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LA COLOMBIA DE CONFLICTOS Y POSCONFLICTOS

Por Diego León Caicedo Muñoz


“Hacer la paz es acercar los muchos conflictos de una sociedad a un punto de consenso.
Se trata de una nueva visión de la pintura sobre la tela de la historia política de
una nación,” Benazir Bhutt

EL 24 de noviembre del 2016 el gobierno colombiano negoció y firmó el Acuerdo de Paz


con el mayor y más antiguo de los grupos armados en nuestro país. En el imaginario
quedó la terminación definitiva del conflicto, pero realmente era uno más de los acuerdos
que se han llevado a cabo en Colombia con los grupos al margen de la ley. Debemos
recordar que por estos caminos trasegaron, el M-19, Quintín Lame, PRT, EPL, Corriente
de Renovación Socialista y las AUC. Negociaciones parceladas que no liquidaron los
conflictos.

Otra falacia que se le atribuye a la culminación del enfrentamiento armado con las FARC,
es el denominado posconflicto en singular y de manera absoluta, siendo reforzado con la
pregunta del plebiscito para la refrendación del pacto: “¿Apoya el acuerdo final para la
terminación del conflicto y construcción de una paz estable y duradera?”

En los últimos 60 años la confrontación armada ha sido heterogénea, por lo tanto, no es


correcto hacer alarde de la terminación de los conflictos con la desmovilización de un solo
grupo ilegal y mucho menos pretender iniciar un posconflicto definitivo. Esta concepción
sibilina y errada, pero con una intención soterrada, fue impulsada por la dirigencia de las
FARC en los acuerdos de la Habana, para hacer creer que en un país en paz no era
necesario una Fuerza Pública tan robusta. El craso error del Estado fue seguir esta
consideración y limitar su capacidad de respuesta a las nuevas amenazas que surgieron
después de la desmovilización.

El posconflicto es un proceso amplio de esfuerzos colectivos y con una línea de tiempo


prolongada, en la cual la institucionalidad debe estar concentrada en contrarrestar la
mutación de la problemática de seguridad en los territorios antes ocupados por los
desmovilizados. La tendencia luego de la terminación de un conflicto armado, es una
atomización y desbordamiento virulento de la violencia en detrimento de la seguridad
ciudadana.

Un caso específico de culminación de un conflicto y continuación de un posconflicto que


lleva 30 años, es el del Salvador. Allí la violencia enmarcada en la grave alteración de la
seguridad ciudadana no ha terminado, se convirtió en una situación endémica reflejada en
batallas territoriales entre bandas por el tráfico de drogas y todo por cuenta de la ausencia
de Estado.

El Estado colombiano nunca llegó a ocupar los espacios dominados por las FARC,
situación que aprovecharon rápidamente los Grupos Armados Organizados con el fin de
cooptar los mercados ilegales de la droga y la minería. Además, organizaciones
criminales como el ELN, las disidencias de las FARC, el Clan del Golfo y otras bandas,
crecen en número y se fortalecen cada día más. Los conflictos armados, en plural, no han
concluido y están lejos de terminar y cohabitan a la vez con los posconflictos por regiones.

La teoría de algunos analistas que sustentan que estos grupos evitan la confrontación con
la Fuerza Pública para concentrarse en fortalecer sus economías ilegales, es cosa del
pasado. Para defender su actividad ilícita se enfrentan con mecanismos terroristas
reflejados en asesinatos de militares y policías, pero lo que más genera escozor es la
reactivación de la vieja práctica del secuestro de miembros de la Fuerza Pública y los
hostigamientos a estaciones de policía.

Según información del Periódico el Tiempo en lo corrido del año 2021 han sido
asesinados 110 uniformados, de ellos 64 policías y 46 militares, de los cuales 20 murieron
en combate, 8 por acción de minas antipersona, 3 en hostigamientos, 8 en acciones de
francotiradores y uno por pisa suaves. De los 64 policías asesinados, 20 no estaban en
servicio, 39 con armas de fuego, 3 con explosivos y uno con arma blanca, 28 casos
atribuidos a la acción de grupos armados ilegales; 15 al Clan del Golfo, 8 al ELN, 4 a las
disidencias y uno a los Pelusos. Igualmente, 201 militares y más de 2.000 policías heridos

Es preocupante la situación que vive el país y más con una Fuerza Pública deslegitimada,
diezmada y acorralada política y mediáticamente por cuenta de una extrema izquierda,
que sigue los parámetros del arreglo habanero, consistente en desmontar la Policía
Nacional y disminuir el accionar de las Fuerzas Militares.

Lo que se requiere ahora más que nunca es fortalecer a la Fuerza Pública, robusteciendo
la inteligencia regional y los mecanismos adecuados para enfrentar efectivamente los dos
fenómenos. Imprescindiblemente, el Estado debe hacer presencia integral con todas sus
instituciones, para solucionar cada una de las causas generadoras del conflicto.

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