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CONTRA
OCCIDENTE
12”
Addisi, Federico Gastón
Occidente contra Occidente /
Federico Gastón Addisi ; prefacio de Diego Mazzieri. -
1a ed revisada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : el
autor, 2015.
107 p. ; 13 x 18 cm.
ISBN 978-987-33-9218-4
22”
Este libro fue impreso en: "La Imprenta Digital SRL"
www.laimprentadigital.com.ar
Calle Melo 3711 Florida, Provincia de Buenos Aires
En el mes de DICIEMBRE del año 2015.
32”
AGRADECIMIENTOS:
DEDICATORIA:
42”
PROLOGO
52”
aspectos filosóficos, históricos, tradicionales, y/o
teológicos, exhibe como elocuente prueba las
contradicciones derivadas del mundo globalizado en
tanto premisas anti filosóficas, anti religiosas y anti
culturales, amén de las propuestas geopolíticas,
económicas y financieras de lo que se da en llamar
como “Nuevo Orden Mundial”, artífice de la
inmanencia, el hedonismo y el materialismo. Todas esas
contradicciones de marras, son estudiadas y descriptas
cabalmente por el autor, quien no sólo que desdeña
centrar el punto neurálgico de descripción de la cuestión
en meros puntos geográficos, sino que además para él la
esencia occidental no se remonta a cuestiones de latitud
y longitud sino en la participación de los valores
trascendentes, quid de la cuestión que las dictaduras del
pensamiento único no se detienen a estudiar como lo
hace Federico Addisi, pensador que contrapone al
occidente decadente modernista, con el genuino
Occidente Hispano y Católico.
La importancia de la obra, radica en que revela las
razones de la decadencia de occidente no sólo desde sus
62”
consecuencias que lo ejemplifican, sino denunciando las
causas que las gestan.
El autor es artífice no sólo de esta obra que nos compete
sino de un sinnúmero de escritos partícipes del
“pensamiento nacional”; el cual no es otra cosa que
parte del genuino pensamiento “occidental”.
72”
INTRODUCCION
82”
Así está planteada la interpelación, que
suponemos, de acuciante actualidad y fundamental
importancia, iniciamos este ensayo que no busca agotar
un tema que nos supera, sino introducir al lector en una
aproximación al mismo.
92”
CAPITULO I
¿QUÉ ES OCCIDENTE?
122”
Es lamentable e inconmensurable el daño de la
Reforma de Lutero, que a su vez dio origen a lo que
llamamos las tres grandes revoluciones. Todas ellas,
hijas de este primer cisma de la fe. Este tema se
encuentra muy bien desarrollado por un gran teólogo
que posteriormente se terminaría apartando de la recta
doctrina en un imprescindible libro “Los Tres Grandes
Reformadores”, y nos referimos, claro está, a Jacques
Maritain. Allí exponía que dichos reformadores fueron
Lutero, Descartes y Rousseau, y en la página número 3
de su libro, ya desnudaba su eje central sosteniendo que:
“Tres personas por razones muy diversas dominan el
mundo moderno y están a la cabeza de todo lo que lo
atormentan, Un reformador religioso, uno filosófico y
un reformador moral”. Volviendo a la definición de
Genta, creemos entonces, que en esta época no podemos
hablar de Cristiandad, como elemento que aún perdura,
porque existió una Reforma que quebró dicha unidad y
a su vez disparó dos revoluciones que son consecuencia
de ella y echó por tierra su cosmovisión. Por lo
expresado nosotros preferimos hablar de catolicismo y
132”
no de cristiandad. Decía el autor argentino Boixaidós en
su libro la IV Revolución Mundial: “En este momento
estaríamos en la IV Revolución Mundial, la primera,
la protestante en 1517, fue anunciada, precedida y
preparada por el humanismo renacentista, entierra la
sociedad teocéntrica medieval, dando paso al giro
antropocéntrico donde se pone como centro de la
cosmovisión al hombre como tal, todo esto se
exacerba en la segunda revolución, la Revolución
francesa de 1789, donde claramente Rousseau tiene
influencia. En ella toma rasgos anti deísta y teísta y se
pone como Dios supremo a “la diosa razón”.
Lamentablemente los idearios de dicha
revolución siguen vigentes hasta hoy. Por supuesto, no
nos referimos a los ideales de los “derechos del
hombre”, que dicho sea de paso no tenían nada de
novedoso porque ellos estaban contemplados en el
Derecho Natural, sino por el conocido frontispicio de
“igualdad, libertad y fraternidad”. Al respecto decía el
filósofo existencialista católico Gabriel Marcel: “Hay
que renunciar de una vez por todas a la especie de
142”
inmotivada, irracional conjunción entre igualdad y
fraternidad, vigente desde hace un siglo y medio por
obra de espíritus desprovistos de toda potencia
reflexiva. Estamos tan acostumbrados a ver acopladas
las palabras igualdad y fraternidad que ni siquiera nos
preguntamos si hay compatibilidad entre las ideas que
esas palabras designan. Pero la reflexión permite
justamente reconocer que esas ideas corresponden,
para hablar como Rilke, a direcciones del corazón
completamente opuestas. La igualdad traduce una
suerte de afirmación espontánea que es la de la
pretensión y el resentimiento: soy tu igual, no valgo
menos que tú. En otros términos, la igualdad está
centrada sobre la conciencia reivindicadora del yo. La
fraternidad, al contrario, tiene su eje en el otro; tú eres
mi hermano. Aquí todo sucede como si la conciencia
se proyectara hacia el otro, hacia el prójimo. Esta
palabra admirable, el prójimo, es una de esas que la
conciencia filosófica desestimó demasiado, dejándola
en cierta forma desdeñosamente a los predicadores.
Pero cuando pienso con fuerza “mi hermano” o “mi
152”
prójimo” no me inquieta saber si soy o no soy su igual,
precisamente porque mi intención no se constriñe a lo
que soy o a lo que puedo valer”.
Sobre estas cándidas palabras el liberalismo
político en su conjunto y en particular los elementos
ligados a la masonería apuntan claramente a la
destrucción de nuestras patrias, de la familia y sobre
todo de la religión católica y de todo aquello que
nosotros como hombres de tradición consideramos
como valorable. Con claridad meridiana sentenciaba el
mártir poeta; ese caballero de la Hispanidad que fue
José Antonio Primo de Rivera: “El Estado Liberal –el
Estado sin fe, encogido de hombros– escribió en el
frontispicio de su templo tres bellas palabras: Libertad,
Igualdad, Fraternidad. Pero bajo su signo no florece
ninguna de las tres. La libertad no puede vivir sin el
amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando
los principios cambian con los vaivenes de la opinión,
sólo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las
minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo
los tiranos medievales quedaba a las víctimas el
162”
consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría
oprimir, pero los materialmente oprimidos no dejaban
por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las
cabezas de tiranos y súbditos estaban escritas palabras
eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el
Estado democrático, no: la Ley –no el Estado, sino la
Ley, voluntad presunta de los más– tiene siempre
razón. Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado
de díscolo peligroso si moteja de injusta la Ley. Ni esa
libertad le queda. Por eso ha tachado Duguit de error
nefasto la creencia de que un pueblo ha conquistado
su libertad el día mismo en que proclama el dogma de
la soberanía nacional y acepta la universalidad del
sufragio. ¡Cuidado –dice– con sustituir el despotismo
de los reyes por el absolutismo democrático! Hay que
tomar contra el despotismo de las asambleas populares
precauciones más enérgicas quizá que las establecidas
contra el despotismo de los reyes. "Una cosa injusta
sigue siéndolo aunque sea ordenada por el pueblo y
sus representantes, igual que si hubiera sido ordenada
por un príncipe. Con el dogma de la soberanía popular
172”
hay demasiada inclinación a olvidarlo. Así concluye la
Libertad bajo el imperio de las mayorías y la Igualdad.
Por de pronto, no hay igualdad entre el partido
dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los
ciudadanos que lo soportan. Más todavía: produce el
Estado liberal una desigualdad más profunda: la
económica. Puestos, teóricamente, el obrero y el
capitalista en la misma situación de libertad para
contratar el trabajo, el obrero acaba por ser
esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a
aquél a aceptar por la fuerza unas condiciones de
trabajo, pero le sitia por hambre, le brinda unas
ofertas que en teoría el obrero es libre de rechazar,
pero si las rechaza no come, y al cabo tiene que
aceptarlas. Así trajo el liberalismo la acumulación de
capitales y la proletarización de masas enormes. Para
defensa de los oprimidos por la tiranía económica de
los poderosos hubo de ponerse en movimiento algo tan
antiliberal como es el socialismo. Y, por último, se
rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema
democrático funciona sobre el régimen de las
182”
mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él,
ganar la mayoría a toda costa. Cualesquiera armas
son lícitas para el propósito; si con ello se logra
arrancar unos votos al adversario, bien está difamar
de mala fe sus palabras. Para que haya minoría y
mayoría tiene que haber por necesidad división. Para
disgregar el partido contrario tiene que haber por
necesidad odio. División y odio son incompatibles con
la Fraternidad. Y así los miembros de un mismo
pueblo dejan de sentirse de un todo superior, de una
alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio
solar se convierte en mero campo de lucha, donde
procuran desplazarse dos –o muchos– bandos
contendientes, cada uno de los cuales recibe la
consigna de una voz sectaria, mientras la voz
entrañable de la tierra común, que debiera llamarlos a
todos, parece haber enmudecido”.
Todo esto es parte de un proceso generado por
la revolución francesa pero que tuvo su inicio en la
reforma protestante. Pero como si fuera poco faltaba el
tercer golpe, siguiendo a Boixadós, la tercer revolución,
192”
claro está; la revolución bolchevique de 1917. Aquella
revolución que terminó con la rusia zarista y que como
bien dice el Padre Sáenz en su libro “De Vladimir a la
Rusia Soviética”, aparto a Rusia de su deber histórico
para sumergirla en las garras del materialismo ateo y
apátrida.
A esta altura de la digresión ya podemos
preguntarnos si efectivamente occidente está compuesto
por las tres vertientes que mencionamos
precedentemente. Para René Guenon: “Se dice que el
Occidente moderno es cristiano, pero eso es un error:
el espíritu moderno es anticristiano, porque es
esencialmente antireligioso; y es antireligioso porque,
más generalmente todavía, es antitradicional; eso es lo
que constituye su carácter propio, lo que le hace ser lo
que es. Ciertamente, algo del Cristianismo ha pasado
hasta la civilización anticristiana de nuestra época,
cuyos representantes más «avanzados», como dicen en
su lenguaje especial, no pueden evitar haber sufrido y
sufrir todavía, involuntaria y quizás
inconscientemente, una cierta influencia cristiana, al
202”
menos indirecta; y ello es así porque una ruptura con
el pasado, por radical que sea, no puede ser nunca
absolutamente completa y tal que suprima toda
continuidad. Iremos más lejos incluso, y diremos que
todo lo que puede haber de válido en el mundo
moderno le ha venido del Cristianismo, o al menos a
través del Cristianismo, que ha aportado con él toda la
herencia de las tradiciones anteriores, que la ha
conservado viva tanto como lo ha permitido el estado
de Occidente, y que siempre lleva en sí mismo sus
posibilidades latentes; ¿pero quién tiene hoy día,
incluso entre aquellos que se afirman cristianos, la
consciencia efectiva de esas posibilidades? (…) Por
otra parte, como lo indicábamos también más atrás, es
muy cierto que es en el Catolicismo únicamente donde
se ha mantenido lo que subsiste todavía, a pesar de
todo, de espíritu tradicional en Occidente”.
Y entonces, para precisar más el concepto
deberíamos (en la actualidad) ya no hablar de
cristiandad, sino de catolicismo. Por ende nuestra
definición de occidente será: “La ecúmene que tiene
212”
como religión y cosmovisión al catolicismo, que se
apoya en la filosofía clásica griega interpretada por
los padres de la Iglesia, y basa sus normas de
conducta en el Derecho romano”.
Concordantemente con nuestra tesis, citamos
nuevamente a Guenon: “Es únicamente en el
Cristianismo, decimos más precisamente aún; en el
Catolicismo, donde se encuentran, en Occidente, los
restos del espíritu tradicional que sobreviven todavía.
Toda tentativa «tradicionalista» que no tenga en
cuenta este hecho está inevitablemente abocada al
fracaso”.
Pero si nos ceñimos a esta idea cabe preguntarse
entonces qué pasa con países como Inglaterra, como
Australia o el mismo EEUU, porque no es novedoso que
desde hace varios siglos ya, no ha predominado en ellos
la filosofía clásica ni la cosmovisión cristiana ni el culto
católico. Y para remarcar más aún la diferente
concepción que tienen los anglosajones del mundo
occidental vamos a citar a dos pensadores liberales. Uno
de ellos, exiliado cubano pero anglófilo hasta los
222”
tuétanos - nos referimos a Armando Ribas - definía
Occidente de una manera bastante particular. Luego de
afirmar que “decía mi amigo Jorge García Venturini que
Occidente era la simbiosis del verbo (judeo-cristiano) y
el logos (griego)”; arremete con una categorización que
a nuestro juicio está impregnada de Romanticismo
secular y que resulta absolutamente imprecisa. Decía
Ribas: “Es innegable que el aporte anglosajón al
proyecto universalista que representa la democracia
liberal no puede ser sobrevalorado. Podría decir,
entonces, que la libertad individual se asienta
precisamente en la aceptación socrática y cristiana,
pero de una manera diferente. El reconocimiento de
los límites de la razón (“Sólo sé que no sé nada”) y de
la falibilidad del hombre (“El justo peca siete veces”:
“El que esté libre de pecado que arroje la primera
piedra”) son, a mi juicio, los principios en que se
fundamenta Occidente y en el cual el aporte de este
lado del Atlántico ha sido decisivo” (…) “No obstante
yo me atrevería a coincidir, en este aspecto, una vez
más con Popper y decir, en la misma línea de David
232”
Hume, que Occidente ha sido el proceso de la sociedad
abierta, donde los derechos individuales pusieron
límite al absolutismo del Estado cualquiera fuese el
carácter de éste. Libertad y bienestar individual han
sido el carácter del Occidente liberal y democrático
que permitió la sociedad plural étnica, religiosa e,
inclusive, ideológica”. En la misma línea, y en las
antípodas de lo que venimos intentando demostrar, un
“think tank” de las usinas del Nuevo Orden Mundial,
fallecido en el 2010, nos referimos a Samuel
Huntington, en su promocionado libro “El choque de las
civilizaciones” tenía conceptos esclarecedores sobre lo
que es el pensamiento único de estos hombres que
pretenden el nuevo orden mundial; que no es orden
porque altera el orden natural, que de nuevo no tiene
nada, y que de mundial sólo tiene la pretensión de los
cenáculos de poder de quedarse con la hegemonía y
monopolio del mismo. O dicho a la manera del filólogo
Carlos Disandro; estos grupos que pertenecen a la
sinarquía internacional. Retomando la exposición;
Huntington definía a Occidente en la pág. 35 como: “La
242”
polarización cultural de oriente y occidente, es en
parte una consecuencia más de la práctica universal -
aunque desafortunada- de llamar a las civilizaciones
europeas civilización occidental. En lugar de hablar de
oriente y occidente es más apropiado hablar de
occidente y el resto del mundo, lo que al menos
implica la existencia de muchos no occidentes”.
Parece un trabalenguas pero no lo es. Si es lógico
hablar de varios orientes (porque él habla de varios
orientes), siguiendo el hilo del razonamiento
introducido por nosotros al principio de nuestra tesis,
también sería viable (otorgando lo que nos negamos a
otorgar) que haya varios occidentes (al decir de
Huntington). Si cabe pensar que en Estados Unidos
reina la cosmovisión católica, aun sabiendo de su “Ética
Protestante”, de su liberalismo filosófico (presente
desde la Constitución y Acta de Independencia de “los
padres fundadores” –tan ligados a la masonería por
cierto-) y su consumismo, hijo putativo de todo lo
anterior; entraríamos en una manifiesta contradicción
con todo el desarrollo de la teoría que venimos
252”
sosteniendo. Más aún, ¿es posible creer que Inglaterra
pertenezca a occidente, según nuestra definición?, ¿es
posible pensar que Australia, forme parte de nuestra
ecúmene? Según estos pensadores, (Huntington,
Fukuyama, Brzezinnki, Ribas, etc) claramente sí, pero
la paradoja es que España; más aún hispanoamérica, no
es parte de occidente para “estos intelectuales”. En el
citado libro de Huntington en la pág 52, el autor se da el
lujo de hablar de un occidente (introduciendo en él a
todos aquellos países que hemos demostrado su
incompatibilidad de valores a los que dicen pertenecer)
y varios orientes y dice lo siguiente: “Latinoamérica se
podría considerar una o sub-civilización dentro de
occidente, o una civilización aparte íntimamente
emparentada con occidente y dividida en cuanto a su
pertenencia. Para un análisis centrado de las
consecuencias políticas internacionales de las
civilizaciones, incluidas la relaciones de
Latinoamérica por una parte, Norteamérica y Europa
por otra, la segunda opción es la más adecuada.
Occidente pues incluye Europa y Norteamérica, los
262”
otros países de colonos europeos como Australia y
Nueva Zelanda, pero no Latinoamérica”.
Hoy en día el término occidente recalca el
pensador norteamericano, se usa universalmente para
referirse a lo que se solía denominar cristiandad - y por
fin llegamos al talón de Aquiles de la teoría de Samuel
Huntington- cuando después de varias falacias
argumentales e ideológicas termina cayendo en el lugar
común de que occidente es la cristiandad. Y así nos da
la razón a lo que nosotros sostenemos. Occidente es el
catolicismo y para precisar más aún; hoy en día
Occidente sobrevive en la Hispanidad.
¿Cómo es posible que España, y ésta va a ser su
gloria por los siglos de los siglos -aunque haya
movimientos indigenistas que pretendan diluir esta
gloria-, haya descubierto para Occidente, y el mundo un
nuevo continente ganado para la cristiandad, y aún se
ponga en duda su pertenencia (fundacional por cierto) a
ése mismo mundo? Por lo tanto Hispanoamérica y no
Latinoamérica que va a ser un concepto introducido por
Napoleón III, de neto corte francés e imperialista, para
272”
justificar la expansión del imperio en América, que es el
legado que España le da a la humanidad, es claramente
parte de occidente y por lo tanto de la hispanidad. En
forma categórica y análoga a la nuestra se expresaba
Alberto Buela: “En cuanto a nuestra distinción de la
América del Norte, consideramos que la más lograda
es la realizada por un desengañado sajón americano
cuando demarcando las diferencias de las dos
conciencias que viven en el continente dice: “Vosotros
(por los Hispanoamericanos) habéis sido menos
zapados por la fea Edad Moderna, menos corrompidos
por el falso humanismo y racionalismo. Estás más
cerca del sentido de la vida humana, como drama
trágico y divino, pues estáis más cerca de la Edad
Media Cristiana, en la que todos los valores de Judea,
Grecia y Roma, formaron parte de un organismo
cósmico. Tenéis valores, mientras que nosotros (los
yanquis) sólo tenemos entusiasmo (voluntad
tecnológica y empresarial)” (…) “Así, pues
consideramos la América Hispánica como una unidad
geográfica, cultural, lingüística y religiosa indivisible.
282”
Esta “nación colosal”, este espacio geográfico único
en el mundo entero, tiene desde el punto de vista
político, también una identidad común. Pero esta
identidad común esta forjada, no tanto por los
objetivos comunes a realizar como por la naturaleza
del enemigo común que siempre la unifica.
Se confirma nuevamente la idea del pensador
alemán Carl Schmitt, cuando en las primeras líneas de
su obra “El concepto de la política” afirma que “la
distinción política fundamental es la distinción entre el
amigo y el enemigo” (entendido éste como hostis y no
como inimicus). Para Hispanoamérica, el enemigo no
es otro que el imperialismo anglosajón (…) Nosotros
forjamos nuestra identidad asumiendo la fuerza vital y
los valores de la Europa anterior a la Revolución
Mundial los que han sido transformados por la
formidable matriz americana. Es por ello que nosotros
nos hemos reconocido en la noción de Occidente y que
no era otra cosa, para nosotros americanos, que lo que
Europa tenía de mejor. De tal manera que la cuestión
queda planteada de la siguiente manera: Si nosotros
292”
entendemos por Occidente esta base común que
hemos explicitado en el curso de esta intervención,
Hispanoamérica no es solamente el más occidental de
los continentes, sino que conserva en su seno la única
esperanza de fundar un nuevo arraigo. Porque esa
conciencia europea que llegó a la América Hispánica
no pasó por los diferentes estadios de la denominada
Revolución Mundial; es decir, Reforma, Revolución
Francesa, Revolución Bolchevique y Revolución
Tecnotrónica sino que, incluso hasta la última ola
inmigratoria, posee como “núcleo aglutinado de su
conciencia” una cosmovisión que es anterior, en el
tiempo, al comienzo de la Revolución Mundial”.
302”
CAPITULO II
LA HISPANIDAD.
SUBSTRATUMOCCIDENTAL.
482”
En tan extensa cita queremos destacar esto de
“expresar el convencimiento de que el alto espíritu
señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al
mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de
los egoísmos”, pues nuevamente nos pone en la senda
de que los valores cristianos están expresados en la
Hispanidad. Sobre todo es muy clara la mención a los
dos imperialismos que dominaron el siglo XX, ambos
materialistas, tanto el marxismo como el liberalismo; y
que terminaron fundiéndose en un poder mundial
hegemónico en el siglo XXI. Y es este poder el que
atenta desde aquellos países poderosos que Huntington
se atreve a colocar dentro del occidente-cristiano los que
impulsan teorías que van contra lo más sagrado de
nuestra religión.
Hay más aún. Creemos importante difundir lo
que Eva Perón pensaba y sentía por España, de modo
que aquellos “evitistas”, que son los mismos que
enarbolan todas las consignas del Nuevo Orden
Mundial, vayan revisando sus posiciones. Decía Evita al
despedirse de España luego de su gira por Europa:
492”
"Españoles: Habéis arrebatado mi espíritu con
un homenaje como no lo tributó jamás España a lo
largo de toda su historia. Lo mismo en los pequeños
pueblos que en las urbes populosas, se han derramado
a mi paso océanos de simpatía.
Este homenaje de colosales proporciones, sería
exagerado e inexplicable si hubiera sido tributado a
una mujer. Pero no; no ha sido rendido tan sólo a una
persona, ni siquiera a un país. Esta apoteosis entraña
un sentido más recóndito y abismal. Vuestro aplauso
saluda al mundo nuevo, promisor de justicia y de paz,
que nace de los escombros del antiguo, carcomido por
los atropellos sociales.
Quienes en Europa y en América no alcanzan
a comprender la profunda revolución de esta hora,
atribuirán a un fenómeno de psicología multitudinaria
o a una sugestión colectiva el homenaje delirante del
pueblo español, señorial como ninguno, a una sencilla
mujer argentina, nacida en el seno de las clases
trabajadoras, y alzada por ellas a la suprema cima
espiritual de la República.
502”
Pero no se trata de una sugestión colectiva, ni
se trata tampoco de exageraciones y fanatismos. No
me adornan atributos personales que no halléis a cada
paso en vuestras mujeres, dignas hijas de aquellos que
sostuvieron en su coraje el corazón del buen Cid
Campeador y de Fernando el Católico.
Recojo vuestro aplauso porque revela a las
claras el hambre de justicia social arraigado en el
pueblo hispánico y el ansia incontenida de sostener el
nuevo mundo de pan y de paz, por cuyo afianzamiento
luchamos los españoles y los argentinos. No habéis
vitoreado algo intranscendente, sino un amanecer de
esperanzas y de luminosidades que se alza rutilante
como un sol en el horizonte de la hispanidad.
Recojo vuestro clamoreo apoteósico porque en
mi no se ha glorificado a una mujer, sino a la mujer
popular, hasta ahora siempre sojuzgada, siempre
excluida y siempre censurada. Os habéis exaltado a
vosotras mismas, trabajadoras españolas, quienes
reclamáis con todo derecho que no vuelva jamás a
implantarse la vieja Sociedad en la que unos seres, por
512”
el mérito de haber nacido en la opulencia, gozaban de
todas las inmunidades; y otros seres, por el pecado de
haber nacido en la pobreza, habían de padecer todas
las obligaciones. El oscuro linaje y la pobreza, no
opondrán ya jamás barreras a nadie para que pueda
lograr el desarrollo de sus aspiraciones y el triunfo de
sus ideales.
Recojo vuestras manifestaciones exultantes
porque ellas han evidenciado que terminó el tiempo en
que la Prensa dirigida, tergiversaba la conciencia de
los pueblos, sumiéndolos en la confusión y
conculcando su soberanía. Las muchedumbres con
sagaz intuición, han comprendido la verdad de nuestro
Movimiento obrerista y han hallado la auténtica
libertad en los gobiernos de orden surgidos de los
comicios, o del triunfo contra los entregadores de la
Patria. Recojo vuestros aplausos, obreros y obreras
españoles, porque son la expresión de vuestro repudio
hacia aquellos agitadores que soliviantan los pueblos
con promesas utópicas para abandonarles luego una
vez que han asegurado sus fortunas.
522”
He recibido vuestra adhesión, que recojo
emocionada, porque al llegar a la primera
magistratura de mi país, el general Perón, no
padecimos el mareo de las alturas, antes supimos
conservar bajo las insignias presidenciales nuestro
corazón de obreros.
El día que triunfó el general Perón en los
comicios más limpios de la Historia argentina, como lo
pregonaron nuestros mismos adversarios políticos, ese
día visitamos a nuestros obreros y celebramos juntos
nuestro triunfo. Por eso recojo vuestro aplauso porque
no hemos apostatado del pueblo, de los trabajadores,
de los "descamisados".
¡Nobles de España! También he recibido
vuestro homenaje, no menos cálido que el homenaje
popular, precisamente porque sois nobles, porque sois
lo que sabéis ser, modelos en vuestra adustez de las
clases populares.
Amanece una era nueva en la que los bienes
de la tierra pertenecen a los hombres y a las mujeres
madrugadoras, cuyas manos han encallecido en las
532”
fábricas. Amanece la era nueva, en la que le
trabajador vestirá y descansará, trabajará y orará al
cielo como persona humana y no como individuo sin
razón trascendente de existir.
En la hora de la despedida debo deciros que mi
viaje a España deja huellas no sólo en mi alma, que
necesitaría ser de roca para no hallarse enternecida,
sino también en el alma misma de la historia
argentina.
Daré a los trabajadores argentinos la
interpretación auténtica de la madre España. Les diré
todo lo hermosa y noble que es; todo lo piadosa y
humana; todo lo dulce y justa que ante mis ojos
atónitos ha aparecido.
Perdonadme, españoles, que haya precisado
venir a perderme entre vosotros y confundir con el
vuestro mi corazón para llegar a gustar la última
delicia de vuestra Patria inmortal. He apurado
golosamente esa delicia; y me marcho inundada de un
gozo tan intenso que quiero cortar de vuestro jardín
espiritual la fragante rosa de un pensamiento insigne
542”
de uno de vuestros españoles: "Amo tanto a España
que me duele en el cogollo de mi corazón".
Y para terminar, españoles, quiero deciros
algo más: He comprendido toda la grandeza del
hombre que preside vuestra Patria. A él se debe ese
resurgimiento de las viejas virtudes españolas, que
señalaba en un discurso mi esposo, el general Perón.
A él se debe la exaltación de un puñado de virtudes
sencillas y elementales con las que la gente de la
hispana estirpe marcha segura hacia un futuro de paz
y esplendor.
Sois el pueblo que sabe morir por defender
una idea y por mantener una afirmación. Pido a Dios
que no os sea preciso morir por vuestra afirmación y
por vuestra verdad.
Parto con el corazón henchido de gozo y
también de orgullo y de ternura por tener una madre
tan hermosa y tan noble, tan señora de sí misma, tan
maternal y humana, y por sobre todo, tan
profundamente católica.
552”
Parto con la alegría que me sale a los ojos, de
contemplar una España tan española y dueña de su
más personal estilo. Tendría que pediros el corazón, el
corazón que os entregué al llegar. Pero siento que
puedo irme con el vuestro en mi pecho, dejándoos para
siempre el mío. ¡Adiós España mía! ¡Viva la España
inmortal!”
Son conmovedoras las palabras que colocan a
España a la altura universal que merece. Y es imposible
dejar de soslayar que todos aquellos que agitan el odio
hacia el legado hispánico; a través de la tan remanida
leyenda negra son justamente personeros de aquellos
que persiguen el establecimiento de un único gobierno
mundial.
En otro libro de nuestra autoría (Aportes al
Bicentenario) nos hemos referido largamente sobre la
leyenda negra. Del mismo hacemos un extracto para
introducir en el tema a aquellos que aún no visualizan
esta campaña urdida contra lo mejor que tuvo occidente.
Decíamos entonces: “Puede decirse, sin temor a
exagerar, que la leyenda negra consiste en un juicio
562”
negativo e “inexorable”, aceptado sin indagar su
origen ni veracidad, según el cual España habría
conquistado y gobernado América durante más de tres
siglos, haciendo alarde de una sangrienta crueldad y
una opresión sin medida, que no encontraría
comparación en la historia occidental moderna. La
fábula anti-española sostiene que la empresa del
Descubrimiento se llevó a cabo por una insaciable
codicia y avaricia, cuyo objetivo no sería otro que la
sed de oro que tenía el imperio español; para lo cual
no se dudó en perpetrar un “genocidio” sobre las
poblaciones indígenas, causando 50 millones de
muertos.
El disparate que acabo de citar encuentra su
origen en la figura del padre fray Bartolomé de Las
Casas, un fraile dominico nacido en Sevilla en el año
1474. Este clérigo estuvo por vez primera en América
acompañando a Ovando, en el 1502. Hacia 1522, Las
Casas acentúa una campaña a favor de un mejor trato
a los indígenas por parte de los españoles, en quienes
pesaba la misión de evangelizar y civilizar en las
572”
tierras recientemente descubiertas. La obra de Las
Casas pasa del alegato y de la prédica, al sermón
escandaloso y panfletario. A este tenor pertenece su
“Brevísima relación de la destrucción de las Indias”;
escrita en 1542. Dicha obra fue tomada; sacada de
contexto y exagerada por los enemigos de la
Hispanidad, que la utilizaron como medio para
desprestigiar al Imperio. Así, los países protestantes
adversarios de España actuaron en combinación
contra ella; principalmente Holanda e Inglaterra,
aunque también participaron del infundio Francia y
Alemania. Es de esta manera que se comenzó a hablar
de España como una nación oscura y decadente,
atribuyendo las mencionadas características a la
identidad católica de sus monarcas y su cultura. Los
países nombrados anteriormente disputaban el
predominio marítimo y comercial con España, que era
la potencia de la época (en el siglo XVI y parte del
XVII); y la guerra propagandística y difamatoria que
encararon les servía para ganar terreno en Europa (y
varios siglos después en el mundo entero)”.
582”
Finalmente, nosotros hemos ensayado una
definición de Hispanidad sin ninguna pretensión que la
de hacer un aporte a la comprensión de dicha palabra y
como único remedio contra la crisis metafísica según la
cual se expresaba Marcel de Corte: “La crisis de la
civilización es, en efecto, una crisis metafísica pues la
esencia del hombre y la del mundo no están solamente
conmovidas; están hechas pedazos en piezas separadas
de un conjunto orgánico anterior”
Así; definimos a la Hispanidad como el estado
del espíritu sobre el cual se apoyan los pilares del
Derecho Romano, la filosofía clásica y el catolicismo, la
supremacía de los valores trascendentales del hombre
por sobre todo aquello material e inmanente.
A continuación, y como corolario del presente
capítulo hemos seleccionado un extenso pero necesario
texto de quien acuño el término Hispanidad por vez
primera. Se trata de “Origen del nombre, concepto y
fiesta de la Hispanidad” cuyo autor es Monseñor
Zacarías de Vizcarra: “En varias oportunidades y en
diversas revistas he aclarado conceptos inexactos o
592”
confusamente expresados que corren por los libros y la
Prensa acerca de los orígenes históricos del nombre,
concepto y fiesta de la Hispanidad, por atribuírseme a
mí equivocadamente la invención material de ese
vocablo, al mismo tiempo que se pasan por alto
interesantes circunstancias históricas que señalan el
punto de arranque del hermoso movimiento que se
distingue con dicho nombre. Fue mi gran amigo
D. Ramiro de Maetzu uno de los primeros que me
atribuyeron la creación del vocablo «Hispanidad» en
su libro Defensa de la Hispanidad, publicado a
principios de 1934. El ejemplar que me envió a mi
residencia habitual de Buenos Aires lleva esta
dedicatoria autógrafa: «Al Rev. P. Zacarías de
Vizcarra, creador del vocablo 'Hispanidad' con la
admiración y la amistad de Ramiro de Maeztu.» Y en
la página 19 de la obra se lee: «La palabra se debe a
un sacerdote español y patriota que en la Argentina
reside, D. Zacarías de Vizcarra.»
602”
El inolvidable Cardenal Gomá, en su
famoso discurso del teatro Colón, de Buenos Aires, se
refirió en términos parecidos al origen del vocablo:
«Ramiro de Maeztu –dijo– acaba de publicar un libro en
'Defensa de la Hispanidad', palabra que dice haber
tomado del gran patriota Sr. Vizcarra y que ha merecido
el 'placet' del académico D. Julio Casares.» (Juan Gil
Prieto, O. S. A., «La Sección Española del XXIII
Congreso Eucarístico Internacional», Buenos Aires,
1934, pág. 425.) En el número de febrero de 1936, la
revista madrileña «Hispanidad» repetía la misma idea:
«Mucho y bueno sabe D. Ramiro de Maeztu –escribía–
de la fecunda labor que en la Argentina ha realizado y
sigue realizando el autor de la palabra 'Hispanidad'.»
Con frase más precavida, por recordar quizá alguna de
mis aclaraciones anteriores, escribía así en su obra Ideas
para una filosofía de la historia de España el docto
catedrático D. Manuel García Morente: «¿Cómo
designaremos eso que vamos a intentar definir y
simbolizar?... Existe una palabra –lanzada desde hace
612”
poco a la circulación por monseñor Zacarías de
Vizcarra– que, a mi parecer, designa con superlativa
propiedad eso precisamente que la filosofía de la historia
de España aspira a definir. La palabra aludida es
'Hispanidad'. Nuestro problema puede exactamente
expresarse en los términos siguientes: ¿qué es la
hispanidad?» (Signo, 23 enero de 1943). Veremos en
estas líneas cómo es más aceptable la frase del Dr.
García Morente que las demás antes citadas, aunque
quizá en alguna de ellas se habrá tomado «crear» en el
sentido lato de «lanzar a la circulación», que admite
explicación satisfactoria.
622”
mismo que Hispanismo.» Y a continuación define así
esta otra palabra: «Hispanismo, s. m. Modo de hablar
peculiar de la lengua española, que se aparta de las
reglas comunes de la Gramática. Idiotismus hispanicus.»
Tan antigua es esta palabra en su sonido material, que la
encontramos en el Tractado de Ortographia y
accentos del bachiller Alexo Vanegas, impreso en
Toledo, sin paginación, el año 1531 y conservado como
preciosidad bibliográfica en la Biblioteca de la Real
Academia de la Lengua. «De los oradores –dice
Vanegas– M. Tull. y Quinti. son caudillos de la
elocuencia, aunque no les faltó un Pollio que hallase
hispanidad en Quintiliano», (segunda parte, cap. V).
Más aún: es probable que los romanos del siglo primero
después de Cristo empleasen la palabra «hispanitas»
(hispanidad) para designar los giros hispánicos del latín
de Quintiliano, en el mismo sentido que el propio
Quintiliano usa la palabra «patavinitas» (paduanidad) al
hablar del latín, de Tito Livio. «Pollio –dice– deprehendit
in Livio patavinitatem», es decir: «Polión encontró
632”
patavinidad (paduanidad) en Livio.» (De Institutione
Oratoria, libro I, cap. V).Pero date o no date del siglo
primero la materialidad de la palabra «Hispanidad» lo
cierto es que no tenía la significación que luego se le ha
dado, y era además inusitada hasta en su acepción
gramatical. ¿Cuándo y por qué se desenterró esta
palabra y se le infundió vida nueva, para encarnar dos
conceptos modernísimos? Esto es lo que tratan de
aclarar las presentes líneas.
642”
octubre de 1915 por primera vez con el nombre de Día de
la Raza en dicha Casa Argentina. El documento impreso
que cita está encabezado así: «Casa Argentina. –Calle de
las Naciones de Indias Occidentales. –Carretera de Palos
a La Rábida. –Club Palósfilo. –Hijas de Isabel. –Día de
la Raza, 12 de octubre de 1915.» Luego se copian unos
versos del mismo poeta Barreda alusivos a las carabelas
de Colón y se exponen las razones de la nueva festividad,
epilogadas con este apóstrofe a España: «Reunidos en la
Casa Argentina los Palósfilos y las Hijas de Isabel en
este Día de la Raza, hacemos votos para que con tus
hijas las Repúblicas del Nuevo Mundo formes una
inteligencia cordial. Y un abrazo fraterno sea el lazo de
unión de los defensores de la Ciencia, el Derecho y la
Paz.» Esta iniciativa encontró eco en América, y sobre
todo en Buenos Aires, aunque no todos los que allí
aplaudíamos la sustancia de la fiesta estábamos de
acuerdo con el nombre con que se la designaba. Con
fecha 4 de octubre de 1917, el Gobierno de la nación
argentina, con la firma del presidente y de todos los
652”
ministros, declaró fiesta nacional el 12 de octubre, dando
estado oficial a la afortunada iniciativa particular nacida
dos años antes en una Casa Argentina. Aunque en el
texto del famoso y magnífico Decreto del Gobierno
nacional no se habla de Día de la Raza ni se menciona
siquiera la palabra «raza», sin embargo, la mayor parte
de la Prensa se sirvió de aquella denominación, y se
tituló «Himno a la Raza» el que compuso para el 12 de
octubre del mismo año el patriota español don Félix
Ortiz y San Pelayo, y fue cantado solemnemente en el
teatro Colón por cinco masas corales reunidas. Por las
razones que luego indicaré no me satisfacía el nombre de
Día de la Raza, que iba adquiriendo cada vez mayor
difusión. Era necesario encontrar otro nombre que
pudiera reemplazarlo con ventaja. Y no hallé otro mejor
que el de «Hispanidad», prescindiendo de su anticuada
significación gramatical y remozándola con dos
acepciones nuevas, que describía yo así en una revista de
Buenos Aires que no tengo a mano ahora en Madrid,
pero que encuentro citada en la mencionada
662”
revista Hispanidad de Madrid, en el número de 1 de
febrero de 1936: «Estoy convencido –decía en ella– de
que no existe palabra que pueda sustituir a
'Hispanidad'... para denominar con un solo vocablo a
todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades
que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta
analogía entre la palabra 'Hispanidad' y otras dos voces
que usamos corrientemente: 'Humanidad' y
'Cristiandad'. Llamamos 'Humanidad' al conjunto de
todos los hombres, y 'humanidad' (con minúscula) a la
suma de las cualidades propias del hombre. Así decimos,
por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a
los que obran sin humanidad. Asimismo llamamos
'Cristiandad' al conjunto de todos los pueblos cristianos
y damos también el nombre de 'cristiandad' (con
minúscula) a la suma de las cualidades que debe reunir
un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil que definir
las dos acepciones análogas de la palabra 'Hispanidad':
significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los
pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por
672”
Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo
lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto
de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y
cultura hispánica.»
682”
gramatical de siempre, en esta forma: «Hispanidad, f.,
ant. Hispanismo.» Hubo que esperar a la decimasexta
edición, divulgada oficialmente en 1939, para encontrar
una nueva definición oficial de esta palabra que supone
un progreso en la materia, aunque no nos parece todavía
suficiente clara ni completa. Dice así: «Hispanidad, f.
Carácter genérico de todos los pueblos de lengua y
cultura española. 2. ant. Hispanismo.» Esperamos que el
progreso iniciado se completará en sucesivas ediciones
del Diccionario oficial.
692”
asociamos instintivamente a la palabra su sentido
fisiológico, y nos suena como cosa absurda hablar de
«nuestra raza» a un conglomerado de pueblos integrados
por individuos de muy diversas razas, desde las blancas
de los europeos y criollos hasta las negras puras,
pasando por los amarillos de Filipinas y los mestizos de
todas las naciones hispánicas. En realidad, ni siquiera
los habitantes de la Península Ibérica pertenecen a una
sola raza. Desde los tiempos prehistóricos viven en
España pueblos dolicocéfalos, braquicéfalos y
mesocéfalos de las más diversas procedencias, que los
historiadores no han sido capaces de fijar. A la variedad
de las razas prehistóricas se añadió luego la mezcla de
fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos,
árabes, que ha hecho cada vez más absurda la pretensión
de catalogar racialmente a los mismos españoles
peninsulares. Son, pues, inevitables las sonrisas cuando
se habla de «nuestra raza» ante un auditorio de blancos,
negros y amarillos y aceitunados, sobre todo si no es
blanco el orador. Por otra parte, tiene algo de matiz
702”
peyorativo para las demás razas del mundo el que
nuestra supuesta «raza» no se llame «esta» o «aquella»
raza determinada, sino precisamente LA RAZA por
antonomasia. No es necesario insistir más para ver las
razones que me movieron a escribir que me parecía
«poco feliz y algo impropio» el nombre puesto
originariamente al Día de la Raza. Lo he podido
comprobar experimentalmente en varias partes de
América durante mi estadía de veinticinco años en ella.
712”
distinción a todos los hombres de todas las razas, como
miembros de una sola familia humana. Es una
denominación que a todos honra y a nadie humilla.
Todas las naciones hispánicas han heredado un
patrimonio común, transmitido por antepasados
comunes, aunque luego cada una de ellas haya
aumentado su herencia con nuevos bienes y nuevas
glorias, que constituyen el patrimonio intangible y
soberano de cada una de ellas. Pero así como en las
varias familias procedentes de un tronco ilustre la
existencia de distintos patrimonios privados no impide el
amor y culto de las glorias que abrillantan la común
prosapia, así también en las naciones, sin menoscabo de
las glorias privativas de cada una, cabe el amor y culto
del patrimonio común, sobre todo cuando es necesaria la
colaboración de todos los herederos para conservarlo y
defenderlo.
722”
simpático de nuestra gran familia de naciones y
constituye una invitación para el estudio y cultivo del
patrimonio común, que a todos enorgullece y a todos
aprovecha.
732”
«El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el
creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de
la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el
honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así,
que nace obligadamente en las relaciones con los demás,
sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez
supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante,
los héroes españoles e hispanoamericanos son de su
noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante
vitalidad de la Edad Media española, corriéndose
impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la
raíz histórica... La hispanidad no fue nunca la
concepción de la raza única e invariable, ni en la
Península ni en América, sino, por el contrario, la
mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en
oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha
dejado de ser el mito del imperio geográfico... La
hispanidad no es forma que cambia, ni materia que
muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad:
mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con
742”
las edades, sector del universo en que sus hombres se
sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que
es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales
comunes a realizar, que es el porvenir.» (El Diario
Español, Buenos Aires, 14 de octubre de 1935, página 2.)
752”
humanas virtudes españolas.» (El Diario Español,
página citada).
762”
hermandad y colaboración entre los grupos más selectos
de la Hispanidad Católica, prescindiendo de razas y
colores mudables, para afianzar más las esencias
inmutables del espíritu hispánico.
Conclusión
772”
CAPITULO III
LA DECADENCIA DE OCCIDENTE.
792”
- Individualismo: Citamos nuevamente a Rene
Guenon: “Lo que entendemos por «individualismo», es
la negación de todo principio superior a la
individualidad, y, por consiguiente, la reducción de la
civilización, en todos los dominios, únicamente a los
elementos puramente humanos; así pues, en el fondo,
es la misma cosa que lo que, en la época del
Renacimiento, se ha designado bajo el nombre de
«humanismo», como lo hemos dicho más atrás, y es
también lo que caracteriza propiamente a lo que
llamábamos hace un momento el «punto de vista
profano». Todo eso, en suma, no es más que una sola
y misma cosa bajo designaciones diversas; y hemos
dicho también que este espíritu «profano» se confunde
con el espíritu antitradicional, en el cual se resumen
todas las tendencias específicamente modernas. Sin
duda, no es que este espíritu sea enteramente nuevo;
ha habido ya, en otras épocas, manifestaciones suyas
más o menos acentuadas, pero siempre limitadas y
aberrantes, y que no se habían extendido nunca a todo
el conjunto de una civilización como lo han hecho en
802”
Occidente en el curso de estos últimos siglos. Lo que
no se había visto nunca hasta aquí, es una civilización
edificada toda entera sobre algo puramente negativo,
sobre lo que se podría llamar una ausencia de
principio; es eso, precisamente, lo que da al mundo
moderno su carácter anormal, lo que hace de él una
suerte de monstruosidad explicable solamente si se
considera como correspondiendo al fin de un periodo
cíclico, según lo que hemos explicado primeramente.
Así pues, es efectivamente el individualismo, tal como
acabamos de definirle, el que es la causa determinante
de la decadencia actual de Occidente, por eso mismo
de que es en cierto modo el motor del desarrollo
exclusivo de las posibilidades más inferiores de la
humanidad, de aquellas cuya expansión no exige la
intervención de ningún elemento suprahumano, y que
incluso no pueden desplegarse completamente más
que en la ausencia de un tal elemento, porque están en
el extremo opuesto de toda espiritualidad y de toda
intelectualidad verdadera (…) Puesto que hemos
hablado de la filosofía, señalaremos todavía, sin entrar
812”
en todos los detalles, algunas de las consecuencias del
individualismo en este dominio: la primera de todas
fue, por la negación de la intuición intelectual, poner
la razón por encima de todo, hacer de esta facultad
puramente humana y relativa la parte superior de la
inteligencia, o incluso reducir la inteligencia toda
entera a la razón; eso es lo que constituye el
«racionalismo», cuyo verdadero fundador fue
Descartes. Por lo demás, esta limitación de la
inteligencia no era más que una primera etapa; la
razón misma no debía tardar en ser rebajada cada vez
más a un papel sobre todo práctico, a medida que las
aplicaciones le tomaron la delantera a las ciencias que
podían tener todavía un cierto carácter especulativo; y,
Descartes mismo, ya estaba en el fondo mucho más
preocupado de esas aplicaciones que de la ciencia
pura. Pero eso no es todo: el individualismo entraña
inevitablemente el «naturalismo», puesto que todo lo
que está más allá de la naturaleza está, por eso mismo,
fuera del alcance del individuo como tal; por lo demás,
«naturalismo» o negación de la metafísica, no son más
822”
que una sola y misma cosa, y, desde que se desconoce
la intuición intelectual, ya no hay metafísica posible;
pero, mientras que algunos se obstinaron no obstante
en edificar una «pseudometafísica» cualquiera, otros
reconocían más francamente esta imposibilidad; de
ahí el «relativismo» bajo todas sus formas, ya sea el
«criticismo» de Kant o el «positivismo» de Augusto
Comte; y, puesto que la razón misma es
completamente relativa y no puede aplicarse
válidamente más que a un dominio igualmente
relativo, es evidentemente cierto que el «relativismo»
es la única conclusión lógica del «racionalismo». (…)
Quien dice individualismo dice necesariamente
negación a admitir una autoridad superior al
individuo, así como una facultad de conocimiento
superior a la razón individual; las dos cosas son
inseparables la una de la otra. Por consiguiente, el
espíritu moderno debía rechazar toda autoridad
espiritual en el verdadero sentido de la palabra, que
tiene su fuente en el orden suprahumano, y toda
organización tradicional, que se basa esencialmente
832”
sobre una tal autoridad, cualquiera que sea por lo
demás la forma que revista, que difiere naturalmente
según las civilizaciones. Eso es lo que ocurrió en
efecto: a la autoridad de la organización calificada
para interpretar legítimamente la tradición religiosa de
Occidente, el Protestantismo pretendió substituirla por
lo que llamó el «libre examen», es decir, la
interpretación dejada al arbitrio de cada uno, incluso
de los ignorantes y de los incompetentes, y fundada
únicamente sobre el ejercicio de la razón humana. Era
pues, en el dominio religioso, el análogo de lo que iba
a ser el «racionalismo» en filosofía; era la puerta
abierta a todas las discusiones, a todas las
divergencias, a todas las desviaciones; y el resultado
fue lo que debía ser: la dispersión en una multitud
siempre creciente de sectas, cada una de las cuales no
representa más que la opinión particular de algunos
individuos”.
-Feminismo: El ataque a la familia, a la vida, a
través, por ejemplo de la doctrina del género es un
ejemplo de ello. ¿Pero qué es la doctrina de género y
842”
por qué decimos que se enfrentan esta cosmovisión
materialista, atea, hedonista, mundialista de la cultura de
la muerte, contra la cosmovisión católica de la cultura
de la vida? Porque la ideología de género recoge la
interpretación de Friedrich Engels, expresada en su libro
“El origen de la familia”, donde relata la historia de la
mujer en relación con la técnica según la cual, la
propiedad privada convierte al hombre en propietario de
la mujer. En la familia patriarcal fundada sobre la
propiedad privada, la mujer es explotada y oprimida por
el hombre. Por ende, el proletariado y las mujeres se
convierten en dos clases oprimidas. La liberación de la
mujer –sostiene Engels- pasa por la destrucción de la
familia y su ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará
su lugar en la sociedad de producción, ya sin el yugo
marital ni la carga de la maternidad.
El feminismo radicalizado reinterpreta la
historia bajo una perspectiva dialéctica neo-marxista,
identificando a la mujer con la clase oprimida y al
hombre con la opresora. El matrimonio monógamo es la
síntesis y expresión del dominio patriarcal y toda
852”
diferencia es entendida como sinónimo de desigualdad,
por lo que es preciso acabar con ella. "El primer
antagonismo de clases de la historia coincide con el
desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer
unidos en matrimonio monógamo, y la primera
opresión de una clase por otra, con la del sexo
femenino por el masculino" (Friedrich Engels, “The
origin of the Family, Property and the State")
862”
son elementos válidos. Es hora de tomar conciencia que
el ataque a la familia, es un ataque a la sociedad en su
conjunto, ya que es justamente la familia la que debe
fomentar de un modo ejemplar aquellos sentimientos y
valores que son propios de la vida en comunidad, como
son el amor y la fidelidad, el respeto y la confianza. La
familia es parte y miembro del estado, y está destinada a
formarlo, ya que conserva y engrandece la Nación
gracias a su fecundidad. Es una célula de la sociedad
aunque antropológica y teológicamente es anterior a
ella. Por esto afirmamos que la institución familiar tiene
derechos naturales y a su vez, el Estado tiene
obligaciones para con ella. El Estado debe respetar y
amparar a la familia y sus derechos fundamentales;
proteger incondicionalmente los valores que aseguran la
misma: el orden, la dignidad humana, la salud y el
bienestar, favorecerla de todos los modos que estén a su
alcance. El fundamento de estas obligaciones es el
carácter natural de la familia y la misión misma del
estado de velar por el bien común.
872”
La estrategia de debilitar la figura de la mujer
como forma de atacar la estructura familiar, no es
nueva. Si se examina la historia se puede ver claramente
que en la decadencia de toda civilización cuando se
comienza a vislumbrar un cambio de poder y/o
modelos, surge el tema de la destrucción de la familia.
Para lograr el objetivo se recurre previamente a la
degradación de la mujer, se procura despojarla de toda
vergüenza, proclamar su “liberación”, el derecho a que
ejerzan “el amor libremente”, su igualdad con el hombre
en su papel en la vida (violando el orden natural), y la
exaltación “del feminismo militante”. En su afán de
disociación, el imperialismo y las entidades que
responden al Nuevo Orden Mundial, apuntan a hacer
estragos en la primera célula social; transformando a la
sociedad toda, en un cuerpo enfermo, proclive a todo
quebrantamiento. Además del ataque a la mujer, se
busca debilitar la célula familiar a través de campañas
que promuevan la pornografía, la homosexualidad, etc.
Todos estos signos indican una profunda decadencia
moral, con el agravante de que estos elementos están al
882”
servicio de la penetración cultural que proviene del
exterior. Los medios de comunicación no son más que
usinas de transmisión por las cuales se pretende igualar
el concepto de libertad, con el de libertinaje. Se le rinde
culto al lema de “prohibido prohibir”, partiendo de la
falsa premisa de que el hombre no tiene espíritu y por
ende no hay nada que proteger. Este materialismo
desemboca en un inhumano permisivismo en el que
“todo vale”, aceptando por ejemplo a los sodomitas con
el alegre eufemismo de “gays”. De esta manera se llega
a la ridiculez de que sea elegida como mujer del
año…un travesti!!! Detrás de la manipulación de la
sexualidad se esconde, como se ha dicho, un auténtico
intento de cambio social y cultural. Esta presencia del
homosexualismo desafiante y militante tiene el patético
signo del modernismo que; primero negó a la Iglesia,
luego a Dios, y ahora intenta destruir al hombre mismo,
aunque esto engendre tal vez, su propio final. Ante
semejante cuadro, no dudamos en rescatar el concepto
cristiano de mujer en su acepción de señora, esposa y
madre de familia, sin por esto negarle el correcto
892”
desempeño que puede lograr en las ramas del saber, el
comercio, la política, o las instituciones sociales.
Reivindicamos el concepto de familia según el cual esta
es una primera comunidad social y estable de padres
(hombre y mujer) e hijos, de orden natural, sagrado e
indisoluble.
-Igualitarismo: Creemos que es consecuencia
directa de la masificación, del mensaje único y
políticamente correcto, que todos repiten para no ser
estigmatizados. Creen ser libres pero son esclavos del
sistema.
-Consumismo: El afán por tener el último
producto que salió al mercado, aunque sea banal e
innecesario. Si está a la venta hay que comprarlo. Típico
de sociedad capitalista de consumo. Como el hombre
moderno se encuentra vacío desde lo espiritual, busca
llenar ese espacio con la materia. Con objetos de
consumo.
-Hedonismo: Invoca una corriente filosófica que
se caracteriza por postular que el bien, como valor, va
de la mano del placer. Esta falsa moral cree que el
902”
hombre encuentra la felicidad en todo aquello que le
genere placer aquí y ahora.
-Relativismo: La verdad no existe. Todo es
relativo y subjetivo. Lo que para una persona puede ser
cierto para otra no. Y sin un absoluto no hay jerarquía,
no hay valores, no hay moral. En síntesis, hay anomia.
Hay decadencia. Todo puede ser válido y opinable. Así
lo expresaba magistralmente ese genio que fue el Padre
Castellani: “Opinión es una afirmación no cierta,
basada en argumentos válidos, mas no evidentes,
opuestos a otros también válidos. Por ejemplo: "Yo
opino que las neurosis son psicosomatogénicas, otros
doctores opinan que son todas psicogénicas, otros que
son todas somatogénicas. Opinión no es cualquier
afirmación lanzada al aire porque sí, por
charlatanismo o temeridad de botarate; eso es
macaneo. No confundir, pues, el derecho de opinar y
el derecho de macanear, que es lo que hizo el
liberalismo. ¿Quién tiene derecho a opinar? No todo
hombre sobre todo tema, sino los entendidos sobre
aquello que entienden. Sólo ellos deben tener una
912”
libertad de opinar que merezca consideración
política”.
-Inmanentismo: Este hombre moderno aferrado
a la materia, aturdido en la razón y nublados sus
sentidos no ve más allá que el día de hoy. El pasado lo
aburre y el futuro lo espanta. La idea de finitud puede
ser disparador de alteraciones psicológicas. No hay otra
vida. No existe lo trascendente. No hay nada superior.
Todo termina con la muerte. Decía el Padre Sáenz: “A
primera vista parece absurdo querer compaginar el
espíritu de inmanencia con la Revelación cristiana,
porque si todo debe permanecer dentro del
pensamiento y de la propia voluntad autosuficientes,
no se ve cómo sería aceptable una verdad que viniese
de lo alto, fuera del alcance de cualquier tipo de
"verificación" intelectual o empírica. Sin embargo
ello se ha intentado, y con resultados nefastos. Porque,
como dice Caturelli, si el método de inmanencia,
aplicado a la filosofía, conduce fatalmente al ateísmo,
si se aplica al orden sobrenatural, negándose la
distinción entre naturaleza y gracia, se llega
922”
inevitablemente a la "muerte" del Dios vivo y a la
disolución de la teología. En adelante es el hombre, y
no ya Dios, el centro de la reflexión teológica. Se
cumple así aquello de Nietzsche de que la muerte de
Dios es el hito necesario para que el hombre viva. La
teología se vuelve antropología y la conciencia
humana ocupa el lugar del Verbo”.
-Indigenismo: Es una maniobra de los grandes centros
de poder mundial para crear fracturas, crisis de
identidad, separatismos y de ser posible, secesión en los
países que son de su incumbencia por razones políticas
y a los que aspiran a dominar. Se intenta convencer a los
hombres que su identidad no es tal, sino que proviene de
“pueblos originarios” que fueron víctimas de un
genocidio por lo que sus descendientes tienen derecho a
la tierra, la autonomía y hasta una reparación material.
Entendemos claramente que estos “ismos” a los
que señalamos no son otra cosa que la causa directa de
un acto voluntario desordenado de la voluntad. La
misma sigue a la razón que se aparta de su regla y de la
ley divina y persigue un bien temporal. Y de este modo
932”
se produce un desorden como efecto del defecto de
dirección de la voluntad.
Pero dado que los sentidos pueden inclinar los
apetitos sensibles y estos arrastrar a la misma
inteligencia y voluntad, entonces se debe decir que
también ellos constituyen una causa interna, aunque
remota, del pecado. Así Santo Tomás distingue como
causas interiores del pecado la ignorancia del
entendimiento, las pasiones del apetito sensitivo y la
malicia de la voluntad. Todo pecado es un actuar
“contra naturam”, contra la naturaleza humana. El
objeto de la voluntad natural es el bien de la razón, por
eso el obrar un mal no es conforme a la tendencia
natural.
El mal es actuar contra la razón. En efecto, dado
que el bien es actuar según la propia forma y la forma
del hombre es su alma racional, de esto se desprende
que el mal sea un ir en contra de la misma razón. El
pecado es una conversión y una aversión al mismo
tiempo. Conversión a un bien finito, perecedero, y una
aversión a Dios, el Bien. El pecado es un acto humano
942”
malo, es decir, un acto voluntario separado de su regla o
medida. La “raíz” del pecado sea considerada la avaricia
y la soberbia el “principio”: la primera por la conversión
a un bien perecedero en que consiste el pecado, la
segunda respecto a la aversión a Dios que conlleva.
Frente a esta decadencia, el Occidente Hispano
Católico que postulamos propone aquellas viejas y
queridas virtudes teologales enseñadas por los padres de
la iglesia.
Por encima de todas las virtudes naturales,
entonces, se dan tres grandes virtudes teologales: fe,
esperanza y caridad, la primera reside en la inteligencia
y las otras dos en la voluntad. Estas virtudes infusas
provienen de la vida de Dios en el hombre y por lo tanto
son proporcionadas a la vida sobrenatural y tienen por
objeto a Dios mismo en su vida íntima. Por eso también
pueden ser llamadas virtudes divinas. Son infundidas
sólo por Dios y sólo son conocidas por la Revelación.
-Fe: Es el acto por el cual la inteligencia asiente
a verdades que no le son evidentes en base al testimonio
de una autoridad fidedigna; la inteligencia es movida
952”
por la voluntad libre en el acto de creer y ésta, a su vez,
es movida por Dios. El creer de la fe, al que aquí nos
referimos, es algo totalmente distinto. Es afirmar como
verdad algo cuya evidencia no nos consta pero con un
grado de certeza total. Así lo explica J. Piepper: “ (…)
creer significa lo mismo que tomar posición respecto a
la verdad de algo dicho y a la real efectividad del
contenido a que se refiere lo que se dice; expresado
con más exactitud, creer quiere decir que se tiene una
afirmación por verdadera y lo afirmado por real, por
objetivamente auténtico”. Este acto de asentimiento
conlleva, de esta manera, dos elementos fundamentales:
La no evidencia de una realidad objetiva para el que
cree, el no tener a la vista algo, pero, al mismo tiempo,
la incondicional aceptación de que es verdad. El que
cree tiene certeza, seguridad en la verdad y realidad de
lo creído.
-Esperanza: Es la virtud teologal, infundida por
la gracia de Dios, que lleva a confiar con plena certeza
en la consecución de la vida eterna contando con los
962”
medios necesarios para ello apoyados en el auxilio
divino.
-Caridad: Virtud teologal que Dios infunde en la
voluntad por la cual se ama a Dios por Él mismo sobre
todas las cosas y a uno mismo y al prójimo por Dios. Es
una virtud teologal ya que el amor al que inclina es
motivado por Dios aun cuando se refiere a las creaturas.
“Los actos y los hábitos se especifican por los
objetos, como está dicho. Es objeto propio del amor el
bien, como hemos visto; por eso, donde se encuentra
especial razón de bien, allí se da razón especial de amor.
Y, pues, el bien divino, en cuanto objeto de
bienaventuranza, ofrece razón especial de bien, por
tanto, el amor de caridad, que es el amor de este bien, es
un amor particular, y así la caridad es especial virtud”.
Por la caridad se ama en primer término a Dios,
sobre todas las cosas, y en segundo lugar, derivado de
este amor, a las creaturas racionales.
Hasta aquí la clara contraposición del Occidente
decadente modernista en relación al Occidente Hispano
Católico. Lamentablemente la decadencia viene
972”
prevaleciendo y arrastrando a su paso más de dos mil
años de tradición. Inconsciente se yergue orgulloso este
“homo economicus” pletórico de soberbia sobre las
ruinas de lo que él cree que es una sociedad en plena
evolución y desarrollo. ¿Será realmente así? ¿La
humanidad ha evolucionado o involucionado?
Triste sería descubrir, que tras miles de años de
existencia, el hombre aún sigue cometiendo el mismo
pecado original que nuestros primeros padres. Y esto a
pesar del bautismo, que vendría a limpiar nuestra alma
de aquel pecado que acarreamos por el simple hecho de
ser hombres. “El pecado original fue un pecado de
soberbia. El pecado de Adán y Eva es un pecado muy
frecuente hoy día. Hombres y mujeres autosuficientes,
independientes, rebeldes a toda norma, orden o
mandato, aunque venga del Papa. Para ellos sólo vale
lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren. No se
someten a nadie. Quieren ser como dioses. Ése fue el
pecado de Adán y Eva”.
Es que resulta evidente que la humanidad ha
evolucionado (tanto en lo que hace al paso del tiempo;
982”
como a los adelantos en la ciencia, tecnología,
comunicación, etc) desde aquellas edades primitivas de
la historia hasta la actual civilización postmoderna. Sin
embargo, con una simple mirada al hombre –como
sujeto de la historia y fundamento de la civilización –
estos avances en materia científica no se traducen en un
adelanto en lo que hace a lo espiritual, en tanto la
persona está constituida por cuerpo y alma. Más por el
contrario, podemos afirmar que a la evolución material
corresponde simétricamente una involución en materia
axiológica.
Sobre el particular afirma el Padre Sáenz, “En
el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su
autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era
posible sino en el grado en que el hombre tenía
conciencia, en lo más profundo de su ser, de su
verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que por
encima de él había instancias superiores. Su
perfeccionamiento humano sólo resultaba factible
mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas”.
Complementariamente, aporta el citado Padre Sáenz
992”
que: “Dos hombres dominan el pensamiento de los
tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con
genial acuidad las dos formas concretas de la
autonegación y autodestrucción del humanismo. En
Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se
desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo
la forma colectivista. Ambas formas han sido
engendradas por una sola y misma causa: la
sustracción del hombre a las raíces trascendentes y
divinas de la vida”.
A todas estas etapas de un mismo proceso (de
secularización) y sus protagonistas, agregamos nosotros
el importante y clave rol que juega Gramsci, como
impulsor de la inmanencia y estratega de la subversión
de los valores y cambios en el sentido común a través de
la cultura.
Bien decía Rene Guenon: “La civilización
occidental moderna aparece en la historia como una
verdadera anomalía: entre todas aquellas que nos son
conocidas más o menos completamente, esta
civilización es la única que se ha desarrollado en un
1002”
aspecto puramente material, y este desarrollo
monstruoso, cuyo comienzo coincide con lo que se ha
convenido llamar el Renacimiento, ha sido
acompañado, como debía de serlo fatalmente, de una
regresión intelectual correspondiente”.
Pero retomando al tema central, el pensador
ruso Berdiaeff sostenía: “A fuerza de atribuir
suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse
y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad
de los problemas, llega el hombre a la negación y a la
autodestrucción de su propia capacidad de inteligir.
Perdido su centro espiritual y negado el origen
trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos
divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su
capacidad de entender”.
Estas reflexiones nos dejan una serie de
interrogantes que cada quien responderá de diferente
manera (otro signo más del relativismo que caracteriza
la modernidad). ¿Acaso son incompatibles la razón con
la fe? ¿La humanidad ha sustituido a Dios por la razón?
¿Puede el hombre vivir sin Dios? ¿Existe Occidente, u
1012”
Occidente es la Hispanidad? Y finalmente…¿es posible
una restauración a los valores trascendentales que
logren re-ligar al hombre con su Creador?
Las respuestas a estas preguntas, para nosotros
están en Dios uno y trino. La restauración será la vuelta
a la tradición, o finalmente, en la parusía, al decir del
Padre Castellani.
1022”
COLOFON
1042”
BIBLIOGRAFIA
1062”
- PERON, Juan Domingo, Obras
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por Castellani, Mendoza, Juaja, 1999.
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