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Hablando de la relación entre razón y fe, el profesor Zichichi recuerda que los
resultados logrados por la ciencia actual serían impensables sin «ese acto de fe y de
humildad intelectual, madurado dentro de la cultura católica con Galileo Galilei».
---Galileo las llamaba «huellas del Creador», huellas que podían incluso no existir.
En cambio, él estaba convencido de que existían y de que estaban presentes tanto en las
estrellas como en la materia «vulgar», como las piedras, en las que en aquel tiempo todos
estaban convencidos de que no era posible encontrar verdades fundamentales. Precisamente
estudiando las piedras Galileo empezó a buscar aquellas huellas, por un acto de fe en el
Creador.
---Un acto de fe y de humildad que nos ha permitido llegar hoy, en sólo cuatro
siglos, a concebir la existencia del «supermundo»: la más alta cima de los conocimientos
científicos galileanos, por tanto del saber riguroso, respecto a lo inmanente. Las fronteras
mismas del supermundo confirman lo que decía antes, es decir que somos la única forma de
materia viviente dotada de razón.
---¿Qué es la ciencia?
---La ciencia, nos recuerda Benedicto XVI nace del acto galileano de humildad
intelectual: Aquél que ha hecho el mundo es más inteligente que todos nosotros, científicos,
filósofos, artistas, matemáticos, sin excluir a nadie. Para conocer la lógica que eligió el
Creador para crear el mundo y a nosotros mismos, sólo hay una posibilidad: hacerle
preguntas de modo riguroso. Este es el significado de «experimento de cuño galileano» y
de aquí nace la ciencia galileana, que exige rigor y reproducibilidad.
---Si yo en 1965 hubiera podido demostrar la existencia de la antimateria nuclear
sólo con papel y pluma y usando el rigor de la matemática, no habría necesitado hacer un
experimento sumamente difícil, para el que fue necesario inventar un circuito electrónico
especial que midiera el tiempo de vuelo de las partículas subnucleares, con una precisión
hasta entonces nunca obtenida: fracciones de nanosegundos (una mil millonésima parte de
un segundo).
---Si fuera suficiente el rigor de la lógica matemática para comprender cómo está
estructurado el universo subnuclear, no necesitaríamos construir estructuras complejas y
gigantescas como la nueva máquina que entrará en funcionamiento a finales de este año en
el CERN de Ginebra: una pista magnética de 27 kilómetros, con una cantidad enorme de
detectores, algo hasta ahora nunca realizado, para encontrar respuesta a la pregunta:
«¿Cómo era el universo un décimo de nanosegundo después del Big Bang»?
---Si no hubiera sido por el acto de humildad intelectual del padre de la ciencia
moderna, Galileo, habríamos permanecido detenidos, quién sabe por cuantos siglos todavía,
en lo que pensaban nuestros antepasados: basta ser inteligentes para comprender cómo está
hecho el mundo.
---Durante diez mil años, desde el alba de la civilización hasta el siglo XVI, todas
las culturas creyeron ilusoriamente saber descifrar el Libro de la naturaleza sin hacer nunca
una sola pregunta a su Autor. He aquí por qué a ninguna cultura le tocó el privilegio de
descubrir ninguna ley fundamental de la naturaleza.
---Con su coraje intelectual y espiritual, Juan Pablo II trajo de nuevo a casa por fin
los tesoros de la ciencia galileana, que son auténticas conquistas de la cultura católica. Y
Benedicto XVI es hoy el máximo custodio de estos tesoros en la continuidad cultural de su
apostolado con el de Juan Pablo II.
---El papa Juan Pablo II, abriendo las puertas de la Iglesia católica a la ciencia
galileana, dio vida a esta gran alianza entre fe y ciencia. Una alianza de la que es prueba la
frase «ciencia y fe son ambas dones de Dios», grabada sobre hierro y expuesta a los
científicos de todo el mundo en el Centro de cultura científica «Ettore Majorana», en Erice.
---Sin embargo, Enrico Fermi enseña que la ciencia está fundada en la meritocracia
y no en el número de quienes firman una presunta verdad. No se pueden someter a votación
las «Fuerzas de Fermi» o la ecuación de Dirac. Ni las leyes que seguimos descubriendo en
el universo subnuclear. La democracia está bien para la política, no para las verdades
científicas. Si viviéramos ---como pretende la cultura dominante atea--- en la era de la
ciencia, esa carta no hubiera tenido una sola firma: nunca habría sido escrita. Las raíces de
esa carta están en la cultura de nuestro tiempo que ---como decía antes--- se dice moderna,
mientras que de hecho es prearistotélica. En efecto, ni la lógica rigurosa ni la ciencia han
entrado todavía en el corazón de esta cultura que ---como ha escrito el papa Benedicto XVI
en el discurso preparado para la visita a «La Sapienza»--- «obliga a la razón a permanecer
sorda al gran mensaje que viene de la fe cristiana y de su sabiduría. Comportándose así,
esta cultura no permite que las raíces de la razón penetren hasta los manantiales que
alimentaban su savia vital».
---La síntesis más hermosa del pensamiento del papa Benedicto XVI está grabada
en la cúpula de la basílica de Santa María de los Ángeles y de los Mártires en Roma, en la
que hay otra famosa frase de Juan Pablo II: «La ciencia tiene raíces en lo inmanente pero
lleva al hombre hacia lo trascendente». Negar a Benedicto XVI el derecho de llevar a los
jóvenes el mensaje de la gran alianza entre fe y ciencia ha sido un acto de obscurantismo,
no de laicidad. ■■■■■
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