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Me gusta el diálogo, apuesto por él. Soy una convencida de que el diálogo es lo
que nos humaniza porque ahí donde no es posible el diálogo, ahí donde no se lo
favorece, lo que queda es la violencia más brutal, aquel estado tan acertadamente
descrito por Hobbes como el Estado de Naturaleza del hombre. En ese estado
imaginario no falta la razón, pero no hay orden, solo la civilización (o el orden político
en palabras de Hobbes) nos trae la humanidad y con ella la posibilidad de los contratos
como antítesis de la fuerza bruta (¿y como se pacta si no es a través de un diálogo?)
Pero me distancio de Hobbes en sus consecuencias absolutistas en cuanto al orden
político, justamente porque lo que propone no es el diálogo, es la censura de toda voz
disidente mediante el poder absoluto del Leviatán. Como dice la creencia popular:
dialogando se entiende la gente, y puestos a dialogar pienso que los pensadores de la
modernidad son excelentes interlocutores dada la simplicidad de las palabras sin que eso
reste un ápice de profundidad a sus discursos. En esta época de híper comunicación, de
la saturación de los canales para comunicarse, es especialmente gratificante conversar
con los modernos.
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aunque en el pensamiento del ginebrino esté planteado en el seno de la Voluntad
General del Estado Legítimo, cosa cuanto menos extraña para cualquier liberal. Sin
embargo, en la diferencia está la riqueza de este diálogo que, en último término, se
resume en los elementos que ambos pensadores nos aportan desde diferentes
perspectivas a la construcción de una ciudadanía democrática, plural y tolerante con el
conjunto de los miembros que la conforman. Evidentemente esto a primera vista nada
tiene que ver con la Religión Civil tal como la plantea Rousseau en el capítulo VIII del
último libro de su Contrato Social, sin embargo no creo que sea inútil el esbozo de este
debate.
Empecemos con lo que nos diría Locke a este respecto y estimo que la idea de
tolerancia religiosa en el filósofo inglés es de una importancia fundamental para el buen
desarrollo del Gobierno Democrático. Dicho de otro modo, para el pensador inglés si no
se garantiza la libre expresión, la libertad de creencia y la libertad de asociación,
difícilmente se puedan alcanzar otros derechos civiles y políticos más complejos (como
la justicia, la libertad de comercio, la defensa de la propiedad privada, el derecho a
participar de la vida política, etc.). La actitud tolerante en cuanto principio de la vida
política no tiene que ver con una acción positiva por parte del gobierno, sino más bien
lo contrario, las leyes del estado no pueden prohibir a un determinado grupo de
ciudadanos lo que no prohíbe a la totalidad; o lo que es lo mismo, las leyes rigen para
todos por igual, independientemente de las elecciones particulares en tanto materia de
religión. Según afirma Locke: “… ni las personas individuales, ni las Iglesias, ni los
Estados, tienen justos títulos para invadir los derechos civiles y las propiedades
mundanas de los demás bajo el pretexto de la religión.”2
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públicamente a Dios de la manera que ellos juzgan aceptable a El y eficaz para la
salvación de sus almas”4.
La diferencia entre uno y otro ámbito no es otra cosa que la que separa la vida
pública y la vida privada de los ciudadanos, el buen gobierno se basa en la separación
de la Iglesia y el Estado o, dicho de otro modo, la acción de las leyes civiles no tiene
poder en la vida privada de los ciudadanos. La aceptación de una verdad religiosa
depende de la voluntad de cada uno a creer o no en esa verdad y cada uno debe ejercer
su libertad en cuanto al camino para conseguir la salvación de su propia alma. Y el
Estado solo interviene en el caso de que la libertad de cada uno en cuanto a los bienes
civiles se encuentre amenazada por la interferencia de otro —sea este un individuo o
una sociedad de ellos—. Hoy raras veces escuchamos hablar de la salvación de las
almas, sin embargo, lo que dice Locke es aplicable a las formas de vida buena o
felicidad, en las que el Estado no debiera interferir ya que no es la función de las leyes.
Y a la inversa, la autoridad de ninguna iglesia tiene competencias en el ámbito civil,
porque al ser su ley eclesiástica su límite de acción es la Iglesia misma, esto es, cada
iglesia dispone la capacidad de aceptar, rechazar o expulsar a sus miembros, así como
ordenar los ritos que crea conveniente, pero jamás puede extenderse su ley al ámbito
civil.
Puede que actualmente todo esto nos parezca una verdad de Perogrullo; sin
embargo, en la práctica esta diferencia no termina de ser del todo clara. La clave para
entender la dificultad de la separación entre lo que corresponde a la religión y lo que
corresponde a la política la encontramos en Rousseau que afirma que: “… jamás se
fundó Estado alguno al que la religión no sirviera de base”5. Claro está que hoy, en las
sociedades de democracias consolidadas, no es del todo correcto afirmar tal cosa—
aunque tenga su parte de verdad—. Si el debate surge una y otra vez respecto al lugar de
las religiones en la organización socio-política es porque tendemos —o deberíamos
tender— a aquello que Locke afirmaba como fundamental, las competencias del
Gobierno y las de las Iglesias son y deben ser distintas porque sus fines son
incomparables. Pero también podríamos afirmar que la tesis de Rousseau es relevante
en la actualidad si por ella entendemos, igual que lo hicieron Rousseau y Locke, que lo
importante de la fe es que funcione de base para la conducta de los ciudadanos. A este
4
Ibíd. pág. 13.
5
Rousseau, Jean-Jacques: “Del Contrato Social” en Del Contrato Social, Sobre las ciencias y las artes,
Sobre el Origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Traducción, prólogo y notas de
Mauro Armiño. Alianza Editorial, Madrid, 2002, pág. 159.
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respecto nos dice Rousseau que en la religión se distinguen dos partes: “Esas dos partes
son el dogma y la moral. Divido los dogmas así mismo en dos partes, a saber: la que,
poniendo los principios de nuestros deberes, sirve de base a la moral y la que,
puramente de fe, no contiene más que dogmas especulativos.”6 En ese caso, aun cuando
las funciones de las iglesias y del Estado estén teóricamente delimitadas, el hombre en
tanto partícipe de ambas esferas, es el punto de reunión, y su conducta queda, por así
decirlo, bajo el dominio de ambas. A esto hace referencia Locke diciendo que: “Las
acciones morales pertenecen por tanto, a la jurisdicción de ambos tribunales, el exterior
y el interior, tanto al gobernador civil como al doméstico: en otras palabras, tanto al
magistrado como a la conciencia”. 7 Es justamente por esta dificultad a la hora de llevar
a la práctica la delimitación de las esferas de la vida del hombre que la tolerancia se
transforma en una cuestión fundamental.
II
4
como último fundamento el amor de sí, pasión natural que nace de la autopreservación
atemperada por la piedad. Es por eso que la moralidad, al basarse en una pasión,
depende de una creencia, del asentimiento interior a lo que la razón muestra como
bueno, que Rousseau llama conciencia. Así, el sentimiento religioso cobra vital
importancia en la teoría del ginebrino.9 El hombre posee una dimensión de religiosidad
—independientemente de si la fe es de orden sobrenatural o pertenece al ámbito
secularizado— que condiciona su conducta en la esfera social y política. Por otro lado,
las leyes que garantizan la libertad de los individuos, son aquellas que expresan la
Voluntad General, articulación de los intereses particulares por lo que tienen de común,
que no es otra cosa que la conservación del medio social a través del que los individuos
consiguen satisfacer sus intereses particulares. Esta idea de que las leyes civiles
responden a una utilidad pública, también la podemos encontrar en el pensador inglés,
aunque prescinde de transformarla en una única voluntad corporativa, dice Locke: “el
bien público es la regla y medida de toda actividad legislativa. Si una cosa no es útil a la
comunidad, no puede ser establecida por la ley, por indiferente que sea”10
9
Así, La Profesión de Fe del Vicario Saboyano expresa los artículos que de fe que dan las pautas de una
vida moral de acuerdo al orden de la naturaleza, en ese mismo sentido la religión civil se transforma en
las pautas de moral cívica de acuerdo al orden de las leyes que expresan la Voluntad General.
10
Locke: op. cit. pág. 35.
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establecimiento de artículos de fe”11, mientras que el pensador de Ginebra sostiene que
“Hay por tanto una profesión de fe puramente civil cuyos artículos corresponde al
soberano fijar”.12 Para el primero la fe solo es ámbito de la religión privada, y no hay
ningún sustento emocional a las utilidades del Estado, Rousseau inunda las distintas
parcelas de la vida del hombre de creencia. La religión civil, no es un dogma sino un
sentimiento de sociabilidad, es la fe que da apoyo a los motivos — ¿racionales?— que
llevan a los hombres a pactar.
III
6
de autodominio. La única forma legítima de Estado, para el ginebrino, es la República o
sometimiento de todos los individuos a las leyes, pero para que éstas no sean arbitrarias
deben surgir de la Voluntad General que no es otra cosa que el corazón de la comunidad
reunida en asamblea soberana que se autodetermina así misma. Los individuos acuden a
la asamblea porque encuentran el motivo en la libertad en tanto autodominio, y porque
los hombres creen en esa libertad participan. La participación entonces se transforma en
una cuestión de fe. De este modo, la teoría de la soberanía popular bajo la forma de
pacto recíproco entre voluntades libres tiene su expresión religiosa en la Religión Civil.
14
Locke: op. cit. pág. 65.