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DERECHO MARÍTIMO
1. MARCO TEÓRICO
c. ¿De qué manera puede el Perú ser parte en el Tratado sin modificar su
Constitución y leyes sobre la materia?
d. ¿Qué asuntos del Derecho del Mar deben merecer en adelante nuestra
especial atención?
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Este marco teórico permite entender el origen y la legitimidad del Derecho
concebido como un ordenamiento o conjunto de normas que la vida en sociedad
hace imprescindible establecer para regular la conducta de los seres humanos, a
fin de que todos puedan, cuando menos en principio, atender al cumplimiento de
sus necesidades fundamentales, y desde ellas a las otras inmanentes o inherentes
a la persona, porque derivan de su naturaleza, de su esencia y dignidad, hasta
alcanzar por supuesto en la medida de lo posible la plenitud de su realización
como tal.
Si bien esta actitud todavía persiste, principalmente donde las situaciones son
más precarias por factores internos o problemas de vecindad, desde el término de
la Segunda Guerra Mundial, el creciente acercamiento del mundo en que vivimos,
resultante de progresos científicos y tecnológicos, interdependencia económica,
procesos regionales de integración, constitución de consorcios transnacionales
poderosos y los riesgos de conflagraciones mayores durante la etapa de la «guerra
fría» entre las dos superpotencias, afortunadamente superada en el último siglo,
ha favorecido el desarrollo del Derecho internacional en casi todos los campos
de la actividad humana.
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Esta evolución, entendida como necesaria, inclusive entre aquellos pueblos que
estuvieron separados por muy graves y recurrentes antagonismos, y a menudo por
conflictos relativos a sus fronteras, ha sido aún más sentida como indispensable
en el mar, donde todo une o debería unir, y donde no existen en realidad otros
límites que los imaginarios establecidos por los Estados como proyección de sus
dominios terrestres.
En la Constitución Política del Perú vigente, según artículo 54, el Estado ejerce
soberanía y jurisdicción en su dominio marítimo y sobre el espacio aéreo que
cubre el mar adyacente hasta el límite de las doscientas millas, sin perjuicio de
las libertades de comunicación internacional, de conformidad con la ley y con los
tratados internacionales. De todas las libertades que básicamente se aplican en
alta mar, las de navegación, sobre vuelo y tendido de cables y tuberías submarinas
corresponden a las denominadas libertades de comunicación internacional, que
para el Estado peruano son las únicas que reconoce en su Dominio Marítimo.
1. MARCO CONCEPTUAL
¿Cómo se gestó el actual orden jurídico para regular la utilización del espacio
oceánico? La apasionante historia del Derecho del Mar, cuyo origen se
confunde, tres siglos atrás, con la imaginación de los autores de la mitología
griega que atribuyeron a Minos, el legendario rey de Creta, haber conseguido
en favor de esa isla un régimen de hegemonía marítima —talasocracia— que
se extendía sobre el mar Egeo hasta la península de Ática, siendo familiares
los nombres de Celso y Ulpiano, filósofo y jurisconsulto que en el segundo
siglo de nuestra era sostenían que el mar era de uso común y por lo tanto no
pasivo de propiedad de dos hombres, contra el concepto del “Mare Nostrum”
atribuido al Mediterráneo durante la misma época del Imperio Romano.
Cuando Estados Unidos, en 1793, adoptó dicho límite y así lo comunicó a los
Ministros de Gran Bretaña y Francia, ésos países a su vez hicieron lo propio
desde comienzos del siglo XIX, pero establecieron jurisdicciones más amplias
—hasta 11 y 23 millas— respectivamente, para fines aduaneros y de pesca.
Lo evidente de toda esta historia es que los planteamientos acerca del Dominio
Marítimo como territorio marítimo de los Estados estuvieron condicionados no
sólo por la diversidad de las realidades geográficas y las limitaciones en el
conocimiento y utilización de los mares, sino sobre todo por la contraposición
de los intereses, además cambiantes, entre las distintas naciones. Cabe
mencionar que Dinamarca, Suecia y Noruega fijaron, a todos los efectos,
en 4 millas sus respectivas jurisdicciones. España en 6 millas como zona de
neutralidad, contrabando y pesca; y Rusia en 12 millas, primero pesca en
1911 y luego para las aguas territoriales en 1927.
El límite de las 200 millas apareció por primera vez el 5 de setiembre de 1939,
cuando iniciada la Segunda Guerra Mundial, el Presidente F. Roosevelt expidió
un decreto impartiendo a los barcos de guerra norteamericanos la orden de
patrullar hasta esa distancia. Atribuida al alcance de las ondas del radar, las
costas de los Estados Unidos y de las Indias Occidentales, con el objeto de
vigilar las actividades de las naves beligerantes.
Las 200 millas sólo volvieron a aparecer a mediados de 1947, esta vez
por motivaciones ya no militares sino esencialmente económicas y sociales,
cuando Chile a través de la Declaración Presidencial del 23 de junio y el
Perú mediante Decreto Supremo del 19 de agosto, proclamaron su soberanía
y jurisdicción territorial sobre sus plataformas continentales y sus mares
adyacentes, cualquiera que fuera su profundidad y en toda la extensión,
necesaria para reservar, proteger, conservar y utilizar los recursos y
riquezas naturales que allí se encuentran, estableciendo que ejercerían su
control y protección hasta la distancia de 200 millas, sin afectar los derechos
de libre navegación.
Surgió entonces una nueva tesis que fue consolidada por Chile, Ecuador
y Perú al suscribir el 18 de agosto de 1952, el instrumento conocido como
la Declaración de Santiago, en cuya virtud los tres países proclamaron
como norma de su política internacional marítima, la soberanía y jurisdicción
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territorial exclusivas sobre el mar que baña sus costas y sobre el suelo y
subsuelo correspondientes, hasta la distancia mínima de 200 millas, invocando
razones de conservación, desarrollo y aprovechamiento de las riquezas y
sin desconocer el derecho del paso inocente e inofensivo para las naves de
todas las naciones. Asimismo, decidieron constituir la Comisión Permanente
del Pacífico Sur (CPPS), como órgano coordinador de sus políticas marítimas,
en materias jurídicas, científicas y tecnológicas.
En los años que siguieron a ese desenlace, los incesantes progresos científicos
y tecnológicos estimulados por las necesidades de nuevas fuentes de materias
primas, permitieron detectar la existencia de ricos yacimientos de nódulos
de manganeso esparcidos en el fondo del mar, y ante el riesgo de que las
dos superpotencias y otros Estados industriales emprendieran una carrera de
apropiaciones contrapuestas y la explotación incontrolada de tales recursos, en
1967 la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó la constitución de
una Comisión Especial para estudiar la utilización de los Fondos Marinos, fuera
de los límites de la jurisdicción nacional, en beneficio de toda la humanidad.
Entretanto Estados Unidos y la Unión Soviética, tras las consultas que efectuaron
entre sí y luego con otras naciones desarrolladas, sugirieron la convocatoria de
una tercera Conferencia sobre el Derecho del Mar, a los efectos de establecer
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en 12 millas el límite máximo del mar territorial, preservar la libertad de paso
a través de los estrechos de uso internacional y acordar ciertos derechos o
intereses especiales a los Estados ribereños, para la conservación y explotación
de los recursos vivos en áreas adyacentes al mar territorial.
Este propósito fue aprovechado por un pequeño pero muy activo grupo de
países latinoamericanos —a los del Pacífico Sur se habían sumado Argentina,
Brasil y Uruguay en la extensión de sus límites hasta las 200 millas— para
librar una intensa campaña con el objeto de que la Conferencia propuesta no
se limitase a los tres asuntos precitados, sino examinase todos los temas y
cuestiones pertinentes del Derecho del Mar, a la luz de la evolución acaecida
desde las Conferencias de 1958 y 1960; iniciativa que recibió el respaldo
de la mayoría del mundo en desarrollo, de suerte que a fines de 1970 la
Asamblea General de la ONU decidió ampliar la Comisión de Fondos Marinos
y encargarle que preparara la nueva Conferencia con ese mandato.
Las antiguas nociones del Derecho del Mar fueron concebidas por autores
europeos en función de las realidades y los intereses de las potencias
dominantes; las cuales, a lo largo de varios siglos, bajo el pregonado
principio de la libertad de los mares, impusieron por doquier regímenes
coloniales y se libraron a prácticas tan condenables como el tráfico de
esclavos, de blancas y de estupefacientes, el contrabando, la piratería y
otros abusos similares.
En cuanto a la zona de los fondos marinos situada más allá de los límites
de la jurisdicción nacional, los países del Tercer Mundo propiciaron que ella
fuese sometida a la administración de una Autoridad Internacional dotada de
los poderes necesarios para llevar a la práctica los principios de que dicha
zona y sus recursos son patrimonio común de la humanidad.
Que una vez deducidas las utilidades de los contratistas y los gastos de
funcionamiento de la Autoridad, el resto de los beneficios se distribuyese
entre todos los Estados, según criterios equitativos que tuviesen en cuenta
las necesidades especiales de los países en desarrollo.
En este mismo estudio, que lleva por título "La ONU y la Convención del
Mar", que si bien los países del Tercer Mundo estuvieron de acuerdo sobre
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aquellas líneas generales, se dividieron en lo concerniente a las zonas de
jurisdicción nacional, entre un grupo de 15 Estados Latinoamericanos y
Africanos, partidarios de la pluralidad de regímenes de mares territoriales hasta
las 200 millas; un segundo grupo de 50 Estados de América Latina, África y
Asia que aceptaban limitar el Mar Territorial en 12 millas, siempre y cuando
también se reconociera la institución de una Zona Económica Exclusiva, de
allí hasta las 200 millas; y un tercer grupo de 40 Estados, —de esos tres
continentes—, sin litoral y en situación geográfica desventajosa, es decir,
de costas muy pequeñas o ribereñas de mares cerrados o semi-cerrados,
que también apoyaban el Mar Territorial de 12 millas y Zonas Económicas
no Exclusivas, hasta un máximo de 50 millas, donde compartirían derechos
iguales con los demás Estados costeros de la región.
Por su parte, las naciones industriales tampoco tuvieron una posición uniforme,
pues mientras las potencias marítimas, tanto del Oeste como del Este, con
el respaldo de otros Estados, principalmente europeos, (en total 20 países)
eran igualmente partidarios del Mar Territorial de 12 millas, no aceptaban más
allá de ese límite sino ciertos derechos o intereses especiales de los Estados
ribereños con respecto a la contaminación o para explotar las especies costeras
en aguas adyacentes sin establecer un límite determinado, sino según los
hábitos migratorios de los peces; mientras 10 Estados de Europa, América
del Norte y Oceanía favorecieron el reconocimiento de la Zona Económica
Exclusiva hasta las 200 millas, propuesta por el segundo grupo de los países
en desarrollo.
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Frente a esta posición, los Estados de Europa Oriental, encabezados por la
entonces Unión Soviética, tan pronto consiguieron incorporar en el proyecto de
Convención cláusulas que les garantizaban un acceso seguro a la exploración y
explotación de la Zona y al Consejo de la Autoridad Internacional, apoyaron las
propuestas de los países en desarrollo, por razones que algunos interpretaron
como testimonio de solidaridad y otros solamente de conveniencia política.
Ello también explica que ningún país o grupo de países pudiera obtener que
se incluyese en el texto del Tratado, la plenitud de sus reclamos sobre sus
derechos e intereses, ni la copia de las disposiciones de su legislación nacional.
Por definición una Convención es lo que convienen las partes, armonizando
en lo posible sus respectivas conveniencias. Sin conciliación no hay acuerdo
y, a falta de él, prevalecería como ya se ha dicho la ley del más fuerte, con
perjuicio de los países menos poderosos, cuyo amparo reside en el Derecho
internacional.
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anteriores de 1960 y 1967, pese a la presencia de juristas de calidades
excepcionales, tanto del Perú como de nuestros vecinos de la CPPS, no
se llegó ni siquiera a presentar una propuesta que mencionara el límite de
las 200 millas, aunque sólo fuese para una Zona de Alta Mar en la que se
reconociese al Estado ribereño cuando menos ciertos intereses especiales en
la conservación y explotación de los recursos pesqueros.
Este primer resultado sería suficiente para admitir con honestidad hasta qué
punto se han introducido en la nueva Convención disposiciones que convalidan
los derechos fundamentales de soberanía territorial, por los que tanto se ha
luchado desde mediados del presente siglo, y que motivaron el sarcasmo,
cuando no las represalias, de los Estados más poderosos, por cuanto sus
realidades e intereses se veían afectados.
Hay luego la que está referida a la obligación de dar acceso a otros Estados
en la explotación de los recursos vivos cuando existan excedentes (Art.62,2),
es decir, sólo en el caso de que el Estado ribereño no explote la totalidad
de la captura permisible, y observándose las condiciones establecidas en sus
leyes y reglamentos (Art.62,4), lo cual se condice con lo que el Perú siempre
ha permitido, toda vez que se paguen los derechos correspondientes y se
cumplan otras disposiciones de su legislación interna.
La Convención también admite ese acceso para los Estados sin litoral y en
situación geográfica desventajosa, pero sujeto a los acuerdos que celebren
con los respectivos Estados ribereños y siempre y cuando no sean afectadas
las comunidades e industrias pesqueras de estos últimos Estados, ni se
transfiera tales derechos a terceros (Art. 69 al 72).
Tales actividades podrán realizarse sea directamente por una Empresa como
órgano operativo de la Autoridad (Anexo IV), sea por Estados Partes o
entidades estatales o personas naturales o jurídicas que posean la nacionalidad
de Estados Partes, pero siempre en asociación y bajo el control de la Autoridad
que otorgará los contratos (Art. 153).
En efecto, cada sitio minero se dividirá en dos partes: una reservada para
la exploración y explotación por la Autoridad a través de la Empresa o en
asociación con Estados en desarrollo; y la otra a disposición del solicitante
que se convierte en contratista para los fines de su explotación.
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El Tratado estableció en el Anexo III, importantes y exigentes obligaciones
financieras y de transmisión de tecnología a cargo del contratista. También
dispuso que este "sistema paralelo" de explotación sería examinado cada
cinco años, para la adopción de medidas que permitan mejorarlo (Art.154).
Que transcurridos quince años desde el comienzo de la producción comercial
se convocaría a una Conferencia de Revisión para evaluar si se han cumplido
las finalidades previstas en beneficio de toda la humanidad; y que si cinco años
después de su apertura no hubiese acuerdo sobre el sistema de exploración
y explotación, la Conferencia podría enmendar las disposiciones pertinentes
por una mayoría de tres cuartos, enmiendas que entrarían en vigor para
todos los Estados parte al término de doce meses desde la fecha en que se
hubiesen depositado los instrumentos de ratificación, adhesión o aceptación
de dos tercios de los Estados Partes (Art. 155).
De otro lado, hay que tener en cuenta que si bien la Convención de 1982,
está supuesta a durar el mayor tiempo posible para dar estabilidad a las
relaciones y actividades de los Estados en mares y océanos, su vocación de
permanencia es, por fuerza, relativa, desde que el Derecho debe ajustarse
siempre a los hechos que regula, y como estos últimos se encuentran en
constante evolución por la concurrencia de factores políticos, económicos,
sociales, científicos y tecnológicos, aquél tiene que ser revisado y actualizado
para atender las exigencias de los cambios de situación.
¿De qué manera puede el Perú ser Parte en el Tratado, sin modificar su
Constitución y leyes sobre la materia? En diversos estudios acerca de éste
tema, se demuestra que no es pertinente atribuir a nuestro Dominio Marítimo
la naturaleza jurídica de territorio marítimo nacional, porque ni fue establecido
con las características de ese instituto de soberanía territorial desde el Decreto
Supremo de 1947, ni se le describió tal índole en los artículos pertinentes
(97, 98 y 99) de nuestra Carta Política de 1979; sin embargo, en el artículo
54 de la Constitución de 1993 se establece que el territorio del Estado es
inalienable e inviolable, y que comprende el Dominio Marítimo y el espacio
aéreo que lo cubre. En síntesis, ¿se podría concluir que el Dominio Marítimo
no debería ser parte del territorio del Estado peruano?
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propiciando el mantenimiento de esa actitud. Espejismo, en primer término,
porque resulta obvio que aquel resguardo no suele ser asegurado mediante
la institución de un Mar Territorial de 200 millas, ya que existen fuera de
él intereses substanciales cuya cobertura requiere disposiciones como las
previstas en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar
en resguardo de los Estados en desarrollo.
Igual sucede frente a las actividades de otros Estados en áreas de alta mar
adyacentes a la zona de nuestro Dominio Marítimo, tanto en lo que concierne
a las libertades de comunicación internacional, de emplazamiento y uso de
instalaciones y de investigación científica, cuanto a la conservación de las
especies transzonales y altamente migratorias, a la preservación del medio
marino, a la prestación de auxilio, a la represión de actividades ilícitas y al
ejercicio del derecho de persecución; todo lo cual no puede asegurarse con la
sola legislación interna, sino requiere la existencia y el respeto por los Estados,
de las disposiciones contenidas en la Convención internacional.
Los conceptos señalados sobre los dos ámbitos anteriores valen igualmente
para la zona de los fondos marinos fuera de los límites de la jurisdicción
nacional, donde, a través de la Autoridad y de la Empresa que se constituyan,
nos interesa participar en la toma de decisiones, en la explotación de los
recursos mineros, en la percepción de las utilidades resultantes y en la
asistencia que se preste a los países en desarrollo cuyas economías sean
afectadas por la producción oceánica.
Debemos recordar —por más cuestionables que tales medidas fueran para
nosotros—, las represalias comerciales impuestas con motivo de las capturas
de algunos barcos atuneros, así mismo cabe agregar los ejemplos de acciones
tomadas a raíz del conflicto de las Islas Malvinas o de los incidentes ocurridos
en distintos golfos, como el de Fonseca, el de La Sidra o el Pérsico, para
comprobar hasta qué punto no son respetadas las disposiciones de la
legislación marítima nacional, no solo cuando se apartan de las normas del
Derecho internacional que brindan protección jurídica a los Estados menos
poderosos sino cuando realidades e intereses mayores se ven afectados.
De otro lado, y éste es el tercer espejismo jurídico, por el cual de poco habrá
de servir al Perú seguir absteniéndose de adherir a la Convención, si sus
disposiciones le serán igualmente obligatorias al convertirse, a través de la
práctica general de los Estados por la costumbre salvo oposición, en normas
consuetudinarias de Derecho internacional, conforme a lo previsto en el Artículo 38
de la Convención de Viena sobre Derecho de los Tratados al cual se encuentra
vinculado. En síntesis, las normas del Tratado constituyen derechos y obligaciones
que vinculan a todos los Estados parte de la Convención, y en general tienden a
convertirse en vinculantes para todo Estado sujeto del Derecho internacional en
cuanto a aquellas normas producto de la costumbre como fuente del Derecho.
La posición del Perú frente a la Convención fue interpretada por las Naciones
Unidas en el Informe Anual del Secretario General del 5 de octubre de 1998,
que precisa: “Un Estado latinoamericano no parte de la Convención, reclama
un área singular de 200 millas náuticas, denominada ‘dominio marítimo’,
reconociendo expresamente la libertad de navegación y sobrevuelo más allá
de las 12 millas. Por este razón, el área marítima de dicho Estado está
considerada en una categoría especial como otros, en lugar de ser clasificado
como mar territorial que se extiende más allá de las 12 millas” [las cursivas
son nuestras] (ONU 1998: 17).
Esta posición, al ser considerada categoría especial por las Naciones Unidas,
da lugar a la tesis peruana del Dominio Marítimo, toda vez que no cabe en la
clasificación de Mar Territorial del Derecho internacional, situación que plantea
la necesidad de definir por doctrina sus contenidos y alcances.
Por estudiosos del tema en el país se tiene una primera aproximación conceptual,
que define por dominio marítimo a la institución privativa del Derecho interno
empleada para describir el espacio marítimo nacional, denominado Mar de
Grau por ley vigente, como parte del territorio del Estado en complemento
natural al espacio aéreo y terrestre desde un enfoque integrado y total, donde
el Estado ejerce soberanía y jurisdicción de acuerdo con la ley y tratados
ratificados. (Brousset 2013: 32)
Por otro lado, según el Fallo de la CIJ/ICJ en el caso “Diferendo Marítimo” (Perú
c. Chile) del 27 de enero de 2014, en el Fundamento 178, se señala: «Las
pretensiones de Perú incluyen un “dominio marítimo” de 200 millas náuticas.
El agente de Perú declaró formalmente, en representación de su gobierno, que
la expresión “dominio marítimo” que se encuentra en la Constitución [peruana]
es utilizada de acuerdo con la definición de los espacios marítimos previstos
en la Convención de 1982”. La Corte toma nota de esta declaración que
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manifiesta una vinculación formal de Perú» [las cursivas son nuestras] (ICJ
2014: 66; ACDI 2014: 65-66; MREP 2015: 117-117).
Cabe una interpretación más amplia del concepto de Dominio Marítimo respecto
de su utilización de acuerdo con la definición de los espacios marítimos
previstos en la Convención de 1982, conforme declaración manifiesta de una
vinculación formal del Estado al Derecho internacional positivo, siempre que
sin ser parte de la Convención el Estado decida por acto unilateral la práctica
de tal norma positiva por convicción jurídica y sin objeción alguna.
Desde el punto de vista político, ya no habría lugar para los reparos sobre
el presunto recorte del territorio nacional, la división de los dominios en dos
zonas, las renuncias a la soberanía y jurisdicción, el abandono de la tesis
originaria, ni la violación de la Constitución o la necesidad de modificarla.
¿Qué asuntos del Derecho del Mar deben merecer en adelante nuestra
especial atención? Se trata, de una pregunta fundamental, pues si la evocación
del pasado tiene mucha importancia para poder actuar en el presente con
la perspectiva debida, no debemos detenernos ni en el uno ni en el otro,
sino dirigir también la mirada hacia el futuro para ir preparando lo que mejor
convenga al país, y evitar así los riesgos de la falta de previsión.
La premisa de la que debemos partir es que el desarrollo del Derecho del Mar
está directamente condicionado por la evolución de los hechos y situaciones
que regula. Tanto políticos, como económicos y sociales, y que en ellos
intervienen los progresos científicos y tecnológicos, con la secuela de una
mutación incesante y a veces vertiginosa, más aún en la actual etapa de la
historia de la humanidad. Sin embargo, a la luz de los sucesos acaecidos en
el último siglo, de las negociaciones en curso y de los compromisos pendientes
de aplicación, es posible formarse una idea de cómo será el escenario y las
perspectivas de esta rama del Derecho internacional en el siglo XXI.
A diferencia de lo que ocurriera cien años atrás, cuando al amparo del principio
de la libertad de los mares seguía prevaleciendo la ley del más fuerte, con las
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consiguientes confrontaciones y prácticas abusivas de quienes no reparaban
en los intereses de los demás, el siglo XXI habrá de realizarse bajo la vigencia
de las reglas establecidas en la Convención sobre el “Nuevo Derecho del
Mar” y otros Acuerdos de carácter complementario, que concilian hasta donde
esto es factible, los reclamos y las necesidades de los diversos Estados,
permitiendo un uso más racional de los mares y un aprovechamiento más
equitativo de sus recursos.
Pero una vez obtenida esta victoria jurídica, nos toca trasladarla del papel a
la realidad. De poco nos sirve saber que son nuestros los mares aledaños, si
no llegamos a aprovecharlos cabalmente. Por eso, la primera tarea que debe
empeñar a todos nuestros países durante el siglo XXI, será la puesta en práctica
de las disposiciones contenidas en “La Convención sobre el Derecho del Mar".
Las materias que habrán de ser objeto de aplicación son las siguientes:
Fijación del límite exterior del mar territorial y establecimiento de las Líneas
de Base, a partir de las cuales se mide su anchura;
Delimitación del Mar Territorial, la Zona Económica Exclusiva y la Plataforma
Continental entre Estados con costas adyacentes ó situadas frente a frente;
Fijación del límite exterior de la Plataforma Continental cuando su margen se
encuentra más allá de las 200 millas;
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