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Plantel: Montevideo

Decanía: Tanatología

Grado: Maestría en Tanatología

Ensayo “El niño


ante la muerte”

Nombre: Adriana Concepción Martínez Juárez

Grupo: 44A

Docente: Dra. Carolina García Juárez

02 Marzo 2022
Índice

Desarrollo,........................................................................................ 3

Conclusión, ...................................................................................... 7

Referencias consultadas, ................................................................. 8


Desarrollo

Es primordial considerar que el tema de muerte como parte de la


educación de los niños y poco se ha integrado hoy como una realidad en
la práctica clínica. No se tiene una clara estadística producto de estudios
sobre el manejo psicológico y a las consecuencias de este manejo en el
niño con una enfermedad terminal y en sus hermanos. De acuerdo con
la teoría de apego de Bowlby, del desarrollo de la comprensión de la
muerte va cambiando con la edad. Desde un inicio el niño responde a
vínculos formales, desarrolla la noción de presencia-ausencia y
paulatinamente aprende a distinguir una pérdida temporal de otra
permanente. (Bowlby, 1986).

Aproximadamente antes de los 3 años de edad es posible que los niños


perciban una ausencia entre quienes forman su mundo inmediato y que
les haga falta una persona conocida, pero es poco probable que
distingan entre una pérdida temporal y la muerte, poco a poco el niño es
capaz de sustituir la presencia física continua por una representación
mental de sus padres, a percibir la ausencia y a diferenciar una
separación temporal de otra permanente (McEntire, 2000).

Aproximadamente los niños entre 4 años y 5 años verían la muerte como


una separación temporal y reversible, una mezcla con conceptos como
partida o desaparición; entre los 5 y 7 años se comprendería la
irreversibilidad de la muerte y que ésta involucraba leyes de
funcionamiento universal, y aún a los 9 años la podrían atribuir a factores
externos: una persona, Dios o un castigo por portarse mal. La visión
científica de que la muerte es un proceso biológico inevitable se
comprende alrededor de los 9 a los 10 años. (Archer, 1999).

Para Speece y Brent, los conceptos de irreversibilidad, universalidad y


no-funcionalidad son constitutivos del concepto de muerte. Para
analizarlos, recurrieron a entrevistas y a otra clase de técnicas, como
dibujos, composiciones escritas, y juegos espontáneos y dirigidos. Sus
principales conclusiones indican que los niños de menos de 5 años
carecen de la comprensión de que la muerte es universal para todos los
seres vivos y de que significa un fin irreversible de todas las funciones
del cuerpo. Así, éstos niegan que vayan a morir, o dicen que una persona
muerta puede revivir si se toman las medidas adecuadas, o que la vida
continúa a un nivel reducido de acción. Por su parte, los niños mayores
de 7 años pueden reconocer que la muerte es universal e inevitable, pero
que sólo les pasa a los ancianos y también puede ser personificada, lo
cual no es sorprendente si se observa que existe una tradición cultural
al respecto. La idea de que la muerte es final, inevitable y universal se
reconoce hasta los 8 o 9 años (Speece y Brent, 1984).

De acuerdo a Barrera, precisa las razones por las cuales hay que tener
cuidado de sacar conclusiones acerca de la habilidad de los niños para
comprender la muerte: primero, existe variación en las investigaciones
respecto de qué se entiende como muerte y a qué edad se entiende;
segundo, la muerte es un tema emotivo aun para los adultos, por lo que
la emoción y la ansiedad pueden distorsionar lo que dicen los niños al
respecto; tercero, la mayoría de los niños tiene poca o ninguna
experiencia con la muerte, y cuarto, hay evidencia de que esta
experiencia y las creencias religiosas influyen en su capacidad para
comprenderla (Barrera, 2001).
Antes de los dos años existe la sensación de ausencia y presencia,
asociando a ello manifestaciones de angustia, no hay pensamiento
operacional ni la capacidad de integrar un concepto como la muerte.
Según Piaget, los niños a esta edad se caracterizan por un desarrollo
sensoriomotor, basados más que nada en los reflejos, y en las conductas
que van adquiriendo con la experiencia, describiéndose que, ante el
dolor, se pueden volver apáticos y presentar alteraciones somáticas
(Piaget, 1967). Aproximadamente entre los tres y los siete años, el
pensamiento preoperacional, centrado en la intuición, trae consigo la
búsqueda de mecanismos de causa y efecto para lo que va sucediendo.
Es ahora cuando tiene cabida la idea de la muerte, pero como un
fenómeno reversible o temporal, con atribuciones mágicas que
responden a su pensamiento preoperacional, y el concepto puede
adquirir propiedades tenebrosas. Entre los siete y doce años, aparece el
pensamiento operacional, donde se van adquiriendo los diferentes
elementos que Piaget define como conformadores de una idea de
muerte apropiada (inmovilidad, universalidad, irrevocabilidad, entre
otros). Por otro lado, el niño es capaz de ver las situaciones bajo distintos
puntos de vista, pero aún es incapaz de generar un pensamiento
abstracto para comprender lo permanente y absoluto de la muerte.

El decir ocultar la muerte o perdida emoción a un infante puede sin lugar


a duda generar que el niño no pueda adquirir de manera sana
herramientas a medida que se desarrolla. in embargo, la carencia de
ellas no justifica mantenerlos aislados de la verdad. Existe una fuerte
tendencia protectora a ocultar los diagnósticos ominosos al niño
enfermo, a negar la muerte próxima y, con igual afán, a no hacerlos parte
del duelo por un hermano u otro familiar, muchas veces por-que los
adultos se sienten poco preparados para dar esa información. (Barbero,
2006).

De acuerdo con Kübler-Ross, es importante mantener conversaciones


con los niños ante la pérdida de seres queridos o situaciones que forman
parte del entorno que le brinda seguridad, siempre evitando: detallar a
manera de un adulto el evento que se suscitó, pero siempre siendo claro
y sin generar mentiras que pudieran inducir a la mente infantil a producir
ideas ficticias. También refiere a la mente de los niños como un
escenario más sano que el de los adultos, para trabajar en paz y
amorosamente el tema de la muerte, aún el de la propia. El reto está en
ocupar las palabras apropiadas, y no entregarles nuestros propios
miedos. Debemos considerar que el abordaje de la muerte en el niño,
esta necesidad es mucho menos perentoria: no hay deudas que saldar,
no hay trabajos que concretar; más bien, mantener la esperanza en el
niño puede ser de ayuda en el proceso que se viene por delante. (Kübler-
Ross, 1997).

Por otra parte, al presentarse la muerte de un ser querido o una


enfermedad, no llevarlos al funeral, no compartir con ellos la pena por la
pérdida, podría traer como resultado la dificultad de iniciar y elaborar el
duelo, es primordial considerar que la primera fase de un duelo, según
Worden, es aceptar la realidad de la pérdida. En este l funeral puede ser
una instancia facilitadora para empezar a vivir la pena, tanto niños como
adultos. Al consolar con argumentos que confunden el con pensamiento
preoperacional u operacional no abstracto, no tendrá claridad de lo que
pasó con su hermano. Se retrasa el inicio del duelo y su desarrollo.
(Worden, 2000).
Conclusión

El análisis de las teorías que pueden ayudarnos a dilucidar la evolución


emocional, psíquica, cognitiva del sujeto, considero es primordial no solo
para el psicoanalista sino también para la disciplina tanatológica pues
nos provee de un marco conceptual que ha dado lugar a la
conceptualización del origen del duelo, del “primer duelo” de ser humano,
y elaborar desde esa perspectiva herramientas para su afrontamiento.
Queda claro pues que el duelo es un proceso complejo iniciado con la
introyección y proyección del infante. Conociendo el origen de los duelos
que un infante vive nos da camino para comprender el origen de
proyecciones de sadismo e introyecciones de objetos malos. Las etapas
del desarrollo del pensamiento aliados a la idea de muerte, las
principales tareas comunicativas a cumplir, y errores comunes de padres
y profesionales del área de la salud al hablar o no hablar con los niños.
Al no discutir abiertamente la muerte, no se contendrán los miedos de
los hijos. Si los padres ocultan sus sentimientos, el niño percibirá que no
se le está diciendo la verdad. Si no se explica qué es la muerte, no se
puede iniciar el duelo. Así, se debe instar a los padres a hacer un
esfuerzo, en la mitad de su propio dolor, para contener a los pequeños,
dejar prevalecer la transparencia y no lanzar frases fáciles con
resultados posiblemente negativos. Promover importantemente en la
infancia del desarrollo de una alta sensibilidad y una mirada hacia las
pérdidas infantiles y de los adolescentes, se agrega a que el
afrontamiento futuro se logre de manera efectiva en su desarrollo, al
alcanzar la edad adulta y durante su vida.
Referencias consultadas

Archer, J. (1999). The nature of grief the evolution and psychology of


reactions to loss. Londres-Nueva York: The Guilford Press.

Barrera, G. (2001). "Desarrollo del concepto de vida en el niño." Tesis de


licenciatura. México: Facultad de Psicología, UNAM.

Barbero, J. (2006). El derecho del paciente a la información: el arte de


comunicar. An Sist Sanit Navar 2006; 29 (Suppl 3): 19-27.

Bowlby, J. (1986). Vínculos afectivos: formación, desarrollo y pérdida.


Madrid: Morata.

Kübler-Ross E. (1997). On Children and Death. NY, USA. Ed. Scribner , 1-


10, p. 196-205.

McEntire, N. (2003). "Los niños y el duelo: La muerte de un ser querido."


[http://ceep.crc.uiuc.edu/eecearchive/digests/2003/mcentire03s.pdf].

Piaget J. (1967). El lenguaje y el pensamiento en el niño. Barcelona, Ed.


Paidos: p. 50-93.

Speece, M. y Brent, S. (1989). "Children's understanding of death: a review


of three components of a death concept." Child Development, 55, p. 1671-
1686.

Worden JW, (2000). El tratamiento del duelo. Barcelona, Ed. Paidos Iberica,
p. 27-58.

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