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MODULO I

El gaucho en la Literatura argentina

CARRERA: Licenciatura en UNIDAD DIDACTICA Nº 4:


Letras.Ciclo de Licenciatura Don Segundo Sombra: el arquetipo
Aspectos estilísticos de Don Segundo Sombra

Seminario de Literatura Argentina

MÓDULO I UNIDAD DIDÁCTICA 4 Don Segundo Sombra: el arquetipo


El gaucho en la 4.1. El gaucho de la Edad de Oro
Literatura 4.2. La riqueza de un estilo
argentina

OBJETIVOS
 Nos introducimos en la unidad 4 del módulo I, que nos propone el
análisis de una auténtica obra canónica de la literatura argentina.
 La unidad 4 tiene entonces como objetivos:

Reflexionar acerca de los motivos que estimularon, en la clase


dominante, la adopción de don Segundo Sombra como
contracara de Juan Moreira.

Instalar el ejercicio de auto evaluación como una metodología


para asegurar el estudio y la comprensión de la asignatura.

DESARROLLO TEMÁTICO
Introducción
A todas luces, la egregia novela de Ricardo Güiraldes tuvo un destino
más venturoso que el desdeñado folletín de Eduardo Gutiérrez, al menos en
lo que atañe a la recepción de los sectores intelectuales, pues estos le
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concedieron a la primera todo lo que le negaron a Juan Moreira. En tanto


juicio estético de la crítica literaria, esa diferencia de tratos dispensados no
debería cuestionarse. Pero inevitablemente subyace la impresión de que la
acérrima oposición presentada a la obra de Gutiérrez se originó, y esto es
irrefutable, en la temática que contiene. En este sentido, la reflexión de
Alfredo Rubione, citada en el epílogo de la unidad anterior, provee la clave
para comprender el rechazo a la figura de Moreira, sesgada por el crimen,
como también la adopción de don Segundo Sombra en calidad de gaucho
ejemplar. El debate sobre la construcción del mito argentino es en esto
determinante.
Haber comenzado la unidad dedicada a la novela de Güiraldes
enfatizando las consecuencias de un problema ideológico, y por las cuales se
vio afectada otra obra, puede interpretarse como una injusticia. No es esa la
intención, en particular, cuando se trata de un texto que justificadamente ha
conquistado un sitio preferencial en el canon de la literatura argentina. Si
bien es insoslayable que el carácter nacionalista que se le ha atribuido acabó
por influir favorablemente en su recepción, ostenta grandes aciertos
artísticos que deben tener primacía en el análisis.
El estudio habrá de centrarse primero en la materia del texto, esto es,
en esa construcción de un mundo idílico en el que se desenvuelve don
Segundo Sombra, gaucho arquetípico, en quien mejor ha subsistido el legado
de Santos Vega, a pesar de que aquel no sea payador. En segundo lugar, se
intentará desentrañar la constitución estética de la obra, nutrida de aportes
variopintos.

7.1.
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El gaucho de la Edad
de Oro

Segundo Ramírez

La materia de Don segundo Sombra está constituida por lo que se


conoce como novela de aprendizaje, en este caso de la vida del gaucho.
Este esquema comprende el protagonismo del que es aleccionado y el del
que enseña. Lo que se aprende en esta narración no es de índole
intelectual, sino todo aquello que resulta útil para el gaucho, especialmente
para el que se desempeña como resero. Curiosamente, comparte la novela
de Güiraldes con Juan Moreira el hecho de inspirarse en personas de la vida
real. Don Segundo Sombra era un resero y domador nacido en Coronda,
provincia de Santa Fe, y que trabajó primero temporalmente en La Porteña,
estancia de la familia Güiraldes en San Antonio de Areco, para realizar la
doma de unas yeguas. En realidad, el apellido de don Segundo era Ramírez.
Luego de trasladarse a otras localidades, este resero volvió a San Antonio de
Areco convocado por José Antonio Güiraldes, hermano del escritor, para
efectuar tareas en su estancia, llamada La Fe. En 1936, a los ochenta y
cuatro años falleció don Segundo y sus restos fueron inhumados a tres
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metros de la sepultura de Ricardo Güiraldes.


Pero en esta novela no es la biografía del referente real lo que se
desarrolla. Ramírez ha inspirado al escritor para trazar la figura del
paradigma positivo del gaucho, en la función de guía, mas la mayor
relevancia está centrada en el proceso de aprendizaje del adolescente y las
implicancias que esto tendrá. Por eso el texto sigue la huella de los
tradicionales relatos de iniciación, en los que resulta indispensable
encaminarse en una viaje que transformará la vida de quien lo emprende. Y
el cambio se concreta en virtud del conocimento que se adquiere. Este es un
tópico que se ha planteado ya en ocasión de la lectura de La vuelta de
Martín Fierro. La diferencia ahora reside en la preponderancia que cobra la
función del guía en el proceso cognitivo, lo que demuestra que el tema de
Don Segundo Sombra tiene raigambre, por ejemplo, en lo que en la Odisea
se denomina la “Telemaquia” o en la misma Divina Comedia. En el primero
de los casos se halla el guía legendario más célebre, Mentor, a quien Odiseo
había encomendado la tarea de educar a Telémaco. En la ínclita obra de
Alighieri, aparece Virgilio como guía de Dante convertido en personaje de
ficción, para acompañarlo en el riesgoso itinerario por el infierno y luego
por el purgatorio. Es oportuno añadir que a Dante se le ha concedido, por
intercesión de Beatriz, una gracia singular, a fin de que acceda a la
expedición por el trasmundo para transmitir lo que allí vea y aprenda. Ésa es
la clase de experiencia que justamente hará Fabio Cáceres, destinatario de
la instrucción de don Segundo.
En el inicio mismo de la narración, puede verificarse la primera prueba
de la notable influencia positiva que ejerce el gaucho ejemplar en el destino
de Cáceres. El propio adolescente está cavilando, frente al río, sobre lo que
ha sido el curso de su vida hasta ese momento. Y en sus recuerdos declara
con transparencia:
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Mi reputación de dicharachero y audaz iba mezclada de otros comentarios que


yo ignoraba. Decía la gente que era un perdidito y que concluiría, cuando fuera
hombre, viviendo de malos recursos. 1

La cita manifiesta con suficiencia la pendiente por la que el personaje caería


casi irremediablemente. Pero minutos después de esas meditaciones se
produce el encuentro con don Segundo, circunstancia que acabará siendo el
punto de partida para la redención del joven. Nótese que la sola
contemplación de esa silueta imponente del jinete, en la penumbra del
crepúsculo, suscita tal impacto en él que esa misma noche decide dar un
viraje en su vida. El primer paso es el abandono de un hogar, que le resulta
hostil, para anticiparse al gaucho que lo ha impresionado en la estancia de
don Leandro Galván.
La construcción del arquetipo se abastece de una serie de rasgos que
se descubren en don Segundo a medida que avanza el relato. Ante todo, no
puede soslayarse que, aun cuando no le falta valentía ni destreza para el
manejo del cuchillo, la admiración que genera procede de su habilidad en las
tareas de domador y de resero, de su conocimiento del campo y de una
sabiduría obtenida sobre la base de la experiencia. Pero también su presencia
transmite valor e impone respeto. Ejemplo de lo primero es lo que ocurre en
el rancho del puestero don Sixto Gaitán en capítulo XV, cuando pasan la
noche en ese lugar. El ingreso de don Segundo pone fin al incidente y
tranquiliza a Fabio, quien logra dormir sólo después de ver a su padrino. En
cuanto al respeto, más allá de la estulticia del Tape Burgos en el inicio, que
además estaba ebrio, no hay gente que pueda envalentonarse con don
Segundo. Son muy ilustrativos los casos del policía que en el capítulo XIV
pretende llevarlo por la fuerza a la comisaría, y del pulpero ebrio en el XXIII,
que terminó arredrándose ante la impavidez del gaucho.
Aunque don Segundo no aparece como payador, el arte no le es
esquivo, pues ostenta una gran aptitud como narrador oral, que se constata
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en los cuentos del paisanito Dolores y del herrero Miseria. La atención que
concita en su auditorio refrenda su talento, con lo cual se va completando el
trazo de un paradigma, puesto que, en el ideal de gaucho que se forman los
sectores cultos de comienzos del siglo XX, es necesario que denote algún
vínculo con la cultura.
Desde luego, en la elaboración idealista de un hombre de campo, los
códigos de respeto y lealtad no pueden omitirse. Ante la desmesura de Fabio
contra Pedro Barrales, tras haberse enterado de que se convertirá en
estanciero, su padrino lo zahiere y le impone que se disculpe. Al mismo
tiempo, consciente de que el joven lo necesita en esa nueva condición,
decide abandonar también él la tarea de arreo para acompañarlo y
permanecer a su lado. Nada ratifica mejor lo que se ha intentado demostrar
que estas palabras de un joven estanciero, para quien Fabio estaba domando
unos potros:
─¡Qué padrino tenés, muchacho!
─Y ─contesté─, no ayudándome el cuerpo, con algo debía contar pa un apuro.
─No es que te falte con qué desempeñarte ─rearguyó─; pero aquel hombre
─insistió, aludiendo a Don Segundo─ no me parece ser como cualquiera de los
muchos que somos.2

Un gaucho de esa naturaleza sólo es posible concebir en un mundo muy


peculiar. Lo que se quiere decir es que a la configuración de un personaje
arquetípico le corresponde, en la novela de Güiraldes, la construcción de un
contexto idílico. Proliferan los aspectos que dan cuenta de la idealización del
espacio y del estilo de vida. En primer lugar, la campaña se presenta como
un ámbito libre de tensiones: no hay levas forzosas, no se observan abusos de
la autoridad ni persecuciones hacia el gaucho y, lo que es llamativo, no se
advierten conflictos entre patrones y peones. Los estancieros de esta obra
son generosos y amables con los gauchos, por eso conviven pacíficamente.
Por otra parte, hay una absoluta libertad de desplazamiento, no
intervienen partidas policiales exigiendo “papeletas” y no se ponen
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obstáculos para transitar por los campos. Asimismo, los reseros respetan los
límites de las estancias y efectúan los rodeos por los caminos.
El dinero no representa una obsesión para los gauchos, cuya conducta
se exhibe al margen de toda avaricia. Un ejemplo diáfano de su prodigalidad
se encuentra en la secuencia de las carreras de caballos, en las que Fabio
dilapida casi todo lo que había ganado en la riña de gallos, más dinero que
tenía guardado y, cuando ya no le quedaba nada, apuesta sus caballos y los
pierde. Lo más notorio es que antes de las carreras dice “la plata me andaba
incomodando en el bolsillo”. Despojado de todo, no demuestra demasiado
pesar, y el episodio se resuelve con el relato del herrero Miseria, que don
Segundo le dedica a su compañero para consolarlo.
Otro aspecto que contribuye con la idealización del contexto reside en
la escasez de duelos a cuchillo, sobre todo de los que se llevan a cabo por el
simple motivo de acrecentar una fama. En toda la narración se producen
apenas tres enfrentamientos, y sólo uno de ellos tendrá desenlace fatal. Por
supuesto, en ése no intervienen los protagonistas. De todas maneras, reviste
un gran interés indagar en esa pelea trágica qué códigos se vislumbran, dado
que también traslucen cierto idealismo.
El carácter idílico, casi bucólico del ambiente se apoya asimismo en el
arcaísmo del espacio y de las costumbres. La tecnología no ha invadido la
campaña para modernizar la ejecución de las tareas, y las referencias al
contexto histórico son casi inexistentes. La actividad agrícola, muy
identificada con las colonias de inmigrantes, está omitida por completo, con
lo que se refuerza la imagen arcaica del campo. Algunos críticos sugieren que
está representado como era antes de que el propio Güiraldes naciera. Pero
esa apreciación tiene un escollo difícil de eludir: la ya apuntada ausencia de
las problemáticas que afectaron al gaucho desde el período colonial.
Entonces, ¿a qué época pertenece la campaña representada en Don Segundo
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Sombra? Parece corresponder a un tiempo ajeno a la historia, un tiempo


primordial o, si se prefiere, espiritual, como sostiene Noé Jitrik. Se trata, por
lo tanto, de un tiempo mítico que, según Pierre Grimal, se refiere a un orden
anterior al orden actual. Esta singularidad del tiempo, que en la novela de
Güiraldes lleva la idealización a su plenitud, acerca a la memoria el conocido
mito de las edades, perpetuado por Hesíodo en Trabajos y días. De esta
forma el poeta didáctico griego definía la Edad de Oro:
Dorada la primerísima raza de los mortales hombres
hicieron los inmortales, los que habitan olímpicas moradas.
Ellos existían en la era de Crono, cuando en el cielo reinaba;
vivían como los dioses, con el ánimo despreocupado,
sin penas ni pesadumbre, y de ningún modo la cobarde
vejez los amenazaba, sino que siempre en pies y manos por igual
se deleitaban en los festines, apartados de los males todos;
morían como si fueran sometidos por el sueño; y todos los bienes
tenían; el fecundo labrantío ofrecía fruto
espontáneo, abundante y no envidiado; y ellos, voluntarios,
tranquilos, se nutrían de los campos con bienes copiosos. 3

Las edades son, según Hesíodo, cinco, y a medida que se suceden


presentan una creciente degradación de los seres humanos. A la de Oro, le
siguen la de Plata, la de Bronce, la de los Héroes, y la de Hierro. Vale la cita
como referencia, porque si bien es claro que no hay una total similitud entre
la descripción de la Edad de Oro y el texto de Güiraldes, es importante
retener la forma de vida que llevaban los hombres de la raza dorada: sin
penas ni pesadumbre, apartados de males y tenían lo que precisaban.
Entonces sí puede corroborarse que la esencia de la Edad de Oro impregna el
mundo de Don Segundo Sombra. Además, la idea de que lo posterior
comporta un deterioro del estado prístino, reafirma esta tesis. Se muestra en
el relato un estado de la campaña que sólo subsiste en la evocación
nostálgica, porque en el presente se ha perdido el esplendor original.
La armonía que, en Don Segundo Sombra, supone esa realidad mítica
hace que todo elemento que la conculque encuentre su punición. Esa
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severidad se detecta en algunos ejemplos. El primero es el de los que


provocan los duelos a cuchillo: cada uno de los tres recibe en distintas
medidas un castigo ejemplar. El segundo pone sobre relieve el carácter
exclusivamente varonil del mundo gauchesco, y la obra de Güiraldes no es
una excepción. Por eso, generalmente la aparición de lo femenino o su mera
alusión generan comentarios misóginos. El tercero remite al inmigrante.
Muchos aseveran que su presencia es nula en la narración, pero es preferible
en este caso la postura de Alfredo Rubione, que resalta una mención
negativa, lo que es absolutamente cierto. Fugazmente pasan los inmigrantes
en el primer capítulo en las reflexiones del adolescente Fabio Cáceres. Pero
la alusión que efectúa es como una sutil ráfaga de xenofobia, grávida de
ignominia, pues se habla de un gringo de apellido Culasso, lo cual es ya
sugestivo, que cometió una de las aberraciones más abominables al vender a
su hija por veinte pesos a un prostíbulo. Y el dueño del burdel era un tal
Salomovich…
La idealización del gaucho y de la campaña empieza a consumarse en
la misma elección del modelo nativista, sobre cuya base está compuesta la
novela. La poética del nativismo opera a partir del ocultamiento estetizante
de un conflicto social, inalienable en la poesía gauchesca.
Pero como se ha deslizado, esta Edad de Oro del gaucho y de la
campaña se ha extinguido y sólo puede existir en la remembranza. Por eso la
evocación es melancólica, lo que explica el carácter elegíaco que, a juicio de
Jitrik, impregna toda la novela. La elegía, como especie lírica, está vinculada
con el lamento y la nostalgia. Se ha empleado mayormente como matriz para
expresar la tristeza que provoca el recuerdo de algo que se ha perdido. Y esa
sensación de melancolía es la que manifiesta Fabio Cáceres cuando ve partir
a su padrino, porque en ese alejamiento está sintetizada la desaparición de
un tipo social cuyos valores constituyen una esencia ideal del ser argentino,
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el espíritu de una raza. Con él desaparece también para el nuevo estanciero


un modo de vida por el que se sentía parte misma de la campaña. Ha llegado
el momento del cambio, que inicialmente le causa desconcierto y angustia,
por eso le pregunta a don Segundo: “Y eso quiere decir que ya no soy gaucho,
¿verdad?”4. Ahí está el centro de toda su preocupación, que condensa en tan
pocas palabras el sentido del arquetipo que ha buscado delinear la obra.
Dejar de ser gaucho para Fabio significa perder lo más valioso que ha
alcanzado en su vida, porque para él en la condición de gaucho ha adquirido
la virtud, la suma de todos los valores positivos que puede anhelar alguien
nacido en esta tierra.
Empero, Fabio acepta el cambio más allá de su renuencia inicial y,
como bien apunta Jitrik, con esa aceptación viene en forma concomitante la
del orden social con sus pautas. En ese momento la figura de don Segundo
pierde el terreno que conquista el nuevo amigo de Cáceres, Raucho, quien
tendrá la misión de inducirlo al mundo de la cultura, el auténtico vehículo de
ascenso social para el nuevo estanciero. Su transformación es moderada,
porque Raucho, que es un “cajetilla agauchao”, hará de Fabio un “gaucho
acajetillao”. La armonía sobrevive.
Es el proceso de enriquecimiento cultural lo que hace posible y, a la
vez, verosímil el lenguaje de Fabio para realizar la narración intradiegética
de ese lapso de su vida, el que comprende el aprendizaje al lado de su
padrino putativo. Esto le confiere al relato un carácter retrospectivo, puesto
que son los recuerdos de una experiencia vivida por el personaje. Jitrik
señala que cuando la narración se interna en pasado, la figura de don
Segundo se magnifica; pero cuando se despide de él en el final, el narrador
protagonista ve reducida su silueta en la lomada. La permanente tensión
entre presente y pasado demuestra que en este último el gaucho tiene
preeminencia. ¿Qué queda de él en el presente? La sombra, algo incorpóreo,
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de un estatuto ontológico distinto de la materialidad, porque es una facultad


del espíritu ser gaucho; una esencia que no se vierte exclusivamente en
ninguna clase social, sino en el conjunto de una raza. Dice don Segundo:
Si sos gaucho de veras, no has de mudar, porque ande quiera que vayas, irás con
tu alma por delante como madrina e’tropilla.5

Toda una tesis de autor concentrada en esta sentencia del personaje. Para
ostentar los valores del gaucho, no se necesita vivir en el campo, por lo tanto
es una esencia para cuya pérdida no existen razones. En esto reside la
reafirmación del ser nacional. Así lo define Noé Jitrik:
La interpretación es nítida: se es gaucho por encima de las contingencias, en
este caso económicas y de clase social, y, por lo tanto, se es gaucho
incontingentemente, en una dimensión moral o racial como un ser incontaminado
por la historia.6

La riqueza de un estilo

Para propiciar un abordaje más amplio de la célebre novela de


Güiraldes, en esta breve unidad se incorporarán en forma sucinta algunas
especificaciones acerca de la construcción estilística de la matriz discursiva
de la obra. Asimismo, con el propósito de vislumbrar con más elementos el
horizonte ideológico que la circunda, se añadirán al estudio dos poemas de
Rafael Obligado, uno de los principales exponentes del nativismo. El objetivo
reside en llevar a cabo una confrontación temática de ambas composiciones,
destinada a descubrir los límites que la idealización de la vida del gaucho,
analizada en la unidad precedente, encuentra aun en los autores que más
propenden a la construcción idílica.
Resulta de mucho interés rescatar una lectura que hace Alfredo
Rubione de Don Segundo Sombra, a fin de hallar una fundamentación en la
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elección del nombre del personaje. Rubione sostiene que la novela de


Güiraldes es “la reficcionalización del Santos Vega de Rafael Obligado”7. De
esta continuidad que plantea el investigador, lo que importa para este
epílogo del apartado es la influencia que el intertexto ejerce en el nombre.
Es necesario acudir a la primera estrofa del poema de Obligado para una
mejor justificación:
Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.8

Nótese que la palabra “sombra” aparece en dos ocasiones, acompañada de


adjetivos que forman una isotopía: “doliente” y “melancólica”. Hay que
recordar que la primera impresión que experimenta Fabio Cáceres, frente a
la figura de don Segundo, es la de haber visto una sombra. También se ha
declarado en los párrafos precedentes que la condición de gaucho pertenece
a la abstracción, a la espiritualidad y, en consecuencia, su presencia en la
campaña es como la de una sombra. Si el legendario payador Santos Vega
proyecta la primera sombra gauchesca sobre la Pampa, la del personaje de
Güiraldes es sin dudas la segunda, pero siempre es una sombra. Además,
cabe destacar que para Fabio la evocación de su padrino también es
melancólica, porque pertenece a un tiempo y a una realidad que han
desaparecido. Y un detalle muy significativo: tanto el primer encuentro como
la despedida suceden en el mismo momento del día, en el crepúsculo, al
igual que el comienzo de Santos Vega. Su padrino, entonces, proyecta la
segunda sombra melancólica del gaucho en la Pampa.
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En este breve apartado se abordarán algunos aspectos estéticos de la


novela de Güiraldes. El título quiere destacar, a la vez que la calidad
literaria, el carácter abigarrado de su estilo, pues abreva en distintos
movimientos artísticos. La base sobre la que se asienta la construcción es el
nativismo, en virtud de la flagrante intención de ocultar estéticamente los
conflictos sociales que afectan al gaucho. Es una modalidad que suele
identificarse con los autores de la línea culta, y que Eduardo Romano define
de esta manera:
Una poética que en sus rasgos más generales, parte del grupo romántico
rioplatense, pero ya en nuestro siglo se pliega progresivamente a los diseños
político-culturales del nacionalismo conservador.9

La más conspicua de las obras nativistas es tal vez el Santos Vega de


Obligado. El artificio de embellecer las aristas más conflictivas de la vida del
gaucho parece darle la razón a Romano. Se ha desarrollado ya lo suficiente el
tema de la idealización del mundo gauchesco en Don Segundo Sombra, y sería
redundante volver a ese punto. Lo que falta añadir es que el nativismo le
otorga preponderancia a lo descriptivo, al punto de ubicarlo muchas veces
por encima de la narrativo, que era esencial en la poesía gauchesca. Pero es
el único modo de lograr el revestimiento estético de una realidad.
Por otra parte, lo que requiere una aclaración es la pertenencia, según
diversos críticos, de este texto al llamado “criollismo”. Aunque exhibe
ciertos rasgos típicos de esa corriente, entre los que se pueden señalar la
orientación hacia lo regional y lo rural, el predominio de una materia
autóctona y la convivencia de la lengua culta con los regionalismos, ocurre
que las obras del criollismo denotan una gran heterogeneidad. Debe tenerse
en cuenta que se consideran criollistas la novela de Güiraldes y, al mismo
tiempo, el Juan Moreira de Gutiérrez. Igualmente, vale puntualizar uno de
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los rasgos del criollismo que se han mencionado recientemente, que es el del
manejo de los registros en Don Segundo Sombra. Como todo en esa narración,
armónicamente se imbrican los elementos mayoritarios de una lengua culta,
la del narrador intradiegético, con el regionalismo de los giros y la fonética.
A estos se le suman los abundantes galicismos, propios de un autor que ha
estado siempre en contacto permanente con la literatura francesa. El
registro regional se hace intenso y dominante cuando don Segundo asume la
función de narrador. En esas ocasiones, se emplea el conocido esquema del
relato enmarcado, pues se trata de narraciones insertas dentro de la
principal, pero con un cambio nítido de narrador. Por momentos también
fluyen en la misma lengua del narrador los regionalismos, con lo que la
armoniosa convivencia de registros alcanza su máxima expresión.
Sobre este sustrato nativista-criollista dos movimientos franceses de
fines del siglo XIX vierten sus artificios: el simbolismo y el impresionismo. En
cuanto al primero, como breve recordatorio conceptual, debe señalarse que
relega la representación referencial de los objetos en favor de su poder de
evocación. Para el simbolismo la poesía es algo misterioso, y en ella busca
una representación metafísica de la realidad. Del impresionismo se destaca
su preferencia por el registro de las sensaciones, en el que las cualidades de
los objetos observados se tornan fundamentales, del mismo modo que la
selección subjetiva de ellas. La singularidad de esta estética estriba en el
intento de representación de esas sensaciones por medio de la impresión que
suscitan. Eso explica que uno de sus tropos característicos sea la sinestesia,
que consiste en el cruce de sensaciones de diferente orden sensorial.
Como cierre de esta unidad, algunos ejemplos del aporte de estos
movimientos. Los dos elementos que revisten mayor relevancia como
símbolos son el agua y la sombra. La primera cumple una función vital en la
obra porque, frente a ella, el protagonista narrador se detiene a meditar y a
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reflexionar sobre lo que ha vivido. Así en los capítulos I, X y XXVII, en los que
repasa las particularidades comprendidas en esos lapsos. En el último, hace
explícito el valor simbólico del agua:
Está visto que en mi vida el agua es como un espejo desfilan las imágenes del
pasado.10

Sobre el carácter simbólico de la sombra ya se han hecho las


especificaciones en la unidad anterior. La sombra simboliza la esencia
gauchesca en tanto entidad espiritual, indicio incorpóreo de un pasado
mítico. De esta manera ve por primera vez Fabio a don Segundo:
Inmóvil, miré alejarse, extrañamente agrandada contra el horizonte luminoso,
aquella silueta de caballo y jinete. Me pareció haber visto un fantasma, una
sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser, algo que me atraía con la
fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río. 11

Muchos encuentran en este pasaje una confluencia de simbolismo e


impresionismo, especialmente por esa descripción que se apuntala en
sensaciones subjetivas. Sobre simbolismo podría sugerirse también un
ejemplo en lo que la mañana y la noche connotan para Fabio Cáceres, que en
reiteradas oportunidades revela sin reparos sus sensaciones. Pero se deja
esta sugerencia para las actividades de la unidad.
Por último, el comienzo de la narración ofrece un caso típico de
descripción impresionista, con empleos de sinestesias muy nítidas:
El barro de las orillas y las barrancas habíanse vuelto de color violeta. Las
toscas costeras exhalaban como un resplandor de metal. Las aguas del río
hiciéronse frías a mis ojos y los reflejos de las cosas en la superficie serenada
tenían más color que las cosas mismas. El cielo se alejaba. Mudábanse los tintes
áureos de las nubes en rojos, los rojos en pardos.12

En el fragmento, las sinestesias se detectan en dos combinaciones


sensoriales. En una, se utiliza el verbo “exhalar” para una impresión
netamente visual como lo es el resplandor. En la otra, la sensación de
frialdad que es propia del tacto aparece captada por la percepción visual.
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Lo impresionista no se extingue en las sinestesias, el carácter


predominantemente plástico de las descripciones, con abundancia de
colores, refuerza la influencia de esta estética. Punto final para esta unidad
y también para el módulo centrado en el gaucho.

LECTURA
Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes
OBLIGATORIA
Puede hallarse en: www.biblioteca.clarin.com/

PARA PENSAR Y
REFLEXIONAR
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Letras.Ciclo de Licenciatura Don Segundo Sombra: el arquetipo
Aspectos estilísticos de Don Segundo Sombra

Seminario de Literatura Argentina

PROPUESTA DE
TRABAJO N°7
1
GÜIRALDES, RICARDO: Don Segundo Sombra, Buenos Aires, Ediciones Colihue S.R.L., 2005, p. 19
2
Ibídem, p. 189
3
HESÍODO: Trabajos y días, Traducción Lucía Liñares, Buenos Aires, Losada, 2005, p. 149
4
GÜIRALDES, RICARDO: Op. cit. p. 210
5
Ibídem, p. 210
6
JITRIK, NOÉ: “Ricardo Güiraldes”, en La historia de la literatura argentina, Capítulo 46, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 2º edición, 1980, p. 285
7
RUBIONE, ALFREDO: “Hipertextualidad argumentativa de la ficción criollista en la década del veinte: Ricardo
Güiraldes y el Santos Vega de Rafael Obligado”, en Revista de Filosofía y Letras, Año I, Número 1, Buenos Aires, 1990.
8
OBLIGADO, RAFAEL: Santos Vega, Buenos Aires, Kapeluz, 12º edición, 1971, p. 3
9
ROMANO, EDUARDO: “Hacia una caracterización de la poética nativista”, en Actas del VI Congreso Nacional de
Literatura Argentina, Universidad Nacional de Córdoba, 1991.
10
GÜIRALDES, RICARDO: Op. cit. p. 217
11
Ibídem, p. 23
12
Ibídem, p. 20

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