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CAPITULO VIII

Escuelas Psicológicas

CONTENIDO GENERAL
Descripción de la concepción del hombre en las escuelas
psicológicas de mayor extensión e influencia.

CONTENIDOS ESPECIFICOS
l. Estudio de las escuelas de mayor influencia en la psicología
actual:
• Conductismo.
• Psicoanálisis.
• Psicología holística.
2. Concepción del hombre en el nuevo psicoanálisis, sus más
destacados representantes y sus desavenencias con el
psicoanálisis de Freud.
3. La psicología humanista de C. Rogers.

OBJETIVOS GENERALES
1. Al final del capítulo se deberá poder discriminar el
pensamiento y la praxis de las escuelas psicológicas
comentadas.
2. Aprender a advertir la influencia de estos pensamientos en las
diversas ciencias y en la apreciación y conducta en la vida
ordinaria.

OBJETIVOS ESPECIFICOS
1. Conocer la influencia de cada corriente psicológica en la
concepción del hombre.
2. Advertir la visión parcial de la personalidad que suele
encontrarse en muchas escuelas psicológicas.
3. Adquirir la capacidad de advertir las aportaciones positivas y
negativas en los aspectos más relevantes de cada escuela.
4. Conocer el mundo consciente e inconsciente de la persona.
5. Conseguir ponderar la importancia de cada uno de los
componentes de la persona en la conducta normal y anormal.

ESCUELA CONDUCTISTA
La psicología moderna está repleta de escuelas, pensadores
independientes y sincretismos de todo tipo. A veces se han
concretado en la solución de algún aspecto de la persona, pero en
la mayoría de los casos se trata de aventuras totales, en las que se
quiere dar respuesta a la persona en su integridad. De entre todas
ellas, tres nos interesan especialmente, por la influencia que
ejercen en los campos más diversos de la vida cotidiana y
especialmente de la pedagogía. Nos referimos al conductismo, al
psicoanálisis y a la llamada psicología holística. Ellas ocuparán el
contenido fundamental de este capítulo, en el que, sin embargo,
habrá también alguna que otra referencia a otras escuelas.

DEL ESTRUCTURALISMO AL CONDUCTISMO


La psicología de Wundt, conocida con el nombre de
estructuralismo, destacó fundamentalmente el mundo de la
conciencia. Quiso explicar toda la personalidad a partir de las
unidades que se manifestaban a través de su estudio por la
introspección. Llamaba así al método que utilizaba para investigar
la conciencia, y que consistía en la reflexión sobre lo acontecido
en ella en cualquier actividad mental. Método que exigía una
especial preparación para mantener la objetividad de su contenido
y poder describirlo. Diferenció así tres elementos esenciales
constituyentes de toda la vida de la conciencia: las sensaciones,
los afectos y las ideas. Lo primero constituiría la unidad de la vida
sensible, lo segundo de la sentimental y lo tercero de la
intelectual. La variedad de la vida de la conciencia se formaría
por la estructuración de esos diversos componentes, es decir, por
la asociación de las diversas unidades, de ahí el nombre que
recibió.
A pesar del prestigio científico de la escuela y del esfuerzo
que Titchener realizó en Estados Unidos para su primacía, el
espíritu de este pueblo pronto le presentó batalla. Williams James
(1842–1910) ya la había planteado antes de que Titchener
alcanzara a pisar suelo americano. Realmente, el espíritu
científico que la animaba, el prurito de hacer ciencia por la mera
ciencia, hacía que se despreocuparan con facilidad de los
problemas ordinarios, de la inquietud de las gentes. El pueblo
americano, más práctico se enrumbó por otros caminos. W. James
pensaba que el estudio y la concepción de la conciencia, tal como
lo hacía el estructuralismo, daba lugar a una concepción del
hombre falta de dinamismo, y en la que el conocimiento que
lograba, descripción de un estado concreto de la conciencia, no
tenía ninguna trascendencia, puesto que cualquier vivencia es
irrepetible, al ser única cualquier experiencia. Arremetió –y en
esta aventura lo acompañó de todo corazón J. Dewey (1859–
1952)– contra una concepción de la persona formada simplemente
por la suma de elementos, y afirmó la unidad personal y la
continuidad del mundo subjetivo.
Pensaba esos investigadores que los estados de conciencia
debían dejar lugar al estudio de aquellas herramientas
permanentes con las cuales el hombre se enfrenta a la realidad,
pues conviene estudiar lo constante, las funciones que el
organismo es capaz de realizar para adaptarse al mundo
continuamente. Tal actitud da lugar a que su escuela se le conozca
como "funcionalismo". Influido fuertemente por el evolucionismo
darwiniano, tendrá una concepción de la vida y de las funciones
vitales fuertemente adaptativas. Tanto James como Dewey
interpretan cada una de las posibilidades del hombre como una
herramienta para la adaptación, y explican su unidad de
funcionamiento alrededor de las modificaciones convenientes
para adaptarse al medio. Piensan en la inteligencia, por ejemplo,
como la función capaz de hacer posible la adaptación a
situaciones nuevas. Dewey idea una fenomenología del
conocimiento y de la respuesta a cualquier estímulo exterior a
partir de un proceso unitario de percepción y comprensión que no
es más que la adaptación al objeto, tanto intelectual como
conductual. Ello le lleva a concebir la pedagogía, a la cual orienta
una buena parte de su esfuerzo, como una educación para la
adaptación a la sociedad. Se trata de educar de forma que el
alumno no tenga dificultades para habituarse al medio. No se trata
tanto de darle conocimientos o cultura como de proporcionarle las
herramientas convenientes para la vida. En ese esfuerzo es
fundamental atender al desarrollo de las funciones, que son los
medios permanentes para enfrentar la realidad.
La preocupación de Dewey por la pedagogía nos introduce en
otras de las características de la psicología americana que abre el
funcionalismo, y es la preocupación por los problemas prácticos,
que origina que la psicología se ocupe en toda actividad humana,
saliendo del laboratorio –donde la tenía exaltada el
estructuralismo– a la calle y al conocimiento del vulgo,
haciéndose una sal imprescindible en cualquier actividad
profesional y en la asesoría calificada de la vida corriente.
La psicología en el espíritu americano significó muy pronto la
posibilidad de un conocimiento científico del hombre y del
control de la vida en todos sus aspectos. La ambición de manejar
la realidad se extendía de esta manera a la propia vida, aún a lo
más íntimo. Pero esa actitud, en sí misma irreverente, necesitaba
una mentalidad materialista y pragmática, capaz de poner toda la
esperanza en la ciencia y tener una concepción del hombre
puramente biológica. Fueron los conductistas los hombres
dispuestos a ello. J.B. Watson (1878–1959) fue el creador de esa
escuela. Convencido de la inutilidad y quizá de la inexistencia de
la conciencia, pretendió hacer una psicología prescindiendo de
ella, a pesar de los consejos de Carr, eminente psicólogo de la
escuela funcionalista de Chicago, en su contra.
La posibilidad de una ciencia psicológica de la conducta, en la
que se prescindiera totalmente de la conciencia, nació en Watson
como consecuencia de los avances en la psicología animal, en la
que participó grandemente Thorndike (1874–1949), y en la que él
mismo tuvo en sus estudios de doctorado una amplia dedicación.
Aportó igualmente una gran influencia los descubrimientos de la
psicología rusa, a cargo de Pavlov, y la fe en la hipótesis
darwiniana de la adaptación como progreso. Estos tres supuestos
apuntaban a una concepción de la persona puramente biológica,
en la cual hombre y animal se confundían cualitativamente,
reduciéndose su diferencia a un simple problema de complejidad
anatómico–fisiológica, como consecuencia de la adaptación, y en
la que los muchos descubrimientos de la psicología animal eran
perfectamente transferibles al hombre.
Con estas hipótesis de referencia inicial, Watson plantea la
idea de que la psicología ha de reducirse a la conducta, es decir, a
la mera acción en el espacio, y que es necesario prescindir de la
conciencia, que en un análisis adecuado se traduce siempre en una
determinada conducta. Justifica esa actitud con el propósito, que
más es pretexto, de hacer de la psicología una auténtica ciencia
experimental, para lo cual sería indispensable eliminar el mundo
de la conciencia, siempre inobjetivable en el laboratorio, para
quedarse con la mera acción y los cambios registrables de una
manera mecánica y/o empírica en el laboratorio. Deja así a la
psicología reducida a las diversas manifestaciones físicas, y la
declara ciega para todo lo que es puramente conciencia. En
realidad, llega a negar la existencia de la misma y con ella la de
toda realidad de carácter inmaterial.
Antes de continuar en la exposición del conductismo es
imprescindible aclarar la aportación de Pavlov a la psicología y el
uso de ella que hizo el conductismo. Las experiencias de este
científico ruso están relacionadas desde un principio con la
aparición de conductas nuevas de carácter fisiológico, a través de
mecanismos de respuesta a una serie de estímulos. Se conocía ya
que el organismo tiene unas reacciones determinadas para el
correspondiente estímulo, cuya realización se llevaba a cabo por
un mecanismo llamado arco reflejo o reflejo simple. Estas
respuestas a estímulos determinados son una consecuencia
inmediata de la dotación biológica y tienen un fuerte sabor innato,
heredado, aún en sus últimos detalles.
Las experiencias de Pavlov vinieron a ampliar enormemente
el horizonte de respuestas del organismo a su medio, al
comprobar la posibilidad de aparición de reflejos, es decir de
respuestas, no previstas en principio en la organización biológica,
siendo su adquisición la consecuencia de un aprendizaje. Se trata
en concreto de la aparición de una determinada respuesta ya
poseída por el organismo a un nuevo estímulo, que naturalmente
no la producía, mediante el aprendizaje. Es lo que se llamó reflejo
condicionado, y después condicionamiento clásico, para
distinguirlo de otros tipos de condicionamiento. Si al reflejo
normal lo podemos definir como la respuesta natural del
organismo a su estímulo adecuado o propio, el reflejo
condicionado habrá de definirse como la respuesta del organismo
a un estímulo no natural, adquirido de una forma artificial a través
del aprendizaje. La realidad de su existencia fue observada por
Pavlov de la siguiente forma. En el transcurso de sus estudios
sobre la fisiología de las secreciones digestivas de los perros,
Pavlov advirtió que los animales estaban salivando a estímulos
distintos de la comida, por ejemplo al sonido de los pasos de
quienes los alimentaban y a la vista de estos mismos personajes.
Estas salivaciones inexplicables, molestas al principio, atrajeron
cada vez más la atención de Pavlov. Con el tiempo, él y sus
colegas estructuraron una versión simplificada de la situación en
que se había producido la salivación peculiar. Una vez que los
animales se acostumbraban a la situación y parecían tranquilos, se
medían sus reacciones salivales, tanto a una mezcla de carne y
galleta en la boca (el estímulo incondicionado) como a un
estímulo neutro (en muchos casos, un tono). Los animales
salivaban notablemente cuando se les daba comida, y en muy
poca cantidad cuando se les administraba un tono –digamos el
zumbido de una campanilla eléctrica–. En este preciso momento
empezaban los ensayos de condicionamiento. La campanilla
sonaba y se le presentaba al perro un plato de comida, con
frecuencia simultáneamente, o algunos segundos después.
Aproximadamente podrían ocurrir 50 apareamientos de este tipo
en el transcurso de varias semanas. En los ensayos de prueba se
omitía la comida y se presentaba la campanilla sola para ver si el
animal salivaba y cuándo. Con el tiempo, los animales llegaron a
salivar en cuanto empezaba a sonar la campana. Evidentemente,
las salivaciones molestas en un principio tenían su origen en la
asociación accidental entre el alimento y otros sucesos.
Pavlov continuó sus estudios de los reflejos hasta el momento
de su muerte y dio cuerpo, junto a toda la psicología rusa a partir
de él, a la llamada "Reflexología", una activísima corriente
psicológica cuya característica fundamental es el centrarse en la
fisiología del sistema nervioso. Mientras que la experiencia de
Pavlov servirá en el mundo occidental para orientar la psicología
hacia la conducta, en la psicología rusa dará un enorme impulso a
la investigación fisiológica, intentándose explicar toda la riqueza
psicológica y espiritual del hombre a partir del sistema neuronal y
sus múltiples conexiones. La complejidad sináptica y de
interconexiones del sistema nervioso será la clave de la
explicación psicológica del hombre, en todos sus aspectos, en la
activa escuela rusa.
Volviendo a lo que es el objeto especial de nuestro interés, a la
psicología conductista, tenemos que decir que el descubrimiento
de Pavlov abrió para Watson la posibilidad de interpretar toda la
riqueza de las respuestas de la vida humana a partir de un sin
número de reflejos condicionados, adquiridos a lo largo de la
vida. La variedad personal se transforma así en la consecuencia de
la educación, en el rastro que la vida ha ido dejando en el
organismo a través de múltiples reflejos condicionados.
Pero veamos esto con un poco más de cuidado. En un
principio el interés de Watson sabemos que está centrado en la
conducta. Esta consiste en una respuesta objetiva, perfectamente
observable, ante un estímulo dado; por lo tanto, interesa en la
persona todo el mecanismo que va desde la percepción del
estímulo hasta la respuesta; es decir, conviene estudiar los
órganos de los sentidos, el sistema nervioso y el sistema muscular
efector de la respuesta. De entre estos tres el fundamental será el
último, puesto que en él reside la contestación del organismo.
La respuesta del hombre a su medio es, para el conductismo,
la consecuencia de unos hábitos adquiridos a través de reflejos
condicionados, y, por lo mismo, totalmente dependiente de la
experiencia. Huye esta escuela de todo lo que pudiera ser innato,
salvo la estructura biológica, condición imprescindible para la
instauración de reflejo adquirido. Todos los aspectos de la vida
psicológica serán interpretados como hábitos musculares,
distinguiendo tres grandes grupos de los mismos responsables de
los aspectos fundamentales de la vida: los "hábitos manuales", los
"hábitos viscerales" y los "hábitos laríngeos". Cada uno de ellos
con funciones de singular importancia.
El problema general de la psicología, según lo entiende el
conductismo, consiste en predecir y regular la conducta. Más
específicamente: la tarea de la psicología consiste en determinar
qué estímulos provocan una cierta respuesta, y cuáles son
respuestas a un estímulo dado. Si partimos de que las respuestas
son la consecuencia de hábitos adquiridos, entenderemos lo
mucho que la psicología puede hacer en el establecimiento y
predicción de la conducta humana.
El punto de partida del estudio psicológico de un organismo
humano es el nacimiento. Hay que estudiar primero qué pueda ser
innato en él y cuáles sus características biológicas para la
adquisición de nuevas formas de reacción condicionada. Las
conclusiones a las que llega Watson del estudio del recién nacido
son: lo heredado es exclusivamente la estructura corporal y sus
modos de funcionamiento. No se reciben los rasgos psíquicos, ni
la inteligencia general, ni aptitudes especiales, ni siquiera
instintos, de los cuales nuestro autor desmiente incluso su
existencia. Son estas razones las que le llevan a afirmar: "Dadnos
una docena de niños sanos, bien formados, y un mundo apropiado
para criarlos, y garantizamos convertir a cualquiera de ellos,
tomado al azar, en determinado especialista: médico, abogado,
artista, jefe de comercio, pordiosero o ladrón, no importa los
talentos, inclinaciones, tendencias, habilidades, vocaciones y raza
de sus ascendientes". Watson, El Conductismo, Paidos, 3. Edi.
pag. 108.
El condicionamiento empieza a producirse muy en la infancia,
y será el responsable de todo lo que llamamos instinto,
sentimientos, etc. Generalmente, el aprendizaje ha determinado
profundamente las características de las personas en los primeros
7 años, según nuestro autor. Más adelante, el conocimiento más
detallado de la vida intrauterina del bebé llevó a algunos
conductistas a considerar los posibles hábitos adquiridos en el
seno materno y su influencia posterior.

Hábitos manuales
El niño desde un primer comienzo empieza a desarrollar una
serie de hábitos motrices que son los que Watson denomina
hábitos manuales. Incluye aquí habilidades tan específicas como
escribir, conducir un automóvil, pintar... Y modos de conducta tan
generalizados como el orden, la puntualidad, la
perseverancia...Todos ellos se forman a partir de movimientos
"casuales" del tronco, extremidades y dedos. De alguna manera
los movimientos se establecen de forma que uno primero
conlleva, o es, el estímulo para el siguiente, originándose la
secuencia específica que constituye un comportamiento concreto.
Por ejemplo, para tocar el piano se comienza con un estímulo
visual de la partitura, pero pronto los dedos funcionan por su
cuenta de manera que un movimiento induce al siguiente y la
canción adquiere unidad de funcionamiento.
Es interesante destacar que Watson no cree que la satisfacción
o el desplacer de determinados actos tengan influencia en el
aprendizaje, pues éste es siempre, en su concepción, la
consecuencia fría y mecánica de la repetición de actos. Considerar
una cierta influencia de otro componente es aceptar la existencia
de alguna energía psíquica, algo interior e indeseable.

Hábitos laríngeos
Por hábito laríngeo entiende el conductista el pensamiento. De
nuevo el centro de la conducta es el movimiento muscular, y por
encontrarse tan relacionado el pensamiento con su expresión a
través del lenguaje, considera esta escuela que aquél no consiste
más que en los hábitos motores de los músculos de la laringe.
Comienzan, como los demás, a partir de una vocalización casual,
no aprendida. Después las palabras sustituyen a los gestos y a las
cosas. El niño aprende a suplir con el movimiento de la laringe
los movimientos que serían los adecuados para el dominio del
mundo. Puede sustituir el abrir real por la palabra abrir, y lo que
en el animal es movimiento para adaptarse, en el hombre se
transforma en palabra o movimiento interior; producido en voz
alta o íntima. La gran ventaja del pensamiento consiste en ser más
económico, pues se pueden sustituir las conductas por los
movimientos de la laringe.

Hábitos viscerales
También las respuestas emocionales son consideradas por
Watson como respuestas aprendidas. Reconoce, sin embargo,
porque aparecen desde el primer momento, que tres de ellas: el
miedo, la ira y el amor, puedan ser innatas. Las emociones son,
pues, reacciones corporales en las que predominan los músculos
lisos y las glándulas, y adquiridas por el aprendizaje. Destaca en
ellas el hecho de que difícilmente son controladas por la
verbalización, manteniéndose, en cierta manera, misteriosas,
autónomas.
Es a partir de esta estructura de hábitos aprendidos, como el
conductismo pretende explicar la integridad de la persona. Desde
su afirmación que la psicología es conducta y no contenidos de
conciencia, ni funciones psíquicas, ni procesos psicofísicos de
cualquier clase, reduce a ésta al estudio de los movimientos en el
espacio y el tiempo. Por esto, sólo los métodos objetivos serán
válidos y rechazará por completo la introspección. Las
consecuencias son claras y graves. El hombre es reducido a una
máquina biológica que reacciona mecánicamente al medio
exterior, modificable solamente por la adquisición de respuestas
estereotipadas mediante el aprendizaje condicionado. A través de
la repetición adquiere una importancia enorme el medio y la
pierde la intimidad personal, que se traduce en mera conducta. La
respuesta condicionada sustituye a la libertad, puesto que no
existe en el interior ninguna fuerza que permita al hombre una
cierta autonomía; el determinismo marca su conducta, que tendrá
siempre las características y la espontaneidad de lo puramente
mecánico. Todas las respuestas son la expresión de una cadena de
acontecimientos disparada por un estímulo.
Esto explica perfectamente el interés del conductismo por la
educación y el que, en gran parte, la literatura educativa
americana en su aspecto psicológico esté dominada por esta
escuela. Otra consecuencia inmediata es que, ante la vacuidad de
la persona, ingrávida en su interior, la sociedad adquiera una
importancia desorbitada y el individuo sea educado no en función
de su propia realización, de su perfección y acabamiento, sino con
miras a lo que la sociedad espera de él. La sociedad pasa a ser lo
sustantivo por encima de la persona, cuya felicidad dependerá
exclusivamente de la adaptación a la sociedad. Con esta
concepción se puede planear lo que se desee hacer con la persona
desde las altas esferas, sin necesidad de contar con la decisión
libre del interesado. Por otra parte, esta conducta se puede llenar
de un "humanismo" fácilmente aceptado, en el momento que se
afirma que la felicidad del individuo nacerá como consecuencia
de la realización de aquello para lo que ha sido educado. La
sociedad, al configurar a los individuos de acuerdo a las
necesidades biológicas, con las modificaciones introducidas por el
condicionamiento, les pone en condiciones para que la felicidad la
encuentren en lo que propone esa misma sociedad.
Los principios morales, al igual que las emociones y la
conducta, son puestos –o impuestos– por la sociedad a partir de la
educación, y según su conveniencia, mientras los valores
objetivos y universales pierden todo su sentido. Se construye un
mundo de acuerdo a la voluntad de los hombres; voluntad que,
por otra parte, tampoco puede ser libre, puesto que es la
consecuencia de los hábitos adquiridos anteriormente. Estamos
pues en la más clara expresión psicológica del mundo feliz de la
ciencia ficción. Un mundo en que no sólo lo material, sino el
mismo hombre, puede ser dominado y orientado por la simple
educación, y que trae como consecuencia una sociedad armónica
y ordenada, sin ningún tipo de sorpresa, sin ninguna aspiración
superior.

OTROS CONDUCTISMOS
Lo que hasta ahora hemos indicado corresponde
fundamentalmente al conductismo de Watson, es decir, al
movimiento original tal como salió de su autor. Éste pronto se vio
obligado a abandonar la psicología y se dedicó a la empresa, pero
sus ideas dejaron un rastro que, modificado de una manera o de
otra, siempre ha mantenido una influencia clara en toda la
psicología americana. Se ha introducido en las concepciones
psicológicas más variadas, impresionadas por su redondez y
audacia, y ha llegado al pueblo americano, deslumbrado por las
posibilidades de organización social que esta psicología le
presentaba con carácter científico.
En todos los lugares donde el conductismo se ha introducido
ha dejado tal marca que la psicología se podría dividir, al menos
en Norteamérica, en conductista o no. De entre los llamados neo–
conductistas, que han introducido algunas variantes en el esquema
de Watson, quizá el más conocido y el que más influencia ha
tenido es B.F. Skinner (1904) al que dedicaremos ahora una breve
atención, para volver sobre él en el estudio del aprendizaje.
Seguramente Skinner sea el autor más popular y el que más ha
hecho por la extensión del conductismo. Su actividad va desde la
consulta psicológica hasta la educación y la empresa, llegando, en
una especie de novela de ciencia ficción (Walden Two), a
proponer su versión de un mundo feliz. La aportación a la
psicología conductista que más interés tiene ahora para nosotros
es el concepto de condicionamiento operante, en el que rectifica
decididamente uno de los presupuestos de Watson. En sus
investigaciones en la caja que lleva su nombre, Skinner encuentra
una confirmación de las ideas de Thorndike: comprueba que los
hábitos se fijan en respuestas determinadas como consecuencia de
los resultados; es decir, las acciones que tienen éxito se fijan en
forma de hábitos y las que no, se olvidan. Estamos en un
momento en que se considera importante el éxito, es decir, el
premio o castigo para la fijación de la acción. Los reforzamientos
tendrán pues una influencia decisiva, en contra de la opinión de
Watson que ya destacamos, y en ello se refleja una cierta
inclinación a reconocer en el organismo aspectos innatos.

PSICOANALISIS
Cuando el conductismo empezaba a dar sus primeros pasos,
otra teoría psicológica muy diversa estaba extendiéndose
considerablemente por Estados Unidos y Europa, se trataba del
Psicoanálisis de Freud (1856–1939); quizá la escuela psicológica
que más popularidad haya alcanzado nunca. Sobre ella se ha
escrito mucho, en ocasiones para alabarla y en otras para
criticarla; para ambas cosas ha dado perfecto motivo. Al igual que
el conductismo, tiene en sí la suficiente claridad y aciertos, para
que muchos de sus presupuestos sigan apareciendo en las más
variadas psicologías. El psicoanálisis de Freud se extenderá
sufriendo variadas modificaciones, que intentan superar sus
deficiencias y errores, pero manteniendo siempre una clara
personalidad.
El psicoanálisis nace en la consulta clínica, a partir de la
experiencia psiquiátrica y, por tanto, fuera de las condiciones
naturales del método científico. El laboratorio es sustituido por el
consultorio, por lo que, a pesar de tener su origen en datos
empíricos, no podrá ser nunca catalogada como una ciencia
experimental. Sus resultados tienen, además, el grave
inconveniente de tener su origen en las personalidades enfermas y
no ser fácilmente generalizable a la población sana.
Quizá el núcleo de lo que será toda la concepción de la
persona de Freud se puede encontrar en la intuición de una fuerza
psíquica, motor de toda la actividad del hombre. El concepto de
energía aparece desde los principios de su investigación y estará
alimentando continuamente sus progresos. Este impulso, en
principio neutro, pronto adquiere unos matices muy bien
definidos, que Freud engloba con la denominación de libido. Por
ello entiende el impulso al placer con connotaciones claramente
sexuales. La fuerza de la vida, la que saca al hombre al exterior
para encontrar su satisfacción, son los deseos sexuales. El
convencimiento de esto le surge a partir de una afirmación de
Charcot, eminente psiquiatra francés, con motivo de una enferma
histérica, y se le afianzó con su experiencia clínica y su vida de
infancia. Freud quedó totalmente convencido de que la energía
para la vida, y la vida misma, es un intento continuado de
satisfacciones sexuales, que aparece desde la primera infancia con
el goce oral de la lactancia y que se continúa de las maneras más
sofisticadas en todas las ocasiones placenteras. Más adelante, ya
al final de su vida, considerará también la existencia de una
segunda configuración de aquella energía en la forma de instinto
de muerte. Podemos afirmar, pues, que Freud distingue como
primera característica peculiar de la persona psíquica la existencia
de una energía innata, que se puede manifestar en dos maneras
diversas: como instinto de amor (eros), sin duda el fundamental, y
como instinto de muerte (thanatos).
El origen de estos instintos es localizado en el inconsciente,
rincón de la personalidad al cual no tiene acceso la conciencia
personal y que permanece como un mundo profundamente
incógnito. Sin embargo, por estar allí el origen de la vida
psíquica, constituye el centro de la persona. Para Freud lo
fundamental de la personalidad está en el instinto, en la
irracionalidad; y la vida es un continuo intento de satisfacción de
sus deseos. Toda la persona gira alrededor de la consecución de
las aspiraciones de los instintos, hechos conscientes al salir de lo
más profundo para lograr sus aspiraciones en el mundo.
Este inconsciente será complicado al constituirse como el
lugar en que son almacenadas, arrinconadas podríamos decir, las
experiencias que la persona quiere desechar de su vida,
olvidándolas en lo posible. Veremos enseguida que es enorme la
importancia de esta función.
Junto al mundo inconsciente, que constituye la mayor
extensión de la personalidad, se encuentra lo consciente, esa
realidad donde la luz de la conciencia intelectual llega a iluminar.
Para Freud, el pensamiento tiene como finalidad lograr la
satisfacción de los deseos del inconsciente. Se trata del modo en
que la persona comercia con el mundo para lograr la más
favorable satisfacción de sus deseos. Es pues una herramienta de
la libido.
Alrededor de estas dos estructuras fundamentales se
organizará la persona según la concibe Freud, teniendo una
enorme importancia los modos de interrelación entre ambas. Una
característica fundamental de la vida es el dinamismo. La persona
es un centro en realización, que tiene en sí misma la fuerza para
su desarrollo. Su vida se explica por la historia de esta fuerza y su
situación en un momento dado. El hombre se va haciendo desde
su dinamismo, desde sus tensiones para la realización del deseo
del inconsciente.
Como el deseo está en el interior y la satisfacción en el
mundo, es necesario conseguir que éste se amolde y satisfaga las
pretensiones de aquél. Las reglas sociales, la configuración en
general de la sociedad, no se pliega fácilmente a aquellos deseos y
la razón tiene que encontrar los medios por los caminos más
dispares. Sin embargo, para su éxito encuentra un enorme
inconveniente, y es que la sociedad piensa en las relaciones y
satisfacciones sexuales como un tabú, como algo deshonesto y
malo, por lo que restringe fuertemente las posibilidades de
realización de la libido.
Por estas razones ocurre algo fundamental en la psicología
psicoanalista, y es que el hombre resulta socialmente malo en su
misma naturaleza; el hombre se reconoce como perverso al buscar
satisfacciones feas y usualmente ilegítimas. Este convencimiento
hace terriblemente dificultoso, ya en la misma interioridad, la
realización de los instintos que constituye para Freud la
"auténtica" vida humana. Nace esta idea a partir de las normas
sociales y muy especialmente de la educación brindada por los
padres en la familia. La serie de principios que indican al hombre
lo que es bueno o malo, crean en el niño, desde su más tierna
infancia, una especie de doble naturaleza que actúa sobre el
inconsciente, alterando la salida de sus impulsos y produciendo
continuas represiones de los mismos. Estas normas se instalan,
junto con los instintos, en el inconsciente, y sirven de obstáculo a
la salida de todo aquello no aceptado por la sociedad.
En uno de los momentos más avanzados de su doctrina, que
fue continuamente cambiando y adquiriendo nuevos matices
dentro de la misma concepción central, Freud llamó al
inconsciente con el nombre de id o ello, con el que se ha
popularizado, denominando yo o ego a la parte consciente de la
personalidad y super-yo o super-ego a la serie de normas sociales
actuantes sobre el individuo.
Id o ello
• Localizado en el inconsciente. Presente desde antes del
nacimiento.
• Primitiva naturaleza instintiva del hombre.
• Fuente de pulsiones innatas:
• El instinto de vida (Eros) regido por el principio del placer:
• fuerzas que sirven para la reproducción: libido.
• fuerzas que sirvan para el mantenimiento de la vida:
autopreservación.
• El instinto de muerte (thanatos) cuyo propósito es destruir y
desunir:
• dirigido hacia la propia persona.
• dirigido hacia los demás.

Ego o Yo
• Empieza a aparecer un poco antes del año hasta quedar
instaurado alrededor del año tercero.
• Localizado fundamentalmente en el consciente.
• Es el mediador entre el Ello y el mundo, y entre el Super–yo, y
el mundo.
• Principio de realidad. Diferencia e integra la realidad.
• Sus funciones son: percibir, atender, pensar, reprimir,
controlar.

Super–ego o Super–yo
• Suele aparecer alrededor de los 7 años.
• Parte en el consciente y parte en el inconsciente.
• Principio de moralidad. Voz de la conciencia.
• Contiene las ideas de lo que es bueno o malo.
• No sólo prohíbe, contiene las aspiraciones e ideales.
Comprender a la persona es profundizar en la dinámica y
mutua interacción de esos componentes, que Freud interpreta de
la siguiente manera. En un primer momento, el ello consigue su
realización directamente, mediante "procesos primarios" pues
todas las actividades de los niños en la primera infancia son
aceptadas por la sociedad como naturales. No ocurre así, sin
embargo, conforme pasan los años, pues entonces muchas de las
necesidades aparecen ya como incorrectas y no realizables; la
consecuencia es la contención de las mismas en un mecanismo
fundamental en el psicoanálisis que es la represión. Esta coacción
en la realización de los deseos libidinosos la consigue en primer
lugar el super–yo, que incrustado en el inconsciente impide la
salida al exterior de tales aspiraciones. Otras veces será el yo que,
consciente de lo inaceptable de los instintos, impedirá su
realización ante el temor de las consecuencias. Pero la represión
es algo indeseable para el organismo, produce en él tensión y
ansiedad, que cuando se extrema puede llegar a las más variadas
formas de neurosis. Esta razón hace que el yo busque caminos de
satisfacción del ello que sean aceptados por la sociedad. La
manera de conseguir las exigencias del ello a partir de la
colaboración del yo, y atendiendo por tanto a las circunstancias
sociales y a las exigencias del super-ego, es lo que se conoce con
el nombre de "proceso secundario". Entonces las metas se
procuran por una vía intermedia que Freud denomina
sublimación, y que consiste en la búsqueda y logro de sustitutos
aceptables por la sociedad, que toman el lugar de aquello no
admitido y que el ello desea. Sublimación serán prácticamente
todas las actividades del hombre, tanto constructivas como
destructivas, que constituyen la vida cotidiana. El estudio, el
trabajo, el arte, la religión… serán modos encubiertos de
satisfacer el instinto sexual, cuando no el deseo de destrucción. El
psicoanalista podrá así afirmar que toda la cultura tiene su origen
en los procesos de sublimación.
De enorme trascendencia para la salud psicológica de la
persona será conseguir la realización adecuada del ello mediante
las vías de sublimación adecuada, de su éxito dependerá una vida
sana, y de su fracaso, la ansiedad. La función fundamental del
psicoanalista consistirá en abrir un desaguadero de la represión
para eliminar las tensiones desgarradoras de la personalidad
existentes en el inconsciente, llegando a proponer los sistemas de
sublimación adecuados. Para comprender cómo se puede realizar
esto conviene estudiar brevemente la forma en que se originan las
tensiones.
Para el psicoanálisis la primera infancia tiene una enorme
importancia, pues en ella se producen las primeras frustraciones
del ello, que tendrán notables repercusiones en la historia
posterior, y se organiza el super-yo. Ambos acontecimientos se
maduran en el interior de la vida familiar. Los primeros fracasos
se sitúan en los tres primeros y hasta cinco años del niño. Allí se
establecen relaciones libidinosas entre el infante y los padres que
pueden o no ser satisfechas. Si el chico es varón se establecen
lazos amorosos con la madre en competencia con el padre y en
cuya derrota puede sufrir quizá heridas profundas. Esta situación
denominada "complejo de Edipo" debe terminar con la
asimilación adecuada y la aceptación de la imagen del padre
como prototipo, para llegar a una adecuada maduración. Si en este
conflicto el niño terminara asimilándose a la madre aparecerían
problemas de feminismo en la mayoría de edad. Las relaciones
establecidas en la edad del complejo de Edipo llevarían
igualmente a situaciones de sobreprotección y mimo, con la cola
posterior de falta de personalidad, etc., o de excesivo rechazo, con
resentimiento y sentido de fracaso posterior, y con la aparición, a
veces, de actitudes violentas. Algo similar ocurriría con las niñas,
cuyo dilema infantil denomina “complejo de Electra” y cuya
explicación resulta menos clara.
Posteriormente, a la edad aproximada de los 6–7 años, se
producirá, como consecuencia de la educación paterna, la
estructuración del super-yo con todas sus reglas fundamentales de
conducta, que actuarán más tarde significativamente en todos los
tabúes del comportamiento.
Es tanta la importancia de estos primeros años, que en el
psicoanálisis de Freud es característica la continua mirada atrás.
Toda la vida de la persona se aparece enclavada en sucesos de la
infancia. Ninguna situación está explicada si no se encuentra los
orígenes que la motivaron en los primeros años. Se piensa que las
experiencias infantiles que significaron el rechazo a las
aspiraciones del ello, son introducidas en el inconsciente, donde
son guardadas para evitar su presencia. Sin embargo, aunque
escondidas continúan vivas y tienden a expresarse de manera
torcida, con conductas desproporcionadas e improcedentes.
Algunas veces lo harán de una forma más o menos generalizada y
otras ante situaciones concretas que guarden alguna relación con
la experiencia primitiva, bien en forma de rechazo, con la
aparición de diversas fobias, y otras, por ejemplo, con
inclinaciones a personas que originarán amoríos o dependencias
exageradas.
La causa de la enfermedad se encuentra, pues, en el
inconsciente, y es la consecuencia de malas experiencias de
carácter sexual y/o de la represión de esos deseos; por ello, la
curación está dependiente de la posibilidad de llegar hasta el
centro profundo de la persona, para allí arreglar el mal. El
psicoanalista está convencido de que la curación proviene en
primer lugar de la catarsis, o sea, de la expresión oral de lo que se
encuentra encerrado en el inconsciente, de la aireación de la vida
sentimental–sexual del enfermo mediante su expresión. El
encuentro del conflicto reprimido, su comprensión y aceptación,
constituyen la clave de la curación. El enfermo ha de conocer qué
le ocurre y admitirlo; enfrentándose a los hechos de una manera
consciente, la situación desorganizadora desaparece como tal.
Después, el individuo tendrá que lograr los caminos de
sublimación adecuados para que no continúen las represiones.
Para el logro de esa meta, el psicoanalista ha de penetrar en el
inconsciente del individuo y alcanzar aquellas situaciones de la
infancia que originaron el comienzo de los conflictos. Para ello se
ha de valer de las puertas o ventanas que el inconsciente deje
entornadas; aquellas manifestaciones del mismo que escapan al
control del super–yo y que el yo no advierte. Estos caminos
fueron poco a poco descubiertos por Freud e incorporados al
psicoanálisis. La primera forma de llegar a lo profundo, que los
psicólogos anteriores usaban, era la hipnosis, que Freud advirtió
que tenía una capacidad terapéutica muy pobre, puesto que se
hacía sin que el individuo fuera consciente de ello, por esto buscó
la catarsis en vigilia, intentando que el individuo llegara a
aquellos problemas de la infancia de una forma consciente.
Encontró eficaz la asociación libre de palabras, técnica típica del
psicoanálisis, en la que el enfermo va relatando con toda libertad
lo que le llega a la cabeza espontáneamente. En esas largas
peroratas del enfermo, tendido en el diván, con el psicoanalista a
su espalda, éste deberá saber encontrar, entre las múltiples ideas
que expresa, aquéllas que tienen sentido y valor para profundizar
en el problema del paciente. El aclaramiento de estas
averiguaciones al enfermo irán, poco a poco, consiguiendo su
salud mental. Junto con la asociación de palabras, la
interpretación de los sueños sería lo más popular del consultorio
analítico. Freud piensa que durante el sueño las defensas del
organismo se encuentran en reposo y que el inconsciente
aprovecha esos momentos para sacar a la luz sus deseos y heridas.
Pero no lo realiza de una forma descarada sino con los cuidados
adecuados para no despertar las defensas conscientes, por esto los
sueños presentan la realidad de los deseos del ello de una forma
enmascarada. El psicoanalista tendrá que interpretar con su
ciencia el auténtico mensaje, que se esconde ante unas apariencias
moderadas y aceptables.
De esta serie de sucesos del consultorio psicoanalítico, Freud
saca unas conclusiones sobre lo que debe ser la vida del hombre
que han tenido una enorme repercusión en la vida social. El
primero es el centramiento de la personalidad en lo irracional, y
con una configuración monotemática de sexualidad. El sexo se
hace el centro de la vida psicológica de la persona, y todo su
porvenir se halla enclavado en su atención, ya desde el
nacimiento. Extremo no sólo antiestético y exagerado, sino
también equivocado, que muy pronto la mayoría de los
psicoanalistas irán corrigiendo, como veremos enseguida. Para los
fieles seguidores del psicoanálisis, la aspiración de la vida
consiste, desde el primer momento, en conseguir una vida sexual
satisfecha; por lo que la educación, desde la más tierna infancia,
estará orientada a alcanzar esa finalidad, causando una visión de
la vida infantil alrededor del sexo verdaderamente grotesca.
La segunda consecuencia para el hombre de la calle es la
enorme importancia que ha adquirido el término represión,
especialmente centrado en lo sexual. El convencimiento de que la
causa de la enfermedad es la represión de los instintos sexuales,
hace que se considere como sana la expresión espontánea de los
mismos, y que su control por motivos éticos, religiosos o de
lealtad, signifique un atentado contra la propia personalidad.
La crítica a la represión significa, a su vez, el reconocimiento
de que la inteligencia no es lo más noble de la vida del hombre y
lo que debe dirigir su vida, sino lo irracional. Es el
encumbramiento de lo sexual, por encima de lo intelectual y
espiritual, aspecto este último que Freud niega, puesto que el
hombre se transforma en su doctrina en un animal más que ha de
satisfacer sus instintos, que son los que definen la vida del
hombre. Cuando alguna vez se refiere al espíritu lo hará
entendiéndolo como actividad intelectual o cultural, no como ser
inmaterial y animador de la vida.
Al contrario que el conductismo, el psicoanálisis centra al
hombre en sí mismo, en los deseos de su intimidad. Su
maduración y autorrealización reside en la satisfacción del mundo
interior. Esto hace que la propuesta de Freud sea moderada al
pensar en los cambios que debiera realizar la sociedad, de forma
que las necesidades personales puedan satisfacerse sin desorden.
Freud comprenderá que un hombre dedicado a la satisfacción de
sus instintos, sin el freno social, no es posible. Ocasionaría tal
desorden que la vida sería un auténtico caos. Se necesitan las
leyes, por eso, el psicoanálisis, junto a las modificaciones
moderadas de la sociedad que son imprescindibles o beneficiosas,
pretende la educación del hombre para que, comprendiéndose
mediante el psicoanálisis, pueda establecer unas relaciones
sociales sanas y consecuentes. La normalidad tendría su origen en
la sinceridad consigo mismo que da el autoconocimiento. A partir
de ahí, sin tabúes obsoletos, con una comprensión exacta de la
medida del hombre, la sociedad y la felicidad podrán
reconstruirse. Naturalmente la medida del hombre la da el
psicoanálisis, por lo que estarán centradas en la sexualidad de un
animal especial en el que lo irracional es lo fundamental. No es de
extrañar que las leyes vayan aproximándose cada vez más a hacer
posible la realización de procesos primarios y llenen las formas de
sublimación de esos modos más directos, considerados como lo
natural.

NUEVO PSICOANALISIS
Desde muy en los comienzos, el atractivo de las ideas de
Freud en su conjunto tropezó con la unilateralidad y estrechez de
algunas de sus propuestas. Esto hizo que la escuela, caracterizada
por el espíritu de grupo y aherrojada por la crítica externa, tuviera
muy pronto disidentes. Lo primeramente discutido es el principio
motor. La hegemonía de la libido encerraba el mundo de
aspiraciones del hombre en un horizonte muy pobre, por lo que
pronto aparecieron otros motivos para intentar explicar la
amplitud de la conducta y los pensamientos. A este inconveniente
se unió el deseo de introducir en el psicoanálisis un mayor
componente social.
A. Adler (1873–1937), fue uno de esos primeros disidentes.
Este autor sustituye la libido por el sentimiento de inferioridad y
los deseos de superación. Piensa que la inclinación al crecimiento
constituye la aspiración principal, y para ser saludable deberá,
según su acertada apreciación, estar acompañada de sentido social
y no de un egoísmo aislador.
Consigue una superación del análisis freudiano al destacar la
individualidad de las respuestas y la existencia de un estilo de
vida personal. El individuo es concebido como un ser constructor
de su propia personalidad, donde participan herencia, ambiente y
la fuerza para enfrentarse a todo ello. Fuerza que es, repetimos,
aspiración y superación, seguridad y superioridad. La vida del
hombre es salir de la situación de inferioridad de la infancia,
muchas veces agudizadas por defectos físicos, ambientales o
sociales, para conseguir crecimiento y poderío. En ese camino se
puede fracasar y caer en el complejo de inferioridad o de
superioridad, los cuales conllevan, con distintos matices,
comportamientos equivocados y anormales. El complejo de
inferioridad llevaría a un retraimiento y falta de autoestima que
harían al individuo incapaz para el logro de todo aquello que
debiera alcanzar. El complejo de superioridad saldría de unos
éxitos que centrarían al individuo en su propio poder,
despreciando a los demás y olvidando el sentido social de su vida.
También compañero y colaborador de Freud, C.G. Jung
(1875– 1962) termina separándose ideológicamente del maestro
en diversos matices. Una de sus ideas más populares es la de la
existencia de un inconsciente colectivo junto al individual. Por
medio de aquél, el hombre participaría de una manera hereditaria
de los progresos de los antepasados y poseería arquetipos innatos
al estilo platónico, que actuarían como configuradores de la
existencia y los conceptos de la realidad. Convencido de la
tensión de opuestos en el organismo ve la personalidad como
constituida por parejas de contrarios, a partir de cuya tensión y
equilibrio resulta posible explicar la conducta. Biología y psique
se opondrán continuamente en la caracterización de la
personalidad. La introversión y extroversión, como equilibrio de
conjunto de esa oposición, resumirán en cierta manera las pautas
de conducta, pensamiento, etc., resultante. Pero lo que realmente
nos interesa como novedad de este autor es la introducción en el
psicoanálisis del concepto de finalidad. La teleología de la
persona, su apuntar a unas metas determinadas es considerada por
nuestro autor de forma más acorde con la importancia que tiene
para el hombre. Aparece así la concepción de las fuerzas
psicológicas apuntando hacia una finalidad que es objetivo de la
vida y que permite más ampliamente una función reguladora de la
inteligencia que supere la irracionalidad del hombre freudiano.
Proclamándose como diseñadores de un nuevo psicoanálisis
más atento a la sociedad, destacan especialmente dos psicólogos
K. Horney (1885–1952) y E. Fromm. El propósito fundamental de
este nuevo intento es dar más importancia a la influencia de la
sociedad en la configuración de la personalidad y la conducta, y
quitar importancia al estudio histórico de complejos de la
infancia. Se sitúa a la persona en su presente, en lo que en la
actualidad padece y en las conductas que se ve forzado a adquirir
para su desarrollo. Esto no quiere decir que no se valore a la
infancia, ni que se olviden los distintos traumatismos que desde
ella puedan estar presentes en la conducta, pero sí se relegan a un
segundo lugar ante los modos actuales de reacción del individuo y
las circunstancias que en ese momento lo están originando.
Horney considera que es la sociedad la causante de la
alteración psicológica del hombre. La tensión moderna y la
deshumanización en el trato ocasionan casi todos los males. Si
algún origen destaca en la neurosis es la angustia ante la soledad;
que se acentúa por la pelea para la sobrevivencia y el éxito. El
hombre es un ser abandonado en un mundo hostil y esta es la
explicación de su tensión y ansiedad.
E. Fromm (1900-1980) es reconocido como psicoanalista
humanista. La razón fundamental para ello es su preocupación por
la situación social, por el estado del hombre en la sociedad del
siglo XX. Piensa que la gran necesidad de la persona es la de
amor, algo que ha de lograr en libertad. Libertad y amor se
conjuga en una persona que sólo puede esperar de la vida lo
consiga de ésta, ausente de toda trascendencia. Aparece así, una
sociedad de amor libre que se ha de conjugar en la
responsabilidad de un ser no egoísta, pero en el que toda actividad
debe dirigirse a un amor en el que reciba lo que necesita. La
realización del hombre está en el amor y eso es lo que ha de
conseguir.
Podríamos decir, para cerrar este apartado, que el psicoanálisis
como escuela ha descendido mucho en su prestigio y su cultivo en
los últimos tiempos, de manera que su forma más o menos pura es
difícilmente aceptada en los ambientes avanzados de la
psicología, ha dejado en herencia hechos, datos, preocupaciones y
métodos, que han pasado a constituir un material permanente.
Menciónese, por ejemplo, la preocupación por la vida afectiva de
la infancia; la atención a las aspiraciones humanas y al mundo
interior que desea expresarse y realizarse; la fuerza de complejos
o problemas inconscientes que se mantienen en el interior
influyendo de una manera u otra en la actitud y en la conducta del
individuo, etc.
Viktor Frankl
La situación de V. Frankl en el psicoanálisis es muy especial,
lo que nos ha llevado a considerarlo al final, marcando así la
diferencia con el resto. Criado en el ambiente psicoanalista de la
psicología austríaca, Frankl se forma un nuevo modo en la
concepción de la persona en el que conviene entretenerse unos
instantes. Su psicología recibe el nombre de "análisis existencial"
por centrar su atención en la actividad de la persona en el mundo,
en aquello que llamará la tarea. Se puede considerar dentro del
grupo de psicólogos que quieren acentuar la importancia de lo
social, pero se distingue de ellos por poner el acento en los
procesos conscientes del hombre, resaltando el sentido y la
responsabilidad con los demás de toda vida humana.
Un avance primero de importancia es su afirmación de que el
hombre se encuentra con dos fuerzas o atractivos, los impulsos
que le empujan hacia el mundo para la satisfacción de unos
deseos y los significados que encuentra en él y que lo atraen. Ante
esta serie de metas, de posibles objetivos, el hombre tiene la
libertad –que es responsabilidad– de escoger, de tomar decisiones.
Aparece pues, con toda claridad, la hegemonía de las partes
superiores de la personalidad, junto con la proclamación de la
responsabilidad de la vida humana.
Se une a esto el convencimiento de que la elección se ha de
realizar no atendiendo al interior del hombre, a lo subjetivo y
sentimental, sino a lo objetivo, a la realización de una tarea que
está ahí, que se aparece. La decisión del hombre debe apoyarse en
la comprensión de un quehacer, no de un sentir. El hombre es un
ser abierto al mundo, y es a través de él que encuentra su
identidad, mediante el cumplimiento de la función que con su
inteligencia ha de comprender que le compete. Esta tarea
constituye lo que Frankl llama el sentido de la vida, que es
fundamental encontrar, y en cuya realización se consigue el
desarrollo y la felicidad personal, junto a la madurez psicológica.
La búsqueda de sentido y su ejecución constituyen la tarea. La
voluntad de sentido se destaca como algo propio de la persona,
que no es capaz de soportar la vida sin un porqué. Sin embargo, la
sociedad ha perdido el sentido en su conjunto, plantea metas y
tareas que no tienen dimensiones suficientes para llenar al
hombre. Esta pobreza le lleva a Frankl a insistir en la necesidad
de la búsqueda de auténticos valores, perdidos en nuestro tiempo.
Valores capaces de colmar una vida y que superan continuamente
lo biológico y lo irracional en que nos ha sumido las costumbres y
las psicologías anteriores. La búsqueda de un sentido adecuado
para la vida personal, –que ha de surgir de la situación propia en
el mundo– con la ayuda del psicólogo, es lo que nuestro autor
llama logoterapia.
Con esta nueva concepción, la psicología consigue satisfacer
el hombre interior, pero sin concentrar la atención en él, sino muy
al contrario, sacándola de sí para abocarla en la tarea que le espera
personalmente en el mundo y que dará auténtico sentido a su vida.
La felicidad, explica Frankl, siguiendo en ello una antigua
tradición cristiana y filosófica, no se encuentra centrándose en sí,
sino en la preocupación por los otros. La felicidad se alcanza en la
entrega a los demás y en el olvido propio. Es un sentimiento que
aparece como consecuencia de la entrega al objeto del amor, que
es siempre una cosa exterior, persona o Dios.

PSICOLOGÍA HUMANISTA
La psicología americana reacciona contra el conductismo y
hace un intento de creación de una nueva corriente psicológica,
que unas veces es denominada psicología holística y otras,
psicología humanista. En este intento, según la afirmación de sus
autores más conspicuos, se procura recuperar al hombre en su
integridad, en su totalidad, sin volver la cara a múltiples
realidades que el conductismo, por las razones que ya explicamos,
había dejado de lado. También en esta crítica tenía su lugar la
escuela psicoanalista, centrada en una visión del hombre
claramente parcial y prejuiciada. En este retorno a la integridad
humana, quizá tenga un papel especial la defensa de la libertad,
que en el conductismo y el psicoanálisis había sufrido graves
mutilaciones. Sin embargo, es frecuente que el concepto de
libertad y humanidad que propongan sufra de esa visión recortada
y puramente biológica del hombre, característicos del
conductismo y el psicoanálisis. Son figuras destacadas de este
movimiento: Maslow (1908–1970) y C. Rogers (1902). Del
primero ya dijimos algunas palabras y no ocupará más nuestra
atención. El segundo será quien llene ahora nuestras páginas, por
su influencia en la sociedad actual y especialmente en la
educación y las costumbres.
Rogers concibe la psicología como el medio para conseguir la
felicidad de la persona, quebrada por una conducta equivocada.
Parte de la idea de que la felicidad consiste en la satisfacción de
los deseos, en la consecución de la propia realización, entendida
como satisfacción de aspiraciones sin más. Propone, pues, un
centrarse en el interior del hombre que olvida absolutamente
aquel objetivo exterior que tan acertadamente anunciara Frankl.
La realización de los propios deseos, en lo que cristaliza en el
fondo el concepto de "libertad" de nuestro autor, necesita el
reconocimiento de la bondad de los mismos, algo que no es
posible más que reconociendo la bondad natural del hombre y de
todos sus deseos. Se opone así a la concepción freudiana que
considera a la libido como un factor desorganizador de la
sociedad. Los deseos son muchos y variados, y en principio son
buenos, al igual que lo es la persona. Su satisfacción no tiene por
qué desorganizar a la sociedad, muy al contrario, la realización y
aceptación de los mismos llevará a una auténtica convivencia.
Existe una confianza total en la capacidad del hombre para
encontrar su propio camino.
Presenciamos a un autor convencido de que todo lo natural es
bueno, por ello las normas sociales no deben oponerse sino
facilitarlo. La ejecución de los deseos se debe ver como lo
adecuado, y no ponerle objeciones personales, ni sociales.
Naturalmente, esto significa la aceptación por ambas partes, no la
imposición violenta de ninguna de ellas.
Siendo el hombre naturalmente bueno y no teniendo que
configurar su vida a ningún valor más que a los que su deseo le
indiquen, se entiende que Rogers piense que la salud psicológica
se basa en la aceptación incondicionada del propio ser por los
demás. La persona necesita aceptación, cariño incondicional. Hay
que quererlo tal como es y no intentar modos diversos para su
vida, y eso es lo que el psicoterapeuta dará al enfermo en su
consultorio, a través de un método denominado psicoterapia no
directiva o psicoterapia centrada en el cliente. En ella lo
fundamental es que se establezca entre el enfermo y el psicólogo
una corriente de afecto y afirmación, llamada empatía, en la cual
aquel se encuentre comprendido. El camino de la curación lo
logra el mismo enfermo, que en la conversación con el psicólogo
va aclarando personalmente su vida llegando a formas de
solución. Al contrario que en el psicoanálisis, cuya terapia es
dirigida, el psicólogo sólo hace de espejo y animador de lo que el
enfermo va viendo y concluyendo para su vida personal. Como
consecuencia, también en el proceso de su curación el enfermo
será libre y responsable de sus decisiones que, por ser propias,
llevará a efecto con mayor energía.
Estas ideas han sido extendidas a la terapia de grupo y a la
educación de maneras muy diversas. En la terapia de grupo se
pretende la apertura del corazón y la comprensión y acogida de
parte de todos. La persona tiene que aceptarse tal como es y darse
cuenta de sus errores y corregirlos. Para esto, necesita el apoyo
del grupo que la acepte y comprenda tal como es.
En la educación la psicoterapia no dirigida significa la
búsqueda del conocimiento del alumno de una manera personal, a
partir del interés nacido desde el interior. Es la educación no
dirigida, centrada en el alumno. Se trata de conformar salones con
mayor espontaneidad en la propia formación. El profesor es más
un colaborador para las consultas, al que el alumno acudirá en su
intento personal de aprender, motivado por un auténtico interés, al
ser sus estudios la respuesta a una verdadera inquietud interior. La
terapia de conjunto se imitará en los trabajos de grupo. Junto a
esto, la motivación, el interés personal, afirmará su presencia en el
aprendizaje.
La debilidad de esta concepción psicológica, que olvida la
prioridad de las estructuras superiores en la persona, el sentido de
tarea, la preocupación por los demás y la aceptación del deber,
justifica la prevención ante la misma. No es difícil imaginar la
carga de egoísmo y de despreocupación por los otros que
representa. El instinto se hace el objeto mimado de la persona y la
libertad quiebra todos los principios éticos y religiosos, a la vez
que se desprende de toda norma venida desde fuera. La sociedad
permisiva se acercará más que cualquier otra a su ideal.
En Europa también aparecerán una serie de corrientes
psicológicas humanistas, cuya insistencia recae especialmente en
el carácter holístico que ha de acompañar todo estudio de la
comprensión del hombre. Atento a la enorme influencia de los
aspectos sociales, destaca en ella la utilización de una terapia
fundamentalmente grupal, en la que se hace uso de mil formas de
expresión del mundo propio. Quizás se deba destacar de manera
especial la nueva gestalt, cuya terapia contiene las mejores
expresiones de este nuevo intento.

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