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SERIE SANGRE Y MAGIA
LIBRO 1
KATERINA MARTINEZ
A veces el destino te deja el futuro en tu regazo; otras veces lo
esconde delante de tus narices.
Cuando Madison compró una preciosa casa victoriana en el
barrio francés de Nueva Orleans, pensó que se alejaba de su tóxica
vida. Claro, la casa era vieja y estaba en mal estado, pero era suya,
y era exactamente el nuevo comienzo que quería.
Pero entonces conoce a Remy, un brujo misterioso y sexy con
poder, clase y encanto de sobra, y todo cambia.
Sin que Madison lo sepa, su llegada a Nueva Orleans pone en
marcha una cadena de acontecimientos que desordena la vida de
todos, no sólo la suya. Ahora, empujada en medio de una antigua
guerra entre vampiros y brujas, debe desentrañar los secretos de la
casa que habita antes de que las fuerzas despertadas por su sola
presencia salgan de su letargo secular, hambrientas y deseosas de
alimentarse de todo lo que puedan encontrar.
Empezando por ella.
ntroduje la llave en la cerradura y la giré. El viejo y oxidado
mecanismo crujió como si tuviera artritis, pero cedió, y
entonces abrí la puerta principal de mi nueva casa en el barrio
francés de Nueva Orleans.
—¿Maddie? ¿Sigues ahí? —La voz de Anna llegó a través del
teléfono que tenía apretado entre mi oreja derecha y mi hombro. Por
un momento, había olvidado que estaba allí.
—Sí. —contesté— Lo siento, sólo estoy asimilando esto.
—No puedo creer que acabes de comprar una casa.
—Créeme, yo tampoco puedo. Espera.
Cogí el teléfono y lo puse en modo altavoz. Luego lo coloqué en
una caja junto a la puerta, los levanté a ambos y empujé la puerta para
abrirla completamente con la cadera. Las tablas del suelo de la entrada
crujieron, haciendo ese viejo sonido que hace la madera hinchada. Mis
ojos vagaron mientras entraba.
Las paredes interiores eran de color verde claro, con dibujos de
enredaderas de un verde mucho más oscuro que invadían cada
centímetro de espacio disponible en la pared. Las paredes estaban
cubiertas de cuadros, pero con telas blancas, como el resto de los
muebles de la casa.
Tosí, tal vez demasiado fuerte.
—¿Estás bien? —preguntó Anna a través del teléfono.
—Sí, sólo es un poco de polvo. —respondí.
—Entonces... ¿Qué aspecto tiene?
—Es preciosa... Ojalá pudieras verla.
—No estamos en el siglo XIX, sabes. Puedo verla si sólo pulsas
el botón.
—Sólo tengo dos manos. Dame un segundo para dejar esta caja.
Atravesé el vestíbulo, tenía uno en la parte delantera de la casa y
a la izquierda estaba el salón. Me dirigí allí y dejé la caja en la primera
superficie plana que encontré. Luego cogí el teléfono, pulsé el botón
para activar la cámara y giré a mi alrededor.
Su cara parpadeó, sonriendo y saludando. Era una chica guapa,
sus rasgos eran más afilados que los míos, su cara más angulosa, y su
cabello un poco más brillante. También era más baja que ella, pero
sólo porque Anna era más alta que la mayoría de las chicas.
—Hola. —Me saludó con la mano.
—Hola. —Sonreí—. Entonces, ¿qué te parece?
—¡Déjame verla!
Me llevé el teléfono a la altura del pecho y lo moví alrededor de
la sala de estar. La chimenea, el sofá, el sillón, el escritorio; había visto
todas estas cosas la primera vez que llegué a la casa, pero saber que
ahora eran todas mías hizo que mi estómago se sintiera ligero.
—¡Ese lugar es increíble! —exclamó Anna.
—Y esto es sólo la sala de estar. —Señalé—. El dormitorio
principal es muy grande, y hay toda una biblioteca llena de libros en
la parte de atrás.
—Esto es definitivamente un gran paso adelante con respecto a tu
apartamento en Nueva York.
—El apartamento de Dan; nada en ese lugar era mío, excepto
quizás mi portátil y mi ropa. Y me traje todas esas cosas conmigo. —
La corregí.
—Lo que sea. De todos modos, ya es hora de que salieras de allí.
Ese lugar no era bueno para ti. Él no era bueno para ti.
—Lo sé, lo sé. Debería haberte escuchado.
—Tienes toda la razón.
Crucé el salón y corrí las gruesas cortinas negras que colgaban
frente a las ventanas francesas, levantando una nube de polvo en el
proceso, pero dejando que los brillantes y cálidos rayos del sol
inundaran la casa de luz. Estornudé, me eché hacia atrás y aparté el
polvo con la mano.
—No bromeabas con lo del polvo. —dijo Anna.
—Estas ventanas —husmeé—, probablemente no se han abierto
en años.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que alguien más vivió allí?
—Algo así como veinte años. —Busqué el cierre de las ventanas
francesas, lo encontré y tiré con fuerza, pero no se movía—. ¡Mierda!
—¿Estás bien?
—Sí, espera.
La cosa parecía totalmente oxidada, hasta el punto de que pensé
que nunca volvería a abrirse. Al menos no con mi mano. Por suerte,
tenía un as en la manga. Cerré los ojos, visualicé la cerradura en mi
mente e imaginé no sólo que las capas de óxido se desprendían, sino
que el pestillo se deslizaba y se abría.
Una suave brisa llenó la sala de estar, ventilando el polvo
alrededor y lejos de mí. La magia fluía libremente aquí, sin las
interferencias asfixiantes tan frecuentes en la mayoría de las
metrópolis. Oí un chasquido. Cuando abrí los ojos, el pestillo estaba
levantado y el óxido se había desprendido y acumulado en una
pequeña montaña en el suelo.
—¿Ya estás usando la magia? —preguntó Anna.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque sé que lo estás haciendo cuando cierras los ojos de esa
manera.
—Soy así de evidente, ¿eh?
Ella asintió y sonrió ampliamente mientras yo abría las ventanas
para dejar que la primavera de Nueva Orleans llenara la casa. El aire
cálido que olía a flores silvestres, a hierba húmeda y a corteza de árbol
entró flotando, extendiéndose por todos los rincones del salón y
derramándose por la cocina y las otras zonas.
—Bueno, de todos modos, probablemente debería colgar y
empezar a limpiar.
—Y por limpiar, ¿a qué te refieres exactamente?
—Me refiero a que voy a hacer magia en este lugar hasta que
brille.
—¿En serio? ¿No vas a limpiar a mano? Eso es hacer trampa.
—No lo es, y, además, ganó tiempo para ponerme a escribir. Esa
fue la razón de la mudanza.
—¿Lo fue?
—No fue Dan, si es lo que quieres decir.
—Tal vez sí. Quiero decir, no es que te hayas cambiado de calle;
te has mudado a un estado diferente.
—Sí, y vendrás a visitarme —rogué, desviando la atención—,
¿verdad?
—Cada vez que pueda.
—¿Este fin de semana?
Anna levantó la vista y frunció los labios, reflexionando.
—¿Cuánto duró el viaje en tren?
—¿Treinta horas?
—¿Qué? ¿Tantas? ¿Por qué?
—No cogerías el tren para venir un fin de semana; tu volarías y
yo pagaría. Y vine en tren porque quería ver más del país, inspirarme
para escribir.
—¿Lo hiciste?
—Prefiero no decírtelo.
—Tomaré eso como un no, entonces.
La miré y enarqué una ceja.
—¿No deberías dejarme empezar con mis tareas de limpieza?
—Bien, bien. Veré si puedo cambiar algunos turnos, tal vez pueda
irme por algo más que un fin de semana. Nunca he estado en Nueva
Orleans.
—De acuerdo, tengo que dejarte. —Sonreí.
Ella me devolvió la sonrisa.
—Vuelve a llamarme cuando te hayas instalado, ¿vale?
—Claro.
Dejé el teléfono encima de la caja que estaba sobre el piano y salí
para coger la otra que aún tenía que traer. El sol seguía en lo alto del
cielo, bañando de luz el salvaje e indómito patio delantero y resaltando
el color de la hierba, el centelleante estanque y las glicinas que
trepaban por el lateral de la casa. Una brisa rebelde hacía que el musgo
español que colgaba del solitario ciprés se balanceara suavemente,
haciendo que la cosa pareciera casi viva.
También puedo hacer magia con eso, pensé.
n gran relámpago iluminó la oscura sala, y le siguió el
trueno que la luz había prometido; un potente estruendo
que hizo temblar la casa. Caminé, en silencio, descalza,
por la alfombra, palpando la pared con la mano mientras bajaba la
escalera.
Al pie de la escalera, a la derecha, estaba el salón. Un cálido y
parpadeante resplandor anaranjado se derramaba desde el otro lado
del arco abierto. Aunque no podía oír el crepitar y el estallido de la
chimenea por el aullido del viento y el constante aplauso de la lluvia
torrencial, sabía que estaba ardiendo. Sabía a quién encontraría en
esa habitación.
Mi corazón se agitó dentro de mi pecho al acercarme y dio un
salto cuando lo vi sentado en su sillón con un libro en las manos. Tenía
unos hombros poderosos, unos rasgos afilados y mortales, y unos
labios carnosos y fruncidos. Unos ojos inteligentes e introspectivos
asomaban bajo una melena oscura y abundante. Incluso sentado,
sería imposible no darse cuenta de lo alto que era.
Cuando me miró, mi corazón dio un vuelco.
—Eliza. —dijo, cerrando su libro y colocándolo en la mesa a su
lado—. ¿Qué haces aquí?
—Quería venir.
Se puso de pie, elevándose sobre el sillón.
—No deberías estar aquí... los brujos... ¿y si te encuentran aquí?
Te mataran.
—Lo harían. —afirmé, avanzando—. Pero al diablo con los
brujos. No quiero pasar ni un minuto más sin ti.
Mientras caminaba me di cuenta de solo llevaba un camisón.
Nada más. Cuando llegué a él, tomé su cara entre mis manos y bebí
profundamente de sus labios, reclamándolos de una vez por todas.
Respondió rodeando con sus brazos mi delicada cintura y
acercándome a él. Los suyos se introdujeron entre las costuras de mis
labios y le abrí la boca, perdiéndome por completo en el beso.
Me levantó y me hizo girar, llevándome a través de la puerta del
fondo a la biblioteca, y dejándome caer en el sillón. Rodeé su firme
abdomen con mis muslos y lo acerqué, con su aliento caliente en mi
boca y el mío en la suya. Poco a poco empezó a besarme el lado de la
cara, la mandíbula. Me plantó un beso tras otro en el cuello, en la
nuca, mientras me desabrochaba el camisón por delante. Arqueé la
espalda hacia él, le agarré la nuca y miré al techo mientras sus cálidos
labios se posaban en la parte superior de mis pechos, y luego entre
ellos.
—Quiero que me tomes —susurre—, quiero que me tomes toda.
Dejó de besar mi pecho y bajé mis ojos para encontrar los suyos.
Pude ver la pasión, el hambre, todo ardiendo en su rostro. Una fiebre
que ninguno de los dos sería capaz de calmar.
—No. —respondió.
Busqué su chaleco y deslicé mis manos por debajo del dobladillo,
palpando su abdomen, sus caderas y su espalda.
—Quiero darte algo más que mi cuerpo, Jean Luc. Estoy
preparada.
—No sabes lo que estás pidiendo.
—Sí lo sé. —Insistí, besando su pecho, mis pulgares ahora
sumergiéndose en sus pantalones y empujándolos hacia abajo—. Bebe
de mí. Soy tu Eliza.
Besé sus labios, ahora introduciendo mi lengua en su boca. Me
rodeó la espalda con las manos y me levantó del sillón, dejando que
me sentara en el escritorio del otro extremo de la habitación. Le bajé
los pantalones y dejé que se deslizaran hasta el suelo, dejando al
descubierto su virilidad hinchada y apretándola contra mi estómago.
Una explosión de rayos iluminó la habitación. Los truenos se
propagaron detrás de él, haciendo que la casa volviera a retumbar.
Me abrió completamente el camisón, me besó profundamente y
me acercó a él. Grité contra su hombro cuando me penetró, y lo mordí
con fuerza mientras el éxtasis del momento abrumaba mis sentidos.
Jean Luc era un hombre grande, apasionado, fuerte y cariñoso.
Pero podía sentir su vacilación cuando nuestros cuerpos se movían
juntos, podía sentir sus labios rozando mi piel, pero sin llegar a
tocarla. Finalmente, cogí su cabeza entre mis manos y la empujé hacia
mi cuello, y cuando sintió mi sangre bombeando bajo su lengua, sus
colmillos se extendieron y perforaron la tierna carne de mi cuello.
El instante del mordisco fue exquisito. La parte superior de mi
cuerpo se puso rígida, pero el orgasmo que se estaba gestando en mis
entrañas se liberó en un potente torrente de calor interior y placer. Un
suave gemido escapó de mis labios, un único sonido agudo. Era como
si pudiera oír el latido de mi propio corazón dentro de mi cabeza,
golpeando fuerte al principio, y luego debilitándose, debilitándose.
Pero él no me mataría. Confiaba en él.
i primera noche en el Château de Lumière fue tranquila,
si no se contaba ese sueño extrañamente vívido. Me había
despertado tambaleándome por lo que fuera que había
ocurrido en él, con el pecho palpitando y la cabeza dando vueltas. Pero
no tenía mucho tiempo para pensar en eso.
El técnico de Internet iba a llegar por la mañana y un electricista
vendría a inspeccionar el sistema eléctrico. Ninguno de los dos había
sido capaz de encontrar la casa sin que yo tuviera que salir a recibirlos
a la puerta.
La tarde se tornó cálida y húmeda, y sin que me diera cuenta una
brillante capa de sudor se había manifestado sobre mi cuello. A estas
alturas, todo lo que había traído conmigo había sido trasladado al
dormitorio de arriba y desempacado. Mi ropa estaba en el armario, mi
portátil estaba conectado a la corriente eléctrica y colocado sobre la
cama, y había puesto un paño de terciopelo morado sobre la cómoda.
Encima de la tela había baratijas, amuletos y cartas del tarot, así como
un cuchillo curvo que guardaba en su funda.
Con todas estas cosas en su sitio, el dormitorio empezaba a
sentirse mío.
Más tarde, bajé a la sala de estar, coloqué mi teléfono sobre el
piano, con los Foo Fighters a todo volumen, y me crují los nudillos.
Hice un rápido gesto hacia las cortinas oscuras que cubrían las
hermosas ventanas francesas, y se abrieron con un fuerte silbido. El
sol se estaba desvaneciendo, pero aún era lo suficientemente brillante
como para lanzar rayos de luminosidad dorada en la habitación,
resaltando las motas de polvo mientras flotaban, lánguidas. Una brisa
suave y fresca acompañó mi invocación de la magia. Se sentía como
una niebla refrescante contra mi cálida piel.
Otro barrido con mi mano derecha hizo que la sábana blanca que
cubría el sofá volara por los aires y aterrizara perezosamente en el
suelo. Volví a mover la muñeca hacia la que cubría el sillón, los
cuadros de las paredes y el escritorio; una a una, las sábanas salieron
volando como fantasmas para aterrizar en una pila en la entrada
arqueada de la habitación.
La brisa se intensificó, arrancando del aire franjas enteras de polvo
flotante y arrastrándolas fuera de la sala. Comprobé la chimenea y
consideré la posibilidad de limpiarla también, pero la primavera había
llegado a Nueva Orleans y no creía que fuera a necesitarla. Esa es una
tarea para el fututo, Madison, pensé, y me alejé de la chimenea.
Quedaba una sábana. La arranqué con la mano, levantando otra
pequeña nube de polvo, y me quedé mirando el tesoro que había
descubierto.
—¡Mierda! —chillé, dando vueltas hacia la parte delantera del
piano de cola, con los ojos muy abiertos.
El polvo no pareció molestarme mientras levantaba la tapa de las
teclas. Saqué el banco de debajo del piano y me senté. Las teclas eran
suaves y frías bajo mis dedos y busqué el Do agudo, recurriendo a los
recuerdos del instituto para encontrarlo.
Desafinado. Me lo imaginaba.
Cerré el tablero y me puse de pie. ¿Quién deja atrás un maldito
piano de cola? Esta cosa debe haber costado miles. Pensé en
preguntarle al agente inmobiliario, pero decidí no hacerlo ya que
existía la posibilidad de que se lo llevaran.
La cocina era lo siguiente, luego el baño de la planta baja y los
dos dormitorios de invitados. Fui habitación por habitación, apartando
cortinas, abriendo ventanas, quitando el polvo que parecía aferrarse a
todas las superficies imaginables y sustituyéndolo por motas brillantes
de poder.
Residuos mágicos.
Volví al dormitorio principal y fui a por mí portátil. Todavía no
había Internet. El tipo dijo que estaría funcionando por la tarde, pero
no parecía que hubiera cumplido su promesa. Al menos la casa tenía
electricidad y agua corriente, y podía consultar mis correos
electrónicos en mi teléfono y pedir comida a domicilio. Pero en algún
momento entre pedir algo de comer y decidir qué hacer a continuación,
me detuve y me agité. Se me erizó la piel por todas partes; al girar los
brazos pude ver cómo se me ponía la piel de gallina.
Mis ojos recorrieron la habitación, desde la cómoda hasta la puerta
del dormitorio y el armario. Silencio. Tranquilidad. Me puse de pie y
caminé alrededor. El sol seguía pegando fuerte, pero luchaba una
batalla perdida contra la noche, tiñendo de rosa el cielo y el interior
del dormitorio.
En el suelo, a los pies de la cama, vi lo que parecía un montón de
ropa negra, pero cuando cogí una manga y la levanté me di cuenta de
que era la sudadera de Dan. Debió de caerse de la caja mientras lo
sacaba todo.
Inconsciente de lo que estaba haciendo, me llevé la sudadera a la
nariz y la olí. Olía a mí. A él. Recordé que me la ponía para dormir la
mayoría de las noches porque la calefacción de nuestro apartamento,
el de Dan, era una mierda. Él insistía en que yo era una de esas
personas frías que parecían tener aversión al calor. Yo no estaba de
acuerdo. Me regaló esta sudadera con capucha para que no pasara tanto
frío y no tuviéramos que poner la calefacción a tope todas las noches.
Se me apretó el pecho. Un calor furioso subió a mis mejillas,
enrojeciéndolas con sangre caliente y justiciera. Me vi cogiendo unas
tijeras para destrozar la sudadera, arrojando los pedazos al fuego y
carcajeándome mientras se quemaban. En lugar de eso, la tiré encima
de la cama, cogí el teléfono y pedí un bocadillo de pavo. Volví a la
caja a los pies de la cama mientras esperaba y elegí otro artículo.
Era una foto en un marco plateado. En la imagen había dos
mujeres, una un poco mayor que la otra. Mi padre nos había hecho esa
foto a mi madre y a mí en Central Park el día que conseguí un agente
literario. Habíamos salido a comer perritos calientes y helados y a dar
un paseo. El sol había estado alto y cálido ese día.
Una sonrisa se dibujó en mi cara. Dejé la foto en la mesita de
noche y me quedé mirándola durante un buen rato. Aunque no era mi
madre biológica, teníamos muchas similitudes. El pelo largo y castaño,
los labios carnosos, la cara afilada. Pero si nos mirabas lo suficiente
podías decir que no éramos madre e hija. Su nariz era un poco más
abultada que la mía, y sus ojos eran de color avellana, mientras que los
míos eran azules como el hielo.
Le envié un mensaje para decirle que estaba bien, que había
pasado mi primera noche en la casa y que no me había devorado un
fantasma. Ella estaba ahora mismo en Sudáfrica, haciendo labores de
misionera, construyendo casas para personas sin hogar. No podía
esperar a que volviera y ella tampoco. No pudimos hablar mucho estos
días.
Media hora más tarde recibí una llamada del repartidor, diciendo
que no podía encontrar la casa.
—Château de Lumière —repetí—, es la cuarta casa de la calle, la
de aspecto espeluznante.
Me acerqué a la ventana de la habitación y descorrí la cortina.
Había un coche, al ralentí en la calle, justo delante de mí puerta. Un
Lexus. Moderno. Podría haber sido rojo, pero la oscuridad lo hacía
parecer negro.
—¿Tu casa tiene nombre? —preguntó el repartidor.
—Todas lo tienen. ¿Eres de aquí?
—No.
Suspiré.
—No importa; mira, puedo verte. Es la puerta que está justo al
lado de donde estás.
Dudó.
—¿Podrías... salir y encontrarte conmigo en la puerta?
—Bien. —suspiré.
Terminé la llamada y bajé las escaleras, poniéndome las zapatillas
antes de salir al mini pantano que llamaba mi patio delantero. Los
bichos me abordaron, y la estatua de un ángel sentada bajo el ciprés
me observó mientras avanzaba por el camino de piedra agrietada desde
el porche hasta la puerta.
—Hola. —Saludó un hombre desde mi derecha; flaco, post-
pubescente. 1
—Pensé que... —dije, mirando de nuevo a la calle. Mi estómago
retumbó—. Da igual. De todos modos, esta es la casa.
—Sí, lo pillo. Lo siento. Es espeluznante.
Me entregó la comida y la cogí.
—¿Nunca te han llamado de una casa espeluznante?
—Claro, pero no como ésta.
El repartidor se fue, y por un momento lo vi alejarse, coger su
ciclomotor y marcharse lloriqueando. Lo había aparcado una casa más
abajo y parecía estar convencido de que mi casa no existía realmente.
¿La del ciprés y el césped salvaje? No. Esa no la encuentro.
Mientras volvía a entrar, me pregunté qué había pasado con el
Lexus que se había detenido frente a mi puerta.
ecidí ponerme a escribir en el bonito escritorio del salón,
pero en lugar de eso, acabé en el dormitorio mirando fotos
de lugares y cosas que hacer en Nueva Orleans. Un crucero
por el río, por supuesto. La calle Bourbon por la noche, claro.
¿Mardi Gras?2 ¿Cuándo era eso? En febrero. Maldición, me lo
perdí.
Habían pasado las horas, se había puesto el sol y no había
conseguido escribir nada, pero la novela podía esperar de todos modos,
¿no? Tenía cuatro semanas para idear un final para un libro que había
empezado y casi terminado hacía meses. Tenía tiempo, y mucho. La
piel se me erizó y me picaba por todas partes como si estuviera cubierta
de hormigas, interrumpiendo mi hilo de pensamiento. No era la
primera vez que dejaba de hacer lo que estaba haciendo y me levantaba
bruscamente, la cama chirriaba con fuerza, como un signo de
exclamación.
La curiosidad me hizo salir del dormitorio, bajar las escaleras,
atravesar el vestíbulo y llegar al patio delantero. Había entrado una
brisa fresca que hacía susurrar el musgo y las hojas que colgaban del
ciprés. Los sapos se habían calmado y los bichos también se habían
ido. Salí del porche y caminé desganada por el patio delantero, con
cuidado de no dar un paso en falso y torcerme el tobillo en el camino
de piedra agrietado.
Finalmente llegué a la puerta y vi lo que me había atraído hasta
aquí.
Al otro lado de la calle del Château de Lumière había otra casa
victoriana como la mía, sólo que ésta era de color azul cielo. Todas las
casas de la calle estaban decoradas con diferentes estilos y colores,
excepto la mía, que era gris y apagada. Es posible que alguna vez
hubiera sido blanca, pero nunca lo sabré. Pero lo que me llamó la
atención no fue la casa en sí, sino la mujer que estaba junto a la verja
al pie de su patio.
Abrí la puerta, salí a la calle y me acerqué a la única vecina que
había visto desde que me mudé al barrio.
—Hola. —Le dije.
Ella me saludó.
—Hola.
Incluso en la oscuridad pude ver que la chica era joven,
probablemente de unos veinte años, como yo. Su piel era morena, tenía
el pelo oscuro y trenzado y unos ojos marrones que se bebían la luz de
la luna.
—¿Vives ahí?
—Sí, somos vecinas. Soy Nicole. —respondió, extendiendo su
mano—. Nicole Harriman.
Me acerqué, tomé su mano y la estreché.
—Soy Madison Collins. —Ladeé la cabeza, incrédula—. ¿Llevas
mucho tiempo aquí fuera?
Ella negó con la cabeza.
—Pero llevaba un par de horas armándome de valor para ir a
hablar contigo.
—¿De verdad?
—Nadie ha vivido allí desde que recuerdo, y mucho menos una
bruja.
—Ah —dije—, me sacaste aquí con magia. ¿Cómo sabías que era
una bruja?
—Sería una bruja bastante mala si no me hubiera dado cuenta de
tu poder. Has estado usando la magia todo el día, ¿verdad? Con un
aura como la tuya me sorprende que nadie te haya descubierto aún.
Debería haber sido más cuidadosa, pensé, dudando en responder.
—¿He dicho algo malo? —preguntó.
—Lo... siento —contesté, dejando caer mis brazos de nuevo—.
Me has puesto en un aprieto.
—No era mi intención. Sólo quería ir al grano y dejar de lado las
cosas incómodas.
—Está bien. También me sorprende que hayas sido capaz de
percibirme.
—Quizá las brujas de por aquí somos más sensibles que otras. —
contestó ella, sonriendo—. Entonces, ¿eres de Nueva York?
—¿También lo has deducido de mi aura?
—Sólo es una suposición afortunada: se me dan bien los acentos
y los idiomas. Domino el francés.
—Oh, eso es genial. Yo no sé hablar otro idioma. Debería haber
estudiado más.
—Entonces, ¿qué te parece tu casa? Ese patio está un poco salvaje.
—Sí, y no hay mucho que pueda hacer yo sola sin magia.
—¿Necesitas una mano? Yo cuido mi jardín.
—No, está bien.
Nicole se quedó callada un momento.
—Bueno, si cambias de opinión. —Ofreció.
Al darme cuenta de que probablemente estaba poniéndome a la
defensiva, y sintiendo que el cosquilleo de la ansiedad empezaba a
manifestarse dentro de mi pecho, bajé la guardia y respiré
profundamente. Exhalé.
—Lo siento. No estoy acostumbrada a tener vecinos decentes, eso
es todo. Me encantaría que me ayudaras; no tengo ni idea de jardinería.
—No te preocupes, estoy feliz de ayudarte, aunque ese lugar
puede necesitar deforestación.
Mis labios se dibujaron en una sonrisa, a la que siguió una
carcajada. Aunque había sido capaz de contenerme, desarraigar mi
vida y mudarme a Nueva Orleans había sido una de las cosas más
estresantes que había hecho.
—Sí, entendido, déjame instalarme primero.
—No hay problema.
Giré la cabeza para observar la casa y lo analicé todo: las glicinas,
los cipreses, la estructura alta y gris. En la oscuridad, con las luces
encendidas, parecía mucho más un lugar devorado por el tiempo y la
naturaleza, que quizás durante el día.
—Mira, ya que eres nueva y eso... —Empezó Nicole.
—¿Sí?
—Pensé que te interesaría ir al Gato Escarlata una noche. Es una
especie de club exclusivo para nosotros los brujos.
—¿En serio?
—Sí, es un club que está justo al lado de la calle Bourbon.
—Sí, tal vez...
—Te llevaré si quieres. Los brujos de Nueva Orleans cuidan de
los suyos y tú te has mudado aquí; eso te convierte en familia. Lo
último que quieres es que te pillen sola sin familia.
Bajé la voz.
—¿Es común hablar de lo sobrenatural tan abiertamente por aquí?
—En su mayoría, no... pero habrás oído las historias y los rumores
sobre Nueva Orleans. Mucho de lo que oyes es cierto.
—¿Qué se supone que he oído?
—Que la magia aquí es... diferente... a la de otros lugares. Más
antigua, más primitiva.
—¿Estás hablando del vudú?
—Digo que aquí hay gente que no ve el mundo de la misma
manera que tú y yo, y cuando dos personas así se encuentran suele
haber conflicto.
—¿Conflicto?
Nicole sonrió e intercambiamos números.
—Ha sido un placer conocerte —dijo—, siento haber
interrumpido tu velada.
—No, no pasa nada, de verdad. También fue un placer conocerte.
—Bueno, si necesitas algo estoy al otro lado de la calle.
Asentí con la cabeza y la vi desaparecer tras la verja de la casa
azul. Un momento después me dirigía a la mía, cerrándola tras de mí.
Subí por el camino de piedra, entré en la casa y cerré la puerta también.
El portátil seguía funcionando en el dormitorio, listo para que me
sentara frente a él y pulsara las teclas. En lugar de hacerlo, lo cerré y
me acomodé en la cama para ver algo de televisión, porque el libro
podía esperar. Horas más tarde, la propuesta de Nicole seguía
incrustada en el primer plano de mis pensamientos. Ir al Gato Escarlata
significaba formar parte del ecosistema, de la familia, ¿y no era eso
algo bueno?
Mis párpados se volvieron pesados y finalmente dejé de luchar
contra el sueño, pero no descansé bien. Cuando llegó la mañana, los
sueños que había tenido esa noche eran como barcos que se alejaban
rápidamente en la niebla del subconsciente. Y todo el día luché con la
idea de que, en algún lugar de uno de esos barcos, se me había
escapado algún mensaje importante.
Tal vez Jean Luc había llevado ese mensaje. De hecho, casi
esperaba que apareciera.
l día siguiente, una lluvia fuerte e intensa parecía golpear
la casa desde todas las direcciones. Me pasé la mayor parte
del día en el dormitorio, leyendo, viendo la televisión e
intentando escribir palabras en la página. Pero tras un par de intentos
fallidos, decidí que la cama no era un buen lugar para escribir.
Es curioso; tenía todo ese poder mágico que dependía de mi
propio pensamiento creativo para manifestarse, y no podía poner un
par de cientos de palabras de ficción en una página para salvar mi vida.
Pensé en Nueva York mientras me trasladaba con mis cosas a la sala
de estar. Pensé en Dan, en las cosas horribles que nos habíamos dicho
al final.
Había estado escribiendo antes de que todo empezaran a ir mal
entre nosotros. A veces era como si no pudiera pensar lo
suficientemente rápido para seguir la velocidad de mi propia escritura.
Los personajes me manejaban los dedos, me llevaban por caminos que
nunca habría pensado recorrer y me mostraban cosas que no podría
haber imaginado mejor.
Todo esto pareció complacer a mi editor, que tras el éxito de mis
primeros libros me dio un adelanto de seis cifras y me pidió que
escribiera un tercero y terminara la trilogía a mediados de mayo. Eso
me daba... no mucho tiempo para trabajar. No era una escritora
especialmente rápida ni siquiera en las mejores circunstancias, pero
parecía que ni siquiera una fecha límite era suficiente motivación para
encender mi fuego.
Me senté en el escritorio del salón. Era pequeño y pintoresco, y
tenía ese auténtico olor a madera. Estaba pegado a la pared, pero desde
donde estaba sentada, si inclinaba la cabeza hacia la derecha, podía ver
todo el patio delantero. El cielo estaba gris, las hojas brillaban y se
balanceaban.
—Eso es. Vamos, Maddie. Dale una patada en el culo a este libro.
Me crují los nudillos, abrí el documento y me puse a trabajar.
Sentada en el escritorio, con el único sonido de la lluvia, el viento
y el retumbar ocasional de los truenos, me sentí como una verdadera
escritora. Las palabras venían a mí y era capaz de ponerlas en la página
de una en una. Antes de que me diera cuenta, habían pasado cuatro
horas, que en lo que pareció un parpadeo me las perdí.
La lluvia había cesado y había anochecido. Respiré hondo y me
enderecé en la silla, estirándome. Mi estómago refunfuñó. Parecía que
también me había perdido la cena. Me levanté de la silla y volví a
estirarme frente a los grandes ventanales cuando me fijé en un vehículo
en la calle.
Una marcha de arañas invisibles me subió por los brazos y los
hombros. Me acerqué un poco más a la ventana e hice una copa con
las manos para poder ver sin el resplandor de la luz interior. El coche
era un sedán, negro -o posiblemente rojo- y estaba detenido justo
delante de mí puerta, con las luces traseras brillantes y el tubo de
escape humeando.
Había estado allí, de vez en cuando, durante los últimos días,
también. Al principio pensé que podía ser un vecino o el vehículo del
repartidor, pero vino en un ciclomotor. Y cuando salí a recibir al tipo
que me trajo la comida, el coche ya no estaba. Pero había estado allí,
parado justo delante.
El Lexus se alejó de repente mientras yo miraba. No había subido
ni bajado nadie, y no había tocado la bocina. Simplemente había tirado
calle arriba.
—Eso es una locura. —murmuré, con mi aliento empañando la
ventana.
Sólo que, ¿lo era? Cogí mi teléfono del escritorio y marqué el
número de Nicole.
—¿Diga? —preguntó ella.
—Hola, soy Madison.
—Oh, hola, ¿cómo estás? ¿Te estás instalando bien?
—Sí, estoy bien. Me preguntaba... ¿estás ocupada esta noche?
—Yo... no creo, ¿por qué?
—Estaba pensando... mencionaste ese lugar, el Gato Escarlata.
¿Crees que podrías llevarme allí?
—Absolutamente, por supuesto. Me da una razón para salir de
casa. Me he estado sintiendo un poco loca.
—De acuerdo, genial. Entonces, ¿voy a buscarte a las nueve? Eso
me dará la oportunidad de salir a comprar algo de ropa primero. Traje
cosas de Nueva York, pero creo que necesito algo nuevo que ponerme.
—Perfecto. Te veré entonces.
Colgué, cogí mi chaqueta y me aventuré en Nueva Orleans, a pie,
en busca de un centro comercial; una tarea fácil gracias a la aplicación
Maps de mi teléfono. Era cierto que necesitaba algo nuevo que
ponerme, pero después de todo el incidente del coche necesitaba
despejar la mente. No pude encontrar ningún vehículo que se ajustara
a la misma descripción en mi barrio, ni en ninguna de las calles de
camino al centro comercial.
Si alguien hubiera subido o bajado del coche, quizá no habría
pensado tanto en eso. Pero la extrañeza de lo sucedido jugaba en mi
mente, un invitado no deseado que invadía mis pensamientos de
vigilia. No fue hasta después de pasar un par de horas en el centro
comercial a orillas del Mississippi, comiendo y comprando, que la
preocupación se derritió como el hielo bajo un chorro de agua caliente.
Había salido de casa con las manos vacías, pero volví con cuatro
bolsas, todas de diferentes tiendas. En una de ellas había cosas para la
casa: velas perfumadas, bombas de baño y un juego de sábanas nuevo
para la cama. Otra bolsa contenía artículos de papelería: blocs de notas
nuevos, bolígrafos, papel para una impresora que aún no había
comprado. Las dos últimas bolsas, sin embargo, contenían ropa y
zapatos nuevos acordes con el clima de Nueva Orleans.
Dejé el sencillo vestido negro que había comprado sobre la cama
y eché encima un nuevo bolso negro, una pulsera de oro y una
gargantilla negra. También saqué un par de tacones de la bolsa y los
puse junto al vestido. No me había puesto tacones desde diciembre,
hace meses, durante la fiesta de presentación de uno de mis últimos
libros. No me había arreglado para los editores ni para mí; lo había
hecho para Dan y él me dejó plantada.
Cogí el vestido, me acerqué al espejo de cuerpo entero que había
junto al armario y me lo sujeté al cuello. Esperaba que este vestido
hiciera lo que yo quería que hiciera. Si ésta iba a ser mi primera
impresión con los brujos de Nueva Orleans, quería que fuera buena.
Cuando cayó la noche, una brisa fresca se había asentado sobre la
ciudad, y el patio estaba serenamente tranquilo cuando entré en él. Un
grillo cantaba en alguna parte. Los sapos croaban y los insectos
zumbaban. Sin embargo, a pesar de los sonidos, todo el lugar seguía
siendo extrañamente silencioso, como si yo fuera la única persona en
un gran pantano vacío.
Recorrí el camino de piedra agrietada y rota desde la casa hasta la
puerta con un brazo estirado para mantener el equilibrio. Cuando salí
a la calle y cerré la verja de Lumière, Nicole estaba atravesando la
suya, imitando mis propios movimientos. Crucé la calle hasta donde
estaba ella y metí las llaves en el bolso mientras me acercaba.
—Hola.
—Hola a ti también. —dijo ella—. ¿Lista para irnos? El Gato
Escarlata está en la calle Bourbon, a un par de manzanas. Pensé que
podríamos ir dando un paseo; ¿te parece bien?
—Claro, guíame.
Caminé junto a Nicole mientras me guiaba por el Barrio Francés,
el olor a coco y miel impregnaba el aire que nos rodeaba. Esta parte
del distrito era tranquila por la noche, casi serena. Pero cuanto más nos
acercábamos a Bourbon Street, más densas, bulliciosas y ruidosas se
volvían las calles.
Todavía no había estado en Bourbon Street, pero verla de noche,
las luces de neón, la gente, el olor a comida, era como algo sacado de
un folleto. Había bares y restaurantes a ambos lados, que desprendían
los inconfundibles aromas del pollo frito, el whisky, los puros y las
hamburguesas en la calle. Gente borracha entraba y salía de los clubes.
Las parejas caminaban cogidas de la mano, dando mordiscos a los
perritos calientes que habían comprado en los puestos.
—Por aquí. —Señaló Nicole, y la seguí mientras salía de la calle
principal y entraba en una lateral.
Pasamos por delante de un club de striptease y un bar. Algunos
hombres estaban fuera, fumando y bebiendo. Uno de ellos nos silbó al
pasar, y la repentina atención hizo que mis nervios se pusieran
inmediatamente en alerta.
—Eh, ¿a dónde vais? —preguntó uno de los tipos.
Seguimos caminando, dirigiéndonos a la puerta al final del
callejón. Pero los chicos tenían otros planes. Oí pasos, y cuando eché
un vistazo detrás nuestra, los vi siguiéndonos. Uno de ellos, el imbécil
jefe del grupo saltó delante de nosotras, obligando a Nicole a
detenerse.
—¿No me has oído? —preguntó.
—No —respondió ella—, lo siento.
—Bueno, ahora puedes oírme, así que, ¿qué hacen un par de
chicas guapas como vosotras en una noche tan bonita como ésta?
No estaba segura de sí ella había notado la maldad en su voz, o la
confianza ebria que emanaba de su interior, pero yo sí; y con otros
cuatro chicos asomándose detrás de nosotras, no me gustaba el rumbo
que estaba tomando esto.
La agarré del brazo y la atraje a mi lado.
—No nos interesa. —Solté.
—Vamos. —Insistió, con los ojos abiertos y los labios en una
sonrisa, o una mueca lobuna—. No seas así, nena. Todos estamos aquí
buscando pasar un buen rato, ¿verdad?
El cuerpo de Nicole estaba tenso y rígido. Me dio la impresión de
que no sabía cómo actuar con estos tipos, como una cervatilla atrapada
entre los faros. Tomé la iniciativa.
—¿Qué tal si te apartas de nuestro camino? Vamos a comer algo
y nuestros novios nos están esperando.
—Puedo darte algo de comer si quieres. —dijo, agarrándose la
entrepierna.
Los otros estaban tan cerca ahora que casi podía sentir a los idiotas
respirando en mi nuca. Sin embargo, el jefe de los imbéciles me había
dado una oportunidad, y que se joda el Velo del Secreto si no la
aprovechaba.
Parpadeé con fuerza, deseando que la magia surgiera de mi
interior y se manifestara. Entonces abrí los ojos, ladeé la cabeza, y
señalé su entrepierna.
—Tentador, pero no me enrollo con tipos que se mean en los
pantalones.
Puse énfasis, y magia, en las cuatro últimas palabras, pero es
posible que la sensación de calor que recorría la pierna del jefe de los
imbéciles tardara un segundo en registrarse en su cerebro de borracho.
Cuando lo hizo, se quedó mirando la mancha oscura de sus vaqueros
con los ojos muy abiertos durante unos segundos antes de arrastrar los
pies hacia la pared más cercana, insultándonos mientras trabajaba
furiosamente en su cremallera.
Su banda de idiotas estalló en una carcajada, atrayendo la atención
de la multitud hacia ellos y provocando una escena. Agarré la mano de
Nicole y aceleré por el callejón, acompañada por la suave brisa
convocada al mundo por mi magia.
—Eso fue increíble. —susurró ella.
—Estoy acostumbrada a los gilipollas. Hay muchos en Nueva
York.
—¿Haces eso a menudo?
—¿Hacer qué?
—Ya sabes, usar la magia con idiotas.
Me encogí de hombros, sonriendo.
—A veces. Quiero decir, ¿para qué más sirve?
A ella le costaba mantenerme la mirada ahora.
—Siempre me han dicho que tenga cuidado con la magia, que la
use sólo cuando sea necesario.
—Yo creo en eso, pero también creo en la justicia y la
conveniencia, así que lo maldije. Nada del otro mundo.
—Bueno, gracias por intervenir. Siento haberme quedado
congelada.
—No pasa nada. Puedes invitarme a un trago y estaremos a mano.
Llegamos al Gato Escarlata a media cuadra del callejón. Desde
fuera, el club era tan tranquilo e inocuo que parecía fundirse con su
entorno. La entrada del club ocupaba el espacio de la esquina de un
edificio de dos pisos. Un gran ventanal daba a la calle a ambos lados
del club, tintado para evitar que los curiosos miraran dentro. Un
hombre de piel oscura, impresionante, vestido con un traje, estaba de
pie junto a la puerta, con las manos unidas delante de él como un
guardián a la entrada de una antigua ruina mágica.
Nicole le enseñó la palma de su mano al portero, que asintió y se
apartó cuando nos acercamos. La música sonaba más allá del siguiente
par de puertas, pero el sonido estaba amortiguado gracias a la
insonorización.
—¿Estás lista? —preguntó.
Asentí con la cabeza y abrió las puertas interiores del local.
Ten cuidado, pensé, que aquí hay brujos.
n jazz suave me envolvió en un cálido abrazo cuando
atravesé las puertas del club. Las ventanas estaban teñidas
de rojo. La gente llevaba vestidos de cóctel o trajes.
Algunos fumaban puros y bebían cócteles o combinados, la mayoría
hablaba en voz baja en las cabinas y otros bailaban en la pista de baile
frente al escenario.
Nicole me condujo hasta una mesa libre con una pequeña vela
encima y se sentó. Me di cuenta entonces de que la sala estaba
iluminada principalmente por las velas de las mesas y por una serie de
luces cuidadosamente instaladas -algunas escarlatas, otras violetas-
alrededor de la barra y ocultas detrás de accesorios en las paredes, que
proporcionaban un suave resplandor en lugar de incandescencia
directa.
—Este lugar es genial. —dije por encima del sonido de la música
que flotaba en el escenario.
—Sí —contestó—, siempre está así de lleno.
—¿Y toda esta gente son... brujos?
Ella asintió, con el pelo ondulado alborotado.
—Casi todos. Los que no lo son, son amigos y familiares de
brujos.
Una joven camarera se acercó y tomó nota de nuestras bebidas -
dos cosmopolitans- y luego se alejó hacia la barra.
Eché un rápido vistazo a la sala: la barra, las cabinas y el
escenario, en busca de signos evidentes de usuarios de la magia, si es
que había algo así como señales evidentes. Sin embargo, mis ojos se
detuvieron en el escenario; más concretamente, en el pianista. Lo
observé, hipnotizada no sólo por la forma en que hacía cosquillas a las
teclas de ese hermoso piano de cola blanco como si fueran una
extensión de su propio cuerpo, sino por la constatación de que las
humeantes voces que había escuchado desde que entré en el local le
pertenecían a él.
Me eché hacia atrás, ladeé la cabeza y me fijé en un último detalle
de él; el parecido con Nicole era asombroso. No era sólo el tono de su
piel o sus ojos oscuros y marrones. Era su nariz, su barbilla, su
mandíbula. Por un momento, pensé que podría ser...
—¿Mi hermano mayor? —preguntó ella—. No. —negó con la
cabeza—. Es Remy Jackson. Te lo presentaré más tarde.
—¿Acabas de leerme la mente? —Le pregunté.
—Lo siento... A veces no puedo evitarlo. Debería haberte dicho
algo.
—Entonces, todas esas otras veces que hemos hablado, ¿has...?
—¿He estado leyendo tu mente? No puedo hacerlo muy bien con
gente que no conozco, y no escucho nada que no tenga que ver
conmigo a menos que esté concentrada. Así que, lo que estabas
pensando, como que... me golpeó.
—Eso es increíble. ¿Cómo lo haces?
—Ojalá pudiera decírtelo, pero no creo que pueda. Es un don. La
magia viene en todas las formas y tamaños.
La camarera volvió con una bandeja y nuestras bebidas. Tomé un
sorbo del vaso de cuello fino con el líquido carmesí y el borde
azucarado.
—Gracias, hace tiempo que no tomo una copa. No desde Navidad.
—Yo tampoco. —respondió ella, bebiendo un sorbo de la suya.
—Entonces, fuera, cuando le mostraste la mano al portero, ¿qué
le enseñaste?
—Ah, claro. —dijo, estirando la palma de la mano. Estaba vacía.
—¿Se supone que debo ver algo?
—Mira con tu otro ojo. —Señaló.
Parpadeé con fuerza una vez, deseando que mi tercer ojo se
abriera. Sentí un ligero cosquilleo en la frente y, cuando volví a abrir
los ojos, el mundo que me rodeaba había cambiado. Los colores eran
más brillantes, como si alguien hubiera aumentado el contraste y la
saturación. Auras de luz rodeaban a las personas, rodeaban a Nicole, a
Remy.
Entonces vi lo que ella quería que viera.
En la palma de su mano había aparecido un pentagrama
resplandeciente que escupía chispas de fuego verde. Parecía un tatuaje
hecho con una especie de tinta verde luminosa y brillante, pero eran
las llamas lo que atraía mi vista. Brillaban con fuerza, las lenguas de
fuego chispeaban mientras se consumían. Y nadie más que yo podía
verlo.
—Vaya —jadeé—, es increíble. Y esto le ha dicho que eres una
bruja, supongo.
—Sí. Los humanos no pueden hacer la marca ni verla. Hay
muchos brujos en Nueva Orleans, y la ley del país dice que tenemos
que identificarnos ante otros brujos. Antes la gente se limitaba a decir
que era bruja, pero entonces los dirigentes se dieron cuenta del enorme
agujero de seguridad inherente al sistema de honor, así que idearon
esta marca.
—¿Necesitaré una?
—Si quieres vivir aquí lo harás. No te preocupes, te enseñaré
cómo hacerla.
—¿Duele? —pregunté.
—No. Relájate, ¿vale? Pareces tensa.
—Está bien; sólo que no sabía que había reglas adicionales que
debía conocer. Ya sabes, además de las habituales.
No matar a otros brujos.
No digas a los que no son de tu sangre que eres una bruja.
No invoques criaturas con las que no puedas lidiar.
No te metas con las almas.
Cosechas lo que siembras.
—Los novatos y los visitantes tienen vía libre hasta que se les diga
lo que tienen que hacer. —explicó Nicole.
Volví a mirar a Remy, que seguía haciendo música suave desde
su lugar en el piano.
—Entonces, ¿qué es lo que necesito saber sobre Remy Jackson?
—Oh… Claro, sí. Es uno de los peces gordos de por aquí. Nueva
Orleans no sería lo que es sin todo el arduo trabajo que él y su familia
han realizado en la ciudad.
—¿Qué quieres decir? ¿Es el alcalde o algo así?
—No, nada de eso, pero su linaje se remonta a mucho tiempo
atrás, y está lleno de brujos que han hecho grandes cosas por esta
ciudad desde antes de que los franceses la vendieran a los Estados
Unidos.
—Oh, vaya. ¿Qué tipo de cosas? —pregunté, dando otro sorbo a
mi bebida. Nicole se inclinó sobre la mesa.
—Antes, Nueva Orleans era el hogar de... vampiros.
—¿Vampiros?
—Sabes de vampiros, ¿verdad?
—Sólo historias. Nunca he conocido a uno.
—Bien, bueno, Nueva Orleans era, como, un refugio para ellos.
La historia cuenta que venían de todo el país, e incluso de Europa, para
beber la sangre de los lugareños. Esta ciudad siempre ha sido un gran
centro de intercambio y comercio, por lo que siempre ha habido hordas
de desconocidos sin rostro y de paso por aquí. Era un lugar perfecto
para que los vampiros cazaran y mataran.
—¿No podría decirse lo mismo de Nueva York? Es más grande
que Nueva Orleans.
—Sí, pero no tiene el mismo encanto del viejo mundo. La gente
dice que no había vampiros en América antes de que los británicos se
establecieran en ella, así que el primer vampiro que llegó era europeo,
y habría querido ir a un lugar conocido. Ningún lugar de América era
tan europeo como Nueva Orleans, ni siquiera Nueva Inglaterra.
—Supongo que eso tiene sentido.
—De todos modos, vinieron y anidaron aquí, y cuando hubo
suficientes, intentaron expulsar a los brujos. Los ancestros de Remy se
enfrentaron a los señores de los vampiros y comenzaron una guerra
contra ellos. Llevó años, incluso décadas. Muchos de ellos eran
esclavos, pero conocían una magia secreta a la que los vampiros no
podían resistirse. Algunos huyeron, otros fueron quemados por la luz
de la mañana. Nunca regresaron.
—¿Hace cuánto tiempo fue esto?
—Hace mucho, mucho tiempo. —respondió ella, después de un
sorbo de su bebida—. La familia de Remy se convirtió entonces en los
líderes de las tradiciones de brujería de Nueva Orleans; el pegamento
que nos mantiene a todos unidos. Además, nunca han dejado de hacer
cosas buenas por la ciudad. Yo no estaba lo suficientemente cerca de
la comunidad de brujos cuando el Katrina golpeó, pero Remy y su
aquelarre salieron a los diques y empujaron el agua hacia atrás con
magia durante todo el tiempo que pudieron. No pudieron matar la
tormenta, pero ganaron tiempo para que más gente escapara. Cuando
terminó, fue él quien ayudó a reconstruir algunas de las partes más
dañadas de la ciudad, invirtiendo dinero en la reconstrucción de la
infraestructura, reubicando familias; ese tipo de cosas.
—Guau. —dije—. Los brujos de Nueva York no te darían un vaso
de agua ni, aunque te estuvieras muriendo de sed.
—¿De verdad?
—Quizá no sea justa. Supongo que no son todos gilipollas, sólo...
algunos.
Y un brujo más que la mayoría, pensé.
—Aquí también tenemos gilipollas. —Aseguró—. Ser bruja en la
Gran Vía es duro. Está la alta magia, la vieja magia, y luego está la
magia antigua, el vudú. Y hay grupos aún más oscuros de usuarios de
la magia que... bueno, prefiero no entrar en eso. Incluso hablar de ese
tipo de cosas genera sospechas por aquí.
—¿Qué cosas? —pregunté, curiosa por saber a qué se refería
exactamente.
Sus ojos recorrieron la habitación y, en lugar de hablar, me mostró
la palma de su mano con el pentagrama brillante. A continuación, dio
la vuelta al brazo y al pentagrama, de modo que dos de las puntas de
la estrella sobresalían y no sólo una. Sabía lo que significaba el
símbolo. Magia negra.
Siempre me había preguntado por otras tradiciones mágicas, pero
nunca había encontrado personalmente a nadie que practicara algo
distinto a la alta magia de mi propio credo.
—De acuerdo. —dije—. Entonces, si alguna vez lo conozco, me
aseguraré de ser amable.
—¿Sí? —preguntó, señalando con la cabeza el escenario.
Remy se había ido, sustituido por una mujer que cantaba una
hermosa balada. No había notado el cambio. Cuando lo vi de nuevo,
estaba caminando entre la multitud, directamente hacia nuestra cabina.
i corazón se aceleró. Yo era la gacela y él el lobo. Era un
hombre mayor, quizá de unos cuarenta años, pero
caminaba con un tipo de confianza y clase que no podía
ignorar.
—Hola. —Saludó con su voz ahumada y casi ronca—. Os
ofrecería una copa a las dos, pero parece que ya estáis tomando algo.
—Buenas noches, señor Jackson —dijo Nicole—. Esta es
Madison, la chica de la que le hablé.
—Ah. —contestó él, sonriendo y volviendo sus ojos
completamente hacia mí—. La nueva residente de Château de
Lumière. Soy Remy Jackson.
Le tendí la mano para estrecharla, pero se la llevó a los labios y la
besó. El calor de sus labios hizo que una corriente eléctrica me
recorriera la columna vertebral. Me habían pasado muchas cosas en mi
vida, pero que un hombre con traje me besara la mano no era una de
ellas.
—Hola. —Saludé— Sí, la compré hace un par de semanas, pero
me he mudado esta semana.
—Es una gran compra la que has hecho. —declaró—. Conozco
bien la casa. Enhorabuena.
—Gracias.
—Nicole, ¿te importaría si le pido a esta joven que me acompañe
a bailar? —Me miró y añadió—: Si ella está de acuerdo, por supuesto.
Me di cuenta de que hablaba con las manos, haciendo gestos
amplios, juntando las palmas, ese tipo de cosas. Miré a Nicole. Ella
asintió.
—Claro. —acepté, deslizándome fuera de la cabina para ponerme
de pie.
Me cogió la mano.
—Prometo que la traeré después de una canción.
Remy me llevó a la pista de baile y, con una mano en mi cintura
y la otra en mi mano, tomó la delantera sin esfuerzo mientras sonaba
La Vie En Rose, cantada por una mujer con una hermosa voz. Puse mi
mano libre en su hombro y me dejé llevar por la música, disfrutando
del olor de su almizclada colonia, pero sin relajarme demasiado.
—Así que, Nicole me ha dicho que eres escritora. Eso es
interesante.
—Sí. —respondí, sintiendo que la sangre subía a mis mejillas. No
solía hablar de que era una escritora exitosa y publicada. Mi madre me
enseñó que no puedes equivocarte si recuerdas ser humilde—. He
publicado una serie con Penguin; es una de...
—Las grandes editoriales —terminó—, las conozco. Me temo que
no he leído nada de tu obra, pero me encargaré de buscarte.
—Gracias. Escribo alta fantasía -magia, intriga, dragones-, así que
te gustará si te gusta ese tipo de cosas. Creo que tengo algunos
ejemplares en mi casa.
Una sensación de frío se instaló en mi estómago. ¿Qué acababa
de decir? Él sonrió.
—Puede que te tome la palabra.
—¿Eres el dueño de este club? —pregunté, cambiando
enérgicamente de tema.
—No, pero el dueño es un buen amigo mío. Todos somos como
una familia por aquí.
—¿Todos los brujos?
—No todos los brujos se ven a sí mismos como familia, y eso es
lamentable para ellos. ¿Pero los que vienen al Gato a disfrutar de una
buena bebida y música? Por supuesto.
—Eso es interesante. Nada que ver con lo que estoy
acostumbrada. En Nueva York, hay aquelarres individuales por todas
partes, y siempre están peleándose entre sí por los lugares de poder y
las ideas religiosas.
—Todas las familias se pelean; la nuestra también —dijo Remy—
, pero todos nos unimos para hacer frente a... amenazas externas.
¿Estoy en lo cierto al suponer que te han informado sobre nuestro
pequeño ecosistema especial?
—Así es.
—¿Y qué lugar ocupa alguien tan justa como tú en el espectro?
¿Justa? pensé, con la sangre caliente subiendo a mis mejillas.
—¿Yo? Yo no ocupo nada en ninguna parte.
—Me disculpo. Quizá no hice la pregunta correcta. Me refería a
cómo es tu magia.
La canción pasó suavemente a Body and Soul, otra balada de
Louis Armstrong, otra canción lenta.
—Oh —dije—, supongo que no sé realmente cómo responder a
eso. Sólo pienso en lo que quiero que ocurra, y a veces ocurre.
—Alta Magia. Poderosa, y también rara, pero difícil de controlar.
Es el estilo mágico más versátil.
—No pensé que fuera un estilo de magia.
—Es un estilo de magia un poco más vulgar y menos capaz de
realizar actos que requieren delicadeza, pero formidable igualmente.
Debe haberte dado problemas al crecer.
—Crecí siendo diferente a todos los que me rodeaban. Llevo
haciendo magia desde los doce años. Mis amigos no lo entendían, mis
profesores tampoco, y no podía decirles o mostrarles lo que era. Me
ponía tan nerviosa que no era capaz de hacer magia cerca de ellos. No
tenía a nadie con quien hablar de eso.
—¿Tu madre era bruja?
—Mi madre biológica, probablemente, pero no mi madre
adoptiva.
—¿Eres adoptada?
—De nacimiento.
—Lo siento. —dijo.
—No lo sientas. Nunca la conocí, no tengo forma de saber cómo
era. Pero mi madre adoptiva es la mejor madre que podría haber
pedido. Ella no sabía lo que me pasaba y yo no sentía que pudiera
decírselo. Tuve que descubrir mis poderes por mi cuenta. Pero ella
siempre estuvo ahí para mí, siempre fue paciente.
—Estas cosas no siempre son fáciles cuando se es joven.
Recuerdo haber sido joven y diferente una vez, como tú. Aunque los
brujos eran fuertes en mi familia, mi don era distinto al de ellos. Un
tipo de magia más antigua.
—¿Más antigua?
—Es difícil de explicar con palabras, pero lo intentaré por ti
alguna vez.
Sonreí y pensé ¿qué demonios estoy haciendo? Sus ojos eran
oscuros, y pude notar la gracia que tenía en sus pies por la fluidez de
sus movimientos, a pesar de la lentitud de los bailes en sí. Estaba casi
segura de que podría haber elegido a cualquier mujer, u hombre, de
este lugar si hubiera querido, así que ¿por qué a mí? De repente me
pregunté si le había visto en algún sitio. Tal vez fuera la forma en que
me sonreía, o el brillo de sus ojos en la luz.
—¿Por qué siento que te conozco? —pregunté.
Él sonrió.
—Me pasa mucho, la verdad. Supongo que tengo una de esas
caras.
Yo sonreí a su vez.
—Tal vez la tengas.
—Bueno, mira, voy a ser sincero contigo. Quería hablar contigo
en privado para decirte algo que no me gusta especialmente decirle a
los recién llegados. Me gusta que las cosas sean agradables y fáciles,
pero las cosas no siempre son así.
—Está bien, soy una chica grande.
Remy asintió.
—Nueva Orleans no es un lugar seguro para los brujos que van
por libre —afirmó—. Aquí hay brujos de todo tipo; nigromantes,
autoproclamados, sacerdotes oscuros, sacerdotisas vudú. Has hablado
de brujos que luchan por diferentes ideologías en Nueva York; siento
decir que Nueva Orleans no está exenta de ese tipo de luchas insidiosas
internas. Hacemos todo lo posible por mantener la paz, pero la verdad
es que todos estamos mejor cuando estamos juntos, con otros de
nuestra misma especie. Por eso, me gustaría invitarte a formar parte de
nuestro aquelarre.
—¿A mí? —pregunté—. Quiero decir, no hago mucha magia. —
Mentí de nuevo.
—Eso no importa. Tienes el aura mágica, y eso es suficiente.
—¿Estás seguro?
—Cuidamos de los nuestros, ¿recuerdas? Y tú eres una de los
nuestros.
Esto es lo que había venido a hacer aquí, ¿no? Entonces, ¿por qué
estaba dudando? No podía evitar la sensación de que lo conocía de...
alguna parte. Quizás sí tenía una de esas caras.
—De acuerdo —respondí—, me uniré a tu grupo. Es mejor que
estar sola, ¿no?
—Ese es el espíritu. —contestó—. Dejaré que Nicole te explique
algunos de los detalles: dónde nos reunimos, cuándo celebramos la
iglesia, ese tipo de cosas.
—¿Iglesia?
Él sonrió.
—Una reunión de brujos. Lo llamamos celebrar la iglesia.
Asentí con la cabeza.
—De acuerdo, entendido.
La canción terminó y Remy me soltó. Luego se inclinó y me besó
ambas mejillas.
—Gracias por el baile. Eres una presencia embriagadora, y me
gustaría volver a verte.
¿Embriagadora?
—De nada. —murmuré, pasándome un mechón de pelo por la
oreja.
Me miraba fijamente.
—Esos ojos. —susurró, sonriendo como un amante del arte en una
exposición.
Me soltó la mano y salí de la pista de baile para reunirme con
Nicole en la cabina.
quella noche llegué a casa un poco mareada, después de
haberme soltado el pelo por primera vez en lo que parecían
años. Volvimos caminando desde el club, bueno, nos
tambaleamos. Luego ayudé a Nicole a cruzar su puerta y a entrar en su
casa antes de dirigirme a la mía, rebuscando en mi bolso las llaves
mientras avanzaba.
Los grillos cantaban, los insectos zumbaban y un viento suave y
susurrante agitaba las hojas y el musgo que colgaba del ciprés cercano.
El aire olía a humedad, a frescura y a vida, y me sentí casi despejada
en el tiempo que había tardado en hacer el corto recorrido desde su
puerta hasta la mía. Arriba, Lumière se alzaba silenciosa y oscura, una
gárgola tranquila e inmóvil en una calle por lo demás colorida y
animada.
Al pie de la puerta había un hermoso arreglo de rosas lilas y
peonías rosas. Me acerqué y busqué una tarjeta para ver de dónde
procedía o quién la había enviado. Había un sobre metido entre las
flores con mi nombre, pero nada más. ¿Un regalo de bienvenida al
barrio? Podría ser; probablemente no era un secreto para los brujos de
la ciudad, al menos los del grupo de Remy, que yo vivía aquí.
Examiné el arreglo y miré a mi alrededor, haciéndome la ilusión
de que descubriría quien lo había dejado. Pero ¿y si no era un regalo
de bienvenida en absoluto? Truco o trato, Maddie, pensé. Aun así, no
podía dejarlo donde estaba, así que desbloqueé la puerta, atravesé el
patio y entré en la casa preguntándome quién demonios lo había
enviado.
Entré en la cocina y coloqué las flores y mi bolso en la encimera
de la isla. Se me erizó la piel al soltar el arreglo. Parpadeé con fuerza
y deseé que mi tercer ojo se abriera. Me empezó a cosquillear la frente,
igual que en el club.
Un instante después, empezaron a manifestarse signos del mundo
mágico en cada una de las rosas: glifos de luz diminutos y brillantes
que parecían letras, pero eran más bien runas.
Estaba tan hipnotizada por la forma en que se manifestaban los
pequeños glifos brillantes, que casi no entendí lo que significaban, lo
que representaban.
Entonces me di cuenta.
No podía ser. Mi corazón se aceleró, latiendo en mi garganta, mis
sienes, golpeando contra mis costillas como un borracho en una celda,
pero no podía ser. Me lamí los labios; estaban secos. La vista me
temblaba. El arreglo estaba sobre la encimera de la cocina como un
arma asesina desechada y cubierta de sangre.
Las flores, lo sabía, no habían sido enviadas por ningún brujo
local; eran de Dan.
Me acerqué con la mano izquierda extendida y toqué las rosas,
esta vez con la intención de desencantar cualquier hechizo -o
maleficio- que se hubiera aplicado sobre ellas. Las yemas de mis dedos
empezaron a sentir un cosquilleo. Una suave brisa recorrió la casa, a
pesar de las ventanas cerradas, y me acarició la mejilla. Los símbolos
brillantes empezaron a desprenderse en pequeñas motas de luz
centelleante y a dispersarse en el aire alrededor de la cesta, y las rosas
se volvieron rojas.
Con las flores desencantadas, fui a por la nota, la desdoblé con
cuidado y la puse sobre la encimera para leerla. Era la caligrafía unida
de Dan, sin duda. Debería haberlo sabido por la forma en que había
escrito mi nombre.
MADDIE,
NO IMPORTA QUE, siempre te amaré.
DAN x
MI MANO SE AGITABA mientras leía la nota, haciendo que el
papel se tambaleara.
¿Maddie? pensé, ¿te amaré? Cada una de sus palabras había dolía
más que la anterior, pero ¿amarme? Quizá lo había hecho hace un año,
hace dos, hace tres, pero ¿ahora?
Tiré la nota a un lado y cayó sin ruido al suelo.
Mis ojos se dirigieron al cubo de la basura y cogí la cesta, decidida
a tirarla. Pero eso no serviría. No quería que estuviera en el cubo de la
basura toda la noche. No la quería en mi casa. No quería que existiera.
Dejé la cesta sobre la mesa y coloqué las manos a ambos lados de esta,
respirando profunda y largamente hasta que pude controlarme.
La toqué suavemente con la punta del dedo, cerré los ojos y vertí
toda mi ira en ella, mi magia. Unas voces inarticuladas y susurrantes
me rodearon mientras deseaba que el poder se manifestara, filtrado por
el dolor que sentía. Las rosas comenzaron a marchitarse frente a mí.
Los pétalos se ennegrecieron, los tallos se volvieron grises y, poco a
poco, todo el conjunto, incluida la cesta, empezó a deshacerse en
cenizas.
Sin dejar de respirar con dificultad, retiré los dedos y los pasé por
debajo del grifo del fregadero para limpiarme la ceniza, aunque no
había mucha. La magia seguía circulando dentro de mí, como la
adrenalina después de una pelea. Miré mi reflejo en la ventana de la
cocina que daba al fregadero y el cristal se resquebrajó: una larga raja
de izquierda a derecha.
Cerré el grifo y me limpié las manos con una toalla. Mi magia
había provocado esa grieta. Remy tenía razón cuando dijo que era
difícil de controlar, pero nunca había hecho eso antes.
Me dirigí al dormitorio tan rápido como pude, me metí en la cama
y dejé que el sueño me llevara a un lugar tranquilo y silencioso; un
lugar donde mi mente pudiera alejarse de lo que acababa de suceder.
Normalmente me habría perdido en un libro, la lectura siempre me
ayudaba a calmarme, pero no podía mantener los ojos abiertos, aunque
hubiera querido.
Era como si las pilas se me hubieran agotado de repente.
uando volví en mí, los pájaros ya cantaban. Tenía la boca
seca, la cabeza me latía con fuerza y me había despertado
del tipo de sueño que se acaba tan rápido que te quedas
preguntando si has dormido. No quería salir de la cama, pero había
salido el sol, el día parecía brillante y lleno de vida, y era una pena
desperdiciarlo.
Me incorporé demasiado rápido y la habitación dio vueltas.
Esperé, dejando que se me pasara el subidón de la cabeza, y luego
deslicé las piernas fuera de la cama y me senté en un lado, frotándome
los ojos con las yemas de los dedos. Los recuerdos oníricos de las rosas
que Dan me había enviado la noche anterior iban y venían,
acosándome como chacales y haciendo que la sangre hirviendo se
precipitara a mi cara y a mi pecho.
Pero entonces los pensamientos sobre Remy aparecieron flotando,
como una suave melodía en una habitación oscura, y la ira se
desvaneció.
Respiré hondo, me puse en pie y crucé la habitación hasta llegar
al baño. Un chorro de agua fría en la cara me ayudó a abrir los ojos
por completo, pero cuando me vi en el espejo deseé no haberlo hecho.
Mi pelo largo y castaño era un desastre, mis labios estaban secos y el
kohl negro de anoche estaba tan manchado que tenía unos ojos de
panda dignos de Taylor Momsen.
Magia, pensé, eso lo arreglará todo. Pero ahora mismo no era ni
remotamente capaz de realizar ningún tipo de hazaña mágica. Estaba
lenta y aturdida, con el cerebro frito y las articulaciones doloridas. Hay
una buena razón por la que la magia se considera una forma de arte, y
una no puede hacer arte cuando se siente como si acabara de salir a
rastras de un agujero en el que llevaba días metida. Y después de la
falta de control que mostré anoche, lo último que quería hacer era
tentar a mi suerte.
Me arreglé lo mejor que pude, me puse un vestido verde musgo,
me calcé un par de zapatillas de ballet y me dirigí al exterior para dejar
que el sol me bañara con una luz curativa. Veinte minutos más tarde,
armada con dos cafés con leche de caramelo de la cafetería de la calle,
llamé al timbre de la puerta de Nicole y esperé a que respondiera.
El jardín de la parte delantera de su casa era precioso: triángulos
cuidadosamente recortados de jazmín, margaritas y rosas. El césped
había sido cortado, el camino de piedra que iba desde la verja de
entrada hasta la puerta principal no estaba agrietado como el mío, y las
enredaderas que crecían en el lateral de la casa azul parecían estar ahí
más por la intención de alguien que por el propio mandato de la madre
naturaleza.
Estaba admirando las enredaderas cuando la puerta se abrió y
Nicole se asomó por el hueco.
—Traigo café —dije—, me vendría bien uno, así que pensé que a
ti también.
Ella abrió la puerta por completo. También se había vestido, pero
tenía la misma expresión de cansancio que yo.
—Anoche bebimos demasiado. —respondió, cogiendo el café.
—Sí... aunque fue una buena manera de darme la bienvenida al
barrio, ¿no?
Ella sonrió y se hizo a un lado.
—¿Quieres entrar? —preguntó.
—Claro. —dije, y pasé al otro lado de la puerta de la casa azul.
Lo primero que noté fue la falta de polvo en el aire. Lo segundo
fue el pulido, todas las superficies parecían brillar como si estuvieran
dotadas de una luz interior. Lo tercero fue el color de las paredes. Las
paredes interiores de Lumière estaban cubiertas por patrones
entrelazados en diferentes tonos de verde. Las paredes de esta casa
tenían un patrón entrelazado similar, sólo que las paredes eran de color
crema, y las líneas eran doradas.
—Este lugar es precioso.
—¿Es muy diferente a la tuya? —preguntó, llevándome a un
hermoso y espacioso salón brillantemente iluminado—. Todas estas
casas se construyeron individualmente, y además a mano. Los diseños
de cada una son totalmente distintos.
—Sí, la mía es diferente. Deberías venir alguna vez. Parece un
poco más habitada ahora, pero tu familia tiene claramente un ojo para
el estilo que yo podría utilizar.
Señaló el sofá del salón. Me senté, cogí un posavasos del centro
de la mesa y lo puse debajo de mi taza de café. Un reloj de pie marcaba
los segundos en el fondo. También vi un caballete frente al hermoso
ventanal del lado opuesto de la habitación, aunque no podía ver lo que
había en el lienzo.
—Entonces, ¿cómo te sientes? —pregunté.
—No me he despertado muy bien, pero va mejorando. ¿Y tú?
—Lo mismo. Aunque no pude quedarme en la casa. Hoy me
habría vuelto loca allí sola. —Nicole ladeó la cabeza y me miró con
una extraña curiosidad—. ¿Acabas de...?
—¿Va todo bien? —preguntó—. No te leí la mente; sólo... tuve
un presentimiento.
—¿Empática además de telépata?
—No soy empática, mi madre sólo me enseñó a leer a la gente.
—No podemos guardarte secretos, ¿verdad? —pregunté, con una
risa nerviosa brotando de mis labios. Sorbí mi café para intentar
disimularla.
—No tienes que decírmelo. —afirmó ella.
—No... Creo que esa es en parte la razón por la que he venido.
Para contártelo.
Su rostro se suavizó y dejó su bebida en la mesa.
—Soy todo oídos.
Miré mi taza, dudando. No le había hablado a nadie de Dan, al
menos en los últimos cuatro meses. Todavía tenía la oportunidad de
echarme atrás, de mantenerlo a él y a esa parte de mi vida en secreto,
pero después de anoche no estaba segura de querer hacerlo, y Nicole
parecía alguien en quien podía confiar.
—Tuve una entrega anoche, Flores.
—¿Cuándo llegaste a casa?
—Sí. Debieron llegar después de que me fui.
—¿Sabes de quién eran?
Suspiré.
—Eran de mi ex novio de Nueva York.
—¿De Dan?
—¿Me has leído la mente otra vez?
—No, creo que hablamos de él anoche. Aunque estábamos un
poco borrachas.
—Bueno, me estaban esperando en el porche. La cosa es que no
había una dirección de entrega ni nada por el estilo; sólo una nota
escrita a mano por él.
—¿Qué quería?
—Yo... creo que quería intimidarme. Hacerme saber que, no
importa a donde vaya, me encontrará.
Ella dio un sorbo a su bebida. El reloj de pie hizo un tictac en la
pausa.
—¿Qué pasó? —preguntó—. Nunca hablamos de eso, al menos
creo que no lo hicimos.
—Sólo se lo he explicado a otra persona. A dos si incluyes a mi
madre.
—¿De acuerdo?
—Nunca me engañó. —afirmé—. Al menos, no que yo sepa. Pero
era controlador. Nunca podía ir de vacaciones con amigos sin él. Me
obligaba a quedarme en casa con él en lugar de salir porque acababa
de volver de un largo día de trabajo y me extraña. Si alguna vez me
cabreaba, me manipulaba para que pensara que era culpa mía que
estuviera enfadada. Me dio por sentado, dejó de salir conmigo, dejó de
recordar las fechas importantes y de sorprenderme...
—Suena como un capullo.
Me encogí de hombros.
—Supongo que no es exactamente algo de lo que quejarse. Yo no
estaba trabajando en ese momento. Estaba escribiendo y él pagaba
todas las facturas. Sólo deseaba que pudiera estar allí más. Le echaba
de menos todo el tiempo. Al principio empecé a pensar que quizás yo
era la culpable, ¿sabes? Que tal vez estaba demasiado necesitada. Pero
entonces se pasó de la raya una noche y supongo que fue el principio
del fin.
—¿Qué quieres decir?
—El último evento de lanzamiento de mi libro, fue en Navidad,
se suponía que él iba a venir conmigo, iba estar ahí conmigo. Esa era
mi noche. Yo le había ayudado a conseguir todos sus ascensos y había
ido a todas las fiestas que su empresa le había organizado. Mi editor
me organizó mi primera gran fiesta y él decidió salir con sus
compañeros de trabajo. Me dijo que estaba haciendo contactos, pero
la verdad es que me abandonó para ir a beber con sus amigos. Tuvimos
una gran pelea esa noche. El Año Nuevo fue una mierda. Lo pasé en
casa de mi madre por primera vez en cuatro años, llorando por un tipo
que contaba los segundos para finalizar el año en una fiesta. —Le di
un sorbo a mi café—. Después de Año Nuevo volví con él, le di otra
oportunidad, pero algo había cambiado. Peleábamos mucho, todas las
noches. Una noche casi me hace daño.
—¿Te lastimó? —preguntó Nicole, inclinándose hacia delante en
su silla—. ¿Cómo?
—Dan es brujo. —contesté—. Una de nuestras peleas se volvió
tan acalorada que inconscientemente me lanzó una lámpara. La suerte
me permitió bloquear el golpe, pero atravesó una de las ventanas. Los
vecinos llamaron a la policía. Me marché esa noche y sólo volví para
recoger mis cosas, pensando que habíamos terminado, pero no fue así.
Dan siguió llamando, enviando mensajes de texto, tratando de
recuperarme. Entonces... empecé a pensar que me estaba acosando.
Creí verlo de pie afuera de la casa de mi madre, pero siempre sólo de
noche.
—¿Llamaste a la policía?
—No pude. Cada vez que salía para enfrentarme a él, se había ido.
Y la otra noche... —Ella ladeó la cabeza—. Probablemente no sea
nada.
—¿Qué pasó?
La miré.
—Había un coche a ralentí en la calle. Normalmente no le daría
importancia, pero estoy segura de que también estaba allí la noche
anterior. Fue entonces cuando decidí llamarte y pedirte que me llevaras
al Gato.
—¿Estás segura de que era el mismo coche?
Asentí con la cabeza y tomé otro sorbo de mi café. Se estaba
enfriando, así que le introduje un poco de magia calentándolo con la
mano hasta que una pequeña nube de vapor empezó a salir por el
orificio para beber. Esa brisa fresca y familiar entró en la habitación,
haciendo que Nicole mirara a su alrededor.
—¿Crees que vendría aquí si pudiera? —preguntó. Levanté la
vista del borde de mi taza y asentí—. ¿Y no quieres verlo?
—No es tan simple como que él... se volviera inestable al final.
Impredecible. No sé de qué es capaz, y prefiero estar lejos suya.
Ella también asintió ahora.
—Si tienes el más mínimo indicio de que está aquí, o de que va a
venir —dijo—, dímelo, ¿vale? Ahora tienes amigos. Podemos
ayudarte. Quiero ayudarte.
—Gracias... lo aprecio.
Nicole sonrió, y tras una pausa en la conversación, me puse de pie.
—Debería irme.
Ella también se levantó.
—¿Estás segura? —preguntó—. Voy a ir a mi Hueco un poco más
tarde.
—¿Hueco?
Ella enarcó una ceja.
—Sabes lo que es un Hueco, ¿verdad? ¿Hay de esos en Nueva
York?
—Sí, pero no hay muchos, y conseguir que un brujo te permita
estudiar el suyo es un ejercicio inútil.
—Nueva Orleans está llena de ellos. Yo tengo uno que vigilo.
—Eso es increíble —dije—, pero creo que voy a pasar ahora
mismo. No he dormido bien y no creo que lo aprecie del todo. ¿Lo
dejamos para otro día?
Nicole asintió y me acompañó a la puerta. La abrió y pasé por ella.
—Gracias de nuevo.
—Deja de darme las gracias. —replicó— Ahora somos amigas.
Le sonreí, una sonrisa genuina, no una nacida de la cortesía. Bajé
las escaleras, caminé por el sendero y abrí la verja de la calle, pero me
detuve en seco cuando llegué a la acera, con el corazón latiendo con
fuerza.
Había un hombre en la calle. Estaba parado frente a mi puerta,
sosteniendo un arreglo floral.
i corazón se relajó cuando vi la furgoneta azul bebé con el
estampado de flores impreso en el lateral junto a las
palabras Vincent and Co. La mejor boutique de flores de
Nueva Orleans.
El hombre que sostenía las flores llevaba una camisa celeste, y a
menos que Dan hubiera llegado a Nueva Orleans y aceptado un trabajo
como repartidor, este no era él.
Me acerqué, dándole un amplio margen al otro lado de la calle
mientras subía a la acera frente a la casa azul de Nicole. El tipo miraba
a Lumière, con una expresión de profunda reflexión y desconcierto en
su rostro. Como si no pudiera verla, o no creyera que hubiera una casa
allí.
—¿Puedo ayudarle? —pregunté.
Dio un respingo y me miró. Era de piel oscura, calvo, quizá de
unos treinta años.
—No la había visto. —dijo, excusándose—. ¿Sabe quién es el
dueño de este lugar? —preguntó.
—Sí, lo sé.
—¿Es usted Madison Collins? —preguntó, comprobando la
etiqueta de las flores, ¿o era una nota?
Asentí con la cabeza.
—¿Son para mí?
—Así es. —contestó, acercándose.
Me dedicó una hermosa sonrisa y me entregó un arreglo de flores
rosas y moradas dentro de un hermoso cuenco de plata. Las cogí y las
olí sin pensarlo. Eran frescas, el aroma era irresistible y lleno de
primavera.
—Gracias, ¿de quién son?
—No lo sé, solo las entrego. Necesito que me firme esto.
Me entregó la pequeña tableta electrónica y firmé debajo de mi
nombre impreso. Luego le devolví el aparato y me di cuenta de que
había una tarjeta encajada en el arreglo. Era un sobre azul cielo, con
mi nombre escrito en el frente. No parecía la letra de Dan, pero las
suaves vibraciones que se desprendían de la propia tarjeta me
indicaron que había algún tipo de magia. Tal vez a su alrededor, quizás
dentro de ella. Sin embargo, no podía hacer nada hasta que me apartara
de la presencia del humano, así que asentí y le di las gracias.
—No hay problema. —respondió, volviendo a entrar en su
vehículo—. Que tengan un buen día.
No me quedé a ver cómo se iba el conductor, pero oí cómo se
alejaba la furgoneta. Atravesé el patio a toda prisa con el cuenco en las
manos, saqué las llaves del bolso y abrí la puerta principal. Cuando
entré, me dirigí a la cocina y coloqué el arreglo junto al cristal de la
ventana, detrás del fregadero, donde las flores recibirían mucha luz
solar.
Saqué la nota de entre las flores y la abrí. La magia que se había
utilizado en la nota era sutil y de poca importancia; me di cuenta con
sólo tocarla. Pero no me sentí amenazada por esta magia como lo había
sido por la de Dan. También sentía una gran curiosidad. ¿Qué brujo
había enviado esas flores y por qué había encantado la nota?
Con un par de palabras, obtuve la respuesta: eran de Remy.
Querida Madison.
Espero que no te moleste el gesto, pero pensé en hacer algo para alegrarte el día como
tú alegraste mi noche. Eres un soplo de aire fresco para los que no pueden respirar, la luz del
sol para un hombre que no ha visto el sol. Si no estás ocupada escribiendo la próxima gran
novela americana, pensé en invitarte a cenar mañana por la noche. Sólo nosotros. Yo invito.
Cuando estés lista, escribe un sí en el reverso de esta nota y lánzala en tu patio delantero.
Estoy deseando verte.
Remy
—JODER.
Una oleada cálida se extendió desde la punta de mis dedos hasta
mis mejillas. Miré alrededor de la cocina, quieta y silenciosa, y luego
volví a leer la nota. ¿Tirarla al patio? Mientras buscaba un bolígrafo
y me inclinaba para escribir que sí en el reverso de la nota, me dije que
era porque quería ver qué pasaría si hacía lo que él me había pedido.
Eso era todo. Tenía curiosidad.
Pero sabía la verdad.
Había algo en él, algo misterioso y sexy. Era mucho mayor que
yo, pero eso sólo significaba que sabía lo que quería, y me quería a mí.
Una cena con un hombre como Remy Jackson no era solo una cena,
sino un juego de quién tiene el control. Podía imaginarnos sentados en
una mesa elegante, yo con un vestido y él con un traje, mirándonos a
través de los bordes de nuestras copas de vino después de una noche
de risas y coqueteo, esperando el uno al otro.
Esperando a que uno de los dos diera el primer paso.
Inmediatamente me sacudí el pensamiento, pero de todos modos
cogí mi bolígrafo y escribí un sí en el reverso de la tarjeta. A pesar de
lo mucho que él me atraía, también quería causar una buena impresión
a los brujos de Nueva Orleans, y si conseguía impresionarlo estaría
dentro. Como me parecía un hombre que jugaba limpio, creía que
podría hacerlo incluso sin que nuestra cena se convirtiera en algo más.
Ahí voy de nuevo, pensé, atrapándome en la fantasía de seducir a
Remy y su voz ahumada.
Una vez completada mi respuesta, me apresuré hacia el porche y
observé el patio. El sol estaba alto y brillante, los verdes, rosas y
amarillos del jardín eran vibrantes y estaban llenos de vida, y no había
ni una nube en el cielo. Volví a mirar la nota durante un segundo y
luego la volteé para ver mi respuesta.
La sujeté con firmeza entre dos dedos y esperé. No hay vuelta
atrás una vez que haga esto. Sin pensarlo más, levanté la nota hacia
el cielo. El papel se elevó, atrapando mucho más aire del que yo
pensaba. Entonces, la suave vibración de la magia me tocó el pecho y
vi cómo la tarjeta estallaba en una nube de hermosas mariposas
monarca.
Las mariposas anaranjadas y negras bailaron torpemente unas con
otras antes de encontrar su ritmo y revolotear por el patio con
majestuosa gracia. Mi corazón dio un salto cuando las vi, y no pude
evitar sonreír. Yo nunca había hecho este tipo de magia, tan
cautivadora y a la vez tan sencilla y elegante. Esa era la palabra.
Elegante. Parecía seguir a Remy dondequiera que fuera, así que ¿por
qué no debería manifestarse en su magia?
Después de un par de minutos, las mariposas habían desaparecido
en su mayoría. Algunas se habían quedado en el patio, revoloteando
alrededor de las flores silvestres. No sabía a dónde iban, pero sabía en
la mano de quien acabarían. Sólo esperaba que no terminar yo también
allí.
na profunda noche sin luna había caído sobre Nueva
Orleans, asfixiando la ciudad bajo un manto de oscuridad
y nubes bajas. Mientras estaba sentada en mi habitación,
garabateando notas en un diario, me sorprendí a mí misma mirando la
ventana y el cielo oscuro que había más allá, asombrada de cuan
repentina y dramáticamente había cambiado el clima.
Quizá esta noche vuelva a llover. Me gustaba la lluvia. Yo era una
de esas personas que preferían pasar un día dentro de casa, con la lluvia
golpeando la ventana, una taza de cacao caliente en las manos y una
nube de vapor rozándome la punta de la nariz, que pasarlo en una playa
soleada en pleno verano.
Si no has ido a la playa no puedes dejar rastros de arena por ningún
sitio.
Un suave crujido de madera llamó mi atención. Miré al techo,
escudriñando los rincones de la habitación. Esta casa podía hablar,
pero lo hacía en un idioma que yo no entendía. Algunas sílabas tenían
un tono alto, de los que te resuenan en la nuca cuando se oyen. Otras
eran profundas y hacían vibrar mi pecho.
En cualquier caso, cuando la casa hablaba, me ponía en guardia.
El momento pasó. Mis músculos se relajaron. Me giré para mirar
de nuevo mi cuaderno de notas, apoyando el bolígrafo en la página.
Antes de que pudiera escribir una palabra, mi teléfono vibró en la
mesita donde se estaba cargando, y el sonido casi me hizo saltar. Me
giré para cogerlo y vi la cara de Anna en la pantalla.
Deslicé el dedo hacia la derecha para responder a la llamada y me
metí un mechón de pelo detrás de la oreja. La llamada se conectó. La
imagen estática de la cara de Anna parpadeó y apareció una versión
algo más pixelada de su rostro.
—Hola. —dijo, saludando con la mano.
—Hola. —Devolví el saludo— ¿Cómo estás?
—¡Bien! Hace un par de días que no sé nada de ti. Por eso te
llamo, para comprobar que estas bien.
—Lo siento, he estado muy ocupada aquí abajo.
—No lo dudo. ¿Cómo está la casa?
—Chirria, pero genial. No puedo creer que sea mía.
—¡Felicidades por convertirte en una minoría! ¿Y la escritura?
¿Cómo va eso?
—Está... yendo. Lentamente, pero va.
—Pero has escrito, ¿verdad?
—Sí. Encontré un bonito escritorio donde he estado trabajando.
El otro día me senté durante varias horas seguidas. Hice más que en
semanas...
Otro sonido. Este fue más largo, más prolongado. Sonó casi como
un golpe.
—¿Todo bien? —preguntó Anna.
—Sshhh. —siseé, poniéndome un dedo en los labios.
Me deslicé fuera de la cama y caminé, descalza, a través de la
habitación y hacia el pasillo. Miré a izquierda y derecha. El corredor
estaba en silencio, excepto por el crujido de mis propios pasos sobre
el suelo de madera.
—¿Maddie?
—Un segundo.
Me dirigí hacia las escaleras con el teléfono en la mano y miré por
encima de la barandilla hacia el vestíbulo. Silencio. La puerta principal
cerrada. Cerrada con llave. La cadena puesta. La luz estaba encendida,
pero la había dejado encendida antes. Decidí bajar a la cocina, tal vez
a por un bocadillo.
—De acuerdo —le dije—, mi casa sólo cruje.
—Supongo que viene con el pack de casa vieja, ¿no?
—Sí, pero me encanta este lugar. Tiene mucho carácter.
—Entonces, ¿qué más ha pasado? ¿Ya has conocido a algún
chico? —Una sonrisa se dibujó en mis labios, pero no dije nada—.
¿Maddie?
—¿Sí? —respondí, mirando de nuevo la pantalla.
—Madison Collins... ¿has conocido a un caballero pretendiente?
—Es curioso que lo digas así...
—¡Sal de la ciudad! ¿Ya? ¿Quién es?
—No es nada. Sólo una cita.
—Las citas no son nada. Las citas conducen a algo.
—Algunas lo hacen.
—Sí, pero tú eres talentosa, e inteligente, y bonita. Llevará a algo
a menos que tú no quieras.
—Tal vez no quiera. Tengo que escribir. Por eso estoy aquí. Es
por lo que me mudé. Meterse en algo sólo me distraerá.
—Te mudaste para alejarte de Dan y empezar una nueva vida, así
que vive.
—Está bien. Tal vez. Ya veremos. Sólo tengo que...
Un fuerte estruendo rasgó la conversación como el retumbar de
un trueno en una noche silenciosa. Anna habló, pero no pude oírla. Mi
mano había volado a mi costado, mi cuerpo se había puesto rígido y
tenso, la respiración contenida, el corazón latiendo con fuerza.
No sólo había oído el estruendo, sino que había sentido que la casa
temblaba.
Me giré, lentamente, y escudriñé el otro lado de la cocina. Desde
aquí no podía ver el pasillo más allá del arco de la cocina, pero podía
ver una nube de polvo fresca que se elevaba en el aire. La puerta
principal estaba cerrada, al igual que la trasera. No había nadie en mi
casa. Nadie estaba en mi casa. ¿Era posible que un trozo del techo se
hubiera desprendido y colapsado?
Di un paso hacia el pasillo, luego otro, y otro más. El corazón me
latía como loco y las palmas de las manos me sudaban. Finalmente,
conseguí poner el teléfono al nivel de mi cara.
—Lo siento —dije—, creo que mi casa se está derrumbando.
—¿Qué? —gritó Anna—. ¿Estás bien? Estás blanca como un
fantasma.
—Estoy bien, te devolveré la llamada. Déjame ver esto.
—Por favor, llámame.
Pulsé el botón rojo sin despedirme y continué aturdida hacia el
pasillo. El polvo se estaba disipando, pero me hacía cosquillas en las
fosas nasales a medida que me acercaba al arco. Entonces lo vi: la
mano enroscada en la pared. Se me congelaron las entrañas. Unas
punzadas de pánico cubrieron cada centímetro de mi cuerpo. No podía
moverme, no podía hablar, no podía respirar.
El tiempo parecía haberse detenido eternamente, un interludio de
terror suspendido y acentuado a la manera de las pesadillas. Quería
gritar, pero mi garganta no funcionaba. Vi cómo la mano se deslizaba
por la pared y cómo la persona unida a ella cruzaba el pasillo dando
un paso. Si hubiera podido jadear, tal vez me habría oído y se habría
percatado de mi presencia, pero no parecía hacerlo o, si lo había hecho,
no le importaba.
Los músculos de mi mano se relajaron y se me escurrió el teléfono
cayendo al suelo. Fue el golpe lo que alertó al hombre del pasillo de
mi presencia. Se giró, de repente, inclinando la cabeza hacia la cocina
y escudriñándome desde detrás de unos peligrosos ojos hambrientos.
—¡Fuera de mi casa!
—¿Tu casa? —preguntó—. Esta no es tu casa.
El hombre avanzó, quedando a la vista, y yo retrocedí hasta que
mi espalda chocó con la pared. Mi visión se ennegrecía, la cabeza me
daba vueltas, y a través de todo eso me pareció oír más golpes, pero
era mi corazón que latía haciendo todo ese ruido. Antes de que pudiera
verle bien, antes de que la curiosidad se impusiera a mi necesidad de
autoconservación, hice un gesto con las manos, busqué en lo más
profundo de mis reservas de magia y lancé un campo de energía tan
potente que hizo que las luces se apagaran.
Todo se oscureció, excepto sus ojos. Brillaban tenuemente en la
oscuridad, aparentemente poseídos por su propio resplandor dorado,
una luz que iluminaba el gruñido de su rostro y los colmillos alargados
que sobresalían de su labio superior.
—Una bruja. —dijo— Perfecto.
—Aléjate de mí. —rugí, retrocediendo de nuevo.
—¿No sabes que los vampiros pueden ver en la oscuridad,
pequeña?
Se abalanzó sobre mí y, sin pensarlo, con la magia aún en mis
manos, di un manotazo en el aire y lo lancé contra la pared con un
fuerte crujido.
Corrí hacia la puerta trasera y traté de abrirla. Estaba cerrada.
¡Joder! Me giré y me preparé para lanzar otra ráfaga de energía contra
el intruso, pero éste cargó contra mí con una rapidez sobrenatural que
ni en sueños podía igualar. Lo único que pude hacer fue gritar cuando
me agarró del cuello y me inmovilizó contra la puerta.
—Pagarás por eso, bruja. —Amenazó.
Gracias sólo al brillo de sus ojos, vi que echaba la cabeza hacia
atrás y abría la boca, con unos colmillos brillando como pequeños
cuchillos.
Cerré los ojos, preparándome para lo que fuera a ocurrir a
continuación, pero no sucedió nada. Su agarre sobre mí se desvaneció
de repente. En un instante me sujetaba y al siguiente ya no. Abrí los
ojos. La habitación estaba a oscuras y el hombre, el vampiro, había
desaparecido. Un momento después, oí un forcejeo que salía del salón,
el tintineo desarmónico de las teclas del piano y un estruendo fuerte de
cristales.
Me froté mi dolorido cuello mientras corría por la cocina y entraba
en el salón. Estaba oscuro y no podía ver, pero llegué a la sala sin
tropezar con nada. Al mirar a mi alrededor, vi, para mi horror, que las
enormes ventanas francesas estaban destrozadas. Las gruesas cortinas
se agitaban perezosamente, y fragmentos de cristal estaban esparcidos
por el suelo, reflejando la luz ambiental del exterior.
¿Qué hago? pensé, ¿a quién acudo? ¿A la policía? Tal vez a
Remy, o a Nicole. ¿De dónde había salido ese hombre? No importaba.
De alguna manera había estado en mi casa, y ahora se había ido. Los
pensamientos y las preocupaciones me asaltaban como balas que
salían disparadas de una ametralladora, y no podía hacerles frente.
Me di la vuelta para dirigirme a la puerta principal, y fue entonces
cuando vi a otro hombre de pie con las manos apoyadas a ambos lados
del arco abierto en la sala de estar. El hombre llevaba una camisa
negra, abierta por el cuello, y unos pantalones negros. Me miraba
fijamente desde debajo de una mata de cabello espeso y oscuro, con
unos ojos del color del oro fundido. Por muy increíblemente guapo que
fuera, me impedía el paso y sabía que tenía que luchar con él para
pasar.
Al menos, hasta que hizo una pregunta que me desconcertó.
—¿Estás bien?
omo no le contesté, me hizo otra pregunta.
Esas habían sido las palabras de Jean Luc antes de que saliera de
casa.
La sangre debió de haber desaparecido de mi cara porque el frío
empezó a morderme la nariz y las orejas. Recordé lo que Nicole me
había contado sobre Remy, su familia y su historia con los vampiros
que una vez asolaron Nueva Orleans.
Si le hablaba de Jean Luc, no sabía lo que sucedería. ¿Iría a mi
casa y la destrozaría buscándolos? ¿Podría incluso entrar en mi casa
teniendo en cuenta lo que el vampiro me había contado sobre la magia
que la rodeaba? Pero si no se lo decía y se descubría que albergaba, no
a uno, sino a muchos de ellos que suponía dormían bajo mi casa... ¿qué
me pasaría?
Decidí no aceptar otro trago de vino y en su lugar pedí un poco de
agua.
—¿Qué puedo decirte de mi casa? —pregunté.
—Lo que quieras. —contestó Remy.
El agua se deslizaba suavemente por la borda. El viento se había
levantado y serpenteaba delicadamente por el camarote, entrando por
una ventana y saliendo por otra.
—Es curioso —continuó él—, hasta que mencionaste que estabas
viviendo en el Château de Lumière, no sabía de su existencia.
—Está un poco escondido.
—Supongo que sí. Tampoco tengo muchas razones para ir al
Barrio Francés, pero me gusta pensar que conozco la zona.
—Es una gran casa. Vieja, chirriante y llena personalidad. Estoy
un poco enamorada del lugar.
—Debe ser un cambio respecto a donde vivías en Nueva York,
¿verdad?
—Oh sí, este lugar supera al apartamento en el que vivía sin duda
alguna. Ese sitio era un armario comparado con Lumière. Creo que
estoy casi en shock por tener una casa como esa. No sabía que quería
ser su dueña con tanta seguridad hasta que la vi.
—Amor a primera vista.
—Algo así.
Mis brazos empezaron a picarme de nuevo, la carne se levantó en
pequeñas protuberancias. Una cosa era cierta mientras miraba a mi
alrededor; no era el frío. A pesar del viento, la estancia estaba lo más
cálida posible, así que ¿qué era?
Llegó el postre, un Bananas Foster increíblemente sabroso y
caliente, que flambearon en la mesa para nosotros, y corté un trozo del
plato y me lo comí.
—De todos modos —prosiguió Remy—, me alegro de que te
guste el lugar. Una casa antigua como esa suele necesitar mucho
trabajo. No parece que fuera el caso de la tuya.
—Necesitaba algo de trabajo. —afirmé, tomando otro bocado de
mi postre—. Pero fui capaz de manejarlo por mi cuenta. Y las cosas
que no pude hacer, pagué a gente para que lo hiciera por mí.
—Muy ingeniosa. Creo que empiezo a tener una imagen clara de
ti en mi mente.
—No demasiado clara, espero. —Solté, sonriendo antes de tomar
otro trozo del postre.
Él me devolvió la sonrisa.
—Y también juguetona, eso me gusta. Creo que eres una mujer
increíblemente interesante.
—¿Lo crees?
—Sí, lo creo. Muy pocas de las mujeres que conozco poseen tu
tipo de intelecto, tu pasión, tu ingenio. Muy pocas pueden siquiera
mantener una conversación conmigo.
—Déjame adivinar, ¿tu poder las asusta?
—¿No te asusta a ti?
—¿Debería?
—Eso depende totalmente de cómo me trates. Los amigos no
tienen ninguna razón para asustarse por mi poder.
—Ni siquiera estoy segura de cuál es tu poder. Mencionaste que
todos éramos diferentes, que todos practicábamos diferentes tipos de
magia. ¿Qué es lo que haces?
Por favor, no digas que leer la mente, pensé.
—Es una buena pregunta —dijo—, y tiene una buena respuesta,
sólo que no estoy exactamente equipado para responderla ahora
mismo.
—¿Equipado? Ahora estoy intrigada.
—Todos los brujos necesitan las herramientas adecuadas para
hacer magia, ¿no?
No lo sabía, pero no iba a decírselo. ¿Eso me hacía rara? ¿Era una
especie de anomalía? ¿O me estaba perdiendo algo? Tal vez practicar,
o adoptar una práctica, podría hacerme aún más poderosa. Realmente
no había pensado mucho en eso cuando vivía en Nueva York porque,
bueno, la vida no te da un respiro en la Gran Manzana. Pero aquí era
una persona diferente, una bruja diferente.
Terminé el postre y dejé el tenedor en el plato.
—Estaba delicioso. Gracias. Nunca había probado una comida así
en mi vida.
—Nueva Orleans es un batiburrillo de cultura y sabores. Me
alegro de que te guste.
Remy señaló a la camarera y ésta dejó caer en mis manos una carta
de cócteles. La hojeé, aunque no me fijé en las palabras. ¿En qué
demonios me había metido? Primero, atraigo la atención de este
encantador y apuesto brujo que casualmente desciende de una familia
de brujos revolucionarios.
Luego descubro que hay vampiros viviendo en mi casa.
Volví los ojos hacia él y lo examiné desde lo alto de mi carta de
cócteles. Algo en sus ojos me decía que tenía mucha sabiduría que
ofrecerme; una sabiduría que sólo un brujo podía darme. Además,
hacer las cosas bien con un hombre como Remy sería una forma segura
de hacerse un hueco entre los brujos locales. ¿Y no era eso lo que
quería? Jean Luc me había pedido que no les revelara su existencia, ya
que eran brujos, pero al ponerme de su lado, ¿no estaba matando mis
posibilidades de integrarme con los de mi clase?
Tenía que contárselo, ¿no?
Dejó la carta de cócteles y ladeó la cabeza.
—¿Está todo bien? —preguntó.
—Sí, todo está bien. —respondí.
—No me malinterpretes, me gusta que me mires así, pero es que
parecías pensativa.
—Es que... es una estupidez.
—¿El qué?
—Yo... tengo la sensación de que mi casa está embrujada.
—¿Embrujada? —preguntó, animándose—. ¿Qué te hace pensar
eso?
Una oleada de punzadas casi adormecedoras me recorrió la
espalda entre los omóplatos. Giré la cabeza, sabiendo con toda certeza
que el frío no era el responsable. El frío no hacía eso. Casi me sentí
como si me hubiera tocado la magia, sólo que ¿la magia de quién? ¿De
Remy? Me giré para mirarle de nuevo. Si él no había sentido la magia,
significaba que sus sentidos eran más débiles que los míos. Si lo había
hecho, entonces no lo estaba manifestando.
—Es sólo una sensación. —contesté, tratando de mantener la
compostura.
—A veces, las casas antiguas como el Château de Lumière están
efectivamente embrujadas. Nueva Orleans es un lugar de espíritus, un
sitio para los muertos. También es común que un lugar sea mágico; tan
lleno de magia, de hecho, que casi parece embrujado, pero no lo está.
¿Sabes cómo hacer la distinción?
—La verdad es que no.
Su rostro se volvió serio, casi grave a la luz de las velas.
—Los muertos quieren algo de los vivos. Siempre. La magia, sin
embargo, no quiere nada de los vivos. Simplemente quiere ser. Existir.
La mirada de sus ojos era casi peligrosa. Hizo que mi corazón se
acelerara y mis mejillas se sonrojaran. Este hombre era algo más, una
bestia que no tenía nada que ver con ningún otro hombre con el que
hubiera pasado algún tiempo. No podía escapar de su mirada, de su
intensidad.
—¿No existe ya la magia? —pregunté.
—Sí existe. —Asintió.
—Entonces, ¿cómo puede querer existir si ya existe?
—Estas fueron las palabras que mi madre me dijo una vez. La
magia es una piscina; cada vez que un brujo usa la magia, saca un poco
de la piscina.
—Nunca lo había pensado así.
Sonrió y se recostó en su silla, su intensidad desapareciendo como
la niebla bajo el sol.
—Puedo echarle un vistazo a esa casa tuya si quieres, tengo algo
de experiencia con la magia y con los espíritus de Nueva Orleans.
—Por fin, un vistazo a tu poder —Sonreí—. Creo que sería genial.
Si iba a la casa y descubría a los vampiros él solito, entonces tal
vez podría dejar que resolvieran las cosas entre ellos, ¿no? De esta
manera honro la petición de Jean Luc y me mantengo al margen de
cualquier conflicto que tengan los brujos y los vampiros de Nueva
Orleans entre sí. Perfecto, pensé, sintiendo que la tensión se liberaba
de mi cuerpo y se alejaba en la noche.
—Ahora, ¿qué tal ese cóctel? —preguntó—. No pasará mucho
tiempo antes de que…
Su teléfono sonó, interrumpiéndolo a mitad de la frase. Contestó.
—Más vale que sea importante. —gruñó, pero en ese instante
ocurrió algo más que robó mi atención.
Otra oleada de lo que sea que fuera me golpeó, sólo que esta vez
fue tan potente que me hizo girar la cabeza. Observé la orilla a ambos
lados del Resplandor, pero nada me llamó la atención. Podía ver
árboles, otros barcos en el río, las luces de la ciudad, pero nada que
sugiriera que un brujo o bruja cercana me había hechizado, ya fuera a
propósito o por accidente.
Remy volvió a guardar su teléfono en el bolsillo.
—Lo siento mucho, Madison, pero vamos a tener que terminar
esta cita antes de tiempo.
Lo miré, con las cejas juntas.
—¿Qué quieres decir? —pregunté—, ¿pasa algo?
—No. —Negó, sonriendo—. Todo está absolutamente bien. Me
acaban de llamar por una emergencia que tengo que atender. Una
emergencia familiar.
—Oh, lo siento.
—No hay de qué preocuparse. —afirmó, haciendo un gesto al
hombre detrás del timón para que acelerara—. Pero es urgente.
—Entonces deberías ir, por supuesto. Podemos hacerlo en otro
momento.
—Me encantaría. Antes te llevaré a casa.
Fiel a su palabra, me llevó a casa. Por suerte, el barco había
llegado casi al final de su viaje. Cuando llegamos a puerto, un coche
nos estaba esperando. El trayecto volvió a ser tranquilo, como la última
vez, pero también rápido. Me di cuenta de que Remy tenía a su familia
en mente. Tenía una mirada de preocupación y había pasado la mayor
parte del viaje con el codo apoyado en la ventanilla y la barbilla en la
mano, observando la ciudad.
Cuando llegamos a Lumière, él volvió a salir del coche, rodeó la
parte trasera y me abrió la puerta. Volví a salir a la fresca noche y él
cerró la puerta del vehículo.
—He pasado una noche maravillosa. —dijo, cogiéndome las
manos—. No puedo disculparme lo suficiente por haber acortado
nuestra cita.
Mi corazón se aceleró de nuevo. Quizá fuera su colonia o sus
cálidas manos envolviendo las mías. Algo en él hizo que el animal que
hay en mí empezara a agitarse.
—No importa, estas cosas pasan. Espero que todo esté bien.
—Estoy seguro de que lo estará. Espero que me des una segunda
oportunidad en otra primera cita.
—Después de esta noche no veo por qué no.
Pude ver la intención en sus ojos antes de que empezara a acercar
su cara a la mía. Tuve la oportunidad de reaccionar, de decidir, y decidí
inclinar la cabeza hacia él y encontrarme con sus labios. Sabía a vino.
Sus labios eran suaves y lisos. El beso se prolongó durante un
momento que pareció eterno, pero luego pasó y me quedé mirándolo.
Él sonrió y yo se la devolví.
—Hasta que nos volvamos a encontrar. —Llevó mis manos a sus
labios y las besó.
—Sí, pronto, espero.
Asintió con la cabeza, dejó que mis manos se soltaran de las suyas
y volvió a subir al coche. Lo miré alejarse antes de sacar las llaves de
mi bolso y desafiar el camino agrietado que llevaba a mi porche. Y eso
fue todo. Pensé que él habría descubierto mi secreto por sí mismo, pero
no lo hizo, y yo había perdido la oportunidad de confesarme por
voluntad propia.
Cuando abrí la puerta principal, Jean Luc estaba de pie al pie de
la escalera, donde lo había visto por última vez. Era casi como si no se
hubiera movido.
—No confíes en ese hombre. —dijo, con voz grave y severa.
—¿Qué? —pregunté.
—No es de fiar.
Un calor furioso subió a mi pecho. Mis labios se apretaron. Me di
la vuelta, cerré la puerta principal y caminé hacia él. Estaba
bloqueando las escaleras, pero se movería si sabía lo que le convenía.
—No puedes decirme lo que hacer.
—Sólo te estoy advirtiendo.
—Y yo te advierto a ti. —gruñí— Acabo de guardar un gran
secreto, potencialmente mortal, por ti y no tengo ni idea de quién eres.
No te debo nada, pero no soy una idiota que no sabe lo que hace. Ahora
si no te importa moverte, quiero llegar a mi dormitorio y me estorbas.
Él me miró fijamente desde detrás de su larga y espesa cabellera;
sus ojos dorados casi brillaban en la oscuridad. Se hizo a un lado y yo
subí de golpe las escaleras, fui a mi habitación y cerré la puerta tras de
mí. Puede que le haya hablado con un poco de dureza, pero no
importaba los sueños que había tenido sobre él, la verdad estaba ahí.
Había tomado la decisión de ocultar la verdad sobre Jean Luc y el
resto de los de su especie. ¿Tal vez era el destino? No tenía ni idea de
lo que saldría de eso, pero ahora estaba encerrada.
a biblioteca estaba a oscuras, salvo por la luz del crepitante
fuego de la chimenea. No había pisado esta habitación
desde la noche en que hicimos el amor por primera vez, pero
necesitaba hablar con él, necesitaba verlo, y sabía que estaría aquí.
—Está hecho —afirmé—, se ha ido.
Jean Luc me miró desde detrás de sus brillantes ojos dorados. No
pude leer su rostro, su expresión. Estaba en blanco. Una estatua,
silenciosa y hermosa.
—Lo siento. —dijo.
—No lo sientas. Esto es lo mejor. Es lo mejor para ella.
Simplemente no está segura aquí.
—¿Es por mí? —preguntó él, poniéndose de pie.
Sacudí la cabeza.
—No. —Negué, quitándome la bufanda y dejándola sobre el
respaldo de un sillón—. Sólo puedo confiar en ti, Jean Luc. En nadie
más.
El corazón me latía con fuerza, tenía las manos cerradas en puños
y temblando. Si hubiera pasado un segundo más, podría haberme
desmayado. Se acercó a mí y me rodeó las caderas con un brazo, otro
lo llevó a mi mejilla. Su mano estaba fría contra mi cálida piel, a pesar
de la calidez de la habitación.
—Hiciste lo correcto al despedirla.
—¿Por qué siento que la he abandonado? Como si le hubiera
fallado. —Me empezaban a escocer los ojos.
—No le has fallado. —contestó, y luego apartó la mirada—. Me
siento... como si esto fuera obra mía.
—No. —Me acerqué a su cara—. No lo es, Jean Luc. Eres lo único
en la vida que quiero, lo único en mi vida de lo que estoy segura. No
dejaré que te culpes por lo que ha pasado.
—Mi existencia te pone en peligro. A ti y a tu familia. —Se volvió
para mirarme de nuevo, con los ojos ardiendo en la oscuridad—. Di
la palabra y me iré de Nueva Orleans. No volveré hasta que me lo
pidas.
—Jean Luc, no... no debes. Si te vas, ¿para qué ha servido esto?
—No creo que los de mi clase te devuelvan el sentimiento. Ellos
están... contentos con la guerra. Es lo que conocen, en lo que
sobresalen.
—Y te están metiendo en el mismo saco que al resto de ellos. No
es justo.
—Nada es justo, cheri. —respondió, rozando mi mejilla con su
pulgar—. Si deseas que me quede, entonces me quedaré.
—Quédate —rogué—, te necesito aquí. No podría soportar
separarme de ti también. Mi corazón no lo soportaría.
Él me ayudó con mi capa mojada y la colocó ante la chimenea,
donde podría secarse y calentarse. Me quedé mirando su espalda
desde el otro lado de la habitación, viendo sólo su silueta a la luz del
fuego. Sus anchos hombros, su larga cabellera, sus poderosos brazos.
Jean Luc era el doble de hombre que mi marido en cuerpo y en
espíritu.
—Lo haré... por ti, Eliza.
—Entonces me quedaré contigo.
—¿Aunque sabes lo que eso significa?
—Significa que he elegido un bando. El tuyo.
Él se volvió para mirarme.
—Entonces tal vez juntos podamos proteger lo bueno que queda
en esta ciudad... antes de que sea demasiado tarde.
olví a soñar con él. Debía de ser la casa la que provocaba
los sueños porque, ¿qué otra cosa podría haberlos causado?
Jean Luc No.
No sabía qué tipo de poderes tenían los vampiros, pero no creía
que me hiciera soñar con él a propósito. Él también había estado
soñando conmigo. Y me había salvado la vida luchando contra el otro
vampiro que casi había llegado a conocer íntimamente mi yugular.
Maldita sea, pensé. Había sido grosera con él. Agresiva. Le había
dicho que no le debía nada, pero eso no era cierto. ¿En qué estaba
pensando? Supongo que no me gustó su sugerencia de que no debía
confiar en Remy. ¿Tampoco debía confiar en Nicole? Tal vez había
estado dormido durante mucho tiempo. Tal vez en su mente el
conflicto entre vampiros y brujos seguía vivo. No sabía cuánto tiempo
había estado dormido; ¿y si lo único que necesitaba era que lo pusiera
al día?
Me levanté de la cama, me dirigí a la ventana y corrí las cortinas.
Un espeso manto de nubes grises había descendido sobre la ciudad.
Una niebla baja abrazaba el patio; zarcillos grises que se tejían entre
los arbustos silvestres, alrededor de la fuente agrietada, asfixiando al
ciprés.
Quería ver a Nicole. Me había dicho que tenía un hueco que quería
enseñarme, e ir a un lugar tranquilo y sereno cargado de magia y poder
sonaba como el lugar idóneo para mí. Un lugar para recargarme, sobre
todo después de la otra noche.
Escogí un maxi vestido gris y me eché una chaqueta de cuero
negra sobre los hombros, vistiéndome con ligereza con la esperanza
de que el tiempo se despejara más tarde.
El vestíbulo estaba en silencio. Muerto, salvo por el sonido de un
viento constante y fuerte que intentaba colarse en la casa a través de
cualquier rendija que pudiera encontrar. De nuevo, caminé con
cuidado, suavemente, a lo largo del pasillo y bajando las escaleras,
preguntándome si encontraría a Jean Luc esperando en algún rincón
oscuro. Pero de nuevo, nada. Esto confirmó lo que sospechaba: que
los vampiros dormían durante el día. Cuando estaba claro que él no
estaba esperándome para hablar conmigo, salí enérgicamente de la
casa, cerré con llave y crucé la calle hasta el castillo azul de Nicole.
Su patio olía a hierba recién cortada y a flores a punto de florecer,
y el jardín tenía una sensación de orden que el mío probablemente no
había tenido en décadas. Recorrí el camino hasta la escalera, toqué el
timbre y esperé. Las macetas colgaban del techo del porche, y de
algunas de ellas bajaban racimos de glicinas.
La placa junto a la puerta rezaba Maison d'Azur. Casa Azul.
Empezaba a pensar que no estaba en casa, pero entonces oí el
cerrojo y ella abrió la puerta.
—Hola —Saludé, sonriendo alegremente, pero su expresión seria
desinfló mi sonrisa—. ¿Va... todo bien? —pregunté.
—Sí, más o menos —respondió—. En realidad, no. Pasa.
Se hizo a un lado para dejarme entrar y cerró la puerta detrás mía.
Lo primero que pensé fue en su madre. Todavía no la conocía y, dadas
las circunstancias, no creía que un primer encuentro fuera apropiado.
Tenía mucho que hablar con Nicole a solas. Por suerte, no parecía que
su madre estuviera cerca. La casa estaba oscura y silenciosa, como si
una sombra se cerniera sobre ella. Nicole pasó junto a mí y se dirigió
al salón.
—¿Qué sucede? —pregunté mientras la seguía—. Sea lo que sea,
puedes contármelo.
—Anoche murió alguien, un brujo.
—Oh... Nicole, lo siento. ¿Un amigo tuyo?
—Un conocido.
—Eso es horrible. ¿Cómo murió?
—Fue asesinado.
—¿Asesinado? —Mi corazón empezó a acelerarse y mi estómago
se hundió en el suelo.
Ella asintió.
—No fue rápido ni silencioso, tampoco. Media ciudad sintió las
explosiones de magia.
—Explosiones de magia —repetí—, creo que... pude haberlas
sentido.
—¿Lo hiciste?
—Estaba con Remy, estábamos cenando, y no dejaba de sentir
pulsos de magia. ¿Qué eran?
—Lucha. Michael tuvo tiempo de luchar contra su oponente, pero
falló. Ellos lo encontraron muerto sólo unos minutos después de que
falleciera, pero no pudieron encontrar al asesino.
—Entonces, ¿no saben quién lo hizo?
Volvió a pasearse y luego me miró.
—No saben quién lo hizo, pero saben qué lo hizo. Maddie, fue un
vampiro el que lo mató.
Unas ondas de calor y frío me recorrieron. Mi visión se amplió y
por un momento vi a Nicole como a través de un telescopio. Me agarré
al respaldo de una silla cercana para no caerme y esperé que no se
hubiera dado cuenta de mi propia reacción a la noticia, pero
probablemente lo había hecho. Probablemente era capaz de leer...
Nada. No dijo nada. Tal vez estaba demasiado nerviosa,
demasiado distraída para escuchar lo que estaba pensando. Bien.
—¿Cómo sabes que fue un vampiro el que lo hizo?
—Porque el vampiro no fue sutil. Encontraron a Michael... con el
cuello desgarrado.
—Entonces... ¿quería que supiéramos que fue un vampiro el que
lo asesinó?
—Eso es lo que yo y muchos otros pensamos. Nos han dicho que
no entremos en pánico, pero un brujo no había sido asesinado por un
vampiro en años. Siglos. Eso ya no ocurre aquí.
—Tal vez Remy lo encuentre.
Se sentó en su largo sofá. Me uní a ella.
—Los vampiros son increíblemente sutiles en sus movimientos.
Si no quiere ser encontrado, nos será difícil rastrearlo. Incluso con
magia.
—¿Por qué?
—Porque también tienen magia. Magia antigua. Magia de sangre.
Para encontrar a un vampiro tienes que usar magia de sangre tú mismo,
y eso es peligroso para los brujos. Es antinatural.
—¿Y qué hay de otro vampiro? —Nicole me miró
desconcertada—. No importa. Mira, lo encontrarán, ¿vale?
Ella asintió.
—Eso espero. Nos han aconsejado que nos quedemos en casa por
la noche hasta que lo encuentren. Si fuera a salir de Nueva Orleans o
estuviera de paso, lo habría hecho sutilmente. Pero lo que hizo... fue
un mensaje, y tenemos que escuchar.
Mi corazón seguía martillando como una campana de iglesia, pero
mi mente estaba despejada. Hablarle a ella de Jean Luc no era una
buena idea. En su estado actual, incluso ella era capaz de llamar a la
mafia y traer a los brujos a mi casa, exigiendo justicia. Yo no quería
eso. No sólo quería preservar la santidad de mi hogar, sino que no creo
que Jean Luc se rindiera sin luchar, y un brujo muerto ya era suficiente.
Entonces me di cuenta. Inmediatamente había pensado que había
sido el otro vampiro, el que me atacó, quien lo había matado. Pero ¿y
si hubiera sido Jean Luc? Estaba despierto, se había alimentado de mí
una vez, y lo que me había dicho anoche sugería que para él el
conflicto entre brujos y vampiros seguía vivo. ¿Y si hubiera sido él?
—¿…esta noche? —preguntó Nicole, pero sólo capté lo último
que dijo.
—Sí. —Salté, saliendo de mi propia mente—. Lo siento. ¿Qué has
preguntado?
—Te pregunté si querías quedarte aquí esta noche. Probablemente
estemos más seguras juntas, y mi madre está fuera de la ciudad por la
noche.
Si queríamos seguridad, Lumière era donde teníamos que estar. Si
Jean Luc decía la verdad sobre la magia que rodeaba la casa,
cualquiera que quisiera hacernos daño no podría entrar en ella.
También necesitaba hablar con él; no podía hacerlo si me quedaba
aquí. ¿Pero qué excusa plausible tenía? Ninguna.
—Es un detalle que me lo pidas, pero he puesto protecciones
alrededor de la casa. Además, si hay un vampiro suelto necesito estar
en casa para asegurarme de que no la destroza.
Ella asintió.
—De acuerdo, y ya sabes, si pasa algo, todo lo que tienes que
hacer es pensar mi nombre muy fuerte y sabré que pasa algo. Debería
poder oírlo desde el otro lado de la calle.
—Quizás no llegue a eso.
—Tal vez no. Lo mejor que podemos esperar es que haya sido un
incidente aislado, que se trate de un transeúnte.
—Yo también lo espero.
a biblioteca. Ese había sido su lugar con Eliza. Si podía
encontrarlo en algún sitio, sería allí; lo sabía. La puerta crujió
con fuerza cuando la empujé para abrirla. La alta y única
ventana de la pared izquierda estaba cubierta de musgo y maleza en el
exterior. Los pocos rayos de luz que podían atravesar este manto
natural tocaban un sillón cubierto de polvo, el pie de una vieja
chimenea y la esquina final de una larga estantería.
Unas centelleantes motas de polvo quedaban suspendidas en el
aire atrapadas por los haces de luz. Atravesé la puerta y entré en la
habitación, quitándome las telarañas de la cara mientras avanzaba,
caminando en la relativa oscuridad durante un rato, dejando que mi
mano acariciara los lomos de los muchos libros viejos de la estantería
de la pared. Las yemas de mis dedos se estremecieron al entrar en
contacto con algunos de los tomos. Los propios libros parecían estar
cargados con su propia corriente eléctrica, que parecía coincidir con la
mía, creando una extraña vibración en lugar de chispas.
Me volví hacia la ventana, la alcancé con las palmas abiertas y
cerré los ojos. En mi mente, pedí que la luz entrara en la habitación.
Saqué la magia de mi interior y la insuflé en el mundo, creando un
pequeño torbellino, fresco y suave contra mi cálido rostro. Cuando abrí
los ojos, el musgo y las enredaderas comenzaron a retirarse
lentamente, permitiendo que el sol se filtrara y llenara la habitación.
Alcancé los pestillos de la ventana con la mente y tiré de ellos,
pero se resistieron. Sentí que el corazón bombeaba con más fuerza
mientras extraía aún más magia de mi interior y de mi entorno, casi
podía oír cómo la sangre corría por mis venas. Entonces los pestillos
cedieron con un fuerte y oxidado chasquido, y la ventana se abrió un
poco. Me relajé y tiré de ella, hasta que se abrió por completo y entró
aire nuevo en la habitación.
La biblioteca parecía más grande ahora con la luz. La estantería
estaba repleta de libros viejos; tantos, de hecho, que uno de los estantes
parecía casi hundirse en el centro. Me acerqué e inspeccioné algunos
de los lomos. Eran clásicos, en su mayoría; Dickens, Hemingway,
Austen. El tipo de libros que a un escritor le gustaría tener.
Elegí uno al azar, Al faro, de Virginia Woolf, me acerqué al sillón
y le quité el polvo antes de sentarme en él, cruzando una pierna sobre
la otra. Era la primera vez que me sentaba a leer un libro desde que me
había mudado. Me había traído una tonelada de libros de Nueva York,
y muchos más cargados en mi eReader, pero aún no había abierto
ninguno.
La lectura siempre había ocupado un segundo plano frente a la
escritura, y ahora la escritura estaba relegada a un segundo plano frente
a todo lo demás. Todo este drama con Jean Luc y Remy... un drama
que no necesitaba y con el que no estaba precisamente contenta, pero
que se me había impuesto sin tener en cuenta lo que quería o lo que
sentía al respecto.
Por suerte, la biblioteca me ofrecía un respiro de todo eso. Aquí
sólo estaba yo, la hermosa literatura de Virginia Woolf y el recuerdo
de un interludio romántico que nunca experimenté. Esto era una
bendición, una pausa para respirar, y antes de darme cuenta, las horas
habían caído en el reloj.
El sol poniente rompió el hechizo que las palabras de Virginia
habían ejercido sobre mí. Un escalofrío se colaba por la ventana
abierta. Me froté los brazos, pero no fue suficiente. Dejé el libro en la
mesa auxiliar junto a la silla y me acerqué a la ventana. El cielo era
púrpura y se oscurecía rápidamente. Esperaba que pronto Jean Luc se
despertara y pudiéramos hablar. Me di la vuelta después de cerrar la
ventana y me encontré con que él ya estaba allí.
El corazón se me subió a la garganta al ver su silueta apretada
contra la oscuridad. Se adentró en el resplandor del crepúsculo y sus
ojos dorados se iluminaron como si estuvieran llenos de un fuego
interior propio.
—No pensé que vendrías aquí. —afirmó.
—No había pensado en venir hasta hoy. —Un cálido y
adormecedor torrente de remordimiento me golpeó como un puño.
Anoche me enfadé con él y le dije cosas horribles—. Yo... esperaba
encontrarte aquí. —confesé, bajando la voz.
—¿Qué es lo que necesitas de mí? —preguntó.
Me pasé el pelo castaño por encima de la oreja.
—Necesito respuestas, y necesito saber si eres el hombre que creo
que eres. El hombre que sigo viendo en mis sueños.
—¿Me has visto más de una vez? —preguntó. Asentí con la
cabeza—. Y estoy con... —Se interrumpió.
—Eliza. —Le ayudé a terminar la frase—. ¿Quién es ella?
Él no dijo nada. El cielo se oscureció aún más hasta que lo que
quedaba de la luz ambiental en la habitación apenas podía iluminar sus
hombros.
—Es alguien de quien hablaremos, pero antes también necesito
hablar contigo.
—¿Sobre qué?
—Sobre lo de anoche, y lo que pasó.
Ladeé la cabeza.
—¿Qué pasó? —pregunté, fingiendo ignorancia.
—Un brujo fue asesinado. Yo estaba allí. Vi como sucedía.
—¿No lo hiciste tú?
—Por supuesto que no. —Su voz severa, como un chasquido de
látigo—. ¿Por qué iba a matar a un brujo e iniciar una guerra
centenaria?
—Entonces, ¿sabías que había terminado?
—Yo sí, pero él no.
—¿Quién es él?
Jean Luc cruzó la habitación, abrió un armario y sacó un par de
velas y una caja de cerillas. Encendió una de ellas, goteó un poco de
cera sobre un plato de plata y la colocó en el centro del plato. La luz
volvió a la habitación, pero de forma tenue. Me recordó los sueños que
había tenido. Entonces, la habitación sólo se iluminaba con velas y
relámpagos.
—Se llama Bernarde, y la última vez que hablamos tuve que
meterlo en su ataúd y encerrarlo dentro para evitar que se hiciera daño
a sí mismo o a los demás.
— ¿ Por qué tuviste que hacer eso?
A MI HIJA.
Permíteme decirte que lo siento. Sé que lo que voy a hacer te
va a poner en una situación difícil, pero no tengo elección, y si
estuvieras en mi lugar harías lo mismo. No puedo quedarme en
Lumière. Sé que tengo que hacerlo, sé que tengo un deber, pero no
tengo la magia que necesito. No soy lo suficientemente fuerte.
Te abandoné hace mucho tiempo. No quería hacerlo, pero no
tuve más remedio, igual que Eliza, y mi madre, y su madre tuvieron
que entregar a sus hijas. No tuvimos elección. Así que, por favor,
perdóname. Perdóname por abandonar mis deberes. Perdóname por
dejarte ir.
He dejado instrucciones específicas con los agentes inmobiliarios
que encontrarás sólo cuando sea el momento adecuado. Sé que,
aunque me vaya, hallarás el camino de vuelta a esta casa porque
es tu destino hacerlo. El destino te llamará, pero sólo cuando estés
preparada.
Y lo estarás.
MANTENTE FUERTE, VICTORIA X
La mujer que había escrito esta nota no era mi madre. Para mí,
Hannah Collins era mi madre. Lo único que Victoria y yo
compartíamos era el ADN y nuestro aparente destino de proteger esta
casa. Habría estado mejor si ella se hubiera quedado, mejor preparada
para afrontar lo que tenía que hacer. Pero tal vez quedarse hubiera
significado su muerte...
No sabía cómo sentirme.
No creía que me hubiera mandado los documentos por correo.
Que estaría sentada en mi antiguo apartamento de Nueva York, sola
porque Dan estaba trabajando, rebuscando entre esos papeles y
preguntándome si debía desarraigar toda mi vida y mudarme a esa
preciosa casa del Barrio Francés.
No.
Me habrían convocado aquí y me habrían hablado en persona, y
eso significaría que habría conocido a mi madre. Ella habría sido la
encargada de explicarme que esta casa no era sólo una casa; era una
responsabilidad. Mi madre me habría contado que había sido Eliza
quien había acorralado a los vampiros que dormían en la casa, y que
había sido ella quien había lanzado el hechizo de protección alrededor
y la había ocultado de cualquiera que quisiera hacer daño a sus
habitantes. Al principio, no sabía qué clase de poder era ése, qué clase
de magia era tan fuerte como para sobrevivir durante doscientos años,
pero luego lo entendí.
El sacrificio. Era el acto de auto sacrificio lo que le había dado ese
poder. Y fue Remy quien había encendido la pira.
Sólo que, mientras continuaba leyendo las notas de los
documentos, me había quedado muy claro que él tenía otra razón para
querer matarla; ella conocía su secreto, el mismo que yo había
descubierto hacía apenas unas horas. Antes de que Eliza muriera, había
escrito una carta a su hija en la que le explicaba que no debía volver a
la casa hasta que cumpliera treinta años para evitar sospechas y que, si
alguna vez tenía un hijo, tendría que darlo en adopción para que nadie
pudiera seguirle la pista. El niño heredaría entonces la casa en caso de
fallecimiento de los padres y se convertiría en el siguiente tutor.
Otra cosa que me preguntaba era, ¿Qué papel tenía Jean Luc en
todo esto? ¿Lo había convencido Eliza de que se durmiera con la
esperanza de poder detener la purga de Remy y conseguir que
perdonara a los pocos vampiros que seguían siendo leales a los brujos,
fieles a la idea de libertad? ¿Cómo debió de ser para él despertar
cuando su hija pisó por primera vez Lumière, veintiocho años después
de la muerte de Eliza?
Sentí que una presencia entraba en la habitación, e
inmediatamente me giré, con el corazón en la garganta. Me apresuré a
recoger los documentos y los guardé, junto con las fotos, en mi bolso.
Jean Luc estaba allí, en el arco abierto del salón, mirándome fijamente.
Me di cuenta de que sus ojos no brillaban tanto como la noche anterior,
y su postura era encorvada.
Pensé que iba a desmayarse. La idea de que se cayera me hizo
saltar del sofá y correr hacia él.
—Jean Luc ¿qué te pasa? ¿Estás herido?
—No. —dijo, extendiendo la mano—. Por favor... no te acerques.
—¿Qué pasa?
—No me he alimentado.
—Entonces aliméntate. Necesitas tus fuerzas.
—Me alimentaré a mi debido tiempo.
La finalidad de la afirmación me hizo abandonar el tema. De
repente olvidé cómo acercarme a él, cómo hablarle. Y después de todo
lo que había aprendido en tan poco tiempo... ¿cómo iba a sacar el
tema? ¿Qué debía decir?
—Esa caja. —Señaló, y lo sorprendí mirando la mesa de café
detrás de mí—. ¿De dónde la has sacado?
Me giré y miré por encima de mi hombro, y luego de nuevo a él.
—Conseguí las instrucciones que dijiste que debía haber recibido.
La agente inmobiliaria tenía una llave y yo... fui al banco y saqué todo
esto de la caja de seguridad.
Él entró en la habitación y pareció inflarse, poniéndose erguido y
alto.
—Así que, ya sabes.
—Sé algunas cosas. ¿Por qué no me lo dijiste? Sobre Remy,
quiero decir.
—Porque quería que llegaras a ese conocimiento sin mi
interferencia.
—Me estaba utilizando. ¿Y si no lo hubiera descubierto antes de
que obtuviera lo que sea que quiera de mí?
—Tenía fe.
—Una fe fuera de lugar. No sabes prácticamente nada de mí.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿por qué pensaste que sería una buena idea no
decirme las cosas que debía saber?
—Podría habértelo contado todo y no me habrías creído.
—Casi me voy hoy, estuve a punto de hacer las maletas y salir de
aquí, pero no lo hice, porque ahora tengo una responsabilidad.
Él recogió la caja de la mesa, manipulándola suavemente, y la
abrió. En su interior había un collar de plata intacto. Una brillante
amatista de color púrpura había sido cortada en un óvalo y engastada
en un marco de diamantes con una presilla incrustada de diamantes.
Este era el tipo de cosas que ni siquiera las celebridades podrían
conseguir.
—La hija de Eliza hizo esto. —comentó.
—Es precioso.
—Ella era joyera. Su madre era poeta. Toda tu familia está llena
de artistas y creativos de todo tipo.
—No tenía ni idea.
Cerró la caja y me la entregó.
—Ahora es tuyo, ellos habrían querido que lo tuvieras.
—No puedes hablar en serio. Esta cosa debe valer una fortuna.
—Tal vez, y si quieres reclamar esa fortuna eres bienvenida a
hacerlo. Pero creo que se vería... hermoso alrededor de tu cuello.
Lo miré fijamente, con el corazón latiendo de repente más rápido
que antes. Tragué con fuerza.
—Gracias. Tal vez me lo quede...
—Eres la bruja que esta casa estaba esperando, Madison.
Me tomé una pausa para estudiar sus rasgos, y el recuerdo de
nuestro beso volvió a mí espontáneamente. Una ráfaga de calor me
inundó, y de repente me encontré capaz de saborear sus labios de
nuevo. Enterré el pensamiento lo mejor que pude con una profunda
respiración.
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Significa que, a lo largo de los años, los guardianes de esta casa
se han ido debilitando. Tú eres la primera bruja poderosa que atraviesa
estas puertas en casi doscientos años. Eres una bruja digna de la magia
de Eliza; lo demostraste cuando leíste de su libro.
—No puedes hablar en serio...
—Utilizaste su magia, revertiste un hechizo que seguramente
habría matado a tu amiga. Eres la bruja que necesitamos, la que puede
romper el ciclo y devolver el equilibrio a Nueva Orleans.
—¿Con los vampiros y los brujos?
Él apretó la mandíbula.
—Con los libres y los oprimidos.
Pensé en lo que acababa de decir y ladeé la cabeza para mirar por
la ventana delantera. Me giré para volver a observarle y le miré
fijamente a los ojos. Tenía un plan.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—Creo que es hora de despertar al resto de tu familia.
Jean Luc pareció sorprendido. Frunció el ceño.
—Absolutamente imposible. No.
—¿Por qué no? Acabas de hablar de equilibrio; ¿qué mejor
manera de equilibrar las cosas que despertar a tu familia?
—Porque aquí están a salvo.
—¿Lo están? ¿Puedes garantizarlo? Porque yo no puedo. No sé si
te das cuenta, pero no soy ni la mitad de bruja que era Eliza, y no tengo
nada del entrenamiento que se supone que me tenía que dar mi familia.
Tal vez ellos pudieron mantenerte a ti y a tu gente a salvo, pero yo no
sé si podré, y es sólo cuestión de tiempo que Remy se dé cuenta.
—No puedo aprobar el despertar de mi familia, Madison. Tengo
que encontrar a Bernarde, ponerlo a dormir, y luego tienes que
restaurar el hechizo de ofuscación colocado alrededor de la casa y
dejar que todos olviden que existe para que mi familia pueda
permanecer donde está. A salvo.
Mi corazón se desgarró. Me quedé con la boca abierta.
—¿Eso es lo que quieres para ellos? —No contestó—. ¿Sólo
necesitas que arregle los hechizos de la casa para que puedan dormir
otros doscientos años?
—Eso no es cierto.
—¿Entonces cuál es la verdad? Me parece que no quieres que
tengan la oportunidad de vivir sus vidas.
—Lo que sugieres no sólo es peligroso para ellos, sino también
para ti y para Nueva Orleans. Los vampiros que viven en esta casa son
buenas personas, pero tendrán hambre. Han estado dormidos durante
mucho más tiempo que yo. Si estás presente cuando despierten...
—No lo estaré. Lo estarás tú. Y cuando se despierten, les dirás lo
que sabes, les recordarás quiénes son. Te escucharán. No lastimaran a
nadie. Se moverán en silencio y mantendrán un perfil bajo. Juntos
cazaremos a Bernarde y lo detendremos, y una vez que lo tengamos,
enfrentaremos a Remy y lo llevaremos ante los brujos de Nueva
Orleans. Cuando se enteren de lo que ha estado haciendo, se pondrán
de nuestro lado.
—No puedes garantizar eso.
—No puedo, pero tengo fe, y eso es lo mejor que tenemos.
Jean Luc me estudió. Por un momento, pensé que estaba a punto
de perder el equilibrio, pero extendió un brazo y alcanzó la parte
superior de la chimenea, sujetándose a ella para no caer.
—Necesitas alimentarte, Jean Luc.
—Me alimentaré a tiempo.
Me acerqué y le cogí la mano. Estaba fría, helada.
—No, tienes que alimentarte ahora. Necesitas tu fuerza. Bernarde
sigue ahí fuera.
Se quedó mirando mi mano y trató de apartarse, pero le sujeté.
—No puedes estar cerca de mí, Madison. No puedo tocarte hasta
que me haya alimentado.
Mi corazón empezó a acelerarse, podía sentirlo palpitar contra mi
pecho. Se estremeció como si pudiera oír cada pulso, cada latido.
—Entonces bebe de mí. —Le ofrecí.
o tuve tiempo de averiguar qué demonios estaba haciendo.
Antes de darme cuenta, estaba llevando a Jean Luc de la
mano hacia el pequeño sofá de la biblioteca, donde
estábamos menos expuestos. Caminó conmigo, pero opuso resistencia
justo cuando iba a sentarme. Me giré para mirarle y me encontré
clavándole los ojos, siendo completamente consciente del rápido
aumento de mi ritmo cardíaco y de la humedad de mis palmas.
—Por favor, puedes hacerlo rápido.
—Te haré daño.
—No si lo haces ahora.
Volví a tirar de su mano y me senté en el sofá. Me separé de él y,
a pesar de mis manos temblorosas, me aparté el pelo del cuello e
incliné la cabeza hacia un lado, dejando al descubierto la yugular. El
corazón me latía tan rápido que me dolía el pecho, pero lo ignoré. De
todos modos, no podía concentrarme en él. Sólo existía la expectativa
de lo que estaba a punto de suceder, lo que yo estaba alentando.
¿Por qué lo estaba alentando? ¿Y si me hacía daño? ¿Y si me
mataba? Todas esas eran preocupaciones válidas, pero todas ellas se
alejaban del poder de mi propia curiosidad por sentir ese pellizco
inicial de sus dientes en mi carne. ¿Qué era la remota posibilidad de
morir comparada con la experiencia de toda una vida y el
conocimiento que podría proporcionarme?
Sentí que el sofá se hundía cuando él se sentó detrás de mí.
—No esperes. —Le dije—. Bebe antes de que ambos cambiemos
de opinión.
Gotas de lluvia comenzaron a golpear las ventanas. Miré al otro
lado de donde estaba sentada para ver la lluvia y observé cómo la
ventana se salpicaba de puntitos. Me rodeó la cintura con un brazo y
aspiré profundamente mientras me acercaba a él. A continuación, me
puso la otra mano en el cuello, apartando con cuidado la tela del
vestido hasta que se hundió más allá de mi hombro.
Cerré los ojos y sentí que flotaba como un globo atrapado por la
brisa, pero su frío aliento en mi cuello encendió mis nervios y envió
ondas hormigueantes por todo el cuerpo, conectándome a tierra.
Entonces sus labios se posaron en mi piel. Se separaron y las puntas
de sus dientes me acariciaron el cuello. Ansiosa por que empezará, me
incliné hacia él. Me agarró la cintura con más fuerza, se aferró a mi
hombro y me mordió.
El aliento que había contenido salió de mí en un gemido exultante.
No había dolor, ninguno. Sólo la embriagadora y vertiginosa sensación
de la rápida pérdida de sangre y el éxtasis del acto en sí. Quería
imaginarlo haciéndolo, bebiendo de mi cuello, pero no podía. Mis
facultades mentales habían dejado de funcionar. Cogí su mano y la
sujeté con fuerza contra mi abdomen, luego flexioné la otra alrededor
de mi hombro para alcanzar la parte posterior de su cabeza y hundí mi
mano en su cabello.
Ahora abrí los ojos y la habitación daba vueltas. El corazón me
latía más rápido que nunca, trabajando a destajo para bombear por todo
el cuerpo mi menguante suministro de sangre. En cualquier momento
pensé que podría desmayarme, que podría perder el conocimiento y no
volver a despertar. De alguna manera, eso no importaba. Todo lo que
importaba era este oscuro abrazo, este beso de no-muerto.
Y Jean Luc.
Soltó mi cuello y lamió suavemente la herida, enviándome
escalofríos por mi columna. Incapaz de controlarme, giré la cabeza y
encontré sus labios, esperándome. Sus manos se enredaron en mi
cabello, tirando suavemente de él mientras el beso se hacía más
profundo e intenso. Me subió a su regazo para que me sentara a
horcajadas sobre él. Ya podía sentir su dureza debajo de mí,
potenciando mi propia excitación.
Deslizó sus ahora cálidas manos, bajo la fina tela de mi vestido y
lentamente comenzó a levantarlo por encima de mi cabeza, dejando
que mis gruesos rizos castaños cayeran sobre mis hombros desnudos.
Me senté ante él llevando sólo el sujetador de encaje y la ropa interior
de corte francés. Sus dedos recorrieron suavemente mis pechos y los
picos de mis pezones.
Nunca había sido tan increíblemente consciente de mi propio
cuerpo, de cada sensación, cada aroma, cada sonido, cada sabor. El
cálido espacio entre mis piernas empezaba a cosquillear de deseo, y
me encontré con la necesidad de tomar una rápida decisión.
Apenas conocía a este hombre, pero mi cuerpo lo deseaba, lo
anhelaba. Si cedía, estaría cruzando una línea de la que no habría
vuelta atrás.
Para cualquiera de los dos.
Esto era como algo salido de un sueño, pero esta vez no estaba
soñando. Tampoco era Eliza. Esta era yo, toda yo deseando todo de él
y tomando lo que quería.
Le desabroché la camisa para exponer su pecho desnudo. Era la
primera vez que lo veía sin camisa. No esperaba ver un torso
musculoso, pero al verlo allí tumbado con la camisa abierta, la cola de
caballo y los abdominales, parecía que pertenecía a la portada de una
vieja novela romántica.
Mi corazón empezó a acelerarse.
Me incliné hacia delante y le besé de nuevo, apretando mi cuerpo
casi desnudo contra el suyo. Me llevé la mano a la espalda para
desabrochar el cierre de mi sujetador y me lo quité para sentir su piel
contra la mía. Se puso de pie, levantándome con él, y luego me colocó
de nuevo en el sofá, de modo que yo estaba tumbada de espaldas y él
se arqueaba sobre mí.
Continuamos besándonos mientras sus manos exploraban mi
cuerpo, acariciando mi piel y burlándose de mis pezones. Sus besos se
extendieron desde mis labios hasta mi cuello, mis pechos y mi
estómago. Sabía a dónde iba y la antigua Madison lo habría detenido
por timidez, pero yo era una nueva Madison y me iba a permitir el
placer que ansiaba.
Suavemente me quitó la ropa interior y empezó a besar la parte
interior de mi muslo, subiendo hasta llegar a mi punto más íntimo.
Relajé mi cuerpo y dejé que me devorara, permitiéndome sentir el
verdadero placer, algo de lo que me había privado durante demasiado
tiempo.
Mis manos se aferraron a la tela del sofá mientras las cálidas olas
de éxtasis me inundaban, haciéndome gemir su nombre. Justo ahora,
en este preciso instante, no existía nada más allá de las paredes de mi
casa. Lo único que importaba era Jean Luc, y él estaba aquí conmigo
en nuestra pequeña burbuja.
Se quitó el resto de la ropa y volvió a arrastrarse sobre mí. Rodeé
su cuerpo desnudo y cálido con mis brazos mientras me besaba de
nuevo. No tuve que prepararme para compartir mi cuerpo con él,
estaba lista para él, lista para darle todo lo que quisiera de mí. Gemí
dentro de su beso cuando me penetró, y empezamos a hacer el amor,
nuestros cuerpos se convirtieron en uno de la forma más pura y
primaria.
La lluvia seguía golpeando con fuerza la ventana de la biblioteca.
En el exterior, los truenos ahogaban mis gritos de gozo cuando exploté.
Nos desenrollamos y Jean Luc cogió la manta de punto del sofá y
me envolvió con ella. Se sentó, me subió a su regazo y me acurruqué
en su pecho. Me rodeó el estómago con sus fuertes brazos y empecé a
relajarme. Mi respiración se hizo más lenta a medida que me
recuperaba, y pensé que podría haberme dormido, pero el sueño no
llegó. Permanecí despierta, con los ojos fijos en la forma en que la
lluvia distorsionaba las ventanas francesas frente a nosotros.
—¿Jean Luc?
—¿Sí?
—¿Podrías hablarme de Victoria?
Su mano se apoyó en un lado de mi cabeza y empezó a acariciar
mi pelo.
—¿Qué te gustaría saber? —preguntó.
—¿La veías?
—Sólo a veces.
Casi no me atreví a preguntar, pero lo hice de todos modos. Tal
vez fue la pérdida de sangre.
—Tú... y ella...
—No. No tuve con ella la conexión que tengo contigo. No había
soñado con ella. Ella era una pintora con ambiciones de abrir una
galería aquí.
—¿Lo hizo?
—No. Ella no encontró la oportunidad. El secreto, y la misión, era
lo único en lo que podía concentrarse. Su sangre mágica la ayudó a
soportar las pruebas, pero fue demasiado para su pareja. Las visitas
tardías de brujos extraños, la necesidad de guardar silencio sobre el
lugar donde vivía, le abrumaban. Y como era tu madre la que tenía el
deber con Lumière, se fue. Nunca se casaron. Nunca lo volví a ver.
—¿Se parecía a mí?
—En todos los sentidos, excepto en uno.
—¿Cuál?
—Tus ojos... los de ella eran marrones. Tienes los ojos de Eliza.
—Es curioso...
—¿El qué?
—Siento que ahora sé mucho sobre ella. Incluso sé algo sobre mi
madre... pero no siento que sepa mucho sobre ti.
—¿Qué quieres saber sobre mí?
—Todo. ¿Quién eras cuando Eliza estaba viva? ¿Con qué te
entretenías además de leer en la biblioteca?
—Te permitiré adivinarlo.
—¿Tocas el piano?
—El piano fue mi primer amor. Llegué a América sólo con esa
habilidad, y encontré trabajo enseñando a otros a tocar.
—Doscientos años... ¿cómo puedes recordar eso?
—No recuerdo todo, sólo algunas cosas. Las cosas importantes.
Pero cuando intento evocar los recuerdos de mis días de vida, el sol
nunca está presente. Esto machaca mi memoria, me hace sentir mal.
Contaminado. Recuerdo muchos largos paseos por la orilla del río, con
el sol en la espalda. Todavía puedo sentir el calor cuando rememoro el
momento, pero el cielo está oscuro, y es la luz de la luna la que me
quema la piel.
—Eso es muy triste. —susurré, permitiéndome relajarme más en
él.
El cansancio amenazaba con llevarme al sueño, pero me resistí.
Había tanto que podía, y debía, decirse entre nosotros, tantas preguntas
que quería hacerle sobre su vida. Sus muchas vidas. Sólo que no podía
formularlas. Simplemente no era el momento adecuado.
—Ahora que sabes la verdad sobre Remy, tienes que tener
cuidado. —Advirtió, rompiendo el silencio— Es un hombre peligroso,
y un brujo poderoso. Hará cualquier cosa para proteger su secreto.
—Por eso tenemos que desenmascararlo. Tiene que rendir cuentas
por lo que ha hecho.
—Te matará. Nos matará a los dos.
—No lo hará. Puedo acercarme a él como nadie lo ha hecho nunca.
—¿Cómo puedes estar segura de eso?
—Porque tengo algo que él quiere.
—¿Qué es?
—Yo.
Jean Luc me dio la vuelta y se arqueó sobre mí.
—Esa es una perspectiva que no me gusta.
Le miré fijamente a los ojos y casi me vi reflejada en ellos.
—Tenemos que despertar a los demás y encontrar a Bernarde
antes de que él lo encuentre. Bernarde sabe de esta casa, conoce sus
secretos. Si Remy le saca la información antes de que lo encontremos...
—Conozco a mi hermano de sangre. Está enfadado. Quiere ser
libre. Pero también odia a los brujos, a Remy en particular. Morirá
antes de entregar esta casa a su enemigo.
Eso no me hizo sentir mejor, pero no había mucho más que
pudiera hacer o decir. Ya se había dicho y hecho todo. Mañana
prepararía un hechizo para despertar a los demás vampiros de la casa,
y al anochecer Jean Luc estaría con su familia.
—Te llevaré a la cama. —dijo.
No tenía suficiente fuerza para resistirme. Se levantó y me subió
con él sin esfuerzo. Le eché los brazos al cuello mientras me llevaba
al dormitorio, pero entonces recordé...
—Ajo. —Él me miró desconcertado mientras subía las
escaleras—. Hay ajo en mi dormitorio —dije, avergonzada—. Pensé
que debía advertirte.
Se rió; una risa fresca y sincera.
—Un cuento de viejas. A veces los mitos y los rumores son sólo
mitos y rumores.
—Vale, bien. —Abrió la puerta de mi habitación y me tumbó en
la cama. Con suavidad, volvió a besar mi frente y luego mis labios. Le
sujeté la cara y dejé que nuestras bocas se separaran—. Quédate —
susurré en su boca, sujetándole por los hombros—. Quédate conmigo.
Jean Luc asintió. Me puse de lado y él se metió conmigo,
abrazándome de nuevo. Esta vez caí en el sueño con fuerza,
sumergiéndome en él de cabeza. Cuando volví a abrir los ojos, había
amanecido. Los pájaros cantaban y el sol se asomaba a través de un
cielo desigual. Pero él no estaba.
asé la mayor parte de la mañana pegada a mi cama como si
ésta tuviera su propia fuerza de gravedad. Tenía buenas
razones para estar cansada, pero también tenía libros que
leer, páginas que pasar y hechizos que hacer. Anoche le prometí a Jean
Luc que su familia estaría despierta al anochecer. Pero ahora, a la
aleccionadora luz de la mañana, empezaba a preguntarme si había
firmado un cheque que no podía cobrar. Mi magia no era refinada, no
tenía técnica; simplemente pensaba en cosas y las hacía realidad.
¿Sería tan sencillo despertar a los vampiros que viven debajo de la
casa?
No. Probablemente no.
Cuando me arrastré fuera de la cama, lo primero que hice fue
preparar un desayuno decente. Cogí el Libro de las Sombras de Eliza
y lo puse sobre la isla mientras los huevos revueltos se cocinaban a
fuego lento en la sartén, y luego continué leyéndolo mientras comía.
El libro era fascinante, en parte relato de su vida, en parte libro de
hechizos, y en parte colección de notas sobre lo sobrenatural. ¿Dónde
estaba este libro cuando yo vivía en Nueva York?
Busqué en él todo lo que había escrito sobre vampiros y, como era
de esperar, había escrito bastante. Algunos, señaló, eran magos
dotados, capaces de realizar interesantes hazañas de magia. Magia
oscura, sin duda, pero interesante de todos modos. Había documentado
el mismo tipo de poderes de confusión que Bernarde había utilizado
con nosotras en la casa de Nicole y escribió que las habilidades
mágicas de los vampiros eran poderosas, pero concentradas y
limitadas.
Algunos podían hacer crecer garras letales de la punta de sus
dedos, otros podían atraer a una persona con una mirada o una palabra
susurrada, la mayoría eran inhumanamente rápidos, fuertes y
resistentes. Pero su magia no era tan versátil como la nuestra. Los
vampiros no podían convertirse en otros animales, mover cosas con la
mente o provocar una tormenta. También eran vulnerables al fuego y
a la luz del sol. Ése era el tipo de cosas sobre las que me interesaba
leer.
Especialmente con Bernarde suelto.
Le eché un vistazo a los hechizos del libro, hojeándolos, pero sin
leerlos realmente. Quería encontrar algo que me ayudara con lo que
quería hacer esta noche, pero no encontraba nada que se ajustara a lo
que buscaba. Eliza era una bruja blanca, y su énfasis mágico estaba en
la curación y la magia protectora; yo necesitaba un hechizo que
pudiera utilizar para despertar a muertos vivientes.
—Maldita sea. —Ladré, cerrando el libro y empujándolo frente a
mí.
No podía entender cómo era que Jean Luc se había despertado y
el resto de los vampiros no. ¿No me dijo que había sido mi magia la
que lo despertó? Pensé que, tal vez, nuestra conexión podría haber
tenido algo que ver, pero eso no explicaba la razón por la que Bernarde
también se había despertado. ¿Qué conexión tenía yo con él?
Mi teléfono sonó. Anna estaba llamando. Lo cogí y contesté.
—¡Hola! ¿Cómo estás?
—Hola Maddie. Estoy bien. En realidad, sólo llamé para decir
¡sorpresa! Acabo de aterrizar.
—¿Aterrizar dónde?
—¡En Nueva Orleans! Louis Armstrong.
—No puede ser. ¿Estás en la ciudad?
—Sí, pero no tengo ni idea de cómo llegar a tu casa así que...
¿podrías venir a buscarme?
—Por supuesto. Me alegro mucho de que estés aquí. Llamaré a un
taxi y me reuniré contigo.
—Estaré en el aeropuerto. Pasillo A. No puedo esperar a verte.
—¡Yo también! Estaré allí en un momento.
Colgó. Me dirigí directamente a la puerta, cogí mi chaqueta y pedí
un taxi mientras atravesaba el patio y salía a la calle. Me había
despertado tarde y había salido de la cama aún más tarde. Estaba
oscureciendo, pero aún quedaban un par de horas de luz solar. Anna
era una bruja, una bruja practicante, además. Tendría que contarle
todo sobre Jean Luc, sobre Bernarde, sobre la casa, pero si alguien
podía ayudarme a inventar un hechizo así, era ella.
La idea de volver a ver a mi mejor amiga me había animado, pero
cuando llegué a la verja de mi casa, vi a Nicole de pie junto a una mujer
alta y de piel oscura que llevaba un sombrero negro para el sol y un
traje de negocios. Estaban hablando en el jardín cuando ella me vio.
Su madre también se giró para mirarme.
No estaba segura de cuándo llegaría mi taxi, tal vez en un minuto,
tal vez en diez. No había tenido la oportunidad de decirle que me
quedaba. Ella había estado conmigo durante todo esto, y yo había
arremetido contra ella. Le debía una disculpa.
Crucé la calle, hacia su puerta, y esperé. Ella asintió con la cabeza
a su madre, que se cruzó de brazos y se quedó al pie de la casa mientras
Nicole se dirigía hacia donde yo estaba. Se cruzó de brazos al llegar,
un gesto que la hacía parecerse increíblemente a su madre.
—Hola.
—No veo ninguna maleta. —dijo ella.
Respiré profundamente.
—Quería decirte que siento lo que pasó ayer. Tú... tenías razón.
—¿Sobre?
—Sobre mí, sobre esto. No voy a huir de esto.
—Por un segundo pensé que te ibas a ir sin decir adiós.
—En otra vida, podría haberlo hecho, pero ya no quiero ser esa
persona.
Ella dejó caer los brazos a los lados. Sonrió, y cuando lo hizo todo
su rostro pareció iluminarse.
—Me alegro de que no te vayas.
—Yo también. Tengo que ir a buscar a mi amiga al aeropuerto;
¿tal vez más tarde podríamos ir a cenar las tres?
—Me gustaría.
—Vale, vendré a buscarte cuando regrese.
Nicole asintió.
Saludé a su madre con la mano.
—Adiós, señora Harriman.
Ella me devolvió el saludó, y luego me dirigí al otro lado de la
carretera y de vuelta a mi reja. Jean Luc se deslizó en mi mente
mientras esperaba el taxi. No recordaba la última vez que me habían
tocado así, la última vez que me habían hecho el amor de esa manera.
Tal vez nunca me había sucedido antes de anoche. No tenía punto de
comparación.
El taxi llegó y me llevó al aeropuerto Louis Armstrong. Vi pasar
Nueva Orleans y fue como si pudiera ver su rostro reflejado en la
ventanilla del taxi, sus ojos ardiendo con luz dorada. Toqué el cristal
y la imagen se desvaneció como el vapor.
En ese momento, el taxi se detuvo bruscamente.
Pagué al conductor y salí a la concurrida terminal. Los coches iban
y venían, trayendo y recogiendo pasajeros. La gente pasaba con
maletas de ruedas detrás, otros sólo llevaban mochilas. Familias,
parejas y solteros circulaban por la entrada principal, apurando el paso,
llamando a taxis, sacando maletas y consultando la información de los
vuelos en sus teléfonos. Me dirigí al edificio principal de la terminal
por las puertas automáticas y encontré la señal que debía llevarme al
Pasillo A.
Intenté llamarla de nuevo, pero no contestó. Sin embargo, el
aeropuerto estaba lleno de gente y había mucho ruido. Probablemente
tenía el teléfono en el bolsillo. Dudaba que lo escuchara.
Mi teléfono sonó en mis manos mientras caminaba. Identificador
de llamadas desconocido. Contesté.
—¿Hola?
—¡Maddie! Soy Anna.
—Hola ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?
—¿Dónde estoy? ¿Dónde estás tú?
—Estoy de camino a dónde estás. La recogida de equipajes en el
Pasillo A, ¿verdad?
—¿Equipaje? ¿Qué?
—¿Estás borracho o algo así?
—No. ¿De qué estás hablando de recogida de equipajes?
Me invadió un frío que me frenó.
—Espera, ¿no estás... en Nueva Orleans?
—¿Qué? No, estoy... en casa... en Nueva York. En realidad, te
estoy llamando desde mi teléfono fijo porque un imbécil me robó el
teléfono anoche.
El corazón me dio un fuerte golpe; fue como un puñetazo en el
pecho que me dejó sin aliento.
—Pero... acabas de llamarme. Me dijiste que habías venido a
Nueva Orleans.
—Maddie, acabo de decirte que un tipo me robó el teléfono
anoche. ¿Cómo podría haberte llamado?
No me di cuenta en qué momento se había hecho el silencio, pero
probablemente había sido después de cruzar el edificio principal de la
terminal y entrar en una parte tranquila y oscura del aeropuerto en la
que no había nadie. Si hubiera prestado atención a dónde iba en lugar
de mirar mi teléfono, habría notado que mi entorno había cambiado.
—¿Maddie? —preguntó Anna.
Un hombre apareció desde detrás de una máquina expendedora
sin electricidad. Llevaba una chaqueta de cuero y una gorra. No, no
una gorra: era la gorra de los Knicks de Dan. Sólo se la ponía cuando
necesitaba un poco más de suerte. Decía que la gorra era mágica.
Nunca le creí.
—Dan. —Jadeé, y no por primera vez el teléfono se me resbaló
de la mano y cayó. La pantalla se resquebrajó en el suelo de mármol,
pero el eco que rebotó en las paredes hizo que algo hiciera clic en mi
mente.
Me giré para correr, pero con un gesto de su mano hizo que mis
brazos salieran volando hacia los lados y mi pecho sobresaliera. Mis
pies se levantaron del suelo unos centímetros. Fue como si una mano
invisible me hubiera agarrado por el pecho y me hubiera levantado. La
presión alrededor de mi corazón era inmensa, y apenas era capaz de
respirar, por no hablar de hacer magia.
—Por favor. —dijo, acercándose con las manos extendidas, con
las palmas hacia arriba, como si estuviera empujando una roca—. Sólo
quiero hablar.
Me hizo falta cada gramo de fuerza que tenía para negar con la
cabeza, pero lo conseguí, y me sentí bien.
—Maddie, no quiero hacerte daño. Sólo quiero hablar. Si estás de
acuerdo con eso, si no huyes, si solo me escuchas... te juro que te dejaré
ir.
Le miré fijamente, bajando los ojos para hacerlo.
—Jode... te...
La presión alrededor de mi pecho se apretó, y un dolor lento y
constante comenzó a crecer alrededor de mis costillas. Algo crujió,
pero no grité. No lo hice. Un gruñido fue todo lo que se me escapó, la
única evidencia de mi dolor, y pareció ser suficiente. Dan levantó las
manos y la magia que me sostenía desapareció inmediatamente.
Mis talones tocaron el suelo, pero mis piernas no pudieron
soportar mi peso. Caí de rodillas, sosteniéndome con las manos y
respirando con dificultad.
—Oh, Dios, Maddie. —dijo él, corriendo hacia mí.
Levanté los ojos hacia él y lo fulminé con la mirada.
—No te acerques a mí. —Ladré apretando los dientes.
Mi ojo mágico estaba abierto ahora, y podía ver, flotando a su
alrededor, sigilos de poder translúcidos. Algunos eran azules, otros
verdes. Danzaban alrededor de sus hombros, de su cabeza y en el
espacio que nos separaba.
—Siento haberte lastimado. Hablaba en serio cuando dije que no
quería hacerlo.
Luché por ponerme en pie. Dan se metió las manos en los bolsillos
del abrigo.
—Te vas a dar la vuelta y te vas a largar de Nueva Orleans. —
ordené—. Y si me entero de que te has acercado a Anna otra vez, seré
yo quien vaya a por ti.
—Eso no va a funcionar. He venido a hablar contigo, y no me iré
hasta que hablemos. Estuvimos juntos durante años, Maddie. No
puedo olvidarme de eso. —Soltó mientras le daba una patada a mi
teléfono roto, enviándolo debajo una máquina expendedora.
—Te olvidaste de mí sin ningún problema mientras estuve
contigo.
—Sí, lo sé, y me odio por cómo era, pero ahora soy diferente.
—Y una mierda.
—Maddie, por favor, sólo quiero una oportunidad para
explicarme.
—Te di una oportunidad, Dan. Y dos, y tres.
—Dame una más.
—Adiós, Dan.
—No.
—¿No? Tú no puedes decidir si me voy o no. ¿Qué vas a hacer,
secuestrarme?
—Haré lo que tenga que hacer.
Con gran esfuerzo, luchando contra el dolor con los dientes
apretados, me di la vuelta y empecé a caminar de nuevo hacia la
concurrida terminal, pero el corazón me latía con fuerza y aún me
costaba respirar.
—Como quieras, Dan, vuelve a casa.
Pero no debería haberle dado la espalda. Algo me golpeó por
detrás y me hizo caer al suelo. Intenté ponerme en pie, pero era como
si mi cuerpo pesara una tonelada y mis brazos fueran de papel. Una
nube de polvo o de humo se había levantado a mi alrededor. Miré hacia
arriba y toda la sala empezó a girar. La oscuridad invadió las esquinas
de mi visión. Intenté gritar ahora, pero no pude emitir el sonido, no
pude hacer que mi garganta se moviera. Sentía punzadas en todo el
cuerpo, como agujas y alfileres en las piernas, el pecho y los brazos.
¿Qué demonios me había hecho?
Dan se puso en cuclillas frente a mí.
—Lo siento, pero no estabas escuchando, y necesito que lo hagas.
—Sacó su otra mano del bolsillo y me mostró lo que parecía una
pequeña bolsa de terciopelo. No pude hacer ni decir nada—. No te
preocupes, el hechizo de la bolsa no es letal. Ahora quiero que
escuches.
Cerré los ojos, porque era lo único que podía hacer, y grité por
Nicole en mi mente, esperando que pudiera oírme.
star bajo la influencia del hechizo que Dan me había lanzado
era muy parecido a estar sufriendo parálisis del sueño. Era
completamente consciente de todo lo que ocurría a mi
alrededor, de cada giro, de cada golpe y de cada choque mientras me
cargaba, pero no podía moverme, excepto para respirar, y no podía
usar mi magia para salvarme.
La magia era fluida, y yo tenía que serlo si quería usarla. El
hechizo de Dan me había dejado tan rígida como una tabla, y
completamente inerte. ¿Y cómo demonios había acabado en este
lugar? No me creía que hubiera pasado por alto todas las señales que
me decían que toda esta terminal estaba cerrada. También tenía que
haberme topado con algunas puertas cerradas con las que lidiar. Había
sido tan descerebrada y estúpida. ¿En qué carajo estaba pensando?
Nos adentramos en la terminal. Había herramientas y máquinas
por toda la zona. Una radio estaba en un banco junto a un envoltorio
con un sándwich a medio comer todavía dentro. De las vigas y los
andamios colgaban gruesas cortinas semitransparentes. Él las
atravesó, agachándose y girando a su paso. Entramos en una zona en
la que habían levantado los suelos, dejando sólo vigas de soporte de
acero y una caída hacia un pozo oscuro con columnas inacabadas que
sobresalían.
Dan me dejó en el suelo y encontró un taburete. Lo acercó hasta
donde yo estaba tumbada y lo detuvo cerca de mi cabeza, luego se
sentó frente a mí. No podía levantar la vista lo suficiente como para
verle la cara, así que me centré en las puntas de las botas de combate
que llevaba. Parecían nuevas, como si las estuviera estrenando.
—El hechizo desaparecerá en un par de minutos —dijo Dan—,
pero hasta entonces, sólo hablaré y tú asentirás con la cabeza si puedes.
¿Entendido?
Asentí, pero sólo para ver si podía. La acción de simplemente
mover la cabeza hacia arriba y hacia abajo rápidamente requirió
mucho más esfuerzo del que debería, pero al menos fui capaz de
hacerlo. Ahora giré la cabeza hacia él y me encontré con la posibilidad
de mirarle a la cara. Hubo un tiempo en el que aquella mandíbula
afilada y aquellos ojos color avellana me resultaban increíblemente
atractivos. Ahora sólo veía a un hombre que me había secuestrado.
¿Cómo pensó que acabaría esto?
—Lo siento, antes de decir nada más, permíteme disculparme. No
quería que nada de esto sucediera, pero no me diste otra opción.
Intentaste huir.
Siempre tuve la sensación de que Dan podría estallar un día, pero
nunca pensé que realmente ocurriría. Negué con la cabeza lo mejor
que pude, pero el miedo en mis ojos traicionó mi deseo de permanecer
neutral.
—¿No? ¿No estás de acuerdo conmigo? Supongo que sí. Si no,
¿cómo podrías justificar el desarraigo de toda tu vida y mudarte al otro
lado del puto país? ¿Quién hace eso? Entiendo que ya no querías estar
conmigo. Pero irse fue tan... definitivo e innecesario. Estuvimos juntos
durante mucho tiempo. Vivíamos en el mismo apartamento,
dormíamos en la misma cama. Yo también te aguanté un montón de
mierda, pero nunca me levanté y me fui.
Forcé el aire de mi boca para hacer un sonido, pero no logré
producir nada que tuviera sentido.
—¿Qué dices? —preguntó.
Lo intenté de nuevo, pero no pude formar una palabra.
Él se bajó del taburete, se arrodilló a mi lado y acercó su cara a la
mía. Su proximidad hizo que mi corazón empezara a latir más fuerte y
rápido, hizo que la sangre se me subiera a las mejillas y al pecho. Había
un destornillador tirado en el suelo, justo detrás del taburete. Estaba
oculto a mi vista cuando Dan estaba sentado, pero ahora podía verlo
claramente. Si pudiera estirar mis manos, o mis poderes, podría
agarrarlo y clavárselo en la cara. Pero no podía mover los brazos ni
hacer que mi magia se manifestara. Volví a mirarle a los ojos.
—N... —Emití. Él se inclinó más cerca—. Ni...
—Guarda tus fuerzas. El hechizo desaparecerá pronto. Sólo
escucha, ¿de acuerdo?
Me besó la frente. Quería retroceder, mi cuerpo lo pedía a gritos,
pero no podía moverme. Su beso se prolongó y la piel se me erizó
como si sus labios fueran repugnantes zarcillos viscosos. Retiró su
boca de mi frente y lo único que pude hacer fue rezar para que no
intentara plantarme un beso en otro lugar. No lo hizo. En lugar de eso,
se incorporó y se sentó recto en el taburete.
—Dejé mi trabajo hace un par de semanas. Intenté llamarte, enviar
mensajes de texto y correos electrónicos, pero cambiaste todos tus
datos. No pude comunicarme contigo para contártelo. ¿Tienes idea de
lo frustrante que fue? Las flores fueron el último recurso, e incluso
hacértelas llegar fue difícil. Pero supongo que no tengo que decírtelo,
¿verdad? ¿Qué clase de hechizos de protección preparaste?
—¿C-cómo...? —pregunté, luchando por hablar—. ¿Cómo…
encontraste...?
—¿Cómo te encontré? —preguntó, con la incredulidad escrita en
su rostro—. Estás aquí tumbada, te estoy rogando que me hables de
nuestra relación, que intentes entablar un diálogo, ¿y te interesa más
cómo te encontré?
Sé inteligente, Madison, pensé. El hecho de que pudiera hablar
significaba que la magia estaba empezando a debilitarse. Si tan sólo
pudiera hacer que siguiera hablando...
Sacudí la cabeza.
—L-lo siento...
—Así está mejor. —Pareció que relajaba su postura—. Entonces,
ya que puedes hablar, sólo, dime. Sácame de mi miseria. ¿Hay algo
que pueda hacer ahora mismo para darnos otra oportunidad de volver
a estar juntos? No importa lo remoto que sea. Haré lo que sea
necesario, pero sólo quiero que me lo digas.
Asentí con la cabeza.
—¿De verdad? —preguntó, con los ojos brillantes—. De acuerdo,
bien. Así que... ¿qué tal si, después de que puedas volver a levantarte,
salimos de aquí y me muestras tu casa? Te llevaré a cenar y hablaremos
un poco más. Puedes enseñarme Nueva Orleans.
Sí, pensé, y luego el vampiro que duerme bajo mis tablas puede
darte una paliza y enviarte de vuelta a Nueva York en una caja.
Una vez más, asentí con la cabeza, y mis ojos se posaron en el
destornillador que estaba frente a mí. Dan empezó a caminar y a hablar
como solía hacerlo, no a mí, sino a sí mismo... conmigo presente. Ya
lo había hecho varias veces, paseándose por la sala de estar, hablando
consigo mismo y pensando en qué ropa ponerse o qué cosas decir para
atraer a un determinado cliente.
Yo no estaba escuchando. Mi atención se centraba por completo
en el destornillador, intentando desesperadamente sacar magia de mí
interior, pero siendo capaz de extraer sólo un chorrito en lugar de un
torrente. El destornillador se balanceó hacia un lado y mis ojos se
abrieron de par en par. Mi corazón rugía desbocado como una bestia
salvaje dentro del pecho. Volví a concentrar mi energía en el pequeño
objeto, profundizando para encontrar la magia, esta vez moviendo los
dedos y los labios, pero sin decir nada.
Fluidez, pensé, el movimiento ayudará.
El destornillador empezó a moverse. Vi cómo se acercaba a Dan
y mi corazón dio un salto. Luego se meció de nuevo, otro centímetro,
balanceándose de un lado a otro, de un lado a otro.
—¿Madison? —preguntó.
Levanté la vista hacia él, con la cara enrojecida y caliente, los ojos
tan culpables como un perro atrapado en el cubo de la basura. El
destornillador dejó de balancearse, pero Dan debió de captar el
movimiento con el rabillo del ojo porque lo miró directamente.
—No. —Chasqueó con la lengua, caminando hacia donde estaba
el destornillador. Levantó la herramienta y mi estómago se hundió—.
¿Intentabas atacarme con esto?
No negué con la cabeza; asentí. Quería que no tuviera ninguna
duda de que, si me hubieran dado la oportunidad de clavarle esa cosa
en la pierna, lo habría hecho en un santiamén. Al diablo con ser
inteligente. No sabía de qué era capaz, pero tenía un poco de fe a la
que aferrarme: Él no era capaz de matarme.
No lo haría. No había venido aquí para eso. Si su idea era
encontrar alguna manera de reconciliarnos, matarme sería lo más
alejado de su mente. Pero cuando empezó a dirigirse hacia mí,
sujetando el destornillador con fuerza en la mano y con el extremo de
la punta apuntándome, empecé a cuestionar lo fuerte que era mi fe. Se
arrodilló frente a mí y me apuntó con el destornillador a la cara.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó— ¿Por qué quieres
hacerme daño? ¿Te lo he hecho yo?
—No. —respondí, a pesar de las circunstancias.
—De todas formas, ¿qué pensabas hacer con esto? ¿Querías
intentar matarme? —Sacudí la cabeza—. Inutilizarme, entonces.
Conseguir el tiempo suficiente para levantarte e irte, tal vez llamar a
la policía... Te contare una noticia de última hora: sólo hay una
manera de que salgas de esto, y es conmigo a tu lado. ¿Entendido?
Volví la cabeza hacia él.
—Vete a la mierda… estás jodidamente loco.
Echó la cabeza hacia atrás, su cara se retorcía de rabia, con veneno
en los ojos. La mano con el destornillador voló hacia arriba y me quedé
mirando su borde cubierto de pintura. Una sensación de frío se apoderó
de mí, mi cabeza empezó a dar vueltas y sintonicé con lo que fuera que
había empezado a decir. Le salía saliva de la boca y los nudillos se
ponían blancos.
Se acabó.
El destornillador descendió en un arco letal. Cerré los ojos,
deseando que mis manos funcionaran, deseando que mi magia
funcionara, pero mi cuerpo seguía casi entumecido y no podía extraer
la magia de mí misma con la suficiente rapidez. Pensé que el tiempo
se alargaría de la forma en que a veces parece hacerlo para la gente en
el instante anterior a la muerte, pero no fue así. Oí cómo el
destornillador caía al suelo y rodaba contra mi hombro.
Tuve que parpadear con fuerza para adaptarme a la tenue luz de
emergencia que apenas iluminaba, pero casi deseé no haberlo hecho.
Dan estaba de pie y había alguien con él; alguien lo había agarrado.
Parecían estar hablando, pero sus voces eran apagadas, distantes y
difíciles de entender.
Él luchó por liberarse, pero no pudo. El hombre que estaba detrás
de suya lo hizo girar, y entonces vi quién era el que había entrado en
nuestro oscuro rincón del aeropuerto Louis Armstrong.
Era Bernarde, sus ojos dorados y luminosos brillaban en la
oscuridad. Agarró a Dan por los hombros, echó el cuello hacia atrás y
mordió con fuerza su carne suave y rosada. Pero no lo hizo con
suavidad, como había hecho Jean Luc. No. Como un lobo que desgarra
un tendón, le arrancó la yugular con sus dientes, enviando salpicaduras
de sangre caliente en todas direcciones.
uería gritar, pero sólo pude expulsar una serie de débiles
gemidos, como los que a veces emitía cuando intentaba
despertarme de un mal sueño. El roció inicial de sangre me
hizo cerrar los ojos, pero los abrí de nuevo a tiempo de ver cómo el
cuerpo de Dan se desplomaba en un montón, sacudiéndose y
convulsionando. El corazón me latía con fuerza, sentía la cabeza tres
veces más grande y el olor era paralizante, tan fuerte que pensé que
habría vomitado si no estuviera inmovilizada.
—Ah, cheri. —Se puso en cuclillas y ladeó la cabeza. Su barbilla
chorreaba sangre, que con un rápido movimiento del dorso de su mano
logró untarse por la boca y las mejillas—. Nos volvemos a encontrar.
Mi respiración era agitada y corta, empezaban a aparecer manchas
de oscuridad en mi campo de visión y una opresión crecía alrededor
de mi pecho, restringiendo aún más mi respiración. Puse toda mi
energía en moverme y conseguí girar sobre mi espalda, pero el
esfuerzo me dejó sin aliento. El mundo sobre mí daba vueltas.
Bernarde apareció, con la boca teñida de rojo y los ojos
desorbitados. Una gota de sangre goteó de su barbilla y cayó sobre mi
frente, sumándose a las otras gotas esparcidas por mi cara.
—¿Qué es esto? —preguntó— ¿No puedes moverte?
Se agachó, con su fuerte brazo derecho, me agarró por el cuello y
me levantó del suelo. Ahora no podía respirar y tampoco podía
moverme. Era un peso muerto, pero eso no le importaba. Era
increíblemente fuerte, y pronto estaría muerta.
—Hubo un tiempo en que matar brujos era un desafío, pero los
dos últimos que he matado dejan mucho que desear, y creo que a ti no
te irá mejor.
Me soltó, y resbalé hasta el suelo. Apenas pude mover el hombro
a tiempo para evitar que mi cabeza se golpeara contra el sólido
cemento, y como empezaba a recuperar parte de la sensibilidad en mi
cuerpo, sentí el choque.
Volví a rodar después de aterrizar, esta vez con más fuerza, sólo
para encontrarme cara a cara con Dan. Tenía los ojos abiertos y
empañados, la boca floja contra el suelo y un charco de sangre se
estaba formando bajo su cuello. Aspiré una profunda bocanada de aire
y grité esta vez. Intenté rodar de nuevo, pero no encontré la energía.
Las lágrimas me escocían los ojos. No estaba segura de sí eran por él,
por el dolor en el hombro o por el depredador que me rodeaba como
un tiburón, pero se acercaban, y me costó todo lo que tenía luchar
contra ellas. Apreté la mandíbula y volví a cerrar los ojos para luchar
contra el momento y agradecí al universo las pequeñas victorias.
Todavía estaba viva.
—Bastardo.
—¿Bastardo? —preguntó—, oh, pero os he estado escuchando y,
para empezar, no parecía tu persona favorita. Así que, pregunto: ¿por
qué la indignación?
Deseé que mis dedos se retorcieran, e hicieron lo que les pedí.
Unos segundos más tarde, estaba girando la muñeca a la orden. El
hechizo estaba desapareciendo más rápidamente, pero seguía sin poder
mover las piernas y el peso no se me había quitado del pecho.
—Eres un asesino.
—No siempre lo fui. —dijo—, Si lo hubiera sido, ¿crees que Eliza
me habría protegido? ¡Acepté su protección sólo porque me prometió
que sería temporal! ¿Crees que me habría sometido a décadas y
décadas de sueño e inactividad continuados?
Incliné la cabeza para mirarle, pero era difícil seguirle el ritmo; se
paseaba a mi alrededor y no podía girar el cuello con la suficiente
rapidez.
—Ella confiaba en ti. Si pudiera verte ahora...
—Pero ahora no puede verme, porque está muerta. Tu gente la
quemó viva. ¿Te lo han dicho? Una bruja quemada en la hoguera por
otros brujos. Qué maravillosa ironía.
—Sí lo sabía. —respondí—. Y odio que sucediera.
—Los de tu clase nos obligaron a mí y a mi familia a escondernos.
Durante décadas, han dormido. Siglos. —Dejó de pasearse y volvió a
pasar por encima de mí—. Ya no. Esta noche, las calles de Nueva
Orleans apestarán a sangre de brujos; brujos débiles y blandos que han
olvidado quiénes son, han olvidado cómo luchar.
Alfileres y agujas estallaron a lo largo de la parte baja de mi
espalda. Levanté las caderas y me arrastré unos centímetros por el
suelo. También me hormigueaban las manos. Flexioné una de las
palmas y cerré el puño.
Volvió a inclinar la cabeza, agarró un puñado de mi pelo y tiró.
Me ardió el cuero cabelludo y grité, pero mis manos se alzaron para
detenerlo, para apartarlo, y mis piernas empezaron a patalear. Luché
contra el dolor, abrí los ojos y busqué con la mente lo primero que vi:
la radio. Salió disparada y voló hacia su pecho, sorprendiéndolo lo
suficiente como para que soltara el agarre que tenía sobre mi cabello.
Me esforcé por alejarme de él, pero por mucho que pudiera mover
los brazos y las piernas, era lenta. Volvió a estar sobre mí en un
instante, y con sus manos como tornillos me tiró de los hombros y me
hizo rodar por el suelo de cemento. Me dolían los codos y las rodillas,
se había levantado polvo y apenas había luz para ver, pero podía verle.
Bernarde, con sus ojos brillando del mismo color que los de Jean Luc,
ardía con un fuego interior ahora avivado gracias a la sangre humana
que corría por sus venas.
Luché por ponerme en pie de nuevo.
—Eres débil —rugió, gritando la última palabra para que rebotara
en las paredes en una serie de ecos—. Que los de tu clase puedan
obligar a los míos a esconderse es un insulto, y como ya no hay más
de los tuyos por aquí, tendrás que ser tú quien pague el precio.
Di un paso atrás y me di cuenta de que el suelo terminaba sólo a
medio metro detrás de mí. Volví a mirarle.
—Jean Luc te llamó su hermano. ¿Crees que se pondrá de tu lado?
¿Lo hará tu familia?
—No tendrán elección. Los brujos saben de Lumière, cheri, y
recuerdan lo que pasó en esa casa. Saben lo que hizo Eliza. Puede que
se hayan olvidado de la casa durante un tiempo, pero ahora que lo
saben, no pararán hasta que cada uno de nosotros se convierta en
cenizas.
Haz que siga hablando, Maddie, pensé. Necesitaba demorarme,
necesitaba tiempo para pensar. Él era más rápido que yo por
kilómetros. No tenía ninguna posibilidad de despistarlo, ni de dejarlo
atrás. Mis ojos se dirigieron al cadáver de Dan y recordé que aún tenía
una bolsa con el hechizo en el bolsillo. Sólo que no estaba segura de
que funcionara con él como lo había hecho conmigo.
¿Me atrevía a arriesgarlo todo sólo con esa esperanza?
—Pensé que habías dicho que éramos débiles —dije—. Si los
brujos son tan débiles, entonces ¿por qué te preocupa que sepan de
Lumière?
—Porque una avispa no es una gran amenaza por sí sola, pero
patea una colmena y te perseguirán y te matarán.
—Eres estúpido y arrogante si no crees que soy una amenaza.
—¿Tú? Mírate. Tienes moratones, rozaduras y heridas. Incluso
ahora, estás luchando contra el dolor que sientes mientras que yo, por
otro lado... no hay nada que puedas hacerme para que sienta dolor.
—¿De verdad? —pregunté, flexionando las manos y deseando
que mi magia se manifestara. Una brisa fresca se levantó a mi
alrededor—. ¿Por qué no vienes aquí y pruebas esa teoría?
La cara de Bernarde se transformó en una sonrisa malvada. Bajó
la cabeza y vino corriendo hacia mí, moviéndose como una mancha.
Levanté las manos en cuanto empezó a moverse, pero subieron
lentamente, como si las arrastrara por el agua. Cuando llegaron a mi
cara, con las palmas hacia fuera, las brasas explotaron de ellas,
iluminando este oscuro lugar con un destello de luz naranja. El
vampiro siseó y se retiró cuando algunas de las ascuas se le
engancharon en la camisa.
Se agitó y gritó, retrocediendo en la oscuridad, sus gritos de dolor
ahora rebotaban en las paredes. Lo vi caer al suelo junto a un barril y
empezar a rodar, pero eso no sirvió de nada porque las brasas de su
cuerpo chispearon y se encendieron de repente como una hoguera.
Tuve que protegerme los ojos del repentino y brillante destello.
Seguía gritando, con una voz estridente y aguda. Caminé hacia el
resplandor ardiente, y aunque no me había alejado mucho, seguía
sintiendo que me acercaba demasiado. Demasiado cerca del fuego, y
demasiado cerca de Bernarde. Casi no podía creer que hubiera
prendido tan rápido. Era como si su piel estuviera cubierta de gasolina.
El sistema de aspersores no se activó de repente, y el agua no cayó
de las tuberías del techo, pero la hoguera se apagó de alguna manera
tan rápido como había empezado. Seguí caminando con el corazón en
la garganta y las sienes palpitando. Los gritos habían cesado y el humo
había empezado a salir del lugar donde yacía el vampiro, inerte e
inmóvil.
Giré la cabeza para mirar a Dan, cuyo cuerpo estaba a pocos
metros. Estaba tumbado de lado, con la parte posterior de la cabeza
hacia mí. Probablemente eso era algo bueno. Probablemente era mejor
que no pudiera verlo. Era un imbécil, pero no merecía morir así.
Nadie merecía eso.
Seguí caminando en línea recta y eché un vistazo al lado del barril
donde había caído Bernarde y.… no lo encontré. Presa del pánico,
escudriñé todo el lugar, esperando verlo aún tirado en el suelo,
esperando haberlo perdido de vista entre las herramientas, las cajas y
los escombros. Pero no estaba donde lo había visto caer, estaba segura.
Esa era toda la motivación que necesitaba.
Retrocedí, mi corazón volvió a latir como loco, mi visión se
oscureció. ¿Cómo creí que sería tan fácil? La relativa oscuridad
dificultaba la detección de cualquier movimiento anormal, así que giré
y seguí girando, girando, girando, hasta que divisé la señal de salida.
Di dos pasos en esa dirección, y entonces una mano fría y áspera me
agarró de la muñeca y me hizo girar.
Tenía la piel quemada y carbonizada, negra en algunas partes y
con ampollas en otras. Gran parte de su piel se estaba desprendiendo,
dejando al descubierto grandes heridas rojas. Pero su cuerpo empezaba
a curarse y las heridas se cerraban poco a poco. Sus labios se
despegaron para dejar al descubierto los peligrosos colmillos de su
boca. Bernarde se abalanzó sobre mí en un instante, sus manos como
prensas agarrando mis brazos, y su boca cayendo sobre mi cuello
expuesto como un yunque.
Me clavó los dientes, pero esta vez la sensación no fue tan
placentera como con Jean Luc. Un dolor cegador y caliente estalló en
el punto de contacto. Grité y me agarré a su espalda por instinto, pero
me tenía. Si hubiera querido desgarrarme el cuello como había hecho
con Dan y dejarme desangrarme en el frío suelo de cemento, podría
haberlo hecho, pero no lo hizo. En lugar de eso, bebió, dejándome
mareada, desorientada y aturdida.
Volví a ver a Dan y le tendí la mano, como si aún estuviera vivo.
Grité de nuevo, esta vez de rabia, y busqué en mis reservas de energía,
escarbando más allá del punto de vacío para encontrar cualquier retazo
de energía mágica que quedara, y la bolsa de hechizos que estaba en
el bolsillo de Dan salió volando de su sitio y aterrizó directamente en
mi mano. Era pequeña y aterciopelada y estaba llena de minúsculos
objetos redondos. La agarré con fuerza y la estrellé contra la espalda
de Bernarde. Las burbujas de la bolsa reventaron y una nube de polvo
chispeante estalló en el aire.
El vampiro me soltó de su agarre y caí al suelo presionándome el
cuello. Él también se desplomó, derrumbándose con un fuerte golpe.
Me revisé la mano. Estaba ensangrentada y tenía una herida en el
cuello, pero no me estaba desangrando, aunque debería estar a las
puertas de la muerte. No me lo cuestioné ahora. No había tiempo.
Bernarde estaba en el suelo, paralizado igual que yo.
Ahora, estaba a mi merced.
e acerqué a Bernarde y me quedé mirando su cara
paralizada. Sus ojos iban de un lado a otro, pero no parecía
poder mover la cabeza, la boca o cualquier otra cosa. No
sabía cuánto duraría el hechizo en un vampiro, pero al menos por
ahora, parecía estar incapacitado. La pregunta era, ¿qué diablos hacía
con él?
Matarlo, parecía ser la respuesta más prominente en mi mente.
Había matado a Dan delante de mí, había matado al menos a un brujo
más, y posiblemente a otros innumerables humanos que no
conocíamos. Se merecía la muerte, y esta vez, con la suficiente
concentración, podría crear un fuego mágico tan grande que no tendría
ninguna posibilidad de escapar de él.
Podría hacerle pagar por lo que había hecho.
Pero entonces pensé en Jean Luc. Si estuviera aquí, ¿qué querría
que hiciera? Corrí hacia donde Dan estaba tumbado de lado, muerto,
y con manos temblorosas busqué su teléfono en los bolsillos. Mi
corazón se aceleraba y el contenido de mi estómago amenazaba con
derramarse gracias al olor metálico y abrumador de su sangre, pero
finalmente agarré lo que parecía un teléfono y lo saqué de su bolsillo.
La pantalla estaba negra y el teléfono no se encendía.
¡Joder!
Oí el ruido de unos pasos que se acercaban rápidamente a mi
ubicación, y el corazón me saltó a la garganta y se quedó allí encajado.
¿Personal del aeropuerto? ¿Seguridad? ¿Policía? Quizá alguien había
visto el resplandor del fuego y había llamado a los bomberos. Si
alguien me encontraba aquí, con Bernarde y Dan, no sabía qué pasaría.
Si me esfumaba y Bernarde se liberaba de los efectos del hechizo
antes de que los humanos pudieran irse... los masacraría. Sabía que lo
haría.
Sabiendo que no tenía tiempo para pensar en mis opciones, saqué
rápidamente lo que me quedaba de mis reservas de magia para lanzar
un campo de magia ofuscadora alrededor de mí, Bernarde y Dan. Era
el mismo hechizo que había utilizado en la casa de Nicole, sólo que
tenía mucho menos tiempo para lanzarlo. Aparecieron símbolos
brillantes de magia alrededor de mis manos y muñecas mientras el
hechizo se abría paso en el mundo, creando una burbuja que esperaba
fuera lo suficientemente fuerte como para ocultarnos.
Entonces vi quién estaba causando los pasos, y no era la seguridad
del aeropuerto.
Era Remy.
Había estado corriendo hace un momento, pero ahora caminaba y
me miraba directamente con el ceño fruncido. Con un gesto de su
mano, la burbuja de magia que me rodeaba empezó a desaparecer
como si un poderoso viento la hubiera atravesado y barrido. Detrás de
él, Nicole y otras personas que supuse que eran brujos aparecieron.
Saber que no estaba sola con Remy me hizo sentir mejor, pero no
mucho.
—Esa magia no será necesaria. —afirmó Remy, deteniéndose
frente a mí. Miró a Dan—. ¿Muerto?
Asentí con la cabeza. Bernarde estaba ligeramente fuera de la
vista, o al menos eso creía. Esto era una pequeña victoria. Podría
explicarle la situación a Remy antes de que viera el cuerpo y tomara
su propia decisión.
—¿Lo has matado tú? —preguntó.
—No.
—Entonces, ¿quién...?
—Me alegro mucho de que estés bien. —gritó Nicole, corriendo
hacia mí y abrazándome.
Le devolví el abrazo con fuerza, feliz de ver a mi amiga y
agradecida por el alivio de lo que sabía que sería una línea de preguntas
que no tenía ni idea de cómo responder.
—Me alegro de verte. —Le dije.
—Estás sangrando.
—Estoy bien, de verdad. ¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Tu amiga Anna llamó. Bueno, ella llamó al Gato Escarlata. Dijo
que acababa de hablar contigo y pensó que podrías estar en problemas.
Remy estaba allí. Nos reunió y te localizó.
—Gracias —dije—, a todos. Me golpeó con un hechizo que me
paralizó y me dejó sin poder defenderme. Me habría matado.
Un hombre afroamericano de gran tamaño -el portero del Gato
Escarlata- le susurró algo al oído a Remy. Este se acercó entonces y
volvió a examinar a Dan.
—Su cuello. ¿Quién hizo eso?
—Yo... fue...
—Un vampiro. —dijo una voz desde el rincón más oscuro de la
habitación. Era una voz que reconocía, y que casi temía escuchar.
Era Jean Luc.
Me giré en lo que parecía ser a cámara lenta para verle caminar
por el lado opuesto de la sala en la que nos encontrábamos. Debía de
haber entrado por otro lado, quizá por una puerta trasera, porque no le
había oído entrar en la terminal. Nadie lo había hecho.
Sus ojos brillaban intensamente en la oscuridad, lo que hizo que
Remy aspirara una profunda bocanada de aire y adoptara una postura
defensiva. Los brujos que estaban con él también se movieron y
arrastraron los pies. Algunos se separaron, pero el más grande se pegó
a Remy. Nicole me agarró del brazo y lo apretó con fuerza.
—Identifícate. —ordenó Remy.
—¿Por qué no te identificas tú? —preguntó Jean Luc.
—Mi nombre es Remy Jackson; Sumo Sacerdote de Nueva
Orleans, Salvador de la Ciudad Libre de Brujos…
—Y asesino.
Remy frunció el ceño y llevó una de sus manos a la altura del
pecho, con la palma hacia fuera. Unos brillantes sigilos brillaron ante
él, manifestándose en el mundo a través de su voluntad. Bernarde
había sido capaz de ver los sigilos alrededor de la casa, así que tal vez
Jean Luc también podía verlos, podía ver la magia a punto de brotar
de su mano, pero no me arriesgué. Di un paso adelante.
—¡No le hagas daño!
Remy giró la cabeza para mirarme, pero su expresión no era de
asombro ni de sorpresa. Una de sus cejas se levantó.
—¿No? —preguntó—. ¿A quién debería herir en su lugar? ¿A ti?
—¿Qué tal si haces daño al vampiro que ha hecho esto? —
pregunté, señalando a Dan—. Fue el mismo que mató al brujo la otra
noche.
—¿Oh? ¿Y dónde está? Porque ahora mismo sólo veo a un
vampiro delante de mí.
—Y me sorprende que no reconozcas a este vampiro. —añadió
Jean Luc.
Surgieron susurros de la pequeña multitud de brujos reunidos.
—No —le pedí a Jean Luc—, espera.
Me di la vuelta y me dirigí hacia donde yacía Bernarde, con la
esperanza de que siguiera allí. No sabía qué iba a hacer si no estaba
tirado en el suelo donde lo había dejado, pero no se había movido ni
un centímetro. Habían pasado unos minutos desde que le había
golpeado con la magia, y no sabía cuánto tiempo me quedaba, pero por
ahora parecía inofensivo. Cuando llegué a él, tiré de una de sus piernas
con toda la fuerza que pude y lo arrastré hacia el exterior.
Remy se quedó mirando el cuerpo del vampiro en el suelo y luego
volvió a mí.
—¿Es éste? —preguntó.
Asentí con la cabeza.
—Mató a Dan mientras hablábamos. Lo siguiente que iba a hacer
era matarme a mí.
Se acercó, caminando lentamente hacia el vampiro paralizado.
—¿Qué pasa con él? —preguntó Remy, señalando a Jean Luc—.
¿Cuál es tu relación con él?
—¿Qué importancia tiene eso? Tienes al hombre que mató a tu
brujo, así como al que yace aquí ahora. ¿Qué importa cuáles son mis
relaciones?
—Porque los dos parecen conocerse, y ya deberías saber que la
amistad con un vampiro es un delito punible en Nueva Orleans.
—Reglas que aún no he aceptado. —Solté, girando mi palma
hacia él—. No tengo la marca.
—Piénsalo bien, Madison. —amenazó, con un tono de
advertencia que comparé con el gruñido de un lobo—. La marca te
ofrece derechos y protección, derechos que te han sido concedidos sólo
por mi palabra.
—¿Por qué? ¿Para qué pudieras tener acceso a mi casa sin que
nadie más lo supiera?
Sus ojos se estrecharon peligrosamente.
—¿Por qué iba a querer acceder a tu casa? Esa casa ha estado
vacía en la misma calle durante años. ¿Qué podría querer ahora dentro
de esa casa que no hubiera podido conseguir antes de que te mudarás?
Volví la mirada hacia Jean Luc, que ahora se había acercado a la
reunión de brujos. Me sostuvo la mirada y luego dirigió su atención a
Bernarde. Al igual que Nicole con su capacidad de leer la mente, sabía
lo que iba a decir en el instante antes que lo hiciera; sólo que en mi
caso era intuición. Sentí las palabras antes de que las pronunciara.
—Vampiros durmientes. —declaró Jean Luc, volviendo a centrar
su atención en Remy.
—¿Vampiros durmientes? —preguntó—. Eso es una locura. No
hay vampiros en Nueva Orleans.
—Estás viendo a dos de nosotros en este momento, y hay más de
los nuestros durmiendo debajo de la casa de Madison. Siempre hemos
estado aquí.
La expresión de Remy se endureció. Se oyeron susurros ahogados
entre la multitud. Algunos de los brujos empezaban a parecer
asustados, otros enfadados y dispuestos a pelear. No creía que huyeran,
pero tampoco creía que atacaran... no sin las órdenes de su jefe, en
todo caso, y él no decía mucho.
Jean Luc dio un paso hacia Bernarde.
—No te muevas, vampiro. —gruñó Remy.
Él se detuvo y lo miró.
—¿O qué?
—Aquí te superamos en número. Ni siquiera tú puedes con todos
nosotros.
—No quiero enfrentarme a todos vosotros. Lo que quiero es
contenerlo antes de que sea capaz de moverse de nuevo. —Hizo una
pausa y luego lo miró con atención—. No nos reconoces, ¿verdad?
—¿Debería hacerlo?
—Supongo que no. Han pasado unos doscientos años desde la
última vez que nos vimos, y tú estabas demasiado preocupado por tu
otra cruzada como para preocuparte por ninguno de nosotros.
Más murmullos. Algunos de los brujos se distanciaron de Remy.
Él los miró y luego fulminó con la mirada a Jean Luc.
—Lo que dices es imposible.
—¿Lo es? —pregunté.
Su mirada irritada se posó en mí.
—No tengo doscientos años. Eso es ridículo.
Busqué a mi alrededor el bolso que, a pesar de estar paralizada,
no había soltado hasta que me había levantado para enfrentarme a
Bernarde, y rebusqué en su interior. De allí saqué una pequeña pila de
fotos y se las mostré a los presentes.
—Tengo pruebas que dicen lo contrario.
—¿Pruebas? —preguntó una de las brujas—. ¿Qué pruebas?
—Pruebas de que Remy ha estado utilizando magia oscura para
prolongar su propia vida. Prueba de que ha estado vivo durante más de
doscientos años. Pruebas de que es tan responsable del asesinato de
brujos inocentes como el vampiro que yace aquí.
—Esas son acusaciones peligrosas.
Levanté las fotos para que las vieran los brujos.
—Las fotos están encantadas —avisé—, miradlas con ojos
mágicos y veréis a Remy en todas ellas.
Él hizo un movimiento hacia mí, un gesto con la mano que apenas
pude ver, pero antes de que se manifestara la magia el voluminoso
hombre a su lado, Terrence, le agarró la mano.
—Que se las enseñe a la gente. —Sugirió con una voz profunda y
suave.
Otra bruja, una mujer, se alejó cuidadosamente de la multitud y se
acercó a mí. Le entregué las fotos, todas ellas, y ella las llevó de vuelta
a los otros, repartiéndolas entre todos los que querían mirar.
—Esto es una estupidez. —Protestó Remy— Lo que haya en esas
fotos podría haber sido falsificado.
—Tal vez. —respondí— Pero eso lo decidirán ellos.
—Incluso si son reales, nada de eso cambia el hecho de que no se
puede permitir que estos vampiros permanezcan en Nueva Orleans.
—Nueva Orleans fue mi hogar antes de ser el tuyo, y no me iré.
—contestó Jean Luc—. Tendrás que matarme.
Los murmullos se hacían más fuertes ahora, los brujos
intercambiaban miradas preocupadas mientras también se pasaban las
fotos. Todas estaban en circulación, cada una de ellas siendo
escudriñada. Algunos no parecían creer su contenido o los mensajes
escritos en el reverso, pero otros sí, y una mezcla de preocupación y
rabia empezaba a manifestarse en sus rostros.
—¿Os lo creéis? —preguntó Remy.
—¿Lo estás negando? —pregunté yo.
Él se giró para mirarme. Parecía pensar cuidadosamente su
respuesta, observándome fijamente desde el otro lado de una línea de
batalla invisible que ninguno de los dos había cruzado. El silencio
entre nosotros se prolongó, y los susurros a nuestro alrededor se
convirtieron en murmullos. Él se giró y se dirigió a la multitud.
—Todos estáis mejor debido a eso. Si no fuera por mí, esta ciudad
no sería lo que es hoy. Habría sido enterrada bajo el talón de los
vampiros que una vez nos oprimieron o barrida por los propios
elementos por los crímenes contra la humanidad que se habían
cometido aquí.
—Usas magia oscura para prolongar tu propia vida. —Intervine—
Eso en sí mismo es un crimen contra la humanidad.
—Como lo es su propia existencia. —Arremetió, señalando a Jean
Luc—. Y, sin embargo, no es él quien está siendo juzgado por ser una
abominación contra la vida misma.
—Él no puede...
—¿Evitarlo? —Interrumpió—. No te atrevas a intentar que nos
compadezcamos de él. Él sabe muy bien lo que es, lo que representa,
y tiene el poder de arreglar esa situación, pero en lugar de eso elige
existir. Yo también lo hice, sólo que lo hice por el bien de todos
nosotros.
—¿Y eso te excusa?
—Tanto como le excusa a él por todas las cosas que ha hecho.
Me volví para mirar a Jean Luc, buscando en su rostro una
respuesta a la pregunta que me había obligado a reconocer antes.
Bernarde también lo dijo una vez, habló de las cosas que había hecho,
pero yo no le había creído. Había estado demasiado ciega para usar mi
buen juicio, cegada por la necesidad o por mi desprecio por Bernarde,
pero ajena de todos modos.
—¿Qué quiere decir? —pregunté.
—Cuéntale —dijo Remy—, cuéntale cómo empezó todo esto.
Sus ojos se encontraron con los míos, y vi algo en ellos que no
creí que nunca vería: miedo. Lo que sea que le pedía que me contara
le estaba causando dolor, y era algo que Remy quería sacar a la luz.
No podía ser bueno, y necesitaba escucharlo, pero la multitud no.
—No, tú eres el que ha estado mintiéndole a esta gente, Remy. Te
mereces algo peor que lo que le hiciste a Eliza. —Solté.
Las voces empezaron a surgir de la multitud de brujos reunidos.
Jean Luc seguía con los ojos puestos en mí, y yo me encontré con su
mirada, pero no asentí, no sonreí. Lo que acababa de hacer, lo había
hecho por ellos, no por él. Quería que lo supiera.
Apartó la mirada sin decir una palabra. La multitud estalló,
rugiendo ahora, pidiendo que Remy fuera despojado de sus títulos y
su poder. Otros querían que se fuera de Nueva Orleans. Nadie vio que
Bernarde había salido de la parálisis causada por el hechizo y se había
movido de donde estaba.
Nadie lo vio salir volando de la oscuridad con veneno en los ojos
y los colmillos desenfundados.
adie más que Jean Luc.
.
scribir este libro ha sido una tremenda alegría. La última
serie que escribí con mi marido (la serie de Half-Lich) era
mucho más oscura y estaba más llena de acción que ésta,
pero fue agradable cambiar de marcha y escribir algo con un poco más
de atención a los personajes, sus relaciones y... ¡todas esas cosas
realmente buenas!
Espero que hayáis disfrutado de la lectura de Magick Reborn.
Me gustaría dar las gracias a mi marido por todo su apoyo con este
libro, a mi editora, Stacia, que es tan increíblemente paciente, y a mis
muchos lectores, sin los cuales no podría seguir haciendo lo que me
gusta, cada minuto de cada día.
aterina Martínez vive en el Peñón de Gibraltar con su
marido, su hija y sus tres gatos. Su serie más reciente, la
trilogía "Half-Lich", la puso en el mapa y le abrió una serie
de puertas que habían estado cerradas hasta la segunda mitad de 2016.
Ahora, armada con un conocimiento mucho más profundo del negocio
editorial y con un dominio más firme de su oficio, quiere ofrecer
novelas que no sólo tengan el poder de erizar la piel, sino también de
hacer que el corazón se hinche.
Espera haberlo conseguido con Magick Reborn, ¡y le agradece
que la lea!
1: Post-pubescente: adolescente, recién salido de la pubertad, persona
joven.
2: Mardi Gras: palabra de origen francés, su traducción “Martes de
Carnaval”.
3: DNI: Documento Nacional de Identidad, tarjeta de identificación
con tus datos.
4: Remoulade de gambas: salsa tradicional francesa hecha con
mahonesa y mostaza blanca. Sirve para acompañar a verduras,
pescados y carnes.
5: Sigilo: (sello en latín), símbolo utilizado en magia. El término se
refiere generalmente aún tipo de firma gráfica.