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La participación y la democracia frente a la desigualdad y la pobreza

Carlos Arteaga Basurto2

Resumen
En el presente trabajo se consideran algunos elementos del proceso globalizador en el
contexto, analizando su carácter multidimensional y el impacto que ello produce en la
realidad social. De esta forma se abordan el sentido que deben tener las políticas
sociales para enfrentar los impactos de la globalización y del modelo neoliberal,
reivindicando los derechos sociales y la participación, sobre todo ciudadana, como
elementos fundamentales para la construcción de una sociedad democrática en pos de la
justicia social y la igualdad.

La connotación de ciudadano constituye un derecho real pero, asimismo, un


modelo y un proyecto en buena parte no materializados. Su cristalización exige del
Estado avanzar en la consecución de los derechos sociales, pero asimismo exige la no
interferencia y el respeto a la acción ciudadana, así como una gestión democrática de los
asuntos de interés público, lo cual demanda la urgencia de diseñar e implementar
políticas públicas integrales de democratización económica y social en beneficio de los
sectores mayoritarios de la sociedad, para con ello alcanzar la justicia social y dar
respuesta a los derechos humanos en toda su magnitud.

Construir un proyecto democrático que combata la injusticia, la desigualdad


social y la pobreza, con prioridades en materia de empleo, educación, salud, vivienda y
seguridad social, acordando una reforma a fondo de la política social para que
verdaderamente llegue a los grupos sociales más excluidos, con un carácter de
universalidad, implica necesariamente la participación ciudadana, considerando que la
participación es una forma superior de la organización de la vida social y que la vida
democrática va más allá de lo formal y representativo. No se puede hablar de
democracia cuando persiste la desigualdad social y la pobreza.

El Contexto
Las complejas y multidimensionales problemáticas económicas, sociales y culturales
que vivimos actualmente en un mundo globalizado, implican efectos, variantes y
transformaciones en la ciencia, la tecnología y, particularmente en lo que se refiere a las
posibilidades de bienestar social, en la producción y gestión de bienes y servicios.

Nuestro presente es de ruptura y transición donde pareciera que la sociedad


pública ha cedido su lugar a una sociedad privatizada posmoderna con permanentes
promesas de amplias posibilidades y expectativas de mejorar la vida cotidiana, pero al
mismo tiempo y de manera contradictoria, con la presencia real de una persistente
exclusión de importantes grupos de la población del mercado de trabajo y del bienestar
en general. De forma un tanto más explícita, nadie podría negar que la globalización a
traído consigo efectos positivos, entre los cuales podríamos señalar:
El Incremento del comercio a escala mundial.
El gran desarrollo de la tecnología de punta.
El crecimiento de la economía mundial.
Una arquitectura mundial de los medios de comunicación.

2
Profesor de Carrera Titular-Escuela Nacional de Trabajo Social UNAM
Pero igualmente hay efectos negativos, producto sobre todo de la
implementación del modelo económico neoliberal en este esquema globalizador. Entre
ellos:
Distribución desigual de la riqueza entre personas, naciones y regiones.
Movilidad y volatilidad del capital financiero.
Incremento de la pobreza moderada y extrema.
La permanencia del desempleo.
El aumento de la desintegración social.
Mayores riegos ambientales.
Mayor fragmentación y violencia social.
Amenazas permanentes al bienestar del ser humano.

Ianni (1996) comenta que la sociedad global es problemática, compleja y


contradictoria, donde lo local se transforma en nacional, lo nacional en regional y lo
regional en global y viceversa. Al respecto Giddens (2000) dice que hoy en día hay una
“intensificación de las relaciones sociales en el ámbito mundial que vincula localidades
diferentes, de tal manera que los acontecimientos locales, son modelados por sucesos
que tienen lugar muy lejos de estos” (p. 72). En este orden de ideas Onneto (2002)
sostiene la persistencia de un proceso el cual “establece una sociedad mundial con miras
a una supuesta humanidad a través de la comunicación, el entendimiento mutuo, la
solidaridad, la fraternidad, y el esfuerzo conjunto” (p. 102).

Otro elemento a considerar es que en el proceso globalizador los Estados y las


corporaciones multinacionales son protagonistas de conflictos que buscan solucionar
con el flujo de capital que las corporaciones hacen o dejan de hacer, lo cual influye en el
comportamiento de los Gobiernos, lo cual particularmente se expresa en Latinoamérica,
donde los Estados-Nación arriesgan su autonomía para atraer capital extranjero, lo que
se traduce en una transnacionalización, dejando a un lado los criterios de cohesión
social, solidaridad y participación ciudadana, dónde incluso la llamada Reforma del
Estado en realidad ha significado una crisis del modelo de industrialización, la
declinación del protagonismo de los actores nacionales que impulsaban el modelo
antecesor y la colocación, del mercado mundial, como principal mecanismo de
asignación de recursos en el plano nacional e internacional.

De esta forma la reducción de la desigualdad social presenta un problema


particularmente difícil debido a los obstáculos impuestos por las elites políticas y
económicas nacionales e internacionales a los procesos de democratización de nuestras
sociedades; situación que se refleja en los altos índices de inequidad, la deuda social
acumulada y creciente, la desaceleración del crecimiento económico y la vulnerable
institucionalidad de nuestras sociedades.

Lo anterior ha llevado a la Comisión Económica para América Latina y El


Caribe (CEPAL), decidida impulsora del paradigma neoliberal en materia de política
social en Latinoamérica,3 a plantear que uno de los mayores desafíos para vencer los
problemas relativos al impacto de la liberalización económica consiste en incorporar la
igualdad como objetivo fundamental del desarrollo, consolidar los avances en relación

3
Paradigma denominada como “emergente”, “implementado por medio de políticas de ajuste y
estabilización, que implicaron en muchos casos altos costos sociales al retirar al Estado de ciertas áreas,
en las que serían más eficientes los actores privados” (Franco, en Arteaga y Solís, 2001, p. 22).
con la estabilidad macroeconómica, acelerar el ritmo de desarrollo económico y avanzar
en la incorporación de una agenda de desarrollo sustentable y enfrentar los problemas
relacionados con la cuestión social.

Sin embargo, el discurso público sobre lo social hegemónico continúa siendo


definido desde las corrientes de pensamiento conservadoras que impulsan propuestas de
políticas sociales asistencialistas y compensatorias o remediales (combate a la pobreza
extrema), las cuales dejan intactas las estructuras que producen las desigualdades
económicas y sociales y enfatizan en un arenga moralista (no moral), sosteniendo la
tesis de la necesaria mercantilización de lo social.

Esta tesis de la mercantilización considera que los derechos sociales y la


prestación de servicios sociales derivado de los mismos, no son en realidad una salida
para combatir y la pobreza, sino que en última instancia incluso la impulsa, dado que si
el mercado trabajara libremente y sin restricciones, este asignaría de la mejor manera,
eficaz y justamente, los recursos. De esta forma se generarían fuentes de trabajo y
salarios suficientes para que cada individuo, sin necesidad del Estado, pudiera atender
sus necesidades de bienestar y protección social, con lo cual la responsabilidad del
Estado en esta materia no tendría razón de ser, con el consecuente ahorro del gasto
público y la posibilidad de invertir mayores recursos en actividades productivas.

Pareciera además que el demandar mayor solidaridad y mayor igualdad de


oportunidades se ha convertido en una cuestión socialmente inoportuna; se observa en
lo cotidiano una creciente marginación y exclusión social en sectores sociales cada vez
más numerosos, al igual que el ingreso de más personas a la pobreza extrema. Si a esto
se suman las tendencias de desmantelar o reducir los derechos laborales y de
mercantilizar o privatizar, al menos en parte, los servicios sociales, pues da como
resultado que aumenta por ejemplo el número de niños en la calle, el número de familias
sin vivienda, el de familias que se encuentran en condiciones infrahumanas, el
incremento del desempleo. Esto significa que estamos ante la presencia del crecimiento
de la pobreza tanto abierta como soterrada, producto de la cancelación de los derechos
sociales, de la disminución de las prestaciones sociales y del escaso acceso a los
servicios sociales.

De esta forma Coraggio (2009) sustenta que las políticas sociales actualmente
esta dirigidas a compensar coyunturalmente los efectos de la revolución tecnológica y
económica que caracteriza a la globalización, y por tanto son el complemento natural
para asegurar la continuidad del ajuste estructural al ser concebidas para instrumentar la
política económica, más que para compensar en lo social; su principal objetivo es
reestructurar al gobierno, descentralizándolo y reduciéndolo, e introyectar en las
funciones públicas los valores y criterios del mercado.

Lo cierto, desde nuestro punto de vista, es que después de más de 30 años de


esquemas neoliberales, las oportunidades para el bienestar social son más escasas, lo
cual refleja el fracaso de las políticas económicas aplicadas para lograr un crecimiento
sostenido; la “Teoría del Derrame” ha fracasado al profundizarse las desigualdades
económicas y sociales. En otras palabras, la llamada autorregulación del mercado,
producto de la política económica instrumentada en las últimas tres décadas, no generó
las posibilidades de crecimiento económico esperadas, y por lo cual no se ha resuelto
satisfactoriamente la desigualdad, la pobreza, la injusticia y la exclusión en la que viven
cotidianamente millones de personas que enfrentan cotidianamente una manifiesta
expansión del desempleo, el subempleo y la carencia de servicios básicos de atención
social.

En la Cumbre Mundial de Johannesburgo (2002) se señalo la existencia de 1.200


millones de personas en el mundo que vivían con menos de un dólar diario y cerca del
50 por ciento de la población mundial vivía con menos de dos dólares diarios. Debido a
la falta de oportunidades y de alternativas, estas personas están condenadas a una vida
donde proliferan el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, el desempleo y la
desesperanza. Frecuentemente, carecen de acceso a alimentos, agua potable segura,
saneamiento, educación y servicios de salud y servicios modernos de energía.

Estadísticas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en


2011 indicaban que en el mundo 1400 millones de personas viven actualmente en
pobreza extrema,4 de las cuales el 70% son mujeres; en tanto que 1500 millones de
personas viven en pobreza moderada.5 De esta forma encontramos que el 20% más rico
de la población mundial recibe el 82.7% de los ingresos totales del mundo, mientras que
el 20% más pobre recibe el 1.4% de dichos ingresos. Los datos duros anteriores nos
llevan a dos puntos de reflexión:
La cambiante multiplicidad de manifestaciones y las condiciones contextuales e
históricas de la complejidad de aquello a lo que denominamos lo social, así como
igualmente los excesos y las contradicciones del sistema global, puntualizan la
recuperación de lo social como una dimensión esencial de un modelo de organización y
desarrollo colectivo.
Los extremados contextos y la marcada incertidumbre de las tendencias, enfatizan la
necesidad de que los nuevos horizontes partan de proyectos incluyentes, los cuales
desencadenen el compromiso y la corresponsabilidad de la sociedad, sobre todo cuando
los diferentes Estados han ido dejando de lado la atención a las necesidades sociales.

El Reto
A partir de las anteriores reflexiones, nos permitimos presentar una propuesta
alternativa a partir de la democracia social, consistente en los siguientes puntos básicos:
1. Construir un proyecto democrático que combata la injusticia, acordando una reforma a
fondo de la política social que llegue a los grupos sociales más excluidos, con un carácter
de universalidad y que garantice los derechos humanos y sociales no solo consagrándolos
en el ámbito constitucional, sino asimismo definiendo con precisión los instrumentos,
mecanismos y procedimientos necesarios para su implementación y gestión.
2. Generar una política social con prioridad en materia de empleo, educación, salud,
vivienda y seguridad social, materializada en programas institucionales y prestación de
servicios sociales.
3. Garantizar el mejoramiento de las condiciones de la calidad de vida de las mayorías con
un criterio redistributivo y de equidad.
4. Garantizar la participación ciudadana como un elemento central para alcanzar un
desarrollo y un bienestar democráticamente construidos y compartidos en lo cotidiano.
5. Contemplar la apertura a que la sociedad tenga la capacidad de organizar la demanda
publica de manera autónoma en el ejercicio de sus libertades ciudadanas y políticas.

4
Umbral de pobreza extrema definido por el Banco Mundial como la línea fijada en 1,25 dólares diarios
per cápita, cantidad que se considera suficiente para la adquisición de productos necesarios para
sobrevivir en los países de más bajos ingresos.
5
Umbral de pobreza moderada definido por el Banco Mundial como la línea fijada en dos dólares diarios
por persona, cantidad que se considera suficiente para la adquisición de productos necesarios para cubrir
las necesidades básicas en los países de más bajos ingresos.
6. Establecer los mecanismos necesarios para garantizar una gestión pública del bienestar
social, con un carácter democrático.

Derechos Sociales y Política Social


Podemos afirmar que evidentemente hoy estamos viviendo, en nombre de la globalidad
y la modernidad, un modelo de acumulación orientado principalmente hacía los
capitales trasnacionales y el capital financiero nacional, lo cual aunado a las medidas de
control y ajuste del gasto social, así como a la injusticia en la distribución de la riqueza
y el ingreso, genera el deterioro cotidiano de las condiciones y niveles de vida de
millones en este caso, de mexicanos,6 lo cual hace indispensable la necesidad de diseñar
e implementar políticas públicas integrales de democratización económica y social en
beneficio de los sectores mayoritarios de nuestra población que en verdad nos permitan
avanzar para alcanzar la justicia social y dar respuesta a los derechos humanos en toda
su magnitud.

En esta línea de trabajo, retomamos la concepción de Naciones Unidas (1987)


que plantea a los derechos humanos:
Como los derechos que son inherentes a nuestra naturaleza y sin los cuales no podemos
vivir como seres humanos. Los derechos humanos y libertades fundamentales nos
permiten desarrollar y emplear cabalmente nuestras cualidades humanas, nuestra
inteligencia, nuestro talento y nuestra conciencia y satisfacer nuestras necesidades. Se
basan en una exigencia cada vez mayor de la humanidad de una vida en la cual la
dignidad y el valor inherentes de cada ser humano reciban respeto y protección.

De esta forma la base y fundamento de los derechos humanos es el respeto a la


dignidad del hombre en condiciones favorables para su desarrollo pleno, clasificándose
los derechos humanos en 3 generaciones:
1. Derechos Civiles y Políticos: son los derechos fundamentales de igualdad, libertad,
seguridad, resistencia a la opresión y libertad de opinión y de imprenta.
2. Derechos Económicos, Sociales y Culturales: cuyo propósito es combatir la desigualdad
entre las personas. Destacan educación, vivienda, trabajo y salud.
3. Derechos Internacionales o de Desarrollo: se refiere a la autodeterminación, el progreso
social y el derecho de los pueblos a vivir con análogos niveles de bienestar.

Para el caso particular de este trabajo, consideramos importante destacar el


aspecto de los derechos sociales. De hecho a medida que nacen y se reconocen los
derechos sociales, se argumenta que la garantía de su ejercicio y respeto sólo pueden
darse a través del Estado, el cual conocemos como Estado Social de derecho basado en
un principio de justicia social.

El derecho social es o debe ser entonces un elemento básico para enfrentar las
desigualdades sociales, donde la colectividad y la universalidad son sus principios
básicos, siendo un patrimonio inalienable de la sociedad y de cada país en particular. El
6
El Consejo Nacional de la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en su Informe
2011 señalo que mientras que en 2008 había 48.8 millones de mexicanos en situación de pobreza, en 2010
la cifra aumentó a 52 millones, lo que representa cerca de la mitad de la población, de 112 millones. El
dato engloba a aquellos en pobreza moderada y en pobreza extrema. El primer índice cuenta a aquellos
que ganan menos de 2,114 pesos al mes en zonas urbanas y 1,329 pesos al mes en zonas rurales. La
pobreza extrema se refiere a los que ganan menos de 978 pesos al mes en zonas urbanas y 684 pesos al
mes en zonas rurales. Una de las conclusiones del informe es que sólo uno de cada cinco mexicanos tiene
ingresos suficientes para cubrir todas sus necesidades (alimentación, vivienda, salud); 4.1 millones de
personas no tienen acceso a la alimentación, y sólo el 19.3% de la población (21.8 millones) no son
pobres ni tienen carencias de ningún tipo.
derecho es una ordenación dirigida al logro del bienestar social de las personas y de los
pueblos. Supone un orden y una integración de voluntades y esfuerzos cuyos enlaces
tienen como fundamento al hombre socialmente logrado y al estado socialmente
integrado.

La igualdad y la justicia social requieren un orden jurídico y por tanto el Estado


debe asumir un rol regulador en distintos órdenes de la vida económica y social como
parte de su función pública, desarrollando diferentes mecanismos tendientes a procurar
el bienestar de la colectividad y responsabilizándose de los servicios sociales; de ésta
manera se conformó el denominado Estado Benefactor, el cual se extendió durante los
años 40s. a los 80s. del pasado siglo XX.

Ya en la última década los cambios en el pensamiento político y social


generaron un debate acerca de las características que debería asumir el Estado moderno,
privilegiando la responsabilidad de los individuos frente a la participación del Estado,
dando lugar a un proceso global conocido como Reforma del Estado, el cual inspirado
en el modelo neoliberal replanteó no sólo la función del Estado sino asimismo el tipo de
relaciones entre las diversas instancias de la sociedad y el aparato estatal; en este sentido
Cardozo (2005) dice lo siguiente:
De esta forma, las políticas sociales constituían mecanismos de redistribución de recursos
que trataban de compensar las desigualdades sociales guiadas por el criterio de equidad,
al margen de los mecanismos del mercado, ofertando bienes y servicios en materia de
salud, educación, vivienda, alimentación, transporte, etcétera, disponibles en forma
gratuita o a precios subsidiados, que permitían un acceso universal (al menos en el
discurso) a todos los integrantes de la sociedad que lo requirieran (p. 171).

Las características del modelo neoliberal ya han sido ampliamente vertidas y


analizadas en diversos escritos, foros, debates; por lo tanto, en este trabajo no
abundaremos en lo particular, simplemente señalaremos que su impacto, en cuanto a
política social se refiere se centra en tres grandes ejes: privatización de los servicios
sociales, descentralización y focalización de los programas, dirigidos hacia los sectores
más pobres o vulnerables de la sociedad en un esquema de compensación social, ya sea
en la modalidad de Fondos de Inversión Social o bien, de Programas de Combate a la
Pobreza, modalidad bajo la cual trabaja el Estado Mexicano.

León (1996) advertía que recientemente se venía dando una apremiada


privatización respecto de las empresas hasta entonces del Estado, productoras de bienes
y servicios, bajo la contradictoria afirmación de que “al desprenderse de
responsabilidades y funciones que no le corresponden, el Estado podrá asumir con
mayor eficiencia las funciones que si le son propias, entre ellas las que tienen que ver
con la regulación y fomento del desarrollo, la protección de los derechos sociales y la
procuración de bienestar social” (p. 35).

Lo anterior tiene una particular importancia si consideramos que los derechos


sociales precisamente son tales cuando son incorporados en la estructura constitucional
y sus leyes reglamentarias; ello implica, desde una perspectiva jurídica, la obligación
por parte del Estado de vigilar y asegurar su cumplimiento, siendo los derechos sociales
básicos e imprescindibles para que el individuo desarrolle todas sus capacidades y
habilidades a fin de integrarse socialmente por esa vía a una actividad productiva.
De igual forma, los constitutivos de los derechos sociales son indicadores
fundamentales del desarrollo y nivel de vida de un país. Por ello, no pueden
concebírseles como un problema individual ya que tienen un carácter de competencia
pública; son derechos universales y principales componentes de la política social.

Como ejemplo de lo anterior podemos señalar como en el actual régimen del


Presidente Calderón la política social bajo el concepto de “Igualdad de Oportunidades”
(Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012) gira en torno a la salud, educación,
alimentación, vivienda y servicios básicos, afirmando que
Lejos de un enfoque asistencial, el énfasis de esta política social es brindar las
condiciones para que, de forma conjunta entre las personas y el sector público, los
derechos de los mexicanos plasmados en la Constitución se conviertan en una realidad.
De esta manera, el Estado, representado en los tres órdenes de gobierno, en conjunto con
la sociedad mexicana, será capaz de generar las condiciones de equidad que se necesitan
para alcanzar el Desarrollo Humano Sustentable para los mexicanos del presente y los que
están por venir (p. 145).

Pero aquí cabría preguntarse si puede haber una esperanza real de garantizar el
acceso de toda la población a los servicios sociales básicos, inmersos en un proceso de
ajuste estructural y reforma del Estado, donde de acuerdo con esta óptica, la sociedad
civil, es decir la comunidad y la familia deben hacerse cada vez más responsables de lo
social, financiando los servicios de educación, salud, vivienda, etc.; por ello
concordamos con Lerner (1996) cuando argumenta que:
No parece legítimo que el Estado deje totalmente en manos de las fuerzas privadas la
cuestión social y se desentienda de la educación, la salud y la seguridad social; sobre
todo cuando al intervenir el Estado en lo social, suele reducir la desigualdad y los
contrastes. Mientras que las fuerzas privadas, intervienen en lo social con la idea de
obtener ganancias y no movidas por criterios igualitarios (p. 23).

Esta situación a su vez a llevado a una mayor presencia de las organizaciones de


la sociedad civil, cualesquiera que sea su modalidad, en la atención de lo social,
descargando ciertas responsabilidades sociales inherentes al propio Estado,
“legitimándose sobre la base del principio de la subsidiariedad de la filosofía social, es
decir, aquel principio que prioriza la acción responsable del individuo y el compromiso
cívico ante la acción estatal” (Schwalb, 2002, p. 12), aportando además recursos propios
al tratamiento de los problemas sociales.

Es visible que estas organizaciones adquieren cada día mayor importancia y a


los gobiernos de modo alguno no les desagrada hacer uso frecuente del compromiso
cívico de las organizaciones sociales, actuando de forma subsidiaria o complementaria
cumpliendo con aquellas tareas que por diversos motivos han abandonado o no asumen
las instancias gubernamentales, lo cual ha abierto un debate acerca de la importancia
que tienen estas organizaciones sociales para la política social en su relación con el
Estado y las organizaciones privadas, así como en cuanto sus formas y estructuras
organizativas.

En este contexto resulta entonces paradójico que la estrategia neoliberal


recomiende una atención especial, entre otros, a la salud preventiva, simultáneamente
con el empleo y la educación, en particular para los países más pobres de la Región
Latinoamericana, África y Asía. No podemos aceptar que estos sean sólo los problemas
esenciales en un marco eminentemente asistencial y dirigido particularmente a sectores
de la población ubicados en condiciones de pobreza extrema, y donde la política social
deja de tener una función integradora, igualitaria y de justicia social. Así entonces la
privatización de los programas sociales y la prestación de los servicios con un carácter
asistencialista entran en contradicción con los criterios de equidad y con los preceptos
que implican los derechos humanos.

Podríamos seguir abundando sobre el particular, sobre el impacto nocivo del


ajuste y de la reforma del Estado sobre las condiciones de vida en amplios sectores de la
población, con toda su carga de exclusión social, de privatización, compensación,
individualismo y sobretodo, con lo que considero su rasgo fundamental, al menos en
cuanto a política social se refiere: combate a la pobreza extrema en vez de desarrollo
social.
En la actualidad, el régimen neoliberal de política social, limitado a asistir a franjas de la
población en pobreza extrema, es también una dimensión del esquema de la acumulación
flexible y de la articulación subordinada de las economías locales al financiamiento
creciente de la economía global; para los actores protagónicos de esta economía -bancos,
fondos de inversión, organismos financieros multilaterales- la política social ya no es la
expresión institucional de las economías externas requeridas por la acumulación, y que se
ubican en otros rubros. En el diseño actual de acumulación flexible y financierización
creciente la política social Keynesiana es vista como un gasto improductivo, o un
derroche paternalista demagógico” (Vilas, 1995, p. 56).

Lo cierto es que hoy, 2012, las políticas sociales, por más principios de
eficiencia, racionalidad, relación costo-beneficio, descentralización, estructura
gerencial, etc., no han podido resolver los efectos estructuralmente excluyentes del
marco macroeconómico en que se sustentan; esto es, no hay la famosa y prometida
“Derrama Social”, que supuestamente el modelo neoliberal generaría a partir de una
economía de libre mercado y en caso “de no revertirse la situación actual, para el año
2015 el número de personas que viven con menos de un dólar al día en las 49 naciones
más pobres se incrementara un 30% y casi 2000 millones de personas vivirán en la
pobreza extrema” (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
2009).

Es claro en estos momentos que el centro de la vida social gira en torno al


individuo y no de la colectividad; hoy las sociedades son vistas como conjuntos de
individuos más o menos vinculados entre sí y supuestamente con derechos comunes,
pero finalmente autónomos e independientes y con logros basados en su esfuerzo y
habilidad. Esto implica una competencia en todos los niveles, donde triunfan los “más
aptos” al puro estilo darwiniano, dejando a un lado la existencia de vínculos solidarios y
ámbitos compartidos, para incrementarse los espacios individuales y privados.
No es nada casual que el egocentrismo sea una de las tendencias predominantes en el
hombre de nuestro tiempo, aunque no sólo en el sentido claramente patológico del
término sino considerado como atributo necesario del hombre “normal”, en el señalado
sentido de egoísmo y de prioridad por uno mismo y sus intereses, otorgando menor o nula
importancia a los intereses de otros (Guinsberg, 1996, p. 15).

Participación y Democracia
El marco neoliberal busca hacer creer al individuo que además de ser el centro de todo,
cada uno debe ver, desde lo privado, la construcción de su presente y su futuro, lo cual
en realidad no se cumple para la mayoría que se ve excluida de toda posibilidad de
acceder al mercado de consumo. Las premisas del neoliberalismo señalan como un eje
central incentivar el rendimiento y hacer económicamente eficiente todo proceso y tipo
de producción, desapareciendo de hecho todos los apoyos económicos o subsidios
anteriormente otorgados. Eficiencia entonces implica subsistir por los propios medios y
con el mayor rendimiento posible; por ello en su nombre se dejan de lado tareas, sobre
todo en el campo de lo social y la cultura, consideradas como no productivas, teniendo
estas que buscar en todo caso su subsistencia en condiciones estructurales, donde la
comercialización y la privatización son prioritarias.

Pero esta situación, a su vez, hace factible prácticas sociales y políticas de la


sociedad como respuesta directa a las contradicciones generadas por el modelo de
desarrollo adoptado. Resulta evidente su defensa para intentar frenar el deterioro de sus
condiciones de vida y la búsqueda de formas y canales posibilitadoras de un ejercicio
real de la democracia; traducida esta en incrementar la decisión, administración y
evaluación de los ciudadanos y las organizaciones de base sobre las políticas públicas,
en un camino de edificación económica y social que ponga en primer plano los intereses
de las mayorías; mayorías las cuales no son una masa o simple suma de individuos:
tienen identidades, anhelos, aspiraciones, proyectos de vida. Esas mayorías son sujetos,
actores sociales que se construyen y constituyen a partir de su práctica cotidiana de
vida.

Es ineludible la responsabilidad que tenemos todos para alcanzar nuevas


alternativas de participación ciudadana y social, con un orden y una integración de
voluntades y esfuerzos cuyos enlaces tengan como fundamento al hombre socialmente
logrado y al Estado socialmente integrado en la construcción de un nuevo proyecto
histórico. Por ello, la participación ciudadana se redimensiona con un trascendente
protagonismo en la búsqueda por la construcción de una sociedad democrática, justa y
equitativa, que garantice, a todos, la satisfacción de sus necesidades y por tanto, la
mejoría en su calidad y condiciones de vida, en el entendido que el fortalecimiento de la
ciudadanía está en relación directa con la superación de la pobreza y la exclusión social.
Hoy es necesario construir un proyecto democrático que ponga en primer plano los
intereses de las mayorías, que combata la injusticia, la represión y las violaciones de los
derechos humanos, con prioridades en materia de empleo, educación, salud, vivienda y
seguridad social.

Las políticas públicas deben responder a estas exigencias garantizando el


mejoramiento de las condiciones de vida en el menor plazo posible, con un criterio
redistributivo y de equidad, donde la participación social sea verdadera y medio
imprescindible para alcanzar un desarrollo y un bienestar democráticamente construidos
y compartidos en lo cotidiano, ya que el ejercer plenamente los derechos humanos y
sociales requiere de una sociedad verdaderamente democrática; más justa, fraterna y
solidaria.

El ofrecimiento de mayor comodidad, bienestar y una vida satisfactoria no es


posible pueda darse en un mundo donde lo colectivo es relegado; en un mundo
excluyente de origen y donde el consumo es sinónimo de progreso y felicidad, pero con
un vacío de significaciones. En el mundo moderno de hoy, el individuo “libre”,
competitivo y eficiente es en realidad un individuo vacío y carente de valores solidarios
y colectivos, donde la justicia social, criterio fundamental para la construcción de una
sociedad democrática con formas de vida igualitarias y libres, está reducida a ser
instrumento discursivo de los gobiernos, a la par que los derechos fundamentales siguen
cumpliendo funciones clientelares y corporativistas.
Para prevalecer la justicia social, resulta imprescindible trascender de la
democracia meramente formal y representativa a la democracia participativa, a la
democracia social. No es posible hablar de democracia cuando persisten condiciones de
desigualdad social, de pobreza, de cancelación de derechos sociales.

Sin embargo es también importante resaltar que la relación entre democracia y


justicia social ha sido variable en los últimos tiempos, sobre todo debido a su
interrelación con otros procesos igualmente complejos y dinámicos, entre ellas las
condicionantes de los contextos locales, nacionales, regionales e internacionales; la
estructura del sistema de partidos, los derechos humanos, así como el crecimiento
económico y el desarrollo social, de tal manera que:
La relación entre democracia y justicia social solo puede ser discutida en un marco más
amplio que contemple otros factores, como el crecimiento y las condiciones del contexto
internacional, que tienen una influencia significativa sobre la justicia social y considere de
forma sistemática las dimensiones históricas del problema. Además, la democracia como
valor no se agota en su relación con la justicia social (Nohlen, 2001, p. 345).

Por ello las diversas reflexiones en torno a la noción de democracia remarcan y


potencializan a la participación ciudadana como un vehículo que puede y debe
reformular los mecanismos y formas de incorporación y representación de los
ciudadanos en el tratamiento de los asuntos y problemas públicos, en el entendido que
lo denominado público se relacionan con los problemas públicos en tanto estos
impactan negativamente las posibilidades de alcanzar el bienestar social, por lo cual el
Estado, en una concepción de verdadera democracia, debería destinar los recursos
económicos necesarios para lograr tal fin; por tanto, el espacio de la participación
ciudadana por excelencia se da en la administración pública con un efecto de
renovación de la gestión pública; así entonces lo público no es exclusividad del Estado,
y por tanto es necesario reforzar las formas y expresiones de participación de la
sociedad civil, para con ello lograr que realmente la participación ciudadana tenga
incidencia directa en la toma de decisiones, sobre todo en lo que se refiere a la
definición y tratamiento de la agenda pública y en la consecución del bienestar público.

De hecho, la democracia es un camino en el cual los derechos formales se


traducen en derechos efectivos en el sentido que desaparece la exclusión social de todo
tipo en la medida en que la participación es algo activa y directa. Este tipo de
concepción exige una idea de ciudadanía que incluye por una parte un elemento de
igualdad y de consenso que implica, acorde a González (1993), “compartir el status
derivado de su inserción en una comunidad, elemento al que corresponden las virtudes
solidarias y cívicas, así como los deberes o responsabilidades del ciudadano”, por lo
cual debe establecerse un vínculo estrecho entre la participación y el concepto de
corresponsabilidad; es decir, la participación organizada de la ciudadanía, no sólo como
receptora de una política específica, sino como corresponsable de su ejecución y
coadyuvante de su vigilancia y control.

Al respecto Ziccardi (2008) plantea que la participación ciudadana es clave para


transformar el espacio de lo estatal en un espacio público y contribuir a crear
condiciones para consolidar una gobernabilidad democrática. Porque la participación
ciudadana a diferencia de otras formas de participación (política, comunitaria, etc.) se
refiere específicamente a que los habitantes de las ciudades intervengan en las
actividades públicas representando intereses particulares más no individuales. Por ello
resulta relevante insistir sobre la importancia y la trascendencia del ejercicio de la
participación ciudadana y la efectividad de sus acciones para responder a la dinámica
social de los habitantes y a la muy particular naturaleza jurídica que hace de cada ciudad
una entidad de perfiles singulares.

Aquí cabe señalar que el hecho de que se dé una activa participación de la


sociedad civil, cualesquiera que sea su forma organizativa y de actuación, no significa
de manera alguna que el Estado se retire de sus obligaciones para con la sociedad, sobre
todo cuando se ha evidenciado que el mercado por sí mismo no ha podido atender y
resolver la compleja trama social en cuanto lo que se refiere a las necesidades y
carencias económicas y sociales; por ello es importante la función del Estado para
garantizar la justicia social y la igualdad; pero hablamos de un nuevo Estado, ya que el
Estado clientelar y paternalista, o el Estado gendarme y totalitario ya no responden a las
nuevas exigencias de los diferentes escenarios sociales.

Esto significa la constitución de un nuevo tipo de Estado “que responda a la


nueva relación de fuerzas en la sociedad y que permita la activa participación de los
distintos sectores sociales involucrados en el proceso de transformación” (Couriel,
2001, p. 402) en un marco de gobernanza, de cooperación y relación democrática entre
Estado, partidos políticos y actores sociales, con lo cual una política social de rasgos
ciudadanos reconocería que “el concepto de ciudadanía es indisociables de los derechos
humanos, siendo su condición, en primera instancia, la pugna por el derecho a tener
derechos” (Mussot, 1996, p. 82).

En este sentido, la participación confiere direccionalidad a la acción colectiva,


así como a la promoción de los diferentes valores y derechos humanos y sociales, por lo
que la participación es una forma superior de la organización de la vida social; por ello
toma las formas más diversas según las organizaciones, los problemas que resolver y las
personas interesadas.

Así entonces, en una etapa inicial, una persona participa en la sociedad cuando
simplemente contribuye a conservarla o perpetuarla, pero en una etapa superior la
participación se da cuando se es actor consciente y se contribuye efectivamente a
cambiar y transformar a la sociedad. Es así como la participación social alcanza su
completo significado, cuando el hombre es ciudadano y actor, cuando decide, controla,
asume responsabilidades y toma parte en la producción de los bienes y de los servicios,
así como del saber. Con esto se expresa que la naturaleza de la participación ciudadana
no se centra exclusivamente en una situación de conflicto, sino en la capacidad del ser
humano de establecer vínculos y relaciones colectivas, que le permitan ser innovadores
y constructores de su propio destino.

Es importante precisar que la formación de una ciudadanía democrática


participativa es también la formación de un sujeto social pluralista, capaz de respetar
las diferencias, de dirimir los conflictos en el marco de la ley y de la justicia, de dialogar
con razones buscando consensos y respetando los disensos fundados, construyendo por
encima de las divergencias. El pluralismo no es “mera tolerancia”, es posibilidad de
compartir proyectos comunes con quienes piensan diferente.

La participación entendida de esta manera encuentra una poderosa razón que la


potencia, en la convicción de que ella no solamente beneficia directamente a las
personas y organizaciones que la ejercen sino que incide además en un aumento de la
eficiencia y efectividad de las decisiones. En efecto, los planes y programas son válidos
y legitimados cuando se ajustan a las necesidades sentidas de la población y en la
medida que los sujetos llamados a ejecutarlos conocen y comprenden el papel y el lugar
que les corresponde en su puesta en práctica.

En Conclusión
El pleno disfrute de los derechos sociales solo es factible y viable si se materializan en
instrumentos de política pública, de política social, en una perspectiva donde la
democracia y la participación sean entes indispensables y centrales para construir un
proyecto incluyente y alternativo al modelo aplicado en los últimos 30 años.

Es posible aprender a participar democráticamente en la toma de decisiones, y es


posible aprender la convivencia pluralista como algo más que la mera tolerancia del
diferente, interpretándose entonces la demanda social en términos de formación de un
ciudadano democrático, participativo y solidario, desarrollando su capacidad de leer y
comprender los signos de la injusticia, del desfavorecimiento de las mayorías y de sus
necesidades insatisfechas; hablamos de la construcción de una ciudadanía de carácter
incluyente, participativa e integradora, que permita con ello la posibilidad de generar
proyectos comunes que garanticen la equidad y la igualdad de oportunidades para que
cada uno, a su vez, realice su proyecto personal de vida. Así entonces cobran validez
las premisas que Mussot (1996) delinea para la redefinición de un pacto social:
a) Reformar la política social sin renunciar a la extensión de los derechos sociales, hasta
llegar a los grupos sociales más excluidos; proceso en el que tiene que contemplarse la
apertura de la sociedad a la capacidad de organizar la demanda pública de manera
autónoma y en el ejercicio de sus libertades políticas. Y b) recuperar una gestión pública
del bienestar social de carácter democrático, despersonalizando las necesidades sociales
con la garantía y extensión de los derechos sociales universales (p. 84).

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