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Aristóteles (384-322 AC) no sólo fue el principal discípulo de Platón sino uno de los
filósofos más importantes en la historia del pensamiento occidental. Para dar una idea de su
influencia voy a resaltar cómo, después de que sus libros y su pensamiento fueran olvidados y
extraviados por varios siglos en Europa, en las universidades resultó redescubierto
aproximadamente en el siglo XIII por influencia de los filósofos árabes, y desde entonces –no
obstante las resistencias iniciales- llegó a dominar el pensamiento de la edad media al extremo
de denominárselo “El filósofo”, sin más.
Aristóteles ofreció a los intelectuales de las nacientes universidades por primera vez
una visión sistemática del universo. El Corpus Aristotelicum abrió un nuevo mundo a las
inteligencias de los hombres de la cristiandad medieval pues se trataba de un cúmulo de
observaciones, reflexiones y teorías completamente nuevas, una interpretación de la realidad
que excedía con mucho por su riqueza y amplitud, cualquier logro de un filósofo conocido. En
su conjunto constituía una visión amplia y coherente tanto de las formas racionales del
pensamiento como de la estructura del ser en general, comprendiendo los principios de la vida
humana, animal y vegetal, así como los del cielo y las cosas inanimadas. Para los pensadores
medievales Aristóteles abarcaba todo el horizonte de las ideas humanas y mediante sus
conceptos penetraba en todos y cada uno de los aspectos del universo. Por eso la mayoría de
las disciplinas filosóficas le deben a Aristóteles sus distinciones y sus orígenes. Debido a la
vastedad de su pensamiento nosotros no vamos a poder exhibir un panorama muy general y
nos limitaremos especialmente a los aspectos más relevantes relacionados con la filosofía del
derecho.
También vamos a ver la gran cantidad de conceptos de la filosofía aristotélica que son
de uso común en la práctica jurídica, aun cuando en muchos casos sus significados hayan sido
cambiados y desprendidos del marco teórico original. Vamos a tratar de señalar estos
conceptos tanto en el modo que se originaron como en la manera en que se utilizan
actualmente.
Vamos a exponer en esta clase cómo Aristóteles transformó el “realismo de las ideas”
de Platón, y qué significó ello para el pensamiento ético, político y jurídico. Pero antes voy a
comenzar con un aspecto que para lo que nos concierne es central, aunque no se trate del
punto de partida en el desarrollo de la filosofía aristotélica.
Podemos decir que este punto es crucial y marca las principales diferencias con la
filosofía política llamada moderna que a partir del siglo XVII europeo tomará como punto de
partida la afirmación contraria, de que los seres humanos son individualistas y aislados por
naturaleza y que la sociedad y el orden político son creaciones artificiales, no naturales.
Aristóteles.
Pero volvamos a Aristóteles. Aunque había nacido en Estagira, una ciudad menor de
Grecia, de joven fue a Atenas y allí se unió a la Academia de Platón, en donde fue uno de sus
discípulos más destacados. A la muerte de su maestro (347 AC) decidió separarse de esa
escuela y fundó otra llamada Liceo, en donde desarrolló sus propios pensamientos a partir de
sus diferencias con Platón. Aunque la mayoría de sus libros se han perdido (recuerden que en
esa época los “libros” eran rollos de pergamino escritos uno por uno, ya que no existía la
imprenta), su filosofía como ya dije fue estudiada a partir de los materiales que se
recuperaron, en las universidades de la edad media.
El platonismo.
Ustedes pensarán que con este lenguaje del escenario filosófico de hace
aproximadamente 2.400 años estamos hablando de cosas que no tienen ninguna relación con
nuestra vida actual. No es así. De un modo más elaborado, o tal vez menos “descarnado” o
directo, la tendencia intelectual de hacer de las ideas la realidad primaria y del mundo en que
vivimos, sensible, apenas una copia imperfecta, sigue siendo muy fuerte en algunas disciplinas.
Por ejemplo, veamos en la economía. Si bien los fundadores de esta disciplina, como Adam
Smith y David Ricardo, la denominaron “economía política”, desde fines del siglo XIX se fue
imponiendo la tendencia de separar los dos términos y asimilar la economía a una disciplina
científica similar a la física clásica. De este modo en las facultades de economía de todo el
mundo se enseñan fórmulas, ecuaciones y diagramas matemáticos de supuesta validez
universal con el resultado de que los economistas que piensan siguiendo esas enseñanzas
consideran que las realidades económicas concretas, en las que vivimos los seres humanos
comunes, son una mala adaptación a los funcionamientos ideales de su ciencia. El resultado es
que, al igual que sucede en La República de Platón, su gobierno ideal no es para nada
democrático sino que está dirigido por aquellos sabios que tienen acceso a las “verdades”
universales del pensamiento económico.
Esta es una postura que actualmente está siendo cada vez más cuestionada, de modo
que no puede ponerse a todos los economistas bajo esa misma crítica. Sin embargo aquella
sigue siendo la tendencia mayoritaria y nos muestra cómo la misma combinación de primacía
de las ideas y gobierno elitista, que vimos en Platón, resucita recurrentemente.
De modo que, al igual que en el ejemplo que mencioné de la novela “El nombre de la
rosa”, la mayoría de las veces que discutimos sistemas de pensamiento filosófico no estamos
hablando de cosas sin sentido ni efectos en la vida cotidiana, sino de cuestiones cuyas
consecuencias muchas veces padecemos por no tomarlas con debida seriedad.
La ontología aristotélica.
La filosofía de Aristóteles toma distancia de ese realismo de las ideas platónico. No voy
a desarrollar con detalle cómo lo hace porque eso está mejor explicado en la bibliografía. Lo
único que voy a reiterar es que este apunte de clase de ningún modo puede obviar el estudio
directo de esos libros.
El resumen de lo que allí van a ver es que para Aristóteles las ideas y las cosas forman
parte de una misma realidad, no constituyen un mundo suprasensible separado del mundo
sensible, sino que las sustancias están hechas de materia y forma y desde un punto de vista
dinámico el movimiento se explica como el tránsito de la potencia al acto.
“El ser se dice de muchas maneras”, sostiene Aristóteles en la Metafísica. Por medio
de esta conocida observación elude las dificultades de la teoría de las ideas de Platón, que
concluía en la imposibilidad del cambio. Para ello distingue en la composición del ser la
materia de la forma. En la física moderna la jerarquía ontológica entre forma y materia es
inversa a la que propone Aristóteles, pues desde el siglo XVII se considera que si
comprendemos todas las propiedades de la materia percibiremos la forma como algo que
emerge de tales propiedades. En contraste, en el mundo aristotélico las formas no pueden
entenderse en términos de materia. Las formas han de ocupar una postura ontológica
fundamental: se cuentan entre las cosas básicas que son. La materia es indefinida y carente de
orden, de manera que una unidad organizada, como un organismo vivo, no pueda explicarse
sólo mediante ella, pues requiere de un principio organizador que la sola aglomeración de
materia no podría producir. Este principio es la forma. La naturaleza de un ente es, pues, una
tendencia interiorizada que impele hacia la realización de su forma. El conocimiento de estas
formas, afecciones o causas interiorizadas es lo que permite comprender por qué algo es lo
que es. Por eso Aristóteles concibe a la naturaleza como principio de cambio o fin, pues habla
de “la naturaleza de cada cosa, como del hombre, del caballo, de la casa, según es cada una al
término de su generación”. La meta, la forma en su estado realizado, es el impulso interior
logrado, el ser en acto. El cambio está posibilitado porque antes de él ya existe el ser en
potencia, y el proceso de cambio es su actualización. La potencia que es relevante para dar
cuenta del cambio en que estriba el desarrollo de un organismo es una potencia que reside en
la materia. De este modo se explican la generación y el crecimiento de los seres vivos, su
conservación como especies naturales y también la vida social y política.
La ética y la política.
Una expresión de los mismos principios en los seres humanos, dotados de alma
racional, es que su fuerza internalizada tiende al fin propio, la felicidad (, que
significa más bien buena vida), que es “cierta actividad del alma conforme a la virtud”. La
virtud consiste en aquel hábito por el cual una persona se hace buena y gracias al cual realizará
la obra que le es propia, ya que “lo que es naturalmente lo propio de cada ser es para él lo
mejor y lo más deleitoso”. Y como el ser humano es por naturaleza un animal político (un
animal que vive en la polis) y la virtud de la parte debe mirar a la del todo, la ética culmina en
la política, o sea en la ciencia de conocer cuál pueda ser la mejor entre todas las formas de
asociación política y comprender “porqué unas ciudades están bien gobernadas y otras lo
contrario”.
Se podría criticar a esta definición señalándole que peca de circularidad, puesto que
explica “la justicia” por referencia a “las cosas justas”, con lo cual no parece avanzarse mucho.
Sin embargo, más adelante agrega que la justicia y la injusticia se entienden en muchos
sentidos porque se aplica muchas veces a cosas distantes entre sí. ¿Por qué se entiende en
muchos sentidos? Porque en la polis griega, y sobre todo en la democracia ateniense, las
decisiones que se tomaban en la asamblea se referían a diversas cuestiones, declarar o no la
guerra, realizar alianzas con otras ciudades, establecer las formas de educación común, regular
el mercado, juzgar delitos, distribuir premios y castigos a los gobernantes, etc. Cada una de
estas decisiones debía ser realizada con justicia, pero eso no significaba aplicar los mismos
criterios en todos los casos. De allí que la justicia se diga de muchas maneras.
Lo justo político.
Una de las primeras identificaciones es la de lo justo como legal. Hay que aclarar que la
ley en la polis griega no tenía el mismo significado que le damos hoy de “norma general
establecida por la autoridad del Estado”, sino que combinaba el carácter decretado (que no
siempre era necesario) con la aceptación y cumplimiento común, no porque existiera un
aparato organizado de coacción para que se acatara sino porque la ciudadanía estaba de
acuerdo en que era así como se debía actuar. De aquí que la tajante diferencia moderna entre
ley y costumbre no tenía lugar en la vida institucional griega. Es por ello que en este primer
sentido de lo justo como legal Aristóteles señala que se refiere a que es justo “lo que produce
y protege la felicidad y sus elementos en la comunidad política”. Como ya vimos que para
Aristóteles el ser humano era naturalmente social, se comprende que un primer sentido de lo
justo, el que hace que la justicia sea “la mejor de las virtudes”, ha de ser aquel que protege y
resguarda la vida comunitaria ya que sin ella no puede alcanzarse la felicidad. Se trata de lo
justo político, o sea la justicia de la polis que hace posible que esta tenga existencia.
De lo justo político, aclara Aristóteles, una parte es natural, otra legal. “Natural es lo
que en todas partes tiene la misma fuerza y no depende de nuestra aprobación o
desaprobación. Legal es lo que en un princpio es indiferente que sea de este modo o del otro,
pero que una vez constituidas las leyes deja de ser indiferente”. Para dar un ejemplo muy
actual y extremo (como tiene que ser un ejemplo didáctico), pensemos en el sentido de
circulación vehicular, que acá como en muchos países es por la mano derecha. No hay nada
“naturalmente” justo en que sea así (podría ser por la mano izquierda, como en Inglaterra o
Japón), pero una vez que se adopta un criterio determinado resulta injusto no cumplirlo.
Aunque Aristóteles acepta que existe una justicia natural, no considera que esta sea
inmutable. Eso sólo podría ocurrir “entre los dioses” pero “entre nosotros todo lo que es por
naturaleza está sujeto a cambio”. Esta es una consecuencia de sus diferencias con Platón. Lo
que sucede “entre los dioses” sería equivalente al nivel de las ideas perfectas, sin
modificaciones, pero en este mundo las ideas existen como formas que junto con la materia
mantienen un equilibrio inestable y cambiante.
La equidad.
Justicia distributiva
La vida de Aristóteles coincidió con la decadencia de las polis griegas como estados
independientes. El pensamiento griego antiguo del que nos hemos ocupado tuvo lugar entre
los siglos V y IV antes de Cristo. Sin embargo, la llamada “civilización griega”, constituida por
un conjunto de polis libres con vínculos lingüisticos, culturales y religiosos comunes, ocupó un
período bastante mayor que podríamos ubicar entre los siglos VIII y IV AC, dando lugar
posteriormente al llamado “período helenístico” (que duraría unos 300 años) en el que el
mundo griego clásico es unificado políticamente en un Imperio iniciado por Alejandro de
Macedonia.
Se suele decir que el genio griego consistía en la filosofía en tanto que el romano se
asentaba en el derecho. En cuanto a los resultados de la actividad cultural que esas
civilizaciones legaron a las posteriores, esto parece ser cierto. Sin embargo, se lo presenta
como si se tratara de características mágicas o de carácter personal, cuando en realidad
podemos encontrar explicaciones históricas estructurales que den cuenta de esas diferencias.
La más evidente es que mientras Roma optó por una política de continua expansión y
dominación de cada vez más regiones vecinas, las polis griegas se mantenían independientes
entre sí apreciando un moderado tamaño poblacional que les aseguraba que la mayoría de las
personas libres se conocían y compartían la vida en común. Tan importante era mantener
estas dimensiones que cuando la presión demográfica empujaba hacia el crecimiento, decidían
la fundación de nuevas ciudades libres a la manera de colonias, con las familias que ya no se
encontraban bien en una comunidad que había aumentado demasiado.
Esto hizo que las preocupaciones jurídicas de los griegos no asquirieran mayor
desarrollo puesto que sus comunidades se mantuvieron dentro de formas comunitarias de
vida en donde no sólo los conflictos eran menos variados sino que además en sus soluciones
podían intervenir el conjunto, de modo que no tuvieron necesidad de un elaborado cuerpo de
normas para resolver sus diferencias.
En la próxima clase veremos cómo este redescubrimiento del derecho romano en las
universidades medievales significó una nueva forma que perdura hasta nuestros días de
concebir y establecer lo jurídico como sistema. Estudiando y reelaborando el antiguo material
romano se hizo algo enteramente diferente, un Corpus Iuris, como se le llamó entonces, un
conjunto ordenado mediante principios y normas, de un modo que no había tenido existencia
en el período clásico.
Aunque parece que estamos tratando con cuestiones muy abstractas de hecho es
así la utilización de las categorías en la práctica jurídica se realiza a diario, pues para
determinar el objeto controvertido en cualquier juicio, civil o penal, ha de precisarse
respondiendo a las preguntas ¿qué? ¿cuánto? ¿cómo? ¿con qué o con quién? ¿dónde?
¿cuándo?...etc. que son los diferentes puntos de vista o conceptos que enmarcan la realidad
que pretendemos exponer. Aquí encontramos la relevancia, en el trasfondo del pensamiento
que guía nuestras acciones cotidianas, del aporte aristotélico.
Hay también otro uso del término categorías, que ya no tiene la precisión de
Aristóteles o de Kant, aunque está de algún modo relacionado con lo que estos expusieron.
Consiste en aludir a un marco de comprensión de algo a lo que nos referimos y que nos
permite describirlo y entenderlo. Así, por ejemplo, se suele hablar de las categorías básicas del
derecho procesal como los principios, las acciones, los sujetos, los actos procesales, los medios
de prueba…, etc. que suelen coincidir con las grandes divisiones que tienen los códigos, las que
pretenden presentar un objeto dinámico, como el proceso, desde sus diferentes perspectivas.
En muchos casos también se usa el término categorías de un modo relacionado al que
veremos cuando estudiemos los paradigmas, como un conjunto de esquemas que nos
permiten encuadrar y comprender algo, pero que si lo modificamos podemos encontrarnos
con facetas nuevas o incluso con una realidad completamente diferente. Muchas veces,
también en los debate judiciales, escuchamos frases como “es necesario modificar las
categorías bajo las cuales estamos considerando la cuestión”, para proponer un conjunto de
puntos de vista diferentes que permitirían ver las cosas de otro modo. En todos estos casos, en
el origen del concepto de categoría encontramos a Aristóteles.
Vayamos ahora a las causas. Aristóteles consideraba que conocer era conocer las
causas de los fenómenos, es decir dar la razón que hacía que el fenómeno fuera de ese modo y
no de otro. Pero respecto a las causas, sostenía, podía hablarse de distintas maneras. Y así
distinguía, tal como se desarrolla en el libro de Carpio, la causa material, la causa formal, la
causa eficiente y la causa final, que en el fondo no serían sino expresiones dinámicas de la
materia y la forma. A partir de la ciencia del siglo XVII europeo el concepto de causa se redujo
a lo que Aristóteles llamaba causa eficiente, es decir al motor o fuerza exterior, suprimiéndose
por completo de la naturaleza la idea de causas finales. Sin embargo, el derecho romano
elaborado en las universidades medievales y el que desde ahí ha llegado hasta nuestros días,
ha receptado, con el término causa, diferentes conceptos más a tono con las distinciones
aristotélicas. El Código Civil y Comercial, por ejemplo, dice que la causa de un acto jurídico es
“el fin inmediato autorizado por el ordenamiento jurídico que ha sido determinante de la
voluntad”. La referencia es a la causa final, en términos aristotélicos, a la “meta” querida por
los intervinientes del acto, que debe ser lícita para que éste tenga validez. En el capítulo de las
obligaciones el mismo código establece que “no hay obligación sin causa, es decir, sin que
derive de algún hecho idóneo para producirla”, con lo que se alude al concepto de causa
eficiente, también llamado fuente de la obligación. Ambos textos jurídicos, que tienen origen
en el Código Civil anterior, el que a su vez los tomó del Código Napoleón francés y éste del
derecho romano medieval, han dado lugar a una copiosa literatura jurídica en la que
habitualmente se hace referencia a la clasificación aristotélica.
El tema de la causalidad tiene aristas casi infinitas, tanto en derecho como en filosofía.
Kant sostenía que se trataba de una categoría del entendimiento que nos permitía
comprender los fenómenos, no algo que esté en la realidad misma. Es como si trasladáramos a
la naturaleza la idea de imputación. Pero a principios del siglo XX la mecánica cuántica se
desentendió del concepto de causalidad y mostró que podíamos comprender a la naturaleza
sin su ayuda. No vamos a continuar en este tema. Ustedes van a ver varias veces los distintos
enfoques acerca de la causa en el derecho y en casi todos ellos los desarrollos comienzan con
una referencia a Aristóteles.
También puede ser relevante en ciertas discusiones jurídicas el uso de los conceptos
de potencia y acto, propios de la metafísica aristotélica. El ser en potencia tiene una realidad
de jerarquía menor con respecto al ser en acto. La semilla con respecto al árbol. Por ejemplo,
la tentativa de un delito consiste en el comienzo de su ejecución aún cuando no se haya
consumado por causas ajenas a la voluntad. El “comienzo de la ejecución” ya es parte del
delito en acto, por lo que resulta una conducta punible. Lo que se haga mientras el delito está
en potencia, se denomina “acto preparatorio” y no es punible. Obviamente, pensar en cómo
cometer un robo y planificarlo mentalmente, se encuentra dentro de esta categoría. Pero… ¿ir
a la ferretería y comprar las herramientas (pinzas, barretas, etc.) para robar? Seguimos con el
delito en potencia, puesto que si nos detenemos allí no hay nada ilícito todavía.
Una aplicación muy relevante de los conceptos de acto y potencia se da en los debates
acerca de la legalización del aborto. Para el Código Civil y Comercial la persona por nacer es un
ser en potencia. Puede recibir herencias pero si no nace con vida se considera que nunca
existió. La persona que ha nacido, aun cuando viva muy poco tiempo, tiene existencia en acto.
En materia civil la diferencia puede ser importante para la determinación de la línea sucesoria.
En los debates sobre el aborto, las posiciones contrarias a la interrupción legal del embarazo,
sobre todo aquellas que hablan del “bebé”, no tienen en cuenta esta diferencia entre ser en
potencia y ser en acto.
He dejado para el final la exposición de los conceptos de materia y forma tal como
fueron receptados en el derecho, puesto que aunque ambos mantienen el nombre y algunos
aspectos de la relación (como su carácter correlativo), han sido bastante modificados respecto
de su significado original. Como lo pueden ver en el texto de Carpio, en Aristóteles la forma no
es la cobertura exterior (como entendemos hoy) sino la parte más real de las cosas, la que
hace que podamos dar nombre e identificar a algo. Es la idea platónica traída al mundo
sensible, de modo que si llamamos “caballo” a este animal, es porque tiene la forma universal
de “caballo”.
Sin embargo, con los siglos, la recepción de estos conceptos en el derecho (tanto como
en el lenguaje común) ha modificado sus significados y jerarquías. La forma sigue vinculada a la
materia, pero entendida más como “envoltorio exterior” que como la concebía Aristóteles. Así,
en general, aunque no siempre, la forma si bien es necesaria (puesto que nada puede
concebirse sin forma alguna) ha pasado a ser un elemento secundario. Esta concepción
diferente ya aparecía en algunas áreas del derecho romano. La forma de los contratos no hace
referencia a su idea sino a los aspectos externos del mismo (acuerdo escrito o verbal) y se
llama materia al contenido del contrato (lo que hace que sea una compraventa o una locación,
etc.). Desde este punto de vista la forma es secundaria, aunque hay casos en que la propia ley
la exige como esencial (forma ad solemnitatem) como ocurre con las escrituras públicas en la
compraventa de inmuebles. Pero no siempre es así. Hay casos en que la jerarquía aristotélica
se mantiene, como en el matrimonio, para el cual la forma, consistente en una ceremonia ante
un funcionario público, es lo que determina la existencia del acto. Aquí la materia (o sea el
amor entre contrayentes) no es un elemento esencial para la ley.
También en el derecho procesal el cumplimiento de las formas legales tiene una
importancia más acorde a los conceptos aristotélicos, al extremo que ocurre no pocas veces
que la parte que desde el punto de vista del derecho material tiene razón, sin embargo pierde
el juicio y es condenada porque no cumplió con las formas requeridas (contestar demanda,
presentarse a declarar, proponer testigos en término, etc.). De allí que al derecho procesal se
lo denomine formal, designación que no le disminuye en jerarquía práctica pues, como lo sabe
cualquier abogado, la suerte de un pleito depende más del seguimiento de las formas
procesales que de la razón material o de fondo.
Conclusiones.
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