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A n a M aría S h u a
em ecé
escritores argentinos
S h u a , A n a M a ría
S o y p a c ie n te .- 1a e d . - B u e n o s A ire s : E m e cé, 2010.
152 p . ; 23x14 cm .
IS B N 978-950-04-3280-1
IM P R E S O E N L A A R G E N T IN A / P R IN T E D IN A R G E N T IN A
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
IS B N : 978-950-04-3280-1
M e gusta leer en el colectivo. Sentado es fácil.
Parado es d ifícil pero no im posible. Las cosas se
com plican cuando la letra es chica y el colectivo
va por una calle em pedrada. Las palabras b ailo
tean, se vu elven b orrosas, y para distinguirlas se
hace necesario un esfu erzo coordinado entre la
vista y el resto del cuerpo. Se trata de endurecer
los m ú scu los del brazo para sostener el libro con
firm eza — m ientras el otro brazo dedica toda su
te n sió n a m an ten erse p ren d id o de la agarra
dera— y, al m ism o tiem po, aflojar ciertos m ú scu
lo s de las piern as — separadas y con las rodillas
levem ente flexionadas— para com pensar por un
efecto de su sp en sió n el traqueteo del vehículo.
El resultado es com o éste: ahora, acostado y todo,
m e resulta m u y d ifícil concentrarm e en lo que
leo. Claro que en este caso lo que bailotea y se
v u e lv e b orroso no son las letras sino el sign ifi
cado. D ebe ser el efecto de los sedantes. El calor
8 S o y p a c ie n te
— O se interna o ...
Yo le tenía m iedo al hospital, pero m ás m iedo
les tenía a los puntos su sp en sivo s, así que m e di
por vencido y m e entregué. Preparé un bolso con
dos piyam as, ropa interior y algunos libros; puse
tam bién algo de vajilla, porque m e habían dicho
que en el hospital daban com ida pero no platos.
A la radio la m etí y la saqué del bolso varias veces:
p o r tan poco tiem po no quería correr el riesgo
de que m e la robaran. Con las sábanas y las alm o
had as hice un paquete aparte. M i p rim a Pochi
m e llevó al h ospital en su auto y m e sentía tan
descom puesto que durante la m itad del cam ino
estu ve respirando hondo para no vo m itar sobre
el tapizado nuevo.
R ecién pintada, la fachada del hospital habría
parecido im ponente. D escu idada com o estaba,
parecía solam ente pobre. Tenía unas escalinatas
largu ísim as y tam bién ram pas para las sillas de
ruedas. Su bim os por las escaleras y cuando lle
gam o s arriba la P ochi estaba tan agitada com o
yo. Su rítm ico jadeo m e produjo una cierta satis
facción, porque lo consideré una prueba de m i
b u en estado. D ecid í segu ir d iscip lin ad am en te
con m is ejercicios durante m i perm an en cia en
el hospital.
D e sp u é s de registrarm e n os in d icaro n que
fu éram os a la Sala de H om bres, donde había una
cam a disponible. U na enferm era bastante jo v e n
n os acom pañó. En los chistes y en algunas p e lí
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Catéter p o r aquí,
y plasma p o r allá
el que entra en esta sala
no sale nunca más.
22 S o y p a c ie n te
quiere e n te n d e r es q ue p o r m u y e n fe rm o que
esté, pendiente de m í no tengo a nadie. A m edida
que m i in tern ació n se alarga, las v isita s se hacen
más espaciadas. La P ochi vien e segu ido, pero y a
no sé si es para ve rm e a m í.
Para c o rre sp o n d e r al relato de las ú ltim a s
aventuras erótico-sentim entales de R icardo (que
siempre tiene alguna) le conté que la doctora Sán
chez O rtiz se acostó al lado m ío para p alp arm e
el v ie n tre . N o le d ije , en cam b io , q ue en ese
m om ento había unas treinta person as en la pieza
porque n o m e iba a creer. La v erd ad siem pre se
ve obligada a hacer ciertas con cesiones a la v e ro
sim ilitu d .
El d o c to r G o ld fa rb m e h ab ía d ejad o u n a
receta in d ican d o m ed icam en to s que en el h o s
pital no hay. C o m o tod avía no ten go d ia g n ó s
tico se trata, p o r el m o m en to , de atacar los sín
tom as. R icard o se ofreció a co m p rárm elo s. Le di
la receta y el d in ero y le in d iq u é la u bicació n de
la farm acia.
— C on tá h asta diez y esto y de v u e lt a -—p ro
m etió.
Conté h asta 15.82.8 y n i n oticias. Segu í c o n
tando u n rato para hacerle n otar su retraso con
cifras e x a c ta s p ero al fin a l m e di p o r v e n c id o .
Espero verlo antes de la noche: la plata y a no m e
im p o rta. Lo q u e m ás m e p re o c u p a es q u e m e
devuelva la receta.
Q u isiera d o rm ir. La tarde se hace larga y el
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H ace c a lo r y el m ás n u e v o de m is p iy a m a s
p u ed e p a sa r p e rfe c ta m e n te p o r u n c o n ju n to
d ep o rtivo. C o m o si estu viera practican do aero-
b ism o, salgo a correr p o r lo s p asillo s del h o sp i
tal. M e so rp ren d e en con trarm e con otros co rre
dores, solos o en gru pos, que m e saludan al pasar
levan tan d o la m an o. (M ás tarde m e enteraré de
que p arte del p e rso n al m éd ico y algu n o s e n fe r
m o s se están en tren an d o para c o m p e tir en u n
m arató n in terh osp italario .)
C uan do nadie m e ve, m e apoyo agotado con
tra c u a lq u ie r p ared para d escan sar y recu p erar
aliento. Llego p o r fin a la gran p u erta de entrada,
donde m e d etien e u n anciano u n ifo rm ad o .
— Señ o r, ¿ad o n d e v a ?
— S a lg o — n o c o n sid e ro n e c e sa rio dar m ás
exp licacion es.
— U s te d n o tra b a ja a q u í — d ic e , m ir á n d o
m e fijam en te com o si tratara de recon ocer m is
rasgos.
— N o, no trabajo aquí. S o y paciente. O, m ejor
d icho, era.
— ¿T ien e la tarjetita?
— ¿Q u é tarjetita?
— La tarjetita rosa.
Lam entablem ente yo no tengo, por el m o m en
to, n in g u n a tarjetita
— Lo siento m u ch ísim o , señor, pero sin la tar
jetita rosa de aquí no sale nadie. N ingú n paciente,
quiero decir.
A n a M aría S h u a 63
— U n m o m en to — in sistí y o — . S o y pacien te
del doctor Tracer, paciente particular, y e x ijo ...
Pero el practicante, sin hablar, v o lv ió a a m e
nazarm e con la jerin g a. Lam enté haber p ro n u n
ciado el n om b re del doctor Tracer en v an o . D eb í
reservarlo para u n a situ ació n m ás grave.
La en ferm era sacó de! b o lsillo u n a lista m u y
larga escrita en u n a letra p e q u e ñ ísim a y casi
im posible de entender. Entre los dos estu v iero n
un buen rato tratando de encontrar la clave con
ayuda de una lupa, pero la u rgencia p u d o m ás.
— Si lo afeito tod o — con clu yó ella— n o m e
equivoco seguro.
Me quité el saco y el p an taló n de! p iy a m a y
tam bién lo s calzo n cillo s y las m ed ias. C u an d o
Cara de C aballo m e entalcó tod o el c u erp o , m i
sexo, que había casi o lv id ad o las b o n d a d e s de
sem ejante tra ta m ie n to , e m p e z ó a rea n im a rse
cómo una oruga que se despereza en una m añana
de prim avera. U n hábil papirotazo lo v o lv ió a su
abatim iento de costu m bre.
D ando m u estras de gran p ericia, la e n fe rm e
ra me afeitó el pecho. O jalá tu viera y o tanta m u
ñeca: con m o vim ie n to s rápidos y segu ros m e lo
dejó todo pelado.
— P órtese com o u n h o m b re y ag u an te u n
p oq uito —-me d ijo , cu a n d o e m p e za b a co n la
zona boscosa in ferior.
A h í sí que m e d o lió , a p e sa r de lo s g e sto s
im previstam ente delicados de Cara de Caballo.
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— Com o la se m a n a p a sa d a se te v e n c ió la
licencia y te d esp id ieron , ap ro vech am o s la plata
de la indem nización para com p rarte los regalos
—me dijo— . Y o traté de o rgan izar u n a colecta
pero estam os a fin de m e s y n ad ie tien e u n
mango. Eso sí, atenti: lo con sid eram o s u n p ré s
tamo de honor. A p e n a s salg as del h o sp ita l te
devolvemos la su m a íntegra.
, Una desgracia: y a h a y u n m o n tó n de gente
que no tiene n in g ú n ap u ro en que y o salga de
aquí.
La libretita d o n d e an o tab a m is M o tiv o s de
Queja no la puedo encontrar. Em p ecé a buscarla
para anotar a u n a lauchita gris que se aso m ó el
otro día a m i pieza. (Las ratas no m e asustan por
mí sino por las p alo m as.) A la lib retita la tenía
debajo de la alm ohada: la debe haber confiscado
la enfermera je fe en u n a de su s v isita s de c o n
trol. No me p reo cu p a: en p arte p o rq u e con tra
ella no decía nada y en parte p o rq u e y a no tengo
tantas quejas com o al p rin cip io .
Después de tod o esto es u n h o sp ital y cu a l
quiera sabe que los h osp itales son m alos, que no
hay gasas ni alg o d ó n , que a las en fe rm e ra s les
pagan poco. M uchas circu n stan cias que em p e
zaron siendo m olestias se v a n transform ando en
costumbre. A las p alo m a s, sin ir m ás lejo s, les
tomé cariño y ahora le p id o siem p re a la P ochi
que les ponga m ig u itas de pan en el alféizar de
la ventana.
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otro de m an ten er u n la rg o c o lo q u io co n lo s
pacientes quejosos, todos deben esperar su tu m o
en el m ism o orden. E s n ecesario so b o rn ar a la
secretaria para conseguir una audiencia, h ay que
hacer cola toda la n och e y, de tod os m o d o s, a los
acom odados lo s atien d e p rim e ro . T en go que
com unicarm e con el d o cto r Tracer com o sea: él
firm ó m i o rd en de in te rn a c ió n y él tien e que
sacarme de acá.
Está decidido: si no hago u n cam bio de aguas
no vo y a poder pegar lo s ojo s. La P ochi d u erm e
como un tronco; m e levan to descalzo y cam ino
despacito para no d esp ertarla. A u n q u e lo s ru i
dos se siguen escuchando n ítid am en te y o trato
de ser m u y silen cioso. Si la P ochi m e oye m e va
a retar: por no despertarla para p ed irle el agua a
ella y por despertarla sirvién d o m ela yo.
Recién cuando v u e lv o a m i cam a en pu n tas
de pie (para hacer m e n o s ru id o p e ro ta m b ié n
para no apoyar toda la plan ta contra el p iso frío)
m e doy cuen ta de que la cam a de la P och i está
vacía. Me c o n fu n d ió la a lm o h ad a debajo de la
frazada, u na alm ohad a gorda que se parece a la
Pochi durm iendo.
Com o d o rm í con ella v a ria s v e c e s (¡sí m e
escuchara el n o vio !) ya le con ozco las c o stu m
bres. Sé que suele ten er in so m n io : habrá ido al
cuartito de la co cin a a c a le n ta rse u n p o c o de
leche, o a dar una v u e ltita p o r lo s largos co rre
dores del h ospital.
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p o r in e rcia m e p o n ía en m o v im ie n to h acia la
salida.
D esd e que había decidido quedarse en el B ra
sil, las cartas de m i h erm an o se espaciaban. En
cam bio, m e enviaba de v e z en cuando u n coco o
u n ananá con algún viajero que se venía para aquí.
Y o com partía las fru tas con la-enferm era je fe y
eso m e valía u n trato preferencial.
D e la Pochi lo único que veía en lo s ú ltim o s
tiem p o s eran u nas cartitas con m u chas faltas de
ortografía en las que prom etía siem pre ve n ir al
día sig u ien te. Ya h ab ían p asad o m u ch o s d ías
sigu ien tes sin que llegara.
E l m o v im ie n to con tra el d ire c to r su p le n te
se había gestad o en las m ism a s b ase s y el P re
sid en te de la C o m isió n de P iso, reu n id o con los
d o s R ep re se n ta n te s de las Salas C o m u n e s, se
había v isto obligado a tom ar u rgen tes m ed id as
para no verse desbordado p o r el ím p e tu de su s
represen tados.
C o n gran h ab ilid ad p o lítica, lo g raro n m a n
te n e r su a u to rid a d h a c ié n d o se cargo de lo s
reclam o s. R ed actaro n u n p e tito rio que in clu ía
u n a se v e ra crítica a la in co n d u cta del d ire c to r
su plen te y una larga lista de reivin d icacio n es y
c o m e n z a ro n a re u n ir las firm a s de to d o s lo s
en ferm o s. La m o n jita M an zan ita fo rm ab a parte
de la com itiva, com o testigo de que cada u n o de
los in tern ados firm aba p o r su pro pia v o lu n tad y
sin presion es.
134 ~ o y p a c ie n te
o
Ca téter p o r aq uí,
y plasma por allá,
el que entra en esta sala
no sale nunca más.