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Área: DPCC

Unidad 7
Grado: 5to A-B
LAS INSTITUCIONES Y LA DEMOCRACIA
Cultura de la legalidad en la democracia
Las normas de convivencia son muy importantes para cualquier sociedad; y en una democracia, las normas legales le brindan
garantías a toda la ciudadanía por igual. Al hacerlo, estas normas establecen obligaciones o responsabilidades que debemos
cumplir como individuos o integrantes de una organización, como autoridades estatales o en cualquier ubicación que nos toque.
Una norma clave, en toda democracia, es que ninguna persona u organización debe vulnerar los derechos de otra en aras de sus
intereses. En coherencia con esto, las normas legales son necesarias para nuestro desempeño como miembros de una
comunidad democrática.
Es necesario subrayar, eso sí, que una cosa es que una sociedad tenga normas legales y otra cosa es que en esa sociedad exista
una cultura de la legalidad. ¿Qué entendemos por cultura de la legalidad? Es aquella forma de vida (conocimientos, costumbres,
creencias, etc.) según la cual las personas y organizaciones valoran el cumplimiento de las normas y respetan a las instituciones
que lo garantizan. Esto, porque reconocen en ellas un pilar fundamental para su existencia.
Ahora bien: para instaurar una cultura de la legalidad es necesario conocer las normas y las instituciones democráticas, así como
entender las razones de su importancia, además de estar dispuestos a respetarlas. Esto implica, por supuesto, conocer y
respetar los derechos de las personas, norma fundamental de toda sociedad democrática.
Sin democracia no podemos tratar de realizarnos individualmente ni lograremos dejar atrás la desigualdad y los privilegios.
Tampoco podemos ser agentes activos de la promoción y el resguardo de la legalidad y los procedimientos que garantizan que
las instituciones cumplan su labor con transparencia y corrección.
¿Por qué en un régimen democrático son necesarias las instituciones públicas?
Todas las personas tenemos necesidades, intereses y preferencias. Nuestros fines particulares suelen depender de nuestras
creencias y valores, que se han ido formando en nuestras interacciones a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, cuando nos
detenemos a pensar sobre nuestra convivencia como integrantes de una comunidad, empezamos a considerar cuáles son las
obligaciones que debemos cumplir incondicionalmente si queremos desarrollarnos en libertad. Por eso, las normas reflejan un
acuerdo sobre los fines que comparten todos y cada uno de los miembros de la sociedad.
Para garantizar el respeto a esas normas en el marco de sociedades plurales —es decir, entre personas que tienen muy diversos
y particulares intereses—, se necesitan organismos públicos que velen por su cumplimiento. A estos organismos los llamamos
instituciones públicas. Estas instituciones conforman el Estado y se constituyen para representar el interés general. Las
instituciones públicas se encargan de arbitrar y regular el comportamiento de los individuos y de las organizaciones privadas, de
modo tal que quede garantizado el respeto de las normas sociales de convivencia.
El Estado no es una institución, sino una red de instituciones u organismos que representan el interés general en una sociedad
democrática. En conjunto, estas instituciones procuran crear las condiciones para que los individuos se realicen de acuerdo con
sus intereses y sus capacidades. A la vez, las instituciones públicas buscan garantizar que la sociedad sea un espacio de
convivencia, basado en el respeto de la dignidad de las personas y de sus diferencias.
En un régimen democrático, las instituciones públicas —conformantes de un Estado autónomo y soberano— se constituyen en
un sistema que garantiza el reconocimiento de los derechos ciudadanos. El fin de las instituciones públicas, y del Estado en su
conjunto, no es beneficiar a un actor privado en particular. Sus acciones deben tener como objetivo el bien de la comunidad de
ciudadanas y ciudadanos.
¿Podemos hablar de instituciones de la sociedad civil?
Las instituciones, de la sociedad civil, canalizan intereses o cubren necesidades de individuos o de grupos de personas. Estas
instituciones son de distinto tipo; por ejemplo, las que tienen como finalidad generar ganancias o beneficios económicos para
sus dueños o accionistas, mediante la venta de bienes o servicios, a las que conocemos como empresas privadas. Igualmente,
están las organizaciones sociales sin fines de lucro, organizadas para colaborar con el bien grupal o social, tales como las
organizaciones vecinales, los clubes departamentales, las organizaciones no gubernamentales de desarrollo
(ONG) o las fundaciones. Debemos incluir también a las organizaciones políticas, como los partidos, los movimientos políticos y
los frentes de defensa, que son instituciones que se organizan para representar la voz de uno o varios grupos sociales en el
debate y la escena política de un país.
Obedeciendo a un principio similar al que opera entre los miembros de una sociedad, distintos
Estados pueden trabajar en conjunto para lograr determinados fines. Mediante la firma de acuerdos y tratados, establecen
normativas y fundan instituciones que cumplen una función de arbitraje entre Estados, muy parecida a la que se espera que
estos cumplan frente a sus respectivas sociedades.
Si la jurisdicción de un grupo de normas o instituciones (es decir, el espacio territorial en el que es válida su autoridad) abarca
una única sociedad, se dice que estas son “nacionales”. En cambio, si la jurisdicción de aquellas abarca los territorios de dos o
más Estados, se dice que son “internacionales”. Este último es el caso de instituciones como la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) o la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), con sus respectivos tratados y disposiciones.
La sociedad civil está regida por las normas del Estado que los ciudadanos deben cumplir; pero como espacio plural y de ejercicio
de la libertad, cuenta con organizaciones e instituciones propias que tienen normas y prácticas internas. Dichas organizaciones e
instituciones son resultado de la libre asociación de los ciudadanos entre sí, en busca de lograr determinados intereses
individuales o colectivos. Algunas organizaciones de la sociedad civil son, por ejemplo, las Iglesias, las juntas vecinales, los
partidos políticos, las ONG y las asociaciones de padres de familia.
A diferencia de las instituciones del Estado, que por mandato constitucional tienen como fin el interés general, las
organizaciones e instituciones de la sociedad civil establecen sus fines, siempre en el marco de la ley, de acuerdo con aquello
que sus integrantes definan como más conveniente para el grupo.
En las últimas décadas prevalece una comprensión de la sociedad civil que no solo la diferencia del Estado, sino también del
mercado. En el mercado, los actores buscan obtener ganancias o beneficios económicos privados; en la sociedad civil, según esta
idea, las organizaciones tienen el propósito de canalizar intereses y necesidades que contribuyan al desarrollo de la ciudadanía
—a nivel local, regional, nacional o internacional— en una o más áreas: por ejemplo, el arte, la espiritualidad, la vigilancia
ciudadana o el bienestar colectivo de una comunidad.
Cabe preguntarse si esta separación entre mercado y sociedad civil es útil para explicar la realidad; o si, más bien, deberíamos
entender a la sociedad civil como un espacio de relaciones ciudadanas que incluye al mercado, como ámbito donde los
ciudadanos ejercen su derecho al trabajo, a la propiedad, al consumo.
¿Cómo afecta la corrupción a las instituciones?
La corrupción es el uso del poder —conferido por la función pública a una persona o grupo de personas— para perpetrar
acciones en favor de intereses particulares. Este uso distorsionado de la función pública puede ser resultado de la influencia de
terceros sobre los funcionarios involucrados, o derivar de la propia iniciativa de servidores públicos que usan su cargo para
beneficiar intereses particulares.
Pues bien, la corrupción atenta contra el principio constitucional de igualdad ante la ley, ya que se utiliza al Estado —mediante
sus poderes Ejecutivo, Legislativo o Judicial— para beneficiar intereses particulares. Por ello, la corrupción es un ataque a la
convivencia democrática y a las instituciones que la sustentan.
Si dejamos que la corrupción pase de ser una práctica esporádica y aislada a una práctica endémica, es decir, inherente a un
Estado y una sociedad, estaremos dejando que los funcionarios deshonestos conviertan a las instituciones públicas en
organismos que actuarán sistemáticamente contra el sentido que la Constitución y la soberanía popular les otorgan. Además,
estaremos permitiendo que la sociedad también se corrompa, pues los ciudadanos entenderán que para obtener algo del Estado
deben aceptar que es “normal” participar en actos de corrupción. Así, la corrupción se volverá una práctica socialmente
aceptada, sin medir sus consecuencias para la colectividad.
La corrupción atenta contra nuestra confianza en las instituciones del Estado. Cuando, como hemos visto en el Perú, hay
autoridades, funcionarios y servidores que atentan contra el interés general —es decir, contra el carácter universal del Estado y
contra su rol de garante de los derechos—, los ciudadanos, más tarde o más temprano, dejan de creer que el Estado los
representa. Finalmente, podrían recelar de la propia democracia y hasta dudar del sentido que tiene elegir a quienes nos
gobiernan.
De la normatividad a la legalidad
En general, en una sociedad hablamos de normas de convivencia; pero cuando hablamos de Estado de derecho e instituciones
públicas, es más preciso hablar de leyes. Una norma adquiere el estatuto jurídico de ley cuando deja de ser solo un consenso
tácito sobre la conducta de las personas y pasa a ser reconocida públicamente por la sociedad. Esto ocurre mediante actos
institucionales llamados legislaciones, que están a cargo del Poder Legislativo. Así, una norma se convierte en ley, y se espera
que el Estado la haga valer para todos.
Las instituciones, la coerción y el uso legítimo de la violencia
Parte del propósito de las instituciones es garantizar que la violencia quede desterrada de la vida social de las personas, salvo en
casos muy concretos y especificados por la ley, como la legítima defensa. Sin embargo, incluso en la mayoría de estos casos la
potestad de administrar la violencia legítimamente corresponde a las instituciones del Estado, del que suele decirse que tiene
“el monopolio legítimo de la violencia”.
El Estado dispone de varios mecanismos de coerción para garantizar el respeto de la normatividad y la legalidad, como las
multas, las auditorías o, en ciertos casos, la expropiación de bienes. La coerción por medio de la violencia física recae
principalmente sobre la Policía Nacional, y se espera que solo la utilice cuando el bienestar de la ciudadanía y el mantenimiento
del interés general se vean seriamente amenazados.

ACTIVIDAD:
INVESTIGA SOBRE ESTAS INSTITUCIONES CON CONCEPTOS BREVES CONCRETOS PARA COMPARTIRLO EN CLASE

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