Está en la página 1de 108

OCCIDENTE

CONTRA
OCCIDENTE

12”
Addisi, Federico Gastón
Occidente contra Occidente /
Federico Gastón Addisi ; prefacio de Diego Mazzieri. -
1a ed revisada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : el
autor, 2015.
107 p. ; 13 x 18 cm.

ISBN 978-987-33-9218-4

1. Historia. 2. Filosofía. I. Mazzieri, Diego, pref. II.


Título.
CDD 109

22”
Este libro fue impreso en: "La Imprenta Digital SRL"
www.laimprentadigital.com.ar
Calle Melo 3711 Florida, Provincia de Buenos Aires
En el mes de DICIEMBRE del año 2015.

32”
AGRADECIMIENTOS:

Al Doctor Diego Mazzieri que gentilmente prologó la


obra. Al Doctor y amigo de FE de las JONS, Jorge
Garrido San Román por sus comentarios, correcciones e
ideas.

DEDICATORIA:

A mis hijos Juan Ignacio y Juan Manuel. Para ellos, que


son la Patria chica y la luz de mi vida, es todo el
esfuerzo.
A mis padres que hacen de mi lo que soy.
A Dios Nuestro Señor que me da fuerzas para librar el
buen combate.

42”
PROLOGO

Introducir la obra “Occidente contra Occidente” es de


arduo cometido puesto que requiere deber participar de
sus dos mejores virtudes, tanto académicas como
literales: totalidad de contenido mediante poder de
síntesis. Y la obra de Federico Addisi logra ambas cosas
en una temática tan compleja que a nivel histórico data
de siglos y a nivel filosófico de los más variados y
cuantiosos pensadores. La presente obra debería ser
material de estudio obligatorio en toda carrera de
ciencia humanista, no sólo por reunir todos los
requisitos académicos, sino además porque abre una
línea de pensamiento que no se estudia ni siquiera en las
universidades de derecho y ciencias sociales en algo que
debería ser materia introductoria básica: ¿qué es
Occidente? Actualmente en los círculos universitarios
y/o académicos sólo se identifica la temática mediante
una descripción remontada meramente a aspectos
geográficos del planisferio o de puntos geográficos; y
atento a que estudiar la cuestión de marras desde

52”
aspectos filosóficos, históricos, tradicionales, y/o
teológicos, exhibe como elocuente prueba las
contradicciones derivadas del mundo globalizado en
tanto premisas anti filosóficas, anti religiosas y anti
culturales, amén de las propuestas geopolíticas,
económicas y financieras de lo que se da en llamar
como “Nuevo Orden Mundial”, artífice de la
inmanencia, el hedonismo y el materialismo. Todas esas
contradicciones de marras, son estudiadas y descriptas
cabalmente por el autor, quien no sólo que desdeña
centrar el punto neurálgico de descripción de la cuestión
en meros puntos geográficos, sino que además para él la
esencia occidental no se remonta a cuestiones de latitud
y longitud sino en la participación de los valores
trascendentes, quid de la cuestión que las dictaduras del
pensamiento único no se detienen a estudiar como lo
hace Federico Addisi, pensador que contrapone al
occidente decadente modernista, con el genuino
Occidente Hispano y Católico.
La importancia de la obra, radica en que revela las
razones de la decadencia de occidente no sólo desde sus
62”
consecuencias que lo ejemplifican, sino denunciando las
causas que las gestan.
El autor es artífice no sólo de esta obra que nos compete
sino de un sinnúmero de escritos partícipes del
“pensamiento nacional”; el cual no es otra cosa que
parte del genuino pensamiento “occidental”.

DIEGO CEFERINO MAZZIERI

72”
INTRODUCCION

La quiebra de valores con la consecuente


“desaparición” de la ciencia axiológica en nuestra
cultura occidental hace trascendental develar si la
misma es aún reflejo de la cosmovisión católica, como
antaño lo fuere, o si por el contrario, se ha producido un
divorcio difícil de subsanar.
Y si de valores hablamos resulta evidente
contrastar lo que la modernidad entiende por ellos con
lo que desde nuestra óptica realmente resulta valorable.
Y en este ejercicio intelectual, que obliga a una
introspección en el plano espiritual, aparecen
claramente las causas y consecuencias que distanciaron
al hombre moderno de su parte espiritual, trascendental,
en definitiva, de Dios mismo.
Y si como afirmamos, el hombre es la
composición de cuerpo y alma, es vital entender por qué
y cómo éste, para los cenáculos de la ideología
imperante, se ha vuelto sólo materia.

82”
Así está planteada la interpelación, que
suponemos, de acuciante actualidad y fundamental
importancia, iniciamos este ensayo que no busca agotar
un tema que nos supera, sino introducir al lector en una
aproximación al mismo.

92”
CAPITULO I
¿QUÉ ES OCCIDENTE?

Creemos que lo que ocurre en la modernidad, y


por ende, en el hombre que en ella se expresa es un
profundo problema espiritual. Y si decimos esto, desde
ya que situamos, fundamentalmente, el presente estudio
en lo filosófico-teológico. Y el enfoque teológico,
católico, nos fue llevando en el desarrollo del trabajo a
la filosofía perenne que lo sustenta. Los clásicos, la
patrística, la escolástica, y allí el enlace con la
Antropología Filosófica. La decadencia que ya se nos
presenta como evidente, tiene su correlato en hechos
concretos, puesto que la ética modernista en la que el
relativismo es bandera es reflejo de esta sociedad de la
inmanencia, el hedonismo y materialismo.
A esta degradación del “ser” nos fue arrastrando
lo que hoy se conoce como Occidente. ¿Pero es así
realmente? Para desmadejar el asunto tenemos que
definir el objeto de estudio. Por lo tanto: ¿Qué es
Occidente?
102”
En una primera aproximación, citamos al
filósofo Alberto Buela que sostiene: “Posee según
nuestro criterio, los rasgos fundamentales siguientes:
a- El indo europeo como sustrato linguistico
fundamental irrecusable. Y aunque quiere verse allí
cierto matiz oriental, ha sido, en definitiva Occidente
que le ha dado el carácter operatorio. b- La noción de
ser aportada por la filosofía griega, que como se ha
podido con justeza afirmar “el problema de ser-en el
sentido” ¿Qué es el ser? Es el menos natural de todos
los problemas…aquel que las tradiciones no
occidentales jamás presintieron ni barruntaron. c- La
concepción del ser humano como persona, esto es
como un “ser moral libre” como gustaba definirla
Max Scheller. Este concepto conjuntamente con aquel
de la propiedad privada, como el espacio de expresión
de la voluntad libre según la definición de Hegel, son
el núcleo de una antropología que nos ha llegado
directamente del Imperio Romano a través de su
concepción jurídica. d- El Dios uno y trino, personal y
redentor, como el aporte más propio del cristianismo.
112”
e- La instrumentación de la razón humana como
poder científico y tecnológico que ha dado hasta el
presente la primacía a Occidente sobre Oriente”. En la
misma línea, podemos tomar una segunda definición,
quizás más clara que la primera, extraída del eminente
filósofo y pensador del nacionalismo católico argentino,
nos referimos a Jordán Bruno Genta - asesinado por la
guerrilla marxista del ERP en la década del 70-, quien
señalaba los elementos constitutivos de Occidente:
“Occidente es aquello que se nutre de tres grandes
fuentes. Lo heredado a través de España, la
cristiandad, la filosofía clásica de Platón, Sócrates y
Aristóteles, cristianizada –si se permite el término- por
la patrística y la escolástica, en particular por San
Agustin y Santo Tomas, y es finalmente, el derecho
romano”. Sin embargo, conviene insistir en que el
emérito profesor se refería a los constitutivos; esto es,
aquellos elementos que hicieron a Occidente, pero que a
nuestro criterio, Reforma Protestante mediante, ya no
son los mismos que priman hoy día.

122”
Es lamentable e inconmensurable el daño de la
Reforma de Lutero, que a su vez dio origen a lo que
llamamos las tres grandes revoluciones. Todas ellas,
hijas de este primer cisma de la fe. Este tema se
encuentra muy bien desarrollado por un gran teólogo
que posteriormente se terminaría apartando de la recta
doctrina en un imprescindible libro “Los Tres Grandes
Reformadores”, y nos referimos, claro está, a Jacques
Maritain. Allí exponía que dichos reformadores fueron
Lutero, Descartes y Rousseau, y en la página número 3
de su libro, ya desnudaba su eje central sosteniendo que:
“Tres personas por razones muy diversas dominan el
mundo moderno y están a la cabeza de todo lo que lo
atormentan, Un reformador religioso, uno filosófico y
un reformador moral”. Volviendo a la definición de
Genta, creemos entonces, que en esta época no podemos
hablar de Cristiandad, como elemento que aún perdura,
porque existió una Reforma que quebró dicha unidad y
a su vez disparó dos revoluciones que son consecuencia
de ella y echó por tierra su cosmovisión. Por lo
expresado nosotros preferimos hablar de catolicismo y
132”
no de cristiandad. Decía el autor argentino Boixaidós en
su libro la IV Revolución Mundial: “En este momento
estaríamos en la IV Revolución Mundial, la primera,
la protestante en 1517, fue anunciada, precedida y
preparada por el humanismo renacentista, entierra la
sociedad teocéntrica medieval, dando paso al giro
antropocéntrico donde se pone como centro de la
cosmovisión al hombre como tal, todo esto se
exacerba en la segunda revolución, la Revolución
francesa de 1789, donde claramente Rousseau tiene
influencia. En ella toma rasgos anti deísta y teísta y se
pone como Dios supremo a “la diosa razón”.
Lamentablemente los idearios de dicha
revolución siguen vigentes hasta hoy. Por supuesto, no
nos referimos a los ideales de los “derechos del
hombre”, que dicho sea de paso no tenían nada de
novedoso porque ellos estaban contemplados en el
Derecho Natural, sino por el conocido frontispicio de
“igualdad, libertad y fraternidad”. Al respecto decía el
filósofo existencialista católico Gabriel Marcel: “Hay
que renunciar de una vez por todas a la especie de
142”
inmotivada, irracional conjunción entre igualdad y
fraternidad, vigente desde hace un siglo y medio por
obra de espíritus desprovistos de toda potencia
reflexiva. Estamos tan acostumbrados a ver acopladas
las palabras igualdad y fraternidad que ni siquiera nos
preguntamos si hay compatibilidad entre las ideas que
esas palabras designan. Pero la reflexión permite
justamente reconocer que esas ideas corresponden,
para hablar como Rilke, a direcciones del corazón
completamente opuestas. La igualdad traduce una
suerte de afirmación espontánea que es la de la
pretensión y el resentimiento: soy tu igual, no valgo
menos que tú. En otros términos, la igualdad está
centrada sobre la conciencia reivindicadora del yo. La
fraternidad, al contrario, tiene su eje en el otro; tú eres
mi hermano. Aquí todo sucede como si la conciencia
se proyectara hacia el otro, hacia el prójimo. Esta
palabra admirable, el prójimo, es una de esas que la
conciencia filosófica desestimó demasiado, dejándola
en cierta forma desdeñosamente a los predicadores.
Pero cuando pienso con fuerza “mi hermano” o “mi
152”
prójimo” no me inquieta saber si soy o no soy su igual,
precisamente porque mi intención no se constriñe a lo
que soy o a lo que puedo valer”.
Sobre estas cándidas palabras el liberalismo
político en su conjunto y en particular los elementos
ligados a la masonería apuntan claramente a la
destrucción de nuestras patrias, de la familia y sobre
todo de la religión católica y de todo aquello que
nosotros como hombres de tradición consideramos
como valorable. Con claridad meridiana sentenciaba el
mártir poeta; ese caballero de la Hispanidad que fue
José Antonio Primo de Rivera: “El Estado Liberal –el
Estado sin fe, encogido de hombros– escribió en el
frontispicio de su templo tres bellas palabras: Libertad,
Igualdad, Fraternidad. Pero bajo su signo no florece
ninguna de las tres. La libertad no puede vivir sin el
amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando
los principios cambian con los vaivenes de la opinión,
sólo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las
minorías están llamadas a sufrir y callar. Todavía bajo
los tiranos medievales quedaba a las víctimas el
162”
consuelo de saberse tiranizadas. El tirano podría
oprimir, pero los materialmente oprimidos no dejaban
por eso de tener razón contra el tirano. Sobre las
cabezas de tiranos y súbditos estaban escritas palabras
eternas, que daban a cada cual su razón. Bajo el
Estado democrático, no: la Ley –no el Estado, sino la
Ley, voluntad presunta de los más– tiene siempre
razón. Así, el oprimido, sobre serlo, puede ser tachado
de díscolo peligroso si moteja de injusta la Ley. Ni esa
libertad le queda. Por eso ha tachado Duguit de error
nefasto la creencia de que un pueblo ha conquistado
su libertad el día mismo en que proclama el dogma de
la soberanía nacional y acepta la universalidad del
sufragio. ¡Cuidado –dice– con sustituir el despotismo
de los reyes por el absolutismo democrático! Hay que
tomar contra el despotismo de las asambleas populares
precauciones más enérgicas quizá que las establecidas
contra el despotismo de los reyes. "Una cosa injusta
sigue siéndolo aunque sea ordenada por el pueblo y
sus representantes, igual que si hubiera sido ordenada
por un príncipe. Con el dogma de la soberanía popular
172”
hay demasiada inclinación a olvidarlo. Así concluye la
Libertad bajo el imperio de las mayorías y la Igualdad.
Por de pronto, no hay igualdad entre el partido
dominante, que legisla a su gusto, y el resto de los
ciudadanos que lo soportan. Más todavía: produce el
Estado liberal una desigualdad más profunda: la
económica. Puestos, teóricamente, el obrero y el
capitalista en la misma situación de libertad para
contratar el trabajo, el obrero acaba por ser
esclavizado al capitalista. Claro que éste no obliga a
aquél a aceptar por la fuerza unas condiciones de
trabajo, pero le sitia por hambre, le brinda unas
ofertas que en teoría el obrero es libre de rechazar,
pero si las rechaza no come, y al cabo tiene que
aceptarlas. Así trajo el liberalismo la acumulación de
capitales y la proletarización de masas enormes. Para
defensa de los oprimidos por la tiranía económica de
los poderosos hubo de ponerse en movimiento algo tan
antiliberal como es el socialismo. Y, por último, se
rompe en pedazos la Fraternidad. Como el sistema
democrático funciona sobre el régimen de las
182”
mayorías, es preciso, si se quiere triunfar dentro de él,
ganar la mayoría a toda costa. Cualesquiera armas
son lícitas para el propósito; si con ello se logra
arrancar unos votos al adversario, bien está difamar
de mala fe sus palabras. Para que haya minoría y
mayoría tiene que haber por necesidad división. Para
disgregar el partido contrario tiene que haber por
necesidad odio. División y odio son incompatibles con
la Fraternidad. Y así los miembros de un mismo
pueblo dejan de sentirse de un todo superior, de una
alta unidad histórica que a todos los abraza. El patrio
solar se convierte en mero campo de lucha, donde
procuran desplazarse dos –o muchos– bandos
contendientes, cada uno de los cuales recibe la
consigna de una voz sectaria, mientras la voz
entrañable de la tierra común, que debiera llamarlos a
todos, parece haber enmudecido”.
Todo esto es parte de un proceso generado por
la revolución francesa pero que tuvo su inicio en la
reforma protestante. Pero como si fuera poco faltaba el
tercer golpe, siguiendo a Boixadós, la tercer revolución,
192”
claro está; la revolución bolchevique de 1917. Aquella
revolución que terminó con la rusia zarista y que como
bien dice el Padre Sáenz en su libro “De Vladimir a la
Rusia Soviética”, aparto a Rusia de su deber histórico
para sumergirla en las garras del materialismo ateo y
apátrida.
A esta altura de la digresión ya podemos
preguntarnos si efectivamente occidente está compuesto
por las tres vertientes que mencionamos
precedentemente. Para René Guenon: “Se dice que el
Occidente moderno es cristiano, pero eso es un error:
el espíritu moderno es anticristiano, porque es
esencialmente antireligioso; y es antireligioso porque,
más generalmente todavía, es antitradicional; eso es lo
que constituye su carácter propio, lo que le hace ser lo
que es. Ciertamente, algo del Cristianismo ha pasado
hasta la civilización anticristiana de nuestra época,
cuyos representantes más «avanzados», como dicen en
su lenguaje especial, no pueden evitar haber sufrido y
sufrir todavía, involuntaria y quizás
inconscientemente, una cierta influencia cristiana, al
202”
menos indirecta; y ello es así porque una ruptura con
el pasado, por radical que sea, no puede ser nunca
absolutamente completa y tal que suprima toda
continuidad. Iremos más lejos incluso, y diremos que
todo lo que puede haber de válido en el mundo
moderno le ha venido del Cristianismo, o al menos a
través del Cristianismo, que ha aportado con él toda la
herencia de las tradiciones anteriores, que la ha
conservado viva tanto como lo ha permitido el estado
de Occidente, y que siempre lleva en sí mismo sus
posibilidades latentes; ¿pero quién tiene hoy día,
incluso entre aquellos que se afirman cristianos, la
consciencia efectiva de esas posibilidades? (…) Por
otra parte, como lo indicábamos también más atrás, es
muy cierto que es en el Catolicismo únicamente donde
se ha mantenido lo que subsiste todavía, a pesar de
todo, de espíritu tradicional en Occidente”.
Y entonces, para precisar más el concepto
deberíamos (en la actualidad) ya no hablar de
cristiandad, sino de catolicismo. Por ende nuestra
definición de occidente será: “La ecúmene que tiene
212”
como religión y cosmovisión al catolicismo, que se
apoya en la filosofía clásica griega interpretada por
los padres de la Iglesia, y basa sus normas de
conducta en el Derecho romano”.
Concordantemente con nuestra tesis, citamos
nuevamente a Guenon: “Es únicamente en el
Cristianismo, decimos más precisamente aún; en el
Catolicismo, donde se encuentran, en Occidente, los
restos del espíritu tradicional que sobreviven todavía.
Toda tentativa «tradicionalista» que no tenga en
cuenta este hecho está inevitablemente abocada al
fracaso”.
Pero si nos ceñimos a esta idea cabe preguntarse
entonces qué pasa con países como Inglaterra, como
Australia o el mismo EEUU, porque no es novedoso que
desde hace varios siglos ya, no ha predominado en ellos
la filosofía clásica ni la cosmovisión cristiana ni el culto
católico. Y para remarcar más aún la diferente
concepción que tienen los anglosajones del mundo
occidental vamos a citar a dos pensadores liberales. Uno
de ellos, exiliado cubano pero anglófilo hasta los
222”
tuétanos - nos referimos a Armando Ribas - definía
Occidente de una manera bastante particular. Luego de
afirmar que “decía mi amigo Jorge García Venturini que
Occidente era la simbiosis del verbo (judeo-cristiano) y
el logos (griego)”; arremete con una categorización que
a nuestro juicio está impregnada de Romanticismo
secular y que resulta absolutamente imprecisa. Decía
Ribas: “Es innegable que el aporte anglosajón al
proyecto universalista que representa la democracia
liberal no puede ser sobrevalorado. Podría decir,
entonces, que la libertad individual se asienta
precisamente en la aceptación socrática y cristiana,
pero de una manera diferente. El reconocimiento de
los límites de la razón (“Sólo sé que no sé nada”) y de
la falibilidad del hombre (“El justo peca siete veces”:
“El que esté libre de pecado que arroje la primera
piedra”) son, a mi juicio, los principios en que se
fundamenta Occidente y en el cual el aporte de este
lado del Atlántico ha sido decisivo” (…) “No obstante
yo me atrevería a coincidir, en este aspecto, una vez
más con Popper y decir, en la misma línea de David
232”
Hume, que Occidente ha sido el proceso de la sociedad
abierta, donde los derechos individuales pusieron
límite al absolutismo del Estado cualquiera fuese el
carácter de éste. Libertad y bienestar individual han
sido el carácter del Occidente liberal y democrático
que permitió la sociedad plural étnica, religiosa e,
inclusive, ideológica”. En la misma línea, y en las
antípodas de lo que venimos intentando demostrar, un
“think tank” de las usinas del Nuevo Orden Mundial,
fallecido en el 2010, nos referimos a Samuel
Huntington, en su promocionado libro “El choque de las
civilizaciones” tenía conceptos esclarecedores sobre lo
que es el pensamiento único de estos hombres que
pretenden el nuevo orden mundial; que no es orden
porque altera el orden natural, que de nuevo no tiene
nada, y que de mundial sólo tiene la pretensión de los
cenáculos de poder de quedarse con la hegemonía y
monopolio del mismo. O dicho a la manera del filólogo
Carlos Disandro; estos grupos que pertenecen a la
sinarquía internacional. Retomando la exposición;
Huntington definía a Occidente en la pág. 35 como: “La
242”
polarización cultural de oriente y occidente, es en
parte una consecuencia más de la práctica universal -
aunque desafortunada- de llamar a las civilizaciones
europeas civilización occidental. En lugar de hablar de
oriente y occidente es más apropiado hablar de
occidente y el resto del mundo, lo que al menos
implica la existencia de muchos no occidentes”.
Parece un trabalenguas pero no lo es. Si es lógico
hablar de varios orientes (porque él habla de varios
orientes), siguiendo el hilo del razonamiento
introducido por nosotros al principio de nuestra tesis,
también sería viable (otorgando lo que nos negamos a
otorgar) que haya varios occidentes (al decir de
Huntington). Si cabe pensar que en Estados Unidos
reina la cosmovisión católica, aun sabiendo de su “Ética
Protestante”, de su liberalismo filosófico (presente
desde la Constitución y Acta de Independencia de “los
padres fundadores” –tan ligados a la masonería por
cierto-) y su consumismo, hijo putativo de todo lo
anterior; entraríamos en una manifiesta contradicción
con todo el desarrollo de la teoría que venimos
252”
sosteniendo. Más aún, ¿es posible creer que Inglaterra
pertenezca a occidente, según nuestra definición?, ¿es
posible pensar que Australia, forme parte de nuestra
ecúmene? Según estos pensadores, (Huntington,
Fukuyama, Brzezinnki, Ribas, etc) claramente sí, pero
la paradoja es que España; más aún hispanoamérica, no
es parte de occidente para “estos intelectuales”. En el
citado libro de Huntington en la pág 52, el autor se da el
lujo de hablar de un occidente (introduciendo en él a
todos aquellos países que hemos demostrado su
incompatibilidad de valores a los que dicen pertenecer)
y varios orientes y dice lo siguiente: “Latinoamérica se
podría considerar una o sub-civilización dentro de
occidente, o una civilización aparte íntimamente
emparentada con occidente y dividida en cuanto a su
pertenencia. Para un análisis centrado de las
consecuencias políticas internacionales de las
civilizaciones, incluidas la relaciones de
Latinoamérica por una parte, Norteamérica y Europa
por otra, la segunda opción es la más adecuada.
Occidente pues incluye Europa y Norteamérica, los
262”
otros países de colonos europeos como Australia y
Nueva Zelanda, pero no Latinoamérica”.
Hoy en día el término occidente recalca el
pensador norteamericano, se usa universalmente para
referirse a lo que se solía denominar cristiandad - y por
fin llegamos al talón de Aquiles de la teoría de Samuel
Huntington- cuando después de varias falacias
argumentales e ideológicas termina cayendo en el lugar
común de que occidente es la cristiandad. Y así nos da
la razón a lo que nosotros sostenemos. Occidente es el
catolicismo y para precisar más aún; hoy en día
Occidente sobrevive en la Hispanidad.
¿Cómo es posible que España, y ésta va a ser su
gloria por los siglos de los siglos -aunque haya
movimientos indigenistas que pretendan diluir esta
gloria-, haya descubierto para Occidente, y el mundo un
nuevo continente ganado para la cristiandad, y aún se
ponga en duda su pertenencia (fundacional por cierto) a
ése mismo mundo? Por lo tanto Hispanoamérica y no
Latinoamérica que va a ser un concepto introducido por
Napoleón III, de neto corte francés e imperialista, para
272”
justificar la expansión del imperio en América, que es el
legado que España le da a la humanidad, es claramente
parte de occidente y por lo tanto de la hispanidad. En
forma categórica y análoga a la nuestra se expresaba
Alberto Buela: “En cuanto a nuestra distinción de la
América del Norte, consideramos que la más lograda
es la realizada por un desengañado sajón americano
cuando demarcando las diferencias de las dos
conciencias que viven en el continente dice: “Vosotros
(por los Hispanoamericanos) habéis sido menos
zapados por la fea Edad Moderna, menos corrompidos
por el falso humanismo y racionalismo. Estás más
cerca del sentido de la vida humana, como drama
trágico y divino, pues estáis más cerca de la Edad
Media Cristiana, en la que todos los valores de Judea,
Grecia y Roma, formaron parte de un organismo
cósmico. Tenéis valores, mientras que nosotros (los
yanquis) sólo tenemos entusiasmo (voluntad
tecnológica y empresarial)” (…) “Así, pues
consideramos la América Hispánica como una unidad
geográfica, cultural, lingüística y religiosa indivisible.
282”
Esta “nación colosal”, este espacio geográfico único
en el mundo entero, tiene desde el punto de vista
político, también una identidad común. Pero esta
identidad común esta forjada, no tanto por los
objetivos comunes a realizar como por la naturaleza
del enemigo común que siempre la unifica.
Se confirma nuevamente la idea del pensador
alemán Carl Schmitt, cuando en las primeras líneas de
su obra “El concepto de la política” afirma que “la
distinción política fundamental es la distinción entre el
amigo y el enemigo” (entendido éste como hostis y no
como inimicus). Para Hispanoamérica, el enemigo no
es otro que el imperialismo anglosajón (…) Nosotros
forjamos nuestra identidad asumiendo la fuerza vital y
los valores de la Europa anterior a la Revolución
Mundial los que han sido transformados por la
formidable matriz americana. Es por ello que nosotros
nos hemos reconocido en la noción de Occidente y que
no era otra cosa, para nosotros americanos, que lo que
Europa tenía de mejor. De tal manera que la cuestión
queda planteada de la siguiente manera: Si nosotros
292”
entendemos por Occidente esta base común que
hemos explicitado en el curso de esta intervención,
Hispanoamérica no es solamente el más occidental de
los continentes, sino que conserva en su seno la única
esperanza de fundar un nuevo arraigo. Porque esa
conciencia europea que llegó a la América Hispánica
no pasó por los diferentes estadios de la denominada
Revolución Mundial; es decir, Reforma, Revolución
Francesa, Revolución Bolchevique y Revolución
Tecnotrónica sino que, incluso hasta la última ola
inmigratoria, posee como “núcleo aglutinado de su
conciencia” una cosmovisión que es anterior, en el
tiempo, al comienzo de la Revolución Mundial”.

302”
CAPITULO II

LA HISPANIDAD.
SUBSTRATUMOCCIDENTAL.

Lo diremos sin rodeos: para nosotros Occidente,


hoy día, es la Hispanidad. Por supuesto que esta
definición no será del agrado de los cultores del Nuevo
Orden Mundial que no sólo buscan la preeminencia en
el orbe a través del dinero y el capitalismo financiero
usurero, sino que además buscan la hegemonía cultural
universal. Pero que no levanten la voz con tantos bríos.
Porque si hay un ejemplo que puede sintetizar los
valores de Occidente a lo largo de la historia, esa es
Hispanoamérica. Y varios pensadores han definido con
claridad qué es la hispanidad, por ejemplo Ramiro de
Maeztu en su Defensa de la Hispanidad, García Morente
y tantos otros. Decía Maeztu en las págs 20 y 22 del
citado libro “La Hispanidad no es cuestión de raza y
sería un absurdo buscar sus características en la
etnografía sino que se apoya en dos pilares, la religión
312”
católica y el régimen de la monarquía católica”. Y
sobre el tema escribía y Morente: “Pues bien, yo pienso
que todo el espíritu y todo el estilo de la nación
española pueden también condensarse y a la vez
concretarse en un tipo humano ideal, aspiración
secreta y profunda de las almas españolas, el caballero
cristiano. El caballero cristiano -como el gentleman
inglés, como el ocio y dignidad del varón romano,
como la belleza y bondad del griego- expresa en la
breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o
el extracto último de los ideales hispánicos.
Caballerosidad y cristiandad en fusión perfecta e
identificación radical, pero concretadas en una
personalidad absolutamente individual y señera, tal es,
según yo lo siento, el fondo mismo de la psicología
hispánica”.
¿Ahora bien, estos dichos, ciertos por otra parte,
se condicen con la España actual, o más bien se refieren
al Imperio Español de Isabel y Fernando, de los
Austrias, etc, que tenía vocación de conquista pero
también de evangelización?
322”
Y viene en nuestro auxilio las palabras de un gran líder
que tuvo la Argentina y como tal, admirador de España.
Decía el Gral. Perón en un extenso discurso que
pronunció el 12 de octubre de 1947, en Homenaje a
Cervantes: “No me consideraría con derecho a
levantar mi voz en el solemne día que se festeja la
gloria de España, si mis palabras tuvieran que ser tan
sólo halago de circunstancias o simple ropaje que
vistiera una conveniencia ocasional. Me veo
impulsado a expresar mis sentimientos porque tengo la
firme convicción de que las corrientes de egoísmo y las
encrucijadas de odio que parecen disputarse la
hegemonía del orbe, serán sobrepasadas por el triunfo
del espíritu que ha sido capaz de dar vida cristiana y
sabor de eternidad al Nuevo Mundo. No me atrevería a
llevar mi voz a los pueblos que, junto con el nuestro,
formamos la Comunidad Hispánica, para realizar tan
sólo una conmemoración protocolar del Día de la
Raza. Únicamente puede justificarse el que rompa mi
silencio, la exaltación de nuestro espíritu ante la
contemplación reflexiva de la influencia que, para
332”
sacar al mundo del caos que se debate, puede ejercer
el tesoro espiritual que encierra la titánica obra
cervantina, suma y compendio apasionado y brillante
del inmortal genio de España. Espíritu contra
utilitarismo. Al impulso ciego de la fuerza, al impulso
frío del dinero, la Argentina, coheredera de la
espiritualidad hispánica, opone la supremacía
vivificante del espíritu. En medio de un mundo en
crisis y de una humanidad que vive acongojada por las
consecuencias de la última tragedia e inquieta por la
hecatombe que presiente; en medio de la confusión de
las pasiones que restallan sobre las conciencias, la
Argentina, la isla de paz, deliberada y
voluntariamente, se hace presente en este día para
rendir cumplido homenaje al hombre cuya figura y
obra constituyen la expresión más acabada del genio y
la grandeza de la raza. Y a través de la figura y de la
obra de Cervantes va el homenaje argentino a la
Patria Madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos
los pueblos que han salido de su maternal regazo. Por
eso estamos aquí, en esta ceremonia que tiene la
342”
jerarquía de símbolo. Porque recordar a Cervantes es
reverenciar a la madre España; es sentirse más unidos
que nunca a los demás pueblos que descienden
legítimamente de tan noble tronco; es afirmar la
existencia de una comunidad cultural
hispanoamericana de la que somos parte y de una
continuidad histórica que tiene en la raza su expresión
objetiva más digna, y en el Quijote la manifestación
viva y perenne de sus ideales, de sus virtudes y de su
cultura; es expresar el convencimiento de que el alto
espíritu señoril y cristiano que inspira la Hispanidad
iluminará al mundo cuando se disipen las nieblas de
los odios y de los egoísmos. Por eso rendimos aquí el
doble homenaje a Cervantes y a la Raza. Homenaje,
en primer lugar, al grande hombre que legó a la
humanidad una obra inmortal, la más perfecta que en
su género haya sido escrita, código del honor y
breviario del caballero, pozo de sabiduría y, por los
siglos, de los siglos, espejo y paradigma de su raza.
Destino maravilloso el de Cervantes que, al escribir El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha,
352”
descubre en el mundo nuevo de su novela, con el gran
fondo de la naturaleza filosófica, el encuentro cortés y
la unión entrañable de un idealismo que no acaba y de
un realismo que se sustenta en la tierra. Y
además caridad y amor a la justicia, que entraron en
el corazón mismo de América; y son ya los siglos los
que muestra, en el laberinto dramático que es esta
hora del mundo, que siempre triunfa aquella
concepción clara del riesgo por el bien y la ventura de
todo afán justiciero. El saber “jugarse entero” de
nuestros gauchos es la empresa que ostentan
orgullosamente los “quijotes de nuestras pampas”. En
segundo lugar, sea nuestro homenaje a la raza a que
pertenecemos.
Para nosotros, la raza no es un concepto biológico.
Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye
una suma de imponderables que hace que nosotros
seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que
debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ella
es lo que nos aparta de caer en el remedo de otras
comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra,
362”
pero a las que con cristiana caridad aspiramos a
comprender y respetamos. Para nosotros, la raza
constituye nuestro sello personal, indefinible e
inconfundible.
Para nosotros los latinos, la raza es un estilo. Un estilo
de vida que nos enseña a saber vivir practicando el
bien y a saber morir con dignidad. Nuestro homenaje
a la madre España constituye también una adhesión a
la cultura occidental. Porque España aportó al
occidente la más valiosa de las contribuciones: el
descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo
ganado para la causa de la cultura occidental. Su obra
civilizadora cumplida en tierras de América no tiene
parangón en la Historia. Es única en el mundo.
Constituye su más calificado blasón y es la mejor
ejecutoria de la raza, porque toda la obra civilizadora
es un rosario de heroísmos, de sacrificios y de
ejemplares renunciamientos. Su empresa tuvo el sino
de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias
ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y
marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto.
372”
Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad
el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los
pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios“.
Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada,
expresada en el idioma más hermoso de la tierra.
Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el
imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No
aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe
y dignificarlo como ser humano… Era un puñado de
héroes, de soñadores desbordantes de fe. Venían a
enfrentar a lo desconocido; ni el desierto, ni la selva
con sus mil especies donde la muerte aguardaba el
paso del conquistador en el escenario de una tierra
inmensa, misteriosa, ignorada y hostil. Nada los
detuvo en su empresa; ni la sed, ni el hambre, ni las
epidemias que asolaban sus huestes; ni el desierto con
su monótono desamparo, ni la montaña que les
cerraba el paso, ni la selva con sus mil especies de
oscuras y desconocidas muertes. A todo se
sobrepusieron. Y es ahí, precisamente, en los
momentos más difíciles, en los que se los ve más
382”
grandes, más serenamente dueños de sí mismos, más
conscientes de su destino, porque en ellos parecía
haberse hecho alma y figura la verdad irrefutable de
que “es el fuerte el que crea los acontecimientos y el
débil el que sufre la suerte que le impone el destino”.
Pero en los conquistadores pareciera que el destino
era trazado por el impulso de su férrea voluntad.
Como no podía ocurrir de otra manera, su empresa
fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya
objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la
calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes lo
que había sido una empresa de héroes. Todas las
armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se
tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno
suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló
a los cuatro vientos. Y todo, con un propósito
avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha
pulverizado la crítica histórica seria y desapasionada,
interesaba doblemente a los aprovechados detractores.
Por una parte, les servía para echar un baldón a la
cultura heredada por la comunidad de los pueblos
392”
hermanos que constituimos Hispanoamérica. Por la
otra procuraba fomentar así, en nosotros, una
inferioridad espiritual propicia a sus fines
imperialistas, cuyas asalariados y encumbradísimos
voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo
cuya remunerada difusión corría por cuenta de los
llamados órganos de información nacional. Este
estribillo ha sido el de nuestra incapacidad para
manejar nuestra economía e intereses, y la
conveniencia de que nos dirigieran administradores de
otra cultura y de otra raza. Doble agravio se nos
infería; aparte de ser una mentira, era una indignidad
y una ofensa a nuestro decoro de pueblos soberanos y
libres. España, nuevo Prometeo, fue así amarrada
durante siglos a la roca de la Historia. Pero lo que no
se pudo hacer fue silenciar su obra, ni disminuir la
magnitud de su empresa que ha quedado como
magnífico aporte a la cultura occidental. Allí están,
como prueba fehaciente, las cúpulas de las iglesias
asomando en las ciudades fundadas por ella; allí sus
leyes de Indias, modelo de ecuanimidad, sabiduría y
402”
justicia; sus universidades; su preocupación por la
cultura, porque “conviene –según se lee en la Nueva
Recopilación– que nuestros vasallos, súbditos y
naturales, tengan en los reinos de Indias,
universidades y estudios generales donde sean
instruidos y graduados en todas ciencias y facultades,
y por el mucho amor y voluntad que tenemos de
honrar y favorecer a los de nuestras Indias y desterrar
de ellas las tinieblas de la ignorancia y del error, se
crean Universidades gozando los que fueren
graduados en ellas de las libertades y franquezas de
que gozan en estos reinos los que se gradúan en
Salamanca”.
Su celo por difundir la verdad revelada porque –como
también dice la Recopilación– “teniéndonos por más
obligados que ningún otro príncipe del mundo a
procurar el servicio de Dios y la gloria de su santo
nombre y emplear todas las fuerzas y el poder que nos
ha dado, en trabajar que sea conocido y adorado en
todo el mundo por verdadero Dios como lo es,
felizmente hemos conseguido traer al gremio de la
412”
Santa Iglesia Católica las innumerables gentes y
naciones que habitan las Indias occidentales, isla y
tierra firme del mar océano”. España levantó, edificó
universidades, difundió la cultura, formó hombres, e
hizo mucho más; fundió y confundió su sangre con
América y signó a sus hijas con un sello que las hace,
si bien distintas a la madre en su forma y apariencias,
iguales a ella en su esencia y naturaleza. Incorporó a
la suya la expresión de un aporte fuerte y desbordante
de vida que remozaba a la cultura occidental con el
ímpetu de una energía nueva. Y si bien hubo yerros,
no olvidemos que esa empresa, cuyo cometido la
antigüedad clásica hubiera discernido a los dioses, fue
aquí cumplida por hombres, por un puñado de
hombres que no eran dioses aunque los impulsara, es
cierto, el soplo divino de una fe que los hacía creados
a la imagen y semejanza de Dios. Son hombres y
mujeres de esa raza los que en heroica comunión
rechazan, en 1806, al extranjero invasor, y el hidalgo
jefe que obtenida la victoria amenaza con “pena de la
vida al que los insulte”. Es gajo de ese tronco el pueblo
422”
que en mayo de 1810 asume la revolución recién
nacida; esa sangre de esa sangre la que vence
gloriosamente en Tucumán y Salta y cae con honor en
Vilcapugio y Ayohuma; es la que bulle en el espíritu
levantisco e indómito de los caudillos; es la que
enciende a los hombres que en 1816 proclaman a la
faz del mundo nuestra independencia política; es la
que agitada corre por las venas de esa raza de titanes
que cruzan las ásperas y desoladas montañas de los
Andes, conducidas por un héroe en una marcha que
tiene la majestad de un friso griego; es la que ordena a
los hombres que forjaron la unidad nacional, y la que
aliente a los que organizaron la República; es la que
se derramó generosamente cuantas veces fue
necesario para defender la soberanía y la dignidad del
país; es la misma que moviera al pueblo a reaccionar
sin jactancia pero con irreductible firmeza cuando
cualquiera osó inmiscuirse en asuntos que no le
incumbían y que correspondía solamente a la nación
resolverlos; de esa raza es el pueblo que lanzó su
anatema a quienes no fueron celosos custodios de su
432”
soberanía, y con razón, porque sabe, y la verdad lo
asiste, que cuando un Estado no es dueño de sus actos,
de sus decisiones, de su futuro y de su destino, la vida
no vale la pena de ser allí vivida; de esa raza es ese
pueblo, este pueblo nuestro, sangre de nuestra sangre
y carne de nuestra carne, heroico y abnegado pueblo,
virtuoso y digno, altivo sin alardes y lleno de intuitiva
sabiduría, que pacífico y laborioso en su diaria
jornada se juega sin alardes la vida con naturalidad de
soldado, cuando una causa noble así lo requiere, y lo
hace con generosidad de Quijote, ya desde el anónimo
y oscuro foso de una trinchera o asumiendo en
defensa de sus ideales el papel de primer protagonista
en el escena rio turbulento de las calles de una ciudad.
Señores: La historia, la religión y el idioma nos sitúan
en el mapa de la cultura occidental y latina, a través de
su vertiente hispánica, en la que el heroísmo y la
nobleza, el ascetismo y la espiritualidad, alcanzan sus
más sublimes proporciones. El Día de la Raza,
instituido por el Presidente Yrigoyen, perpetúa en
magníficos términos el sentido de esta filiación. “La
442”
España descubridora y conquistadora –dice el
decreto–, volcó sobre el continente enigmático y
magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus
exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de
sus sabios, las labores de sus menestrales y con la
aleación de todos estos factores, obró el milagro de
conquistar para la civilización la inmensa heredad en
que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado,
con la levadura de su sangre y con la armonía de su
lengua, una herencia inmortal que debemos de
afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento”.
Si la América olvidara la tradición que enriquece su
alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se
evadiera del cuadro humanista que le demarca el
catolicismo y negara a España, quedaría
instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas
carecerían de validez. Ya lo dijo Menéndez y Pelayo:
“Donde no se conserva piadosamente la herencia de lo
pasado, pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos
que brote un pensamiento original, ni una idea
dominadora”. Y situado en las antípodas de su
452”
pensamiento, Renán afirmó que “el verdadero hombre
de progreso es el que tiene los pies enraizados en el
pasado”. El sentido misional de la cultura hispánica,
que catequistas y guerreros introdujeron en la
geografía espiritual del Nuevo Mundo, es valor
incorporado y absorbido por nuestra cultura, lo que ha
suscitado una comunidad de ideas e ideales, valores y
creencias, a la que debemos preservar de cuantos
elementos exóticos pretenden mancillarla.
Comprender esta imposición del destino, es el
primordial deber de aquellos a quienes la voluntad
pública o el prestigio de sus labores intelectuales, les
habilita para influir en el proceso mental de las
muchedumbres. Por mi parte, me he esforzado en
resguardar las formas típicas de la cultura a que
pertenecemos, trazándome un plan de acción del que
pude decir –el 24 de noviembre de 1944– que “tiene,
ante todo, a cambiar la concepción materialista de la
vida por una exaltación de los valores espirituales”.
Precisamente esa oposición, esa contraposición entre
materialismo y espiritualidad, constituye la ciencia del
462”
Quijote. O más propiamente representa la exaltación
del idealismo, refrenado por la realidad del sentido
común.
De ahí la universalidad de Cervantes, a quien, sin
embargo, es preciso identificar como genio
auténticamente español, mal que no puede concebirse
como no sea en España. Esta solemne sesión, que la
Academia Argentina de Letras ha querido poner bajo
la advocación del genio máximo del idioma en el IV
Centenario de su nacimiento, traduce –a mi modo de
ver– la decidida voluntad argentina de reencontrar las
rutas tradicionales en las que la concepción del mundo
y de la persona humana, se origina en la honda
espiritualidad grecolatina y en la ascética grandeza
ibérica y cristiana. Para participar en ese acto, he
preferido traer, antes que una exposición académica
sobre la inmortal figura de Cervantes, palpitación
humana, su honda vivencia espiritual y su suprema
gracia hispánica. En su vida y en su obra personifica
la más alta expresión de las virtudes que nos incumbe
resguardar. Mientras unos soñaban y otros seguían
472”
amodorrados en su incredulidad, fue gestándose la
tremenda subversión social que hoy vivimos y se
preparó la crisis de las estructuras políticas
tradicionales. La revolución social de Eurasia ha ido
extendiéndose hacia Occidente, y los cimientos de los
países latinos del Oeste europea crujen ante la
proximidad de exóticos carros de guerra. Por los
Andes asoman su cabeza pretendidos profetas, a
sueldo de un mundo que abomina de nuestra
civilización, y otra trágica paradoja parece cernirse
sobre América al oírse voces que, con la excusa de
defender los principios de la Democracia (aunque en
el fondo quieren proteger los privilegios del
capitalismo), permitan el entronizamiento de una
nueva y sangrienta Tiranía. Como miembros de la
comunidad occidental, no podemos substraernos a un
problema que de no resolverlo con acierto, puede
derrumbar un patrimonio espiritual acumulado
durante siglos. Hoy, más que nunca, debe resucitar
Don Quijote y abrirse el sepulcro del Cid Campeador”.

482”
En tan extensa cita queremos destacar esto de
“expresar el convencimiento de que el alto espíritu
señoril y cristiano que inspira la Hispanidad iluminará al
mundo cuando se disipen las nieblas de los odios y de
los egoísmos”, pues nuevamente nos pone en la senda
de que los valores cristianos están expresados en la
Hispanidad. Sobre todo es muy clara la mención a los
dos imperialismos que dominaron el siglo XX, ambos
materialistas, tanto el marxismo como el liberalismo; y
que terminaron fundiéndose en un poder mundial
hegemónico en el siglo XXI. Y es este poder el que
atenta desde aquellos países poderosos que Huntington
se atreve a colocar dentro del occidente-cristiano los que
impulsan teorías que van contra lo más sagrado de
nuestra religión.
Hay más aún. Creemos importante difundir lo
que Eva Perón pensaba y sentía por España, de modo
que aquellos “evitistas”, que son los mismos que
enarbolan todas las consignas del Nuevo Orden
Mundial, vayan revisando sus posiciones. Decía Evita al
despedirse de España luego de su gira por Europa:
492”
"Españoles: Habéis arrebatado mi espíritu con
un homenaje como no lo tributó jamás España a lo
largo de toda su historia. Lo mismo en los pequeños
pueblos que en las urbes populosas, se han derramado
a mi paso océanos de simpatía.
Este homenaje de colosales proporciones, sería
exagerado e inexplicable si hubiera sido tributado a
una mujer. Pero no; no ha sido rendido tan sólo a una
persona, ni siquiera a un país. Esta apoteosis entraña
un sentido más recóndito y abismal. Vuestro aplauso
saluda al mundo nuevo, promisor de justicia y de paz,
que nace de los escombros del antiguo, carcomido por
los atropellos sociales.
Quienes en Europa y en América no alcanzan
a comprender la profunda revolución de esta hora,
atribuirán a un fenómeno de psicología multitudinaria
o a una sugestión colectiva el homenaje delirante del
pueblo español, señorial como ninguno, a una sencilla
mujer argentina, nacida en el seno de las clases
trabajadoras, y alzada por ellas a la suprema cima
espiritual de la República.
502”
Pero no se trata de una sugestión colectiva, ni
se trata tampoco de exageraciones y fanatismos. No
me adornan atributos personales que no halléis a cada
paso en vuestras mujeres, dignas hijas de aquellos que
sostuvieron en su coraje el corazón del buen Cid
Campeador y de Fernando el Católico.
Recojo vuestro aplauso porque revela a las
claras el hambre de justicia social arraigado en el
pueblo hispánico y el ansia incontenida de sostener el
nuevo mundo de pan y de paz, por cuyo afianzamiento
luchamos los españoles y los argentinos. No habéis
vitoreado algo intranscendente, sino un amanecer de
esperanzas y de luminosidades que se alza rutilante
como un sol en el horizonte de la hispanidad.
Recojo vuestro clamoreo apoteósico porque en
mi no se ha glorificado a una mujer, sino a la mujer
popular, hasta ahora siempre sojuzgada, siempre
excluida y siempre censurada. Os habéis exaltado a
vosotras mismas, trabajadoras españolas, quienes
reclamáis con todo derecho que no vuelva jamás a
implantarse la vieja Sociedad en la que unos seres, por
512”
el mérito de haber nacido en la opulencia, gozaban de
todas las inmunidades; y otros seres, por el pecado de
haber nacido en la pobreza, habían de padecer todas
las obligaciones. El oscuro linaje y la pobreza, no
opondrán ya jamás barreras a nadie para que pueda
lograr el desarrollo de sus aspiraciones y el triunfo de
sus ideales.
Recojo vuestras manifestaciones exultantes
porque ellas han evidenciado que terminó el tiempo en
que la Prensa dirigida, tergiversaba la conciencia de
los pueblos, sumiéndolos en la confusión y
conculcando su soberanía. Las muchedumbres con
sagaz intuición, han comprendido la verdad de nuestro
Movimiento obrerista y han hallado la auténtica
libertad en los gobiernos de orden surgidos de los
comicios, o del triunfo contra los entregadores de la
Patria. Recojo vuestros aplausos, obreros y obreras
españoles, porque son la expresión de vuestro repudio
hacia aquellos agitadores que soliviantan los pueblos
con promesas utópicas para abandonarles luego una
vez que han asegurado sus fortunas.
522”
He recibido vuestra adhesión, que recojo
emocionada, porque al llegar a la primera
magistratura de mi país, el general Perón, no
padecimos el mareo de las alturas, antes supimos
conservar bajo las insignias presidenciales nuestro
corazón de obreros.
El día que triunfó el general Perón en los
comicios más limpios de la Historia argentina, como lo
pregonaron nuestros mismos adversarios políticos, ese
día visitamos a nuestros obreros y celebramos juntos
nuestro triunfo. Por eso recojo vuestro aplauso porque
no hemos apostatado del pueblo, de los trabajadores,
de los "descamisados".
¡Nobles de España! También he recibido
vuestro homenaje, no menos cálido que el homenaje
popular, precisamente porque sois nobles, porque sois
lo que sabéis ser, modelos en vuestra adustez de las
clases populares.
Amanece una era nueva en la que los bienes
de la tierra pertenecen a los hombres y a las mujeres
madrugadoras, cuyas manos han encallecido en las
532”
fábricas. Amanece la era nueva, en la que le
trabajador vestirá y descansará, trabajará y orará al
cielo como persona humana y no como individuo sin
razón trascendente de existir.
En la hora de la despedida debo deciros que mi
viaje a España deja huellas no sólo en mi alma, que
necesitaría ser de roca para no hallarse enternecida,
sino también en el alma misma de la historia
argentina.
Daré a los trabajadores argentinos la
interpretación auténtica de la madre España. Les diré
todo lo hermosa y noble que es; todo lo piadosa y
humana; todo lo dulce y justa que ante mis ojos
atónitos ha aparecido.
Perdonadme, españoles, que haya precisado
venir a perderme entre vosotros y confundir con el
vuestro mi corazón para llegar a gustar la última
delicia de vuestra Patria inmortal. He apurado
golosamente esa delicia; y me marcho inundada de un
gozo tan intenso que quiero cortar de vuestro jardín
espiritual la fragante rosa de un pensamiento insigne
542”
de uno de vuestros españoles: "Amo tanto a España
que me duele en el cogollo de mi corazón".
Y para terminar, españoles, quiero deciros
algo más: He comprendido toda la grandeza del
hombre que preside vuestra Patria. A él se debe ese
resurgimiento de las viejas virtudes españolas, que
señalaba en un discurso mi esposo, el general Perón.
A él se debe la exaltación de un puñado de virtudes
sencillas y elementales con las que la gente de la
hispana estirpe marcha segura hacia un futuro de paz
y esplendor.
Sois el pueblo que sabe morir por defender
una idea y por mantener una afirmación. Pido a Dios
que no os sea preciso morir por vuestra afirmación y
por vuestra verdad.
Parto con el corazón henchido de gozo y
también de orgullo y de ternura por tener una madre
tan hermosa y tan noble, tan señora de sí misma, tan
maternal y humana, y por sobre todo, tan
profundamente católica.

552”
Parto con la alegría que me sale a los ojos, de
contemplar una España tan española y dueña de su
más personal estilo. Tendría que pediros el corazón, el
corazón que os entregué al llegar. Pero siento que
puedo irme con el vuestro en mi pecho, dejándoos para
siempre el mío. ¡Adiós España mía! ¡Viva la España
inmortal!”
Son conmovedoras las palabras que colocan a
España a la altura universal que merece. Y es imposible
dejar de soslayar que todos aquellos que agitan el odio
hacia el legado hispánico; a través de la tan remanida
leyenda negra son justamente personeros de aquellos
que persiguen el establecimiento de un único gobierno
mundial.
En otro libro de nuestra autoría (Aportes al
Bicentenario) nos hemos referido largamente sobre la
leyenda negra. Del mismo hacemos un extracto para
introducir en el tema a aquellos que aún no visualizan
esta campaña urdida contra lo mejor que tuvo occidente.
Decíamos entonces: “Puede decirse, sin temor a
exagerar, que la leyenda negra consiste en un juicio
562”
negativo e “inexorable”, aceptado sin indagar su
origen ni veracidad, según el cual España habría
conquistado y gobernado América durante más de tres
siglos, haciendo alarde de una sangrienta crueldad y
una opresión sin medida, que no encontraría
comparación en la historia occidental moderna. La
fábula anti-española sostiene que la empresa del
Descubrimiento se llevó a cabo por una insaciable
codicia y avaricia, cuyo objetivo no sería otro que la
sed de oro que tenía el imperio español; para lo cual
no se dudó en perpetrar un “genocidio” sobre las
poblaciones indígenas, causando 50 millones de
muertos.
El disparate que acabo de citar encuentra su
origen en la figura del padre fray Bartolomé de Las
Casas, un fraile dominico nacido en Sevilla en el año
1474. Este clérigo estuvo por vez primera en América
acompañando a Ovando, en el 1502. Hacia 1522, Las
Casas acentúa una campaña a favor de un mejor trato
a los indígenas por parte de los españoles, en quienes
pesaba la misión de evangelizar y civilizar en las
572”
tierras recientemente descubiertas. La obra de Las
Casas pasa del alegato y de la prédica, al sermón
escandaloso y panfletario. A este tenor pertenece su
“Brevísima relación de la destrucción de las Indias”;
escrita en 1542. Dicha obra fue tomada; sacada de
contexto y exagerada por los enemigos de la
Hispanidad, que la utilizaron como medio para
desprestigiar al Imperio. Así, los países protestantes
adversarios de España actuaron en combinación
contra ella; principalmente Holanda e Inglaterra,
aunque también participaron del infundio Francia y
Alemania. Es de esta manera que se comenzó a hablar
de España como una nación oscura y decadente,
atribuyendo las mencionadas características a la
identidad católica de sus monarcas y su cultura. Los
países nombrados anteriormente disputaban el
predominio marítimo y comercial con España, que era
la potencia de la época (en el siglo XVI y parte del
XVII); y la guerra propagandística y difamatoria que
encararon les servía para ganar terreno en Europa (y
varios siglos después en el mundo entero)”.
582”
Finalmente, nosotros hemos ensayado una
definición de Hispanidad sin ninguna pretensión que la
de hacer un aporte a la comprensión de dicha palabra y
como único remedio contra la crisis metafísica según la
cual se expresaba Marcel de Corte: “La crisis de la
civilización es, en efecto, una crisis metafísica pues la
esencia del hombre y la del mundo no están solamente
conmovidas; están hechas pedazos en piezas separadas
de un conjunto orgánico anterior”
Así; definimos a la Hispanidad como el estado
del espíritu sobre el cual se apoyan los pilares del
Derecho Romano, la filosofía clásica y el catolicismo, la
supremacía de los valores trascendentales del hombre
por sobre todo aquello material e inmanente.
A continuación, y como corolario del presente
capítulo hemos seleccionado un extenso pero necesario
texto de quien acuño el término Hispanidad por vez
primera. Se trata de “Origen del nombre, concepto y
fiesta de la Hispanidad” cuyo autor es Monseñor
Zacarías de Vizcarra: “En varias oportunidades y en
diversas revistas he aclarado conceptos inexactos o
592”
confusamente expresados que corren por los libros y la
Prensa acerca de los orígenes históricos del nombre,
concepto y fiesta de la Hispanidad, por atribuírseme a
mí equivocadamente la invención material de ese
vocablo, al mismo tiempo que se pasan por alto
interesantes circunstancias históricas que señalan el
punto de arranque del hermoso movimiento que se
distingue con dicho nombre. Fue mi gran amigo
D. Ramiro de Maetzu uno de los primeros que me
atribuyeron la creación del vocablo «Hispanidad» en
su libro Defensa de la Hispanidad, publicado a
principios de 1934. El ejemplar que me envió a mi
residencia habitual de Buenos Aires lleva esta
dedicatoria autógrafa: «Al Rev. P. Zacarías de
Vizcarra, creador del vocablo 'Hispanidad' con la
admiración y la amistad de Ramiro de Maeztu.» Y en
la página 19 de la obra se lee: «La palabra se debe a
un sacerdote español y patriota que en la Argentina
reside, D. Zacarías de Vizcarra.»

602”
El inolvidable Cardenal Gomá, en su
famoso discurso del teatro Colón, de Buenos Aires, se
refirió en términos parecidos al origen del vocablo:
«Ramiro de Maeztu –dijo– acaba de publicar un libro en
'Defensa de la Hispanidad', palabra que dice haber
tomado del gran patriota Sr. Vizcarra y que ha merecido
el 'placet' del académico D. Julio Casares.» (Juan Gil
Prieto, O. S. A., «La Sección Española del XXIII
Congreso Eucarístico Internacional», Buenos Aires,
1934, pág. 425.) En el número de febrero de 1936, la
revista madrileña «Hispanidad» repetía la misma idea:
«Mucho y bueno sabe D. Ramiro de Maeztu –escribía–
de la fecunda labor que en la Argentina ha realizado y
sigue realizando el autor de la palabra 'Hispanidad'.»
Con frase más precavida, por recordar quizá alguna de
mis aclaraciones anteriores, escribía así en su obra Ideas
para una filosofía de la historia de España el docto
catedrático D. Manuel García Morente: «¿Cómo
designaremos eso que vamos a intentar definir y
simbolizar?... Existe una palabra –lanzada desde hace

612”
poco a la circulación por monseñor Zacarías de
Vizcarra– que, a mi parecer, designa con superlativa
propiedad eso precisamente que la filosofía de la historia
de España aspira a definir. La palabra aludida es
'Hispanidad'. Nuestro problema puede exactamente
expresarse en los términos siguientes: ¿qué es la
hispanidad?» (Signo, 23 enero de 1943). Veremos en
estas líneas cómo es más aceptable la frase del Dr.
García Morente que las demás antes citadas, aunque
quizá en alguna de ellas se habrá tomado «crear» en el
sentido lato de «lanzar a la circulación», que admite
explicación satisfactoria.

Antigüedad del vocablo material «Hispanidad»

Basta hojear los viejos diccionarios castellanos para


encontrar en ellos esta palabra, aunque con diversa
significación de la que ha recibido actualmente y con la
esquela mortuoria de «anticuada». Así, por ejemplo, la
quinta edición del Diccionario de la Academia,
publicada en 1817, dice así: «Hispanidad, s. f., ant. Lo

622”
mismo que Hispanismo.» Y a continuación define así
esta otra palabra: «Hispanismo, s. m. Modo de hablar
peculiar de la lengua española, que se aparta de las
reglas comunes de la Gramática. Idiotismus hispanicus.»
Tan antigua es esta palabra en su sonido material, que la
encontramos en el Tractado de Ortographia y
accentos del bachiller Alexo Vanegas, impreso en
Toledo, sin paginación, el año 1531 y conservado como
preciosidad bibliográfica en la Biblioteca de la Real
Academia de la Lengua. «De los oradores –dice
Vanegas– M. Tull. y Quinti. son caudillos de la
elocuencia, aunque no les faltó un Pollio que hallase
hispanidad en Quintiliano», (segunda parte, cap. V).
Más aún: es probable que los romanos del siglo primero
después de Cristo empleasen la palabra «hispanitas»
(hispanidad) para designar los giros hispánicos del latín
de Quintiliano, en el mismo sentido que el propio
Quintiliano usa la palabra «patavinitas» (paduanidad) al
hablar del latín, de Tito Livio. «Pollio –dice– deprehendit
in Livio patavinitatem», es decir: «Polión encontró

632”
patavinidad (paduanidad) en Livio.» (De Institutione
Oratoria, libro I, cap. V).Pero date o no date del siglo
primero la materialidad de la palabra «Hispanidad» lo
cierto es que no tenía la significación que luego se le ha
dado, y era además inusitada hasta en su acepción
gramatical. ¿Cuándo y por qué se desenterró esta
palabra y se le infundió vida nueva, para encarnar dos
conceptos modernísimos? Esto es lo que tratan de
aclarar las presentes líneas.

Orígenes del «Día de la Raza»

El poeta y periodista argentino Ernesto Mario Barreda,


en un largo artículo publicado en La Nación de Buenos
Aires el 12 de octubre de 1935, narra sus visitas al puerto
de Palos y al convento de La Rábida en 1908, la entrega
que hizo de un álbum que la Sociedad Colombina dedicó
al presidente de la nación argentina, la fundación de la
Casa Argentina de Palos, llevada a cabo por el cónsul de
aquella república en Málaga, el entusiasta hispanófilo
D. Enrique Martínez Ituño, y la celebrada el día 12 de

642”
octubre de 1915 por primera vez con el nombre de Día de
la Raza en dicha Casa Argentina. El documento impreso
que cita está encabezado así: «Casa Argentina. –Calle de
las Naciones de Indias Occidentales. –Carretera de Palos
a La Rábida. –Club Palósfilo. –Hijas de Isabel. –Día de
la Raza, 12 de octubre de 1915.» Luego se copian unos
versos del mismo poeta Barreda alusivos a las carabelas
de Colón y se exponen las razones de la nueva festividad,
epilogadas con este apóstrofe a España: «Reunidos en la
Casa Argentina los Palósfilos y las Hijas de Isabel en
este Día de la Raza, hacemos votos para que con tus
hijas las Repúblicas del Nuevo Mundo formes una
inteligencia cordial. Y un abrazo fraterno sea el lazo de
unión de los defensores de la Ciencia, el Derecho y la
Paz.» Esta iniciativa encontró eco en América, y sobre
todo en Buenos Aires, aunque no todos los que allí
aplaudíamos la sustancia de la fiesta estábamos de
acuerdo con el nombre con que se la designaba. Con
fecha 4 de octubre de 1917, el Gobierno de la nación
argentina, con la firma del presidente y de todos los

652”
ministros, declaró fiesta nacional el 12 de octubre, dando
estado oficial a la afortunada iniciativa particular nacida
dos años antes en una Casa Argentina. Aunque en el
texto del famoso y magnífico Decreto del Gobierno
nacional no se habla de Día de la Raza ni se menciona
siquiera la palabra «raza», sin embargo, la mayor parte
de la Prensa se sirvió de aquella denominación, y se
tituló «Himno a la Raza» el que compuso para el 12 de
octubre del mismo año el patriota español don Félix
Ortiz y San Pelayo, y fue cantado solemnemente en el
teatro Colón por cinco masas corales reunidas. Por las
razones que luego indicaré no me satisfacía el nombre de
Día de la Raza, que iba adquiriendo cada vez mayor
difusión. Era necesario encontrar otro nombre que
pudiera reemplazarlo con ventaja. Y no hallé otro mejor
que el de «Hispanidad», prescindiendo de su anticuada
significación gramatical y remozándola con dos
acepciones nuevas, que describía yo así en una revista de
Buenos Aires que no tengo a mano ahora en Madrid,
pero que encuentro citada en la mencionada

662”
revista Hispanidad de Madrid, en el número de 1 de
febrero de 1936: «Estoy convencido –decía en ella– de
que no existe palabra que pueda sustituir a
'Hispanidad'... para denominar con un solo vocablo a
todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades
que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta
analogía entre la palabra 'Hispanidad' y otras dos voces
que usamos corrientemente: 'Humanidad' y
'Cristiandad'. Llamamos 'Humanidad' al conjunto de
todos los hombres, y 'humanidad' (con minúscula) a la
suma de las cualidades propias del hombre. Así decimos,
por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a
los que obran sin humanidad. Asimismo llamamos
'Cristiandad' al conjunto de todos los pueblos cristianos
y damos también el nombre de 'cristiandad' (con
minúscula) a la suma de las cualidades que debe reunir
un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil que definir
las dos acepciones análogas de la palabra 'Hispanidad':
significa, en primer, lugar, el conjunto de todos los
pueblos de cultura y origen hispánico diseminados por

672”
Europa, América, África y Oceanía; expresa, en segundo
lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto
de las naciones del mundo a los pueblos de estirpe y
cultura hispánica.»

Estas dos acepciones nuevas de la palabra «Hispanidad»


nos podían permitir reemplazar ventajosamente el
vocablo «raza» que, como escribía yo en la mima revista,
me parecía «poco feliz y algo impropio»; pero no
figuraban todavía en los diccionarios. Por eso, en un
escrito que publiqué en Buenos Aires en 1926 bajo el
título «La Hispanidad y su verbo», y obtuvo amplia
difusión en los ambientes hispanistas, elevaba a la Real
Academia de la Lengua esta modesta súplica: «Si
tuviéramos personalidad para ello, pediríamos a la Real
Academia que adoptara estas dos acepciones de la
palabra 'Hispanidad' que no figuran en su Diccionario.»

En efecto: en la decimaquinta edición del Diccionario de


la Academia, publicada en 1925, seguía presentando la
palabra «Hispanidad» como anticuada, con el sentido

682”
gramatical de siempre, en esta forma: «Hispanidad, f.,
ant. Hispanismo.» Hubo que esperar a la decimasexta
edición, divulgada oficialmente en 1939, para encontrar
una nueva definición oficial de esta palabra que supone
un progreso en la materia, aunque no nos parece todavía
suficiente clara ni completa. Dice así: «Hispanidad, f.
Carácter genérico de todos los pueblos de lengua y
cultura española. 2. ant. Hispanismo.» Esperamos que el
progreso iniciado se completará en sucesivas ediciones
del Diccionario oficial.

Impropiedad e inconvenientes de la denominación «Día


de la Raza»

Absolutamente hablando, puede darse explicación


satisfactoria a la denominación Día de la Raza tomando
esta palabra en un sentido metafórico, equivalente a
«tipo moral» cualquiera que sea la raza fisiológica a que
pertenezcan los que lo comparten. Pero como no se
puede andar explicando continuamente a todo el mundo
la significación impropia y translaticia del vocablo,

692”
asociamos instintivamente a la palabra su sentido
fisiológico, y nos suena como cosa absurda hablar de
«nuestra raza» a un conglomerado de pueblos integrados
por individuos de muy diversas razas, desde las blancas
de los europeos y criollos hasta las negras puras,
pasando por los amarillos de Filipinas y los mestizos de
todas las naciones hispánicas. En realidad, ni siquiera
los habitantes de la Península Ibérica pertenecen a una
sola raza. Desde los tiempos prehistóricos viven en
España pueblos dolicocéfalos, braquicéfalos y
mesocéfalos de las más diversas procedencias, que los
historiadores no han sido capaces de fijar. A la variedad
de las razas prehistóricas se añadió luego la mezcla de
fenicios, cartagineses, griegos, romanos, godos, suevos,
árabes, que ha hecho cada vez más absurda la pretensión
de catalogar racialmente a los mismos españoles
peninsulares. Son, pues, inevitables las sonrisas cuando
se habla de «nuestra raza» ante un auditorio de blancos,
negros y amarillos y aceitunados, sobre todo si no es
blanco el orador. Por otra parte, tiene algo de matiz

702”
peyorativo para las demás razas del mundo el que
nuestra supuesta «raza» no se llame «esta» o «aquella»
raza determinada, sino precisamente LA RAZA por
antonomasia. No es necesario insistir más para ver las
razones que me movieron a escribir que me parecía
«poco feliz y algo impropio» el nombre puesto
originariamente al Día de la Raza. Lo he podido
comprobar experimentalmente en varias partes de
América durante mi estadía de veinticinco años en ella.

Ventajas de la denominación «Fiesta de la Hispanidad»

El concepto de la «Hispanidad» no incluye ninguna nota


racial que pueda señalar diferencias poco agradables
entre los diversos elementos que integran a las naciones
hispánicas. Es un nombre de «familia», de una gran
familia de veinte naciones hermanas, que constituyen
una «unidad» superior a la sangre, al color y a la raza de
la misma manera que la 'Cristiandad' expresa la unidad
de la familia cristiana, formada por hombres y naciones
de todas las razas, y la 'Humanidad' abarca sin

712”
distinción a todos los hombres de todas las razas, como
miembros de una sola familia humana. Es una
denominación que a todos honra y a nadie humilla.
Todas las naciones hispánicas han heredado un
patrimonio común, transmitido por antepasados
comunes, aunque luego cada una de ellas haya
aumentado su herencia con nuevos bienes y nuevas
glorias, que constituyen el patrimonio intangible y
soberano de cada una de ellas. Pero así como en las
varias familias procedentes de un tronco ilustre la
existencia de distintos patrimonios privados no impide el
amor y culto de las glorias que abrillantan la común
prosapia, así también en las naciones, sin menoscabo de
las glorias privativas de cada una, cabe el amor y culto
del patrimonio común, sobre todo cuando es necesaria la
colaboración de todos los herederos para conservarlo y
defenderlo.

La denominación «Fiesta de la Hispanidad» presenta a


todos los pueblos hispánicos este aspecto agradable y

722”
simpático de nuestra gran familia de naciones y
constituye una invitación para el estudio y cultivo del
patrimonio común, que a todos enorgullece y a todos
aprovecha.

Cómo sienten la «Hispanidad» aun aquellos que no


sienten la «Raza»

El día 13 de octubre de 1935 se inauguró en Buenos


Aires la estatua del Cid Campeador, levantada en el
centro geográfico de la ciudad, en presencia del señor
Presidente de la Nación, del señor embajador de España
y de otras altas representaciones. Pronunciaron los
obligados discursos oficiales dos oradores que no
llevaban apellidos de origen español ni podían sentir el
ideal de la Raza, pero que supieron sentir y proclamar el
ideal de la Hispanidad. El historiador argentino Dr.
Ricardo Levene, al explicar la significación de la
presencia del Cid en América la encontró en el concepto
espiritual de la «hispanidad», que es común a todos los
hispánicos, aunque no hayan heredado sangre española.

732”
«El pueblo del Cid –dijo–, como entidad ética, fue el
creador de una actitud acerca de la fidelidad, acerca de
la defensa del desvalido, la dignidad del caballero y el
honor del hombre; no sólo el honor exterior, diré así,
que nace obligadamente en las relaciones con los demás,
sino el honor íntimo o profundo, que tiene por juez
supremo a la conciencia individual. Del Cid en adelante,
los héroes españoles e hispanoamericanos son de su
noble linaje. Es que en América transvasó la desbordante
vitalidad de la Edad Media española, corriéndose
impetuosamente por el tronco y las ramas la savia de la
raíz histórica... La hispanidad no fue nunca la
concepción de la raza única e invariable, ni en la
Península ni en América, sino, por el contrario, la
mezcla de razas de los pueblos diversos que golpeaban en
oleadas sobre el depósito subhistórico. La hispanidad ha
dejado de ser el mito del imperio geográfico... La
hispanidad no es forma que cambia, ni materia que
muere, sino espíritu que renace, y es valor de eternidad:
mundo moral que aumenta de volumen y se extiende con

742”
las edades, sector del universo en que sus hombres se
sienten unidos por el lado del idioma y de la historia, que
es el pasado. Y aspiran a ser solidarios en los ideales
comunes a realizar, que es el porvenir.» (El Diario
Español, Buenos Aires, 14 de octubre de 1935, página 2.)

Después de este discurso, que tuve el gusto de escuchar


al pie de la estatua del Cid, fue recibida ésta
oficialmente, en nombre del Municipio de Buenos Aires,
por el doctor Amílcar Razori, que con breves y sentidas
palabras entregó «para la contemplación artística y
enseñanza moral de los habitantes la figura legendaria
del Cid Campeador, hijo de nuestra dilecta España,
duro, recio e indómito como las llanuras de Castilla que
le vieron nacer, bravío guerrero de las gestas más
mentadas a través de los siglos en los campos de batalla y
docto en las Cortes ciudadanas, defensor del débil,
paladín de la honra, libertador de pueblos, sostén del
derecho y de la justicia, paradigma y síntesis, en fin, de
las nobles, de las grandes, de las profundamente

752”
humanas virtudes españolas.» (El Diario Español,
página citada).

Misión ecuménica de la Hispanidad en todas las razas


del mundo futuro

Este mundo nuestro que se derrumba, víctima de luchas


raciales y apetitos materialistas, buscará un refugio de
paz y fraternidad en las veinte naciones católicas de la
Hispanidad, salvadas casi íntegramente del incendio de
la guerra y relativamente inmunizadas contra las más
peligrosas reacciones de la posguerra. La Hispanidad
Católica tiene que prepararse para su futura misión de
abnegada nodriza y caritativa samaritana de los infelices
de todas las razas que se arrojarán a sus brazos
generosos. La Providencia le depara a corto plazo
enormes posibilidades para extender en gran escala su
acción evangelizadora a todos los pueblos del orbe,
poniendo una vez más a prueba su vocación católica y su
misión histórica de brazo derecho de la Cristiandad. Por
eso es necesario estrechar cada vez más los lazos de

762”
hermandad y colaboración entre los grupos más selectos
de la Hispanidad Católica, prescindiendo de razas y
colores mudables, para afianzar más las esencias
inmutables del espíritu hispánico.

Conclusión

Creemos que estas líneas contribuirán a esclarecer más


el origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad,
y a justificar el empleo cada vez más universal de la
denominación «Fiesta de la Hispanidad» en sustitución
de la anterior, menos expresiva y simpática, de «Día de
la Raza»”.

772”
CAPITULO III
LA DECADENCIA DE OCCIDENTE.

La decadencia de la que hablamos no debe ser


entendida en términos “spenglerianos”. No se pretende
hacer aquí un estudio de la llamada “civilización
occidental” desde el punto de vista de la cultura. No.
Nuestro esfuerzo va dirigido al análisis de la esencia de
la que se nutría aquel occidente (la vieja cristiandad), y
esto –ya lo hemos dicho- nos coloca en el campo de la
filosofía y teología. Materias que, aprovechamos para
destacarlo, exceden nuestro conocimiento, por lo que
nuestro ensayo tiene la humildad de pretender ser sólo
una aproximación al tema.
La vocación del hombre es alcanzar la
perfección y con ella a Dios; y para ello debe ser ético.
Entendiendo la ética como la ciencia de la perfección,
de la realización de la persona en cuanto tal. Y dado que
nadie se perfecciona fuera de lo suyo, de lo propio, es
tarea de esta ciencia marcar el verdadero fin y el camino
adecuado para que el hombre se perfeccione, alcance la
782”
excelencia de acuerdo a lo que realmente es y está
llamado a ser.
La dignidad del hombre, sus derechos, así como
sus deberes, su interioridad sólo se comprende desde
este aspecto. La persona es un fin, un bien en sí mismo,
no una realidad útil, instrumental. Cada individuo
personal tiene un valor insustituible. “No hay nada en la
naturaleza, ni en las creaciones humanas, culturales,
científicas, técnicas o artísticas, que tenga valor e
importancia como la persona. Todo se ordena como
medio a fin a cada una de las personas”. Inútil intentar
un fundamento serio de los derechos humanos si se le
quita al hombre esta dimensión trascendente al puro
ámbito de la materia.
Pero como señalamos anteriormente, el hombre
moderno, que hoy encarna la decadencia de occidente,
está lejos de tener conciencia de una ética o de la
importancia de los valores. Es más, siguiendo al Padre
Sáenz podemos hacer una lista de los “ismos” a los que
el hombre se entrega desaprensivamente, a saber:

792”
- Individualismo: Citamos nuevamente a Rene
Guenon: “Lo que entendemos por «individualismo», es
la negación de todo principio superior a la
individualidad, y, por consiguiente, la reducción de la
civilización, en todos los dominios, únicamente a los
elementos puramente humanos; así pues, en el fondo,
es la misma cosa que lo que, en la época del
Renacimiento, se ha designado bajo el nombre de
«humanismo», como lo hemos dicho más atrás, y es
también lo que caracteriza propiamente a lo que
llamábamos hace un momento el «punto de vista
profano». Todo eso, en suma, no es más que una sola
y misma cosa bajo designaciones diversas; y hemos
dicho también que este espíritu «profano» se confunde
con el espíritu antitradicional, en el cual se resumen
todas las tendencias específicamente modernas. Sin
duda, no es que este espíritu sea enteramente nuevo;
ha habido ya, en otras épocas, manifestaciones suyas
más o menos acentuadas, pero siempre limitadas y
aberrantes, y que no se habían extendido nunca a todo
el conjunto de una civilización como lo han hecho en
802”
Occidente en el curso de estos últimos siglos. Lo que
no se había visto nunca hasta aquí, es una civilización
edificada toda entera sobre algo puramente negativo,
sobre lo que se podría llamar una ausencia de
principio; es eso, precisamente, lo que da al mundo
moderno su carácter anormal, lo que hace de él una
suerte de monstruosidad explicable solamente si se
considera como correspondiendo al fin de un periodo
cíclico, según lo que hemos explicado primeramente.
Así pues, es efectivamente el individualismo, tal como
acabamos de definirle, el que es la causa determinante
de la decadencia actual de Occidente, por eso mismo
de que es en cierto modo el motor del desarrollo
exclusivo de las posibilidades más inferiores de la
humanidad, de aquellas cuya expansión no exige la
intervención de ningún elemento suprahumano, y que
incluso no pueden desplegarse completamente más
que en la ausencia de un tal elemento, porque están en
el extremo opuesto de toda espiritualidad y de toda
intelectualidad verdadera (…) Puesto que hemos
hablado de la filosofía, señalaremos todavía, sin entrar
812”
en todos los detalles, algunas de las consecuencias del
individualismo en este dominio: la primera de todas
fue, por la negación de la intuición intelectual, poner
la razón por encima de todo, hacer de esta facultad
puramente humana y relativa la parte superior de la
inteligencia, o incluso reducir la inteligencia toda
entera a la razón; eso es lo que constituye el
«racionalismo», cuyo verdadero fundador fue
Descartes. Por lo demás, esta limitación de la
inteligencia no era más que una primera etapa; la
razón misma no debía tardar en ser rebajada cada vez
más a un papel sobre todo práctico, a medida que las
aplicaciones le tomaron la delantera a las ciencias que
podían tener todavía un cierto carácter especulativo; y,
Descartes mismo, ya estaba en el fondo mucho más
preocupado de esas aplicaciones que de la ciencia
pura. Pero eso no es todo: el individualismo entraña
inevitablemente el «naturalismo», puesto que todo lo
que está más allá de la naturaleza está, por eso mismo,
fuera del alcance del individuo como tal; por lo demás,
«naturalismo» o negación de la metafísica, no son más
822”
que una sola y misma cosa, y, desde que se desconoce
la intuición intelectual, ya no hay metafísica posible;
pero, mientras que algunos se obstinaron no obstante
en edificar una «pseudometafísica» cualquiera, otros
reconocían más francamente esta imposibilidad; de
ahí el «relativismo» bajo todas sus formas, ya sea el
«criticismo» de Kant o el «positivismo» de Augusto
Comte; y, puesto que la razón misma es
completamente relativa y no puede aplicarse
válidamente más que a un dominio igualmente
relativo, es evidentemente cierto que el «relativismo»
es la única conclusión lógica del «racionalismo». (…)
Quien dice individualismo dice necesariamente
negación a admitir una autoridad superior al
individuo, así como una facultad de conocimiento
superior a la razón individual; las dos cosas son
inseparables la una de la otra. Por consiguiente, el
espíritu moderno debía rechazar toda autoridad
espiritual en el verdadero sentido de la palabra, que
tiene su fuente en el orden suprahumano, y toda
organización tradicional, que se basa esencialmente
832”
sobre una tal autoridad, cualquiera que sea por lo
demás la forma que revista, que difiere naturalmente
según las civilizaciones. Eso es lo que ocurrió en
efecto: a la autoridad de la organización calificada
para interpretar legítimamente la tradición religiosa de
Occidente, el Protestantismo pretendió substituirla por
lo que llamó el «libre examen», es decir, la
interpretación dejada al arbitrio de cada uno, incluso
de los ignorantes y de los incompetentes, y fundada
únicamente sobre el ejercicio de la razón humana. Era
pues, en el dominio religioso, el análogo de lo que iba
a ser el «racionalismo» en filosofía; era la puerta
abierta a todas las discusiones, a todas las
divergencias, a todas las desviaciones; y el resultado
fue lo que debía ser: la dispersión en una multitud
siempre creciente de sectas, cada una de las cuales no
representa más que la opinión particular de algunos
individuos”.
-Feminismo: El ataque a la familia, a la vida, a
través, por ejemplo de la doctrina del género es un
ejemplo de ello. ¿Pero qué es la doctrina de género y
842”
por qué decimos que se enfrentan esta cosmovisión
materialista, atea, hedonista, mundialista de la cultura de
la muerte, contra la cosmovisión católica de la cultura
de la vida? Porque la ideología de género recoge la
interpretación de Friedrich Engels, expresada en su libro
“El origen de la familia”, donde relata la historia de la
mujer en relación con la técnica según la cual, la
propiedad privada convierte al hombre en propietario de
la mujer. En la familia patriarcal fundada sobre la
propiedad privada, la mujer es explotada y oprimida por
el hombre. Por ende, el proletariado y las mujeres se
convierten en dos clases oprimidas. La liberación de la
mujer –sostiene Engels- pasa por la destrucción de la
familia y su ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará
su lugar en la sociedad de producción, ya sin el yugo
marital ni la carga de la maternidad.
El feminismo radicalizado reinterpreta la
historia bajo una perspectiva dialéctica neo-marxista,
identificando a la mujer con la clase oprimida y al
hombre con la opresora. El matrimonio monógamo es la
síntesis y expresión del dominio patriarcal y toda
852”
diferencia es entendida como sinónimo de desigualdad,
por lo que es preciso acabar con ella. "El primer
antagonismo de clases de la historia coincide con el
desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer
unidos en matrimonio monógamo, y la primera
opresión de una clase por otra, con la del sexo
femenino por el masculino" (Friedrich Engels, “The
origin of the Family, Property and the State")

La modernidad nos ofrece un paradigma de


mujer cuyo modelo pareciera ser el exhibicionismo
desvergonzado de un cuerpo “armoniosamente
anoréxico”. El culto al físico por un lado, y al desborde
sexual por el otro, son caras de una misma moneda. Se
trata de vender una imagen de mujer exitosa; moderna
y desenvuelta; para alejarla de su papel más importante
en la sociedad; como lo es el de madre de familia. Este
proceso no es casual y dentro de la lógica del
mundialismo es perfectamente entendible. Todo lo que
sea tendiente a debilitar a la familia, siendo ésta la
comunidad primera y la más próxima a la naturaleza;

862”
son elementos válidos. Es hora de tomar conciencia que
el ataque a la familia, es un ataque a la sociedad en su
conjunto, ya que es justamente la familia la que debe
fomentar de un modo ejemplar aquellos sentimientos y
valores que son propios de la vida en comunidad, como
son el amor y la fidelidad, el respeto y la confianza. La
familia es parte y miembro del estado, y está destinada a
formarlo, ya que conserva y engrandece la Nación
gracias a su fecundidad. Es una célula de la sociedad
aunque antropológica y teológicamente es anterior a
ella. Por esto afirmamos que la institución familiar tiene
derechos naturales y a su vez, el Estado tiene
obligaciones para con ella. El Estado debe respetar y
amparar a la familia y sus derechos fundamentales;
proteger incondicionalmente los valores que aseguran la
misma: el orden, la dignidad humana, la salud y el
bienestar, favorecerla de todos los modos que estén a su
alcance. El fundamento de estas obligaciones es el
carácter natural de la familia y la misión misma del
estado de velar por el bien común.

872”
La estrategia de debilitar la figura de la mujer
como forma de atacar la estructura familiar, no es
nueva. Si se examina la historia se puede ver claramente
que en la decadencia de toda civilización cuando se
comienza a vislumbrar un cambio de poder y/o
modelos, surge el tema de la destrucción de la familia.
Para lograr el objetivo se recurre previamente a la
degradación de la mujer, se procura despojarla de toda
vergüenza, proclamar su “liberación”, el derecho a que
ejerzan “el amor libremente”, su igualdad con el hombre
en su papel en la vida (violando el orden natural), y la
exaltación “del feminismo militante”. En su afán de
disociación, el imperialismo y las entidades que
responden al Nuevo Orden Mundial, apuntan a hacer
estragos en la primera célula social; transformando a la
sociedad toda, en un cuerpo enfermo, proclive a todo
quebrantamiento. Además del ataque a la mujer, se
busca debilitar la célula familiar a través de campañas
que promuevan la pornografía, la homosexualidad, etc.
Todos estos signos indican una profunda decadencia
moral, con el agravante de que estos elementos están al
882”
servicio de la penetración cultural que proviene del
exterior. Los medios de comunicación no son más que
usinas de transmisión por las cuales se pretende igualar
el concepto de libertad, con el de libertinaje. Se le rinde
culto al lema de “prohibido prohibir”, partiendo de la
falsa premisa de que el hombre no tiene espíritu y por
ende no hay nada que proteger. Este materialismo
desemboca en un inhumano permisivismo en el que
“todo vale”, aceptando por ejemplo a los sodomitas con
el alegre eufemismo de “gays”. De esta manera se llega
a la ridiculez de que sea elegida como mujer del
año…un travesti!!! Detrás de la manipulación de la
sexualidad se esconde, como se ha dicho, un auténtico
intento de cambio social y cultural. Esta presencia del
homosexualismo desafiante y militante tiene el patético
signo del modernismo que; primero negó a la Iglesia,
luego a Dios, y ahora intenta destruir al hombre mismo,
aunque esto engendre tal vez, su propio final. Ante
semejante cuadro, no dudamos en rescatar el concepto
cristiano de mujer en su acepción de señora, esposa y
madre de familia, sin por esto negarle el correcto
892”
desempeño que puede lograr en las ramas del saber, el
comercio, la política, o las instituciones sociales.
Reivindicamos el concepto de familia según el cual esta
es una primera comunidad social y estable de padres
(hombre y mujer) e hijos, de orden natural, sagrado e
indisoluble.
-Igualitarismo: Creemos que es consecuencia
directa de la masificación, del mensaje único y
políticamente correcto, que todos repiten para no ser
estigmatizados. Creen ser libres pero son esclavos del
sistema.
-Consumismo: El afán por tener el último
producto que salió al mercado, aunque sea banal e
innecesario. Si está a la venta hay que comprarlo. Típico
de sociedad capitalista de consumo. Como el hombre
moderno se encuentra vacío desde lo espiritual, busca
llenar ese espacio con la materia. Con objetos de
consumo.
-Hedonismo: Invoca una corriente filosófica que
se caracteriza por postular que el bien, como valor, va
de la mano del placer. Esta falsa moral cree que el
902”
hombre encuentra la felicidad en todo aquello que le
genere placer aquí y ahora.
-Relativismo: La verdad no existe. Todo es
relativo y subjetivo. Lo que para una persona puede ser
cierto para otra no. Y sin un absoluto no hay jerarquía,
no hay valores, no hay moral. En síntesis, hay anomia.
Hay decadencia. Todo puede ser válido y opinable. Así
lo expresaba magistralmente ese genio que fue el Padre
Castellani: “Opinión es una afirmación no cierta,
basada en argumentos válidos, mas no evidentes,
opuestos a otros también válidos. Por ejemplo: "Yo
opino que las neurosis son psicosomatogénicas, otros
doctores opinan que son todas psicogénicas, otros que
son todas somatogénicas. Opinión no es cualquier
afirmación lanzada al aire porque sí, por
charlatanismo o temeridad de botarate; eso es
macaneo. No confundir, pues, el derecho de opinar y
el derecho de macanear, que es lo que hizo el
liberalismo. ¿Quién tiene derecho a opinar? No todo
hombre sobre todo tema, sino los entendidos sobre
aquello que entienden. Sólo ellos deben tener una
912”
libertad de opinar que merezca consideración
política”.
-Inmanentismo: Este hombre moderno aferrado
a la materia, aturdido en la razón y nublados sus
sentidos no ve más allá que el día de hoy. El pasado lo
aburre y el futuro lo espanta. La idea de finitud puede
ser disparador de alteraciones psicológicas. No hay otra
vida. No existe lo trascendente. No hay nada superior.
Todo termina con la muerte. Decía el Padre Sáenz: “A
primera vista parece absurdo querer compaginar el
espíritu de inmanencia con la Revelación cristiana,
porque si todo debe permanecer dentro del
pensamiento y de la propia voluntad autosuficientes,
no se ve cómo sería aceptable una verdad que viniese
de lo alto, fuera del alcance de cualquier tipo de
"verificación" intelectual o empírica. Sin embargo
ello se ha intentado, y con resultados nefastos. Porque,
como dice Caturelli, si el método de inmanencia,
aplicado a la filosofía, conduce fatalmente al ateísmo,
si se aplica al orden sobrenatural, negándose la
distinción entre naturaleza y gracia, se llega
922”
inevitablemente a la "muerte" del Dios vivo y a la
disolución de la teología. En adelante es el hombre, y
no ya Dios, el centro de la reflexión teológica. Se
cumple así aquello de Nietzsche de que la muerte de
Dios es el hito necesario para que el hombre viva. La
teología se vuelve antropología y la conciencia
humana ocupa el lugar del Verbo”.
-Indigenismo: Es una maniobra de los grandes centros
de poder mundial para crear fracturas, crisis de
identidad, separatismos y de ser posible, secesión en los
países que son de su incumbencia por razones políticas
y a los que aspiran a dominar. Se intenta convencer a los
hombres que su identidad no es tal, sino que proviene de
“pueblos originarios” que fueron víctimas de un
genocidio por lo que sus descendientes tienen derecho a
la tierra, la autonomía y hasta una reparación material.
Entendemos claramente que estos “ismos” a los
que señalamos no son otra cosa que la causa directa de
un acto voluntario desordenado de la voluntad. La
misma sigue a la razón que se aparta de su regla y de la
ley divina y persigue un bien temporal. Y de este modo
932”
se produce un desorden como efecto del defecto de
dirección de la voluntad.
Pero dado que los sentidos pueden inclinar los
apetitos sensibles y estos arrastrar a la misma
inteligencia y voluntad, entonces se debe decir que
también ellos constituyen una causa interna, aunque
remota, del pecado. Así Santo Tomás distingue como
causas interiores del pecado la ignorancia del
entendimiento, las pasiones del apetito sensitivo y la
malicia de la voluntad. Todo pecado es un actuar
“contra naturam”, contra la naturaleza humana. El
objeto de la voluntad natural es el bien de la razón, por
eso el obrar un mal no es conforme a la tendencia
natural.
El mal es actuar contra la razón. En efecto, dado
que el bien es actuar según la propia forma y la forma
del hombre es su alma racional, de esto se desprende
que el mal sea un ir en contra de la misma razón. El
pecado es una conversión y una aversión al mismo
tiempo. Conversión a un bien finito, perecedero, y una
aversión a Dios, el Bien. El pecado es un acto humano
942”
malo, es decir, un acto voluntario separado de su regla o
medida. La “raíz” del pecado sea considerada la avaricia
y la soberbia el “principio”: la primera por la conversión
a un bien perecedero en que consiste el pecado, la
segunda respecto a la aversión a Dios que conlleva.
Frente a esta decadencia, el Occidente Hispano
Católico que postulamos propone aquellas viejas y
queridas virtudes teologales enseñadas por los padres de
la iglesia.
Por encima de todas las virtudes naturales,
entonces, se dan tres grandes virtudes teologales: fe,
esperanza y caridad, la primera reside en la inteligencia
y las otras dos en la voluntad. Estas virtudes infusas
provienen de la vida de Dios en el hombre y por lo tanto
son proporcionadas a la vida sobrenatural y tienen por
objeto a Dios mismo en su vida íntima. Por eso también
pueden ser llamadas virtudes divinas. Son infundidas
sólo por Dios y sólo son conocidas por la Revelación.
-Fe: Es el acto por el cual la inteligencia asiente
a verdades que no le son evidentes en base al testimonio
de una autoridad fidedigna; la inteligencia es movida
952”
por la voluntad libre en el acto de creer y ésta, a su vez,
es movida por Dios. El creer de la fe, al que aquí nos
referimos, es algo totalmente distinto. Es afirmar como
verdad algo cuya evidencia no nos consta pero con un
grado de certeza total. Así lo explica J. Piepper: “ (…)
creer significa lo mismo que tomar posición respecto a
la verdad de algo dicho y a la real efectividad del
contenido a que se refiere lo que se dice; expresado
con más exactitud, creer quiere decir que se tiene una
afirmación por verdadera y lo afirmado por real, por
objetivamente auténtico”. Este acto de asentimiento
conlleva, de esta manera, dos elementos fundamentales:
La no evidencia de una realidad objetiva para el que
cree, el no tener a la vista algo, pero, al mismo tiempo,
la incondicional aceptación de que es verdad. El que
cree tiene certeza, seguridad en la verdad y realidad de
lo creído.
-Esperanza: Es la virtud teologal, infundida por
la gracia de Dios, que lleva a confiar con plena certeza
en la consecución de la vida eterna contando con los

962”
medios necesarios para ello apoyados en el auxilio
divino.
-Caridad: Virtud teologal que Dios infunde en la
voluntad por la cual se ama a Dios por Él mismo sobre
todas las cosas y a uno mismo y al prójimo por Dios. Es
una virtud teologal ya que el amor al que inclina es
motivado por Dios aun cuando se refiere a las creaturas.
“Los actos y los hábitos se especifican por los
objetos, como está dicho. Es objeto propio del amor el
bien, como hemos visto; por eso, donde se encuentra
especial razón de bien, allí se da razón especial de amor.
Y, pues, el bien divino, en cuanto objeto de
bienaventuranza, ofrece razón especial de bien, por
tanto, el amor de caridad, que es el amor de este bien, es
un amor particular, y así la caridad es especial virtud”.
Por la caridad se ama en primer término a Dios,
sobre todas las cosas, y en segundo lugar, derivado de
este amor, a las creaturas racionales.
Hasta aquí la clara contraposición del Occidente
decadente modernista en relación al Occidente Hispano
Católico. Lamentablemente la decadencia viene
972”
prevaleciendo y arrastrando a su paso más de dos mil
años de tradición. Inconsciente se yergue orgulloso este
“homo economicus” pletórico de soberbia sobre las
ruinas de lo que él cree que es una sociedad en plena
evolución y desarrollo. ¿Será realmente así? ¿La
humanidad ha evolucionado o involucionado?
Triste sería descubrir, que tras miles de años de
existencia, el hombre aún sigue cometiendo el mismo
pecado original que nuestros primeros padres. Y esto a
pesar del bautismo, que vendría a limpiar nuestra alma
de aquel pecado que acarreamos por el simple hecho de
ser hombres. “El pecado original fue un pecado de
soberbia. El pecado de Adán y Eva es un pecado muy
frecuente hoy día. Hombres y mujeres autosuficientes,
independientes, rebeldes a toda norma, orden o
mandato, aunque venga del Papa. Para ellos sólo vale
lo que ellos opinan, y lo que ellos quieren. No se
someten a nadie. Quieren ser como dioses. Ése fue el
pecado de Adán y Eva”.
Es que resulta evidente que la humanidad ha
evolucionado (tanto en lo que hace al paso del tiempo;
982”
como a los adelantos en la ciencia, tecnología,
comunicación, etc) desde aquellas edades primitivas de
la historia hasta la actual civilización postmoderna. Sin
embargo, con una simple mirada al hombre –como
sujeto de la historia y fundamento de la civilización –
estos avances en materia científica no se traducen en un
adelanto en lo que hace a lo espiritual, en tanto la
persona está constituida por cuerpo y alma. Más por el
contrario, podemos afirmar que a la evolución material
corresponde simétricamente una involución en materia
axiológica.
Sobre el particular afirma el Padre Sáenz, “En
el Renacimiento, el hombre comenzó el proceso de su
autoexaltación. El florecimiento de lo humano no era
posible sino en el grado en que el hombre tenía
conciencia, en lo más profundo de su ser, de su
verdadero lugar en el cosmos, conciencia de que por
encima de él había instancias superiores. Su
perfeccionamiento humano sólo resultaba factible
mientras se mantuviese ligado a las raíces divinas”.
Complementariamente, aporta el citado Padre Sáenz
992”
que: “Dos hombres dominan el pensamiento de los
tiempos modernos, Nietzsche y Marx, que ilustran con
genial acuidad las dos formas concretas de la
autonegación y autodestrucción del humanismo. En
Nietzsche, el humanismo abdica de sí mismo y se
desmorona bajo la forma individualista; en Marx, bajo
la forma colectivista. Ambas formas han sido
engendradas por una sola y misma causa: la
sustracción del hombre a las raíces trascendentes y
divinas de la vida”.
A todas estas etapas de un mismo proceso (de
secularización) y sus protagonistas, agregamos nosotros
el importante y clave rol que juega Gramsci, como
impulsor de la inmanencia y estratega de la subversión
de los valores y cambios en el sentido común a través de
la cultura.
Bien decía Rene Guenon: “La civilización
occidental moderna aparece en la historia como una
verdadera anomalía: entre todas aquellas que nos son
conocidas más o menos completamente, esta
civilización es la única que se ha desarrollado en un
1002”
aspecto puramente material, y este desarrollo
monstruoso, cuyo comienzo coincide con lo que se ha
convenido llamar el Renacimiento, ha sido
acompañado, como debía de serlo fatalmente, de una
regresión intelectual correspondiente”.
Pero retomando al tema central, el pensador
ruso Berdiaeff sostenía: “A fuerza de atribuir
suficiencia al conocimiento no sólo para autodefinirse
y autoafirmarse, sino también para develar la totalidad
de los problemas, llega el hombre a la negación y a la
autodestrucción de su propia capacidad de inteligir.
Perdido su centro espiritual y negado el origen
trascendente de su inteligencia, reflejo del Logos
divino, el hombre se pierde a sí mismo y renuncia a su
capacidad de entender”.
Estas reflexiones nos dejan una serie de
interrogantes que cada quien responderá de diferente
manera (otro signo más del relativismo que caracteriza
la modernidad). ¿Acaso son incompatibles la razón con
la fe? ¿La humanidad ha sustituido a Dios por la razón?
¿Puede el hombre vivir sin Dios? ¿Existe Occidente, u
1012”
Occidente es la Hispanidad? Y finalmente…¿es posible
una restauración a los valores trascendentales que
logren re-ligar al hombre con su Creador?
Las respuestas a estas preguntas, para nosotros
están en Dios uno y trino. La restauración será la vuelta
a la tradición, o finalmente, en la parusía, al decir del
Padre Castellani.

1022”
COLOFON

La decadencia que ya se nos presenta como


evidente, tiene su correlato en hechos concretos, puesto
que la ética modernista en la que el relativismo es
bandera es el reflejo de esta sociedad de la inmanencia,
el hedonismo y materialismo.
Por ende nuestra definición del occidente actual
será: “La ecúmene que tiene como religión y
cosmovisión al catolicismo, que se apoya en la
filosofía clásica griega interpretada por los padres de
la Iglesia, y basa sus normas de conducta en el
Derecho romano”. Y ese Occidente que acabamos de
definir es el que vive aún en la Hispanidad. El de los
valores trascendentes.
La Hispanidad es para nosotros el estado del
espíritu sobre el cual se apoyan los pilares del Derecho
Romano, la filosofía clásica y el catolicismo, la
supremacía de los valores trascendentales del hombre
por sobre todo aquello material e inmanente. Pueden
pertenecer a ella, desde continentes hasta países enteros;
1032”
desde pequeñas comunidades hasta el individuo de a
pie. No se trata de un concepto racial, ni geográfico;
mucho menos político. Se trata de un concepto
filosófico y teológico. Por eso alzamos la voz diciendo
que en cualquier parte del mundo; Norte, Sur, Este u
Oeste donde haya una persona con estos valores; allí
estará presente la Hispanidad, y con ella la esencia de lo
que aun sobrevive de Occidente.

1042”
BIBLIOGRAFIA

- SAENZ, Alfredo, Antonio Gramsci y la


revolución cultural, Buenos Aires, Gladius, 2012.
- SAENZ, Alfredo, El hombre moderno,
Buenos Aires, Gladius, 2001.
- GUENON, Rene, La Crisis del Mundo
moderno, Buenos Aires, Huemul, 1966.
- BELLOC, Hilaire, La crisis de Nuestra
Civilización, Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
1966.
- SOLZHENITSYN, Alexandr, El
suicidio de Occidente, Buenos Aires, Editorial Mikael,
1983.
- RANDLE, Patricio, La decadencia de
Occidente ya llego, Revista Gladius N. 78, Buenos
Aires, 2010.
- SOMOZA, Paulino, Bertrand Russell y
su análisis del Cristianismo, Buenos Aires, Ed. Autor,
1960.
1052”
- D ANGELO RODRIGUEZ, Aníbal,
Aproximación a la Postmodernidad, Buenos Aires,
Ediciones de la Universidad Católica Argentina, 1998.
- RIBAS, Armando, ¿Quién es
Occidente?, Buenos Aires, Atlántida, 1997.
- MARCEL, Gabriel, Los hombres contra
lo humano, Buenos Aires, Hachette, 1955.
- MARITAIN, Jaques, Los tres
reformadores, Buenos Aires, Excelsa.
- BOIXAIDOS, Alberto, La IV
Revolución Mundial, Buenos Aires, Gladius, 1997.
- GENTA, Jordán, Guerra
contrarrevolucionaria, Buenos Aires, Cultura Argentina,
1977.
- PRIMO DE RIVERA, José Antonio,
Obra de José Antonio Primo de Rivera, Madrid,
Editorial Almena, 1970.
- HUNTINGTON, Samuel, El choque de
civilizaciones, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1997.

1062”
- PERON, Juan Domingo, Obras
completas, Tomo IX (II), Buenos Aires, Editorial
Docencia, 1998.
- PERON, Eva Duarte, Discursos
completos (1946-1948), Buenos Aires, Editorial
Megafón, 1985.
- BUELA, Alberto, Obras selectas, Tomo
III, Buenos Aires, Editorial Docencia, 2011.
- DE MAEZTU, Ramiro, Defensa de la
Hispanidad, Buenos Aires, Editorial Poblet, 1952.
- CASTELLANI, Leonardo, San Agustín
y nosotros, Mendoza, Jauja, 2000.
- CASTELLANI, Leonardo, Cristo y los
fariseos, Mendoza, Jauja, 1999.
- CASTELLANI, Leonardo, Castellani
por Castellani, Mendoza, Juaja, 1999.
- CASTELLANI, Leonardo, Sentencias y
aforismos políticos, Buenos Aires, Edición del Grupo
Patria Grande, 1981.

1072”
1082”

También podría gustarte