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Platón y Aristóteles.

El alma y la muerte.

Nombre: Alejandro Mejía Espinoza.

Materia: Historia de la psicología I.

Fecha: Facultad de Psicología, Campus Norte, 18 de septiembre del 2018.

Docente: Manlio Renei Atilano García.

Matrícula: 10011010.
La idea de la muerte, el miedo a morir, persigue a esa criatura llamada ser humano
como ninguna otra cosa

Ernest Becker
El alma y la muerte.

Platón (Atenas, a. c. 427-347 a. C) y Aristóteles (Estagira, 384 a. C.-Calcis, 322 a. C.),


constituyen una parte esencial en toda la filosofía hasta nuestro días. Bajo su legado, se
podría afirmar tan sólo dos vertientes, O se es filósofo con un enfoque especulativo,
racionalista, idealista, al estilo Platón, o se es materialista, empírico, lógico, al estilo de
Aristóteles. Estos son pues, los dos más grandes maestros que le han dado forma a la
epistemología de la filosofía. Las grandes obras que han sido, afortunadamente,
conservadas nos dan prueba de la riqueza que poseían los antiguos griegos. Esto no hace
falta recalcarlo. Los diálogos, escritos durante toda la vida del gran Platón demuestran ya
cómo el pensamiento de este gran filósofo fue evolucionando pero siempre teniendo como
fundamento único la idea del alma inmortal. Aristóteles, por su parte, al igual que su
maestro Platón, demuestra una secuencia lineal sobre el desarrollo de su pensamiento y el
posterior alejamiento de su tutor. En la metafísica, por ejemplo, es claro notar tal
planteamiento. Sin embargo, la diferencia esencial se puede notar en la forma en que cada
uno de estos grandes filósofos plasmaba su pensamiento. Uno de forma argumentativa a
través de la interacción directa con otro ser humano, y el otro de una forma lógica,
secuencial, planteando problemas argumentado a favor o en contra, hasta llegar a una
solución. Estos grandes filósofos trataron de resolver problemas que aún hoy en día aquejan
a la humanidad. Entre ellos se encuentra uno que marca a todo ser humano, desde el
nacimiento hasta la vejez. Este es el tema de la muerte. El siguiente texto tiene como
propósito pues poner en perspectiva que ambos filósofos, aun sin proponérselo, plantearon
dos ideas de concebir la muerte. Dado que Platón basó prácticamente toda su vida al
estudio del alma y el conocimiento, terminó por sugerir que el alma será inmortal y por lo
tanto la muerte nunca alcanzará al ser humano en tanto consciencia. Mientras que
Aristóteles planteó la unión de alma y cuerpo como uno sólo, sin proponérselo esto
significó la no creencia de un alma inmortal, puesto que el alma es al cuerpo lo que la vista
al ojo; una alma sin cuerpo sería, por lo tanto, inservible. Estas dos formas tendrían una
infinidad de variantes que se explicarán a continuación. Asimismo, la posición ante este
problema pone en perspectiva otro problema filosófico esencial; la angustia. Se tratará de
explicar a continuación como estos temas se relacionan. De cómo y por qué se ha
respondido de tal o cual forma. Sin dejar a un lado la importancia que cada uno de estos
planteamientos sobre la muerte tiene en la existencia del ser humano.

De entre todos los problemas que aquejan al ser humano, hay uno que es preponderante,
a saber; la muerte. Sólo de esta cuestión pueden surgir problemas y preguntas tan potentes
que han hecho a pensar a más de un filósofo. Para decirlo mejor, todos los filósofos se han
ocupado tan sólo de esta cuestión. Platón es tal vez el filósofo antiguo que más profundizó
sobre el tema. Sus tratados sobre el alma son ricos, tanto en conocimiento como en
literatura. La forma de abordar tales temas, estilo tan propio de Platón, hace que su
exposición de ideas no sea tediosa, sino todo lo contrario. La muerte, aunque no de una
forma literal, es abordada en el Fedón, como lo puede ser también en el banquete, o en la
república. Todo mundo le teme a la muerte. El sólo hecho de pensar que
después de la vida no habrá nada hace temblar el corazón de todo ente pensante. Y es esto
mismo lo que lo hace temer; el pensar. Puede notarse en el mismo Platón, como puede
verse también en sus predecesores. A través de la razón Platón escapa de la angustia a
morir. Encuentra tal salida por medio de lo que él denominaba ideas. Poco importa si esta
consideración carece de fundamento racional. Lo que importa es lo filosófico –y aquí se me
puede hacer una objeción pues se me puede decir que pensar en filosofía es pensar en lo
racional pero, a mi parecer, esto no siempre sucede así–. De esta forma Platón escapa de la
nada para dar fundamento e Inmortalidad al alma. He aquí otro aspecto importante que va
ligado al tema de la muerte. La inmortalidad para Platón sólo se puede alcanzar a través del
conocimiento. Esto lo podemos ver mejor cuando, en boca de Sócrates indica el camino de
esta misma. El amor como fuente y camino de inmortalidad queda plasmada a través de lo
que Sócrates enseña como “el engendramiento en lo bello”, es decir, prosperar en él y
alcanzar el mundo suprasensible que es explícito en Platón. Es por esto mismo que el
mismo Sócrates lo expresa diciendo “el amor tiene que ser ansias de inmortalidad” (Platón,
1976, p. 307). Aquí se puede notar la forma tan sublime de escapar de la angustia ante la
muerte, ante la nada, ante el dolor de no existir más. Platón mismo consideró esta idea de la
inmortalidad ligada a las ideas, creyó y murió con ello, como lo hizo su maestro Sócrates.
Es necesario decirlo. El mismo Sócrates fue víctima y ejemplo de lo que aquí trato de
explicar. Cuando es acusado y está a punto de morir no teme a la muerte pues bien sabe que
su alma es inmortal y no sucederá algo terrible como volver a la nada. En este punto es
menester marcar una pequeña idea que bien podría contrastar con el concepto de
inmortalidad planteado en el banquete. En el
banquete Platón plantea una inmortalidad que nace a partir de engendrar en lo bello, es
decir; de dar conocimiento en algo que es joven. En este aspecto, Sócrates no murió, todo
lo contrario, sigue y seguirá vivo por lo menos mientras exista la filosofía. Ha engendrado
conocimiento en prácticamente todo ser humano. Ni hablar de sus ideas. El “conócete a ti
mismo” aunque no pertenece a él es él el que le da un peso existencial. Es esa misma
máxima que sigue vigente a través de cualquier persona. En este aspecto, en efecto, Platón
sí que tuvo razón. El engendrar conocimiento hace inmortal. Sócrates es prueba de ello.
Pero, si por el contrario pensamos al conocimiento como ideas fijas y al alma como parte
de esta idea y que, además, esta alma tiene por su voluntad la capacidad de seguir pensando
se cae en un razonamiento que hace evidente la angustia y el miedo a la nada. Esta idea
permanece y existen claros ejemplos que comprueban lo dicho. La religión (judeocristiana,
musulmana) es la preponderante en esta cuestión. No está demás decir que Nietzsche veía
al cristianismo como la doctrina platónica pero reformulada para las masas. Tanto Platón
como la idea de Dios que conciben estas religiones platean una inmortalidad en donde la
conciencia no termina nunca, y esto por el temor a pensar en la nada. En que somos como
una vela que, una vez gastada, no servirá para nada, y volverá a la nada.
Otro idea que ayuda a calmar el miedo a la muerte es la idea de la
reencarnación, idea muy apegada también a Platón. Se hace mención de ella como
justificación de los actos buenos y malos. Idea que se retomará con el cielo e infierno en la
doctrina judeocristiana (idea que en los mismos griegos era ya puesta en escena pero no
tanto como lo fue después de Sócrates). Sin embargo hay otra doctrina que adopta esta idea
y la explota como ninguna otra; a saber; el hinduismo. Si en Platón es explicito el relato del
eterno retorno, en el hinduismo se expresa esta misma idea pero con un peso más ético. La
rueda de Samsara no sólo le da fundamento a la reencarnación, sino que pone en escena la
problemática que tiene el ser humano con el ser inmortal. Poco importa si esto es para bien
o para mal. El miedo a convertirse en nada lo obliga a abrazar ideas que le reconfortan y le
hacen ver que hay una vida después de la muerte. En estos casos el ser humano quiere
seguir, no viviendo como todos lo conocemos (en un aspecto favorable), sino, seguir
pensando. Cogito ergo sum, dice Descartes, y esta también es una forma –sublime, como
todas en filosofía– de escapar de la nada. En efecto, para Descartes, como para Platón, para
la religión judeocristiana, hay un ente que ha de existir después de lo físico. Lo único que
diferencia a Descartes de esta problemática, a mi consideración, es el hecho de que él ya no
le da el reconocimiento a un ser superior, como el Dios judío, o un peso cósmico, como los
hinduistas o el mismo Platón. Descartes abandona los fundamentos ajenos al sujeto, pero su
problema sigue siendo el mismo. El miedo a morir no escapa al Cogito cartesiano.

Por otro lado, ¿qué es lo que se piensa de Aristóteles? A mi consideración Aristóteles


tuvo un pie más en la tierra que en las ideas. No por nada se conoce la típica frase que dijo
para diferenciarse de Platón. “somos amigos de Platón pero somos más amigos de la
verdad”. Es más que claro que Aristóteles se centra, ya no del todo en los aspectos
abstractos del ser humano, sino en lo concreto, en lo real. En su metafísica están explicitas
estas cuestiones. Buscar y explicar las causas de las cosas, proponer materia y forma, acto y
potencia son cuestiones preponderantes. El alma también es tratada, más en su tratado
sobre el alma que en cualquier otro. Toma de este aspectos más específicos del alma. Hace
del ser humano una ciencia –sea tal vez por eso que se le considera el primer libro sobre
psicología–. Las cuestiones metafísicas son punto y aparte. Y lo mismo pasa con su Ética.
Todos estos aspectos abordan al ser humano desde un ámbito científico, dejando a un lado
la especulación sobre lo que es la inmortalidad y si el alma es o no eterna. Dicho esto se
podría afirmar que Aristóteles dejaba a un lado la cuestión de la muerte. A mi juicio esto no
es del todo cierto. Si bien Aristóteles se enfoca en cuestiones más empíricas no escapa del
todo a la angustia por la nada. Aborda la cuestión desde un punto de vista menos explícito
pero su preocupación puede hacerse evidente. Prueba de ello es la cuestión sobre el ente y
lo no-ente (cuestión recurrente en toda su metafísica). Concebir algo no dado (no ser) es
para Aristóteles tan irracional como imposible. Si pudiésemos afirmar que la muerte es la
negación de la vida, el no ser, probablemente Aristóteles, al estilo socrático, nos aclararía
que tal cuestión es imposible. Afirmaría la muerte como un ser o la negaría como algo que
no es, pero no podría concebir a la nada en sí. La muerte es la nada en sí. Sin embargo
también se llegaría a un eterno debate entre lo que es y lo que no es, lo que deviene y lo que
permanece. Cuestiones tan abstractas que sería imposible abordar en este momento, pero
que ponen en evidencia que para Aristóteles el hecho de no ser (muerte-nada) es algo
preponderante. Otro aspecto importante es cómo esta afirmación por
la vida pretende ahogar la angustia por la muerte. Algo que, lejos de ser dañino es
beneficioso. Aristóteles ya no ponía el dedo en el alma, de cómo esta opera u operará
después de la vida. Esto es evidente en la Ética dedicada a su hijo Nicómaco. La búsqueda
por la felicidad es tanto más importante para la vida que la importancia de si hay o no
inmortalidad. No está demás decir que lo que pretendía Aristóteles es ver lo que realmente
tiene importancia, es decir, el acto de ser feliz. Asimismo, considero que el legado
de Aristóteles es evidente en otro gran filósofo que planteó una cuestión sobre la muerte y
la trascendencia diferente, más que ningún otro (a mi parecer). Me refiero al gran Spinoza.
Siguiendo la línea de acto, potencia, sustancia, Spinoza da un giro al tema de la muerte y la
angustia por ésta. Deja a un lado la ilusión de tener consciencia después de ella, pretende
una inmortalidad ligada a un todo. O como él mismo lo diría, a Dios. Deus sive natura, qué
más da el término que se da para lo que la vida con la sustancia única es. La inmortalidad
del alma ya no está ligada al ser o no ser, al tener o no tener conciencia, sino a la totalidad.
Spinoza acepta la muerte como algo que forma parte de, que no escapa sino que es
necesaria. Tal vez sea esta la única forma de escapar a la angustia de la muerte: aceptarla tal
como es. Ya Aristóteles pretendía tal cosa. En su metafísica plantea que “…todo
movimiento tiene un fin” (Aristóteles, 2014, p. 55), pero, por otra parte, su planteamiento
contiene nociones más filosóficas que sólo alguien como el tamaño de Spinoza o de
Heidegger pueden alcanzar. Sin embargo he aquí el contraste de ideas entre Platón y
Aristóteles. Mientras uno plantea alma-cuerpo separado y, por ende, la angustia a la muerte
puesto que declara una vida aparte del cuerpo, el otro piensa que cuerpo y alma están
unidos. No está demás citar lo que resume lo antes dicho –que tal vez sea más específico–
“El hombre o el animal, en general, es la unión del alma y cuerpo” (Aristóteles, 2014, p.
160). Así pues hay dos maneras que han puesto en escena la forma de ver a la muerte.
Una que considera la trascendencia y platea una vida aparte de ella (con la esperanza de
seguir vivo, de ser consciente) y otra que plantea que cuerpo y alma van unidos, agregando
además que, no hay tal trascendencia (no al menos como lo plantean los cristianos o Platón)
y que, por el contrario, cuando el cuerpo se termina también lo hace el alma –lo que para
Aristóteles sería el comienzo, el devenir y el fin–. Son estas formas, a mi parecer, las que
imperan en la conciencia del ser humano desde tiempos remotos. Temas que por lo demás
fundamentan la existencia, puesto que una forma de afirmar la existencia es, desde luego,
negarla.

Planteada ya la idea sobre la cuestión de la muerte sólo hay dos formas de pensarla:
concebir la muerte como el principio de un alma inmortal que trasciende el mundo, o
concebir cuerpo y alma como uno sólo y nada más.

Por lo menos el existencialismo del que hablaba Sartre alma y cuerpo son uno sólo.
Después de esta vida no hay otra y no hay mejor respuesta que esto. Ya Schopenhauer
también consideraba tal cosa. Ni hablar del maestro Nietzsche. No está demás decir que
Nietzsche consideró esta idea como algo positivo. Afirmó la vida con tanta vehemencia que
influyó, sin quererlo, en el pensamiento de dos grandes existencialistas.
Por otra parte, lo que da prioridad al alma como ente trascendental consciente de sí
mismo, es el actual cristianismo. Denominado ahora como catolicismo. Aunque sería más
coherente decir: la creencia en un Dios.
En efecto, esto se puede ver en cualquier lado, en cualquier persona, a cualquier
hora. Me atrevería a decir aquí que la idea que impera sobre la otra es la creencia en un
Dios y no la que considera que alma y cuerpo son uno sólo. Esto es justificable por lo que
se ha dicho ya anteriormente: por el miedo a ya no ser más. Por el miedo a la nada.
Cualquiera está influenciado por esta cuestión. Incluso se hable o no del
Dios judeocristiano la negación por la nada después de la muerte orilla a los, denominados
por ellos mismos, “ateos” a creer en su propio Dios. Dicen ser entes supremos por no tener
el pensamiento “cerrado”, por no creer en un Dios. Sin embargo su argumento se derrumba
en cuanto empiezan a creer en la trascendencia, en la inmortalidad, en el karma como una
voluntad que premia y castiga (al estilo judeocristiano) todos los actos de cada individuo.
Ellos, sin saberlo, son creyentes de Dios. Ya sea de la religión clásica o del mismo Platón.
Escapan a la angustia que sienten por no ser ya y se plantean o se creen ideas románticas
sobre como seguir siendo. La idea de no ser ya (la idea de morir) orilla necesariamente a
estas creencias. Tal vez también esto sea porque la ciencia no puede explicar qué es lo que
pasa después de la muerte. Podrá describir el proceso e imaginar cada uno de los segundos
que recorre por nuestro sistema la adrenalina, etc., pero no puede, ni podrá dar fundamento
y explicación a lo que viene después. Estas cuestiones, son propias de la filosofía. Aquellos
que afirman la inmortalidad del alma aún sin Dios, se apoyan de Dios. Aunque consideren
lo contrario, lo que realmente están haciendo es cambiarle el nombre a ese Dios que plantea
la vida después de la muerte y le nombran “la trascendencia”, “la reencarnación”, “el
cosmos”. Más aún. Peor es cuando le dan sentido a su existencia a través de este mismo
Dios pero, de igual manera, con un nombre distinto. Así el Dios de la existencia (el Dios de
la religión) se convierte en un “así lo quiso la vida”, “es el destino”, “todo tiene un
propósito”, porque lo que la ciencia no puede explicar se lo explican ellos mismos, ya sea
desde un punto de vista filosófico o racional. Al final esto es lo que los hace iguales a los
creyentes en el Dios religioso, o si se quiere ser más radical, esto equivale a darle la razón a
Platón desde un punto de vista idealista.
Pero he aquí otra cuestión; esta idea conduce a una paradoja. Por un lado
se tiene la idea de que alma y cuerpo están separados, lo que plantea decir que el cuerpo no
es importante como lo es el alma. Esto mismo podría volver a la cuestión cartesiana.
Plantear el cogito como ente separado del cuerpo. Como objeto de la cosa pensante que se
puede utilizar sin importancia puesto que la res seguirá siendo res cogitans aunque res
extensa no esté presente. Lo cual llegaría a plantear un uso desmedido, desvalorizado del
ser humano consigo mismo. Deseando constantemente, consumiendo sin cesar,
provocándose dolor con placeres efímeros, alejándose de lo que le es beneficioso tanto para
sí mismo como para su cuerpo. Un duelo constante entre el placer y el hastío. Una voluntad
Schopenhaueriana, un placer inconsciente, pero siempre con un fin intrascendente.
Considero que esta razón es lo que ha llevado al ser humano hoy a desvalorizarse a sí
mismo. A no temer a la muerte, no como una especie de castigo, de vivir constantemente
con miedo, sino en el sentido de verla como algo importante. Como algo que forma parte de
la vida. Como lo plantea Aristóteles en su metafísica: el fin de todo principio.
Esto tal vez también sea consecuencia por la muerte
de Dios. Desvalorizar todos los valores que sostenían la moral de toda una especie. El no
temer a la muerte significa también no creer en ella. Aquí se incurre en un nihilismo pasivo
que no teme a nada, por el mismo hecho de que no cree en nada. Por esta razón, considero
la creencia en la vida después de la muerte como una falta de pertenencia. Como una
condición que se ha despojado de esa seguridad que alguna vez, pese a todo los actos
cometidos, nos mantenía a salvo. Para respaldar este aspecto sólo basta ver
los cultos que se le hacían al dios Dioniso. ¿no fueron Sócrates y Platón los primeros en
desvalorizar tales cultos para dar paso a la moral?, es decir: dejar a un lado el cuerpo
(soma) para dar prioridad al alma (psique). Puede también notarse la diferencia en el culto a
los dioses en la civilización azteca y en las tradiciones (actuales) de los mexicanos hoy en
día. Paz dice que “Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia
ante la vida” (Paz, 2016, p. 63). Esto es cierto, en tanto que sí consideramos la indiferencia
como una forma de no creer. Los antiguos mexicas no consideraban a la muerte como un
juego, antes bien era un camino que debía tomarse necesariamente. Ingenuamente ellos
también creyeron en la trascendencia, pero sabían que detrás de ella había algo más oscuro,
siniestro. Creían en ella porque estaban conscientes que en realidad lo que había era la
nada. El lamento de Nezahualcóyotl puede demostrar la necesidad de darle sentido a la
muerte y evitar la inexistencia. Al decir si yo nunca muriera, si nunca desapareciera, pone
de manifiesto la angustia ante la nada después de la muerte. ¿será por esto que Xólotl
lloraba por no querer morir?

Por otra parte, se podría llegar a la idea de que aquellos que aceptan cuerpo y alma como
uno sólo y que, cuando muere el cuerpo ya no hay más alma, son felices o algo por el estilo.
Que ya no le temen a la muerte puesto que saben que no es nada. O mejor dicho, que es la
contemplación de la nada, pero esto no es del todo cierto. Hay una frase (perdóneseme el no
citar al autor) que, citado de forma no literal, dice que el que no cree en Dios no le teme a la
muerte, pues sabe que no le pasará nada después de ello. Un tanto de razón lleva tal
consideración, pero no es del todo correcta. Aquellos que no consideran la inmortalidad de
un alma que es consciente de sí misma también temen a la nada. La única diferencia es que
este a aceptado que no hay tal trascendencia y que su destino está precisamente en esto; en
la nada. La angustia de estas personas tal vez sea el hecho de considerar que esto será así
por toda la eternidad. El no ser por siempre es más angustioso que el ser eternamente. Sin
embargo, Schopenhauer consideraba la inmortalidad como el camino hacia el hastío. En
este sentido, entonces, la nada (después de morir) sería una completa calma en el sentido
más estricto de la palabra. Y tal vez la frase antes citada cobre más aceptación.
He aquí el planteamiento:
Si le concediesen al hombre una vida eterna, la rigidez inmutable de su
carácter y los estrechos límites de su inteligencia le parecerían a la larga tan
monótonos y le inspirarían un disgusto tan grande, que para verse libre de
ellos concluiría por preferir la nada. (Schopenhauer, 2015, p. 56)

Claro que este planteamiento no respalda a todos aquellos que consideran la


inmortalidad del alma como una simple ilusión – ¿o tal vez sí? –. Pero, si se toma esa
consideración como un principio, la inmortalidad caería necesariamente en la
reencarnación. De esta única forma el alma pensante, el yo, la cosa que piensa, como se le
quiera llamar, no llegaría al disgusto del que habla este filósofo. Pero resulta de aquí la
problemática de la reencarnación. Si se toma desde el punto de vista platónico la
reencarnación sería traspasada a cuerpos de animales y dependiendo del comportamiento de
uno en vida este se adquirirá a un cuerpo. Tan ambiguo suena el argumento que Platón
tendrá que recurrir a las ideas como trascendencia. Si, por otra parte, se toma la
reencarnación de los hindús este se torna ya un poco más siniestro. Si bien el planteamiento
es que las almas vuelven a otros seres humanos, este a su vez plantea un sistema de castas
que hoy en día sigue vigente en esta cultura. Tanto la doctrina hinduista como la budista
afirma que todo acto tiene su consecuencia, en la reencarnación esto justificaría el porqué
hay personas que sufren sin aparentemente merecerlo. Un planteamiento que raya en lo
absurdo por justificar cuestiones que no son tan sencillas. Si, en cambio, se toma la creencia
cristiana sobre la reencarnación, esta pareciera más elocuente. El único problema es que, al
igual que los demás, también hay recompensa o castigo según cada cual individuo.
Fundamentos que rayan en lo absurdo puesto que, no existe el bien o el mal en sí, sino lo
que es bueno o lo que es malo. Y esto a su vez depende de las circunstancias en que es
planteado. Pero si por último se toma la reencarnación en el sentido esencial de la palabra,
esto significaría que todo está predeterminado, que la existencia tiene un fin a priori y, por
ende, hay un algo que regula todo lo que hacemos. Aquí todo aquel que dice ser no
creyente cae en esta creencia de Dios (que ya se mencionó anteriormente) puesto que es
Dios el ser que da sentido a la existencia antes de ser concebida. Mientras que los que creen
en Dios caen en la contradicción de que éste no es malo; es más que evidente lo que el ser
humano es capaz de hacer por su capacidad de “pensar”. ¿qué clase de Dios debes de ser
para gozar de lo que tu creación hace y seguir permitiéndole existiendo a través de la
reencarnación? No nos queda pues más que la nada, aceptar el destino del principio y fin
que ya se puede ver en Aristóteles. Y tal vez esto es lo que le da sentido a la vida. Nietzsche
mismo lo hizo a través de su Zaratustra. Pero, sobre todo, darle el valor a la muerte, es darle
valor al cuerpo mismo. Esta es tal vez la contra parte ya antes planteada sobre lo que se
mencionó con el desprestigio del cuerpo y los placeres desmedidos. En este caso, afirmar la
muerte como el fin de esta vida haría una reformulación de pensamiento. Pero aquí veo un
problema que se puede llegar a mal interpretar. Existen aquellos
que tienen como idea central la máxima “vivir el momento” (carpe Diem) o las frases
populares como “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, “vive al límite”, entre
otras tantas sentencias que han perdido y pierden su valor por considerar esta vida como
única, aunque en el fondo consideran la inmortalidad de su alma y creen que podrán
recordar, después de muertos, aquello que hicieron alguna vez. El Carpe Diem, por
ejemplo, recurre a un pensamiento, no de vivir en excesivo placer, o en vivir el mayor
placer cuanto sea posible, sino en un control sobre lo que es beneficioso para el cuerpo en
tanto que regular el placer y llegar a un momento de plenitud. Los hedonistas, o el mismo
Epicuro, por ejemplo, consideraban el placer como algo que debe ser regulado, no como un
deseo insaciable que constantemente debía de ser complacido. Pero esto mismo es lo que
sucede hoy en día, y considero que sucede por una paradoja entre no ser y seguir siendo
después de la muerte.
En su carta a Meneceo Epicuro llega a la conclusión que respalda lo antes dicho. Si la vida
es placer, la muerte es, por definición, la negación de este placer. Por lo tanto si la muerte
llega el individuo ya no está puesto que vivir requiere ese placer. No importa la muerte
porque no hay nada en ella. La vida es lo que importa porque en ella hay placer. Para una
persona que hace consciencia de esto, nos dice el sabio Epicuro, la vida mortal le es
dichosa. Vive con ello y la disfruta tal como es. En otras palabras, lo que importa es la vida,
porque en la muerte nada hay, ni alma, ni consciencia, ni trascendencia, etc. Sin embargo,
el querer seguir viviendo, el gozar continuamente por un mero deseo sin control. El tener
máximas o hacer de las máximas algo efímero (como las citadas en este párrafo)
demuestran el evitar la muerte. Demuestran seguir deseando vez tras vez. Algo que Epicuro
consideraba pueril, sin sentido, intrascendente pero, sobre todo, algo que, lejos de alcanzar
placer, traspasa hasta llegar al dolor. Así lo afirma Epicuro. Por eso le afirma a Meneceo
que no es el tiempo más duradero, sino el más placentero lo que hará dichoso a la vida de
cada uno. He aquí el placer de ser mortal y alejarse de la inmortalidad. ¿No es esto lo que
ya se puede escuchar en el maestro del eterno retorno o en el grito de Pintado en su Pítica
III cuando proclama oh alma mía, no aspires a la vida inmortal?
Nietzsche, por otra parte, consideraba el eterno retorno como
algo ético. “vivir la vida como si volvieses a nacer”, no desde un plano trascendental sino
meramente metafórico. No arrepentirse de nada, inclusive de aquellos momentos en lo que
todo pareciera ser terrible. Un constante aceptar la vida, porque, como ya se lo mencionaba
Zaratustra al viejo volatinero; no habrá nada después de morir. En cambio, hay otros que
consideran la reencarnación sin necesidad de una consciencia sobre sí mismos. Este
planteamiento se aleja de aquellos que quieren ser inmortales en tanto que son conscientes
de ello, pero aun siendo los primeros un poco diferentes que estos, los primeros (los que
creen en una reencarnación sin conservar la conciencia de sí) también caen en la angustia
por la nada. Lo único diferente es que estos se vuelven menos idealistas, pero afirmar la
inmortalidad aunque no haya consciencia de sí es consolarse por un momento lo que durará
toda la eternidad. Lo que los mantiene a salvo es el hecho de creer que seguirán viviendo
aún cuando no sean conscientes de sí mismos. Estas personas parecen más bien aceptar la
nada pero desde un aspecto inconsciente. Se consuelan en vida al decir que habrá
inmortalidad, pero en el fondo hablan de no ser (en tanto que conscientes) por toda la
eternidad. Estos hablan del cosmos como lo hacen todos los demás que he mencionado. De
igual manera caen como ellos al concebir a Dios como fundamento de su trascendencia. Y
al igual que los demás también le cambian el nombre por “el cosmos”, “infinito”,
“universo”, etc. No hay tanta negación, sin embargo, por parte de este último grupo, lo
único que les falta es aceptar la nada conscientemente, y dejar de creer en una inmortalidad
aún sin conciencia de sí mismos. Por último, los
materialistas (si se les puede llamar así), es decir, los que no creen ni en el alma ni en la
trascendencia ni en la inmortalidad, etc., etc., no escapan de la angustia. Lo que hacen es
aceptarla, pero aceptarla es otra forma de evitarla. Sin embargo la abrazan como
fundamento último. Y si algo han de perder sólo es el de equivocarse con su postura, puesto
que han dejado todo a la nada. Y si se han equivocado, habrán ganado todo eso que dejaron.
Hay palabras que se vuelven innegables. "allí donde haya nacimiento y movimiento,
habrá necesariamente un término, porque ningún movimiento es infinito, y antes bien todo
movimiento tiene un fin” (Aristóteles, 2014, p. 55). Por lo menos en la existencia del ser
humano, en todo ser viviente esto resulta verdadero. Sólo el universo –siguiendo ya al gran
Spinoza– es infinito. Pero este no es causa de las cosas en tanto que no da fundamento a
ellas, es decir, en tanto que le da sentido a su existencia, sólo es causa de ellas en tanto que
se manifiestan en él –en el universo, en Dios, en la naturaleza–. Pero al universo no le
interesa lo que somos o seremos tanto antes como después de morir. Del polvo somos, y al
polvo volvemos. Ese es nuestro fin y después de esto no habrá nada. Tal vez esto sea lo
mejor. El ser humano es imperfecto por naturaleza, la inmortalidad sólo puede ser
concebida por seres perfectos, trascender sería ser perfectos. En cambio, como seres
imperfectos no podemos concebir la trascendencia a través de la reencarnación, ni de
ninguna otra forma; no podremos llegar a ser inmortales. Si llegase a ocurrir se llegaría a
ese disgusto del que habla Schopenhauer –mismo del que ya se citó antes– y al último el ser
imperfecto preferiría recurrir a la nada, puesto que es imperfecto y llega a un hastió (lo que
un ser perfecto no puede llegar). Por lo tanto el alma está limitada al cuerpo, el fin de este
será el fin de aquella. Y como lo mencionaría el maestro Aristóteles “Más allá del fin no
hay nada; porque en todas las cosas el fin es el último término, es el límite” (Aristóteles,
2014, p. 212). Sea esta la aceptación más realista para la angustia ante la muerte.

* * *

El miedo a morir, a ser nada; a no ser; a no tener consciencia de sí mismo una vez
terminada la vida persigue y atormenta al ser humano. Es por esto que desde los tiempos de
Platón (en mayor medida) se han convencido en un alma que no muere sino que prospera
hasta el infinito y, por lo tanto, no hay que temer a tal cosa como la muerte. Esto es lo que
sigue y seguirá en el imaginario popular. Se puede notar por lo que ya se mencionó
anteriormente. No importa que la creencia en Dios haya terminado. El miedo a no ser más
empuja al ser humano a seguir justificando su inmortalidad aparentemente sin Dios. Cosa
que, por lo demás, es falsa. Aún sin el Dios que todos conocemos los ateos religiosos se
consuelan con sus ideas sobre la inmortalidad. Ideas que no hacen más que hacer evidente
la necesidad de que exista Dios. Por otra parte, aquellos que aceptan la resignación sobre
otra vida próspera en la inmortalidad se entregan al destino de la nada, sin temor ni temblor
más que a la angustia que este pensamiento provoca. Como se pudo haber visto ya, la
angustia con respecto a la muerte es algo que en ninguno de los dos casos se puede escapar.
Ya sea que se acepte un alma inmortal o se acepte la nada después de morir, ambos casos
son, a fin de cuentas, formas de escapar a la profunda angustia que esta provoca. Platón así
lo vivió, ya quedó claro por qué razones, así como también lo hizo Aristóteles; dos visiones
y propósitos diferentes de como ver la existencia. Sin embargo, si se ha puesto atención al
texto también se notará que no hubo mucho de qué hablar con respecto a los que se
resignan a no ser después de la muerte. La razón por esto sea tal vez por el hecho de ser
simplistas. Con una simpe frase como que todo principio tiene un fin el ser humano puede
aceptar el destino que le espera para con su alma y puede continuar con su vida. Sin
embargo, esto es, hay que decirlo, consecuencia de que estas personas están apegados más
a la tierra que a las ideas (como lo estaba Aristóteles). Han aceptado su destino. Con breves
y sublimes momentos de angustia o melancolía reflexionan sobre lo que les es provechoso,
sin caer en frivolidades claro está, como las que advierte el sabio Epicuro. Aunque para ser
más precisos, se ha hablado poco a favor de ellos y más en contra de los otros, por el hecho
de que este pequeño ensayo se inclina por la primera postura. Una postura que no escapa de
la angustia, pero que tampoco se rinde ante ella. Al contrario de los idealistas, los creyentes
o los ateos religiosos, el que acepta vida y cuerpo como uno sólo (la postura de Aristóteles)
puede dejar de temerle a la muerte y aceptar el cuerpo como parte esencial de la vida; darle
sentido sin trascendencia (como Epicuro, Schopenhauer, Nietzsche, Camus, Sartre, entre
muchos otros pensadores que no necesariamente tienen porqué ser reconocidos). Pero sobre
todo, el que acepta este destino se evita, como alguna vez lo dijo el genio Dalí, abrazar una
fe por el sólo hecho de hacer que el miedo ante la muerte cese.
BIBLIOGRAFÍA.

(1999). En Oyarzún. EPICURO: CARTA A MENECEO. (pp. 205-425). Recuperado


de: http://onomazein.letras.uc.cl/Articulos/4/23_Oyarzun.pdf

Aristóteles. (2014). Metafísica. D. F, México.: Editorial Porrúa

Nietzsche, F. (2016). Así habló Zaratustra. Madrid, España: Alianza Editorial

Paz, O. (2016). El laberinto de la soledad, Posdata, Vuelta al laberinto de la soledad.


Ciudad de México, México: Fondo de Cultura Económica

Platón. (1976). Los clásicos. Edo. de México, México: W. M. JACKSON, INC

Sartre, J. P. (2014). El existencialismo es un humanismo. D. F., México: Editores


Mexicanos Unidos, S. A.

Schopenhauer, A. (2015). El amor, las mujeres y la muerte. D. F., México: Editores


Mexicanos Unidos, S. A.

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