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CAPÍTULO IV

NOCHES LÚGUBRES.

Según nos ilustra Nigel Glendinning en el artículo, no fue un hecho aislado la


asunción de que las Noches Lúgubres de José de Cadalso se trataba de una obra
autobiográfica que recreaba un suceso anecdótico del autor. Esta idea se asentó todavía
más por la carta de un amigo suyo al editor del Correo de Madrid. A partir de entonces,
tanto en el siglo XIX como hoy en día se ha difundido esta idea como verdadera. Pero, a
pesar de una posible inspiración por un suceso personal en la vida de Cadalso, las
Noches es una obra ficticia.

Ante este juicio de Glendinning, resultaría más lícito entender la obra como una
inspiración de la difunta pleiteada, que se manifestaba en distintas composiciones
literarias de su tiempo, tanto como cuento popular como de forma culta en diversos
textos elevados, incluyendo a Shakespeare, Boccaccio y Lope de Vega. Esta historia
popular habla de dos enamorados cuya unión es impedida por las figuras paternas,
acabando con la muerte de la amada. Ante esto, el relato sigue su curso con el amado
yendo a exhumar el cuerpo de su enamorada, acabando de forma diferente dependiendo
del relato. En algunos, la amada es encontrada aún con vida y, en otros, es al momento
de desenterrarla que resucita gracias al calor corporal de su amado.

Con estas conclusiones, podríamos asomar la posibilidad de que Cadalso basara


sus Noches en esta historia, pero lo que se sabe sobre este relato popular es netamente
una parte de lo que compone la complejidad de las Noches. Esto nos da a entender que
es más oportuno adscribir esta inspiración a la figura del poeta Edward Young, de quien
se habla, por palabra de Cadalso al principio de la obra, como aquel cuyo estilo fue
imitado para su composición.

Si bien hay críticos que niegan la fluencia de este autor en la obra, diversos
elementos ideológicos, filosóficos y los sentimientos que motivaron tanto a Young
como a Cadalso a componer sus respectivas obras, coinciden. Ambas experiencias
vitales comparten la muerte de sus correspondientes amadas. A esto se le suma la
incipiente fascinación de Cadalso por las meditaciones de Young sobre la condición
humana, la muerte, y entre otros tópicos, y se pone aún más en evidencia.
En lo que respecta a la Primera noche, Glendinning advierte que el motivo de la
amada desenterrada solo se adhiere a los sucesos de la primera Noche.

Tediato se opone a la sociedad en cuanto a sus razones para exhumar a su


enamorada, haciendo que este se aísle. Lorenzo solo es una excusa para para poner en
relieve el pensamiento de la sociedad y que Tediato remarque en sí mismo una moral
bondadosa, menos endeble y recta. Incluso en el aspecto sensible se muestra a Lorenzo
como un iluso engañado por las normas sociales, pues confunde a una sombra con un
fantasma. En cambio, Tediato encarna una lucidez mayor, mostrándose como un
individuo desalienado, con una escala de valores ilustrada, a diferencia de Lorenzo,
usado por Cadalso para personificar a la humanidad y sus normas prestablecidas.
Tediato cuestiona la familia tradicional, la riqueza, las clases sociales, la conquista de
América y hasta la existencia de espíritus sobrenaturales, encarnando así un retrato
individualista que se separa desdeñosamente de la sociedad de su tiempo. Este motivo
enemistado contra las fuerzas naturales y los dioses solo conspira aún más para
solidificar esa figura crítica que lo heroifica en una búsqueda por recuperar a su amor
perdido. Todo parece estar en su contra. No obstante, la estructura dialéctica del poema
entre Tediato y Lorenzo nos plantea, no una subordinación de ideales, sino un dilema
moral, pues Lorenzo acaba demostrando no ser un mero espejo de la sociedad, sino un
individuo inocente y empático con la situación de su amigo Tediato.

El verdadero Lorenzo no se mueve por motivos egoístas, ni mucho menos carga


malicia alguna en sus intenciones. Coincide en ideas con Tediato y decide apoyarlo en
su campaña motivado por las circunstancias. Asimismo, esta honradez y honestidad son
las que luego aprovechará Cadalso para cuestionar los valores egoístas que Tediato
muestra en realidad. Por tanto, las apariencias que en un principio se delataban ya no
quedan tan claras.

La situación de Tediato despierta simpatía en Lorenzo. Asimismo, Cadalso nos


demuestra que, igual que Lorenzo, en la humanidad también hay cabida para cualidades
más nobles y carentes de egoísmo alguno. De esta forma, el autor nos hace ver la visión
ególatra de Tediato al creer que es el único mortal en sufrir los males de los cielos o la
única persona que sufre malos tratos de sus prójimos.
Glendinning va a proponer una lectura que no persiga la culpabilización del
hombre por los males de la sociedad, ya que es este mismo el que se encuentra sometido
al orden de cosas. Son los seres humanos los que no son capaces de desterrar las
enemistades y promover la empatía, pues estas ya los han abandonado.

Lo que nos presenta esta Primera noche es a un protagonista sumido en un


mundo de indiferencia. Tediato ve la sociedad como ruin y despiadada, por lo que este
sigue sus propios ideales, sintiendo que es despreciado por sus cercanos y saboteado por
deseo divino. Pero como nos ha demostrado la figura de Lorenzo, los valores que
Tediato pregona no han desaparecido de los corazones de los hombres. Incluso el propio
Tediato no niega la posibilidad de que la bondad y la solidaridad puedan retornar, pero
es incapaz de verlos y considera que se han perdido, que hubo tiempos mejores.

Glendinning verá que la Primera noche destaca por este sentimiento constante de
marginalidad, opuesto a la identificación con el prójimo. Se parte de un sentimiento
específico, el individuo, hasta uno más general, la humanidad.

No cabe olvidar el malestar panteísta al que se somete Tediato a propósito del


clima, pues son los truenos y tormentas los que le hacen sentir una conspiración divina
en su contra. Más tarde, sobre el final de la noche, su soledad en la noche oscuro será lo
único de lo que podrá hablar. De esta forma, el caso particular de Tediato será una
búsqueda por estudiar y comprender el origen en los sufrimientos de los seres humanos.
Pero Tediato solo comprende la verdadera situación en la que se encuentra durante
momentos fugaces de la noche.

Remontándonos a la Segunda noche, esta sirve de continuación directa de la


Primera noche, y realza el sentimiento de soledad de Tediato ante el encuentro con la
luz del día. Luego se sentirá abandonado por sus amigos, pero hará entender que, para la
sociedad, que su amigo más cercano, Virtelio, lo abandonase, era la forma correcta de
actuar en base a la moral corrompida de su tiempo.

La ley confundirá a Tediato con un criminal y entenderán su empresa como un


robo. La justicia, tal como le ocurría a Lorenzo, se dejó engañar por las apariencias sin
hacer caso alguno a la pretensión de inocencia de Tediato. El estado de aislamiento se
acentúa una vez más. Es más, su situación deplorable solo le hace recordar a Lorenzo, y
pensar que este podría estar pasándolo peor. Los hombres se vuelven víctimas de la
sociedad y su moral corrupta. Una vez libre, Tediato se encuentra con el hijo de
Lorenzo, el cual lo lleva hasta su casa, e intercambiará palabras de amistad con Lorenzo
mismo. Tediato fue capaz de alejarse de su sufrimiento aislado, a poder empatizar con el
sufrimiento de Lorenzo y de todos los individuos inocentes del mundo.

Será en los albores de la Tercera noche que Tediato entenderá los males del
destino como una tiranía determinista a la que está sometida toda la humanidad. Tediato
verá a todos los hombres como iguales que no pueden escapar del sufrimiento, da igual
la desigualdad de oportunidades y condiciones de vida en que se hallen. Encontrará una
razón para vivir en la amistad fraternal que desarrolló hacia Lorenzo, por lo que
desechará la idea del suicidio.

Habiendo desglosado los aspectos más característicos de las tres noches,


Glendinning recogerá una reflexión positiva sobre el mensaje que pretende transmitir la
obra al dejar claro qu, si bien el caso de Tediato parte de una perspectiva
exclusivamente particular, la situación en la que este se encuentra y las cocluciones que
hace al final de la Tercera noche nos enseñan que, dentro del sufrimiento colectivo de
los hombres, es dentro de las intenciones por mejorar la sociedad mediante actos
fraternales del que el buen hombre transforma el egoísmo en amor al prójimo.
Asimismo, Glendinning no pierde la oportunidad para resaltar un fallo significativo que,
para él, subyace en la obra: no se preserva congruencia dentro de las tres noches sobre
este mensaje de solidaridad universal. El aislamiento narcisista de Tediato en contra del
resto de la humanidad se acentúa desde la primera hasta la segunda noche, socavando de
esta manera la capacidad del lector para sustraer este mensaje. Los sufrimientos de
Tediato, en lugar de justificarse a sí mismos para llegar a esta catarsis, se obstruyen al
pintarlo como una figura casi sacralizada. Se enaltece la figura egocentrista del
protagonista en lugar de ampliar el prisma desde lo particular a lo general. Si bien se
podía apreciar una evolución de pensamiento en la mente de Tediato, aún al final de la
última noche el sufrimiento de Lorenzo, y de toda la humanidad, se supedita al de
Tediato. Puede que incluso, según advierte Glendinning, Cadalso fuera consciente de
esto, lo que explicaría que este buscara justificar el motivo de la cita de Virgilio al
principio de la obra.
A pesar de estos defectos explayados por Glendinning, este no reniega de la
capacidad dialéctica que ofrece la obra en el aspecto formal, poniendo de relieve esta
intención por despertar empatía por el prójimo.

“Sadismo y sensibilidad” Russel P. Sebold.

SEBOLD, RUSSELL P. (1998), «Sadismo y sensibilidad en Cornelia Bororquia o la


Víctima de la Inquisición». I Congreso Internacional sobre la novela del siglo XVIII.
Fernando García Lara, ed. Almería 1998, 65-78.
III. EROTISMO, DIDACTISMO Y MELANCOLÍA EN LA POESÍA DEL SIGLO XVIII.

La crítica e historiografía del siglo XVIII, dirá Carnero, ha pecado múltiples


veces de categorizar la poesía de esta época bajo etiquetas como neoclasicista, a pesar
de haberse comprobado que se trata de una etapa de diversidad de corrientes que
confluyen a la vez.

Lo neoclásico adquiere una carga semántica vacua y desacertada, por tanto,


habría que redefinirla para aplicarla a este tiempo.

La mayoría de los poetas de estas corrientes van a participar activamente en cada


una de las tendencias poéticas. Ante esto, se retroalimentarán la una de la otra. No son
escuelas enfrentadas o movimientos que se contradigan.

Estas tendencias, según Carnero, se compondrán por: la Post-barroca, la Rococó,


la Ilustrada, la Neoclásica y Prerromántica
Carnero, además, planteará una dualidad cronológica que comprenderá las dos
mitades del siglo XVIII. La primera mitad destacará por ser una poesía en busca de una
continuación tardía del período Barroco, por la que a esta se adscribirá la poesía Post-
barroca. Al contrario, la segunda mitad se caracterizará más por ser el período de mayor
coexistencia de las corrientes antes mencionadas. Aquí ya se habrá abandonado el
legado gongorino tan característico del siglo XVII.

En cuanto a la segunda mitad del siglo XVIII, Carnero remitirá a Russel P.


Sebold para proponer el término primer Romanticismo para el período que corresponde
a los años 1770 y 1810. Dentro de esta consideración, Carnero apartará el Post-Barroco
y sembrará una perspectiva doble desde la cual se manifiesta la poesía. Primero la
oposición entre Rococó e Ilustración, y después el primer Romanticismo, el cual se verá
como una tesitura mental totalmente contraria a la del Rococó.

Para comenzar, cabe la consideración de una de las corrientes principales, El


Rococó. Maltratado y menospreciado por la historia, y caracterizada por un erotismo
confesional y declarado que sirva de bálsamo para el hedonismo libertario de sus
autores. Reniega del realismo y se expresará en un tono aparentemente pastoril,
transmitiendo de esta manera una simple filosofía que se propone exaltar aquel presente
fugaz que no se podrá recuperar, que destaca por su matiz sencillo y despreocupado. Se
focalizará en el amor y el culto al cuerpo de la mujer, mas no una belleza ideal, sino
carnal. Se recurrirá a la enumeración de los rasgos sensuales del cuerpo femenino,
mientras se realza una descripción detallada de un acto espontáneo. Aboga, además por
una ornamentación textual, el canto a la mitología griega clásica, lenguaje preciosista y
un lirismo tan tierno como doméstico. Por último, resalta su léxico, adjetivado en
demasía, e incide en oraiones exclamativas en clave de goce y celebración.

Incluso Cadalso, un autor cuya composición lírica posterior se aleja por


completo de esta estética, llegó a escribir un romancillo en esta corriente. Cosa que no
es de extrañar, pues ya se había mencionado esta fluctuación despreocupada de
corrientes que no buscan separarse la una de la otra.

Otro autor destacado de esta corriente sería Fray Diego González, quien
representa con frecuencia en su poética referencias mitológicas. Cosa de la que tampoco
se aleja Meléndez Valdés, quien ofrecerá un abanico amplio de poesía erótica. Pero no
se queda ahí, pues el propio Meléndez, junto a contemporáneos destacados como
Nicolás Moratín y Samaniego, escribieron dentro de esta corriente con una voz satírica,
festiva y en contra de la clerecía.

Una forma de denunciar la insensibilidad y mediocridad literarias del siglo


XVIII a través de ideales reformistas, reflexiones éticas y filosóficas y la búsqueda del
progreso de la colectividad, es la denominada Poesía Ilustrada. Con esta finalidad de
servir a la comunicación y otorgar de una estructura más expositiva los textos, los
poetas en esta corriente adoptarán un carácter casi ensayístico para desarrollar una
actitud en búsqueda de la transparencia del lenguaje, la pretensión de una recepción y
reflexión colectivas, y la construcción de un mensaje elaborado que llegue a un
destinatario primordialmente noble y burgués. Era, en síntesis, considerada una poesía
más acorde con la índole ilustrada.

Jovellanos es un claro exponente de esta tendencia, sin excluir la ya eminente


figura de Meléndez Valdés, Diego González y Juan Fernández de Rojas.

En cuanto al propio Jovellanos, este destaca por su Carta a sus amigos


salmantinos. En esta composición, les exige a los poetas amorosos que se desprendan de
su estilo Rococó y se dediquen a temas más dignos, para orientarlos en un didactismo
que se comprometa a evitar los vicios, la religión, alabar las virtudes y reformar el
teatro. Le escribe personalmente a Meléndez Valdés para disuadirlo a abandonar la
poesía hedonista y perseguir ideales más nobles.

Luego compone sátiras en contra de las malas costumbres de los hombres y las
mujeres, como la infidelidad, modas deshonestas, ignorancia, afición al juego, etc.
Jovellanos tratará de reformar la poesía con este tipo de composiciones más didácticas.
Meléndez más tarde se le unirá con El filósofo en el campo, donde señala también los
vicios de las clases superiores hacia las ejecuciones.

En varios poemas, Cienfuegos lanza una crítica mordaz a la nobleza tirana y


opresora, dada las desigualdades sociales que sus posiciones suponían. De esta forma,
se planta la simiente de una oposición entre el campo contra el ciudadano, aquel cuyo
estado social corrompe y desbalancea la sociedad. Meléndez está defendiendo los
derechos de los campesinos y valorando su trabajo y esfuerzo. Este, junto a muchos
otros de la poética de Valdés, cargan una connotación política no patriótica, sino una
que condena las degeneraciones y la moral represiva cristiana. Toda esta poética
ilustrada destacará por una pretensión reformista, elogios a las artes nobles y censuras
de los malos vicios, cosa reflejada en composiciones como la Lección poética de
Moratín o en Las reglas del drama de Quintana.

Otra cuestión que abarca Carnero es la de las difíciles fronteras que se intentan
trazar en la Poesía Ilustrada y la Prerromántica, pues se encuentran afines a la
denominada reflexión filosófico moral para entender la virtud y la naturaleza del ser
humano. El tono empleado es didáctico y aparentemente cercano a la Poesía Ilustrada,
pero se difuminan con rapidez las líneas categoriales cuando hallamos un canto lóbrego
en forma de desahogo emocional. A esto lo denominará Jovellanos la moral filosofía.
Esta mezcolanza de estilos les resultaba todo menos una suerte de contradicción. Dentro
de este tipo de obras encontramos las epístolas de Jovellanos dedicadas a Batilo y a
Bermudo, junto con la de El Paular.

El deísmo era otro derrotero por el cual encaminaban sus composiciones


poéticas, que se caracterizaba por la reflexión religiosa, orientando así el discurso a la
búsqueda epistemológica a través de Dios. Meléndez alabará el deísmo de los
campesinos, pues este se pronunciaba de manera instintiva, gracias a estar viviendo en
contacto directo con la Naturaleza. Este tipo de poesía seguía una moral basada en la ley
natural de Dios, como en el poema de Meléndez Valdés La presencia de Dios.

Este tipo de poemas acababa siendo, de alguna manera, un tipo de oración


interiorizada en la que reconocía la existencia de un ser divino con el que buscaban
cimentar un diálogo para adquirir conocimiento. De ahí nacerá la presencia de la
naturaleza en un tinte cercano al primer Romanticismo, donde se manifiesta el concepto
de Sublimidad.

Otro núcleo temático de este emocionalismo del XVIII es aquella que rinde culto
a la noche como orientación a una meditación pesimista sobre el ser humano. Se teme a
la amenaza que representa la muerte y se expresa con imágenes de ruinas y sepulcros.
En esta corriente destacará el poeta Edward Young, cuyo estilo será el molde sobre el
que Cadalso compondrá su célebre obra Noches Lúgubres.

En mención honorífica a Las ruinas. Pensamientos tristes, del conde de


Torrepalma, Carnero pronunciará un oxímoron calificativo, al catalogarla como una
composición de anacreóntica fúnebre.

Cienfuegos, junto a Meléndez Valdés y Quintana, fue quien mejor otorgó una
gama considerablemente alta de referencias fúnebres a través de un patetismo que, de no
haber estado presente aquí, la retórica del Romanticismo del XVIII no existiría tal y
como la conocemos.

El estilo folklórico satisfacía el gusto de la época usando como instrumento


temático la naturaleza sublime y el medievalismo con elementos sobrenaturales. Entre
estos destacan los poemas ossiánicos, nombrados de esta manera en honor al bardo
escocés del siglo III, Ossián. Sin este tipo de poesía se vería limitada la visión de la
Naturaleza durante este Prerromanticismo, de la cual se nutrieron Meléndez o incluso
Espronceda, el exponente por excelencia del Romanticismo español.

Senancour será otro autor que Carnero señalará como imprescindible para esta
etapa del primer Romanticismo del siglo XVIII, sobre todo por el retrato de la
irremediable soledad y sensación de aislamiento que se pone en relieve mediante sus
poemas más melancólico. De hecho, será posterior a la figura de Senancour la de José
de cadalso con sus famosas Noches Lúgubres, donde se halla la quintaesencia de todo lo
antes mencionado: la presencia de la naturaleza, la búsqueda del diálogo epistemológico
con Dios, la noche y los sepulcros, y la acentuación del célebre malestar de aquel
tiempo al que denominaron fastidio universal.
Bibliografía.
 GLENDINNING, N. (1962). Vida y obra de Cadalso. (Madrid, Gredos, pp. 70-85).

 SEBOLD, RUSSELL P. (1998). Sadismo y sensibilidad en Cornelia Bororquia o la


Víctima de la Inquisición. I Congreso Internacional sobre la novela del siglo
XVIII. Fernando García Lara, ed. Almería 1998, 65-78.
 CARNERO, GUILLERMO. (1983). La cara oscura del Siglo de las Luces, Madrid,
Fundación Juan March/Cátedra.

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