo el p o llo — agrega la hija.
— Por otra parte usted sabe que su prim a está
de n ovia, p o r casarse y sus m u ebles le ven drían
m u y bien. A h í tiene la o p o rtu n id ad de hacerle
u n lin d o regalo a esa chica que tanto se ocupa de
u sted .
E n ese m om en to se asom a a la pu erta el prac­
ticante que vien e com o tod os lo s días a sacarm e
sangre. C uando ve que esto y con gente, se retira
d iscretam en te. Pero no lo bastante rápido com o
para evitar que M adam e V erónica alcance a ver
la jerin g a y la bata m anchada de sangre. Se pone
m u y pálida y em pieza a hacer arcadas.
— M ejor n os vam o s — dice la hija— . A m am á
la im presion an m ucho los hospitales. Cuando lo
v e a a n u estro ab ogado, p íd a le que le recite u n
soneto.
M adam e V erónica y su h ija se van . E n la car­
tera de M ad am e V eró n ica la m an ch ita p e rm a ­
nece inalterada. N o sé cóm o se le p u d o o cu rrir
tratar de sacarla con saliva. Si m e h u b iera p re ­
guntado a m í yo le hubiera explicado que el cuero
se lim p ia con solvente.
Q u e d a sin re so lv e r otra c u e stió n : ad on d e
12 2 S o y p a c ie n te

poner todo lo que tengo en el departam en to. N o


son sólo los m uebles. Están tam bién m i ropa, m is
libros y m uchas otras cosas que no podría ag ru ­
par en una clasificación exacta pero que, cerrando
los ojos, veo d esp erd igad as p o r la pieza en q u e
vivía. Por ejem plo, u n m ate peru an o, u n florero,
m i colección de Popular Mechanics, u n afiche de
Einstein y una m aceta con u n helecho que quién
sabe si alguien riega desde que y o no estoy.
A u n q u e todavía no sabe nada sobre m i enfer­
m ed ad , m i herm ano m e escribe ahora al h o sp i­
tal. M is tíos se lim itaron a darle la n ueva direc­
ció n , sin agregar detalles.
Las cartas tardan m ucho, a veces m ás de un
m es, y m e llegan abiertas pero sin tachaduras: la
e n fe rm e ra je fe no con sidera n ecesario cen su ­
rarlas. En cam bio m e pidió p erm iso para leérse­
las a su m arid o , u n gran ad m irad or del B rasil.
M isterios del corazón hum ano: m e asom bra que
u n hom bre que no siente cariño por un potus o
u n gom ero pueda interesarse por un país donde
la vegetació n es exuberante y tropical.
D esp u és de leerlas en su casa, la enferm era
je fe hace circular las cartas entre algunas subor­
d in ad as y sus pacientes favoritos. Encuentro a
v e c e s algu n as frases su b rayad as y sign os de
ad m iració n o notas de los lectores en los m ár­
genes.
124 S o y p a c ie n te

Mi herm ano está con ten to en R ío : eso m e


gusta. Tan con ten to que tien e g an as de q u e ­
darse: eso no m e gusta. Insiste en rem arcar las
bondades del clima y de las vitam in as que c o n ­
tienen los fru to s tro p ica les. Si c o n sig u e u n a
tarea bien rem u n erad a y con m u ch o tie m p o
libre, se queda en B rasil. D e lo con trario p re ­
fiere volver: afirm a extrañ ar la p izza y ciertas
calles de la ciudad.
Desde que term inó su asunto con el doctor y
decidió retom ar con n uevos bríos su noviazgo,
la Pochi ya no se queda a dorm ir en el hospital.
— Por suerte vos no m e necesitás: por suerte
— me dijo la ú ltim a vez que la v i; yo tenía m is
dudas— . M ejor me reservo para cuando te sien ­
tas realmente mal.
Se reserva tanto que ya casi no la veo. A hora
lamento haberle confiado la carta para el doctor
Tracer. Q uién sabe si se ocupó de m andarla. En
realidad ha pasado tanto tiem po desde m i inter­
nación que no puedo culparla p o r hacerse la
rabona.
En el hospital hay m uchos problem as gene­
rales, tales com o la m ala com ida y la falta de per­
sonal. Y un problem a particular m u y grave: la
pelea entre la doctora Sánchez O rtiz y la enfer­
m era jefe.
El conflicto causa un sinnúm ero de d ificu l­
tades a los pacientes. La enferm era jefe es m u y
buena a pesar de su aspecto severo pero está tan
A n a M a ría S h u a 125

enojada con la doctora que es capaz de m atarle


u n en ferm o nada m ás que para hacerla rabiar.
Si la doctora ordena, p o r ejem p lo, que le den
a alguien dos in yeccion es por día, la en ferm era
jefe se las arregla para transm itir la orden a varias
enferm eras en form a sim ultánea. En lugar de dos
in yeccio n es p o r día el pacien te recibe cuatro o
seis. A s í algu n as d osis se m u ltip lican , o tras se
reducen, y ciertos m edicam entos nunca se ad m i­
n istran . H ay pacien tes que beben líq u id o s que
deberían recibir por enem a, y otros reciben ja ra ­
b es p o r v ía rectal. Se in y e c ta m e rth io la te y se
d esin fectan heridas con com p u esto s de calcio.
U n o de lo s cirujan os se atrevió a reprocharle
a la en ferm era jefe su actitud, p o r d esap ren siva
y rencorosa. D esde entonces tenem os casos cru ­
zados tam b ién en cirugía. El otro día, p o r e je m ­
plo, entró de urgencia un m atrim on io que había
su frid o u n terrible accidente au tom ovilístico: en
la operación, a él le rehicieron la cara de su m u jer
y a ella la de su m arido.
En genera! estos tratam ientos producen efec­
tos m ás im p revisib les que letales. A n cian o s d e ­
sahu ciados se curan ante la in d ig n ació n de su s
p arien tes y u n m u chacho que había en trado al
h o sp ita l para don ar san gre tu v o q ue ser in te r­
nado en Terapia Inten siva. Por su erte y o no so y
p acien te de la d o cto ra y la e n fe rm e ra je fe m e
tiene gran aprecio.
C o n resp ecto al p ro b lem a de la com id a y la
126 S oy pa cie nte

falta de person al, la C o m isió n de Piso ha tom ado


cartas en el asun to y está haciendo lo posib le por
m odificarlo. E l Presidente de la C o m isió n es un
h o m bre q u e in sp ira c o n fia n z a . A u n q u e está
en ferm o, tiene fu erza en la m irad a y en la v o z.
Su tarea es m u y com pleja: cada paciente plan­
tea sus p ro p io s reclam o s y tam b ién lo s p arien ­
tes quieren hacerse oír. A veces las quejas de los
en ferm os no coin cid en con las que exp resan sus
fam iliares. O rd en ar y n o rm a liz a r ese c o n fu so
m aterial en u n a lista coh eren te, sin red u n d an ­
cias, es u n a de las fu n c io n e s m ás co m p licad as
del Presidente.
O tro s d os d irig e n te s de im p o rta n c ia están
en perm an en te com u n icación con él. So n el R e ­
p resen tan te de la Sala de H o m b res y la R e p re ­
sentante de la Sala de M u jeres. U n gru po de p a­
rie n te s de in te rn a d o s en T erap ia In te n siv a ha
pretendido arrogarse la representación de la sala,
pero se les ha dich o que deben esperar a que sus
e n fe rm o s sean tra sla d a d o s. M atern id ad es un
caso ap arte: co m o n o se trata de e n fe rm a s y
com o, sobre tod o, son in tern ad as ro tativas, no
les interesa p articipar en el m o v im ien to .
E l con flicto existen te entre las Salas C o m u ­
nes y el Seg u n d o P iso hace m ás d ifíc il la tarea de
arm o n izar las so licitu d es. E n efecto, una de las
p rin c ip a le s e x ig e n c ia s de las Salas co n siste en
te rm in a r co n lo s p r iv ile g io s . Y casi to d o s los
p acien tes del P iso so m o s p rivileg iad o s.
A n a M a ría S h u a 127

D e sd e que el d irecto r titu la r está e n ferm o ,


dice el Presidente, m u ch os de los problem as ya
existen tes han em peorado. El puré es cada ve z
m ás agu ach en to . La carn e, du ra y escasa. H ay
so sp ech as contra el p erso n al de cocina. Por su
parte, m ucam as, m éd icos y en ferm eras están a
pun to de iniciar una huelga para lograr m ejo res
salarios.
M i situación es especialm ente delicada: estoy
solo en una habitación de dos cam as que tiene,
adem ás, baño p rivad o. M e p regu n to si debería
participar en los acontecim ientos. N o, m e co n ­
testo: yo esto y aquí de paso. D ebajo del colchón
guardo la carta de recom en dación para el d irec­
tor titular, que m e p erm itirá obtener el Pase de
Salida. La leo y la releo: sus térm in o s son corte­
ses y elogiosos, pero el director no vien e.
D octor Tracer, ¿por qué m e has abandonado?
C uando entré p o r p rim era v e z en este cu a r­
to pensaba que p o n er afiches en las p ared es m e
traería m ala suerte: preparándom e para u na larga
estadía, tem ía provocarla. U n a sem an a era todo
el tiem p o que calcu lab a estar in te rn a d o . U n a
sem ana, p o r otra parte, m e parecía u n lapso de
in fin ita duración .
R e c u e rd o que deseab a so la m e n te aq u ellas
cosas que podían obtenerse en el exterior, com o
ir al cine o nadar en u n a pileta. A h o ra m e co n ­
fo rm aría con que m e cam b ien las sáb an as m ás
seguido y que la en ferm era de la m añ an a no m e
grite. Y m e alegro m u ch o de que m i p rim a Pochi
m e haya traído algunos de los p ósteres que tenía
en el departam en to para alegrar la pieza. Lo que
ya no tengo es el departam en to.
F in alm en te tu v e q u e firm a r el c o n trato de
d esalo jo . ¿Q u é otra cosa p o d ría h ab er h ech o ?
Cuando intenté resistirm e, el abogado m e p u so
A n a M a ría S h u a 129

la lapicera en la m an o y am en azó con lla m a r a


u n a enferm era.
La cuestión del desalojo atrajo a m u cha gente
que no veía desde los p rim ero s días de m i in ter­
n ación . Todos querían dar u n a m an o. El chofer
de la am bulancia se p ortó m u y bien: a cam bio de
los m uebles que la Pochi no q uiso, aceptó encar­
garse de la m udanza sin cobrar nada.
R icardo se ofreció generosam ente a cuidarm e
m i colección de Popular Mechanics y h asta m is
com pañ eros de oficina se p restaron a organ izar
una rifa con m i heladera.
E n la cam a de al lad o se a m o n to n a n v a ria s
ollas de acero inoxidable.
— ¡A cero inoxidable, por favor! — se in dign ó
la Pochi, cuando le propu se que se las llevara— .
Podrías haberm e con su ltado antes de com p rar­
las: en el acero inoxidable se pega todo.
H a y tam b ién u n a flan era, u n a c a fe te ra 'm u y
ab o llad a, una plan ch a sin el m an g o y u n a tabla
de picar carne. M i h elech o se m u rió . La P och i,
que es tan sen sib le, n o sabía có m o d ecírm elo .
El ropero, que es bastante chico, está atestado
de ropa. Faltan so lam en te el g am u lán n u e v o y
algunas cam isas.
—-El gam ulán, ¿para qué lo querés? — m e dijo
la Pochi, tan práctica— . Te lo v a a com er la polilla
y lo m ism o no lo vas a poder lucir. M ientras tanto
lo puede usar m i novio. Le queda u n poco grande
pero, en fin, no es culpa tu y a que él esté flaco.
130 S o y p a c ie n te

Yo también esto y flaco ahora, y si m e p u siera


el gamulán m e bailaría. C o n las cam isas n o sé lo
que pasó, en una m u d an za siem p re se p ierd en
cosas, es lo norm al.
Mi antigua cama, que es bastante angosta, está
aquí mismo, dentro de la banadera. N o m e anim o
a bañarme para no m ojar la m adera, que p odría
pudrirse. Posiblem ente decida donarla al h o sp i­
tal, donde siempre faltan cam as. Le tengo cariño
por los recuerdos que con serva y m e gustaría que
quede en un lugar donde p u ed a v erla segu ido.
La enfermera jefe se lle v ó el colch ón .
— Va contra los reg lam en to s — m e d ijo , sin
dar más explicaciones.
Me trajeron tam bién m u ch o s de lo s adorn os
que tenía en casa, dos m acetas vacías, m i te le v i­
sor, que es m u y grande y hace añ os que no fu n ­
ciona, el paraguas roto den tro de su paragüero,
varios vasos, un banquito de cocina con una pata
menos y una espum adera.
—-¿Qué piensan hacer con el eq u ip o de s o ­
nido? — le pregunté al ch ofer de la am bulancia.
— A lg u ien se lo ten ía q u e c u id a r h a sta que
usted se cure — m e ex p lic ó é l— . T ira m o s u n a
m onedita con su prim a y q u ed am os en que se lo
guardo yo.
C on sem ejante can tid ad de o b je to s en m i
habitación, la enferm era je fe tarda m u ch o m ás
en com pletar cada una de su s v isita s de control.
Mientras ella busca.y rebusca con versam os sobre
A n a M aría S h u a 131

las plan tas de in terior y los daños que causa la


bebida en el ser hum ano. Siem pre m e tu vo sim ­
patía, pero ahora nos estam os haciendo verd a­
deros am igos.
Los trastos am on ton ados son u n ju n tad ero
de polvo. Ojalá tuviera fuerzas para pasarles una
fran ela. E l g o lp e de p lu m e ro que les da la
m ucam a por las m añanas, m ientras se queja de
las cosas que tiene que hacer por el sueldo que le
pagan, sirve solam ente para cam biar el p o lvo de
lugar.
E l doctor G oldfarb, que es bastante alérgico,
no puede entrar en m i pieza sin estornudar.
— Esto es peor que el polen de las flores — m e
d ijo el otro día, ap retán dose la n ariz con u n
p a ñ u e lo — . D iga que p o r u sted so y capaz de
e n fren ta r cu alq u ier peligro — añadió, g u iñ án ­
d om e el ojo izquierdo.
Cuando su p e q u e en tre lo s in te rn a d o s se
había puesto en m arch a u n m o v im ie n to d is ­
puesto a o b ten er la d e stitu c ió n del d irecto r
suplente y una serie de m ejoras en la conducción
del hospital p en sé en d esp ed irm e de m i buena
y vieja h ab itación . Ju z g a n d o a tod os lo s h o m ­
bres de acuerdo a m is p ro p io s deseos y exp ecta­
tivas, suponía que el p rim er paso sería lograr el
libre egreso de la in stitu ció n de todos los que así
lo desearan, con o sin Pase de Salida.
Com o el m o v im ie n to parecía m u y bien o r­
ganizado y estaba apoyad o, adem ás, p o r buena
parte del person al, listo para ir a la huelga en d e­
manda de m ejores salarios, no dudé de su éxito
y con una inesperada tristeza em pecé a em pacar
mis bártulos, tratando de po n er ú nicam ente lo
más necesario en los b u lto s que arm aba con las
sábanas. En realidad no tenía adonde ir y em p e­
zaba a desconfiar del im p u lso que por orgullo o
A n a M a ría S h u a 133

p o r in e rcia m e p o n ía en m o v im ie n to h acia la
salida.
D esd e que había decidido quedarse en el B ra­
sil, las cartas de m i h erm an o se espaciaban. En
cam bio, m e enviaba de v e z en cuando u n coco o
u n ananá con algún viajero que se venía para aquí.
Y o com partía las fru tas con la-enferm era je fe y
eso m e valía u n trato preferencial.
D e la Pochi lo único que veía en lo s ú ltim o s
tiem p o s eran u nas cartitas con m u chas faltas de
ortografía en las que prom etía siem pre ve n ir al
día sig u ien te. Ya h ab ían p asad o m u ch o s d ías
sigu ien tes sin que llegara.
E l m o v im ie n to con tra el d ire c to r su p le n te
se había gestad o en las m ism a s b ase s y el P re­
sid en te de la C o m isió n de P iso, reu n id o con los
d o s R ep re se n ta n te s de las Salas C o m u n e s, se
había v isto obligado a tom ar u rgen tes m ed id as
para no verse desbordado p o r el ím p e tu de su s
represen tados.
C o n gran h ab ilid ad p o lítica, lo g raro n m a n ­
te n e r su a u to rid a d h a c ié n d o se cargo de lo s
reclam o s. R ed actaro n u n p e tito rio que in clu ía
u n a se v e ra crítica a la in co n d u cta del d ire c to r
su plen te y una larga lista de reivin d icacio n es y
c o m e n z a ro n a re u n ir las firm a s de to d o s lo s
en ferm o s. La m o n jita M an zan ita fo rm ab a parte
de la com itiva, com o testigo de que cada u n o de
los in tern ados firm aba p o r su pro pia v o lu n tad y
sin presion es.
134 ~ o y p a c ie n te
o

Cuando por fin llegaron a m i pieza yo y a tenía


todo preparado para irm e y no p u d e e sc o n d e r
m i sorpresa (mi decepción) al leer la lista de re ­
clam os. En prim er lugar, faltaban m u ch ísim o s
acentos. En segundo lugar, se referían en su m a ­
y o r parte a la comida. En lugar de so licitar que
se sim plificaran o desaparecieran los com p lica­
d os trámites que nos im pedían salir al e xterio r
lo s internados pedían m enos puré, m ás e n fe r­
m eras, atención personalizada, reo rgan ización
de lavadero.
— ¿ Y de la tarjetita rosa, nada? — p regu n té,
esperanzado.
El Presidente y los Representantes se m ira-
ron con una sonrisa.
— ¿M iedo ústed tiene? — dijo la m o n jita
Pero nadie le prestó atención. El R e p re se n ­
tante de la Sala de H om bres suspiró com o para
sí mismo. .
— ¡ Qué cosas tienen estos n u e v o s!
Me sentí un poco m olesto, porque y o estaba
lejos de considerarm e un n uevo d espués de una
internación tan larga, aunque debo reconocer
que en com p aración con ellos era ap en as un
recién llegado.
En resum en, m e negué a firm ar un p etito rio
que no incluía m i principal reclam o, que po d ía
com prom eterm e si el m ovim ien to fracasaba y
que no tenía el m ás elem en tal resp eto p o r las
reglas de la acentuación prosódica. El Presidente
A n a M aría S h u a 135

le echó la culpa a la m áquina de escribir, que era


im portada y no tenía la tecla con el acento. Pero
yo no quise escucharlo, porq ue siem pre se los
podrían haber agregado a m ano.
Les dije que no contaran con m igo , desh ice
m is paquetes, y m e instalé otra vez en m i pieza
con un inexplicable alivio. Fue una acción poco
solidaria pero que, a la larga, m e trajo sus b e n e ­
ficios. Porque el m ovim ien to perdió su razón de
ser cuando, repuesto de su larga enferm edad, el
d ire c to r titu la r v o lv ió a hacerse cargo de su s
tareas y el director suplente se retiró sin escán ­
dalo.
A m uchos de los firm antes del petitorio se les
im p u so , entonces, un régim en com puesto p o r
puré, proteína líquida y vitam in as in yectables.
Y aunque algunos m éd icos in sistían en que se
tratab a de u n n u evo m éto d o terap éu tico que
había dado grandes resu ltados en cinco países
de E u ro p a, entre lo s in tern ad os se co rrió el
ru m o r de que estaban siendo castigados.
G racias a m i carta de reco m en d ació n y o
o b tu ve, por fin, la audiencia para ver al director
titular.
La o ficin a del d ire c to r y y o so m o s v ie jo s
conocidos. D esde que tu ve que rasquetearle todo
el p arq u et para el e le c tro c a rd io g ra m a de e s ­
fuerzo, he aprendido a apreciar el h u m ild e p iso
de m i propio cuarto (que con p asarle u n trapo
m ojado basta y sobra). Es p o r eso que no m e sien­
to intim idado ante los carteles que p ro h íb en el
paso o lo re strin g e n y re c o rro lo s p a s illo s sin
detenerme hasta llegar a la puerta que dice D irec­
ción, llevando contra m i pecho, com o u n escudo,
la carta de recom endación, el form ulario firm ado
por el doctor G old farb y m i foto de cuatro p or
cuatro sem iperfil fondo negro. Los papeles están
un poco ajados, un poco sucios, pero no han p er­
dido sus pod eres, que no d ep en d en de su grado
de blancura sino, todo lo con trario, de la negra
nitidez de las letras.
Para im p re sio n ar — p ara im p re sio n a rm e —
con una d e m o stra c ió n de c o n fia n z a en m í
A n a M aría S h u a 137

m ism o, entro sin golpear. Y m e arrepiento in m e­


diatam en te. P orque h e so rp ren d id o al director
en u n o de esos actos que sólo n os gu sta realizar
en la m ás estricta in tim id ad y sé que no m e p e r­
donará fácilm ente haberlo visto sacándose la cera
del o íd o con la u ñ a la rg a y a fila d a de su d edo
m eñique.
Por u n se g u n d o n o s m ira m o s en azo rad o
silencio. Él se recobra antes que y o y m e ru ega,
con u n a cortesía extrem ad a, que m e retire a la
antesala y espere a ser in tro d u cid o p o r su secre­
taria.
E n la antesala m e en treten go en con tem p lar
el océano fran cam en te pro celo so que cuelga en
fo rm a de cuadro de u n a de las paredes y en cal­
cular la edad de los p ro vecto s sillo n es C h este r­
field, una tarea m ucho m ás sim ple si contara con
carb on o catorce. M e p reg u n to si el d ire c to r se
desin fectará con alcohol la uña del m eñ iq u e. E n
estos casos, la higiene p u ed e p reven ir una in fe c ­
ción .
M e sie n to a v erg o n z ad o p o r m i in tru s ió n y
esto y listo para so p o rtar u na espera m u y larga.
Y hasta para d iferir la en trevista si fu ere n ecesa­
rio. E n realidad, casi deseo que lo sea. Total, ¿qué
apuro h ay? Ju sto h o y se largó el cam p eon ato de
truco de la tem porada y con el chofer de la am b u ­
lancia hacem os una pareja que no n o s para nadie.
Sin em bargo cuan do la secretaria se aso m a y
m e hace pasar no han transcurrido m ás que u n o s
138 S o y p a c ie n te

m in u tos. La cara de la secretaria m e resulta con o­


cid a. Y o , que soy m u y fiso n o m ista , en u n o s
segu n d o s la tengo ubicada: es la ex n o via de u n
ex am igo, una chica a la que en su m om en to creo
haberle gustado. A unque debo estar m u y cam ­
biado, ella también parece reconocerm e con sim ­
patía y m e siento feliz de contar con u n aliado en
esta circunstancia tan brava.
Para ablandarm e — supongo y o — el director
m e tien e u n o s segundos parado d elan te de su
e sc rito rio m ientras revisa con u n a co n cen tra­
ción que m e parece excesiva m i ficha y m i h is­
toria clínica. D espués levanta la vista y m e m ira
con severidad.
— ¿U sted tiene parientes en la calle Loreto?
— m e pregunta, bruscam ente.
— N o. Bueno, no que yo se p a ...
— N o puede ser, si es el m ism o apellido. U n
m a trim o n io con cuatro h ija s. Loreto casi lle ­
gando a Ju an B. Justo.
Cuando estoy a punto de reiterar m i negativa,
o b se rv o que la secretaria m e hace fren ética s
señas con la cabeza.
— A h , sí, sí, claro, casi llegando a Juan B. Justo:
son parientes lejanos.
— ¿H a visto, ha visto cóm o y o no m e eq u ivo ­
co? — d ice el d irecto r, con in m e n sa s a tisfa c ­
ció n — . La seg u n d a , M arin a, es u n a p re c io s i­
dad. Ya le v a a llevar saludos m íos cuando salga
de aquí.
A n a M a ría S h u a 139

R e p ito para m í m ism o esta ú ltim a frase de


sabor extraño, m asticando su avem ente las p ala­
bras hasta sacarles todo el ju go .
A h o ra que he ingresado de algún m od o en el
círculo de sus conocidos, el director m e co n si­
dera casi con afecto. Su m ano seca y delgada se
extiende para estrechar la m ía y hasta acepta reci­
b ir lo s pap eles que he tratad o in ú tilm e n te de
entregarle desde que entré aquí. Sin m irarlos se
lo s pasa a la secretaria que, para m i espanto, se
d isp on e a colocarlos en un in m en so archivo.
— ¡Pero qué hace! — in terven go, indignado.
— U n m om ento, señ orita — dice el director,
severo pero com prensivo, com o aceptando que
J a ru tin a la haya llevado a com eter ese peq u eñ o
d e sliz — . U sted siem p re tan apurada. El señ o r
todavía no nos ha respon dido el cuestion ario.
Y saca de un cajón del escritorio u n cuader­
n illo de m u ch as h o jas im p re so a m im e ó g ra fo
donde los signos de pregunta se destacan com o
patas de langosta.
— Su pon go que no tiene in co n ven ien tes en
contestarm e un par de preguntitas.
— N ingú n inconveniente.
— Bueno, a ver, por ejem plo, ¿adonde piensa
ir cuando salga del h ospital?
E l director lee la pregunta de la libretita y se
la pasa a la secretaria, que con una b irom e en la
m an o espera atentam ente m i respuesta. N o m e
g u sta el ton o p atern al de la p reg u n ta. M en o s
to d av ía m e gu sta n o ten er u n a re sp u e sta c o n ­
creta. M e asom bra que u n a p regu n ta im p resa a
m im eó g rafo , que se debe fo rm u la r a to d o s lo s
in tern ados que solicitan la tarjeta rosa, dé ju sto
en la clave de m is p ro b lem as p erso n ales. C o n ­
testo de m al m odo.
— Por ahora no sé.
La chica le hace u n gu iñ o al d irecto r (que le
co rresp o n d e con u n a so n risa ), an o ta m i r e s ­
pu esta y le vu elve a pasar el cuadern ito.
__ ¿Q uiere tom ar asien to? — m e pregu n ta el
director.
__Qracias__le digo, y m e siento en la silla que
está del otro lado del escritorio.
__,N o n0j no! Siem pre pasa lo m ism o. U sted
m e tiene que contestar sí o no, es u n a de las p re ­
guntas del cuestionario.
__g- digo, p o n ién d o m e de p ie y dan do
u na patadita en el su elo de p u ro m al hum or.
— ¿Está n ervioso ?
__Sl estoy n ervio so , an ótelo n o m ás — -diri­
giéndom e a la secretaria.
— N o, no, eso se lo p re g u n to y o p o r m i
cuenta, no va anotado. Y dígam e, ¿por qué quiere
dejar el hospital?
M e saca de quicio v e r al d irector y la secreta­
ria pasándose con stan tem en te el cu ad ern ito de
u no a otro. ¿Será p o sib le q u e n o te n g a n otro
ejemplar? Es increíble lo m al p ro visto s que están
los hospitales.
A n a M a ría S h u a 141

— Por m uchas razon es.


— E n u m érem e tres.
Es extrañ o, pero en este m o m en to n o p u edo
record ar n in gu n a. Sien to la cabeza vacía com o
u n lago desierto bajo el sol, en el que n o se d iv i­
san las o rilla s, en el que n o se v e n i siq u iera la
v ela de u n barquito. M e qued o m iran d o con la
b o ca ab ierta a la se c re ta ria , que e sp e ra co n la
b iro m e en la m an o y la so n risa con ten ida. C reo
que es el m o m en to de hacer v aler m is derechos
de h om bre libre y recu rro a la in d ign ació n .
— ¿Pero qué quiere decir, que si no le enum ero
tres ra z o n e s...? ¿ Y si recurro a la Justicia? Porque
no lo quiero am en azar— agrego, en tono de am e­
n aza— pero yo tam bién tengo m is relaciones.
La secretaria deja de so n reírse y m e m ira con
seriedad . C o m o si el b rillo de m i in d ig n ació n le
m olestara la vista, el director saca del b o lsillo del
saco u n par de an teojos n egros y se lo s pon e. M e
con testa con v o z m o n oco rd e, com o si estu viera
aburrido de tener que repetir siem pre lo m ism o.
— Señor, usted puede irse cuando quiera. Este
cu e stio n ario se realiza sim p le m e n te con fin e s
estadísticos. ¿R ecu erda cuál fu e m i prim era p re­
gu n ta?
— Si tenía adonde ir c u a n d o ...
— N o. M i prim era pregunta fu e si tenía in con ­
venientes en responder a este cuestionario. «Nin­
gún inconveniente», dijo usted: acá lo tengo an o ­
tado.
S o y p a c ie n te
1¿2
T ra n q u iliz a d o por las seguridades que m e da
¿ ire c to r, acep to seguir contestando. Las pre-
e nntas v e r s a n sobre los tem as m ás d isp ares.
^ launas se refieren al hospital, otras son de índole
ersonal- H a y preguntas que investigan m i c u l­
par21 genera^y n o f altan l ° s problem itas de inge-
. ]y[e p regu n tan si tengo trabajo, si u so escar-
^ d ienteS ° desearía usarlos, cuál es la distancia
¿e la Tierra a la Luna, si me llevo bien con los otros
^ ternad °s , cuáles son m is actividades sociocu l-
^j-ales y deportivas, si ya tengo diagnóstico. D es-
de una h o ra de respon der p reg u n tas atre-
^•das’ preguntas estúpidas, preguntas capciosas,
egurxtas m al form uladas, preguntas insidiosas
reguntas aburridas, m e siento cansado, con ­
fuso y con dolor cabeza.
Teng° ganas de volver a m i pieza y m eterm e
J a c a m a . Por u n m om ento m e im agin o en l a
a l i e , con m i atado de ropa, en m edio de la gente
c a m i n a ráp id am en te sin m ira rm e , e sc u ­
dando los b o cin azo s de los autos, respiran do
jjionóxido de carbono de los escapes de los colec-
V OS -
-—¿Le puedo hacer una pregunta y o ? -—inte-
rrump°-
No sé, no sé, hizo bien en preguntárm elo,
tendría que fijarm e en el reglam ento. Señ orita,
por faV° r'
„-Artículo 28, inciso b). Puede — contesta la
secretaria.
A n a M aría S h u a 143

— D iga n om ás, señor.


— Supon gam os que decida p o r el m o m en to
quedarm e. U na m era suposición . ¿P uedo vo lver
a solicitar la tarjetita rosa?
— ¡Por supuesto! — contestan a coro el d irec­
tor y la secretaria.
Por fin parecen dejar de lado el asp ecto b u ro ­
crático de la cuestión y dem ostrar algún interés
person al por m i caso.
— U sted pu ede v o lv e r a so licitarla en c u a l­
quier m om ento — dice el director.
— Cuando quiera — añade la secretaria.
— Es m ás; si u sted decide qued arse (lo cual
sería para n o so tro s u n gran h o n or) p o d e m o s
hacer algun as cosas p o r u sted . M ejo rarle el
m en ú, por ejem plo. Señ o rita, por favor.
La secretaria reb u sca en u n o de lo s a te sta ­
dos cajones del escrito rio y extrae u n a h oja de
p ap el de h ilo donde h ay u n m en ú escrito con
tinta china en caracteres gó ticos. M e lo alarga.
La lista in clu ye p latos m u y elab o rad o s, com o
p a e lla, lo m o al c h a m p ig n o n , su p re m a M a r y ­
land.
— D el otro lado está la lista de p ostres — in ­
dica la secretaria.
— T am bién p o d ríam o s hablar con la e n fe r­
m era jefe para que se le p erm ita (y esto sí que es
u na excepción al reglam ento) tom ar u n a copita
.de v e z en cuando. N ada fu erte: algún licorcito
dulce, una cervecita — dice el director.
144 S o y p a c ie n te

—Los p o stres so n r iq u ís im o s — in siste la


secretaria.
Siento que el im p u lso que m e trajo hasta aquí
me ha abandonado. Tengo ham bre. So n las cu a­
tro de la tarde y a esta hora la m u cam a entrará en
mi pieza trayendo com o todas las tardes u n plato
con cuatro galletitas de agua y jalea de m e m b ri­
llo. Se sorprenderá de no encontrarm e. C om o es
una persona justa, repartirá equitativam ente m is
galletitas con jalea entre lo s p latos de lo s o tros
internados. Q uién sabe qué tipo de person a o cu ­
paría mi habitación si y o m e fu era. M e angustia
imaginar m i cam a aco stu m b rán d ose al p eso de
un nuevo jinete. D esp ués de todo, es posible que
decida quedarme u nos días m ás. Solam ente unos
pocos días. Les com u n ico m i d ecisió n .
— No o lvid arem o s ese g esto su y o — dice el
director.
— Vamos a p o d e r v e rn o s se g u id o — dice la
secretaria con una risita tím ida.
— En todo caso, m e alegro de haberlo co n o ­
cido, señor director. E sp e ro , de ahora en ad e­
lante, no tener que solicitar audiencia para verlo.
— ¿Señor director? ¡A h , claro! N o, u sted está
confundido. Yo so y solam en te el P residente de
la Cooperadora. U sted sabe, el director recién se
ha recuperado de su en ferm edad y su fre u n gran
dolor cada vez que uno de sus pacientes se quiere
ir del hospital.
— Por eso le d am os u n a m a n ito co n las au ­
A n a M a ría S h u a 145

d ien cias y le pasam os solam en te lo s casos irre ­


ve rsib les, irrecup erables — aclara la secretaria.
E sto y saliendo ya cuando la veo guardar en el
archivo m i so licitu d con la carta de reco m en d a­
ció n y la fo tografía adjunta.
C om o tod os los años, el p e rso n a l de d e sin ­
fección ha entrado en m i pieza para desalojar a
las palom as y elim inar a los p io jo s co n sig u ien ­
tes. En otras ocasiones m e en tretu ve d eam b u ­
lando por el hospital, alguna v e z fu i in vitad o a
la oficina del director y hubo in cluso u n año m u y
malo en el que tuve que pasar tod o el día en la
m orgue, que es un lugar aburrido y m u y frío.
H o y m e han conseguido u na cam a en la Sala
de H om bres y m e distraigo ju gan d o u n truquito
con los m uchachos. D e paso p u sim o s a h e rv ir la
pava para hacernos unos m ates.
Justo a la hora en que le toca repartir lo s cara­
melos en la Sala, Paquita la C ulona, la en ferm era
más popu lar entre los in tern ados, llega con u n
enferm o n uevo. Su cara de su sto al entrar en la
sala, y la fo rm a ridicula en que fru n ce la n ariz,
nos hace una gracia enorm e. D o s de lo s m u ch a­
chos se po n en a discutir: cada u n o de ellos p re­
A n a M a ría S h u a 147

tend e que sea su cam a la que tendrá que h acer


esta tarde el n ovato. In vo can razo n es co m o la
antigüedad o la fuerza.
D e pronto uno de n osotro s hace u n a señ al y
to d o s n os p o n em o s a can tar m ás o m e n o s al
m ism o tiem p o u na can ció n de b ie n v e n id a . E l
coro es desafinado pero alegre y, den tro de las
p o sib ilid ad es, dem uestra u n alto grado de o rga­
n ización :

El que entra en esta sala


ya no se quiere ir,
quedate con nosotros
que te vas a divertir.

Ca téter p o r aq uí,
y plasma por allá,
el que entra en esta sala
no sale nunca más.

R eco rd an d o m i pro pia y lam en tab le e x p e ­


rien cia inicial, el hom bre m e da pena.
— N o les haga caso — le g rito — . Siem p re
hacen un poco de espam ento cuando llega uno
n u e v o , pero son buena gente. A d em ás, la letra
de la canción es una brom a: h ay m u chos que se
curan. ¿Sabe jugar al truco?
— ¡ Q uiero retruco! — se apura a contestarm e
el chofer de la am bulancia, que integra la pareja
contraria.
14 8 ' S o y p a c ie n te

— Q u iero v a le cu atro — le con testo y o , que


so y so lid ario p ero p rev iso r, y tengo prep arad o
el as de espadas.

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