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Rituales políticos, sexuales y sagrados en la


literatura del siglo XIX. El Matadero como
espacio de transición y mezcla

Lucía Caminada Rossetti1


Université Paris Ouest Nanterre La Défense

Resumen

En este artículo proponemos analizar la conflictividad planteada en la


construcción del espacio del matadero como zona intersticial entre lo político,
lo sexual y lo sagrado. El Matadero de Esteban Echeverría fue escrito en 1838,
pero sin embargo recién en 1871 Juan María Gutiérrez lo publicó por primera
vez y este texto se leyó en la cultura latinoamericana como bisagra entre la
concepción del espacio del procesamiento de la carne asociado con la bar-
barie y a su vez éste era identificado con la enfermedad y la homosexualidad
(en el último punto, se nota una estrategia común a la generación del ´37: la
feminización del discurso como un modo de oponerse a la barbarie- machista-
rosista en la construcción del unitario sobre la cuestión sexual y del género).
Con el texto quedan articuladas nociones de barbarie, sodomía e insalubridad.
La insalubridad estaba concentrada en saladeros, mataderos y cementerios
que aglomeraban cuerpos en estado de descomposición. La ciudad estaba
invadida por las pestes de fiebre amarilla y los ríos de sangre que fluían desde
los mataderos. Al ser publicado en esta fecha, los paradigmas de análisis de
la cultura argentina civilización/ barbarie quedan separados y articulados
como salubre/ insalubre. En El Matadero la metáfora de la mezcla de flujos,
líquidos, cuerpos, etnias y animales encarna el género confuso del hombre
hecho “femenino” al ser sodomizado por los torturadores bárbaros. En este
artículo, El Matadero será considerado como obra fundacional de la narrativa
latinoamericana que acuña nociones y categorías analíticas que permiten un
abordaje pertinente en el momento de teorizar el espacio híbrido de mezcla
en la formación de los Estado-Nación. Asimismo, en el marco de la literatura
latinoamericana el matadero funciona como dislocación espacial representado

1
Université Paris Ouest Nanterre La Défense. Doctorado Erasmus Mundus de la Unión
Europea: “Cultural Narratives in Literary Interzones”. Università degli Studi di Ber-
gamo (Italia); Universidad Fluminense, Rio de Janeiro (Brasil); Université de Nanterre,
Paris X (Francia). E-mail: lucia.caminada@gmail.com

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a través de diversos rituales permitiendo visualizar relaciones y tensiones en


los vínculos de confrontación que se dan específicamente en la manera de
abordar lo político, lo sexual y la otredad. Los rituales de paso dentro del relato
se asocian con lo ritual y festivo que aquí no sólo se construye como tiempo
particular en el que quedan abolidas las jerarquías y las normas, pero además
se marcan fronteras que representan espacios de poder. Paralelamente, se
crea un sistema de imágenes que refiere a la vida material y corporal; en
este sentido el matadero se torna espacio propicio para realizar prácticas de
tortura con el “otro” incitados el ejercicio de la violencia. Se sostiene que los
espacios y las imágenes rituales que se construyen en el texto tienen ciertas
características reflexivas respecto a qué manera están configuradas en las
zonas de contacto sociales y políticas interrelacionadas con lo festivo dado
que se entretejen con aspectos de lo oficial y popular. El relato representa la
conflictividad social identificable en el registro discursivo que indaga sobre
la configuración de la otredad.

Palabras-clave: espacio, poder, cultura latinoamericana, literatura, ritual

Abstract

In this article, the proposal is to analyse the conflict that emerges from the
construction of the slaughterhouse’s space as interstitial zone between the
political, the sexual and the sacred. The slaughterhouse of Esteban Echeverría
was written in 1838, but only published for the first time in 1871 by Juan Maria
Gutierrez; therefore, the text was read as a hinge between the conception
of the space were meat is processed associated with the barbarian and as
well that same space it is identified with homosexuality (in the construction
of the Unitarian regarding the sexual and gender aspect, it could be pointed
out one common strategy that characterized the generation of Argentinian
writer from 1837: the feminization of the discourse as a way to be against
the chauvinistic- “Rosista”) and the disease. With this text, the notions of
barbarism, unhealthiness and sodomy were articulated. Unhealthiness it was
considered in that moment as it was concentrated in slaughterhouses and
cemeteries that gathered bodies in decomposition status. The city of Buenos
Aires was invaded for the plagues of the yellow fever and blooded rivers that
were flowing from the slaughterhouses. That why the fact that the tale was
published at that time, the Argentinian cultural analytic paradigms related
with the dualism civilization/barbarism were separated and articulated with
the one of healthy/unhealthy. In The slaughterhouse, the metaphor of the
mix of fluids, liquids, bodies, ethnics and animals was also linked with the
one of the “confused gender” of the man who became “feminine” after the
sodomize from the barbaric torturers. In this article, The Slaughterhouse will
be considered as foundational book of the Argentinian narrative that coin
analytic notions and categories that give place to a pertinent approach at
the moment of theorized the space as hybrid and mixed. Also in the frame
of the Latin-american literature, the slaughterhouse functions as a spatial

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dislocation represented trough diverse rituals allowing the visualization of


relations and tensions in the confrontation’s bonds that are particular of this
way to face the political, the sexual and the otherness. The rituals of passage
inside the book are associated with the party (as celebrations) that here is not
only identifiable in the particular construction of time were hierarchies and
norms remain abolished, but also there are some delimitations and frontiers
that represent power spaces. Indeed, a system of images is created referred
to the material and corporeal life, in this sense, the slaughterhouse became
the proper space for violence and practices of torture with the “other”.
From this point of view it could be add that the spaces and ritual images that
appear on the text have some nexus with social and political relationship as
well interrelated with festive facts that involve aspects of the popular/official.
Is must be said that the tale represents the social conflict at the level of the
discourse registrations regarding the otherness configuration.

Keywords: space, power, latinoamerican culture, literature, ritual

E
l Matadero de Esteban Echeverría (1805-1853) ha sido anali-
zado desde varias perspectivas y concepciones. Ante la mirada
de los críticos, se encuentran estudios exhaustivos que tema-
tizan la representación político- social que enfatiza el rosismo y la
oposición entre federales y unitarios en el panorama político argentino,
mientras que otras lecturas afines hacen hincapié en la violencia, lo
popular, el terrorismo político, etc. Aquí decidimos adherir a la crítica
que concibe El Matadero como obra fundacional del relato social en
la literatura argentina. Esto se debe principalmente a que un conjunto
de tensiones y conflictividades particularizan el discurso literario en
aquel momento: “Los textos “unitarios” son puntos neurálgicos en la
constitución de un discurso social- literario que define gran parte de
la narrativa argentina” (Bocco, 1995: 88).

Entre 1838 y 1840, en la coyuntura política entre el gobierno de Rosas


y sus opositores que conspiraban contra dicho gobierno, y entre las
fuertes discusiones entabladas entre la prensa oficial y los intelectuales
exiliados, se escribe El Matadero. Según Juan María Gutiérrez, el texto
no se publica inmediatamente cuando fue terminado, porque forma
parte de un borrador que constituiría una obra mayor de Echeverría.
Pero los críticos de sociología literaria Beatriz Sarlo y Carlos Altami-
rano señalan otras causas: primero, que dado que se redacta alrededor
del `39, el relato (dentro de las intervenciones públicas que posicionan
al autor) sería disfuncional En segundo lugar, la causa se debe a:

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“la heterogeneidad del texto como alegoría política, crítica social y


románticas de las condiciones materiales e ideológicas” (Altamirano,
Sarlo: 1997: 42); por último, se debe a la ubicación incierta del escrito
dentro del sistema de producción del escritor: ni ensayo político ni
poema nacional.

Jorge Salessi tiene en cuenta el momento en que se consagra la obra


en 1871 y las condiciones de recepción de la época asimétricas a las
condiciones de producción en los ‘50. De este modo, se entrecruzan
interpretaciones y se resalta la mezcla como metáfora de lectura que se
relaciona con las representaciones de los excesos, rituales y las fiestas
que conforman el espacio politizado del matadero: “Esa confusión
o mezcla que en el texto de Echeverría significaba barbarie, en 1871
significó también insalubridad” (Salessi, 2000: 56).

El matadero en tanto espacio (locus), está atravesado por construc-


ciones que aluden a los momentos conflictivos: desde la alusión a la
confrontación entre unitarios y federales, hasta la construcción de la
casilla como triple espacio de poder a la homologación entre los poderes
religioso y político. Funciona como un espacio festivo ambivalente
donde la otredad carnavalesca se encuentra encarnada en un individuo
“el” unitario contrapuesta a la identidad de la gran comunidad federal.
Desde la elección espacial, existe un vínculo directamente con Rosas
y su política “sanguinaria” y esto mismo se lee como ejemplo de la
filtración política en el relato:
El Matadero es una zona de frontera, acerca campaña y ciudad y se
interpone entre ambas; es la presencia de la campaña en la ciudad
imposición de sus leyes; pero también allí se trabaja con la carne, y
campaña y carne son los andariveles por los que circula el rosismo; si
hay un ataque es entonces a un sistema basado en la campaña y en la
carne, o sea la ganadería de la cual Rosas es el supremo representante.
(Jitrik, 1967: 36)

Paralelamente al culto religioso hay un ritual que se hace en los


Mataderos de Convalecencia cuyos participantes son los federales
que podría denominarse como un espacio de la carne popular. Hay
un híbrido que caracteriza la dimensión espacial (la mezcla de razas,
animales, cuerpos). En estos espacios se entrecruzan constantemente
los registros político, antropológico y religioso, presentes tanto en las
designaciones y términos lingüísticos como en las configuraciones

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del cuerpo del otro que siempre está politizado, o bien se representan
tensiones entre animalidad/humano2.

Es posible establecer, a nuestro juicio, tres espacios rituales a modo


de fiesta que se celebran de manera diferente: En primer lugar, hay una
fiesta oficial durante la época de Cuaresma. Esta fiesta es religiosa y se
desarrolla dentro de un marco convencionalizado por la institución de
la Iglesia. Asimismo, la Iglesia está en conjunción con el gobierno. Por
lo tanto, es la fiesta “de todos” los ciudadanos adheridos al gobierno
rosista lo que implica ciertos ritos esquemáticos y normativos, como
por ejemplo, la abstinencia de carne durante los días de Cuaresma.
Esto generará un conflicto entre la celebración universal cuaresmal
de los días de vigilia, en contraposición con un pueblo carnívoro,
cuya salud se simboliza por la ingesta de carne: “Se originó de aquí
una especie de guerra intestina entre los estómagos y las conciencias”
(Echeverría, 2003: 104).

La guerra intestina plantea la disyunción los mandatos religiosos y


la relación que los creyentes guardan con la realidad material que posi-
ciona a la carne como valor positivo y necesario para la subsistencia.
De ahí que la carne en el contexto del matadero se constituya como
un objeto de valor que simboliza salud, alimento y vigor. En segundo
lugar, coexiste y se desencadena otra celebración junto con la fiesta
oficial religiosa. Ésta se impone por mandato de Rosas, Restaurador
político cuya voz y acción pueden modificar el curso y sentido de lo
oficialmente instaurado. Se lleva adelante la fiesta del matadero, que
podríamos llamarla la fiesta de la carne. El Matadero es el espacio en
donde se manifiesta la fiesta popular federal, en donde de la inconti-
nencia de la carne se pasa a la devoración y al juego visceral. En esta
fiesta, la animalización del espacio del Matadero que simboliza la
mezcla, se asocia a la representación del cuerpo federal como espacio
que alberga lo salvaje, sanguinario y feroz.

2
Respecto a las configuraciones que aluden a la animalización, Sarlo y Altamirano
piensan que en el “Mundo primitivo y bestial sus héroes son los jinetes, pialadores,
matarifes, descuartizadores, hombres de a caballo que dominan destrezas por completo
rurales, y mujeres semisalvajes, mulatas, cuyo contacto con las entrañas animales, la
sangre, la grasa, el barro y la carroña las convierte en un coro de harpías que se disputan
los despojos uniéndose en las masas palpitantes, casi efervescentes, de las vísceras
y el barro. El mundo del matadero es, desde la mirada de Echeverría, precultural”
(Altamirano; Sarlo ,1997: 46).

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Por último, la fiesta de la casilla es la fiesta sexual en torno al cuerpo


politizado: fiesta en donde el cuerpo del joven unitario es depositario
de todo contenido político de oposición. Aspecto político que desenca-
dena lo lúdico y la diversión. Ergo: la sociedad del matadero es casi un
carnaval y una parodia; las modalidades del juicio al que se somete al
joven, con su Juez, sus captores y verdugos, evoca las representaciones
carnavalizadas de la justicia que aparecen en la cultura popular desde
la Edad Media (Altamirano, Sarlo, 1997: 45). El otro se transforma en
objeto de risa y blasfemia: en esta fiesta privada los federales se juegan
la revancha contra un unitario.

Fiestas/rituales religiosos

El momento en el cual se desarrollan los acontecimientos3 en la


narración tiene un vínculo con un período particular, ya que: “Está-
bamos, a más, en cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos
Aires” (Echeverría, 2003:103). Es decir, la cuaresma es un tiempo
de dedicación a lo religioso que contrasta con ciertas necesidades
elementales que forman parte fundamental de la cultura: la carne.
Y la carne, teniendo en cuenta los principios cuaresmales se concibe
como valor prohibido. Esta prohibición emana de una fuente de poder
“porque la Iglesia, adoptando el precepto de Epicteto, sustine, abstine
(sufre, abstiene), ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los
fieles, a causa de que la carne es pecaminosa” (Echeverría, 2003: 103).

El valor privilegiado de la cultura (la carne) pasa a ser durante este


período un objeto escandaloso y obsceno del orden material y en
consecuencia se transforma en un valor que deviene disvalor peca-
minoso porque “la carne busca a la carne” (Echeverría, 2003: 103) y
corrompe los cuerpos. La ingesta de carne en este contexto, significa
agresión y violencia dado que atenta contra el orden espiritual. Con
respecto a la dicotomía que se plantea entre carne (materia) y espíritu,
el crítico D. Viñas destaca que el relato es uno de los “comentarios de
una violencia ejercida desde afuera hacia adentro, de la “carne” sobre
el “espíritu” (Viñas: 1995). Se lee entonces como la preponderancia del

3
La fecha en la que transcurre la narración no está especificada. Sólo se puede inferir
el momento en donde se sitúa la narración por una marca textual que nos ubica tem-
poralmente: “los sucesos de mi narración, pasaban por los años de Cristo del 183...”
(Echeverría, 2003: 101). Si bien esta cita nos permite anclar la narración alrededor
de esa época, otro dato que brinda el relato, alude a los momentos de tensión entre
federales y unitarios que tiene sentido en torno a la figura de Rosas.

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espíritu aunada con lo culto, en contraposición de la barbarie asociada


con la materia.

Con respecto a las posiciones de poder en la fiesta de Cuaresma, las


configuraciones de lo alto/ bajo se corresponden con la disyunción
celestial o divino/infierno terrenal. Dicha prohibición, en momento
de escasez y diluvio, instala el desorden, un ambiente caótico cuyo
efecto es de irrealidad, es decir, desborda las posibilidades mismas
de lo previsible: “, construyen la competencia de saber. cyulto, dota
de una competencia lingumas de los previsible: No hubo en aquellos
días cuaresmales promiscuaciones ni excesos de gula; pero en cam-
bio se fueron derecho al cielo innumerables ánimas, y acontecieron
cosas que parecen soñadas” (Echeverría, 2003: 103-104). Dentro de lo
increíble es que se desarrolla y enmarca la fiesta de la carne. De esta
manera, se homologa y a la vez se separa lo religioso de lo terrenal.
Dentro de una festividad religiosa, se da lugar a lo material y carnal
dadas las condiciones reales que expresa la cultura (hambruna, muerte,
enfermedad, carencia, abstinencia).

El ritual político: la fiesta federal

Con respecto a las tensiones que giran alrededor de la disputa del


poder se destaca la conflictividad planteada entre unitarios y federales.
Dicha conflictividad gira en torno a una figura de poder: Rosas. Esta
figura se liga estrechamente con aspectos políticos y religiosos. De
hecho, el “rosisimo-federal-católico”, confronta con los enunciados
“exilio- unitario- hereje”4. Esta síntesis de lectura, acarrea una serie
de decretos y prácticas que se trastocan constantemente: regulan la
actuación de los grupos. Se juega la noción de barbarie, salvaje o ani-
mal para caracterizar a la otredad. El registro político se une con la
parodia religiosa (Lojo: 1994) y se exacerba lo bárbaro e incivilizado
como construcción de un simulacro político-religioso.

4
Resulta importante agregar que Echeverría escribe desde la posición de unitario y
exiliado. Al respecto, Andrea Bocco destaca que “A partir de la obsesión por Rosas y
la Federación, los escritores “unitarios” montan en sus textos una maquinaria de terror
para evidenciar la degeneración de un sistema: el cuerpo de los hombres es violado y
mutilado y, por reflejo, el cuerpo de la patria corre la misma suerte”. Por consiguiente,
la oposición trazada entre víctimas y asesinos “se erige en esta textualidad y conforma
un cuerpo indecente: el del “otro” negado, que debe ser eliminado (Bocco, 1995:84).
Las representaciones de una cultura signada por el exceso, cuyo símbolo bestial es
el matadero de los “federales”, forma parte de la producción literaria antirosista que
intenta exaltar la barbarie representativa del gobierno.

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Asimismo, en la fiesta federal, si bien se exalta la figura de Rosas


como imagen de poder, existen varias transgresiones y desafíos dado
que Rosas en 1836 “crea” e implanta un decreto prohibiendo el carnaval
“para siempre” al ser considerada “dañosa costumbre”. Es importante
señalar que se estima que El Matadero fue escrito en 1838 y el decreto
de la prohibición del Carnaval promulgado por Rosas es del 8 de julio
de 1836. Por la cercanía entre ambas fechas, no es casual que se haga
mención a la “invención de decretos” por parte de Rosas. En relación
con el decreto de 1836, Rosas arguye: “Las costumbres opuestas a la
cultura social y al interés del estado, suelen pertenecer á todos los
pueblos ó épocas- A la Autoridad pública corresponde designarles
prudentemente su término- (…) Artículo 1º- Queda abolido y prohibido
para siempre el juego de Carnaval” (César, 2005: 227-228). El carna-
val que transcurría en Buenos Aires cerca de las fechas cuaresmales
queda totalmente abolido por el caudillo y entre las varias causas se
exalta que “ensucian los edificios en las Ciudades” (…) y la higiene
pública se opone a un pasatiempo de que suelen resultar enfermedades”
(César, 2005: 89).

La promulgación del decreto que prohíbe el carnaval se contradice


con el conflicto que se plantea en El Matadero entre la carne, lo
inmundo, la mezcla de fluidos, la enfermedad, la convivencia entre
animales y humanos en el mismo espacio, entre otras mixturas que
conciernen a lo sucio e impuro. De esta manera, el texto ficcionaliza
la tensión entre las figuras de poder, su accionar y sus controles,
confrontándolo con una realidad socio- política construida sobre la
base de antivalores (cuyos exponentes son los federales) y que el poder
político dice rechazar.

La misma contradicción se manifiesta en las prohibiciones y trans-


gresiones que se entablan entre la Iglesia y el gobierno. Ambos entes
portadores del poder, violan los límites y los justifican “legalizán-
dolos” y de esta forma se legitiman ciertos actos: “... el Restaurador
tuviese permiso especial de su Ilustrísima para no abstenerse de carne,
porque siendo tan buen observador de las leyes, tan buen católico y
tan acérrimo protector de la religión, no hubiera dado mal ejemplo
aceptando semejante regalo en día santo” (Echeverría, 2003: 106). La
primer trasgresión se efectúa al inventar un “decreto tranquilizador
de las conciencias y de los estómagos” (Echeverría, 2003: 106) que
permite la ingesta de carne más allá de los preceptos impuestos por
la Iglesia respecto la abstinencia durante Pascua. La finalidad de la
abstinencia consistiría en purificar las almas y al abolirse, existe cierta

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contaminación que se manifiesta en el cuerpo. Rosas transgrede las


leyes religiosas y los federales aquellas leyes rosistas: llevan adelante
el juego del Carnaval.

Por consiguiente, la fiesta de la carne adquiere rasgos carnavalescos


y promiscuos. Sumado a la contaminación e insalubridad que se
deposita en el matadero, este espacio pasa a ser el territorio de lo
animal e impuro donde se desarrollan prácticas excesivas. Esta doble
trasgresión, da cuenta de las relaciones de poder construidas en el
relato: “Alegoría de la situación argentina, El Matadero es, por esta
razón un relato cuya estética es funcional a su política. En este sentido
muestra una correspondencia demasiado completa entre los valores
representados y las formas ficcionales de su representación (Altami-
rano, Sarlo, 1997: 45). La transgresión conlleva a la creación de una
comunidad federal popular que venera al Restaurador y a la Iglesia, en
contraposición con los unitarios cajetillas y traidores. La comunidad
de iguales sería representativa de la sociedad y el pueblo, mientras que
los unitarios simbolizan el mal social y la desdicha.

Lo popular-federal

En los años del rosismo se llevaban adelante copiosas celebraciones


populares con la participación del pueblo. Estas fiestas se manifestaban
en candombes, festejos populares, banquetes criollos, bailes, etc. y
la danza ocupaba un lugar relevante: la vidalita, el gato, la zamba, la
huella, la resfalosa. Estos bailes daban cuenta de las prácticas sociales
y culturales montadas en torno a la figura del caudillo, como expresión
del fenómeno político- literario que permite la “visualización de la
condición histórica de la existencia de este sector llamado “popular”
(Guzmán, 2002: 152). La diversidad étnica de la fiesta constituye un
rasgo de comunidad y unión más allá de las fronteras de apariencia
física o diversidad cultural5. Lo que une a los participantes de la fiesta
es su filiación a la Federación.

Quienes participan de la fiesta y establecen una relación lúdica son


federales, más allá de la variedad étnica, etaria o de género. Asimismo,

5
Romeo César resalta que un aspecto distintivo de la fiesta es que se amalgaman etnias.
El carnaval es la fiesta de todos, multiétnica: facilita intercambios y eliminación de
fronteras. Es importante tener presente la historia de la ciudad: su transformación de
ciudad colonial a metrópoli cosmopolita y multiétnica. Historia en la cual se identifi-
can poderes hegemónicos (europeos), identidades y diferencias étnicas, relaciones y
jerarquías.

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lo federal remite a conglomeración, multitud, afluencia, congregación.


Los signos federales construyen una imagen de muchedumbre, cuan-
titativa, de exceso y cantidad: “en aquel tiempo la Federación estaba
en todas partes, hasta entre las inmundicias del matadero” (Echever-
ría, 2003: 106). La Federación estaba en todas partes al igual que la
imagen de Rosas: “Rosas es un plural. Rebalsa el adentro de la Patria
y se propaga como un hedor insoportable” (Bocco, 1995: 85). La
representación de la Federación y Rosas como plaga6 se vincula con
el poder que despliegan en la sociedad y se conforman como figuras
hegemónicas. La alusión política, colectiva y popular del Restaurador
como representante preexistente de la fiesta “y no había fiesta sin
Restaurador como no hay sermón sin San Agustín” (Echeverría, 2003:
106), reafirma el carácter político de lo festivo. Como condición de
posibilidad de la fiesta, el Restaurador se construye como un factor
simbólico necesario, ya que congrega y encarna los signos de lo federal.

La zona del matadero se construye como espacio de prácticas festivas


y la celebración federal de la carne es popular y desdibuja los límites
de la ciudad y los lineamientos de la gran nación para instaurar una
“pequeña república” (Echeverría, 2003: 108) con tiempo y espacio
propios donde todo está permitido. La cultura carnavalesca se integra
a lo oficial7 En este sentido, resulta difícil trazar una diferencia entre
lo carnavalesco y lo popular de la legitimidad oficial de la política.
De ahí que la fiesta del pueblo se torne la fiesta del monstruo, ya que
la fiesta encarna la ceremonia oficial. Se puede hablar de “carnaval
cuaresmal o cuaresma carnavalesca” (Kohan, 2006: 194). En algu-
nos pasajes, el lenguaje es obsceno y el efecto de representación de
imágenes grotescas, exageradas, inserta figuras en zonas espaciales
que producen un corolario de superabundancia. La frase “ahí se le

6
Al igual que en la configuración que los federales hacen de los unitarios en tanto
“plaga” que disemina el mal en la sociedad, esta vez en la construcción federal, la figura
de Rosas y lo que se vincula con su política se manifiesta como mal que se propaga e
invade los territorios. Como dicha construcción no abarca a la alteridad unitaria y por
el contrario, contribuye a la consolidación de la comunidad y el “nosotros”, se puede
leer esta plaga como fuerza hegemónica apoyada en la política rosista que se impone
en todos los sectores de la sociedad que se representa en el relato.
7
Con respecto al carácter popular de lo festivo, ampliamos esta idea de la ligazón entre
fiesta política popular y carnaval. Si bien la fiesta popular desde la perspectiva bajti-
niana se separa o más bien traza un mundo paralelo en relación con lo oficial, en El
Matadero, las dos dimensiones se fusionan.

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metió el sebo en las tetas a la tía” (Echeverría, 2003: 109) condensa la


el efecto de representación degradante a través del uso del lenguaje8.

Límites, fronteras y espacios de poder: signos de violencia

En el relato notamos que la violencia está incrustada en las periferias


de la ciudad. Los espacios se constituyen como alojantes de la violencia
suburbana. Martín Kohan en “Las fronteras de la muerte” considera
que El Matadero es una representación exasperada de la violencia
popular y dramática. Según el crítico, la dramaticidad se da por la
disposición espacial en las que se montan escenas de violencia y
muerte: “señala la peligrosa cercanía de la violencia popular respecto
del espacio de la ciudad” (Kohan, 2006: 174). Asimismo, Kohan añade
que la delimitación de zonas en la ciudad, determinada por la violencia
popular, indica cuales son los lugares donde no conviene aventurarse
(se demarcan entradas y salidas). La violencia popular se asocia con
un espacio desbordante, difícil de contener: “... cuatro negras achura-
doras que se retiraban con su presa se zambulleron en la zanja llena
de agua, único refugio que les quedaba” (Echeverría, 2003: 113). En
la representación del pueblo hay una estrategia de parte del autor que
se vincula con “elegir el matadero del Alto como borde, como ejemplo
de la presencia ubicua del régimen rosista” (Iglesia, 1998: 27).

Martín Kohan destaca la importancia del croquis del matadero que


se traza en el relato en relación con el derecho de circulación (libre
y sus límites). Al no estar garantizada la libre circulación, se plan-
tea un problema en los modos de circulación entre los espacios del
matadero y los de la ciudad. El desplazamiento entre estas dos zonas
intersticiales “Responden al sistema de ofrendas, patrocinios y gra-
titudes que expresa la identificación política entre el poder rosista y
las clases populares” (Kohan, 2006: 177). En esta línea de lectura, la
violencia suburbana responde a una división por zonas: “El matadero
de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al Sud de la ciudad,
es una gran playa en forma rectangular colocada al extremo de dos
calles, una de las cuales allí se termina y la otra se prolonga hacia el
Este” (Echeverría, 2003: 106).

8
Cristina Iglesia respecto a la cita considera que “esta mujer, mulata o negra, se mete
el sebo, la grasa de un animal recién carneado, entre las tetas (…) esa frase es la apertura
hacia otro mundo, es el intento de narrarlo desde sus propios códigos” (Iglesia, 1998:
27).

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El croquis del matadero implanta un espacio conformado como una


pequeña república autónoma. En primer lugar, el croquis sería una
estrategia discursiva que permite, a través de la descripción, dar lugar
a la narración. De esta forma, se “crea” una situación espacial en donde
los focos van desde una visión panorámica del matadero (que se iden-
tifica en las marcas de excesos que aluden a “cantidades” de personas
y animales, por ejemplo), a un enfoque de detalles que se registran
cuando se describe una “escena” (como la del inglés incrustado en
el fango). Otra función del croquis vinculada con los excesos que
separan dimensiones: “Hacer el croquis significa delimitar la zona de
lo in-mundo, recortarla, aislarla, para poder narrarla con intensidad,
pero sin desborde, que el exceso de las voces, de los cuerpos y de las
acciones pueda contaminar el otro lado de las cosas” (Iglesia, 1998:
31). Dentro de los espacios de poder configurados en el relato, nos
interesa resaltar particularmente la representación de la casilla. En la
casilla se concentran el poder y tensiones vinculadas a lo político, lo
sexual y lo religioso.

La casilla: triple espacio de poder

La casilla es un espacio de poder que homologa lo religioso, político,


sexual y jurídico. Espacio donde se entablan relaciones de poder múl-
tiples. Estas relaciones de fuerza que atraviesan la casilla tienen un
triple uso: relaciones políticas y jurídicas del gobierno con los federales;
en segundo lugar, es un espacio de poder sagrado: remite a Rosas y sus
aspectos simbólicos (la “Patrona” Encarnación Ezcurra); por último
es un espacio festivo donde se tortura al unitario y se realizan juegos
de diversión. El uso de la casilla como lugar burocrático, normativo y
lucrativo, es controlado por una figura de poder que ejerce las medidas
“en nombre” y representación de Rosas: el Juez del matadero. Es decir,
el poder que ejerce Rosas está mediado por una figura simbólica que
representa el poder: “En la casilla se hace la recaudación del impuesto
de corrales, se cobran las multas por violación de reglamentos y se
sienta el juez del matadero, personaje importante, caudillo de los car-
niceros y que ejerce la suma del poder en aquella pequeña república
por delegación del Restaurador” (Echeverría, 2003: 109).

Por otra parte, es un símbolo federal en donde se exalta la relación


que establecen los federales con sus idolatrías y creencias. Los letre-
ros dan cuenta de los estigmas negativos y positivos que se asumen

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de acuerdo a la posición política y religiosa9 “… es un edificio tan


ruin y pequeño que nadie lo notaría al no estar asociado su nombre al
del terrible juez y a no resaltar sobre su blanca pintura los siguientes
letreros rojos: ¡Viva la Federación! ¡Viva el Restaurador y la heroína
doña Encarnación Ezcurra! ¡Mueran los salvajes unitarios!” (Eche-
verría, 2003: 108).

La alteridad se plasma en la escritura de la casilla. Con esto queremos


decir que la escritura reafirma el carácter de rechazo hacia los unitarios
y asimismo marca la casilla como espacio de castigo hacia el otro.
La escritura consagra el espacio de la casilla como zona destinada a
segregar al adversario y ratificar la identidad federal. Como estrategia
discursiva, “El letrero es la indicación más clara del temor a la indife-
renciación, el temor a la imposibilidad de nombrar, es decir, separar”
(Iglesia, 1998: 28). Este espacio “pequeño” y aparentemente insignifi-
cante, adquiere visibilidad por el poder que representa. Letreros rojos
de advertencia y representación del odio al enemigo e inscripciones
que aluden a la exaltación de los símbolos federales. Tal es el ejemplo
de la figura consagrada de “la patrona del matadero”. Se glorifica:
“estampando su nombre en las paredes de la casilla donde se estará
hasta que lo borre la mano del tiempo” (Echeverría, 2003: 107).

Cabe añadir al respecto, que la casilla también es un lugar sagrado


“casilla a la heroína” donde se la venera y homenajea “los carniceros
festejaron con un espléndido banquete”. Lo sagrado y político se
plasman en la figura de la esposa de Rosas una serie de rituales se
desarrollan en torno a ésta que reafirma la identidad federal y a la vez
corrobora la importancia del rosismo y sus símbolos como sagrados.
Por último, la casilla se configura como espacio de tortura: “La sala
de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa (…) para dar
lugar a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del Matadero”
(Echeverría, 2003: 106).

Relaciones de poder y cuestiones de género

Después de la confrontación verbal entre el Juez (representante de


los federales y de los sentidos que implica) y el unitario, la orden que
prosigue conduce al ritual del suplicio a un rito liminal que consiste

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Los letreros en tanto “símbolo de la fe política y religiosa de la gente del matadero”
instaura un “combate de letreros” (Iglesia, 1998: 28) en la cual se diferencian los letreros
rojos-federales de los negros y blancos de la razón.

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en desnudar al unitario: “-Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla


y a nalga pelada dénle verga, bien atado sobre la mesa” (Echeverría,
2003: 118). Esta frase, en el contexto del rito de pasaje produce la
entrada a la fiesta con el cuerpo del unitario: “Apenas articuló esto el
Juez, cuatro sayones salpicados de sangre, suspendieron al joven y lo
tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miem-
bros” (Echeverría, 2003: 118). En la construcción del unitario sobre la
cuestión sexual y del género, podemos ver en ese punto una estrategia
común a la generación del ´37: la feminización del discurso como un
modo de oponerse a la barbarie- machista- rosista. Las diversas formas
de tortura eran usadas por los unitarios para
(…) estigmatizar el gobierno de Rosas y sus partidarios representándolos
como sodomitas “activos, al mismo tiempo que los federales repre-
sentaban a los unitarios como “afeminados”, “maricones” “pasivos”.
Sodomitas o maricones, lo significativo es cómo los dos grupos políticos
utilizaron la figura de la transgresión sexual o genérica para estigmatizar
al otro. (Salessi, 200: 41)

Entre el cruce de lo animal y lo humano, la asociación toro-unitario


y la persecución guarda estrechas relaciones donde la sexualidad es una
puesta en discurso. La duda y el dilema acerca de la sexualidad del toro
y del unitario, es motivo de risa, duda y persecución. Los estigmas de
violencia y sexualidad que connotan ambas figuras conducen a pensar
en la fiesta sexual y el sentido que adquiere el cuerpo del otro. Esto
es: la construcción del cuerpo del unitario como espacio carnavalesco
feminizado y la fiesta sexual que se genera en torno a dicho objeto.

Otro aporte respecto al tema, lo tenemos presente con lecturas de


Michel Foucault quién destaca también el vínculo entre poder- cuerpo
al manifestar que “las relaciones de poder pueden penetrar material-
mente en el espesor mismo de los cuerpos” (Foucault, 1992: 166).
Es decir, el cuerpo es penetrado, atravesado por el poder. Concibe el
sujeto como efecto de poder, como producto de las relaciones de poder
y como vehículo de éste. Pero las relaciones de poder implican a su
vez resistencia y por lo tanto el “otro”, sobre el cuál se ejerce la acción,
debe ser reconocido y mantenerse como sujeto de acción: al mismo
tiempo se necesita de la apertura de un campo de respuestas, reacciones,
efectos. Por eso, la escena de la casilla del Matadero, el hecho de atar
al unitario y exhibirlo ante la comunidad de iguales (los federales)
coloca ese cuerpo expuesto en un posición de desventaja de poder, de
total imposibilidad. Sin embargo el cuerpo del unitario resiste contra

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la sodomía y la feminización. De esta manera, al reventar de rabia, es


una expresión del pivote pasional de un cuerpo que intrínsecamente
simboliza una minoría política. Para Foucault, desde su perspectiva,
el cuerpo se encuentra atravesado por una serie de regímenes que lo
apresan. Con respecto a la asociación cuerpo- poder, sostiene que las
relaciones de poder:
operan sobre el (cuerpo), una presa inmediata; lo cercan, lo marcan lo
doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan
a unas ceremonias, exigen de él unos signos. Este cerco político del
cuerpo va unido, de acuerdo con unas relaciones complejas y recíprocas
a la utilización económica del cuerpo; el cuerpo en una buena parte
esta imbuido de relaciones de poder y de dominación como fuerza de
producción….el cuerpo solo se convierte en fuerza útil cuando es a la
vez cuerpo productivo y cuerpo sometido. (Foucault: 1990)

Es por esto que las relaciones de poder requieren de una provocación


constante. Dicha incitación involucra estrategias de poder, esto es:
medios o mecanismos para tornar funcional o preservar el dispositivo
de poder y modos de acción posibles sobre las acciones de los otros.
Según Michel Foucault, hay un engranaje de dos rituales a través
del cuerpo: el de verdad y el que impone el castigo. La verdad de la
ejecución pública de las penas adquiere diversos aspectos. En primer
lugar, involucra al culpable en tanto pregonero de su propia condena.
La escena de confesión también instaura el suplicio como momento
de verdad. Asimismo, hay una serie de suplicios simbólicos en los
que la forma de ejecución responde a la índole de la transgresión. La
lentitud del suplicio, las peripecias, gritos y sufrimientos del conde-
nado implican al término ritual del que aplica la pena, el papel de la
prueba última:
Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a tironear sus vestidos.
Encogíase el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora
sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su
espina dorsal era el eje de movimiento parecido al de la serpiente. Gotas
de sudor fluían por su rostro grandes como perlas; echaban fuego sus
pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban
en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.
(Echeverría, 2003: 117)

La duración que hace que el castigo sea eficaz para el culpable es útil
también para los espectadores: “En un momento liaron sus piernas en
ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca abajo. Era
preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las

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ataduras que las comprimían en la espalda” (Echeverría, 2003: 117).


Las formas de tortura no sólo están vinculadas a la violencia sino que
tiene connotaciones sexuales. La desnudez “era un principio de tortura
y simbolizaba la vulnerabilidad del cuerpo del hombre susceptible,
entre otras formas de tortura a la humillación del género del hombre
sodomizado” (Salessi, 2000: 65).

En las relaciones de poder la sexualidad es un elemento “dotado de


la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de
maniobras y capaz de servir de apoyo, de bisagra a las más variadas
estrategias” (Foucault, 1992: 127). Hay “múltiples medios empleados
en las políticas sexuales que conciernen a ambos sexos, a las dife-
rentes edades y a las diversas clases sociales” (Foucault, 1991: 117).
La muerte se plantea para el unitario como escape ante la violación:
“Primero degollarme que desnudarme; infame canalla” (Echeverría,
2003: 119). Respecto a los cruces entre sexualidad y política: “Antes
del desnudo total, antes de la violación, el cuerpo se desangra exánime:
se preserva. La víctima se trasforma en mártir; ofrenda su vida para
negarse a los símbolos federales, al mínimo gesto de adhesión y para
frustrar la injuria” (Bocco, 1995: 85). La representación sexual se liga
con las construcciones corporales y el cuerpo deviene la materia de
configuración donde se internalizan las relaciones de poder. En el teatro
de los castigos la finalidad reside en exponer una estética razonable de
la pena. El cuerpo del condenado es la pieza ceremonial del castigo
público y el vejamen sexual:
Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de desnudarlo.
Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las
narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entram-
bos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores
estupefactos. (Echeverría, 2003: 119)

En la representación de la muerte del unitario, el cuerpo explota de


rabia y se desangra. La sangre, en tanto elemento de espacial de exceso
al marcar el cuerpo desbordado que antes de ser penetrado por su alte-
ridad: “-Reventó de rabia el salvaje unitario- dijo uno. -Tenía un río de
sangre en las venas- articuló otro” (Echeverría, 2003: 119). Los ríos de
sangre eran recurrentes en El Matadero donde “confluían conformando
una representación fundacional de ese entretejido insalubre de géneros,
flujos y cuerpos mezclados” (Salessi, 2000: 67) y la sangre del unitario
se mezcla con la sangre derramada de los novillos, del niño y del toro.
Esta mezcla reúne todo un cúmulo de signos de representación de la
insalubridad. Por ende, en la representación del ritual de suplicio y

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diversión, los federales conforman un todo violento que reacciona ante


otra violencia que se deposita en el cuerpo individualizado del unitario.

Reflexiones finales

A los largo de este artículo notamos que los rituales representados


producen tensiones que se plantean por los cruces entre política y
sexualidad; política y religión; sexualidad y política; animalización
y sexualidad; politización y animalización, etc. Dichas resistencias
sacan a luz los rasgos propios del discurso cuyos rasgos espaciales se
captan por la oposición alto /bajo, aquello referente a lo corporal o a lo
religioso, el entrecruzamiento entre lo oficial y popular. En El Matadero
identificamos rasgos que definen el discurso literario cuyos espacios
están politizados: la mezcla, hibridez (dada en la desjerarquización de
roles, en los las razas, líquidos, elementos de exceso que se fusionan),
la animalización de espacios, personajes, voces y la construcción de
la otredad. Respecto a este punto, identificamos las representaciones
deshumanizante en la construcción de los federales y la configuración
de personajes populares como grotescos, bárbaros y degradados. Esto
se percibe en los usos del lenguaje grotesco y blasfematorio para
caracterizar a los federales y lo federal y en el bestiario de términos
que configuran lo federal y el matadero.

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200

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