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UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PATAGONIA SAN JUAN BOSCO

Facultad de Ciencias Jurídicas


Filosofía del Derecho

Unidad III. Estado, filosofía, ciencia y derecho en la modernidad europea. Spinoza.

(Texto de clase. Octubre de 2020)

Luis Carlos Azparren Almeira

El pensamiento político-jurídico de Baruch de Spinoza:

BIBLIOGRAFÍA DE LECTURA OBLIGATORIA:

Documento en PDF: “Selección de escritos políticos de Baruch de Spinoza”, edición e introducción a


cargo de Carlos E. Miranda, Lic. en Filosofía de la Universidad de Chile. Revista “Estudios Públicos”.

1) Introducción – vida y orientación general del pensamiento spinoziano – sus obras principales:

Baruch de Spinoza nació en Amsterdam, Países Bajos, el 24 de noviembre de 1632. Sus antepasados
eran judíos españoles que se habían instalado primeramente en Portugal y luego emigrado a Holanda
para poder escapar de la Inquisición española. Su madre Hanna, segunda esposa de su padre Miguel
d`Espinoza), falleció cuando Spinoza tenía apenas casi años, en el año 1638. Al año siguiente,
Spinoza comenzó a recibir la educación tradicional de un judío destinado a ser rabino; pero su
espíritu independiente y contrario a todo dogma lo hizo discrepar desde muy temprano con las
tradiciones religiosas de su comunidad, la cual terminó expulsándolo de la sinagoga, aplicándole la
excomunión –o el decreto de herem- el 27 de julio de 1656, dos años después de la muerte de su
padre. Tras esta expulsión, Spinoza decide cambiar su nombre en hebreo (Baruch o Baruj) por el
equivalente latino de Benedictus (Benito en español o Bento en portugués), pero sin perjuicio de
ello nunca se adhirió al cristianismo ni a ninguna otra religión formal, dándose así el hecho casi
paradojal de que este hombre que hablaba tan profusamente acerca de Dios en todos sus escritos,
y considerado luego como un pensador panteísta (porque veía a Dios en todas las cosas, pero no lo
concebía de modo personal y trascendente, sino inmanente), se mantuvo al margen de toda
religión positiva llevando una vida retirada y modesta, dedicada casi enteramente al estudio.
Spinoza trabajó como pulidor de lentes, para así poder ganarse la vida en forma independiente, dese
que luego de su expulsión de la comunidad judía de Amsterdam, tuvo que dejar los negocios
familiares que él administraba con su hermano Gabriel. Spinoza murió de tuberculosis en La Haya
(Holanda) en febrero de 1677, con apenas 44 años, dejando inconcluso su “Tratado Político”.
Las principales obras de Spinoza que resultan de interés para nuestra materia, son sin duda alguna
sus libros más conocidos y famosos, llamados “Ethica more geometrica demonstrata”, el “Tratado
teológico-político” y el “Tratado político” (que quedó inconcluso, como ya dijimos, a la muerte de
Spinoza). La primera resulta ser su obra más sistemática (donde Spinoza formula todo su sistema
metafísico, físico, gnoseológico y moral). También es conocida brevemente con el título abreviado
de “Ética”, pero su título completo en latín, nos indica que la evidente finalidad de Spinoza no era
otra –siguiendo la misma idea que antes de él tuvieron Galileo, René Descartes y Thomas Hobbes,
y ponderando a las matemáticas como el modelo ideal de todo “ciencia”- que “demostrar de un
modo geométrico” sus teorías metafísicas, epistemológicas y morales. Para hacer ello, Spinoza se
vale, pues, del uso de definiciones axiomáticas, proposiciones, explicaciones, demostraciones,
escolios y corolarios, como si tratara de definir los conceptos de líneas, cuerpos, fuerzas, etc.

La “Ética demostrada según un orden geométrico”, el principal texto metafísico, gnoseológico y


antropológico-filosófico de Spinoza, fue elaborada con muchas interrupciones entre los años 1663 y
1675, pero la obra nunca llegó a ser publicada en vida del autor, sino que recién fue publicada (junto
con el Tratado Político y parte de la correspondencia personal de Spinoza) luego de su muerte, en el
año 1678. La principal y más original idea que desarrolla en esta obra Spinoza es su concepto de
DIOS o Naturaleza (“Deus sive natura”, en latín). Para Spinoza Dios es la única SUSTANCIA realmente
existente, por ser la única absoluta (dependiendo sólo de sí misma, de su esencia, para existir) y por
contener dentro de sí infinitos atributos (Dios contiene “dentro de sí”, a todos los diferentes “modos
de ser”, por ejemplo, la extensión y el pensamiento (o cuerpo y alma, para Descartes), como así
también a todos los diferentes individuos que surgen en la Naturaleza, y no son sustancias sino
modos de ser de la única sustancia realmente existente, eterna y perfecta (DIOS o Naturaleza).

En tal sentido, Spinoza efectúa una original distinción para sostener dos formas diferentes para
hablar acerca de Dios o la Naturaleza. Dios puede ser concebido tanto como la expresión física u
objetiva de los atributos del pensamiento, la extensión y de todos los demás modos de ser de los
entes existentes (siendo así llamado como Natura naturata, es decir, como una “naturaleza
naturada”, vale decir, naturaleza expresada u objetivada), y por otro lado, puede ser visto también
como la causa primera y última de lo existente (en este caso, se refiere Spinoza a DIOS como la
Natura naturans o naturaleza naturante, concepto de todos modos no se refiere a un ser divino
personal o trascendente). Vale decir, que para Spinoza DIOS –en este doble aspecto filosófico- es
absolutamente todo, y por ende, todo lo que existe, está en Dios, porque DIOS contiene en su propia
esencia –tal comienza su obra Ética- la propia razón de su existencia.
Vale decir, pues, que Spinoza reformula de algún modo, pero desde una perspectiva panteísta que
está muy lejos de concebir a Dios de forma personal y trascendente, al estilo tradicional- la antigua
idea del teólogo medieval San Anselmo de Canterbury (siglos XI y XII después de Cristo), conocida
como el “argumento ontológico” para sostener la existencia de Dios, donde la “perfección de Dios”
implicaría lógicamente su existencia, si se considera que la “existencia es una perfección.”

Cabe mencionar que Santo Tomás de Aquino, quien desarrolló por otra parte las llamadas 5 vías
racionales para demostrar la existencia de Dios, siendo su esencia incognoscible para la razón
natural, no consideraba a la llamada prueba “ontológica” de San Anselmo, como un argumento
rigurosamente filosófico. Esto así, porque desde su temprana obra llamada “Del ente y de la
esencia”, Tomás de Aquino ya efectuaba una clara distinción entre el concepto “ser” –o tener
existencia real- y el de “esencia” (las características definitorias que hacen que todo ente sea lo que
es, pero no otra cosa). Efectuar un desarrollo pormenorizado de este interesante punto ya nos
alejaría demasiado del pensamiento spinoziano, siendo parte de la doctrina metafísica tomista.

Existió un hecho político de graves consecuencias, que posiblemente originó que Spinoza solamente
publicara un libro con su propio nombre (la obra de juventud, llamada “Principios de filosofía de
René Descartes”, en el año 1663, siete años antes del Tratado Teológico-político que publicó bajo un
seudónimo, temiendo por las consecuencias de la censura eclesiástico-monárquica y sus represalias.
En el año 1672 (dos años después de que apareciera el Tratado teológico-político), se produjo en las
afueras de la prisión de Buytenhoff el linchamiento popular de los dos principales referentes del
gobierno republicano de Holanda (los hermanos Jan y Cornelius De Witt, quienes gobernaron la
República de Holanda durante casi 20 años –de 1653 a 1672- y con quienes Spinoza tenía afinidades
político-ideológicas, integrando posiblemente su círculo de amistades). Con la muerte de los
hermanos De Witt, finalizaba la etapa republicana de Holanda, marcada por una amplia tolerancia
religiosa, y el gobierno de las “Provincias Unidas” era asumido por el monarca Guillermo de Orange.

El Tratado teológico-político fue publicado por Spinoza en el año 1670, sin aparecer bajo su nombre,
justamente porque pretendía ser un escrito filosófico-militante a favor de las principales decisiones
adoptadas por el gobierno republicano dirigido por Jan De Witt, en su carácter de “Gran
Pensionario”. Durante los primeros 15 capítulos de esta monumental obra (de 20 capítulos en total)
se efectúa una crítica racionalista y des-mistificante de la religión tradicional judeo-cristiana, por
medio de un examen histórico, geográfico y gramático, a la vez que racional-filosófico, del contenido
de las Sagradas Escrituras (principalmente del Antiguo Testamento, dado el profundo conocimiento,
por parte de Spinoza, del idioma hebreo en que éste fue redactado, y dada su formación rabínica).
Desde el Prefacio de esta importante obra de militancia filosófico-política, se nos informa claramente
cuáles eran los objetivos que se proponía demostrar cabalmente su autor:

1º) Defender, en primer lugar (y para ello es que resultaba necesaria la crítica de la religión
tradicional judeo-cristiana) la más amplia libertad posible para filosofar, es decir, la plena libertad
de pensamiento y de expresión, para que la filosofía pueda dejar de ser la “sierva” de la Teología;

2º) Demostrar que la religión o piedad deberían ser vistas más como una cuestión vinculada con el
comportamiento moral de las personas (si la gente se comporta con honradez, con justicia y
caridad), más que con las diferentes verdades metafísicas que sostienen como verdaderas, lo que
deriva en una fuente perpetua de grandes litigio entre las diversas sectas religiosas y se promueve
así la mayor discordia entre los diferentes grupos humanos que conviven bajo un mismo Estado.

3º) Que es el Estado quien debe velar por la corrección moral y la piedad de los ciudadanos, no así
en cambio los poderes eclesiásticos, quienes solamente estarán enfocados en la educación social;

4º) Que, siguiendo la teoría del derecho natural que Spinoza desarrolla hacia el final de esta obra -
en los muy importantes capítulos XVI, XIX y XX del Tratado, una vez que ha finalizado su
demoledora crítica racionalista del contenido histórico de las Sagradas Escrituras- la mejor forma de
gobierno no será ya la Monarquía absoluta, ni siquiera una república aristocrática, sino la forma de
gobierno democrática (a la que Spinoza denominará luego en su Tratado político como “la más
absoluta de todas”, porque es la que más se asemeja al propio estado de naturaleza, donde cada
uno tenía su propia libertad de pensamiento y expresión sin que peligren la paz, la piedad moral y
la seguridad del Estado). El Estado es concebido por Spinoza a semejanza de un solo cuerpo que
resultaría constituido por la sumatoria de las fuerzas de todos los individuos que lo componen
(idea ésta que habrá de denominar en el Tratado político -su obra póstuma- potentia multitudinis).

No por casualidad, el Tratado Teológico-político de Spinoza fue prohibido en el año 1674, tan solo
cuatro años después de conocida su publicación. Fue considerado en esa época, y aún en un país
como Holanda, que se había mostrado especialmente tolerante (hoy diríamos “liberal”), como un
texto claramente subversivo para el orden establecido, monárquico y religioso, porque además de
atacar directamente los aspectos de superstición y prejuicio de la religiosidad de su época, sostenía
Spinoza explícitamente que el gobierno monárquico o aristocrático no eran las mejores formas de
proteger las libertades naturales de los hombres.
Esta defensa del régimen democrático, plasmada claramente en los capítulos XVI y XIX y XX del
Tratado teológico-político, se sostiene en las ideas antropológicas esbozadas en la Ética. Allí
Spinoza desarrolla su idea de que los hombres no actúan libremente cuando son movidos por el
flujo o la fuerza de las pasiones (sea del temor, de la inseguridad, la envidia, los celos, la ira, etc.),
sino cuando son guiados por el buen uso de su razón, que aconseja atender a los afectos positivos
(amor al conocimiento, amor de sí) mediante el exacto conocimiento de los asuntos humanos por
medio de sus verdaderas causas (lo que incluye no solamente el aspecto racional del ser humano,
sino la necesaria comprensión de la naturaleza de todos sus afectos o pasiones).

El Tratado político de Spinoza, última obra del autor y que no pudo ser terminada por fallecer de
tuberculosis a los 44 años, está compuesto de un total de 10 capítulos completos y un undécimo que
contiene apenas 4 párrafos, donde el autor se proponía justamente desarrollar el análisis de las
principales características de régimen democrático. Por ello, dentro de su estructura general,
podríamos distinguir dos partes. En los 5 capítulos iniciales se realiza primero una breve
introducción, donde se critica duramente el enfoque utópico que habrían tenido al abordar los
diferentes asuntos político-jurídicos, todos los filósofos o “grandes pensadores” de la historia (se
critica un mundo político que sería impracticable, por no corresponder a la verdadera esencia
humana tal como ésta realmente existe o se presenta en la naturaleza). Se refiere con esta crítica
Spinoza a las diferentes obras utópicas renacentistas, tales como la conocida “Utopía” de Tomás
Moro, a la “Ciudad de Dios” de Tomás Campanella, o a la “Nueva Atlantis” de Francis Bacon, etc. E
incluso podría decirse que está crítica sería igualmente aplicable a una obra clásica como la República
de Platón, porque esa forma de consideración sobre “el gobierno ideal” no permite avanzar ni un
ápice en el conocimiento de las causas del comportamiento social, político y moral del ser humano.

Es por tal motivo que Spinoza resulta en este aspecto, un seguidor de la nueva corriente del
“realismo político”, que de algún modo fue iniciada con los sagaces comentarios sobre la forma
eficaz de obtener, mantener y ejercer el poder político, tal como se lo concibe en “El Príncipe” de
Nicolás Maquiavelo (1513), a quien Spinoza se refiere durante el Tratado como “el sagaz florentino”.

Luego, durante los siguientes 4 capítulos, se efectúa concretamente un desarrollo filosófico (aunque
más resumido) de los mismos planteamientos teóricos que Spinoza ya había formulado en su Ética y
en el Tratado teológico-político, principalmente llamando la atención sobre lo dicho en ambas obras
acerca de la importancia que tienen para el correcto estudio y comprensión de la moral, el Derecho
y la política, el exacto reconocimiento del origen de las pasiones y los afectos humanos, que son
concebidos por Spinoza como representando la ignorancia o mal conocimiento de las cosas o ideas.
Del Tratado teológico-político, Spinoza condensa brevemente el capítulo XVI, que está referido a su
doctrina del derecho natural, pero con el importante cambio de argumentación, ya que en el
Tratado político no se menciona la necesidad de la existencia de un “contrato o pacto social”,
concebido al estilo de Hobbes o Locke, porque la cesión de los derechos naturales de los individuos
que componen la sociedad al soberano, lo que determina el paso del “estado de naturaleza” al
estado civil, bien puede darse para Spinoza de modo tácito o expreso. Esto así, porque el mismo
siempre responde al carácter necesariamente social del ser humano, siguiendo la idea que tenía
Hugo Grocio sobre este punto (al igual que los estoicos), de que es en virtud de la racionalidad
humana que se conforman las comunidades para poder aunar esfuerzos compartidos. Por ello es
que el ser humano solamente puede vivir en libertad, si vive dentro de una comunidad que le
garantice la seguridad y la paz necesaria para vivir, conservar y lograr la plenitud de su ser (principio
de actuación de todos los entes, llamado por Spinoza conatus). En los últimos cinco capítulos del
libro, por último, Spinoza efectúa el estudio comparativo/histórico de la monarquía y la aristocracia.

Si bien el concepto de “estado de naturaleza” que tiene Spinoza es concebido a modo de un estado
de posible guerra (o en todo caso, de potencial colaboración estratégica), y por lo tanto parecería
partir de un supuesto antropológico muy similar al que Thomas Hobbes expresa en su teoría del
pacto social desarrollada en el Leviathan (publicado en el año 1651 y que Spinoza ciertamente
conocía bien, al igual que las obras de Grocio y Descartes), Spinoza considera que no sería necesario,
e incluso resultaría imposible, que los súbditos le transfieran toda su libertad al soberano (sea éste
un rey o una república), porque aunque cedan (de modo expreso o tácito, sin necesidad de pensar
en un contrato social) todo el poder que como individuos cada uno de ellos tiene (es decir, su
“derecho natural” equiparado a la fuerza o potencia de cada uno), lo cierto es que nadie puede
renunciar completamente a su libertad y dignidad (y especialmente, el derecho a defenderse),
motivo por el cual siempre deberá conservarse la libertad de pensamiento, que resulta en cierto
grado un derecho inalienable, al momento de organizarse políticamente la sociedad como Estado.

A partir de este importante derecho, derivado del derecho natural de cada miembro (originado en
el propio “estado de naturaleza”), el derecho de cada uno a conservarse, a permanecer en su ser y
a desarrollarse), derecho natural que se conserva incólume en el estado civil, Spinoza puede
sostener que es por esta exigencia con respecto a la necesidad de que el gobierno mantenga del
modo más amplio posible la libertad de pensamiento y de expresión, que puede comprobarse
fácilmente que el mejor régimen de gobierno resulta el democrático, porque el mismo necesita de la
“libertad de información” para que todos los ciudadanos participen informados en la “cosa pública”.
Esto es decir, que como en esta forma de gobierno justamente se pretende la participación del
mayor número de miembros en la toma de las decisiones colectivas, se decide así (de modo mucho
más evidente que lo que sucede normalmente en una monarquía u oligarquía) en función de la
potencia o la fuerza de la multitud (potentia multidudinis), obteniéndose –por mayoría- las
decisiones que luego cada uno de los miembros deberá considerar –en la forma de leyes y decretos-
como emanados de la voluntad común (como si se tratara de una sola mente). Es decir, que se trata
de una idea aún de forma germinal –y ciertamente inédita para el siglo XVII, a muy pocos años de
firmada la Paz de Westfalia de 1648, que dispuso el armisticio de las llamadas “guerras de religión”
entre grupos católicos y protestantes a lo largo de toda Europa occidental- que habría de retomar y
desarrollar como el último fundamento de la legitimidad política, ya en pleno siglo XVIII, Jean-Jaques
Rousseau, mediante su teoría de la voluntad popular desarrollada en “El contrato social” (1762).

Por todo ello, es solamente la forma de gobierno democrática donde la libertad de vivir cada uno
según su propia razón, y el derecho de poder pensar por sí y expresar libremente su pensamiento,
la que nos permite desenvolver más plenamente las potencialidades de cada persona, sin poner en
riesgo la seguridad de las autoridades políticas. Además, estas últimas, a diferencia de lo que
puede suceder en una monarquía o una oligarquía, están interesadas –por el derecho legal que
tienen todos o la mayoría de sus miembros a participar en los asuntos públicos- en poder conducir
efectivamente los destinos de la vida en común “mediante los consejos de la razón”. Esto será así,
cuando todas las leyes sean dictadas con el más amplio debate –desapasionado- de las ideas, para
que el Derecho resulte un producto enriquecido por las diversas opiniones dentro de la sociedad.

Precisamente, en su obra más sistemática y amplia, la Ética demostrada según un orden geométrico,
Spinoza había sostenido largamente en numerosas páginas (lo mismo que en el Tratado teológico-
político, aunque de modo más lacónico) que el efecto distorsionante que tienen las pasiones que
nacen de los afectos negativos (como la ira, la envidia, los miedos, prejuicios y supersticiones), son
todos ellos fruto de la ignorancia acerca de las verdaderas causas de los hechos. Los afectos y las
pasiones, pues, nos demuestran que existe cierto determinismo cuando se produce la actuación
según la necesidad exterior de una conducta humana. De modo contrario, la plenitud de la libertad
humana estará dada, exclusivamente, cuando se actúe mediante una adecuada comprensión de las
ideas (con conceptos claros, distintos y precisos de todas las cosas y sus causas) que nos permitan
adquirir un cabal conocimiento racional de las relaciones verdaderas, único camino que entiende
Spinoza vale la pena seguir, porque así se vive la vida que corresponde propiamente al sabio -o
filósofo-, quien en todo momento goza “conociendo a Dios”, y que significa lo mismo que amarlo.

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