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El alma y la muerte.
Matrícula: 10011010.
La idea de la muerte, el miedo a morir, persigue a esa criatura llamada ser humano
como ninguna otra cosa
Ernest Becker
El alma y la muerte.
De entre todos los problemas que aquejan al ser humano, hay uno que es preponderante,
a saber; la muerte. Sólo de esta cuestión pueden surgir problemas y preguntas tan potentes
que han hecho a pensar a más de un filósofo. Para decirlo mejor, todos los filósofos se han
ocupado tan sólo de esta cuestión. Platón es tal vez el filósofo antiguo que más profundizó
sobre el tema. Sus tratados sobre el alma son ricos, tanto en conocimiento como en
literatura. La forma de abordar tales temas, estilo tan propio de Platón, hace que su
exposición de ideas no sea tediosa, sino todo lo contrario. La muerte, aunque no de una
forma literal, es abordada en el Fedón, como lo puede ser también en el banquete, o en la
república. Todo mundo le teme a la muerte. El sólo hecho de pensar que
después de la vida no habrá nada hace temblar el corazón de todo ente pensante. Y es esto
mismo lo que lo hace temer; el pensar. Puede notarse en el mismo Platón, como puede
verse también en sus predecesores. A través de la razón Platón escapa de la angustia a
morir. Encuentra tal salida por medio de lo que él denominaba ideas. Poco importa si esta
consideración carece de fundamento racional. Lo que importa es lo filosófico –y aquí se me
puede hacer una objeción pues se me puede decir que pensar en filosofía es pensar en lo
racional pero, a mi parecer, esto no siempre sucede así–. De esta forma Platón escapa de la
nada para dar fundamento e Inmortalidad al alma. He aquí otro aspecto importante que va
ligado al tema de la muerte. La inmortalidad para Platón sólo se puede alcanzar a través del
conocimiento. Esto lo podemos ver mejor cuando, en boca de Sócrates indica el camino de
esta misma. El amor como fuente y camino de inmortalidad queda plasmada a través de lo
que Sócrates enseña como “el engendramiento en lo bello”, es decir, prosperar en él y
alcanzar el mundo suprasensible que es explícito en Platón. Es por esto mismo que el
mismo Sócrates lo expresa diciendo “el amor tiene que ser ansias de inmortalidad” (Platón,
1976, p. 307). Aquí se puede notar la forma tan sublime de escapar de la angustia ante la
muerte, ante la nada, ante el dolor de no existir más. Platón mismo consideró esta idea de la
inmortalidad ligada a las ideas, creyó y murió con ello, como lo hizo su maestro Sócrates.
Es necesario decirlo. El mismo Sócrates fue víctima y ejemplo de lo que aquí trato de
explicar. Cuando es acusado y está a punto de morir no teme a la muerte pues bien sabe que
su alma es inmortal y no sucederá algo terrible como volver a la nada. En este punto es
menester marcar una pequeña idea que bien podría contrastar con el concepto de
inmortalidad planteado en el banquete. En el
banquete Platón plantea una inmortalidad que nace a partir de engendrar en lo bello, es
decir; de dar conocimiento en algo que es joven. En este aspecto, Sócrates no murió, todo
lo contrario, sigue y seguirá vivo por lo menos mientras exista la filosofía. Ha engendrado
conocimiento en prácticamente todo ser humano. Ni hablar de sus ideas. El “conócete a ti
mismo” aunque no pertenece a él es él el que le da un peso existencial. Es esa misma
máxima que sigue vigente a través de cualquier persona. En este aspecto, en efecto, Platón
sí que tuvo razón. El engendrar conocimiento hace inmortal. Sócrates es prueba de ello.
Pero, si por el contrario pensamos al conocimiento como ideas fijas y al alma como parte
de esta idea y que, además, esta alma tiene por su voluntad la capacidad de seguir pensando
se cae en un razonamiento que hace evidente la angustia y el miedo a la nada. Esta idea
permanece y existen claros ejemplos que comprueban lo dicho. La religión (judeocristiana,
musulmana) es la preponderante en esta cuestión. No está demás decir que Nietzsche veía
al cristianismo como la doctrina platónica pero reformulada para las masas. Tanto Platón
como la idea de Dios que conciben estas religiones platean una inmortalidad en donde la
conciencia no termina nunca, y esto por el temor a pensar en la nada. En que somos como
una vela que, una vez gastada, no servirá para nada, y volverá a la nada.
Otro idea que ayuda a calmar el miedo a la muerte es la idea de la
reencarnación, idea muy apegada también a Platón. Se hace mención de ella como
justificación de los actos buenos y malos. Idea que se retomará con el cielo e infierno en la
doctrina judeocristiana (idea que en los mismos griegos era ya puesta en escena pero no
tanto como lo fue después de Sócrates). Sin embargo hay otra doctrina que adopta esta idea
y la explota como ninguna otra; a saber; el hinduismo. Si en Platón es explicito el relato del
eterno retorno, en el hinduismo se expresa esta misma idea pero con un peso más ético. La
rueda de Samsara no sólo le da fundamento a la reencarnación, sino que pone en escena la
problemática que tiene el ser humano con el ser inmortal. Poco importa si esto es para bien
o para mal. El miedo a convertirse en nada lo obliga a abrazar ideas que le reconfortan y le
hacen ver que hay una vida después de la muerte. En estos casos el ser humano quiere
seguir, no viviendo como todos lo conocemos (en un aspecto favorable), sino, seguir
pensando. Cogito ergo sum, dice Descartes, y esta también es una forma –sublime, como
todas en filosofía– de escapar de la nada. En efecto, para Descartes, como para Platón, para
la religión judeocristiana, hay un ente que ha de existir después de lo físico. Lo único que
diferencia a Descartes de esta problemática, a mi consideración, es el hecho de que él ya no
le da el reconocimiento a un ser superior, como el Dios judío, o un peso cósmico, como los
hinduistas o el mismo Platón. Descartes abandona los fundamentos ajenos al sujeto, pero su
problema sigue siendo el mismo. El miedo a morir no escapa al Cogito cartesiano.
Planteada ya la idea sobre la cuestión de la muerte sólo hay dos formas de pensarla:
concebir la muerte como el principio de un alma inmortal que trasciende el mundo, o
concebir cuerpo y alma como uno sólo y nada más.
Por lo menos el existencialismo del que hablaba Sartre alma y cuerpo son uno sólo.
Después de esta vida no hay otra y no hay mejor respuesta que esto. Ya Schopenhauer
también consideraba tal cosa. Ni hablar del maestro Nietzsche. No está demás decir que
Nietzsche consideró esta idea como algo positivo. Afirmó la vida con tanta vehemencia que
influyó, sin quererlo, en el pensamiento de dos grandes existencialistas.
Por otra parte, lo que da prioridad al alma como ente trascendental consciente de sí
mismo, es el actual cristianismo. Denominado ahora como catolicismo. Aunque sería más
coherente decir: la creencia en un Dios.
En efecto, esto se puede ver en cualquier lado, en cualquier persona, a cualquier
hora. Me atrevería a decir aquí que la idea que impera sobre la otra es la creencia en un
Dios y no la que considera que alma y cuerpo son uno sólo. Esto es justificable por lo que
se ha dicho ya anteriormente: por el miedo a ya no ser más. Por el miedo a la nada.
Cualquiera está influenciado por esta cuestión. Incluso se hable o no del
Dios judeocristiano la negación por la nada después de la muerte orilla a los, denominados
por ellos mismos, “ateos” a creer en su propio Dios. Dicen ser entes supremos por no tener
el pensamiento “cerrado”, por no creer en un Dios. Sin embargo su argumento se derrumba
en cuanto empiezan a creer en la trascendencia, en la inmortalidad, en el karma como una
voluntad que premia y castiga (al estilo judeocristiano) todos los actos de cada individuo.
Ellos, sin saberlo, son creyentes de Dios. Ya sea de la religión clásica o del mismo Platón.
Escapan a la angustia que sienten por no ser ya y se plantean o se creen ideas románticas
sobre como seguir siendo. La idea de no ser ya (la idea de morir) orilla necesariamente a
estas creencias. Tal vez también esto sea porque la ciencia no puede explicar qué es lo que
pasa después de la muerte. Podrá describir el proceso e imaginar cada uno de los segundos
que recorre por nuestro sistema la adrenalina, etc., pero no puede, ni podrá dar fundamento
y explicación a lo que viene después. Estas cuestiones, son propias de la filosofía. Aquellos
que afirman la inmortalidad del alma aún sin Dios, se apoyan de Dios. Aunque consideren
lo contrario, lo que realmente están haciendo es cambiarle el nombre a ese Dios que plantea
la vida después de la muerte y le nombran “la trascendencia”, “la reencarnación”, “el
cosmos”. Más aún. Peor es cuando le dan sentido a su existencia a través de este mismo
Dios pero, de igual manera, con un nombre distinto. Así el Dios de la existencia (el Dios de
la religión) se convierte en un “así lo quiso la vida”, “es el destino”, “todo tiene un
propósito”, porque lo que la ciencia no puede explicar se lo explican ellos mismos, ya sea
desde un punto de vista filosófico o racional. Al final esto es lo que los hace iguales a los
creyentes en el Dios religioso, o si se quiere ser más radical, esto equivale a darle la razón a
Platón desde un punto de vista idealista.
Pero he aquí otra cuestión; esta idea conduce a una paradoja. Por un lado
se tiene la idea de que alma y cuerpo están separados, lo que plantea decir que el cuerpo no
es importante como lo es el alma. Esto mismo podría volver a la cuestión cartesiana.
Plantear el cogito como ente separado del cuerpo. Como objeto de la cosa pensante que se
puede utilizar sin importancia puesto que la res seguirá siendo res cogitans aunque res
extensa no esté presente. Lo cual llegaría a plantear un uso desmedido, desvalorizado del
ser humano consigo mismo. Deseando constantemente, consumiendo sin cesar,
provocándose dolor con placeres efímeros, alejándose de lo que le es beneficioso tanto para
sí mismo como para su cuerpo. Un duelo constante entre el placer y el hastío. Una voluntad
Schopenhaueriana, un placer inconsciente, pero siempre con un fin intrascendente.
Considero que esta razón es lo que ha llevado al ser humano hoy a desvalorizarse a sí
mismo. A no temer a la muerte, no como una especie de castigo, de vivir constantemente
con miedo, sino en el sentido de verla como algo importante. Como algo que forma parte de
la vida. Como lo plantea Aristóteles en su metafísica: el fin de todo principio.
Esto tal vez también sea consecuencia por la muerte
de Dios. Desvalorizar todos los valores que sostenían la moral de toda una especie. El no
temer a la muerte significa también no creer en ella. Aquí se incurre en un nihilismo pasivo
que no teme a nada, por el mismo hecho de que no cree en nada. Por esta razón, considero
la creencia en la vida después de la muerte como una falta de pertenencia. Como una
condición que se ha despojado de esa seguridad que alguna vez, pese a todo los actos
cometidos, nos mantenía a salvo. Para respaldar este aspecto sólo basta ver
los cultos que se le hacían al dios Dioniso. ¿no fueron Sócrates y Platón los primeros en
desvalorizar tales cultos para dar paso a la moral?, es decir: dejar a un lado el cuerpo
(soma) para dar prioridad al alma (psique). Puede también notarse la diferencia en el culto a
los dioses en la civilización azteca y en las tradiciones (actuales) de los mexicanos hoy en
día. Paz dice que “Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia
ante la vida” (Paz, 2016, p. 63). Esto es cierto, en tanto que sí consideramos la indiferencia
como una forma de no creer. Los antiguos mexicas no consideraban a la muerte como un
juego, antes bien era un camino que debía tomarse necesariamente. Ingenuamente ellos
también creyeron en la trascendencia, pero sabían que detrás de ella había algo más oscuro,
siniestro. Creían en ella porque estaban conscientes que en realidad lo que había era la
nada. El lamento de Nezahualcóyotl puede demostrar la necesidad de darle sentido a la
muerte y evitar la inexistencia. Al decir si yo nunca muriera, si nunca desapareciera, pone
de manifiesto la angustia ante la nada después de la muerte. ¿será por esto que Xólotl
lloraba por no querer morir?
Por otra parte, se podría llegar a la idea de que aquellos que aceptan cuerpo y alma como
uno sólo y que, cuando muere el cuerpo ya no hay más alma, son felices o algo por el estilo.
Que ya no le temen a la muerte puesto que saben que no es nada. O mejor dicho, que es la
contemplación de la nada, pero esto no es del todo cierto. Hay una frase (perdóneseme el no
citar al autor) que, citado de forma no literal, dice que el que no cree en Dios no le teme a la
muerte, pues sabe que no le pasará nada después de ello. Un tanto de razón lleva tal
consideración, pero no es del todo correcta. Aquellos que no consideran la inmortalidad de
un alma que es consciente de sí misma también temen a la nada. La única diferencia es que
este a aceptado que no hay tal trascendencia y que su destino está precisamente en esto; en
la nada. La angustia de estas personas tal vez sea el hecho de considerar que esto será así
por toda la eternidad. El no ser por siempre es más angustioso que el ser eternamente. Sin
embargo, Schopenhauer consideraba la inmortalidad como el camino hacia el hastío. En
este sentido, entonces, la nada (después de morir) sería una completa calma en el sentido
más estricto de la palabra. Y tal vez la frase antes citada cobre más aceptación.
He aquí el planteamiento:
Si le concediesen al hombre una vida eterna, la rigidez inmutable de su
carácter y los estrechos límites de su inteligencia le parecerían a la larga tan
monótonos y le inspirarían un disgusto tan grande, que para verse libre de
ellos concluiría por preferir la nada. (Schopenhauer, 2015, p. 56)
* * *
El miedo a morir, a ser nada; a no ser; a no tener consciencia de sí mismo una vez
terminada la vida persigue y atormenta al ser humano. Es por esto que desde los tiempos de
Platón (en mayor medida) se han convencido en un alma que no muere sino que prospera
hasta el infinito y, por lo tanto, no hay que temer a tal cosa como la muerte. Esto es lo que
sigue y seguirá en el imaginario popular. Se puede notar por lo que ya se mencionó
anteriormente. No importa que la creencia en Dios haya terminado. El miedo a no ser más
empuja al ser humano a seguir justificando su inmortalidad aparentemente sin Dios. Cosa
que, por lo demás, es falsa. Aún sin el Dios que todos conocemos los ateos religiosos se
consuelan con sus ideas sobre la inmortalidad. Ideas que no hacen más que hacer evidente
la necesidad de que exista Dios. Por otra parte, aquellos que aceptan la resignación sobre
otra vida próspera en la inmortalidad se entregan al destino de la nada, sin temor ni temblor
más que a la angustia que este pensamiento provoca. Como se pudo haber visto ya, la
angustia con respecto a la muerte es algo que en ninguno de los dos casos se puede escapar.
Ya sea que se acepte un alma inmortal o se acepte la nada después de morir, ambos casos
son, a fin de cuentas, formas de escapar a la profunda angustia que esta provoca. Platón así
lo vivió, ya quedó claro por qué razones, así como también lo hizo Aristóteles; dos visiones
y propósitos diferentes de como ver la existencia. Sin embargo, si se ha puesto atención al
texto también se notará que no hubo mucho de qué hablar con respecto a los que se
resignan a no ser después de la muerte. La razón por esto sea tal vez por el hecho de ser
simplistas. Con una simpe frase como que todo principio tiene un fin el ser humano puede
aceptar el destino que le espera para con su alma y puede continuar con su vida. Sin
embargo, esto es, hay que decirlo, consecuencia de que estas personas están apegados más
a la tierra que a las ideas (como lo estaba Aristóteles). Han aceptado su destino. Con breves
y sublimes momentos de angustia o melancolía reflexionan sobre lo que les es provechoso,
sin caer en frivolidades claro está, como las que advierte el sabio Epicuro. Aunque para ser
más precisos, se ha hablado poco a favor de ellos y más en contra de los otros, por el hecho
de que este pequeño ensayo se inclina por la primera postura. Una postura que no escapa de
la angustia, pero que tampoco se rinde ante ella. Al contrario de los idealistas, los creyentes
o los ateos religiosos, el que acepta vida y cuerpo como uno sólo (la postura de Aristóteles)
puede dejar de temerle a la muerte y aceptar el cuerpo como parte esencial de la vida; darle
sentido sin trascendencia (como Epicuro, Schopenhauer, Nietzsche, Camus, Sartre, entre
muchos otros pensadores que no necesariamente tienen porqué ser reconocidos). Pero sobre
todo, el que acepta este destino se evita, como alguna vez lo dijo el genio Dalí, abrazar una
fe por el sólo hecho de hacer que el miedo ante la muerte cese.
BIBLIOGRAFÍA.