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Bettina Caron
ISBN 978-987-86-1171-6
ISBN 978-987-86-1171-6
Imagen de tapa: La lectora, óleo sobre tela de la artista plástica Beba Dragonetti
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Palabras preliminares
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Introducción
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lector de carne y hueso para la construcción de significado así
como para su interpretación. Entiendo que es en el discurso li-
terario donde la sensibilidad y el interés emocional del lector
facilitan que la apreciación estética sea una verdadera experien-
cia que le otorga sentido a la lectura.
Fue en ese recorrido que encontré necesario, al comienzo,
sondear en la lectura como construcción de la subjetividad,
guiada por Michèle Petit (2003) y Didier Anzieu (1993), a par-
tir de su concepción de la lectura como trabajo psíquico, visto
desde el psicoanálisis.
Por ese mismo camino emprendí nuevas búsquedas y –como
polizones– fueron sumándose en ese viaje, textos asombrosos de
biólogos y neurólogos, sociólogos, antropólogos y filósofos que,
en mi cabeza, dialogaban entre sí e iban confluyendo, a través
de la emoción –como hilo conductor– en ideas que se vincula-
ban con la lectura literaria y con el arte.
Pero el gran descubrimiento fue el neurólogo contemporá-
neo Antonio Damasio por sus investigaciones sobre el rol de las
emociones y su mirada humanística de lo científico. Luego se
sumaron algunas afinidades entre psicoanálisis y biología, psi-
cología y neurociencias, entre otras disciplinas, que me permi-
tieron enriquecer el concepto de subjetividad vinculado a la ex-
periencia y a la posibilidad de encontrar en el arte y la literatura
un espacio, quizás un refugio, donde concebir legítimas expe-
riencias subjetivas.
Pero, al abordar cualitativamente la conformación de esas
experiencias constitutivas de la subjetividad, resultó también
indispensable considerar el rol preponderante del vínculo con
el otro y, por lo tanto, con el entorno sociocultural que impreg-
na todo lo que hacemos y somos. Para Eliseo Verón, por ejem-
plo, es el medio sociocultural el que constituye la subjetividad,
tanto como para Alain Touraine son las experiencias sociocul-
turales, la matriz que conforma al sujeto.
Al amparo de estas concepciones de la subjetividad en rela-
ción a la lectura literaria y a la de Jorge Larrosa acerca de la lec-
tura como experiencia, es que fui recorriendo distintos autores,
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entre los cuales intento establecer una suerte de diálogo, al que
sumo mis reflexiones de lectora, porque más que una escritora,
me considero, una lectora que escribe sus lecturas.
En estas consideraciones sobre la subjetividad y los cambios
en los vínculos humanos en el medio sociocultural posmoder-
no, se hace necesaria la referencia a ciertos aspectos generales de
la filosofía del Consumismo como sistema, y de la Globaliza-
ción y Tecnocracia como ideologías, que en muchos aspectos se
han distanciado del ser humano, al que han reemplazado por
los rostros de la TV, los robots sofisticados y las generaciones
cyborg de las culturas líquidas...
Frente a este camino vertiginoso que va transitando el mun-
do, deseo, como ya lo han hecho y lo hacen otros, privilegiar el
lugar de la Literatura y con ella, del Arte, en todas sus manifes-
taciones, porque considero que son ellas las que hacen a la ver-
dadera condición humana.
Bettina Caron
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Capítulo 1
19
una “experiencia” no totalmente propia, personal, que sí, por el
contrario, podríamos calificar como vicaria y ajena, gracias a la
colaboración solícita de la televisión, la publicidad, ciertas tec-
nologías de la comunicación y las subculturas que el Consumis-
mo, el Mercado y la Globalización generan.
Chicos y jóvenes de hoy que van armando una identidad
homogénea, muy similar a la de sus grupos de pertenencia, iden-
tidad que les garantiza –al sentirse tan parecidos entre sí– cierta
seguridad, en un mundo ciertamente inseguro. Identidad que
construyen masivamente porque confían en que sus deseos los
va a satisfacer el mercado, sin darse cuenta de que es el Mercado
el que los genera, el que imprime con la publicidad y la moda
esos deseos –que no son propios– para poder después venderles
la satisfacción de “verlos cumplidos”... Deseos que inventa el
marketing, al tiempo que la publicidad les crea la compulsión de
consumirlos, por lo cual –sin que ellos lo adviertan– , consumir
resulta ser lo único importante; mucho más importante aún que
aquello que se consume, como claramente lo consideraba Beatriz
Sarlo (2006), hace ya años, cuando acuñó la definición de “el
consumidor como un coleccionista al revés”.
Hablar del deseo es hablar de algo esencial para la construc-
ción del sujeto como ser humano, deseos hoy en venta; trans-
formados en fórmulas y eslóganes publicitarios fabricados mi-
nuciosamente y también minuciosamente calculados para
despertar ansiedad y compulsión de consumo permanente de
modo que nunca nada ni nadie logre realmente colmarlos por-
que, así, la que podríamos calificar como la Megamáquina del
consumismo –actualizando el concepto de Mumford (1967)– no
se detiene y sigue consumiendo a sus consumidores... Lewis
Mumford, cuya obra The myth of the machine ya en 1946 ana-
lizaba la relación entre la sociedad egipcia y sus megaconstruc-
ciones. Hoy, en nuestra sociedad posmoderna, la Megamáquina
del consumismo –cuya filosofía no es inocente–, con variadas
estrategias, monopoliza la personalidad de los jóvenes dirigien-
do y simultáneamente empobreciendo su lectura del mundo y
de sí mismos. Mumford, que estudió la evolución de los con-
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ceptos de “ciencia, tecnología y ser humano” a lo largo de la
historia, proponía, ya entonces, reemplazar el mito de la mega-
máquina por un nuevo mito de la vida, que resaltara y rescata-
ra la perspectiva humana. Mumford, que, tal vez, veía venir al
“homo-viens” de G. Sartori, al homo-consumens de Bauman, que
hipnotizado por las imágenes, el consumo y las tecnologías de
las comunicaciones iba manifestando cierta dificultad de abs-
tracción, de reflexión, de sentido crítico y también de desapego
y falta de sensibilidad.
Es interesante considerar que esa misma subjetividad in-
quietante, empobrecida y asediada que a muchos nos preocupa
sigue teniendo el mismo origen biológico y sociocultural en la
voz materna –o sustituta de ella– con la que el niño, aun antes
de nacer, comienza a escuchar y también a interpretar el mun-
do en esa fundante experiencia intersubjetiva. Pero, si bien eso
no ha cambiado, sí algo se va perdiendo en el trayecto natural
que debería continuar durante el crecimiento para que esa voz
materna se transforme en una voz propia, configurada a través
del lenguaje que cada uno va creando para y por sí mismo y, a
través del cual experimenta, reconoce y elabora su propia inti-
midad. Esa parte del trayecto en la que construirá su propia
identidad es la que se va fragmentando. Esa intimidad manipu-
lada o, dicho más elegantemente, modelada y adaptada para que
el joven no interrumpa y, por el contrario, contribuya al sostén
del sistema consumista es planificada a través de un desarrollo
tecnológico prolijo, efectivo, previsto y provisto por el Mercado.
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miento virtual que también nos aleja de los otros y de nosotros
mismos. Me refiero a la transformación de la noción del tiempo
con las comunicaciones simultáneas y junto con ella, a la trans-
formación de la noción de espacio. Para Bauman, como lo anali-
za en Mundo consumo (2010), esta renegociación del sentido del
tiempo es el aspecto más complejo en cuanto a la alteración de
la condición humana en la modernidad líquida. Alteración que
se produce en esa vida que el autor citado califica como punti-
llista o ahorista y cuya característica es la aceleración en consu-
mir, luego desechar e inmediatamente reemplazar y volver a
consumir y así hasta el infinito. Un camino repetitivo y sin sa-
lida. Tiempo planteado, no ya linealmente, sino como una su-
cesión de puntos que no se conectan entre sí por una relación
de causa-efecto, sino que se manifiestan para el individuo como
puntos aislados, a cada uno de los cuales se le otorga un valor
en sí mismo y que puede significar para el usuario siempre un
nuevo comienzo. Esta alteración es, sin duda, la que ha ido abo-
liendo la noción del pasado como generador del presente, tras-
formando a este último en un presentismo a ultranza, que por
supuesto va aboliendo también la noción de futuro. Lo que que-
da eliminado con esta óptica es el trayecto, que tenía un co-
mienzo, un desarrollo y un final en cada vida y que a su vez
engendraba la noción de la continuidad de los humanos a través
de las generaciones venideras. Lo que era trayecto se ha trans-
formado en una carrera; carrera de consumo de nuevas sensa-
ciones, de objetos, de lugares, de vínculos, que se caracteriza por
un egoísmo individualista y que, probablemente, no es sino una
carrera, no consciente, contra nuestro mayor límite...
Si bien se le criticó y critica al modernismo por poner el hu-
manismo como ideología en el centro del debate, hay una dife-
rencia cualitativa muy grande, considero, a favor de la Ilustra-
ción, ya que lo que se buscaba entonces era poner al ser humano
como eje de la humanidad, en el centro de la problemática.
Muy diferente es la postura posmoderna en tanto que cada in-
dividuo, egoístamente y de forma narcisista, es considerado
como un centro en sí mismo, con lo que se diluye la idea de la
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humanidad como interpretación social y colectiva del hombre.
Con esta visión, el presente como carrera desenfrenada por sa-
tisfacer solo las propias necesidades y deseos, paradójicamente,
contribuye a cristalizar los deseos y las necesidades del Merca-
do... Se cumplen así las reglas del sistema, que al hacernos con-
sumir, es él quien nos consume: “El consumidor, consumido”,
repito, al decir de Bauman.
Claro que al hablar de consumo no podemos dejar de men-
cionar lo desechable, porque la basura que genera el consumo
es mayor aún que lo consumido y, como dice Bauman, no solo
desechamos botellas de plástico: “el Sistema” desecha también
a los humanos que no son funcionales a él y que, además, mo-
lestan. Por ejemplo, los refugiados, a quienes este autor dedicó
su último libro: Extraños llamando a la puerta.
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una profunda sensación de aburrimiento o, lo que es peor, de
temor inadvertido al aburrimiento, característica que hace, jus-
tamente, a la esencia del Consumismo. Sorpresas continuas que
sirven para ocultar el profundísimo aunque disimulado y temi-
do aburrimiento que genera. Aburrimiento con el que cuenta
este sistema para vender sus productos. Tedio que se da inevi-
tablemente en el homo-consumens porque ha ido perdiendo su
intimidad, sus legítimos deseos, la valoración del esfuerzo y la
paciencia para lograr las cosas y el disfrute que trae ser cons-
ciente de los logros.
En Mundo consumo, Bauman cita a Brodsky –famoso poe-
ta ruso, Premio Nobel, también profesor– en referencia a un
discurso que este último dirige a sus alumnos en 1989, sobre el
tema del aburrimiento que genera el Consumismo. Como es
extensa la cita, tomaré solo el párrafo final, en el que ya hecha
previamente una larga enumeración de las satisfacciones que
seguramente obtendrían sus alumnos en el mundo-consumo
para combatir ese aburrimiento, dice en relación a ellas:
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turo ya entonces incierto y un pasado en el que era mejor no
pensar. Hoy, agudizada la incertidumbre sobre el futuro, el pre-
sente ha pasado a ser una suma de puntos que son vividos como
si fueran eternos.
Se suma a este desencanto existencial, la velocidad de la tec-
nología de las comunicaciones, que nos abruma y nos pasa por
encima en una carrera en la que solo podremos competir, para-
dójicamente, deteniéndonos y reflexionando.
El análisis sociológico y filosófico del mundo actual, a tra-
vés de las voces de interesantes investigadores, es uno de los re-
cursos que nos da herramientas de pensamiento para que espe-
cialmente los jóvenes puedan interpretar esta realidad que les
cuesta ver porque opera sobre ellos con mecanismos que los
asedian y presionan sin darles tiempo al menor análisis reflexi-
vo. Realidad televisada que a fuerza de repetir las mismas imá-
genes y de suprimir otras crea una nueva irreal dimensión de
los acontecimientos que se impone como si fuera la verdadera
realidad y que a veces, gracias a alguna reveladora exposición
fotográfica o plástica, o un buen film, o un buen libro, logra-
mos poner en duda, como para correr el velo hipnótico de la
TV. Es natural que nos abra los ojos alguna de estas manifes-
taciones, porque el arte es siempre un llamado a la condición
humana que sirve a menudo para despertarnos.
Entiendo el arte como una forma de espacio-tiempo que nos
incluye como individuos, respetándonos en nuestro propio espa-
cio y tiempo, desde donde mirar el mundo.
El arte es un lugar de refugio, que sigue teniendo la tempe-
ratura de nuestro cuerpo y la morosidad exquisita del espíritu
que nos permite sentirnos a nosotros mismos, a pesar de tanta
invasión mediática y tecnológica.
Una de las formas para ver con más claridad que realmente la
identidad, inevitablemente y tal como la entendemos aún hoy,
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está en crisis y afectada por el mundo líquido es enterándose de
algunas de las hipótesis para la construcción de una nueva sub-
jetividad para un futuro que sus autores consideran cercano.
Baudrillard (1983) comenta una de ellas, muy discutida, a
la que considera el paradigma de la posmodernidad, el cyborg:
construcción humana y tecnológica compuesta por elementos
cibernéticos con los que se interviene el cuerpo humano y a la
que ve como una verdadera metáfora del sujeto posmoderno
porque repite, como una constante, el tema de abolir la distan-
cia entre los polos opuestos.
Interpreta Baudrillard que si bien al principio esto de pasar
de un polo –el humano– al otro –cibernético– se plantea como
un fluir natural, ocurre que, también, al arribar al otro polo,
cuando el que era sujeto se empieza a ver como objeto, puede y
suele cundir el pánico. El tema de los opuestos como abolición
de las distancias es recurrente en su análisis, es decir, analiza
qué es lo que ocurre actualmente en el individuo, dentro de sí,
en este intento de que todo lo que estaba antes separado ahora
se haya mezclado: la vejez y la juventud; lo masculino y lo fe-
menino, el escenario y la sala, los protagonistas y la acción, lo
real y su doble, la realidad y los realities, la intimidad y lo pú-
blico, etc., etc., y piensa el filósofo que es esa abolición la que
produce pánico cuando el sujeto la percibe.
Ana Martínez Collado (1999: 5) considera al cyborg como
el último gran mito posmoderno del sujeto inesencial. El cali-
ficativo de sujeto inesencial, cercano al de líquido de Bauman,
es caracterizado por la autora como una suerte de subjetividad
liberada de todas las cargas y frustraciones cotidianas, pero –
piensa– que es nuestro deber desmantelar ese sueño de libera-
ción que es solo un sueño falaz. Y yo agregaría que no debemos
ser indiferentemente cómodos y sí debemos ayudar a los jóvenes
a pensar este mundo, también con lo nuevo, lo tecnológica-
mente positivo, pero trabajando con ellos la idea riesgosa de esa
aceptación a veces hipnótica, virtual, irreal, casi religiosa, tec-
nológicamente dirigida y efectivizada como una intervención
literalmente “masiva”, en la intimidad del individuo.
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Donna Haraway, pensadora feminista-marxista, también
citada por Martínez Collado en el texto comentado, como la
primera en abordar las cuestiones de la modificación de la iden-
tidad a partir de la tecnología, expresa en su Manifiesto para cy-
borgs (Haraway, 1985) una idea muy similar a la de Baudrillard.
Ella considera que cuando ese sujeto autónomo de la moderni-
dad permite que su cuerpo sea intervenido con elementos ciber-
néticos comienza a sentirse “otro”.
Por las razones expresadas, entre muchas otras..., podemos
plantearnos la promoción de la lectura literaria como un reno-
vado desafío para que los seres humanos, que todavía somos,
nos preocupemos menos por la información manipulada de los
medios, y no abandonemos la literatura y el arte como ámbitos
de realidad donde es, además, posible sensibilizarse frente al do-
lor del mundo y defender, junto con la de los que sufren, tam-
bién nuestra condición humana.
Un autor que valoriza la ficción literaria en relación al tema
que venimos abordando es J. M. Schaeffer, quien en su libro
¿Por qué la ficción? (2002) explica por qué es la ficción la que nos
permite ver mejor la realidad. Desarrolla esta idea en referencia
a cómo un modelo ficcional, al ser siempre una modelización
del mundo real, hace que toda creación por fantástica o mágica
que resulte surja en el creador a partir de experiencias del mun-
do real que se ven tamizadas, transformadas o anunciadas en la
literatura. Ese ir y venir de la imaginación a la realidad y vice-
versa es el que permite al escritor y al lector ver mejor la reali-
dad o “construirla”, para sí o para los demás.
La literatura puede “evadirnos” de lo cotidiano inmediato y
entretenernos, pero mientras eso ocurre, silenciosamente nos da
la pertenencia al ser que somos y al mundo que habitamos a tra-
vés del lenguaje, con ese uso esencial y expresivo del lenguaje
que solo la literatura nos puede enseñar. Y pienso, además, que
si al leer un clásico que fue escrito hace siglos, el lector puede
emocionarse al sentirlo cercano o familiar, está viviendo, por la
magia de la lectura y quizás sin saberlo, una experiencia legítima
y personal sobre la literatura, el tiempo y el ser humano.
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Entiendo, finalmente, que en el mundo actual, seducido y
controlado por los medios tecnológicos, donde reina esta suerte
de desapego como impone la cultura light, la literatura como
experiencia vuelve a ser tan necesaria para nosotros como “pe-
ligrosa” para el sistema, porque hace pensar, sentir, compade-
cerse, emocionarse y sensibilizarse, en una época donde hay
mucho que pensar, sentir, compadecer y con qué emocionarse
y sensibilizarse en el mundo real... cuando aprendemos a verlo
o somos capaces de hacerlo.
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Capítulo 2
“Analfabetos de la experiencia”
29
Dice el autor al respecto: “La fantasía es más primaria que
la realidad, y el enriquecimiento de la fantasía con las riquezas
del mundo depende de la experiencia de la ilusión” (1979: 214).
Lo importante, pues, para la vinculación del concepto de
este autor con la literatura y el arte son las conexiones intersub-
jetivas previas, de la primera infancia, como facilitadoras del
contacto intersubjetivo posterior con ese mundo sociocultural.
Aclara también el autor, que la experiencia intersubjetiva
cultural no tiene lugar en el modelo estructural del aparato
psíquico, sino a partir de esos primeros intercambios.
Por eso es que los relatos, las historias, los cuentos, las na-
rraciones, las canciones, donde el lenguaje opera a través de la
literatura y la música, ocupan gran parte de ese lugar que tanta
importancia tiene en la primera infancia. Una suerte de espacio
virtual que invaden fundamentalmente el juego y otras expe-
riencias culturales que le permiten al niño una integración “a”
y “de” la realidad externa. De este modo, aún cuando el objeto
transicional original va perdiendo ese lugar de privilegio, la
zona de la experiencia, donde se expresa, sigue vigente en el ám-
bito propio de lo sociocultural.
Cabe recalcar que esa intersubjetividad como región de ex-
periencia permanecerá y se transformará activamente duran-
te toda la vida cada vez que un adulto realice actividades lúdi-
cas, sueñe o se dedique a la creación, la contemplación artística,
la lectura literaria. Winnicott considera la experiencia como un
tráfico constante con la ilusión para referirse a la interacción en-
tre la creatividad y la imaginación como el binomio que facili-
ta nuestro estar en el mundo y que nos ofrece la posibilidad de
acceder a experiencias necesarias en un mundo, donde, como
lo manifiesta un personaje de Blade Runner –entreviendo los
cambios del futuro–: “Todos los momentos de la experiencia se
perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.
Esa falta de experiencias genuinas es la que contribuye a esa
sensación de “vida desvitalizada”, como la denomina Larrosa.
Pero, vale apreciar, en medio del cotidiano torbellino, es que la
literatura, la música, la pintura están a nuestra disposición para
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infiltrarse en ese espacio intersubjetivo e íntimo donde el indi-
viduo puede percibirse a sí mismo como dueño de su tiempo y
de su capacidad de escucha. Tiempo moroso que no compite
con el virtual, porque no se rige por la velocidad, sino por una
dimensión emocional propia, que nos lleva del pasado al pre-
sente o al futuro en ese recordar, pensar o hablar con uno mis-
mo, a través de palabras y también de escenas, olores, sonidos
o imágenes que nos constituyen, a la manera de ilustraciones de
ese otro libro: nuestro libro. A veces, durante la lectura nos sur-
gen evocaciones y recuerdos, algunos tan celosamente escondi-
dos que los creíamos perdidos o, más aún, que desconocíamos,
y que de pronto afloran por la resonancia emocional, sensitiva
que nos provoca una sola palabra... La palabra, la lectura que
nos permite entrar en una dimensión que solo puede alcanzar-
se en y por el lenguaje. El lenguaje del discurso literario, que es
el que nos permite encontrar en la literatura un espacio de re-
encuentro con nosotros mismos. No es este un pensamiento
metafórico o sentimental ya que se producen en el lector verda-
deros procesos mentales y emocionales a través de las sensacio-
nes y pensamientos que las palabras pueden evocar, generando
un trabajo psíquico –muy similar al del escritor– de búsqueda,
descubrimiento y asociación a través de la imaginación.
Lo no previsible de la experiencia
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tidiano y automatizado emite una luz nueva, que hace que lo vea-
mos, lo miremos, lo sintamos como si fuese por primera vez, de
una forma distinta que nos moviliza, se transforma en una expe-
riencia, ya que se nos presenta como no esperado y nos asombra.
Justamente este criterio de la imprevisibilidad no es lo que nos
propone el consumismo, que, en definitiva, no hace sino ofrecer-
nos “más de lo mismo”, disfrazado de novedad. Lo no previsible,
visto como condición de la experiencia, es un concepto relevante
también en el pensamiento de Hans-George Gadamer (1977
[1960]) cuando subraya lo positivo del valor negativo que opera
en la base de la experiencia por ese no responder a lo que es pre-
visible. En definitiva, ese valor negativo, explica el autor, ese no,
es un valor positivo porque es lo que hace posible que ocurra la
experiencia, porque algo que esperábamos que se repitiera, cierta
vez, no se repite y nos produce otra sensación, una nueva y dife-
rente emoción. Según Gadamer, la experiencia, como todo lo que
podemos comprender, solo es asimilable a través del lenguaje, ya
que él considera al lenguaje como el lugar de encuentro del yo con
el mundo.
Entiendo que este concepto del lenguaje refuerza también,
desde lo filosófico, la importancia de la construcción del rela-
to interno de nosotros mismos, esa narrativización del yo,
como la forma de construir nuestra relación con el mundo y
nuestra propia identidad. Me atrevo a pensar que esta óptica
ontológica del lenguaje como condición del ser, como lo ve
Gadamer, también nos permite fortalecer la vigencia de la lec-
tura y la escritura como proceso de sostén de la identidad. En-
tre los muchos lenguajes que nos rodean, el lenguaje de las
palabras, compañeras cotidianas, cansadas y gastadas, presen-
tes y permanentes en toda la extensión de nuestra vida, al con-
vertirse en materia de escritura y lectura literaria, nos brinda
la posibilidad de provocar experiencias genuinas. Una de las
razones por las que esto puede ocurrir es la cantidad de reso-
nancias sensoriales que pueden provocar las palabras para des-
pertar y transformar nuestras sentidos y emociones, pero ade-
más, la verdadera diferencia cualitativa es que las palabras
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pueden despertar también la mente, el pensamiento crítico, la
reflexión, la expresión del deseo y el sentido de las cosas que
hacemos.
Creo, en relación al poder de la palabra, que si bien segura-
mente experimentamos alguna vez el poder evocador de la mú-
sica, como, quizás, el más intenso a nivel emocional –en rela-
ción a cualquier otro estímulo artístico, incluida la literatura–,
aún así, probablemente no pueda la música conmovernos tan
fuertemente en el plano del pensamiento y de las ideas como sí
puede hacerlo la literatura a través de la emoción.
Hoy, en este mundo en el que lo sensorial y lo visual predo-
minan, hace falta, además de despertar la sensibilidad, fortale-
cer también el pensamiento, a través de la emoción de pensar y
la emoción de descubrir y generar ideas como una suerte de
poética de la vida. Esta vida un tanto desangelada que tene-
mos; y que podemos embellecer en el sentido estético y ético
más profundo con la literatura, la música y el arte...
A modo de conclusión...
33
Por eso, en el ámbito de la lectura, no solo en la literaria,
sino también en la lectura de estudio, Larrosa (2010 [2003]) nos
propone un abordaje subjetivo del texto a través de preguntas,
que el lector mismo se formule, que le permitan interrogar el
texto, preguntas con las que pueda abrirlo y no cerrarlo, expan-
dirlo y no clausurarlo... que pueda ir y venir del texto hacia sí
mismo y hacia otros textos que desconoce, no solo usando sus
saberes previos, sino animándose a un trayecto incierto hacia
otras búsquedas, otros saberes futuros, otras experiencias de co-
nocimiento posibles a partir del desconocimiento.
Este tipo de lectura abierta conduce a una suerte de búsque-
da personal, que ya es en sí misma una experiencia y no solo
una tarea dirigida y obligatoria para dar respuesta solo a las pre-
guntas del profesor, sino, también, a las preguntas propias, las
que subyacen calladas.
34
Capítulo 3
1
Frase de Antonio Damasio tomada por F. Ansermett y P. Magistret-
ti (2011) como subtítulo para el capítulo “Las pecas”, de su libro Los enigmas
del placer.
35
ciones... Según esta otra perspectiva, la intuición y la emoción,
a veces, pueden guiarnos muy bien, en nuestras decisiones.
Pero mucho antes, el que tuvo que ver con esta reivindica-
ción de las emociones, filosóficamente hablando, fue Baruch
Spinoza, como el mismo Damasio lo manifiesta en su minucio-
sa lectura del filósofo –no por eso menos apasionada–.
Lo maravilloso de estas coincidencias o encuentros, como
el de Damasio y Spinoza, un neurobiólogo actual y un filósofo
del siglo XVII (1632-1677), es que se dieron a través de la lec-
tura. Estimo que Damasio debió sentir una profunda emoción
cada vez que volvía sobre los textos de Spinoza, quien lo acom-
pañaba con su pensamiento filosófico –desde su pobreza, aisla-
miento y soledad de cuatrocientos años atrás– escribiendo sobre
las emociones y en la misma época y ciudad en que triunfaba el
pensamiento racionalista de Descartes.
Si bien reunir inquietudes planteadas por la filosofía con
las neurociencias no es algo en lo que coinciden los neurocien-
tistas que tienen una postura menos holística en relación a su
disciplina, Damasio lo hace no solo en relación a la filosofía,
sino también en cuanto a las manifestaciones artísticas. Postu-
ra coherente con su concepción del ser humano como una uni-
dad, no dividido entre razón y pasión, ya que él justamente
cuestiona con sus investigaciones y teorías algunos aspectos del
pensamiento cartesiano. Pero Damasio, además de escribir
como un científico didáctico, sencillo y claro, escribe como un
filósofo e incluso como un escritor profesional. Este, creo, no
es un rasgo menor, ni secundario, porque es, probablemente,
el que le permite al lector hacer de la lectura de sus libros una
lectura tan valiosa conceptualmente como placentera y emo-
cionante.
François Ansermet (psicoanalista y profesor de Psiquiatría)
y Pierre Magistretti (doctor en Biología), ambos suizos y con-
temporáneos, que tampoco le temen a los criterios holísticos,
en Los enigmas del placer citan a Damasio, a W. James y a S.
Freud en relación a esta vinculación entre cuerpo y mente. Así
es que consideran a la teoría de Damasio denominada “de los
36
marcadores somáticos” como “el espacio” donde se inscriben las
experiencias, y considerándolo uno de los aspectos más relevan-
tes de su teoría, los autores mencionados señalan:
37
que surgirán las incalculables reacciones somáticas personales
de nuestro organismo y que estarán siempre en un proceso de
modificación mientras vivamos.
Y ahora sí, vamos arrimándonos al tema que da título a este
capítulo: Más allá de la experiencia..., la huella. Damasio
(2013: 204-210) nos explica este fenómeno a través del registro
de las experiencias que vamos teniendo y que se van inscribien-
do en nuestra red neuronal por los mecanismos de plasticidad
neuronal. Este mecanismo permite que a la huella inaugural se
vayan integrando las huellas de otras emociones que responden
a experiencias similares que despiertan la evocación de aquella
primera huella. Por lo tanto, según la teoría de los marcadores
somáticos, esa plasticidad neuronal permite reproducir un esta-
do somático reactivando el recuerdo de una situación semejan-
te anterior. Plasticidad neuronal, que al encontrar una base bio-
lógica en las huellas dejadas en el cerebro por la experiencia,
constituye un punto de encuentro entre aspectos teóricos de las
neurociencias y del psicoanálisis, como lo demuestran en su tra-
bajo conjunto, Ansermet y Magistretti (2011: 119-133).
Como aclaran los autores, el concepto de la inscripción de
la huella en Freud y para el psicoanálisis debe ser encarado
como una suerte de metáfora gráfica, en tanto que las neuro-
ciencias lo conciben o lo explican como una metáfora plástica,
ya que al proceso de inscripción de la huella se sumarían las fu-
turas reinscripciones. Algo así como que todo se conserva, aun-
que todo cambia, al mismo tiempo. Por esta razón Ansermett
y Magistretti explican lo que ellos denominan “Heráclito apli-
cado a las neurociencias”, y que tan claramente desarrollan en
A cada cual su cerebro (Ansermet y Magistretti, 2006).
38
el concepto de sincronía y diacronía de Saussure para explicar
cómo se constituyen las huellas en las redes o “asambleas de
neuronas” que se transmiten entre sí la información a través de
la llamada plasticidad cerebral. Plasticidad que no permite, por
esas incesantes modificaciones, que se utilice dos veces el mismo
cerebro. En su desarrollo del concepto de plasticidad, los auto-
res aplican los conceptos clásicos de Saussure porque conside-
ran que el cambio en las huellas del cerebro se produce conti-
nuamente, en la discontinuidad del instante, sin que se lo
pueda detectar, del mismo modo que cada locutor cambiaría
la lengua con cada acto del habla –por la dialéctica entre sin-
cronía y diacronía–. De lo cual resulta que la inscripción dia-
crónica coexiste con la posibilidad de nuevas asociaciones y
reasociaciones sincrónicas que producen un cambio, que nun-
ca será el definitivo.
Para ir cerrando esta breve reflexión sobre las huellas resul-
ta pertinente una cita de los autores en relación a la función del
lenguaje, ya que no debemos perder de vista que siempre que
hablemos de lectura y literatura, o de promoción de la lectura
literaria estamos trabajando simultáneamente por el crecimien-
to y la permanencia del lenguaje personal y propio del lec-
tor, a través del discurso ficcional:
39
que por ese vínculo el lenguaje contribuye a la posibilidad del
error y los malentendidos y que es ese plus lo que libera a la
conducta del determinismo genético, al permitir el acceso de lo
personal, lo creativo y singular. Singularidad necesaria como
característica vital para que emerja el sujeto. Por esta razón,
consideran que el sujeto, más que haber surgido de un siste-
ma de huellas, surge de la discontinuidad del sistema, y de lo
cual sacan una conclusión muy importante que cito textual-
mente:
40
de las acciones y sensaciones registradas en el texto se integran
en el conocimiento personal de las experiencias pasadas.2
2
Estudio realizado por el Laboratorio de Cognición Dinámica de
Washington y publicado en la revista Psicologycal Science en 2009.
41
tema y el canon establecido, es en su cualidad expresiva donde
el lector de carne y hueso tiene la posibilidad de intentar la bús-
queda y el encuentro con el libro donde descubra algo que él
necesitaba escuchar y compartir. Cualidad/calidad discursivo-
expresiva que posibilita esta función subjetiva de elección,
que difícilmente pueden provocar otros discursos. La intención
expresiva, estética, ambigua y polisémica del discurso literario
facilita la evocación emocional y la resonancia afectiva en el lec-
tor. Particularmente en la poesía es donde la palabra puede res-
catar ese sentido primigenio que nada tiene en común con el
uso coloquial y mediático que tiende a lo convencional, a la ob-
viedad, a las fórmulas y repeticiones que anestesian el cerebro.
Vemos, pues, que vamos formando parte, con nuestras lec-
turas y experiencias artísticas, de un complejo entretejido alo-
jado en nuestro cerebro donde a las huellas del mundo real se
suman las de los mundos de ficción y artísticos sin los cuales la
realidad perdería gran parte de su sentido. Sentido que vamos
construyendo, una y otra vez, con nuestras nuevas huellas per-
sonales, que son, a su vez, las que filtran la realidad, que resul-
ta, de este modo, siempre cualitativamente distinta para cada
individuo. Y tal vez sea este el momento de referirse brevemen-
te a un tema que presenta Damasio como uno de los vacíos o
misterios para las neurociencias y que a él le interesa como neu-
robiólogo: el tema de los qualia (Damasio, 2014), tratado ma-
yormente o casi únicamente en la filosofía y que no goza de un
interés generalizado en el campo científico.
Los qualia dan nombre a un elemento imponderable que
permite la experiencia subjetiva de la percepción, imposible de
describir y ubicar físicamente, biológicamente. Los qualia o
quale serían, en definitiva, una cualidad personal y subjetiva
que tiñe las sensaciones que se obtienen como resultado de la
interacción del sistema nervioso del individuo con el mundo
externo e interno, pero que admite un matiz tan subjetivo como
para que no haya dos sensaciones iguales, por ejemplo, ante el
frío, el calor, lo dulce, lo amargo, para citar los ejemplos más
sencillos y frecuentes.
42
Pero, lo realmente importante es que a partir de los qualia,
Damasio desarrolla su teoría, ya no del cerebro, sino de la men-
te, que, con su indisoluble lazo con el cuerpo, es la verdadera
protagonista de nuestra subjetividad. Lo enuncia así:
43
ñan un papel indispensable en la capacidad de síntesis de
nuestro pensamiento. Considera, este autor, que estas aparien-
cias ilusorias o “construcciones mentirosas” como, por ejemplo,
los universos ficcionales son los que nos permiten conocer e in-
teractuar con la realidad. Es tal la importancia que le atribuye
a esa interacción que lo lleva a considerar a la ficción no solo
como una respuesta a una necesidad estética del ser humano,
sino como una respuesta, además, a una necesidad cognitiva,
biológica y cultural.
44
conocimiento del mundo cultural presente y pasado. (Chan-
geux, 1997: 130)
45
Capítulo 4
47
comienzo y también después, durante todo el trayecto de nues-
tras vidas, diferenciarnos de “los otros”, para seguir constitu-
yéndonos en nosotros mismos.
Otro especialista en el tema de la subjetivación, referente a
la adolescencia, Víctor Guerra (2006: 41-60), estudiando este
tema hace ya unos años, analizaba cómo el adolescente se veía
envuelto en una fuerte experiencia sensorial para constituir su
subjetivación. Cómo la presentación inmediata de imágenes vi-
suales o auditivas y en simultaneidad, en la televisión, en lugar
de la representación mediada por la palabra, tendría implican-
cias, a futuro, en la constitución de la subjetividad del adoles-
cente. Su importante análisis de esa nueva forma de experimen-
tar la realidad casi exclusivamente a través de los sentidos lo
lleva a calificar la identidad del adolescente como una identidad
sensorial. Guerra propone como terapeuta una suerte de ayuda
para los jóvenes en la alternancia con la palabra como un vehí-
culo para la construcción de una narrativa sensorial que le per-
mita al adolescente la construcción del sí mismo a través de su pro-
pio relato (Guerra, 2006).
Lo que se produce cuando el rol de la palabra es sustituido
por la inmediatez de las imágenes es un quiebre en la capacidad
de comprensión, ya que la representación es sustituida por la pre-
sentación “en directo”. Con esta sustitución la que se ve dismi-
nuida es la capacidad de abstracción.
Por esta, entre muchas otras razones, que no han variado
científicamente en cuanto a la concepción de cómo se va cons-
tituyendo el sujeto, es que me resulta difícil aceptar que una
identidad “modelada” desde afuera de uno mismo, uniforme,
homogénea, repetida e impuesta para consumo masivo, a través
de la publicidad y del discurso mediático, pueda o intente fun-
cionar como sustituto, o parte, de esa propia e intransferible
subjetividad que nace y se hace entretejida con la historia per-
sonal de cada uno en su propio mundo y con “sus propios
otros”, de carne y hueso.
48
El rol de la sensibilidad en la construcción de la subjetividad
y en la experiencia literaria
49
La sensibilidad a la música o a la pintura se forman con el
tiempo y nosotros debemos, también, enfocar con tiempo una
suerte de alfabetización estética literaria que les permita a los jó-
venes disfrutar de la literatura emocionalmente. Si bien es nece-
sario trabajar sobre la construcción y comprensión de los textos
–y para ello enseñarles a elaborar reseñas literarias es una buena
estrategia–, no debe faltar un abordaje sensible y emocional del
texto como el momento protagónico del lector para que pue-
dan expresarse y animarse a compartir lo que le gustó y el porqué.
Lo que sintió, lo que pensó, lo que recordó al leerlo, qué lo emo-
cionó, con qué o quién se identificó y por qué, y permitirle hablar
sin censura académica respetando lo que dice, sin imponer crite-
rios o calificaciones a lo que exprese. En definitiva es ese el aspec-
to en que el lector de Secundaria, la mayoría de ellos, lectores en
formación, pueden todavía acercarse afectivamente a la literatura
y transformarse en lectores autónomos, que es lo que buscamos.
Judith Butler (2006), filósofa, también preocupada por la
sensibilidad, basándose en el concepto levinasiano del rostro,
analiza los rostros que muestra la TV norteamericana como ver-
daderos anti-rostros en contraposición al sentido que le da Levi-
nas, ya que estos otros son rostros de la TV fraguados y mani-
pulados para ocultar lo que Butler define como “la precariedad
de la vida”. Lo que ella considera en su análisis es la deshumani-
zación del rostro en los medios y su utilización por las ideologías.
Uso mediático que falsea la posibilidad de despertar la sen-
sibilidad entre los seres humanos, esa sensibilidad constitutiva
del vínculo con los otros, que para Levinas está más allá de las
ideologías porque expresa al sujeto desde adentro. Desde el lu-
gar del sí mismo, desde su subjetividad.
50
el entorno, donde señala que el tipo de relación dialógica que se
establece con los objetos le permite al individuo ir formando su
personalidad al transformarlos en ámbitos de realidad. Es decir,
aquellos objetos y espacios transicionales fundantes de la inter-
subjetividad estudiados por Winnicott serían –a mi modo de
ver– los que López Quintás considera como ámbitos de realidad
a lo largo de la experiencia sociocultural con la que interactúa
el individuo más tardíamente. Un libro, un texto, sería un ám-
bito de realidad, tal como lo considera este autor, porque le per-
mite al lector formar una relación dialógica con él. Relación dia-
lógica que, como venimos manifestando, le sirve al lector
cuando le permite sentir la lectura como una experiencia, al
dejarse penetrar y transformar por ella poniendo en juego sus
fantasías, deseos, emociones y vivencias, que dialogan con las
del personaje, el narrador o el autor.
51
Capítulo 5
De la sensibilidad a la empatía...
también en la literatura
53
porque surgieron de necesidades humanas, se han ido distan-
ciando de estas, su razón fundante.
Otro ejemplo sobre esta forma de entender esta cualidad de
la literatura es la opinión de Miguel de Unamuno, escritor de
novelas y ensayista, quien, acerca de su novela Abel Sánchez, ex-
presamente manifestó que había decidido escribir una novela y
no un ensayo sobre la envidia, porque entendía que lo esque-
mático de la teoría pura no alcanzaba para encarnar la expresión
de los sentimientos y las pasiones del ser humano.
Cuando un lector deja entrar dentro de sí a un personaje
con sus sentimientos, sus rasgos de carácter, su manera de mos-
trarse u ocultarse, sus defectos, sus temores, sus conductas, sus
pensamientos, y logra de ese modo verse consustanciado con él,
puede experimentar emociones y sentimientos que de otro
modo, quizás, no conocería en su vida real. Esta sería una de
las funciones sociales de la lectura literaria, al proporcionarnos,
en palabras de Petit, un escenario donde ensayar ciertas formas
de empatía que luego el individuo podrá reconocer y experi-
mentar en situaciones y con personas de la vida real.
También Changeux piensa que la empatía que el espectador
puede experimentar frente a un cuadro al ponerse en el lugar
de los personajes representados tiene su explicación en que el
placer estético resultaría de una movilización de conjuntos de
neuronas que lograrían ese efecto de armonía entre la sensua-
lidad y la razón. Por eso remarca la intersubjetividad como una
cualidad de la comunicación entre la obra de arte y quien la
contempla:
54
Es decir que esta relación intersubjetiva pone de manifiesto
no solo la empatía del espectador –o lector– sino que, además,
explica que esa empatía se puede producir en tanto que la obra
de arte modeliza formas de ser y actuar de la realidad sociocul-
tural.
55
clave para conocer los mecanismos de la empatía en el ser hu-
mano.
Al sentir empatía con los personajes, por razones que hacen
a la propia historia y afectividad del lector, se produce en él el
pasaje de una situación de extrañamiento a una de reconoci-
miento, como a veces nos pasa en la vida real con alguien. Esta
empatía que le provoca la situación lo emociona, a partir de su
sensibilidad frente a los problemas, sentimientos o actitudes
planteadas, y pone en juego las razones de su movilización, que
están ligadas a sus propias concepciones de la vida, de la reali-
dad, de sus creencias, y que lo llevan a tomar partido, quizás
porque reconoce en el personaje su propia vulnerabilidad, o, por
el contrario, una fuerza que él querría poseer y que le despierta
admiración, por citar solo dos entre cientos de situaciones po-
sibles. Creo que la experiencia de sentirnos vulnerables, hoy,
puede despertar la empatía y solidaridad frente al dolor del otro,
o como dice un famoso novelista mejicano en un libro que no
es una novela:
56
vidualista, a partir de 1769 con el Sturm und drang. Teorías
que representan, respectivamente, el salirse de uno mismo, en
este afán de empatía con el otro, o el quedarse clausurado en el
sí mismo, lo que no permite empatía ni ver el mundo que nos
rodea sino, y únicamente, como una proyección de nosotros
mismos, de manera que esta última privatiza al individuo y le
impide interesarse por el otro.
Considero que este es un tema que cobra vigencia hoy ya
no desde una postura precisamente romántica, sino desde una
mirada light, cool de la vida, pero igualmente egoísta y limitada.
Por otra parte, Breithaupt (2011: 74-87) menciona la concep-
ción de Bertolt Brecht acerca del teatro, cuando considera ne-
gativa la valoración que hace Aristóteles del aspecto empático,
a través del concepto de simpatía, porque piensa que esa iden-
tificación emocional no permite una consideración racional y
reflexiva con los temas planteados a través de los personajes, ni
darles una dimensión social, porque el planteo queda encerrado
en una perspectiva individual.
Desde ya que estas diferencias en las posturas responden a
criterios de autores y críticos y no de los lectores, quienes por
poseer su propia ideología se verán representados, o no, y em-
patizarán, o no, con determinados personajes y situaciones.
Comprender que este encuentro dialógico entre el lector y
la obra tiene sus raíces en la constitución de la más temprana
intersubjetividad es encontrar en la literatura y en el arte la re-
sonancia de una vivencia iniciática del ser humano.
57
Capítulo 6
De la empatía a la narrativización
de los personajes
59
sión de los hechos con la perspectiva personal que él les adju-
dica.
Y es en esa parte del proceso empático donde, según Bre-
ithaupt, el lector –no siempre conscientemente– selecciona, je-
rarquiza, interpreta, distorsiona e incluye en contextos diferentes
una misma situación, que de ese modo logra hacerla suya y asig-
narle un significado subjetivo. Así, pues, la distorsión personal y la
inclusión en contextos diferentes son rasgos clave de la narratividad
que mucho tienen que ver con lo emocional de la lectura que
guía estos procesos, y así el lector les va asignando a los aconte-
cimientos una lógica personal, una resonancia emocional que le
permite construir significado al no ser indiferente a lo que lee.
Como nos enseña Breithaupt:
60
como él. Y como lo avalan no pocos testimonios de lectores y
escritores, hay “vivencias literarias” tan o más fuertes que las de
la vida real... verdaderas experiencias.
61
El concepto de construcción de significado desde las neuro-
ciencias aplicado a la narración literaria, interpreto que, además
del aspecto cognitivo, valora el rol de lo emocional como ge-
nerador del interés en la elección del personaje o la situación
que, en particular, seduce al lector, quien luego realizará el pro-
ceso de construir, no solo re-construir el texto, al amparo de su
sensibilidad, la emoción y la empatía que ambas generan.
62
de textos e imágenes yuxtapuestos sin un lazo que les asigne un
sentido personal.
Interpreto, siguiendo a este autor, que es en esa narración o
autonarración propia por medio del lenguaje como se va con-
formando, también, ese otro libro, donde se hace posible la in-
terpretación de los hechos, que, transformados en acontecimien-
tos, podemos atesorar como legítima experiencia.
63
mientos, es el lector (en diferentes variantes) quien despliega
la cadena. (Breithaupt, 2011: 200)
Inner speech
64
mismo–, acerca de cómo nuestros más remotos antepasados
no usaban el lenguaje sino solo para realizar preguntas como
pedido de auxilio, no dirigido específicamente a nadie, lo que
se complementa con la hipótesis de Taylor. El mismo autor
desarrolla también la idea del yo como un centro de gravedad
narrativa –a partir del concepto de centro de gravedad, como
una abstracción planteada por la física– como un abstractum
planteado desde la psicología y elaborado narrativamente por
el sujeto, al que denomina centro de gravedad narrativa. Se-
ñala una semejanza conceptual entre ambos centros de grave-
dad en cuanto a su dimensión temporal porque reflexiona que
así como al concepto de centro de gravedad newtoniano, en
relación a los objetos, se lo define por su existencia solo espa-
cio– temporal y cambiante, el self, el yo, que no puede ser ubi-
cable en el cerebro sería también una construcción temporal
y cambiable a través de ese discurso interno que cada uno sos-
tiene consigo mismo (Dennett, 2013: 11-25).
La explicación de Dennett sobre el rol de la narración en
cuanto a la construcción del yo me motiva a pensar al lector en
relación a su subjetividad, desde el punto de vista narrativo, y a
la literatura, principalmente narrativa, como un camino de sos-
tén para esa narración interna, para ese otro libro, en definitiva.
Estas coincidencias entre la narración considerada desde
una perspectiva mental por las disciplinas cognitivas y la narra-
ción y sus características en el escritor y el lector nos permiten
ahondar y avanzar en la investigación acerca de cómo la obra
literaria, principalmente la novela, sigue brindando un escena-
rio, como lo llama Petit, donde ejercitar la empatía y ensayar así
formas de la solidaridad aprendiendo a ponerse en el lugar del
otro. Acceder a personas-personajes, lugares y conflictos ficcio-
nales, también nos permite potencialmente elaborar y a veces
resolver conflictos personales, así como comprender a otros, de
una manera humanizada, poniendo en juego las emociones que
nos pueden conmover y hacer reflexionar, como solo la litera-
tura y el arte pueden hacerlo, en esa relación dialógica que man-
tenemos con ellas y, a la vez, con nosotros mismos.
65
La narración para Bruner, según la lectura de J. M. Siciliani Barraza
1) En ese contexto, hablar del relato tiene que ver con ese pro-
blema central que ha preocupado a este psicólogo y pensador:
“¿cómo le damos significado al mundo y a la vida?” (Bruner,
2003, p. 8), “¿cómo se crea significado en el marco de la pro-
pia cultura?” (Bruner, 2003, p.15); ““¿qué hacemos cuando
narramos?”2 (Bruner, 2003, p. 16). Antes de responder, vale
66
la pena conservar en la mente una expresión de Bruner, como
una invitación a la vigilancia: “¡Cuidémonos de las respuestas
demasiado fáciles!” (Bruner, 2003, p. 48). (Siciliani Barraza,
2014)
67
Capítulo 7
69
las connotaciones personales que cada uno le da a sus emociones
en referencia a las mismas sensaciones de alegría, temor, tristeza
y tantas otras en relación a los objetos y situaciones que vivimos.
Es cierto que hay un mundo de las emociones y que cada
una de ellas puede ser un mundo y, a la vez, crear un mundo.
Y es cierto que aparecen sin pedir permiso o que se ocultan; que
están a flor de piel o escondidas detrás de la más fría rigidez del
rostro o de la mirada. También es cierto que, a veces, se les teme
por el desborde al que nos pueden llevar o por los sentimientos
y acciones que puedan generarnos.
No está demás considerarlas, entonces, en cuanto a los efec-
tos que pueden producir en el lector, particularmente en algún
tipo de novelas, poesías, ensayos de filosofía, capaces de con-
mocionarnos y desestabilizarnos al poner en juego nuestras cer-
tezas, nuestras creencias, nuestras convicciones. Efectos que se
dan en la intimidad de un encuentro sin espectadores, ni co-
mentarios, ni papelones, ni prejuicios, sino en la más hermosa
soledad, pero soledad que deja de serlo en ese mismo momento
de profunda amorosa complicidad fantasmal ¿con el autor?,
¿con el narrador?, ¿con el personaje?, ¿con la evocación que nos
sacó del tiempo real?, ¿con nosotros mismos, como narradores
de ese otro libro?
Deseo expresar, a modo personal, que ya que las emociones
son protagonistas en la literatura –dentro de ella, desde la voz
que narra, y afuera, desde el lector que escucha y se conmueve–
en ese espacio de intersubjetividad, me resulta particularmente
emocionante estudiar el papel que se les atribuye, hoy, en las
neurociencias –entre otras razones– porque las teorías literarias
y de la lectura, generalmente, no se ocupan de la lectura en este
sentido. Creo que sin emoción, sin sentimientos no hay interés
y sin interés no hay posibilidad de lectura como experiencia, ni
construcción de significado, ni de sentido, porque la experien-
cia es lo fundante de la lectura literaria.
70
neurólogos como el más importante neurobiólogo de la actuali-
dad, se manifiesta, además, en su libro En busca de Spinoza, como
un exquisito escritor. Damasio expone junto a su teoría científica
su admiración por el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632),
así como los puntos de confluencia que encuentra entre él y cier-
tos descubrimientos actuales, especialmente en cuanto a las emo-
ciones como base de los sentimientos. Dice al respecto:
71
En primer lugar, yo asimilo la idea de lo espiritual a una in-
tensa experiencia de armonía, al sentido de que el organismo
está funcionando con la mayor perfección posible. La expe-
riencia se despliega en el sentido de querer actuar hacia los
otros con amabilidad y generosidad. Así tener una experiencia
espiritual es poseer sentimientos sostenidos de un determina-
do tipo dominado por alguna variante de alegría por serena
que sea. (…) Se podrá aventurar que quizás lo espiritual sea
una revelación parcial del impulso en marcha que hay tras la
vida en algún estado de perfección. Si los sentimientos, como
he sugerido con anterioridad en este libro dan testimonio del
estado del proceso vital, los sentimientos espirituales excavan
bajo dicho testimonio, profundamente, en la sustancia de la
vida. Forman la base de una intuición del proceso de la vida.
(Damasio, 2014: 305-306)
72
sita emocionarse para poner en funcionamiento sus sentimientos y
su mente porque a partir de las emociones primarias de alegría,
tristeza, ira, miedo, sorpresa llegará luego a las emociones de-
nominadas sociales, como la empatía, la compasión, la turba-
ción, la vergüenza, el orgullo, la envidia, la gratitud, la admira-
ción, el desdén, la indignación... y otras.
73
encontrar la que necesita, si hablamos de crear lectores autóno-
mos, como ya se expuso anteriormente.
Por la magnitud y complejidad de estos temas en sí mismos
y pidiendo disculpas por mi humilde y parcial abordaje, deseo
cerrar este capítulo con dos citas de Antonio Damasio, que alu-
de a lo esencial de su pensamiento como científico, pero que,
además, bien podrían ser las reflexiones de un escritor, un filó-
sofo, un psicoanalista, quizás, un sabio...
74
Capítulo 8
El lector de literatura
75
mismo a través de la emoción? ¿Qué es lo que busca el lector en
la literatura y qué es, finalmente, lo que encuentra?
Numerosas investigaciones sobre lecturas y lectores, sobre
teoría literaria e historia de la cultura tratan –desde hace ya lar-
go tiempo– de dar respuesta a estas y muchas otras preguntas.
Pero son básicamente dos vertientes las que señalan los itinera-
rios posibles para esta búsqueda. Los historiadores de la lectura,
como Roger Chartier y Robert Darnton, que han investigado
la relación libro-lector desde la materialidad del libro y las re-
acciones físicas que produce la lectura en el lector; y la de la
Teoría literaria que investiga la figura del lector como modelo
en referencia al texto y al autor.
Quizás porque las posturas teóricas, a veces, suelen extre-
mar sus posiciones y resultan, como consecuencia, reduccionis-
tas, es que ha sido descuidado el rol del lector “de carne y hue-
so”, es decir, el lector empírico, cuando en realidad el testimonio
de los lectores reales pone de manifiesto que siempre la litera-
tura los ha hecho llorar, pensar y reír a la par que construir sig-
nificado. O, acaso, la emoción que nos produce, por ejemplo,
la música... ¿es por su significado? En tal caso, tiene más que
significado, al tener un sentido subjetivo emocional para quien
la escucha por el impacto, las sensaciones y evocaciones que le
provoca a ese sujeto y que no serán nunca las mismas que las
evocaciones que provoca en otro.
Es esa dualidad, que no es dualidad sino una unidad de
significado y emoción, la que le da sentido a la lectura como un
acto humano a nivel intelectual y afectivo simultáneamente.
Posible forma es la de entender la literatura –así como al resto
de las expresiones artísticas– como artificios capaces de pene-
trar en el ser humano en su unidad de cuerpo y alma a través
de las emociones, viejo tema que justamente Damasio rescata
para las neurociencias. Es auspicioso y a la vez impactante que
los estudios de varios neurobiólogos actuales y los de algunos
teóricos de la lectura lleguen a prestigiar a las emociones en la
literatura. A lo cual agrego el concepto de la utilidad de la lec-
tura literaria más allá de la concepción romántica de la bella
76
inutilidad del arte que ya no es sostenible porque, hoy, no po-
demos ignorar el contexto sociocultural del Consumismo, la
Globalización y la Tecnocracia, que hacen necesaria la función
humanizadora del Arte y la Literatura.
Cabe citar en cuanto a teorías de la lectura, pero desde el
aspecto puramente científico, un libro que considera la utilidad
de los efectos de la lectura en el lector desde otro ángulo, no
menos importante: El cerebro lector, del neurobiólogo francés
Stanislas Dehaene (2014), quien desarrolla la que denomina una
verdadera teoría de la lectura, ya que sus investigaciones son un
comienzo para muchos futuros descubrimientos acerca del ce-
rebro. Diego Golombeck, en un párrafo del Prólogo a ese libro,
alude también al aspecto de la lectura ficcional sobre la que es-
tamos reflexionando:
77
tre ambas posturas hay muchos matices interesantes que desa-
rrolla un libro esclarecedor y necesario: Teorías de la lectura, de
Karin Littau (2008).
Por ejemplo, en su referencia a la Teoría de la Recepción y
especialmente a Stanley Fish, Littau señala que si bien este teó-
rico rechaza la crítica textual y trata de imponer una teoría ba-
sada en la respuesta del lector, remarca lo hace desde el punto de
vista cognitivo poniendo el acento en la interpretación. (Littau,
2008: 178-182).
También se refiere, con una perspectiva similar, al Reader-
esponse criticism que surge en los 70 como una respuesta al New
criticism, y que denominaba al aspecto afectivo del lector como
“ la falacia afectiva”, ya que solo les interesaba a estos teóricos
considerar objetivamente el texto. Explica, también, cómo esto
se generaliza en el siglo XX con las teorías que se ocupan del
lector con el enfoque de considerarlo como constructor de signi-
ficado (Littau, 2008: 153-156).
Por otra parte, cita a Norman Holland a quien considera
junto con Jauss, como los únicos teóricos actuales que se inte-
resan en los afectos en relación a la lectura.
Holland, por ejemplo, describe el proceso que realiza el lec-
tor al leer diciendo que, una vez que el texto ha satisfecho o
vencido las defensas del lector, este se encuentra en condiciones
de proyectar sus temores y deseos en el texto, proceso que pasa
por etapas que Holland denomina como de defensa, fantasía y
transformación. Es en esta última, cuando el lector –según Ho-
lland– se siente liberado por el texto para “re-experienciar” las
principales fantasías de su self y descubrir su significado (Littau,
2008: 156-162).
Por otra parte, un concepto que sintetiza el pensamiento de
Holland es: “Indeed, the only way one can ever discover unity in
texts or identity in selves is by creating them from one’s own inner
style” (Holland, 1980: 130), que mucho tiene que ver con la
idea de ese otro libro. ¿Cómo, entonces –me pregunto–, sin un
ejercicio del lenguaje no solo en su uso coloquial e informativo,
sino en su aspecto poético, metafórico, que es el que permite
78
expresar, decir y encontrarse consigo mismo, como sí lo faci-
lita la literatura, puede uno consolidar un inner style para
aprender y ensayar estos aspectos imponderables pero reales que
nos permiten ser nosotros mismos a través del lenguaje?
Quizás no sería una prioridad la alfabetización académica
en las universidades si la educación Primaria y Secundaria logra-
ran capacitar a los alumnos en una alfabetización literaria, como
ya se señaló anteriormente, porque opino que sin esa alfabetiza-
ción literaria temprana –que permite interesarse en el lenguaje
por su resonancia emocional y afectiva– no se puede abordar,
después, el discurso académico con éxito porque es como una
suerte de salto al vacío... al vacío interno de un lenguaje propio.
El verdadero dominio del lenguaje académico no se puede
aprender, a mi modo de ver, sin haber trabajado anteriormente
la lectura literaria. Ni la escritura académica, sin haber practi-
cado de modo creativo el lenguaje escrito. Es como querer sal-
tear pasos, momentos distintos que marcan el proceso de ad-
quisición de las tan mentadas destrezas y estrategias del
aprendizaje lingüístico y pretender arribar a resultados imposi-
bles de lograr en esas condiciones, salvo para aquellos pocos que
posean –en gran parte por ser buenos lectores de literatura– esa
base a la que me refiero.
Siguiendo con Littau, vemos que también –en desacuerdo
con el pensamiento de muchos otros teóricos– considera posi-
tivos algunos aspectos del texto que otros evalúan como nega-
tivos, al considerarlos ambiguos para la interpretación del lec-
tor. Ella afirma, por el contrario, que cuando el lector
construye un significado que luego relega por otro, lo que está
haciendo con esa suerte de inconsistencia interpretativa es mos-
trar que puede re-experienciar el texto y no que solo intenta re-
construir lo que el autor escribió. Concepto que sí agrega otro
matiz a la participación del lector que coincide, absolutamente,
con el valor asignado desde las neurociencias, a esa capacidad
de alteración, como una función importantísima de la cogni-
ción. Desarrolla estos conceptos en su referencia a la Escuela de
Yale, de la cual comenta que niega toda posibilidad de legibili-
79
dad de un texto salvo que consideremos la lectura y la interpre-
tación como procesos inagotables (Littau, 2008: 182-187).
Para los deconstruccionistas de Yale es, entonces, la estruc-
tura misma del lenguaje la que inhibe, la que no permite una
verdadera o única interpretación, lo cual señala Littau como un
modo de cuestionar la capacidad de construir significado (ver
también De Man, 1979: 11).
Otra postura sobre las teorías de la lectura y, por lo tanto,
acerca del lector y del crítico, que menciona la autora es la de
autores como Hartman, que si bien se enrolan en la lectura
como reescritura, considerándolas inseparables para cualquier
análisis, formulan la posibilidad de que así como hablamos de
obra de arte en relación a las expresiones artísticas, podamos
hablar de obra de lectura, como lo proponía Barthes, y que a
partir de esta idea, se plantearía, también la crítica literaria, ser
tan exigente consigo misma como lo es con la literatura (Littau,
2008: 190, ver también Hartman, 1990).
80
el cuerpo del texto. Justamente, ella aborda también el tema de
la música como arte abstracto capaz de estremecer al oyente, y se
pregunta cómo negarle, entonces, valor a esta conmoción que
puede producir la literatura que, además, no es abstracta, como
la música, sino representacional. La cita es de Littau y dice:
81
Esta sensación fuertemente corporal de la lectura la aplica
también a la escritura refiriéndose a sí misma. Es difícil leer a
Littau, sin pensar en Damasio, por ejemplo, en esta cita sobre
Cixous:
82
Finalmente, Littau incorpora en las últimas páginas del li-
bro comentado, una lista de oposiciones o dicotomías que nos
darían una suerte de semblanza de dos tipos de lectores, aquí
enfrentados: el lector sensible y el mental, y que me parece ilus-
trativo reproducir porque materializa las ideas de esto que esta-
mos pensando y tratando de diferenciar y entender, aunque,
paradojalmente, aún en forma binaria:
Creo que una lectura atenta de este listado, aun pudiendo di-
sentir en algunos aspectos, nos remite a considerar que lo sensible
de la lectura no puede ser ignorado. Como a nadie se le ocurriría
pensar, tampoco, que un lector no construye sentido al leer, si
respetamos su propia construcción, y tomamos la del autor o el
crítico como contribuciones para descubrir nuevos aspectos de la
lectura que sumar a los propios de cada lector autónomo. Así, a
lo largo de la historia de la lectura, el lector viene y va, aparece y
desaparece según las teorías literarias en boga, se convierte en lec-
83
tor mental o sensorial, frío y distanciado o conmovido y apasio-
nado, a veces entretenido y otras aburrido y... volviendo al acápi-
te de este libro, no es fácil disentir con George Steiner:
En esa gran polémica con los muertos vivos que llamamos lec-
tura, nuestro papel no es pasivo.
84
Capítulo 9
85
pecto a la condición de ser una tortuga. En este sentido, las
tortugas son sorprendentemente parecidas a los posmodernos,
a quienes resulta igualmente ajena la idea de la condición hu-
mana. (Eagleton, 2007: 36)
86
–dentro del mundo actual– solo por la literatura y principal-
mente por la poesía.
Así, pues, para este capítulo de cierre propongo compartir
con ustedes las voces de algunos lectores de carne y hueso, de
aquí y ahora, que a pesar de tener distintas posturas acerca de
la lectura y la literatura, tienen en común el amor sin límites
que les profesan... Son textos de lectores y lectoras, quizás más
lectoras que lectores (como casi siempre que de esto se trata),
pero todos ellos lectores de carne y hueso, a quienes se les ha
pedido que eligieran alguna entre varias consignas que le per-
mitiera evocar algún momento de su vida de lectores vincula-
do emocionalmente a su propia historia. Lectores de distintas
profesiones, si bien varios de ellos son escritores, bibliotecarias,
libreros o gente vinculada a las letras y los libros (como casi
siempre que de esto se trata). Hermosas y sentidas voces de si-
tuaciones y recuerdos personales que agradezco profundamen-
te a cada uno de ellos por dejarme compartirlos también con
ustedes, queridos lectores, hacia quienes van dirigidos todos mis
afanes de lectora, con la intención de colaborar en sostener amo-
rosamente viva a la lectura literaria, matriz irremplazable para
la escritura original y personal de la literatura y también de ese
otro libro.
87
Capítulo 10
89
Aprendí a leer y escribir a los cinco años con Upa! Todavía
resuena en mis oídos: “Mamá me mima”, es la voz de mi abue-
la que me acerca las primeras lecturas y guía mi mano para di-
bujar el oso polar con el que aprendí la “ese”.
***
90
Lectores alemanes
91
tran lo que yo creo más seguro y que es lo que tanto asombró a Ady
al entrar en mi casa: el entorno cultural de los padres es determi-
nante en el de los hijos, lo que también se aplica a la lectura. Las
hijas de mi amigo Gunnar, que son muy amigas de mi hija, leen
también muchísimo, mientras que el hijo de Ady, como su padre,
jamás ha leído un libro. Solo espero que no piense que su padre
tiene razón y en los libros solo se repite lo que uno ya ha pensado.
Los libros son para mí exactamente lo contrario: la posibi-
lidad de asomarse a un mundo que jamás hubiéramos sospe-
chado; si no estamos solos en esos mundos, si tenemos la posi-
bilidad de levantar los ojos de nuestro libro y ver a las personas
que amamos sostener sus propios libros, es una de las felicidades
más preciosas que puedo imaginar.
***
92
El poder de lo fútil, de lo cotidiano: (Sobre Flaubert):
“Lo cotidiano. No solo es aburrimiento, futilidad, repetición,
mediocridad; también es belleza; por ejemplo el sortilegio de las
atmósferas; cada cual lo conoce a partir de su propia vida: una
música que proviene del apartamento de al lado y se oye a lo le-
jos; el viento que hace vibrar una ventana; la voz monótona de
un profesor al que una alumna con mal de amores oye sin escu-
char…”.
***
93
Es la voluntad del hombre la que sostiene las estrellas
94
hombre lo que Dios respira”. Una poética manera de expresar
esta creencia.
Pero sobre todo porque me impacta la manera en que Sara-
mago expresa algo en lo que yo creo firmemente: es la voluntad
del hombre el motor de la vida, es la voluntad del hombre la que
lo lleva a concretar sus sueños, la que mueve el mundo. Me pa-
reció muy potente su manera de decirlo: “es la voluntad del hom-
bre la que sostiene las estrellas”. ¡Nada menos que las estrellas!
***
95
sonas, donde se describían las calles, las plazas de Buenos Aires y
estaba de golpe en el Parque Lezama, frente a la iglesia rusa, y es-
peraba a una chica, y era el personaje y era yo al mismo tiempo.
Recuerdo, a la mañana siguiente, caminar en el colegio, su-
frir las clases con la sensación de estar enamorado, con esa mez-
cla de alegría, inquietud y ansiedad y pasarme la mañana pen-
sando en el libro que me esperaba en casa.
En esa misma época también descubrí la poesía, con dos poe-
mas: A un soldado de Lee de Borges y Pórtico de Melpómene de
Capdevila. El primero contaba que un soldado había muerto jun-
to a un río que no conocía, decía: “el aire de oro mueve las ocio-
sas hojas de los pinares” y yo me preguntaba por qué el aire de
oro, y no entendía qué era el aire de oro. Más abajo decía: “la pa-
ciente hormiga escala el rostro indiferente. Sube el sol” y entonces
tuve el recuerdo de una madrugada en la playa cuando volvíamos
con mis primos de una fiesta y amanecía, y vimos el sol y todo
era amarillo, y entonces entendí por qué decía el aire de oro. Tuve
un entusiasmo fabuloso, igual cuando entendí que decía que las
hojas de los pinares eran ociosas porque no se movían y que a la
hormiga le había otorgado un atributo humano como la pacien-
cia y decía también que “no había un mármol que guardara su
memoria”, por una tumba. El entender la forma indirecta de ex-
presión, la metáfora, la imagen, la personificación me entusiasmó.
Y con Melpómene entré en la música de las palabras, en la emo-
ción que producen por su belleza sonora (después supe que eran
versos alejandrinos, con un ritmo único, extraordinario). El poe-
ta invocaba a la musa de la tragedia porque necesitaba sufrir para
crear, y la perseguía por un bosque, y se acostaba con ella, y yo
pasaba de la emoción al vértigo como si caminara por una cor-
nisa, y se abrieran un abismo de significados que no terminaba
de entender, pero que intuía y me fascinaban.
Fue así como me volví un lector.
96
Párrafos de La nieta del señor Linh de Philippe Claudel”
97
últimos párrafos, donde el autor lo devela, dando cuenta del
horror de la soledad y el desamparo.
¿Por qué me gustan y atrapan tanto las historias donde el
sufrimiento del personaje se hace tan presente?
Casi a modo de juego podría decir que las historias de do-
lor, sufrimiento, angustia, desamparo me sirven para elaborar
mis propias tristezas y horrores.
Tal vez esto sea un legado de la abuela Julia.
***
98
Por unos segundos estoy en mi calle del barrio de Floresta,
papá me sonríe desde su mameluco, vuelan las figuritas con bri-
llantinas, salto a la soga y disfruto de la frescura del oscuro za-
guán de puertas acristaladas de la vieja casa del barrio de Flo-
resta.
***
***
99
Como si fuera todo parte de la misma aventura
100
bra demasiado rara. Pero eso sucedió cuando ya la poesía no era
parte de mi tarea escolar… ya era mía. Como todas las poesías
que me acompañan, irrumpe en mi alma en los momentos me-
nos pensados. Apareció una mañana que caminaba para el co-
legio… aun en un barrio de la capital, el cielo me regaló un ce-
leste de porcelana, y la poesía se deslizó por mi pensamiento,
suavemente, con sus preguntas que evocan otras que nos hace-
mos cuando nos sentimos felices. Y siguió acompañándome así,
sin que yo la buscara, susurrándome al oído, con su simpleza casi
tonta, con sus interrogantes dignos de la mente de un grillo, de
esos que pueden convertirse en nuestra conciencia, como el de
Pinocho. Llega cada vez para ponerle rima a la emoción que me
embarga cuando veo brillar el sol, o las ramas de la retama, o
tantas cosas bellas que se encienden a nuestro paso, cuando las
miramos mientras caminamos por las veredas de la vida.
***
101
alumnos para que nos adhiriéramos a una de las tantas sentadas
o protestas. El profesor los dejó hablar cortésmente y cuando se
retiraron nos contó su propia experiencia en la Segunda Guerra
Mundial. Se refirió, con humildad, a cuando estudiaba debajo
de las bombas y nada hacía interrumpir su dedicación, ya que
confiaba en que actuando de esa manera, continuando con su
proyecto de futuro, tendría un futuro, a pesar de que todo po-
día derrumbarse en un instante. Por eso creo que cuando llegó
el momento de dar a Ungaretti, nos lo hizo vivir.
Jamás olvido y en muchas ocasiones me resulta absoluta-
mente vigente el haiku que leímos:
Soldati
(Bosco di Courton luglio 1918)
Si stà come
d´autunno
sugli alberi
le foglie
Soldados
(Bosco di Courton, julio de 1918)
Se está como
de otoño
sobre los árboles
las hojas
102
porque lo estoy leyendo; y uno es lector porque el autor lo está
evocando en esa escritura que se actualiza.
***
103
Sudamericana, que todavía atesoro, de Adán Buenosyres; sí, se
podía ser poeta, como Samuel Tesler. Los poemas de D. H.
Lawrence bajo un sol calcinante: ¿Había otro lugar mejor para
leer “El mosquito sabe” o “Una sana revolución”? Una madru-
gada terrible me vi repitiendo el primer poema de Los heraldos
negros, no tenía el libro entre las manos pero recién en ese mo-
mento podía escribir yo un sentido para esos golpes que pare-
cían lanzados por el odio de Dios. Por qué, tata todo, y hasta
cuándo. Sí, desde luego, ese no era Vallejo sino Girondo, y ya
lo sabía de memoria. La lectura cruza los límites que cada libro
quiere imponer, siempre es híbrida, saltimbanqui y equilibrista,
como esos que lanzan cuerdas hacia adelante para caminar so-
bre enormes territorios vacíos, que a menudo no se ven porque
están llenos de gente que no quiere ver.
***
Volviendo
104
Y entonces pensé que yo tampoco era la misma.
Me fui alejando. Mientras caminaba apurada me vino una
frase a la memoria, “la ausencia es más clara que la presencia,
estamos hechos de una materia que se muestra cuando desapa-
rece”. Cuanto más lejos estaba de mi querido barrio más claras
volvían las imágenes de mi infancia, mi casa, el almacén del
gallego con piso de madera, la casa de mis abuelos, la fachada
de mi escuela, ese universo tan mío, tan entrañable, que puedo
reconstruir a voluntad cerrando los ojos y desplegando las alas
del alma.
***
El síndrome de Montecristo
105
de de Montecristo. Me interesaba más el futuro del relato de Du-
mas que mi propio futuro.
El síndrome de Montecristo ocurre cuando algunos libros
nos hacen entrar en una dimensión más cierta que la que habi-
tamos todos los días. Para ver, hundimos la vista en las páginas
del libro. Al interrumpir la lectura nos parece más irreal la rea-
lidad que la ficción.
106
Leíamos mucho hace 35 años, teníamos un poquito más de
tiempo.
El viernes pasado, día de LSS, Lectura Silenciosa Sostenida,
llevé La soledad de los números primos de Paolo Giordano.
No podía esperar al próximo viernes, día de LSS, para se-
guir leyéndolo, así que me lo llevé a mi casa para terminarlo.
En fin, un abordaje sobre la juventud, la sociedad actual, la so-
ledad. Sigo recordando tantos libros leídos y miro mi biblioteca
con amor y en silencio… Pensándolo bien, toda esta reflexión
gira alrededor del libro y del silencio.
107
por el índice y la tercera, tomando páginas al azar. Leí la primera
página y realmente me pareció clarísima, me pareció un lenguaje
simple, fácil de comprender. Compré el libro, para leerlo de la
cuarta manera, que es simplemente leer el libro. Cuando salí a la
calle con el libro bajo el brazo, tuve la sensación de haber llegado
a la madurez, la de haber dejado atrás mi adolescencia.
Caminé por Lavalle hacia el subte con una sensación de ple-
nitud, que creo que pocas veces he vuelto a sentir hasta el día
de hoy.
108
“Vivir más vidas de las que jamás imaginé”
¿Por qué leo? Creo que por varios motivos, pero nunca para ol-
vidarme de mí misma, sino todo lo contrario: para estar más
cerca de mí. A veces la lectura también es un entretenimiento
que pocas veces le gana a la computadora o a la tele. Es más fá-
cil encender un aparato que encender los ojos, el cerebro, el
cuerpo y el alma.
Aunque nunca al abrir un libro esperaba encontrar escrita
la descripción de las sensaciones o cosas que me pasaban, sin
embargo, incontables veces eso fue lo que exactamente sucedió.
A medida que pasan los años, me doy cuenta de que leo
para comprender más la realidad que me rodea y no exigirle co-
sas que no me puede dar. Leo para alimentar mi imaginación,
para ver qué hubiera pasado si… pero sin vivirlo, para aprender
de experiencias ajenas y para amigarme cada día más con la idea
de que en algún momento (lejano, espero) voy a morir y que
gracias a la literatura voy a poder vivir más vidas de las que ja-
más imaginé.
***
Secretos compartidos
109
vocales, Andi las sustituía por números, lo que le permitía es-
cribir en un lenguaje indescifrable para los demás.
Yo hice lo mismo, por esos tiempos copié en la máquina de
escribir Remington (¡o incluso en la anterior!) de mi papá el abe-
cedario inventado por Andi y comencé a usarlo en mi diario
íntimo, para mis propios secretos.
El niño envuelto no fue solo un libro, en él encontré un ver-
dadero amigo, un juego y una llave mágica para mis 9 años:
cómo preservar mis más preciados secretos.
Aún conservo el libro –ya, a esta altura, con sus hojas des-
pegadas–. Conservo también el diario íntimo, y entre sus pági-
nas, la hojita mecanografiada, con las claves secretas de mis
nueve años.
***
110
Quiere hablarme. Su elocuencia pulsa en mi corazón y no
hay distancia. Dialogamos. Persuadida. Está en mi oído mien-
tras caigo en su garganta. Pero no es la pequeña muerte que
creía, no hay nada que termine: el espasmo se vuelve nacimien-
to. Parecía prófuga pero estoy de cara al mundo, de frente a los
abismos compartidos, nutriendo lo humano, más despierta que
nunca.
Por esa puerta cerrada pero abierta, como por entre dos ro-
dillos blancos estampados de letras, pasé del otro lado, trans-
formada.
No vi pasar las horas.
***
111
tiempo la vinculé con el castellano original. El tercer momento,
el que podría decir literalmente que me cambió la vida, es el de
mi encuentro con Dante: abrí la Divina Comedia casi por deber,
esperando la solemnidad y distancia que suelen asociarse a los
clásicos, y el libro, en cambio, me habló como un contemporá-
neo. La primera sensación fue de incredulidad: ¿es posible que
Dante esté diciendo estas cosas? ¿Puede ser que un autor medie-
val, que está inventando el idioma, lo esté usando con esta preci-
sión, realismo, intensidad, delicadeza, magia? Tuve que leer varias
veces el episodio de las metamorfosis de los ladrones, porque no
podía convencerme de que lo que leía realmente estuviera allí,
que no fuera el producto de mi experiencia moderna, cinemato-
gráfica. Y junto con este estupor, creo que casi inmediatamente
se encendió la necesidad de compartirlo, de emprender una espe-
cie de proselitismo del placer, o, como diría el papá de Mafalda,
un terrorismo de la felicidad.
***
Wunschmannleine
112
Todos leían y punto. Tenía que aprender, del mismo modo que
tenía que barrer la nieve en frente de la puerta si es que quería
salir a jugar.
Todavía conservo algunos libros de mi infancia que traje con-
migo. Hojas gruesas, letras grandes, márgenes anchos. Hasta el
día de hoy conservan su olor. Estoy abriendo un libro ahora como
para refrescar esa sensación. Es Los muchachos de la calle Pal de
Ferenc Molnár, creo que está traducido y editado en Madrid.
Tuve mucha suerte en mi infancia en Hungría porque mi tío te-
nía una amiga italiana que fabricaba las muñecas Lenci en Buda-
pest, ella tenía su taller cerca de lo de mi abuela, me tenía mucho
cariño y se ocupó de hacerme la figura de un personaje elegido
por mí, de cada libro que yo leía. Por esa, entre otras razones, mis
libros eran reales y vivos y me daban una inmensa posibilidad de
tener los muñecos a mi disposición cuando se me ocurriese usar-
los de compañía, sea para contarles algo o para hacerles pregun-
tas que yo misma contestaba, en total acuerdo.
La lectura me acompañó siempre, leer me inspira, me in-
forma, me instruye, me tranquiliza y, muchas veces, me salva
de hacer cosas de las que luego me arrepentiría. Me hace reír y
llorar y me cuida porque, al fin y al cabo, todo lo que está es-
crito allí le pasa a otro.
En este momento, por ejemplo, tengo al lado mío a Wuns-
chmannleine –que en castellano significa “él hace que todo sea
posible”–, uno de los personajes de Lenci que elegí para traerme
cuando salimos de Hungría y que lo tengo desde 1938.
***
113
la niñez resultaba enorme. Tanto, que me arrepollaba en él con
el libro de turno en la falda, y, sillón, libro y yo nos convertía-
mos en una sola cosa. Digo una sola cosa porque al meterme en
el túnel de la lectura los límites entre los tres se borraban. Y el
mundo que nos rodeaba no era otra cosa sino un mar de nubes
que nos mecía suavemente en medio del silencio.
En realidad el silencio no era tal porque el resto de la casa
seguía con sus ruidos y sus voces, pero lo cierto es que esos so-
nidos no me llegaban. Nada, todo se adormecía en torno como
en los cuentos y solo conseguían sustraerme de ese estado de
felicidad sacudiéndome un poco después de haberme llamado
sin resultado.
Salía del letargo como quien sale de un sueño y no quiere
despertar completamente. La realidad no era tan bella como
esas letras mágicas de las que iba desprendiéndome lentamente
y con gran esfuerzo. Pero, apenas terminado lo que fuera, el si-
llón y el libro abandonado a mi pesar me atraían como un imán
y volvía a treparme y a desaparecer entre las palabras.
Eso era un acto de amor cuyo recuerdo persiste todavía. Y
dura porque se repite en cada texto en que la magia de una fra-
se me turba y la deja dando vueltas para siempre en mi cabeza.
A menudo recuerdo una: “Solo Dios sabe cuánto te amé”,*
que, aparecida en el momento oportuno, me hizo deshacer en
llanto hundida en aquel sillón de la infancia.
***
114
de los medios audiovisuales, la gente tiende a buscar cierto en-
tretenimiento, escapismo, o lo que fuere en la televisión y el
cine, en lugar de en la literatura como solía ser (es por ejemplo
representativa la desaparición de las pulp fiction en los Estados
Unidos de los 60 cuando las masas se volcaron hacia el cine
para buscar escapismo y entretenimiento). Esto cuantitativa-
mente significa una disminución de lectores, pero cualitativa-
mente habla de un desplazamiento de la literatura como activi-
dad de masas a una actividad de nicho (a excepción del
ocasional best seller). Y creo que ese movimiento no es negativo
sino todo lo contrario, porque la actitud del lector hacia la lite-
ratura es otra. Ya no se acude al libro en busca de un entreteni-
miento pasajero sino que se enfrenta como un objeto artístico
capaz de cambiar nuestras vidas. La actividad, ya fuera de la
visión de las grandes empresas y negociados, se retiró al fondo
del escenario, a las librerías de usados y pequeños eventos y lec-
turas en centros culturales; donde no puede ser manchada por
la mano de la maquinaria del consumo. Los escasos lectores que
quedan son verdaderos apasionados, y lo que perdimos en can-
tidad lo ganamos en calidad.
Por último, considero que la frecuente pregunta de qué bus-
ca un lector en la literatura es una pregunta errónea porque a
menudo la expectativa de lectura es nula o poco importante, el
lector no “busca” nada en particular. El impulso de leer no es
un impulso de demanda sino de curiosidad. La actitud de de-
manda tiene que ver con el consumo: veo una película de acción
y le demando que me entretenga, que sea intensa, que tenga una
sub–trama romántica y que termine bien. El lector no le exige
al libro nada por el estilo. Pienso más bien que lo interroga y en
todo caso, lo que encuentre al final será el verdadero fundamen-
to de esa lectura. Los libros que nos cambian la vida no se anun-
cian: nos toman por sorpresa.
***
115
Enero de 2008, Arachania, Uruguay
116
buen tino de dar una vuelta por la plaza principal, y ahí lo encon-
tré, sentado en su banca favorita, como si esperase a que yo pasara.
Paré el coche y me reuní con él. Me dijo que estaba en la ciudad
atendiendo negocios, que se hallaba hospedado en una pensión local
y que con toda confianza podía quedarme con él, ya que tenía que
permanecer en la ciudad por dos días más. Por un largo rato habla-
mos de mis actividades y problemas en el mundo académico.
Como era su costumbre, de repente me dio una palmada en la
espalda, cuando menos me lo esperaba, y el golpe me hizo entrar
en un estado de conciencia acrecentada.
Estuvimos sentados durante mucho tiempo, en silencio. Yo es-
peraba con ansia que comenzara a hablar y, sin embargo, cuando
lo hizo me sorprendió.
–Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México
–dijo– existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces
de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de
conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.”
(El fuego interno, de Carlos Castaneda)
117
“Aguzando el oído al fluido y exquisito violoncelo de Fournier,
el joven se acordó de su niñez. De cuando iba todos los días a un
río cercano a pescar peces, especialmente lochas. ‘En aquella época,
yo no tenía por qué pensar en nada’, se dijo el joven. Había bas-
tante con ir viviendo. Solo por el simple hecho de vivir, yo ya era
alguna cosa. Era algo espontáneo. Pero, en un momento dado, dejó
de ser así. Vivir me fue convirtiendo en nada. ¡Qué cosa tan extra-
ña! La gente nace para vivir, ¿verdad? ¿Cómo es que yo, conforme
he ido viviendo, he ido perdiendo contenido hasta convertirme en
una persona vacía? Y además, de aquí en adelante, a medida que
vaya viviendo posiblemente siga convirtiéndome en una persona
más vacía aún, que valga menos todavía. Aquí hay un error. No
puede pasar una cosa tan extraña. En alguna parte debe poder
cambiarse la dirección de la corriente”.
(Kafka en la orilla, de Haruki Murakami)
“En psicofísica hay una ley (la ley de Weber-Fechner) que re-
laciona el valor objetivo de la estimulación (una luz, un sonido,
un contacto) con su valor subjetivo (la sensación que experimenta-
mos). El quid del asunto es que nuestra sensibilidad disminuye en
proporción con la cantidad total de estimulación. Si hay dos velas
encendidas en una habitación, notamos fácilmente la diferencia
de luminosidad al encender una tercera. Pero si hay cincuenta ve-
las encendidas, es improbable que notemos diferencia al encender
la número cincuenta y uno”.
(Free Play. La improvisación en la vida y en el arte, de Ste-
phen Nachmanovitch)
***
119
que cada mes me traía el vendedor a casa. Llegué a tener a los
veintipico una biblioteca de 2.500 ejemplares, forrados en papel
madera, numerados y fichados por autor y tema en los ficheros
que también conservo.
El tiempo fue transcurriendo y Gilberta y Albertina se con-
virtieron en mis hijas y les tocó también, a ellas y a mi nieta
Justina, llevar como segundo nombre otra razón literaria: ANA-
TONIA, título del primer largo poema que publiqué gracias al
ímpetu de mi amigo Pérez Celis que me robó el original, lo
ilustró y me lo trajo ya editado. A ese le siguieron varias nove-
las, libros de cuentos y poesía a los que se sumaron después los
de Bettina y una ya larga vida compartida, dedicada al arte, la
escritura y la lectura, de la que no me arrepiento.
***
120
decí y le pregunté si para ser Dr. en Letras había que estudiar
matemáticas. Al recibir como respuesta un rotundo NO, de mi
abuelo, bajé la escalera diciendo triunfante escalón por escalón:
“eso - voy a estudiar - yo, eso - voy a estudiar - yo...”. Me senté
junto a la maceta grande del jardín leí y memoricé ese largo
poema.
Años después encontré en un álbum de tarjetas postales que
mi abuelo coleccionaba, toda la serie de postales de “El tren ex-
preso”, a razón de una estrofa por tarjeta, sobre paisajes sepiados
y con una firma, que se repetía en cada una y dedicados a mi
abuela. Mi abuela que era concertista de piano, egresada del Li-
ceu de Barcelona, donde a la salida de sus clases un joven ena-
morado cruzaba tiernas miradas con ella. El mismo joven que
firmaba las tarjetas con cada estrofa, una por una y que poco
después de terminar de enviárselas había muerto de tuberculo-
sis, sin que jamás hubiera mediado una palabra hablada entre
ellos dos. La segunda experiencia fue enamorarme, a los 17, de
un escritor después de leer el original de su primera novela, Lodo
y magia, aún inédita, casarme con él y tener dos hijas y una nie-
ta con nombres literarios: Gilberta Anatonia, Albertina Anato-
nia y Justina Anatonia. Será por eso que sospecho que leer lite-
ratura es, también, una forma del amor.
Bettina Caron
121
A modo de despedida
123
interese más”, dice Olivier Rolin.3 Leer sirve para encontrar
fuera de sí palabras a la altura de la propia experiencia, figu-
raciones que permiten poner en escena, de manera distanciada
o indirecta, la que se ha vivido, en particular los capítulos di-
fíciles de cada historia. Para desencadenar súbitas tomas de
conciencia de una verdad interior, que se acompañan de una
sensación de placer y de la liberación de una energía atascada.
Leer sirve para descubrir, no por el razonamiento sino por un
desciframiento inconsciente, que lo que nos atormenta, lo que
nos asusta, nos pertenece a todos.
Michèle Petit, Leer el mundo (2015: 57)
3
Olivier Rolin, A quoi Servent les livres? Conferencia dada por la
Embajada de Francia en Sudán, 2011.
124
Reflexión final
125
lenguaje que somos, que nos hace humanos, que nos permite
seguir adueñándonos de ese otro libro, hasta el capítulo final.
Bettina Caron
126
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127
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130
Índice
Agradecimientos 11
Palabras preliminares 13
Introducción 15