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El lector de carne y hueso

Bettina Caron

El lector de carne y hueso


–ese otro libro–

Una teoría del lector emocional


Caron, Bettina
El lector de carne y hueso -ese otro libro- : una teoría
del lector emocional / Bettina Caron. - 1a ed . - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Metafrasta - Aide Beatriz
Blasco, 2019.
136 p. ; 20 x 13 cm.

ISBN 978-987-86-1171-6

1. Ensayo Argentino. I. Título.


CDD A864

© 2019, Bettina Caron

Primera edición: julio de 2019

ISBN 978-987-86-1171-6

Imagen de tapa: La lectora, óleo sobre tela de la artista plástica Beba Dragonetti

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra


por cualquier medio o procedimiento, sea mecánico o electrónico,
sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.
a Caron
En esa gran polémica con los muertos vivos
que llamamos lectura, nuestro papel no es pasivo.

George Steiner, Lenguaje y silencio


Agradecimientos

A mis amigos profesionales de diversas disciplinas, por


acompañarme en clarificar mis dudas y consultas durante la es-
critura del libro.

A los amigos lectores, por escribir con sus propias voces el


capítulo 10 de este libro.

A los lectores futuros que deseen seguir alentando la nece-


sidad, el placer y el beneficio emocional de leer literatura.

A Claudia Arce, por su impecable trabajo de edición y co-


rrección.

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Palabras preliminares

La idea fundante para la escritura de este texto fue la de com-


partir, las que considero nuevas razones y motivos para la pro-
moción o mediación de la lectura literaria, en el mundo actual
y así evitar caer en lo que el profesor Noé Jitrik denominó, hace
ya muchos años, el mandato vacío del deber de leer.
Este texto surgió, entonces, de la necesidad de comenzar a
pensar para qué y porqué seguir insistiendo en la promoción de
la lectura en el contexto de la Globalización, el Consumismo y
la Tecnocracia.
A partir de esa inquietud inicié otro tipo de lecturas sobre
la Posmodernidad, como contexto sociocultural y, a partir de
allí, lecturas específicas de sociólogos, antropólogos, psicoana-
listas, politólogos, filósofos, neurocientíficos y neurobiólogos,
que interpretan los cambios del sujeto, y del medio sociocultu-
ral, desde sus disciplinas. Fue a partir de esos textos que pude
renovar el sentido de la promoción de la lectura literaria y tam-
bién descubrir cómo las Humanidades y el Arte van perdiendo
su espacio en la educación mundial y lo que con ello se pierde.
Fue entonces, una necesidad y una estrategia, compartir con
mis alumnos y con los mediadores de lectura, la mirada de esas
disciplinas, vinculándolas siempre con la lectura literaria. La
respuesta entusiasta y comprometida de todos ellos, así como
los increíbles debates sobre literatura, arte y tecnocracia que ori-
ginó la propuesta, más la fuerza que impulsó su tarea en pos de
la lectura literaria me hizo sentir que el mandato de promover la
lectura literaria, hoy, no era un mandato vacío.

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Introducción

El lector de carne y hueso –ese otro libro–, es decir... este libro,


es la continuación de una idea que fue insinuada en propuestas
anteriores y que da señales de que es necesario seguir viajando
hacia otros territorios en los que podamos investigar las raíces
de la lectura literaria desde el punto de vista de las emociones
y, en esta oportunidad, con la colaboración de la neurobiología
y las neurociencias.
Estimo que comencé a dedicarme de lleno a los aspectos
teóricos de la lectura en el ámbito emocional, después de mu-
chos años de “poner el cuerpo” en el ejercicio y la acción de la
promoción en sí misma, con docentes de todos los niveles de
enseñanza, con padres, abuelos y alumnos desde los dos a los
veinte años. Todos ellos me permitieron ver, escuchar y sentir
la necesidad que tenían, cualquiera fuera su edad y profesión,
de encontrar en la literatura, además de valores estéticos o una
forma de entretenimiento o escape, también un espacio para
emocionarse, para despertar la sensibilidad, para expresar sus
propios sentimientos y experiencia de vida en relación a los afec-
tos, los vínculos, los miedos, el amor, las pérdidas y la muerte,
entre otras manifestaciones humanas.
Dentro de las lecturas sobre teorías literarias y especialmen-
te por la insistencia casi exclusiva, en la concepción de la lectu-
ra como construcción de significado, comenzó a despertar mi de-
seo de profundizar esas otras riquezas de la lectura literaria que
tienen que ver con la sensibilidad, las sensaciones, las emocio-
nes, los sentimientos y que, estimo, son la motivación inicial del

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lector de carne y hueso para la construcción de significado así
como para su interpretación. Entiendo que es en el discurso li-
terario donde la sensibilidad y el interés emocional del lector
facilitan que la apreciación estética sea una verdadera experien-
cia que le otorga sentido a la lectura.
Fue en ese recorrido que encontré necesario, al comienzo,
sondear en la lectura como construcción de la subjetividad,
guiada por Michèle Petit (2003) y Didier Anzieu (1993), a par-
tir de su concepción de la lectura como trabajo psíquico, visto
desde el psicoanálisis.
Por ese mismo camino emprendí nuevas búsquedas y –como
polizones– fueron sumándose en ese viaje, textos asombrosos de
biólogos y neurólogos, sociólogos, antropólogos y filósofos que,
en mi cabeza, dialogaban entre sí e iban confluyendo, a través
de la emoción –como hilo conductor– en ideas que se vincula-
ban con la lectura literaria y con el arte.
Pero el gran descubrimiento fue el neurólogo contemporá-
neo Antonio Damasio por sus investigaciones sobre el rol de las
emociones y su mirada humanística de lo científico. Luego se
sumaron algunas afinidades entre psicoanálisis y biología, psi-
cología y neurociencias, entre otras disciplinas, que me permi-
tieron enriquecer el concepto de subjetividad vinculado a la ex-
periencia y a la posibilidad de encontrar en el arte y la literatura
un espacio, quizás un refugio, donde concebir legítimas expe-
riencias subjetivas.
Pero, al abordar cualitativamente la conformación de esas
experiencias constitutivas de la subjetividad, resultó también
indispensable considerar el rol preponderante del vínculo con
el otro y, por lo tanto, con el entorno sociocultural que impreg-
na todo lo que hacemos y somos. Para Eliseo Verón, por ejem-
plo, es el medio sociocultural el que constituye la subjetividad,
tanto como para Alain Touraine son las experiencias sociocul-
turales, la matriz que conforma al sujeto.
Al amparo de estas concepciones de la subjetividad en rela-
ción a la lectura literaria y a la de Jorge Larrosa acerca de la lec-
tura como experiencia, es que fui recorriendo distintos autores,

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entre los cuales intento establecer una suerte de diálogo, al que
sumo mis reflexiones de lectora, porque más que una escritora,
me considero, una lectora que escribe sus lecturas.
En estas consideraciones sobre la subjetividad y los cambios
en los vínculos humanos en el medio sociocultural posmoder-
no, se hace necesaria la referencia a ciertos aspectos generales de
la filosofía del Consumismo como sistema, y de la Globaliza-
ción y Tecnocracia como ideologías, que en muchos aspectos se
han distanciado del ser humano, al que han reemplazado por
los rostros de la TV, los robots sofisticados y las generaciones
cyborg de las culturas líquidas...
Frente a este camino vertiginoso que va transitando el mun-
do, deseo, como ya lo han hecho y lo hacen otros, privilegiar el
lugar de la Literatura y con ella, del Arte, en todas sus manifes-
taciones, porque considero que son ellas las que hacen a la ver-
dadera condición humana.

Bettina Caron

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Capítulo 1

Importancia del contexto


Subjetividad y lectura en el Mundo consumo

Las primeras propuestas sobre la promoción de la lectura mu-


cho se nutrieron de estadísticas y estudios específicos sobre las
malas influencias de la televisión identificada como la principal
enemiga de la lectura. Luego siguió la etapa de una suerte de
fantasma: el libro digital, versus el libro de papel. En los últimos
tiempos las TIC, Internet y los celulares, por mencionar solo
las pantallas de uso más generalizado, compiten en el mismo
escenario con los anteriores.
Pero, en la monotonía de estas voces, el que está en peligro
realmente, hoy, es ese otro libro: uno que no se vende, que no
se edita, no se distribuye, ni se publicita; uno que no ocupa es-
pacio en anaqueles, ni siquiera en lo digital, ni virtual, que no se
ve ni se presta y que tiene un solo lector interesado y atento. Me
refiero con la expresión ese otro libro a esa suerte de relato inter-
no y emocional de las experiencias constitutivas de nuestra sub-
jetividad. Ese otro libro, único, absolutamente personal, que es
muchísimo más que una autobiografía y que empezamos a es-
cribir sin saberlo, ya antes de nacer al mundo exterior y que hoy,
en muchos casos, con la invasión mediática y tecnológica se va
transformando en una narración fragmentaria, monótona, poco
original y casi ajena... Libro que guarda un deslumbrante tesoro:
el de la trama que nos une, el hilo dorado de ese argumento que
nos sostiene y nos permite reconocernos y narrarnos en nuestra
lengua materna, en nuestro espacio y en nuestro tiempo.
Muchos chicos y jóvenes de hoy van armando la trama de
esa historia, la de su identidad, la de su subjetividad, a través de

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una “experiencia” no totalmente propia, personal, que sí, por el
contrario, podríamos calificar como vicaria y ajena, gracias a la
colaboración solícita de la televisión, la publicidad, ciertas tec-
nologías de la comunicación y las subculturas que el Consumis-
mo, el Mercado y la Globalización generan.
Chicos y jóvenes de hoy que van armando una identidad
homogénea, muy similar a la de sus grupos de pertenencia, iden-
tidad que les garantiza –al sentirse tan parecidos entre sí– cierta
seguridad, en un mundo ciertamente inseguro. Identidad que
construyen masivamente porque confían en que sus deseos los
va a satisfacer el mercado, sin darse cuenta de que es el Mercado
el que los genera, el que imprime con la publicidad y la moda
esos deseos –que no son propios– para poder después venderles
la satisfacción de “verlos cumplidos”... Deseos que inventa el
marketing, al tiempo que la publicidad les crea la compulsión de
consumirlos, por lo cual –sin que ellos lo adviertan– , consumir
resulta ser lo único importante; mucho más importante aún que
aquello que se consume, como claramente lo consideraba Beatriz
Sarlo (2006), hace ya años, cuando acuñó la definición de “el
consumidor como un coleccionista al revés”.
Hablar del deseo es hablar de algo esencial para la construc-
ción del sujeto como ser humano, deseos hoy en venta; trans-
formados en fórmulas y eslóganes publicitarios fabricados mi-
nuciosamente y también minuciosamente calculados para
despertar ansiedad y compulsión de consumo permanente de
modo que nunca nada ni nadie logre realmente colmarlos por-
que, así, la que podríamos calificar como la Megamáquina del
consumismo –actualizando el concepto de Mumford (1967)– no
se detiene y sigue consumiendo a sus consumidores... Lewis
Mumford, cuya obra The myth of the machine ya en 1946 ana-
lizaba la relación entre la sociedad egipcia y sus megaconstruc-
ciones. Hoy, en nuestra sociedad posmoderna, la Megamáquina
del consumismo –cuya filosofía no es inocente–, con variadas
estrategias, monopoliza la personalidad de los jóvenes dirigien-
do y simultáneamente empobreciendo su lectura del mundo y
de sí mismos. Mumford, que estudió la evolución de los con-

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ceptos de “ciencia, tecnología y ser humano” a lo largo de la
historia, proponía, ya entonces, reemplazar el mito de la mega-
máquina por un nuevo mito de la vida, que resaltara y rescata-
ra la perspectiva humana. Mumford, que, tal vez, veía venir al
“homo-viens” de G. Sartori, al homo-consumens de Bauman, que
hipnotizado por las imágenes, el consumo y las tecnologías de
las comunicaciones iba manifestando cierta dificultad de abs-
tracción, de reflexión, de sentido crítico y también de desapego
y falta de sensibilidad.
Es interesante considerar que esa misma subjetividad in-
quietante, empobrecida y asediada que a muchos nos preocupa
sigue teniendo el mismo origen biológico y sociocultural en la
voz materna –o sustituta de ella– con la que el niño, aun antes
de nacer, comienza a escuchar y también a interpretar el mun-
do en esa fundante experiencia intersubjetiva. Pero, si bien eso
no ha cambiado, sí algo se va perdiendo en el trayecto natural
que debería continuar durante el crecimiento para que esa voz
materna se transforme en una voz propia, configurada a través
del lenguaje que cada uno va creando para y por sí mismo y, a
través del cual experimenta, reconoce y elabora su propia inti-
midad. Esa parte del trayecto en la que construirá su propia
identidad es la que se va fragmentando. Esa intimidad manipu-
lada o, dicho más elegantemente, modelada y adaptada para que
el joven no interrumpa y, por el contrario, contribuya al sostén
del sistema consumista es planificada a través de un desarrollo
tecnológico prolijo, efectivo, previsto y provisto por el Mercado.

La transformación de la noción del tiempo, el cambio más


importante, según Bauman...

Un aspecto muy complejo y de enorme influencia en estos cam-


bios poco positivos de la vida posmoderna es el de algunas tec-
nologías de las comunicaciones que colaboran con la globaliza-
ción del mundo-consumo por su capacidad de acercarnos y,
paradojalmente, alejarnos de la realidad. Alejamiento y acerca-

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miento virtual que también nos aleja de los otros y de nosotros
mismos. Me refiero a la transformación de la noción del tiempo
con las comunicaciones simultáneas y junto con ella, a la trans-
formación de la noción de espacio. Para Bauman, como lo anali-
za en Mundo consumo (2010), esta renegociación del sentido del
tiempo es el aspecto más complejo en cuanto a la alteración de
la condición humana en la modernidad líquida. Alteración que
se produce en esa vida que el autor citado califica como punti-
llista o ahorista y cuya característica es la aceleración en consu-
mir, luego desechar e inmediatamente reemplazar y volver a
consumir y así hasta el infinito. Un camino repetitivo y sin sa-
lida. Tiempo planteado, no ya linealmente, sino como una su-
cesión de puntos que no se conectan entre sí por una relación
de causa-efecto, sino que se manifiestan para el individuo como
puntos aislados, a cada uno de los cuales se le otorga un valor
en sí mismo y que puede significar para el usuario siempre un
nuevo comienzo. Esta alteración es, sin duda, la que ha ido abo-
liendo la noción del pasado como generador del presente, tras-
formando a este último en un presentismo a ultranza, que por
supuesto va aboliendo también la noción de futuro. Lo que que-
da eliminado con esta óptica es el trayecto, que tenía un co-
mienzo, un desarrollo y un final en cada vida y que a su vez
engendraba la noción de la continuidad de los humanos a través
de las generaciones venideras. Lo que era trayecto se ha trans-
formado en una carrera; carrera de consumo de nuevas sensa-
ciones, de objetos, de lugares, de vínculos, que se caracteriza por
un egoísmo individualista y que, probablemente, no es sino una
carrera, no consciente, contra nuestro mayor límite...
Si bien se le criticó y critica al modernismo por poner el hu-
manismo como ideología en el centro del debate, hay una dife-
rencia cualitativa muy grande, considero, a favor de la Ilustra-
ción, ya que lo que se buscaba entonces era poner al ser humano
como eje de la humanidad, en el centro de la problemática.
Muy diferente es la postura posmoderna en tanto que cada in-
dividuo, egoístamente y de forma narcisista, es considerado
como un centro en sí mismo, con lo que se diluye la idea de la

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humanidad como interpretación social y colectiva del hombre.
Con esta visión, el presente como carrera desenfrenada por sa-
tisfacer solo las propias necesidades y deseos, paradójicamente,
contribuye a cristalizar los deseos y las necesidades del Merca-
do... Se cumplen así las reglas del sistema, que al hacernos con-
sumir, es él quien nos consume: “El consumidor, consumido”,
repito, al decir de Bauman.
Claro que al hablar de consumo no podemos dejar de men-
cionar lo desechable, porque la basura que genera el consumo
es mayor aún que lo consumido y, como dice Bauman, no solo
desechamos botellas de plástico: “el Sistema” desecha también
a los humanos que no son funcionales a él y que, además, mo-
lestan. Por ejemplo, los refugiados, a quienes este autor dedicó
su último libro: Extraños llamando a la puerta.

Retomando la idea de esta línea temporal suspendida, dire-


mos que este puntillismo, en su modo de consumir el tiempo y
con él la vida, se lleva consigo también la noción de identidad.
Ya no es necesario, con este nuevo calendario que aporta la cul-
tura líquida, construir una identidad que se vaya gestando de a
poco, en relación a las experiencias y acciones y elecciones per-
sonales, a través de un desarrollo temporal donde el deseo y el
pasado cuentan y mucho. En la vida “ahorista” aquella forma
de identidad sólida no será necesaria porque la identidad podrá
y necesitará variar de un momento a otro en una intermitente
sucesión de renaceres que se arman y desarman –como en Fa-
cebook–. Y esto se ve, desde hace años, por ejemplo, en la se-
lección del tipo de curriculum vitae que hacen las grandes con-
sultoras, donde no cuentan los títulos, ni la experiencia, ni el
esfuerzo, sino los cambios, los saltos y las interrupciones labo-
rales, como clave de adaptación a los cambios que vendrían des-
pués: laborales, de país y de continente, que ofrecen las multi-
nacionales.
Pero, quizás, todo esto no dejaría de ser “una nueva forma
de vida” si detrás de esta sucesión interminable de sorpresas al
instante que ofrece el sistema no se escondiera para el sujeto

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una profunda sensación de aburrimiento o, lo que es peor, de
temor inadvertido al aburrimiento, característica que hace, jus-
tamente, a la esencia del Consumismo. Sorpresas continuas que
sirven para ocultar el profundísimo aunque disimulado y temi-
do aburrimiento que genera. Aburrimiento con el que cuenta
este sistema para vender sus productos. Tedio que se da inevi-
tablemente en el homo-consumens porque ha ido perdiendo su
intimidad, sus legítimos deseos, la valoración del esfuerzo y la
paciencia para lograr las cosas y el disfrute que trae ser cons-
ciente de los logros.
En Mundo consumo, Bauman cita a Brodsky –famoso poe-
ta ruso, Premio Nobel, también profesor– en referencia a un
discurso que este último dirige a sus alumnos en 1989, sobre el
tema del aburrimiento que genera el Consumismo. Como es
extensa la cita, tomaré solo el párrafo final, en el que ya hecha
previamente una larga enumeración de las satisfacciones que
seguramente obtendrían sus alumnos en el mundo-consumo
para combatir ese aburrimiento, dice en relación a ellas:

De hecho, ustedes podrían agruparlas todas (las satisfacciones)


y, durante un tiempo, tal vez funcionarían bien. Pero solo has-
ta el día, claro está, en el que se despertarán en medio de una
nueva familia y de un nuevo papel pintado, en un estado y un
clima distintos, junto a un montón de facturas de su agente
de viajes o de su psiquiatra, pero con la misma sensación de
siempre al ver la luz del día entrando por su ventana. (Brods-
ky, 1995: 108)

No hace mucho tiempo atrás, la filosofía nos aportaba de


un modo comprensible y sencillo uno de los soportes más im-
portantes de la condición humana: el “aquí y ahora” sartreano,
que nos servía, en gran parte, para orientarnos en encontrarle
un sentido más a la vida. Un aquí y ahora que se podía inter-
pretar como para menguar la angustia existencial de la muerte,
pero no para negarla; que le sumaba un valor especial al pre-
sente, que a menudo se nos pasaba por alto pensando en un fu-

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turo ya entonces incierto y un pasado en el que era mejor no
pensar. Hoy, agudizada la incertidumbre sobre el futuro, el pre-
sente ha pasado a ser una suma de puntos que son vividos como
si fueran eternos.
Se suma a este desencanto existencial, la velocidad de la tec-
nología de las comunicaciones, que nos abruma y nos pasa por
encima en una carrera en la que solo podremos competir, para-
dójicamente, deteniéndonos y reflexionando.
El análisis sociológico y filosófico del mundo actual, a tra-
vés de las voces de interesantes investigadores, es uno de los re-
cursos que nos da herramientas de pensamiento para que espe-
cialmente los jóvenes puedan interpretar esta realidad que les
cuesta ver porque opera sobre ellos con mecanismos que los
asedian y presionan sin darles tiempo al menor análisis reflexi-
vo. Realidad televisada que a fuerza de repetir las mismas imá-
genes y de suprimir otras crea una nueva irreal dimensión de
los acontecimientos que se impone como si fuera la verdadera
realidad y que a veces, gracias a alguna reveladora exposición
fotográfica o plástica, o un buen film, o un buen libro, logra-
mos poner en duda, como para correr el velo hipnótico de la
TV. Es natural que nos abra los ojos alguna de estas manifes-
taciones, porque el arte es siempre un llamado a la condición
humana que sirve a menudo para despertarnos.
Entiendo el arte como una forma de espacio-tiempo que nos
incluye como individuos, respetándonos en nuestro propio espa-
cio y tiempo, desde donde mirar el mundo.
El arte es un lugar de refugio, que sigue teniendo la tempe-
ratura de nuestro cuerpo y la morosidad exquisita del espíritu
que nos permite sentirnos a nosotros mismos, a pesar de tanta
invasión mediática y tecnológica.

Nuevas hipótesis para una nueva subjetividad del futuro

Una de las formas para ver con más claridad que realmente la
identidad, inevitablemente y tal como la entendemos aún hoy,

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está en crisis y afectada por el mundo líquido es enterándose de
algunas de las hipótesis para la construcción de una nueva sub-
jetividad para un futuro que sus autores consideran cercano.
Baudrillard (1983) comenta una de ellas, muy discutida, a
la que considera el paradigma de la posmodernidad, el cyborg:
construcción humana y tecnológica compuesta por elementos
cibernéticos con los que se interviene el cuerpo humano y a la
que ve como una verdadera metáfora del sujeto posmoderno
porque repite, como una constante, el tema de abolir la distan-
cia entre los polos opuestos.
Interpreta Baudrillard que si bien al principio esto de pasar
de un polo –el humano– al otro –cibernético– se plantea como
un fluir natural, ocurre que, también, al arribar al otro polo,
cuando el que era sujeto se empieza a ver como objeto, puede y
suele cundir el pánico. El tema de los opuestos como abolición
de las distancias es recurrente en su análisis, es decir, analiza
qué es lo que ocurre actualmente en el individuo, dentro de sí,
en este intento de que todo lo que estaba antes separado ahora
se haya mezclado: la vejez y la juventud; lo masculino y lo fe-
menino, el escenario y la sala, los protagonistas y la acción, lo
real y su doble, la realidad y los realities, la intimidad y lo pú-
blico, etc., etc., y piensa el filósofo que es esa abolición la que
produce pánico cuando el sujeto la percibe.
Ana Martínez Collado (1999: 5) considera al cyborg como
el último gran mito posmoderno del sujeto inesencial. El cali-
ficativo de sujeto inesencial, cercano al de líquido de Bauman,
es caracterizado por la autora como una suerte de subjetividad
liberada de todas las cargas y frustraciones cotidianas, pero –
piensa– que es nuestro deber desmantelar ese sueño de libera-
ción que es solo un sueño falaz. Y yo agregaría que no debemos
ser indiferentemente cómodos y sí debemos ayudar a los jóvenes
a pensar este mundo, también con lo nuevo, lo tecnológica-
mente positivo, pero trabajando con ellos la idea riesgosa de esa
aceptación a veces hipnótica, virtual, irreal, casi religiosa, tec-
nológicamente dirigida y efectivizada como una intervención
literalmente “masiva”, en la intimidad del individuo.

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Donna Haraway, pensadora feminista-marxista, también
citada por Martínez Collado en el texto comentado, como la
primera en abordar las cuestiones de la modificación de la iden-
tidad a partir de la tecnología, expresa en su Manifiesto para cy-
borgs (Haraway, 1985) una idea muy similar a la de Baudrillard.
Ella considera que cuando ese sujeto autónomo de la moderni-
dad permite que su cuerpo sea intervenido con elementos ciber-
néticos comienza a sentirse “otro”.
Por las razones expresadas, entre muchas otras..., podemos
plantearnos la promoción de la lectura literaria como un reno-
vado desafío para que los seres humanos, que todavía somos,
nos preocupemos menos por la información manipulada de los
medios, y no abandonemos la literatura y el arte como ámbitos
de realidad donde es, además, posible sensibilizarse frente al do-
lor del mundo y defender, junto con la de los que sufren, tam-
bién nuestra condición humana.
Un autor que valoriza la ficción literaria en relación al tema
que venimos abordando es J. M. Schaeffer, quien en su libro
¿Por qué la ficción? (2002) explica por qué es la ficción la que nos
permite ver mejor la realidad. Desarrolla esta idea en referencia
a cómo un modelo ficcional, al ser siempre una modelización
del mundo real, hace que toda creación por fantástica o mágica
que resulte surja en el creador a partir de experiencias del mun-
do real que se ven tamizadas, transformadas o anunciadas en la
literatura. Ese ir y venir de la imaginación a la realidad y vice-
versa es el que permite al escritor y al lector ver mejor la reali-
dad o “construirla”, para sí o para los demás.
La literatura puede “evadirnos” de lo cotidiano inmediato y
entretenernos, pero mientras eso ocurre, silenciosamente nos da
la pertenencia al ser que somos y al mundo que habitamos a tra-
vés del lenguaje, con ese uso esencial y expresivo del lenguaje
que solo la literatura nos puede enseñar. Y pienso, además, que
si al leer un clásico que fue escrito hace siglos, el lector puede
emocionarse al sentirlo cercano o familiar, está viviendo, por la
magia de la lectura y quizás sin saberlo, una experiencia legítima
y personal sobre la literatura, el tiempo y el ser humano.

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Entiendo, finalmente, que en el mundo actual, seducido y
controlado por los medios tecnológicos, donde reina esta suerte
de desapego como impone la cultura light, la literatura como
experiencia vuelve a ser tan necesaria para nosotros como “pe-
ligrosa” para el sistema, porque hace pensar, sentir, compade-
cerse, emocionarse y sensibilizarse, en una época donde hay
mucho que pensar, sentir, compadecer y con qué emocionarse
y sensibilizarse en el mundo real... cuando aprendemos a verlo
o somos capaces de hacerlo.

28
Capítulo 2

“Analfabetos de la experiencia”

La experiencia, la posibilidad de seguir teniendo experiencias es


lo que define la conformación de esa subjetividad hoy asediada
e invadida. Jorge Larrosa hace hincapié en cierta pobreza actual
que afecta al sujeto en relación a la posibilidad de tener experien-
cias que le permitan sentir y transformarse con ellas. En una cita
de Larrosa sobre Lenguaje y silencio de George Steiner en la que
Steiner expresa que si alguien, después de leer La metamorfosis
de Kafka, puede mirarse impávido al espejo, es que sabe leer la
letra impresa pero es “un analfabeto en el único sentido que cuen-
ta” y completa Larrosa la frase: “un analfabeto de la experiencia”,
considerando a la experiencia como el único sentido que cuenta.
Como analizó D. W. Winnicott (1972), la capacidad de ex-
periencia genuina, transformadora, sigue iniciándose en ese es-
pacio transicional, que es el puente, la intersección que une y a
la vez separa al bebé de su madre mediante los llamados objetos
transicionales. De esta manera, el bebé sustituye la presencia de
la madre y así puede renunciar a la dependencia total de ella,
pero sin perder la seguridad que le brinda. La enorme impor-
tancia de la teoría de Winnicott es que ese objeto a la vez espa-
cio transicional puede ser considerado como el precursor de las
representaciones mentales, en el futuro. Cuando Winnicott se
refiere a los fenómenos ilusorios transicionales, considera que
son ellos los que generan ese nuevo espacio donde luego se ins-
criben las experiencias que experimentamos en el ámbito socio-
cultural, en una suerte de espacio virtual, diríamos hoy, entre
la subjetividad y la objetividad.

29
Dice el autor al respecto: “La fantasía es más primaria que
la realidad, y el enriquecimiento de la fantasía con las riquezas
del mundo depende de la experiencia de la ilusión” (1979: 214).
Lo importante, pues, para la vinculación del concepto de
este autor con la literatura y el arte son las conexiones intersub-
jetivas previas, de la primera infancia, como facilitadoras del
contacto intersubjetivo posterior con ese mundo sociocultural.
Aclara también el autor, que la experiencia intersubjetiva
cultural no tiene lugar en el modelo estructural del aparato
psíquico, sino a partir de esos primeros intercambios.
Por eso es que los relatos, las historias, los cuentos, las na-
rraciones, las canciones, donde el lenguaje opera a través de la
literatura y la música, ocupan gran parte de ese lugar que tanta
importancia tiene en la primera infancia. Una suerte de espacio
virtual que invaden fundamentalmente el juego y otras expe-
riencias culturales que le permiten al niño una integración “a”
y “de” la realidad externa. De este modo, aún cuando el objeto
transicional original va perdiendo ese lugar de privilegio, la
zona de la experiencia, donde se expresa, sigue vigente en el ám-
bito propio de lo sociocultural.
Cabe recalcar que esa intersubjetividad como región de ex-
periencia permanecerá y se transformará activamente duran-
te toda la vida cada vez que un adulto realice actividades lúdi-
cas, sueñe o se dedique a la creación, la contemplación artística,
la lectura literaria. Winnicott considera la experiencia como un
tráfico constante con la ilusión para referirse a la interacción en-
tre la creatividad y la imaginación como el binomio que facili-
ta nuestro estar en el mundo y que nos ofrece la posibilidad de
acceder a experiencias necesarias en un mundo, donde, como
lo manifiesta un personaje de Blade Runner –entreviendo los
cambios del futuro–: “Todos los momentos de la experiencia se
perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.
Esa falta de experiencias genuinas es la que contribuye a esa
sensación de “vida desvitalizada”, como la denomina Larrosa.
Pero, vale apreciar, en medio del cotidiano torbellino, es que la
literatura, la música, la pintura están a nuestra disposición para

30
infiltrarse en ese espacio intersubjetivo e íntimo donde el indi-
viduo puede percibirse a sí mismo como dueño de su tiempo y
de su capacidad de escucha. Tiempo moroso que no compite
con el virtual, porque no se rige por la velocidad, sino por una
dimensión emocional propia, que nos lleva del pasado al pre-
sente o al futuro en ese recordar, pensar o hablar con uno mis-
mo, a través de palabras y también de escenas, olores, sonidos
o imágenes que nos constituyen, a la manera de ilustraciones de
ese otro libro: nuestro libro. A veces, durante la lectura nos sur-
gen evocaciones y recuerdos, algunos tan celosamente escondi-
dos que los creíamos perdidos o, más aún, que desconocíamos,
y que de pronto afloran por la resonancia emocional, sensitiva
que nos provoca una sola palabra... La palabra, la lectura que
nos permite entrar en una dimensión que solo puede alcanzar-
se en y por el lenguaje. El lenguaje del discurso literario, que es
el que nos permite encontrar en la literatura un espacio de re-
encuentro con nosotros mismos. No es este un pensamiento
metafórico o sentimental ya que se producen en el lector verda-
deros procesos mentales y emocionales a través de las sensacio-
nes y pensamientos que las palabras pueden evocar, generando
un trabajo psíquico –muy similar al del escritor– de búsqueda,
descubrimiento y asociación a través de la imaginación.

Lo no previsible de la experiencia

En una conferencia en diciembre de 2011 en Mar del Plata en el


Instituto de Formación Docente, Larrosa reflexionó sobre lo pa-
radójico de la expresión “transmitir la experiencia”, ya que la irre-
petibilidad sería el ingrediente fundamental de la experiencia, aún
para un mismo individuo. Considera, por lo tanto, que es la in-
certidumbre la que nos sitúa en el plano de libertad imprescindible
para que la verdadera experiencia se produzca. Es muy importan-
te la consideración que hace el autor acerca de que ella no tiene
que aparecer solo en referencia a cosas extrañas, raras, nuevas,
sino también en relación a lo cotidiano, porque cuando algo co-

31
tidiano y automatizado emite una luz nueva, que hace que lo vea-
mos, lo miremos, lo sintamos como si fuese por primera vez, de
una forma distinta que nos moviliza, se transforma en una expe-
riencia, ya que se nos presenta como no esperado y nos asombra.
Justamente este criterio de la imprevisibilidad no es lo que nos
propone el consumismo, que, en definitiva, no hace sino ofrecer-
nos “más de lo mismo”, disfrazado de novedad. Lo no previsible,
visto como condición de la experiencia, es un concepto relevante
también en el pensamiento de Hans-George Gadamer (1977
[1960]) cuando subraya lo positivo del valor negativo que opera
en la base de la experiencia por ese no responder a lo que es pre-
visible. En definitiva, ese valor negativo, explica el autor, ese no,
es un valor positivo porque es lo que hace posible que ocurra la
experiencia, porque algo que esperábamos que se repitiera, cierta
vez, no se repite y nos produce otra sensación, una nueva y dife-
rente emoción. Según Gadamer, la experiencia, como todo lo que
podemos comprender, solo es asimilable a través del lenguaje, ya
que él considera al lenguaje como el lugar de encuentro del yo con
el mundo.
Entiendo que este concepto del lenguaje refuerza también,
desde lo filosófico, la importancia de la construcción del rela-
to interno de nosotros mismos, esa narrativización del yo,
como la forma de construir nuestra relación con el mundo y
nuestra propia identidad. Me atrevo a pensar que esta óptica
ontológica del lenguaje como condición del ser, como lo ve
Gadamer, también nos permite fortalecer la vigencia de la lec-
tura y la escritura como proceso de sostén de la identidad. En-
tre los muchos lenguajes que nos rodean, el lenguaje de las
palabras, compañeras cotidianas, cansadas y gastadas, presen-
tes y permanentes en toda la extensión de nuestra vida, al con-
vertirse en materia de escritura y lectura literaria, nos brinda
la posibilidad de provocar experiencias genuinas. Una de las
razones por las que esto puede ocurrir es la cantidad de reso-
nancias sensoriales que pueden provocar las palabras para des-
pertar y transformar nuestras sentidos y emociones, pero ade-
más, la verdadera diferencia cualitativa es que las palabras

32
pueden despertar también la mente, el pensamiento crítico, la
reflexión, la expresión del deseo y el sentido de las cosas que
hacemos.
Creo, en relación al poder de la palabra, que si bien segura-
mente experimentamos alguna vez el poder evocador de la mú-
sica, como, quizás, el más intenso a nivel emocional –en rela-
ción a cualquier otro estímulo artístico, incluida la literatura–,
aún así, probablemente no pueda la música conmovernos tan
fuertemente en el plano del pensamiento y de las ideas como sí
puede hacerlo la literatura a través de la emoción.
Hoy, en este mundo en el que lo sensorial y lo visual predo-
minan, hace falta, además de despertar la sensibilidad, fortale-
cer también el pensamiento, a través de la emoción de pensar y
la emoción de descubrir y generar ideas como una suerte de
poética de la vida. Esta vida un tanto desangelada que tene-
mos; y que podemos embellecer en el sentido estético y ético
más profundo con la literatura, la música y el arte...

A modo de conclusión...

El empeño es, pues, sondear en la lectura literaria esta posibili-


dad de que, además de ser placentera o de entretenimiento, de
escape o diversión, provoque esa suerte de trabajo psíquico a tra-
vés de una conmoción que nos provoca al emocionarnos en un
sentido transformador, profundo y subjetivo. Hablamos de una
suerte de conmoción suave que no pasa por la adrenalina, sino
por un movimiento interno, a menudo tan leve que a veces po-
demos no percibirlo, pero que vuelve a aparecer, quizás, después
de mucho tiempo, porque ha quedado escondido, al acecho,
para cuando nuestra memoria emocional lo necesite y lo evoque.
También la emoción puede embargarnos en el plano intelectual
cuando comprendemos algo nuevo, descubrimos algo que nos
cambia en nuestra concepción de la vida o en aquello que estu-
diamos apasionadamente porque nos hace ver otros caminos
que abren nuevas búsquedas.

33
Por eso, en el ámbito de la lectura, no solo en la literaria,
sino también en la lectura de estudio, Larrosa (2010 [2003]) nos
propone un abordaje subjetivo del texto a través de preguntas,
que el lector mismo se formule, que le permitan interrogar el
texto, preguntas con las que pueda abrirlo y no cerrarlo, expan-
dirlo y no clausurarlo... que pueda ir y venir del texto hacia sí
mismo y hacia otros textos que desconoce, no solo usando sus
saberes previos, sino animándose a un trayecto incierto hacia
otras búsquedas, otros saberes futuros, otras experiencias de co-
nocimiento posibles a partir del desconocimiento.
Este tipo de lectura abierta conduce a una suerte de búsque-
da personal, que ya es en sí misma una experiencia y no solo
una tarea dirigida y obligatoria para dar respuesta solo a las pre-
guntas del profesor, sino, también, a las preguntas propias, las
que subyacen calladas.

34
Capítulo 3

Más allá de la experiencia... la huella...1


Una mirada desde las neurociencias

Si bien como habituales y apasionados lectores de literatura sa-


bemos y sabíamos ya, desde siempre y mucho antes de conocer
los descubrimientos de las neurociencias, que la emoción y la
alegría, o la indignación y la tristeza, o el miedo y la incerti-
dumbre, o la revisión de nuestras actitudes y nuestra vida po-
drían haber tenido su origen en un capítulo de una novela, o,
por ejemplo, en el párrafo final de Las ciudades invisibles de Íta-
lo Calvino, o en el de Lolita de Nabokov o en el acápite de Jus-
tine de Lawrence Durrell, es porque nuestro vínculo con la li-
teratura nos anunciaba que ella podía ser la primigenia fuente
donde abrevar experiencias tan o más emocionantes que las de
la vida real.
Pero el hallazgo, entre las lecturas realizadas, fue Antonio
Damasio, quien como neurobiólogo atribuye a la emoción la
capacidad de poner en movimiento nuestros sueños y deseos,
nuestras actitudes y nuestro cerebro... en fin, de algún modo,
nuestra vida. Con esta perspectiva, resultaría que la sensibili-
dad, las emociones y las experiencias que nos provocan el arte
y la literatura son vitalmente importantes para el buen vivir de
nuestro cerebro, tradicionalmente considerado como el símbo-
lo de lo racional, frío y principal controlador de nuestras emo-

1
  Frase de Antonio Damasio tomada por F. Ansermett y P. Magistret-
ti (2011) como subtítulo para el capítulo “Las pecas”, de su libro Los enigmas
del placer.

35
ciones... Según esta otra perspectiva, la intuición y la emoción,
a veces, pueden guiarnos muy bien, en nuestras decisiones.
Pero mucho antes, el que tuvo que ver con esta reivindica-
ción de las emociones, filosóficamente hablando, fue Baruch
Spinoza, como el mismo Damasio lo manifiesta en su minucio-
sa lectura del filósofo –no por eso menos apasionada–.
Lo maravilloso de estas coincidencias o encuentros, como
el de Damasio y Spinoza, un neurobiólogo actual y un filósofo
del siglo XVII (1632-1677), es que se dieron a través de la lec-
tura. Estimo que Damasio debió sentir una profunda emoción
cada vez que volvía sobre los textos de Spinoza, quien lo acom-
pañaba con su pensamiento filosófico –desde su pobreza, aisla-
miento y soledad de cuatrocientos años atrás– escribiendo sobre
las emociones y en la misma época y ciudad en que triunfaba el
pensamiento racionalista de Descartes.
Si bien reunir inquietudes planteadas por la filosofía con
las neurociencias no es algo en lo que coinciden los neurocien-
tistas que tienen una postura menos holística en relación a su
disciplina, Damasio lo hace no solo en relación a la filosofía,
sino también en cuanto a las manifestaciones artísticas. Postu-
ra coherente con su concepción del ser humano como una uni-
dad, no dividido entre razón y pasión, ya que él justamente
cuestiona con sus investigaciones y teorías algunos aspectos del
pensamiento cartesiano. Pero Damasio, además de escribir
como un científico didáctico, sencillo y claro, escribe como un
filósofo e incluso como un escritor profesional. Este, creo, no
es un rasgo menor, ni secundario, porque es, probablemente,
el que le permite al lector hacer de la lectura de sus libros una
lectura tan valiosa conceptualmente como placentera y emo-
cionante.
François Ansermet (psicoanalista y profesor de Psiquiatría)
y Pierre Magistretti (doctor en Biología), ambos suizos y con-
temporáneos, que tampoco le temen a los criterios holísticos,
en Los enigmas del placer citan a Damasio, a W. James y a S.
Freud en relación a esta vinculación entre cuerpo y mente. Así
es que consideran a la teoría de Damasio denominada “de los

36
marcadores somáticos” como “el espacio” donde se inscriben las
experiencias, y considerándolo uno de los aspectos más relevan-
tes de su teoría, los autores mencionados señalan:

Una experiencia está asociada a un estado somático –un mar-


cador somático, como diría Antonio Damasio– y nunca se in-
sistirá lo suficiente en el papel central de los estados somáticos
en la inscripción de la experiencia, la constitución de la reali-
dad interna del sujeto y la toma de decisiones de ese sujeto.
(Ansermett y Magistretti, 2011: 41)

Tomándome un atrevimiento más al comentar esta cita, di-


ría que, además de la identificación de los autores con la teoría
de los marcadores somáticos de Damasio, es evidente su énfasis
en recalcar: “y nunca se insistirá lo suficiente [...] en la inscrip-
ción de la experiencia”. Y es en esta secuencia, donde la emoción
actúa, a través de los denominados marcadores somáticos, en
nuestras experiencias, nuestra subjetividad y nuestras conduc-
tas. Es a través de ellos que percibimos esa unión entre cuerpo
y mente, por ejemplo, cuando frente a la evocación de una ex-
periencia negativa que pasa velozmente por nuestra mente, sen-
timos un escalofrío o suspiramos o experimentamos algo vin-
culado a ese pensamiento, que, a veces, no registramos
racionalmente. Diríamos que el cuerpo recibe esa “ráfaga”, a
veces casi imperceptible.
Ráfaga que recuerda esa sensación que describen Proust y
Barthes, quienes “retrataron” más de una vez al lector inmerso
en su libro, sintiendo una impresión corporal espontánea pro-
vocada por la lectura.
Ahora sabemos, por las neurociencias, que esa asociación
repentina ha recorrido un largo camino de experiencias a través
de estímulos que han producido determinadas respuestas aso-
ciadas al placer o al displacer como las que nos producen la ale-
gría o el miedo. Emociones primarias a las que se le han ido
asociando, luego, las llamadas emociones secundarias como re-
sultado de nuestro aprendizaje sociocultural; asociaciones de las

37
que surgirán las incalculables reacciones somáticas personales
de nuestro organismo y que estarán siempre en un proceso de
modificación mientras vivamos.
Y ahora sí, vamos arrimándonos al tema que da título a este
capítulo: Más allá de la experiencia..., la huella. Damasio
(2013: 204-210) nos explica este fenómeno a través del registro
de las experiencias que vamos teniendo y que se van inscribien-
do en nuestra red neuronal por los mecanismos de plasticidad
neuronal. Este mecanismo permite que a la huella inaugural se
vayan integrando las huellas de otras emociones que responden
a experiencias similares que despiertan la evocación de aquella
primera huella. Por lo tanto, según la teoría de los marcadores
somáticos, esa plasticidad neuronal permite reproducir un esta-
do somático reactivando el recuerdo de una situación semejan-
te anterior. Plasticidad neuronal, que al encontrar una base bio-
lógica en las huellas dejadas en el cerebro por la experiencia,
constituye un punto de encuentro entre aspectos teóricos de las
neurociencias y del psicoanálisis, como lo demuestran en su tra-
bajo conjunto, Ansermet y Magistretti (2011: 119-133).
Como aclaran los autores, el concepto de la inscripción de
la huella en Freud y para el psicoanálisis debe ser encarado
como una suerte de metáfora gráfica, en tanto que las neuro-
ciencias lo conciben o lo explican como una metáfora plástica,
ya que al proceso de inscripción de la huella se sumarían las fu-
turas reinscripciones. Algo así como que todo se conserva, aun-
que todo cambia, al mismo tiempo. Por esta razón Ansermett
y Magistretti explican lo que ellos denominan “Heráclito apli-
cado a las neurociencias”, y que tan claramente desarrollan en
A cada cual su cerebro (Ansermet y Magistretti, 2006).

La conformación de las huellas... que deja, también, la lectura


como experiencia

Es interesante la utilización de una terminología de la teoría


literaria que aplican los autores en referencia a las huellas con

38
el concepto de sincronía y diacronía de Saussure para explicar
cómo se constituyen las huellas en las redes o “asambleas de
neuronas” que se transmiten entre sí la información a través de
la llamada plasticidad cerebral. Plasticidad que no permite, por
esas incesantes modificaciones, que se utilice dos veces el mismo
cerebro. En su desarrollo del concepto de plasticidad, los auto-
res aplican los conceptos clásicos de Saussure porque conside-
ran que el cambio en las huellas del cerebro se produce conti-
nuamente, en la discontinuidad del instante, sin que se lo
pueda detectar, del mismo modo que cada locutor cambiaría
la lengua con cada acto del habla –por la dialéctica entre sin-
cronía y diacronía–. De lo cual resulta que la inscripción dia-
crónica coexiste con la posibilidad de nuevas asociaciones y
reasociaciones sincrónicas que producen un cambio, que nun-
ca será el definitivo.
Para ir cerrando esta breve reflexión sobre las huellas resul-
ta pertinente una cita de los autores en relación a la función del
lenguaje, ya que no debemos perder de vista que siempre que
hablemos de lectura y literatura, o de promoción de la lectura
literaria estamos trabajando simultáneamente por el crecimien-
to y la permanencia del lenguaje personal y propio del lec-
tor, a través del discurso ficcional:

El lenguaje no es simplemente una mediación, una herra-


mienta de comunicación. No está solo del lado de la expre-
sión, del lado de la emergencia; el lenguaje no es tan solo una
función emergente. También es un operador que marca la
red neuronal; y también una experiencia. En este sentido
participa en la producción del sujeto. (Ansermet y Magis-
tretti, 2011: 126)

Avanzando sobre el primordial rol del lenguaje, los auto-


res lo vinculan, también, con “lo viviente”, por su relación
con la sensación de placer o displacer que acompaña a la ins-
cripción de la huella. Explican algo muy interesante desde el
rol del lenguaje cuando pone en juego “lo viviente”, al señalar

39
que por ese vínculo el lenguaje contribuye a la posibilidad del
error y los malentendidos y que es ese plus lo que libera a la
conducta del determinismo genético, al permitir el acceso de lo
personal, lo creativo y singular. Singularidad necesaria como
característica vital para que emerja el sujeto. Por esta razón,
consideran que el sujeto, más que haber surgido de un siste-
ma de huellas, surge de la discontinuidad del sistema, y de lo
cual sacan una conclusión muy importante que cito textual-
mente:

La plasticidad obliga a pensar la posibilidad de un cambio per-


manente. Como ya lo dijimos, nunca se utiliza dos veces el
mismo cerebro, lo que se puede formular de la siguiente ma-
nera: un sujeto está biológicamente determinado para no estar
en su totalidad biológicamente determinado: está determina-
do para no estarlo, determinado para recibir la incidencia del
otro, para recibir la incidencia de la contingencia. En otras pa-
labras, está biológicamente determinado para ser libre; hay una
determinación de cierta indeterminación. (Ansermet y Magis-
tretti, 2011: 158, destacado de la autora)

La idea de provocar el deseo de leer literatura como experien-


cia, a la luz de la importancia de la emoción que el discurso li-
terario puede despertar por el uso expresivo del lenguaje, como
una fuente donde abrevar experiencias constitutivas de la sub-
jetividad, es una buena razón para darle un nuevo motivo a la
promoción de la lectura, esta vez, avalada por las investigacio-
nes de las neurociencias.
Quizás resulte útil en relación a estas reflexiones una cita
sobre el escaneo cerebral a lectores de literatura que relata
Nicholas Carr en su libro Superficiales (2011: 96):

Los investigadores usaron escáneres cerebrales para examinar


lo que ocurre dentro de las cabezas de las personas que leen fic-
ción. Encontraron que los lectores simulan mentalmente cada
nueva situación que encuentran en una narración. Los detalles

40
de las acciones y sensaciones registradas en el texto se integran
en el conocimiento personal de las experiencias pasadas.2

Y agrega Carr que las regiones del cerebro que se activan a


menudo

son similares a las que se activan cuando la gente realiza, ima-


gina u observa actividades similares en el mundo real.

Es un dato novedoso, como fundamento para la promoción


de la lectura literaria, saber que puede ser, además de una expe-
riencia estética y emocional, una experiencia biológicamente ha-
blando, ya que, como tal, queda registrada en nuestro cerebro
con la misma “legitimidad” que una experiencia del mundo real.
De ser así, la literatura y el arte contribuirían con la posibi-
lidad de generar experiencias genuinas en el lector cuando son
tan pocas las emociones legítimas que el individuo puede en-
contrar en el mundo-consumo que lo rodea. Será entonces po-
sible que un lector sumergido al estilo proustiano en una nove-
la pueda, en un estado receptivo de entrega silenciosa, lograr
experiencias verdaderas a través de la literatura.
Del mismo modo, el arte facilita en la contemplación aten-
ta una actitud de apertura y receptividad, que no es pasiva y que
puede tener una verdadera influencia transformadora, similar a
la que tiene el artista al crear. Creo que en la actualidad es más
fácil lograr experiencias vitales que respondan a necesidades del
individuo en ese clima de apertura y receptividad que allí don-
de abunda el aturdimiento, el estrés, la adrenalina y la sobredo-
sis sensorial. Según las neurociencias pareciera que es posible,
ya que el poder de la ficción de constituir representaciones o
huellas en el cerebro está facilitado por la cualidad y calidad
expresiva del discurso literario. Más allá del género, el autor, el

2
  Estudio realizado por el Laboratorio de Cognición Dinámica de
Washington y publicado en la revista Psicologycal Science en 2009.

41
tema y el canon establecido, es en su cualidad expresiva donde
el lector de carne y hueso tiene la posibilidad de intentar la bús-
queda y el encuentro con el libro donde descubra algo que él
necesitaba escuchar y compartir. Cualidad/calidad discursivo-
expresiva que posibilita esta función subjetiva de elección,
que difícilmente pueden provocar otros discursos. La intención
expresiva, estética, ambigua y polisémica del discurso literario
facilita la evocación emocional y la resonancia afectiva en el lec-
tor. Particularmente en la poesía es donde la palabra puede res-
catar ese sentido primigenio que nada tiene en común con el
uso coloquial y mediático que tiende a lo convencional, a la ob-
viedad, a las fórmulas y repeticiones que anestesian el cerebro.
Vemos, pues, que vamos formando parte, con nuestras lec-
turas y experiencias artísticas, de un complejo entretejido alo-
jado en nuestro cerebro donde a las huellas del mundo real se
suman las de los mundos de ficción y artísticos sin los cuales la
realidad perdería gran parte de su sentido. Sentido que vamos
construyendo, una y otra vez, con nuestras nuevas huellas per-
sonales, que son, a su vez, las que filtran la realidad, que resul-
ta, de este modo, siempre cualitativamente distinta para cada
individuo. Y tal vez sea este el momento de referirse brevemen-
te a un tema que presenta Damasio como uno de los vacíos o
misterios para las neurociencias y que a él le interesa como neu-
robiólogo: el tema de los qualia (Damasio, 2014), tratado ma-
yormente o casi únicamente en la filosofía y que no goza de un
interés generalizado en el campo científico.
Los qualia dan nombre a un elemento imponderable que
permite la experiencia subjetiva de la percepción, imposible de
describir y ubicar físicamente, biológicamente. Los qualia o
quale serían, en definitiva, una cualidad personal y subjetiva
que tiñe las sensaciones que se obtienen como resultado de la
interacción del sistema nervioso del individuo con el mundo
externo e interno, pero que admite un matiz tan subjetivo como
para que no haya dos sensaciones iguales, por ejemplo, ante el
frío, el calor, lo dulce, lo amargo, para citar los ejemplos más
sencillos y frecuentes.

42
Pero, lo realmente importante es que a partir de los qualia,
Damasio desarrolla su teoría, ya no del cerebro, sino de la men-
te, que, con su indisoluble lazo con el cuerpo, es la verdadera
protagonista de nuestra subjetividad. Lo enuncia así:

Me temo que algo comparable ha estado pasando con el gran


misterio que existe tras el problema mente-cuerpo. Trabajar
para encontrar una solución aunque sea parcial precisa un
cambio de perspectiva. Requiere comprender que la mente
surge de, o en, un cerebro situado en un cuerpo propiamente
dicho con el que interacciona; que, debido a la mediación del
cuerpo, la mente está afianzada en el cuerpo propiamente di-
cho; que la mente ha perdurado en la evolución porque ayuda
a mantener el cuerpo propiamente dicho; y que la mente sur-
ge del tejido biológico (neuronas) que comparten las mismas
características que definen otros tejidos en el cuerpo propia-
mente dicho. Cambiar la perspectiva no resolverá el problema
por sí mismo, pero dudo de que podamos llegar a la solución
sin hacerlo. (Damasio, 2014: 209)

En la misma línea de pensamiento y en referencia a la con-


ciencia, explica el autor cómo el sujeto psíquico surge a partir
de pautas neurales que son las que sostienen la estructura “sen-
tiente”, que modula, desde sus raíces ontológicas, la naturaleza
de todos los procesos y funciones del psiquismo. Y, reflexiono,
que es en esa conciencia temporal, en el ámbito íntimo y secre-
to de nuestra subjetividad y el de los qualia, donde se constru-
ye el relato de nuestro ser uno mismo, el lugar de las experiencias
constitutivas que posibilitan también, el arte y la literatura.
Para la comprensión de los fenómenos que vinculan reali-
dad y ficción y para entender la necesidad históricamente an-
tropológica de ese vínculo puede resultar elocuente el pensa-
miento de J.M. Schaeffer (2002), ya citado, quien a partir del
análisis del mundo digital y la cibercultura se remonta a los
fundamentos filosóficos y antropológicos de la ficción y nos des-
cubre cómo la creación y la comprensión de ficciones desempe-

43
ñan un papel indispensable en la capacidad de síntesis de
nuestro pensamiento. Considera, este autor, que estas aparien-
cias ilusorias o “construcciones mentirosas” como, por ejemplo,
los universos ficcionales son los que nos permiten conocer e in-
teractuar con la realidad. Es tal la importancia que le atribuye
a esa interacción que lo lleva a considerar a la ficción no solo
como una respuesta a una necesidad estética del ser humano,
sino como una respuesta, además, a una necesidad cognitiva,
biológica y cultural.

Entre la razón y el placer... el arte

También, Jean Pierre Changeux (1997), biólogo molecular y


coleccionista de arte, quien especialmente se ocupó del apren-
dizaje y del arte –tanto en lo creativo, como en la contempla-
ción–, opina que los procesos neuronales, en permanente mo-
dificación y reconstrucción a nivel sináptico y molecular, sufren
la influencia del entorno sociocultural en sus transformaciones.
Su teoría de la epigénesis señala la existencia de funciones cere-
brales no precodificadas por los genes sino que dependen de
su interacción con el medio y especialmente con el arte, el
que, según explica el autor, utiliza la predisposición de nuestro
cerebro para crear relaciones, precisamente, entre la razón y el
placer. Considera, este autor, que el arte promueve la unifica-
ción de estos dos aspectos. Visto así, el arte nacería de la capa-
cidad humana para transmitir información de una forma dis-
tinta a la de la transmisión genética, a la vez que el placer
estético sería el resultado gratificante de esa transmisión extra-
genética. Dice al respecto:

Podemos imaginar –estamos lejos de hechos científicos– que


la delectación ante una obra armoniza el placer y la razón, que
reúne la emoción y el concepto. Esa relación razón-placer ha-
ría intervenir todo un sistema de conocimientos que el sujeto
ha almacenado en su memoria, sus experiencias vividas y su

44
conocimiento del mundo cultural presente y pasado. (Chan-
geux, 1997: 130)

Si bien esta apreciación de Changeux está dirigida a la obra


plástica, resulta aplicable a las otras artes y particularmente a la
literatura, cuyo poder de evocación de imágenes a través del
lenguaje es cuasi infinita. Changeux cita más de una vez, para
respaldar sus ideas, a Schiller, el poeta romántico alemán, quien
a menudo hace referencia también a la obra de arte como un
elemento que une las leyes de la razón con las de los sentidos.
Así vamos uniendo cerebro, emoción, alma, sueño, placer,
mente, conciencia, qualia, contemplación estética y literatura,
ya que, en distinto grado, toda experiencia artística actúa en ese
resguardado rincón del cerebro donde el arte, la poesía, la lite-
ratura y la filosofía del pensamiento, transformados en expe-
riencias subjetivas, siguen siendo los verdaderos embajadores de
la condición humana.
Para expresar con mayor exactitud esto que intento decir, y
en referencia directa a la lectura literaria, hago mías estas pala-
bras de George Steiner, que lo dicen como solo él puede hacerlo:

A lo que me he estado encaminando todo el tiempo es a la no-


ción de la capacidad literaria humana. En esa gran polémica
con los muertos vivos que llamamos lectura, nuestro papel no
es pasivo. Cuando es algo más que fantaseo o un apetito in-
diferente emanado del tedio, la lectura es un modo de acción.
Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la
entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimi-
dad. Un gran poema, una novela clásica nos asedian; asaltan
y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un ex-
traño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nues-
tros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más
secretos. Los hombres que queman libros saben lo que hacen.
El artista es la fuerza incontrolable: ningún ojo occidental,
después de Van Gogh, puede mirar un ciprés sin advertir en
él el comienzo de la llamarada. (Steiner, 2003: 27)

45
Capítulo 4

El papel del lenguaje en la subjetivación


y en el vínculo con los otros

Considerando el tema al que nos venimos refiriendo –el aporte


de las experiencias artísticas y entre ellas de la literatura para la
construcción de la subjetividad–, es necesario también recordar
que la construcción de la subjetividad –más allá de los qualia y
de los rasgos particulares de cada sujeto– no es algo que hace
cada uno en soledad, sino en la interacción con los otros. La
subjetividad deviene de esa misma interacción, de esos vínculos
con los otros y con las cosas, es decir, a partir de la articulación
de cada uno de nosotros con su ámbito sociocultural. Para
Alain Touraine (2006), el concepto de sujeto es más complejo
y amplio que el de self, porque lo considera específicamente
como una construcción sociocultural.
Ahora bien, en este proceso de intercambio dialógico con
los objetos socioculturales y ya desde su comienzo con la voz
materna y los objetos y espacios transicionales, ocupa siempre
un lugar primordial el lenguaje como mediador. Sabemos, por
ejemplo, basados en los estudios de Lev S. Vigotsky (1979), que
la gramaticalización de las personas en pronombres es lo que
facilita transformar las categorías socioculturales en estructuras
de pensamiento. Sabemos, también, que es el pronombre el que
permite tomar distintas perspectivas sobre una misma persona
y que en ese ejercicio el sujeto hablante logra descubrirse real-
mente como “un sí mismo”. Pero sabemos además por Vigots-
ky que el niño solo puede empezar a usar el pronombre “yo”
cuando ya ha experimentado en el ejercicio cotidiano el enfren-
tar su intencionalidad con la de “los otros”. Necesitamos, en ese

47
comienzo y también después, durante todo el trayecto de nues-
tras vidas, diferenciarnos de “los otros”, para seguir constitu-
yéndonos en nosotros mismos.
Otro especialista en el tema de la subjetivación, referente a
la adolescencia, Víctor Guerra (2006: 41-60), estudiando este
tema hace ya unos años, analizaba cómo el adolescente se veía
envuelto en una fuerte experiencia sensorial para constituir su
subjetivación. Cómo la presentación inmediata de imágenes vi-
suales o auditivas y en simultaneidad, en la televisión, en lugar
de la representación mediada por la palabra, tendría implican-
cias, a futuro, en la constitución de la subjetividad del adoles-
cente. Su importante análisis de esa nueva forma de experimen-
tar la realidad casi exclusivamente a través de los sentidos lo
lleva a calificar la identidad del adolescente como una identidad
sensorial. Guerra propone como terapeuta una suerte de ayuda
para los jóvenes en la alternancia con la palabra como un vehí-
culo para la construcción de una narrativa sensorial que le per-
mita al adolescente la construcción del sí mismo a través de su pro-
pio relato (Guerra, 2006).
Lo que se produce cuando el rol de la palabra es sustituido
por la inmediatez de las imágenes es un quiebre en la capacidad
de comprensión, ya que la representación es sustituida por la pre-
sentación “en directo”. Con esta sustitución la que se ve dismi-
nuida es la capacidad de abstracción.
Por esta, entre muchas otras razones, que no han variado
científicamente en cuanto a la concepción de cómo se va cons-
tituyendo el sujeto, es que me resulta difícil aceptar que una
identidad “modelada” desde afuera de uno mismo, uniforme,
homogénea, repetida e impuesta para consumo masivo, a través
de la publicidad y del discurso mediático, pueda o intente fun-
cionar como sustituto, o parte, de esa propia e intransferible
subjetividad que nace y se hace entretejida con la historia per-
sonal de cada uno en su propio mundo y con “sus propios
otros”, de carne y hueso.

48
El rol de la sensibilidad en la construcción de la subjetividad
y en la experiencia literaria

Un filósofo que desarrolla el concepto de subjetividad como una


construcción en relación a los otros es Emmanuel Levinas (1999:
201-261), quien considera a la sensibilidad como el elemento fun-
damental en el terreno de lo emocional y primordial en la relación
con el otro. Explica, en el encuadre de su teoría, que lo primero
al entrar en contacto con otro es “la presencia que se ofrece a
través del rostro”, es decir, la presencia del individuo ante el otro
siendo sensible a esa presencia. Lo trascendente, para Levinas,
está en el rostro que es, luego, revelado por la palabra, que in-
terviene en un segundo momento y hace a la comunicación con
ese “otro”. Para él, la sensibilidad, en ese dar acogida al otro con
el rostro, es lo esencial y, por lo tanto, la sensibilidad es en la
teoría de Levinas el elemento constitutivo de la subjetividad.
Así como hemos valorizado el aspecto emocional en la lec-
tura literaria y la necesidad de que el lector logre emocionarse
con lo que lee, para que la lectura sea una verdadera experien-
cia, también es necesario ejercitar la sensibilidad para adentrar-
se en el texto, como paso previo. Es un desafío para el mediador
de lectura o profesor de literatura cómo desarrollar esa capaci-
dad de ser sensible al lenguaje del discurso literario, para lograr,
de a poco, la captación de lo estético y llegar a emocionarse
con el modo de decir lo que el texto dice. Esto hace necesario
un ejercicio de muchas y variadas lecturas literarias que fami-
liaricen al alumno en su contacto con el discurso ficcional.
También puede resultar un buen recurso iniciar la lectura de
las obras conjuntamente con ellos para abrir el texto hacia los
alumnos y escucharlos después en sus primeras y diferentes im-
presiones. Creo en la necesidad de acompañarlos en esa búsque-
da, con preguntas más que con respuestas, para que ellos mis-
mos vayan descubriendo la belleza, la fuerza expresiva de las
palabras, tanto como las estrategias discursivas del lenguaje li-
terario y de los distintos autores en sus múltiples aspectos y en
sus diferencias.

49
La sensibilidad a la música o a la pintura se forman con el
tiempo y nosotros debemos, también, enfocar con tiempo una
suerte de alfabetización estética literaria que les permita a los jó-
venes disfrutar de la literatura emocionalmente. Si bien es nece-
sario trabajar sobre la construcción y comprensión de los textos
–y para ello enseñarles a elaborar reseñas literarias es una buena
estrategia–, no debe faltar un abordaje sensible y emocional del
texto como el momento protagónico del lector para que pue-
dan expresarse y animarse a compartir lo que le gustó y el porqué.
Lo que sintió, lo que pensó, lo que recordó al leerlo, qué lo emo-
cionó, con qué o quién se identificó y por qué, y permitirle hablar
sin censura académica respetando lo que dice, sin imponer crite-
rios o calificaciones a lo que exprese. En definitiva es ese el aspec-
to en que el lector de Secundaria, la mayoría de ellos, lectores en
formación, pueden todavía acercarse afectivamente a la literatura
y transformarse en lectores autónomos, que es lo que buscamos.
Judith Butler (2006), filósofa, también preocupada por la
sensibilidad, basándose en el concepto levinasiano del rostro,
analiza los rostros que muestra la TV norteamericana como ver-
daderos anti-rostros en contraposición al sentido que le da Levi-
nas, ya que estos otros son rostros de la TV fraguados y mani-
pulados para ocultar lo que Butler define como “la precariedad
de la vida”. Lo que ella considera en su análisis es la deshumani-
zación del rostro en los medios y su utilización por las ideologías.
Uso mediático que falsea la posibilidad de despertar la sen-
sibilidad entre los seres humanos, esa sensibilidad constitutiva
del vínculo con los otros, que para Levinas está más allá de las
ideologías porque expresa al sujeto desde adentro. Desde el lu-
gar del sí mismo, desde su subjetividad.

Subjetividad y entorno sociocultural

En lo referente a la subjetividad y lo sociocultural, es didáctico


el concepto de ámbitos de realidad que López Quintás (2004)
utiliza para referirse a una forma de conexión intersubjetiva con

50
el entorno, donde señala que el tipo de relación dialógica que se
establece con los objetos le permite al individuo ir formando su
personalidad al transformarlos en ámbitos de realidad. Es decir,
aquellos objetos y espacios transicionales fundantes de la inter-
subjetividad estudiados por Winnicott serían –a mi modo de
ver– los que López Quintás considera como ámbitos de realidad
a lo largo de la experiencia sociocultural con la que interactúa
el individuo más tardíamente. Un libro, un texto, sería un ám-
bito de realidad, tal como lo considera este autor, porque le per-
mite al lector formar una relación dialógica con él. Relación dia-
lógica que, como venimos manifestando, le sirve al lector
cuando le permite sentir la lectura como una experiencia, al
dejarse penetrar y transformar por ella poniendo en juego sus
fantasías, deseos, emociones y vivencias, que dialogan con las
del personaje, el narrador o el autor.

51
Capítulo 5

De la sensibilidad a la empatía...
también en la literatura

Esta apertura hacia el otro, desde lo afectivo, este recepcionar


para ver y verse también en el otro es lo que da paso a la posi-
bilidad de la empatía, del acercamiento y con él la experiencia
de ponerse en su lugar. Teniendo en cuenta los conceptos ya
desarrollados acerca de la intersubjetividad y la relación dialó-
gica del lector con el texto, podemos avanzar en cuanto a los
aportes de la lectura literaria en la empatía del lector con los
personajes y que puede ser asociada –como señala Michèle Pe-
tit (1993)–, por ejemplo, con el ejercicio de la solidaridad.
Se refiere Petit a la literatura que nos permite ponernos en
el lugar del otro, a través de los personajes y las situaciones que
ellos viven cuando nos involucran no solo por identificación,
sino a través de un verdadero trabajo psíquico que nos produce
esa suerte de “encuentro de personalidades” que nos facilita un
ejercicio humanizante desde la lectura.
Con similar perspectiva, la filósofa norteamericana Martha
Nussbaum (2003) en su práctica docente universitaria utiliza
novelas realistas para humanizar temas de economía que ense-
ña a sus alumnos de posgrado en la Universidad de Chicago,
entre otras, por ejemplo Tiempos difíciles de Charles Dickens.
Insiste Nussbaum en que este abordaje de las teorías económi-
cas a través de la literatura realista y los personajes de ciertas
novelas, con sus ideologías, su visión de la vida y el tipo de vín-
culos que generan con los otros personajes y cómo piensan, en-
riquece y humaniza la reflexión sobre el contenido de estas dis-
ciplinas (Economía y Derecho) que si bien son humanísticas,

53
porque surgieron de necesidades humanas, se han ido distan-
ciando de estas, su razón fundante.
Otro ejemplo sobre esta forma de entender esta cualidad de
la literatura es la opinión de Miguel de Unamuno, escritor de
novelas y ensayista, quien, acerca de su novela Abel Sánchez, ex-
presamente manifestó que había decidido escribir una novela y
no un ensayo sobre la envidia, porque entendía que lo esque-
mático de la teoría pura no alcanzaba para encarnar la expresión
de los sentimientos y las pasiones del ser humano.
Cuando un lector deja entrar dentro de sí a un personaje
con sus sentimientos, sus rasgos de carácter, su manera de mos-
trarse u ocultarse, sus defectos, sus temores, sus conductas, sus
pensamientos, y logra de ese modo verse consustanciado con él,
puede experimentar emociones y sentimientos que de otro
modo, quizás, no conocería en su vida real. Esta sería una de
las funciones sociales de la lectura literaria, al proporcionarnos,
en palabras de Petit, un escenario donde ensayar ciertas formas
de empatía que luego el individuo podrá reconocer y experi-
mentar en situaciones y con personas de la vida real.
También Changeux piensa que la empatía que el espectador
puede experimentar frente a un cuadro al ponerse en el lugar
de los personajes representados tiene su explicación en que el
placer estético resultaría de una movilización de conjuntos de
neuronas que lograrían ese efecto de armonía entre la sensua-
lidad y la razón. Por eso remarca la intersubjetividad como una
cualidad de la comunicación entre la obra de arte y quien la
contempla:

La obra de arte participa en una forma de comunicación “in-


tersubjetiva” donde la individualidad del creador y del espec-
tador ocupan un puesto central. Haciendo surgir en el com-
partimiento consciente del espectador imágenes, memorias y
recuerdos, la obra de arte, mediante su “facultad de despertar”,
produce y vehicula modelos del hombre en sociedad. (Chan-
geux, 1997: 130)

54
Es decir que esta relación intersubjetiva pone de manifiesto
no solo la empatía del espectador –o lector– sino que, además,
explica que esa empatía se puede producir en tanto que la obra
de arte modeliza formas de ser y actuar de la realidad sociocul-
tural.

Leer la mente de los personajes

Fritz Breithaupt, en Culturas de la empatía (2011: 9-25), un li-


bro de conocimiento tan fascinante como una novela, utiliza
la literatura narrativa realista para hipotetizar sus teorías. Con-
sidera, como Petit, pero desde otra óptica, que la literatura nos
permite, como lectores, empatizar con el otro –los seres reales–
a través de los sentimientos que nos despiertan los personajes
de ficción. Breithaupt “piensa al lector” como a una suerte de
observador del mundo que se le presenta en la obra y que en
determinadas circunstancias hasta puede inclusive conectar su-
cesos, aunque no estén explícitamente conectados entre sí, en el
texto. Señala que es esta capacidad del lector de completar por
sí mismo aspectos de lo narrado la que le permite simpatizar,
compadecerse o, de alguna manera, leer la mente del personaje,
al vincular sus acciones y actitudes con las motivaciones o ra-
zones de sus conductas. Una prueba de esta hipótesis, conside-
ra el autor, es el hecho de que las personas poseen capacidad
de pensamiento ficticio y de creación de mundos imaginarios
elaborados, como lo tienen los escritores, que responden a su
propia capacidad de representación tanto de sí mismos como
de los otros, cualidades que nos aportan más elementos para el
conocimiento de la capacidad cognitiva del ser humano. Es
importante aclarar, como señala Breithaupt, que al hablar de
estas funciones estamos refiriéndonos a la corteza frontal, que
es la que tiene implicancia en las funciones propias de nuestra
especie, tales como programar y ejecutar acciones, tomar de-
cisiones y también interpretar los sentimientos. Breithaupt, en
definitiva, piensa que la literatura narrativa puede darnos una

55
clave para conocer los mecanismos de la empatía en el ser hu-
mano.
Al sentir empatía con los personajes, por razones que hacen
a la propia historia y afectividad del lector, se produce en él el
pasaje de una situación de extrañamiento a una de reconoci-
miento, como a veces nos pasa en la vida real con alguien. Esta
empatía que le provoca la situación lo emociona, a partir de su
sensibilidad frente a los problemas, sentimientos o actitudes
planteadas, y pone en juego las razones de su movilización, que
están ligadas a sus propias concepciones de la vida, de la reali-
dad, de sus creencias, y que lo llevan a tomar partido, quizás
porque reconoce en el personaje su propia vulnerabilidad, o, por
el contrario, una fuerza que él querría poseer y que le despierta
admiración, por citar solo dos entre cientos de situaciones po-
sibles. Creo que la experiencia de sentirnos vulnerables, hoy,
puede despertar la empatía y solidaridad frente al dolor del otro,
o como dice un famoso novelista mejicano en un libro que no
es una novela:

Desde esta perspectiva, la ficción cumple una tarea indispen-


sable para nuestra supervivencia: no solo nos ayuda a predecir
nuestras reacciones en situaciones hipotéticas, sino que nos
obliga a representarlas en nuestra mente –a repetirlas y recons-
truirlas– y, a partir de allí, a entrever qué sentiríamos si las
experimentáramos de verdad. Una vez hecho esto, no tarda-
mos en reconocernos en los demás, porque en alguna medida
en ese momento ya somos los demás. (Volpi, 2014: 22)

Es muy atrayente el comentario de Breithaupt (2011) en el


que hace referencia a la convivencia de las dos concepciones que
plantean esta problemática en el terreno literario y filosófico
alemán y que resultan contrapuestas, durante la década de
1770-1780, refiriéndose primero al mecanismo de la simpatía
que se da a través de la compasión en el dolor –ya planteada por
Aristóteles en su retórica del teatro– y, por otra parte, a la apa-
rición del tema del “yo romántico” como un imperativo indi-

56
vidualista, a partir de 1769 con el Sturm und drang. Teorías
que representan, respectivamente, el salirse de uno mismo, en
este afán de empatía con el otro, o el quedarse clausurado en el
sí mismo, lo que no permite empatía ni ver el mundo que nos
rodea sino, y únicamente, como una proyección de nosotros
mismos, de manera que esta última privatiza al individuo y le
impide interesarse por el otro.
Considero que este es un tema que cobra vigencia hoy ya
no desde una postura precisamente romántica, sino desde una
mirada light, cool de la vida, pero igualmente egoísta y limitada.
Por otra parte, Breithaupt (2011: 74-87) menciona la concep-
ción de Bertolt Brecht acerca del teatro, cuando considera ne-
gativa la valoración que hace Aristóteles del aspecto empático,
a través del concepto de simpatía, porque piensa que esa iden-
tificación emocional no permite una consideración racional y
reflexiva con los temas planteados a través de los personajes, ni
darles una dimensión social, porque el planteo queda encerrado
en una perspectiva individual.
Desde ya que estas diferencias en las posturas responden a
criterios de autores y críticos y no de los lectores, quienes por
poseer su propia ideología se verán representados, o no, y em-
patizarán, o no, con determinados personajes y situaciones.
Comprender que este encuentro dialógico entre el lector y
la obra tiene sus raíces en la constitución de la más temprana
intersubjetividad es encontrar en la literatura y en el arte la re-
sonancia de una vivencia iniciática del ser humano.

57
Capítulo 6

De la empatía a la narrativización
de los personajes

Para poder experimentar empatía con otros seres de la vida real


como con los personajes de la ficción, necesitamos tener una
idea de su vida, su historia, su modo de ser en su pasado, por-
que son esas apreciaciones las que nos permitirán comparar su
historia con la nuestra y encontrar esa similitud o diferencia que
dará paso al sentimiento de empatía. En ese aspecto, sabemos
que las obras de ficción también nos brindan perspectivas acer-
ca de los personajes mediante diversas estrategias narrativas –ya
sean lineales o en flash­back, por ejemplo, en el cine o la novela.
Todas las referencias y episodios que den cuenta de un perso-
naje nos permiten ir narrativizando su vida en una secuencia
temporal que construimos nosotros mismos a partir de los da-
tos obtenidos. De ese modo, realizamos esa suerte de lectura de
la mente del personaje, como la denomina Breithaupt (2011: 210-
218), y también Volpi, que nos permite entrar en un acerca-
miento empático, porque sentimos que hay algo entre ese per-
sonaje y nosotros que nos induce a reconocernos en él.
Particularmente al adolescente le hace mucho bien no sentirse
“un caso único y distinto” sino sentir que hay otros que ya han
pasado o pasan en sus vidas por lo mismo que él experimenta.
Esto se advierte claramente en el interés que provocan en la ado-
lescencia las novelas de iniciación y descubrimiento.
Ahora bien, ¿cómo es esa narración del personaje que el lec-
tor construye y cómo lo hace? Breithaupt (2011: 172-178) seña-
la que no es necesariamente causal, ni temporal, ni objetiva,
sino que, por el contrario, el lector aporta una suerte de distor-

59
sión de los hechos con la perspectiva personal que él les adju-
dica.
Y es en esa parte del proceso empático donde, según Bre-
ithaupt, el lector –no siempre conscientemente– selecciona, je-
rarquiza, interpreta, distorsiona e incluye en contextos diferentes
una misma situación, que de ese modo logra hacerla suya y asig-
narle un significado subjetivo. Así, pues, la distorsión personal y la
inclusión en contextos diferentes son rasgos clave de la narratividad
que mucho tienen que ver con lo emocional de la lectura que
guía estos procesos, y así el lector les va asignando a los aconte-
cimientos una lógica personal, una resonancia emocional que le
permite construir significado al no ser indiferente a lo que lee.
Como nos enseña Breithaupt:

Quien narrativiza (es decir, relata, escucha narraciones y pro-


cesa sucesos como narraciones) recorta elementos del flujo de
los acontecimientos, los enmarca, les otorga una perspectiva
que brinda dirección, plausibilidad y coherencia al relato, y de
esa manera decide qué tiene “importancia”, cómo y por qué la
tiene. Quien piensa en forma narrativa puede recortar y en-
marcar cada episodio de manera distinta. Solo la narración
transforma los hechos en acontecimientos. (Breithupt, 2011: 173,
destacado de la autora)

En la narrativización de los otros, en esa tercera persona, es


donde ensayamos el uso de la primera persona narrativa. Pri-
mera persona que nos ayudará, además, a desarrollar nada me-
nos que nuestra capacidad de diálogo interior y que, a su vez,
nos conducirá hacia la autonarración, la construcción de nues-
tro propio relato, al que por afición lectora me permito llamar
ese otro libro.
La lectura de la narración literaria nos facilita no solo ese
maravilloso ejercicio de narrativización, sino que además nos
acerca un abanico inmenso de “personas-personajes”, que desde
la perspectiva del lector puro –no contaminado con la mirada
del crítico– son vivenciados como personas de carne y hueso,

60
como él. Y como lo avalan no pocos testimonios de lectores y
escritores, hay “vivencias literarias” tan o más fuertes que las de
la vida real... verdaderas experiencias.

La narración como una forma de legitimar la realidad

Peter Carruters (2009: 121-138), también citado por Breithaupt,


estudia la inteligencia narrativa y considera, como otros cien-
tíficos, que el pensamiento narrativo es una forma de la con-
ciencia humana. Expresa este autor que cuando transformamos
en narración, es decir, en acontecimientos, los hechos de otro,
lo que hacemos, en realidad, es legitimar las conductas de ese
otro. Ambos autores coinciden también en algo muy interesan-
te y es que la narración que construye el lector, al tender puen-
tes, vinculaciones entre los hechos, es siempre una forma de co-
municar lo no comunicado o lo no comunicable. Lo no dicho,
pero que sí puede decírselo, de ese modo, a sí mismo.
La subjetividad que le imprime cada uno a los hechos son
las variaciones que un mismo individuo puede ir presentando
en la narración de un mismo suceso con el transcurso del tiem-
po. Este es un aspecto abordado especialmente en los casos de
los testimonios en el terreno judicial –donde el individuo na-
rrativo no puede dejar de manipular lo que expone– las más de
las veces para que sea funcional a sus intereses, aunque no siem-
pre de modo consciente. Breithaupt define esta capacidad de
adaptar y manipular estratégicamente la información como una
capacidad cognitiva central del ser humano. Es decir que esa ca-
pacidad de narrar los hechos y de manipularlos, no en un senti-
do peyorativo, sino como algo inevitable y, de algún modo,
como un recurso de interpretación y de organización, es, a su
vez, lo que le da al pensamiento narrativo la importancia que
tiene a nivel cognitivo personal. En esa transformación interac-
túan ciertos patrones narrativos que vamos conformando a tra-
vés de las experiencias pasadas y que son los que orientan nues-
tras acciones futuras.

61
El concepto de construcción de significado desde las neuro-
ciencias aplicado a la narración literaria, interpreto que, además
del aspecto cognitivo, valora el rol de lo emocional como ge-
nerador del interés en la elección del personaje o la situación
que, en particular, seduce al lector, quien luego realizará el pro-
ceso de construir, no solo re-construir el texto, al amparo de su
sensibilidad, la emoción y la empatía que ambas generan.

Ahora bien, cabe preguntarse si no es exactamente este el


modo que el escritor utiliza para nutrirse de la realidad, para
configurar a sus personajes y las peripecias que les hace atrave-
sar. Y si en tal caso: ¿el lector, a través de la empatía, no vuelve
a poner en marcha el mismo mecanismo de interpretación o
transformación, en relación a los personajes y a sí mismo? Esto
no es una novedad, pero no deja de ser maravilloso no encon-
trar demasiadas diferencias entre “escritor y lector”, entre “rea-
lidad y ficción” en el terreno de la experiencia emocional. Qui-
zás este y no otro sea el secreto de la necesidad y perdurabilidad
de la expresión artística en el hombre como manifestación hu-
mana.
Breithaupt piensa la tendencia a narrar como la forma de
legitimar los sucesos de nuestras vidas:

Al parecer, la capacidad de narrar no es simplemente un regis-


tro que a veces se activa y a veces se desactiva, sino un filtro,
a través del cual percibimos todos los acontecimientos y toda
conducta. Incluso en aquellos casos en que un acontecimiento
no es verdaderamente “narrativo”, hay una verdadera tenden-
cia en la conciencia humana a procesarlo en forma narrativa.
(Breithupt, 2011: 183)

Al valorizar esta característica de transformación personal


que realiza cada sujeto, el autor nos explica también que sin la
posibilidad que cada uno tiene de narrar para sí de modo per-
sonal y diferente la experiencia del mundo, esa experiencia no
pasaría de ser una narración meramente descriptiva, una serie

62
de textos e imágenes yuxtapuestos sin un lazo que les asigne un
sentido personal.
Interpreto, siguiendo a este autor, que es en esa narración o
autonarración propia por medio del lenguaje como se va con-
formando, también, ese otro libro, donde se hace posible la in-
terpretación de los hechos, que, transformados en acontecimien-
tos, podemos atesorar como legítima experiencia.

Tres investigadores en la misma línea: Turner - Taylor - Dennett

The literary mind

Mark Turner (1996) –investigador en temas de la cogni-


ción– desarrolla en su teoría que esa capacidad de manipular y
mentir (a la que acabamos de referirnos a través de Breithaupt) es
la que permite the literary mind o la mente literaria en sí misma.
Turner asegura que nuestro desarrollo lingüístico, artístico,
científico, musical y el de todas aquellas variantes creativas que
podemos desarrollar actualmente, como la de la moda y tantas
otras, tiene su origen en una serie de habilidades mentales y lin-
güísticas previas, muy lejanas temporalmente, como, por ejem-
plo, la de imaginar historias, hacer proyecciones, construir pa-
rábolas y metáforas a través de la capacidad de mezclar, imaginar
y asociar. Para este investigador, la parábola es el cimiento de
nuestra mente, tanto para el pensamiento como el conocimien-
to, la creación y la acción. Considera que es erróneo pensar que
la mente puede ser literaria o no, porque ciertamente lo es.
Por otra parte, Breithaupt remarca un concepto general
acerca del lector, muy cercano a la concepción del lector que es-
tamos abordando:

¿Quién construye, entonces, la narración? ¿El narrador, el tex-


to (teatro, cine) o el lector (oyente, espectador)? Basándonos
en las argumentaciones desplegadas más arriba, podemos de-
cir: el lector. Hasta en la secuencia más banal de los aconteci-

63
mientos, es el lector (en diferentes variantes) quien despliega
la cadena. (Breithaupt, 2011: 200)

Inner speech

Charles Taylor (1989), autor ya mencionado, considera que


los textos autoconscientes sobre la narración de la subjetividad
son verdaderos “documentos de civilización”, porque los califica
como testimonios de las prácticas por las que los sujetos se “di-
cen” y al decirse se construyen lingüísticamente a sí mismos y así
interpretan quiénes son y qué desean. El mismo autor y en refe-
rencia al mismo aspecto, pero extendiéndolo a la identidad mo-
ral del individuo, explica que cada individuo realiza un recorri-
do por los que él denomina distintos espacios morales, y que ese
itinerario que cada uno hace es el que nos lleva a la idea de la na-
rrativa del sujeto, como algo constitutivo de su subjetividad.
Sujeto moral que no está dado ni clausurado ya que esa narración
constitutiva es un hacerse en el proceso total de una vida. Taylor,
hipotetizando una situación acerca del inner speech, y a modo de
ejemplo, comenta que si un antepasado nuestro hubiese gritado
pidiendo ayuda y nadie lo hubiese escuchado o respondido, en
ese caso, al quedar la pregunta sin la respuesta de otro, él mis-
mo se la hubiese respondido, ignorando que acababa de poner en
contacto dos áreas de su cerebro distintas para esa comunicación
interna. Luego desarrolla la idea de cómo evolutivamente ese in-
ner speech fue el antecedente de nuestro hablar con uno mismo y
también del pensamiento consciente. Confirma que, en realidad,
lo único que habría ocurrido en el ejemplo dado es que se habría
acortado el circuito que iba de la boca al oído.

Centro de gravedad narrativa

Daniel Dennett (2013) ha profundizado, también en el


estudio de ese inner speech –autonarración, o hablar con uno

64
mismo–, acerca de cómo nuestros más remotos antepasados
no usaban el lenguaje sino solo para realizar preguntas como
pedido de auxilio, no dirigido específicamente a nadie, lo que
se complementa con la hipótesis de Taylor. El mismo autor
desarrolla también la idea del yo como un centro de gravedad
narrativa –a partir del concepto de centro de gravedad, como
una abstracción planteada por la física– como un abstractum
planteado desde la psicología y elaborado narrativamente por
el sujeto, al que denomina centro de gravedad narrativa. Se-
ñala una semejanza conceptual entre ambos centros de grave-
dad en cuanto a su dimensión temporal porque reflexiona que
así como al concepto de centro de gravedad newtoniano, en
relación a los objetos, se lo define por su existencia solo espa-
cio– temporal y cambiante, el self, el yo, que no puede ser ubi-
cable en el cerebro sería también una construcción temporal
y cambiable a través de ese discurso interno que cada uno sos-
tiene consigo mismo (Dennett, 2013: 11-25).
La explicación de Dennett sobre el rol de la narración en
cuanto a la construcción del yo me motiva a pensar al lector en
relación a su subjetividad, desde el punto de vista narrativo, y a
la literatura, principalmente narrativa, como un camino de sos-
tén para esa narración interna, para ese otro libro, en definitiva.
Estas coincidencias entre la narración considerada desde
una perspectiva mental por las disciplinas cognitivas y la narra-
ción y sus características en el escritor y el lector nos permiten
ahondar y avanzar en la investigación acerca de cómo la obra
literaria, principalmente la novela, sigue brindando un escena-
rio, como lo llama Petit, donde ejercitar la empatía y ensayar así
formas de la solidaridad aprendiendo a ponerse en el lugar del
otro. Acceder a personas-personajes, lugares y conflictos ficcio-
nales, también nos permite potencialmente elaborar y a veces
resolver conflictos personales, así como comprender a otros, de
una manera humanizada, poniendo en juego las emociones que
nos pueden conmover y hacer reflexionar, como solo la litera-
tura y el arte pueden hacerlo, en esa relación dialógica que man-
tenemos con ellas y, a la vez, con nosotros mismos.

65
La narración para Bruner, según la lectura de J. M. Siciliani Barraza

“Narrar es la forma privilegiada del ser humano


para construir su identidad”.
Jerome Bruner

Siciliani Barraza, en el artículo “Contar según Jerome Bruner”


(2014: 31-59), citando una tras otra diferentes frases y párrafos
de La fábrica de historias de Jerome Bruner (2003), lo que nos
va demostrando es que la búsqueda que llevó a Bruner a reali-
zar su enorme aporte a la educación estuvo motivada principal-
mente por descifrar qué es y cómo funciona la mente del ser hu-
mano.
Es por esta razón que resulta oportuna la presencia de Bru-
ner para los temas sobre los que hoy echan luz las neurociencias,
y dedicarle un espacio, aunque breve, con esta reflexión en tor-
no al valor de la narración para la conformación de la identi-
dad, a la que intentamos acercarnos.
El otro aspecto atractivo de este artículo y que celebro como
opción y estrategia expresiva del autor es la de utilizar “copio-
samente” las citas de Bruner, con quien él entabla, de ese modo
y como lector especializado, un verdadero diálogo del cual sur-
ge el pensamiento de Bruner ligado a las claras y puntuales re-
flexiones de la lectura que realiza Siciliani Barraza.
La búsqueda de significado, el sentido de la imaginación y
la narración como formas de pensar la realidad y también de
pensar lo posible, entre muchos otros temas, indican como esen-
cial recordar algunas ideas de Bruner acerca de la narración a
través de solo tres citas del autor del artículo:

1) En ese contexto, hablar del relato tiene que ver con ese pro-
blema central que ha preocupado a este psicólogo y pensador:
“¿cómo le damos significado al mundo y a la vida?” (Bruner,
2003, p. 8), “¿cómo se crea significado en el marco de la pro-
pia cultura?” (Bruner, 2003, p.15); ““¿qué hacemos cuando
narramos?”2 (Bruner, 2003, p. 16). Antes de responder, vale

66
la pena conservar en la mente una expresión de Bruner, como
una invitación a la vigilancia: “¡Cuidémonos de las respuestas
demasiado fáciles!” (Bruner, 2003, p. 48). (Siciliani Barraza,
2014)

2) “La narrativa literaria ‘subjuntiviza’ la realidad… y da lugar


no solo a lo que existe, sino también a lo que hubiera podido
ser” (Bruner, 2003, p. 76). “Por eso la narrativa mantiene una
tensión entre lo consolidado y lo posible, entre la tradición y
la innovación, entre lo canónico y lo posible” (Bruner, 2003,
pp. 29-30 y 77). (Siciliani Barraza, 2014)

3) “Echar nueva luz sobre el mundo real” (Bruner, 2003, p.


24) constituye, entonces, una función fundamental del relato.
Y la imaginación es la clave de ese poder transformador narra-
tivo. Ese “prisma” de la imaginación (Bruner, 2003, p. 24) es
el que permite al narrador estar arraigado en la realidad, pero
al mismo tiempo desprenderse de ella y empezar a pensar que
las cosas no tienen que ser así, que se puede vivir de otro
modo, que no hay inexorabilidad que el ser humano deba aca-
tar fatalmente. (Siciliani Barraza, 2014)

67
Capítulo 7

La línea musical continua de nuestra mente

Los aspectos que hemos visto desde algunas posturas actuales


de las neurociencias en relación a la subjetividad, la autonarra-
ción, la literatura y el arte como fuentes inagotables de posibles
experiencias están entrañablemente ligados a las emociones, por
lo cual es necesario dar un paso más en el mismo trayecto hacia
los sentimientos a los que Damasio llama: “la línea musical
continua de nuestra mente” y lo expresa así:

Los sentimientos de dolor o placer, o de alguna cualidad in-


termedia, son los cimientos de nuestra mente. Por lo general,
no apreciamos esta sencilla realidad porque las imágenes men-
tales de los objetos y acontecimientos que nos rodean, junto
con las imágenes de las palabras y las frases que los describen,
consumen una gran parte de nuestra atención sobrecargada.
Pero allí están sentimientos de una miríada de emociones y de
estados relacionados, la línea musical continua de nuestra
mente, el zumbido imparable de la más universal de las melo-
días que solo se detiene cuando vamos a dormir, un zumbido
que se transforma en una canción resuelta cuando nos embar-
ga la alegría o en un réquiem afligido cuando nos domina la
pena. (Damasio, 2014: 13)

Sartre enfatizando ese aspecto mágico de las emociones por


su forma de relacionarse con la conciencia, hablaba de un mun-
do de la emoción de la misma forma que hablamos del mundo
de los sueños o de los mundos de la locura. Magia que surge de

69
las connotaciones personales que cada uno le da a sus emociones
en referencia a las mismas sensaciones de alegría, temor, tristeza
y tantas otras en relación a los objetos y situaciones que vivimos.
Es cierto que hay un mundo de las emociones y que cada
una de ellas puede ser un mundo y, a la vez, crear un mundo.
Y es cierto que aparecen sin pedir permiso o que se ocultan; que
están a flor de piel o escondidas detrás de la más fría rigidez del
rostro o de la mirada. También es cierto que, a veces, se les teme
por el desborde al que nos pueden llevar o por los sentimientos
y acciones que puedan generarnos.
No está demás considerarlas, entonces, en cuanto a los efec-
tos que pueden producir en el lector, particularmente en algún
tipo de novelas, poesías, ensayos de filosofía, capaces de con-
mocionarnos y desestabilizarnos al poner en juego nuestras cer-
tezas, nuestras creencias, nuestras convicciones. Efectos que se
dan en la intimidad de un encuentro sin espectadores, ni co-
mentarios, ni papelones, ni prejuicios, sino en la más hermosa
soledad, pero soledad que deja de serlo en ese mismo momento
de profunda amorosa complicidad fantasmal ¿con el autor?,
¿con el narrador?, ¿con el personaje?, ¿con la evocación que nos
sacó del tiempo real?, ¿con nosotros mismos, como narradores
de ese otro libro?
Deseo expresar, a modo personal, que ya que las emociones
son protagonistas en la literatura –dentro de ella, desde la voz
que narra, y afuera, desde el lector que escucha y se conmueve–
en ese espacio de intersubjetividad, me resulta particularmente
emocionante estudiar el papel que se les atribuye, hoy, en las
neurociencias –entre otras razones– porque las teorías literarias
y de la lectura, generalmente, no se ocupan de la lectura en este
sentido. Creo que sin emoción, sin sentimientos no hay interés
y sin interés no hay posibilidad de lectura como experiencia, ni
construcción de significado, ni de sentido, porque la experien-
cia es lo fundante de la lectura literaria.

Volviendo a los sentimientos “como la línea musical de nues-


tra mente”, diremos que el autor, considerado por muchos otros

70
neurólogos como el más importante neurobiólogo de la actuali-
dad, se manifiesta, además, en su libro En busca de Spinoza, como
un exquisito escritor. Damasio expone junto a su teoría científica
su admiración por el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632),
así como los puntos de confluencia que encuentra entre él y cier-
tos descubrimientos actuales, especialmente en cuanto a las emo-
ciones como base de los sentimientos. Dice al respecto:

Se podría resumir diciendo que los sentimientos son necesa-


rios porque son la expresión a nivel mental de las emociones y
de lo que subyace en estas. Solo en este nivel mental de pro-
cesamiento biológico y a plena luz de la conciencia hay sufi-
ciente integración del presente, el pasado y el futuro anticipa-
do. Solo a este nivel es posible que las emociones creen, a
través de los sentimientos, la preocupación por el yo indivi-
dual. (Damasio, 2014: 198)

De alguna manera, y como el mismo Damasio reflexiona,


si bien sigue siendo un misterio cómo sentimos, tal vez ahora lo sea
un poco menos. Lo que considera fundamental es que, así como
lo veía Spinoza en el 1600, hoy, la neurobiología nos permite
dilucidar con mucha más claridad el tema del dualismo cuerpo-
mente, del que tanto se ocupó la filosofía cartesiana, para com-
prender, finalmente, que no conforman un dualismo, sino una
unidad. Damasio explica cómo dentro de esa unidad, las emo-
ciones están alineadas con el cuerpo y los sentimientos con la
mente, a través de una suerte de encadenamiento en el que los
pensamientos generan emociones corporales que se transforman
en el tipo de pensamientos que denominamos sentimientos o
sensaciones. Lo que Damasio pretende con su libro En búsque-
da de Spinoza es reconocer “un Spinoza protobiólogo” y aclara
que es desde ese lugar que se relaciona con su pensamiento y no
como intérprete de su filosofía. Una última cita textual de Da-
masio que va un poco bastante más allá de los sentimientos,
pero a partir de ellos:

71
En primer lugar, yo asimilo la idea de lo espiritual a una in-
tensa experiencia de armonía, al sentido de que el organismo
está funcionando con la mayor perfección posible. La expe-
riencia se despliega en el sentido de querer actuar hacia los
otros con amabilidad y generosidad. Así tener una experiencia
espiritual es poseer sentimientos sostenidos de un determina-
do tipo dominado por alguna variante de alegría por serena
que sea. (…) Se podrá aventurar que quizás lo espiritual sea
una revelación parcial del impulso en marcha que hay tras la
vida en algún estado de perfección. Si los sentimientos, como
he sugerido con anterioridad en este libro dan testimonio del
estado del proceso vital, los sentimientos espirituales excavan
bajo dicho testimonio, profundamente, en la sustancia de la
vida. Forman la base de una intuición del proceso de la vida.
(Damasio, 2014: 305-306)

Pero, antes de apartarnos de En busca de Spinoza de Anto-


nio Damasio, me atrevo a sugerir, solo como una experiencia
lectora, que no se vincula con el aporte de Damasio a nuestro
tema, la lectura de La herida de Spinoza de Vicente Serrano
(2011). Un neurobiólogo y un filósofo, cuyas respectivas lectu-
ras de Spinoza nos permiten reflexionar, como lectores, acerca
del futuro, desde dos ángulos tan distintos como semejantes por
la intención: la búsqueda de la felicidad.
Creo que si la literatura provoca emociones y sentimientos
de alegría, tristeza, enojo, placer o displacer o reflexiones sobre
el sentido de la vida y la muerte o la posibilidad de una cierta
felicidad y tantas otras cuestiones humanas, está contribuyendo
en el ejercicio y la experiencia del rol de las emociones y los sen-
timientos, aspectos considerados hoy –desde las neurociencias–
como relevantes para la mente del ser humano. Descubrimien-
tos científicos que vienen a hermanar viejas filosofías como la
estoica, la aristotélica, la spinoziana y la freudiana con una nue-
va concepción de la emoción, el cerebro, la mente y la concien-
cia. Hemos transitado muy brevemente por el pensamiento de
algunos investigadores que consideran que el ser humano nece-

72
sita emocionarse para poner en funcionamiento sus sentimientos y
su mente porque a partir de las emociones primarias de alegría,
tristeza, ira, miedo, sorpresa llegará luego a las emociones de-
nominadas sociales, como la empatía, la compasión, la turba-
ción, la vergüenza, el orgullo, la envidia, la gratitud, la admira-
ción, el desdén, la indignación... y otras.

No estaría mal como ejercicio evocar personajes y situacio-


nes de ficción que nos hayan permitido sentir algunas, si no to-
das, esas emociones alguna vez.
No es fácil, hoy, emocionarse “sanamente” sin intoxicarse
con el peligro, el estrés y la famosísima adrenalina, que se ha
constituido en una razón que da sentido a la vida de alguna
gente que ha perdido la posibilidad de emocionarse sin poner
en riesgo su propia vida. Insensibilidad frente a la propia vida
que tan bien combina con la banalización de la muerte, la apa-
tía y la falta de sensibilidad. Está claro por qué, entonces, cada
vez menos gente se compadece del dolor de otros, de las caren-
cias, del abandono, la marginación y sus padecimientos.
Por estas razones entiendo que esta concepción, si se quiere
“utilitaria” para la promoción de la lectura literaria como expe-
riencia y su contribución al enriquecimiento de la subjetividad
–tanto como la contemplación artística– es una forma de con-
siderar y reconocer la trascendencia y el valor humano del arte.
Entiendo que al hombre, a ese hombre en riesgo de pérdida de
su condición humana, es la literatura y el arte lo que lo puede
salvar. Y creo, además, que los libros de autoayuda, de los que
tanta demanda existe mundialmente, es un pedido de ayuda
que no debemos malinterpretar o minimizar; como también,
opino que no sería ese un género necesario para el gran público
si la gente leyera más literatura.
Si en la formación escolar Primaria y Secundaria se traba-
jara con más fuerza la alfabetización literaria, tal vez habría
más lectores, porque no hay libro de autoayuda que pueda su-
perar lo que nos puede dar una obra literaria... pero hay que
frecuentarlas para que cada lector pueda aprender a buscar y

73
encontrar la que necesita, si hablamos de crear lectores autóno-
mos, como ya se expuso anteriormente.
Por la magnitud y complejidad de estos temas en sí mismos
y pidiendo disculpas por mi humilde y parcial abordaje, deseo
cerrar este capítulo con dos citas de Antonio Damasio, que alu-
de a lo esencial de su pensamiento como científico, pero que,
además, bien podrían ser las reflexiones de un escritor, un filó-
sofo, un psicoanalista, quizás, un sabio...

La esencia de mi opinión actual es que los sentimientos son la


expresión de la prosperidad o de la aflicción humanas, tal
como ocurren en la mente y en el cuerpo. Los sentimientos no
son una mera decoración añadida a las emociones, algo que se
pueda conservar o desechar. Los sentimientos pueden ser, y
con frecuencia son, revelaciones del estado de la vida en el seno
del organismo entero: una eliminación del velo en el sentido
literal del término. Al ser la vida un espectáculo de funambu-
lismo, la mayoría de los sentimientos es expresión de la lucha
por el equilibrio, muestra de los ajustes y correcciones exqui-
sitos sin los que, con un error de más, todo el espectáculo se
viene abajo. Si hay algo en nuestra existencia que pueda ser
revelador de nuestra pequeñez y grandeza simultáneas, son los
sentimientos. (2014: 17)

¿Cómo pudo Spinoza haber sobrevivido a esta reclusión? Sin


duda, liberándose en el espacio infinito de su mente, un lugar
mayor y no menos refinado que Versalles y sus jardines, don-
de, en aquellos mismos días, Luis XIV, que apenas era seis
años más joven que él y estaba destinado a sobrevivirle otros
treinta, estaría paseándose seguido por su gran séquito.
Debía tener razón Emily Dickinson cuando escribió que un
solo cerebro, al ser más amplio que el cielo, puede acomodar
confortablemente el intelecto de un buen hombre y, además,
el mundo entero. (2014: 36)

74
Capítulo 8

El lector de literatura

Estas dos últimas citas de Damasio, como tantas otras, me pro-


ducen al leerlas la sensación de que él nos está hablando como
lectores, con un lenguaje científico y a la vez tan sutil y bello
que es un placer leerlo.
El considerar que las emociones solitarias, personales y silen-
ciosas que nos puede provocar la literatura tienen el mismo valor,
como experiencias que las del mundo real y que van incorporán-
dose a nuestro cerebro para luego transformarse en sentimientos,
es una razón para renovar el mandato de leer (ya no vacío) y de
promover la lectura de manera plena y entusiasta.
Siento que aquel trabajo psíquico del que hablaba Petit remi-
tiéndose a Didier Anzieu, hoy se completa con el aporte de Da-
masio, uniendo posturas psicoanalíticas y neurobiológicas. Por
distintos atajos, vamos arribando lentamente a quien es el prota-
gonista de estas reflexiones y desvelo de nuestras preocupaciones:
el lector de literatura. Me pregunto, a veces, si existe todavía, y
en tal caso cómo es, cómo lee y qué lee. En definitiva, la cuestión
sería: ¿que le pasa al lector actual con la lectura en relación a la
vida? ¿Huye, trata de olvidarse de sí mismo, es un simple hábito,
una manía, un consuelo, un entretenimiento, una forma de vivir
su otra vida, que en la realidad no se dio o no buscó? ¿Lee toda-
vía para enamorarse de los personajes porque busca el amor en la
ficción como el personaje de La rosa púrpura del Cairo?
¿Lo hace para espiar otras experiencias posibles no vividas?
¿Qué pasa dentro de él en ese vínculo con la literatura? ¿Se en-
tretiene? ¿Busca estrategias de escritura? ¿Busca encontrarse a sí

75
mismo a través de la emoción? ¿Qué es lo que busca el lector en
la literatura y qué es, finalmente, lo que encuentra?
Numerosas investigaciones sobre lecturas y lectores, sobre
teoría literaria e historia de la cultura tratan –desde hace ya lar-
go tiempo– de dar respuesta a estas y muchas otras preguntas.
Pero son básicamente dos vertientes las que señalan los itinera-
rios posibles para esta búsqueda. Los historiadores de la lectura,
como Roger Chartier y Robert Darnton, que han investigado
la relación libro-lector desde la materialidad del libro y las re-
acciones físicas que produce la lectura en el lector; y la de la
Teoría literaria que investiga la figura del lector como modelo
en referencia al texto y al autor.
Quizás porque las posturas teóricas, a veces, suelen extre-
mar sus posiciones y resultan, como consecuencia, reduccionis-
tas, es que ha sido descuidado el rol del lector “de carne y hue-
so”, es decir, el lector empírico, cuando en realidad el testimonio
de los lectores reales pone de manifiesto que siempre la litera-
tura los ha hecho llorar, pensar y reír a la par que construir sig-
nificado. O, acaso, la emoción que nos produce, por ejemplo,
la música... ¿es por su significado? En tal caso, tiene más que
significado, al tener un sentido subjetivo emocional para quien
la escucha por el impacto, las sensaciones y evocaciones que le
provoca a ese sujeto y que no serán nunca las mismas que las
evocaciones que provoca en otro.
Es esa dualidad, que no es dualidad sino una unidad de
significado y emoción, la que le da sentido a la lectura como un
acto humano a nivel intelectual y afectivo simultáneamente.
Posible forma es la de entender la literatura –así como al resto
de las expresiones artísticas– como artificios capaces de pene-
trar en el ser humano en su unidad de cuerpo y alma a través
de las emociones, viejo tema que justamente Damasio rescata
para las neurociencias. Es auspicioso y a la vez impactante que
los estudios de varios neurobiólogos actuales y los de algunos
teóricos de la lectura lleguen a prestigiar a las emociones en la
literatura. A lo cual agrego el concepto de la utilidad de la lec-
tura literaria más allá de la concepción romántica de la bella

76
inutilidad del arte que ya no es sostenible porque, hoy, no po-
demos ignorar el contexto sociocultural del Consumismo, la
Globalización y la Tecnocracia, que hacen necesaria la función
humanizadora del Arte y la Literatura.
Cabe citar en cuanto a teorías de la lectura, pero desde el
aspecto puramente científico, un libro que considera la utilidad
de los efectos de la lectura en el lector desde otro ángulo, no
menos importante: El cerebro lector, del neurobiólogo francés
Stanislas Dehaene (2014), quien desarrolla la que denomina una
verdadera teoría de la lectura, ya que sus investigaciones son un
comienzo para muchos futuros descubrimientos acerca del ce-
rebro. Diego Golombeck, en un párrafo del Prólogo a ese libro,
alude también al aspecto de la lectura ficcional sobre la que es-
tamos reflexionando:

Leer, se sabe, es un placer, y esto tampoco escapa a las lupas


neurocientíficas. Incluso hay evidencia de que la lectura de
textos de ficción tiene beneficios psicológicos.
Un trabajo de la Universidad de Toronto sugiere que la simu-
lación de la realidad se transmite desde las páginas hasta nues-
tros cerebros, lo que se traduce en cambios en medidas de em-
patía y de percepción de relaciones interpersonales. Y esto
pareció ser específico de la ficción: leer “La dama del perrito”
de Chéjov induce cambios en un test de sociabilidad en com-
paración con leer aburridos prólogos como este (lo cual segu-
ramente no se aplica al resto de este maravilloso libro…). Así,
para el cerebro, la ficción es mucho más que un mero entrete-
nimiento... (Dehaene, 2014: 11)

La investigación científica actual del cerebro y la lectura es


un estímulo para quienes la investigamos, también, desde la
óptica literaria –emocional y corporal–, y no un obstáculo
como se planteaba en la vieja batalla entre quienes consideraban
la lectura como una cuestión corporal y quienes trataban de
“limpiarla de esas pasiones que afectan el intelecto en su des-
medro”, aceptándola solo desde el punto de vista cognitivo. En-

77
tre ambas posturas hay muchos matices interesantes que desa-
rrolla un libro esclarecedor y necesario: Teorías de la lectura, de
Karin Littau (2008).
Por ejemplo, en su referencia a la Teoría de la Recepción y
especialmente a Stanley Fish, Littau señala que si bien este teó-
rico rechaza la crítica textual y trata de imponer una teoría ba-
sada en la respuesta del lector, remarca lo hace desde el punto de
vista cognitivo poniendo el acento en la interpretación. (Littau,
2008: 178-182).
También se refiere, con una perspectiva similar, al Reader-
esponse criticism que surge en los 70 como una respuesta al New
criticism, y que denominaba al aspecto afectivo del lector como
“ la falacia afectiva”, ya que solo les interesaba a estos teóricos
considerar objetivamente el texto. Explica, también, cómo esto
se generaliza en el siglo XX con las teorías que se ocupan del
lector con el enfoque de considerarlo como constructor de signi-
ficado (Littau, 2008: 153-156).
Por otra parte, cita a Norman Holland a quien considera
junto con Jauss, como los únicos teóricos actuales que se inte-
resan en los afectos en relación a la lectura.
Holland, por ejemplo, describe el proceso que realiza el lec-
tor al leer diciendo que, una vez que el texto ha satisfecho o
vencido las defensas del lector, este se encuentra en condiciones
de proyectar sus temores y deseos en el texto, proceso que pasa
por etapas que Holland denomina como de defensa, fantasía y
transformación. Es en esta última, cuando el lector –según Ho-
lland– se siente liberado por el texto para “re-experienciar” las
principales fantasías de su self y descubrir su significado (Littau,
2008: 156-162).
Por otra parte, un concepto que sintetiza el pensamiento de
Holland es: “Indeed, the only way one can ever discover unity in
texts or identity in selves is by creating them from one’s own inner
style” (Holland, 1980: 130), que mucho tiene que ver con la
idea de ese otro libro. ¿Cómo, entonces –me pregunto–, sin un
ejercicio del lenguaje no solo en su uso coloquial e informativo,
sino en su aspecto poético, metafórico, que es el que permite

78
expresar, decir y encontrarse consigo mismo, como sí lo faci-
lita la literatura, puede uno consolidar un inner style para
aprender y ensayar estos aspectos imponderables pero reales que
nos permiten ser nosotros mismos a través del lenguaje?
Quizás no sería una prioridad la alfabetización académica
en las universidades si la educación Primaria y Secundaria logra-
ran capacitar a los alumnos en una alfabetización literaria, como
ya se señaló anteriormente, porque opino que sin esa alfabetiza-
ción literaria temprana –que permite interesarse en el lenguaje
por su resonancia emocional y afectiva– no se puede abordar,
después, el discurso académico con éxito porque es como una
suerte de salto al vacío... al vacío interno de un lenguaje propio.
El verdadero dominio del lenguaje académico no se puede
aprender, a mi modo de ver, sin haber trabajado anteriormente
la lectura literaria. Ni la escritura académica, sin haber practi-
cado de modo creativo el lenguaje escrito. Es como querer sal-
tear pasos, momentos distintos que marcan el proceso de ad-
quisición de las tan mentadas destrezas y estrategias del
aprendizaje lingüístico y pretender arribar a resultados imposi-
bles de lograr en esas condiciones, salvo para aquellos pocos que
posean –en gran parte por ser buenos lectores de literatura– esa
base a la que me refiero.
Siguiendo con Littau, vemos que también –en desacuerdo
con el pensamiento de muchos otros teóricos– considera posi-
tivos algunos aspectos del texto que otros evalúan como nega-
tivos, al considerarlos ambiguos para la interpretación del lec-
tor. Ella afirma, por el contrario, que cuando el lector
construye un significado que luego relega por otro, lo que está
haciendo con esa suerte de inconsistencia interpretativa es mos-
trar que puede re-experienciar el texto y no que solo intenta re-
construir lo que el autor escribió. Concepto que sí agrega otro
matiz a la participación del lector que coincide, absolutamente,
con el valor asignado desde las neurociencias, a esa capacidad
de alteración, como una función importantísima de la cogni-
ción. Desarrolla estos conceptos en su referencia a la Escuela de
Yale, de la cual comenta que niega toda posibilidad de legibili-

79
dad de un texto salvo que consideremos la lectura y la interpre-
tación como procesos inagotables (Littau, 2008: 182-187).
Para los deconstruccionistas de Yale es, entonces, la estruc-
tura misma del lenguaje la que inhibe, la que no permite una
verdadera o única interpretación, lo cual señala Littau como un
modo de cuestionar la capacidad de construir significado (ver
también De Man, 1979: 11).
Otra postura sobre las teorías de la lectura y, por lo tanto,
acerca del lector y del crítico, que menciona la autora es la de
autores como Hartman, que si bien se enrolan en la lectura
como reescritura, considerándolas inseparables para cualquier
análisis, formulan la posibilidad de que así como hablamos de
obra de arte en relación a las expresiones artísticas, podamos
hablar de obra de lectura, como lo proponía Barthes, y que a
partir de esta idea, se plantearía, también la crítica literaria, ser
tan exigente consigo misma como lo es con la literatura (Littau,
2008: 190, ver también Hartman, 1990).

Aportes del Feminismo a la lectura

Analiza, finalmente, Karen Littau, cómo más allá de las di-


versas posturas y sus diferencias teóricas, todas giran en torno
a la idea de la construcción de significado –sobrevalorando el
aspecto cognitivo– o, en caso contrario, en el otro polo, la im-
portancia de la sensación –como sobrevaloración del cuerpo–.
Posturas acerca del lector que se ven ampliadas en la década del
70 con los aportes de los estudios históricos y sociales y que se
enriquecen en los 80 con los del feminismo sobre las mujeres
como lectoras y sus estudios étnicos y de sexualidad. Así el lec-
tor, para estas disciplinas, ha dejado de ser un constructo textual
para transformarse en un emergente del contexto sociocultural.
Hélène Cixous es considerada por Littau como reivindica-
dora del valor de los afectos en relación a la literatura. Lo que
plantea esta autora es que en la lectura literaria la lectora trabaja
o lee no desde el distanciamiento sino en la cercanía íntima con

80
el cuerpo del texto. Justamente, ella aborda también el tema de
la música como arte abstracto capaz de estremecer al oyente, y se
pregunta cómo negarle, entonces, valor a esta conmoción que
puede producir la literatura que, además, no es abstracta, como
la música, sino representacional. La cita es de Littau y dice:

Cuando Cixous hace un paralelo entre los ritmos musicales y


los de un texto, traza concretamente el vínculo material entre
una forma abstracta de arte (la música) y otra representativa (la
literatura). Si lo abstracto, lo que carece de contenido represen-
tacional, puede conmover a la lectora, estremecerla –como
dice Cixous–, entonces la reacción afectiva no descansa en el
significado (Littau, 2008: 224).

Cixous está vinculada a la tradición de Longinus, que fue


en su momento la referencia más importante para quienes tra-
bajamos sobre el efecto de la literatura desde el punto de vista
de los afectos, y asume la postura de que el lector no construye
al texto, sino que ejerce una actitud de entrega absolutamente
receptiva de modo que cae presa de él. Ese goce receptivo al que
hace referencia Cixous está en la línea de “lo sublime” que plan-
tea Longinus (1996). Comenta al respecto Littau:

Para Cixous los afectos son transformadores aunque no en el


sentido de autodefinición, un descubrimiento de uno mismo
en el otro, como ocurre en el caso de los críticos de orientación
humanista: en su concepción, el yo se somete a un borramien-
to. Cuando nos conmina “a oír antes de comprender”, Cixous
muestra que está “empeñada en ir más allá de las categorías de
lo racional y lo cognoscible, en avanzar hacia (...) las raíces
corporales de la cultura” (Morag Shiach, 1991, pág. 81), por
lo tanto su pensamiento se inscribe en la línea de Nietzsche,
cuya formulación del arte como arrebato en el artículo “Hacia
una fisiología del arte” está dirigida contra el ideal de un su-
jeto racional autónomo postulado por la Ilustración. (Littau,
2008: 225)

81
Esta sensación fuertemente corporal de la lectura la aplica
también a la escritura refiriéndose a sí misma. Es difícil leer a
Littau, sin pensar en Damasio, por ejemplo, en esta cita sobre
Cixous:

Cixous está dispuesta a hacer del cuerpo la fuente del conoci-


miento y la creatividad, y también a reconocer que las pasio-
nes –el hecho de experimentarlas y de que nos afectan– con-
dicionan físicamente el pensamiento y, por ende, también la
acción. (Littau, 2008: 226)

Así consideradas, pues, la lectura y la escritura estarían de-


finitivamente encarnadas en el cuerpo y el lenguaje sería siem-
pre una traducción que habla a través del cuerpo.
En definitiva, lo que hace a esta proximidad, a mi entender,
entre la concepción de Cixous y la de Damasio es que parten
de una base ideológica que no acepta la división cartesiana en-
tre cuerpo y alma.
El concepto cartesiano, muy valioso en su momento, ins-
tauró, luego, un pensamiento binario con la idea de oposición
y consecuente toma de partido, durante los siglos siguientes,
perpetuando durante un largo período de casi 400 años una
mirada parcial de los grandes temas de la condición humana.
Un pensador innovador al respecto y de lectura obligatoria
en la generación de los 60 fue Henri Bergson (1985 [1907]), cuya
exaltación de la intuición y la experiencia como formas de cono-
cimiento, así como cierto desdén por la lógica, comienza a iniciar
un cambio de visión en esta apreciación binaria que se origina en
la consideración del mundo solo desde el punto de vista del inte-
lecto. La intuición, para Bergson, nos devolvería una forma vital
de ver el mundo, no esquemática, ni apartada de la realidad.
Cixous se apoya particularmente en Derrida para el análisis
de las estructuras jerárquicas que implican estas dicotomías,
que no son otras que las referidas a la dicotomía original y aún
no superada: hombre-mujer.

82
Finalmente, Littau incorpora en las últimas páginas del li-
bro comentado, una lista de oposiciones o dicotomías que nos
darían una suerte de semblanza de dos tipos de lectores, aquí
enfrentados: el lector sensible y el mental, y que me parece ilus-
trativo reproducir porque materializa las ideas de esto que esta-
mos pensando y tratando de diferenciar y entender, aunque,
paradojalmente, aún en forma binaria:

el libro en cuanto objeto físico la obra como receptáculo


de significado
la textura del texto el texto como sistema que
significa
el cuerpo del lector la mente/espíritu del lector
sensación construcción de sentido
afecto cognición
pasión razón
ocasión para el sentimiento ocasión para la interpretación
estesis hermenéutica
el lector de carne y hueso el lector como abstracción
corazón cabeza
caliente frío
cercanía distancia
pasivo activo
material ideal
materia forma
(Littau, 2008: 242)

Creo que una lectura atenta de este listado, aun pudiendo di-
sentir en algunos aspectos, nos remite a considerar que lo sensible
de la lectura no puede ser ignorado. Como a nadie se le ocurriría
pensar, tampoco, que un lector no construye sentido al leer, si
respetamos su propia construcción, y tomamos la del autor o el
crítico como contribuciones para descubrir nuevos aspectos de la
lectura que sumar a los propios de cada lector autónomo. Así, a
lo largo de la historia de la lectura, el lector viene y va, aparece y
desaparece según las teorías literarias en boga, se convierte en lec-

83
tor mental o sensorial, frío y distanciado o conmovido y apasio-
nado, a veces entretenido y otras aburrido y... volviendo al acápi-
te de este libro, no es fácil disentir con George Steiner:

En esa gran polémica con los muertos vivos que llamamos lec-
tura, nuestro papel no es pasivo.

Debo confesar que estas reflexiones que entremezclan dis-


ciplinas y autores, buscando un diálogo entre ellos, no intentan
sino decir lo que dice Steiner.
El lector no es pasivo y si es, entonces, activo, no solo lo
es para aplicar las estrategias de lectura que aprende de sus pro-
fesores, sino para olvidarse momentáneamente, inclusive del
autor y hasta del libro, para descubrir subjetivamente significa-
dos, experiencias emocionales y sentimientos que podrían trans-
formarlo en el que quiere ser, o reafirmarse con gozo en el que
cree que es, como lector que encuentra el sentido de la lectura, de
la literatura, para sí mismo.
A modo de conclusión y para ir cerrando estas ideas, diálo-
gos, lecturas, a veces, quizás, desordenadas, aunque guiadas
siempre por la emoción y el interés que despertaron las lecturas
anteriores o las preguntas sin respuesta que suscitaron, deseo ci-
tar un fragmento de la última página del libro de Karin Littau:

Tal vez haya llegado la hora de reflexionar sobre algo incon-


cebible en la época de auge de las “grandes teorías”, a fin de
abordar lo impensado: aproximarse a la lectura desde abajo
hacia arriba, desde la sensación, que siente el momento cuando
está transcurriendo y no solo desde la cognición, que reconoce
el momento después que este ha pasado. (Littau, 2008: 245,
destacado de la autora)

Y para ser coherente –con mi técnica lectora de “asociación


ilícita”– permítanme señalar una última coincidencia, entre la
cita anterior de Littau, y el título de un libro imperdible de An-
tonio Damasio: La sensación de lo que ocurre (2001).

84
Capítulo 9

El lector de carne y hueso

Los lectores y sus formas de leer, en líneas generales, a partir de


las investigaciones teóricas o de las “grandes teorías”, como ya
fue expuesto, han sido considerados, en principio, como un
constructo textual a partir de los estudios culturales y mediáti-
cos, y luego como constructos a partir del contexto.
Después de la llamada política de la diferencia surgen los
llamados lectores que leen según su identidad: étnica, sexual o
cultural. De todos modos, aún estos estudios que se interesan
en el lector se resisten a los efectos de la lectura en el lector em-
pírico. Pero en la visión que promuevo me motiva el contexto
actual, globalizado, tecnocrático y consumista, en un sentido
opuesto, como reacción hacia él por cuanto genera en los jóve-
nes un modo de verse insertados en un mundo que pareciera
no coincidir en absoluto con la necesidad humana del arte y la
literatura. Sensación o interpretación que se genera a partir de
la lectura de ese contexto posmoderno, a mi entender, deshu-
manizante, donde se desdibuja y carece de interés lo humano.
Terry Eagleton lo dice con humor y en palabras que no pueden
parafrasearse, de la siguiente manera:

También es cierto que los seres humanos –seguramente por su


capacidad para el lenguaje– pueden objetivar su propia exis-
tencia como, presumiblemente, no es capaz de hacerlo una
tortuga. Nosotros podemos hablar de algo llamado la “condi-
ción humana”, pero es harto improbable que las tortugas se
pasen el tiempo rumiando, cobijadas en sus caparazones, res-

85
pecto a la condición de ser una tortuga. En este sentido, las
tortugas son sorprendentemente parecidas a los posmodernos,
a quienes resulta igualmente ajena la idea de la condición hu-
mana. (Eagleton, 2007: 36)

Es entonces que urge el imperativo de provocar el deseo de


leer, respondiendo a la necesidad de mostrar el contraste entre
la tecnocracia y el arte, no para suplantar a la tecnología, sino
para que el sujeto pueda convivir con ambas y no olvidar al arte
y la literatura en pos de su fervor tecnológico.
Mi dedicación a leer neurobiología y otras disciplinas afi-
nes, más que literatura, en estos últimos años tiene que ver no
con una vocación tardía por otras disciplinas, sino con una bús-
queda guiada por la concepción de una estética de la emoción,
como la piensan o sienten Borges, Nabokov, Jauss, así como una
visión holística del ser humano, como lo ve Damasio, desde la
neurobiología. Búsqueda que me hizo retornar a Nietzsche y a
Spinoza, y de allí, después de un largo camino, desembocar en
Damasio y otros investigadores que desde las neurociencias, la
sociología, la antropología y las ciencias cognitivas se ocupan
del lector empírico. Allí encontré algunas respuestas y, por suer-
te, muchas más preguntas, y por eso el cerebro, no porque es-
tuviera de moda, vino a integrarse forzosamente a mi campo de
intereses que nunca dejó de ser el de la lectura literaria. Final-
mente, en la relectura de algunas filósofas feministas como
Cixous (1981) y Butler (1990), que sí pensaban desde el cuerpo
y la sexualidad el lugar la lectura, re– activadas por Karin
Littau, teórica de la lectura, pude anclar mi búsqueda en ese
largo camino ya emprendido por Longinus y que nos trae al
presente su concepción sobre los afectos que despierta y los efec-
tos que produce la lectura literaria en el lector. Lector maravi-
llosamente empírico de carne y hueso dispuesto a leer literatu-
ra porque sabe, aunque, quizás, no conscientemente, que de ese
modo facilita, genera y salva la continuidad de la escritura de
ese otro libro a través del lenguaje, cobijado y, a veces, rescatado

86
–dentro del mundo actual– solo por la literatura y principal-
mente por la poesía.
Así, pues, para este capítulo de cierre propongo compartir
con ustedes las voces de algunos lectores de carne y hueso, de
aquí y ahora, que a pesar de tener distintas posturas acerca de
la lectura y la literatura, tienen en común el amor sin límites
que les profesan... Son textos de lectores y lectoras, quizás más
lectoras que lectores (como casi siempre que de esto se trata),
pero todos ellos lectores de carne y hueso, a quienes se les ha
pedido que eligieran alguna entre varias consignas que le per-
mitiera evocar algún momento de su vida de lectores vincula-
do emocionalmente a su propia historia. Lectores de distintas
profesiones, si bien varios de ellos son escritores, bibliotecarias,
libreros o gente vinculada a las letras y los libros (como casi
siempre que de esto se trata). Hermosas y sentidas voces de si-
tuaciones y recuerdos personales que agradezco profundamen-
te a cada uno de ellos por dejarme compartirlos también con
ustedes, queridos lectores, hacia quienes van dirigidos todos mis
afanes de lectora, con la intención de colaborar en sostener amo-
rosamente viva a la lectura literaria, matriz irremplazable para
la escritura original y personal de la literatura y también de ese
otro libro.

87
Capítulo 10

Las voces... los textos...

Escena de lectura de la infancia

“Tengo una petaquita, para ir guardando, las penas y pesares que


me vas dando, pero algún día, pero algún día, abro la petaquita
y la encuentro vacía”. Así cantaba mi abuela Sara mientras ju-
gábamos al Veo Veo o A las adivinanzas, en el jardín de la casa,
que tenía pajaritos y gallinero al fondo, además de la parra, el
limonero, el ciruelo y un enorme jazmín.
El abuelo, que era de Paraná, cuidaba de la huerta y sabía
hacer puchero de gallina y huevos fritos como nadie. Le encan-
taba comer. Cuando se jubiló, con cincuenta años, criaba a sus
gallinas para el puchero y a los canarios Roller para las compe-
tencias. La abuela se quejaba, porque él los criaba pero era ella
la que tenía que encargarse de mantenerlos limpios. Y todo es-
taba limpio en casa de mi abuela, desde el comedor, al que íba-
mos solo en días de fiestas familiares, hasta el jardín, el garaje
y la vereda. A mí me gustaba la palmera enorme que estaba
plantada al frente de la casa, era la piedra libre cuando jugába-
mos a la mancha o a la escondida. También el estanque de pe-
ces, donde jugábamos a una especie de rayuela virtual, hasta
que un día nos caímos y no nos dejaron saltar más.
Los domingos Sara amasaba ravioles: mis papás y yo vi-
víamos con los abuelos maternos y siempre compartíamos el
almuerzo. Como postre, la torta, también hecha por ella. Re-
cuerdo las tapas de los cuentos de Vigil, que me leían una y
otra vez después de la sobremesa: La hormiguita viajera, La
moneda volvedora, El imán de Teodorico, Marta y Jorge, Botón
Tolón.

89
Aprendí a leer y escribir a los cinco años con Upa! Todavía
resuena en mis oídos: “Mamá me mima”, es la voz de mi abue-
la que me acerca las primeras lecturas y guía mi mano para di-
bujar el oso polar con el que aprendí la “ese”.

Alicia Origgi: licenciada en Letras, especialista en literatura


infantil, docente universitaria.

***

Fragmento de La huella del ángel, de Nancy Huston

“Ahora que han quedado firmemente demostradas su integridad y


su buena fe, Raphael decide que es hora de mostrar un poquito de
curiosidad.
–¿Se acuesta tarde –le pregunta por la mañana con una son-
risa– o duerme con la luz encendida?
Los ojos de jade de Saffie destellan de indignación, casi de odio.
Se da la vuelta sin pronunciar palabra, pero su breve arrebato de
ira ha excitado a su patrón. Al tiempo que se incorpora en la cama,
Raphael alarga una mano y toma suavemente la parte más carno-
sa del brazo desnudo de Saffie, no muy carnoso, justo por debajo
de la manga corta de su blusa blanca.
Ella se queda de piedra.
Pero no como alguien aterrado, sino más bien como alguien
que sabe lo que le espera.”
Me identifico con Saffie: durante largos años de mi vida no
podía poner en palabras mis sentimientos. Era de piedra, o así
parecía. Muda, sufrida, sufriente, la vida pasaba a mi costado.
Los otros –queridos o no– jamás se enteraron de mis sentimien-
tos; pero algunos personajes de novelas –sin proponérselo– da-
ban cuenta de mí, como Saffie.

Silvia Segat: escritora, directiva y representante legal de un Co-


legio de Buenos Aires.
***

90
Lectores alemanes

Mi amigo Ady no lee. Dice que no hay nada en ningún libro


que no haya pensado él antes.
Mi mejor amigo alemán, en cambio, que se llama Gunnar
y es escritor, lee como yo: constantemente, en varios idiomas,
simultáneamente.
Una vez que Ady vino a comer a casa, se encontró a mi mu-
jer en el jardín que leía un libro para su trabajo, mi hija mayor
con una novela para la escuela y mi hija menor apasionada con
el segundo o tercer tomo de una colección de novelas que aca-
baba de salir. Ady no podía creer que un intelectual como yo
estuviera solo rodeado de lectores, así como yo no puedo dejar
de lamentar que él no lea.
Una muy buena amiga de mi hija tampoco lee, mientras
que las otras devoran como ella una novela atrás de otra, dis-
frutan los negocios de libros antiguos y encargan libros que sal-
drán meses después.
En Alemania hay una palabra para leer (lesen) y una para leer
en voz alta (vorlesen). Los padres leen a sus hijos en voz alta por
la noche. Yo lo hice naturalmente; la lectura de las obras comple-
tas de los hermanos Grimm en sucesión se la debo a este hábito
y es seguramente mi experiencia como lector más emocionante.
Un derivado de la actividad de leer a los niños son los libros
en CD, muy populares en el centro y el norte de Europa. Cu-
riosamente el primer cuento que publiqué en alemán lo publi-
qué en un CD de recopilaciones de cuentos. Mi hija lee libros
en formato de papel y después escucha el CD. Cuando llegué a
Alemania, hace casi 20 años, practicaba el idioma escuchando
en el auto casetes de una serie de libros infantiles que se llaman
Bibi Blocksberg que me prestaba mi hija mayor. También exis-
ten estos CD para adultos, se publican después de cada éxito
editorial y se pueden sacar de casi todas las bibliotecas.
Hay quienes aseguran que el hecho de que a los niños le lean
es determinante para que sean luego lectores, como mi amigo
Gunnar o no lectores, como mi amigo Ady. Otros estudios mues-

91
tran lo que yo creo más seguro y que es lo que tanto asombró a Ady
al entrar en mi casa: el entorno cultural de los padres es determi-
nante en el de los hijos, lo que también se aplica a la lectura. Las
hijas de mi amigo Gunnar, que son muy amigas de mi hija, leen
también muchísimo, mientras que el hijo de Ady, como su padre,
jamás ha leído un libro. Solo espero que no piense que su padre
tiene razón y en los libros solo se repite lo que uno ya ha pensado.
Los libros son para mí exactamente lo contrario: la posibi-
lidad de asomarse a un mundo que jamás hubiéramos sospe-
chado; si no estamos solos en esos mundos, si tenemos la posi-
bilidad de levantar los ojos de nuestro libro y ver a las personas
que amamos sostener sus propios libros, es una de las felicidades
más preciosas que puedo imaginar.

Carlos Rodrigues Gesualdi: licenciado en Filosofía, escritor,


reside en Alemania.

***

Todo lector es cuando lee, el lector de sí mismo

Durante la escritura de mi primera novela, justo llegó a mis ma-


nos El Telón, ensayo en siete partes de Milan Kundera. Un her-
moso libro que instala un diálogo secreto entre escritores, obras
que iluminan a otras, célebres nombres de la literatura que des-
cubren aspectos inusitados de sus antecesores o inspiran a los
que los sucedan.
Muchas ideas del libro me ayudaron a pensarme en ese ca-
mino de escribir y resonaron con una gran afinidad en mí. Las
hojas de mi ejemplar tienen cantidad de ideas y párrafos mar-
cados a lápiz. A veces, inclusive, les agrego signos de admiración
o expresiones como ¡Bravo! ¡Pero claro! ¡Qué belleza! Y al tiem-
po vuelvo a releer esas líneas (con mis intervenciones) confir-
mando una y otra vez la veracidad y sostenibilidad en el tiempo
de lo que a primera vista me fascinó y me pareció importante.
Algunas de esas ideas, y los párrafos que las generaron:

92
El poder de lo fútil, de lo cotidiano: (Sobre Flaubert):
“Lo cotidiano. No solo es aburrimiento, futilidad, repetición,
mediocridad; también es belleza; por ejemplo el sortilegio de las
atmósferas; cada cual lo conoce a partir de su propia vida: una
música que proviene del apartamento de al lado y se oye a lo le-
jos; el viento que hace vibrar una ventana; la voz monótona de
un profesor al que una alumna con mal de amores oye sin escu-
char…”.

La ruptura de la crisálida lírica: “La juventud es para mí


la edad lírica, o sea, la edad en la que el individuo, concentrado
casi exclusivamente en sí mismo, es incapaz de ver, comprender,
enjuiciar lúcidamente el mundo a su alrededor. Si partimos de esa
hipótesis, el paso de la inmadurez a la madurez es la superación
de la actitud lírica…”. “El novelista nace sobre las ruinas de su
mundo lírico”.

La única moral de la obra: “La única moral de la novela es


el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parce-
la alguna de la existencia hasta entonces desconocida; así pues: lle-
gar al alma de las cosas”.

Y sin dudas, mi favorita:

Iluminar la vida de los otros: (Citando a Marcel Proust)


“Todo lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra
del escritor no es más que una especie de instrumento óptico que
ofrece al lector para permitirle discernir aquello que, sin ese li-
bro, él no podría ver de sí mismo. El hecho de que el lector reco-
nozca en sí mismo lo que dice el libro es la prueba de la verdad
de este”.

Gilberta Anatonia Caron: escritora, compositora, letrista, bi-


bliotecaria, correctora literaria.

***

93
Es la voluntad del hombre la que sostiene las estrellas

Me gusta subrayar los libros que leo. A menudo con la idea de


que, cuando los relea, esos fragmentos estarán allí, presentes, ha-
ciéndome revivir la lectura o recordándome el impacto que me
produjeron esas palabras. Aunque nunca llegue esa relectura.
Otras veces, mientras subrayo pienso que quien vaya a leer
el libro después de mí intuirá, por los subrayados, algo más de
mis pensamientos, anhelos, emociones, ansiedades. En fin, sa-
brá algo más de mí. ¿Para qué? No sé si tengo respuesta para
esto. Sí sé que cuando leo algún libro leído por mi papá –quien
acostumbraba también a subrayarlos y que murió en el 69–, aún
hoy siento que estoy hablando con él, aunque de ese diálogo me
queden más preguntas que respuestas. Cuando un libro me
marca, cuando me emociona, cuando siento que me interpela.
Cuando coincido con él, o cuando me permite vislumbrar otra
manera de pensar, lo subrayo. Y con ese subrayado lo siento más
mío, lo vivo más intensamente, me lo apropio, lo adentro, me
fundo en él.
Como ejemplo, elegí un subrayado que hice en El memorial
del convento, de Saramago, que transcribo a continuación:

“En el tajo, empezaban los hombres a bajar a los fosos, donde


apenas se veía nada. Dijo el cura, dentro de nosotros existen la vo-
luntad y el alma, el alma se retira con la muerte, y va allá donde
las almas esperan el Juicio, nadie sabe, pero la voluntad, o se sepa-
ra del hombre cuando vivo, o se separa de él con la muerte, ella es
el éter, es, pues, la voluntad del hombre la que sostiene las estrellas,
y es la voluntad del hombre lo que Dios respira”.

En este libro, con la excusa de contar la construcción del


convento de Mafra, se habla de la voluntad. Y se ironiza acerca
de Dios, la Iglesia, las creencias.
Subrayé este párrafo porque confirma dos ideas muy fuertes
con las que acuerdo. La primera de ellas es que Dios no es sino
una invención de los hombres, que no existe: “es la voluntad del

94
hombre lo que Dios respira”. Una poética manera de expresar
esta creencia.
Pero sobre todo porque me impacta la manera en que Sara-
mago expresa algo en lo que yo creo firmemente: es la voluntad
del hombre el motor de la vida, es la voluntad del hombre la que
lo lleva a concretar sus sueños, la que mueve el mundo. Me pa-
reció muy potente su manera de decirlo: “es la voluntad del hom-
bre la que sostiene las estrellas”. ¡Nada menos que las estrellas!

Alicia Coquet: profesora en Letras, docente y asesora en Len-


gua y Literatura.

***

Hay un día en que descubrimos la literatura

“Hay un día en que descubrimos la literatura”, escribió Bioy en


el prólogo a La octava maravilla de Kociancich; y yo agregaría “la
literatura adulta”, porque ya en la infancia hemos sido transpor-
tados a ese mundo mágico cuando nos leían cuentos, cuando nos
contaban historias. Pero en la adolescencia, para mí fue distinto,
porque tuvo la profundidad y la intensidad de un gran amor.
Recuerdo que tendría entre 14 y 15 años; vivía en la casa de
mi abuela, y mi dormitorio estaba en el escritorio de mi abuelo, la
cama literalmente apoyada contra los estantes. Recuerdo que era
de noche, antes de acostarme, que desde la cama miré la bibliote-
ca y saqué Sobre héroes y tumbas de Sábato. Por qué elegí ese libro,
no lo sé. Tal vez lo habían nombrado en la mesa, tal vez fue por
el título (los adolescentes suelen estar obsesionados con la muerte
y con el heroísmo). La cuestión es que lo abrí, leí la primera carilla
y el deslumbramiento fue total. Se abría ante mis ojos un mundo
nuevo, que era el mismo que vivía todos los días pero era otro al
ser nombrado, al ser puesto en palabras, como si me hubieran
dado una escafandra y un traje de buzo y me hubieran mandado
a las profundidades de un océano donde se hablaba de las emo-
ciones, de las ideas, donde se revelaban los sentimientos de las per-

95
sonas, donde se describían las calles, las plazas de Buenos Aires y
estaba de golpe en el Parque Lezama, frente a la iglesia rusa, y es-
peraba a una chica, y era el personaje y era yo al mismo tiempo.
Recuerdo, a la mañana siguiente, caminar en el colegio, su-
frir las clases con la sensación de estar enamorado, con esa mez-
cla de alegría, inquietud y ansiedad y pasarme la mañana pen-
sando en el libro que me esperaba en casa.
En esa misma época también descubrí la poesía, con dos poe-
mas: A un soldado de Lee de Borges y Pórtico de Melpómene de
Capdevila. El primero contaba que un soldado había muerto jun-
to a un río que no conocía, decía: “el aire de oro mueve las ocio-
sas hojas de los pinares” y yo me preguntaba por qué el aire de
oro, y no entendía qué era el aire de oro. Más abajo decía: “la pa-
ciente hormiga escala el rostro indiferente. Sube el sol” y entonces
tuve el recuerdo de una madrugada en la playa cuando volvíamos
con mis primos de una fiesta y amanecía, y vimos el sol y todo
era amarillo, y entonces entendí por qué decía el aire de oro. Tuve
un entusiasmo fabuloso, igual cuando entendí que decía que las
hojas de los pinares eran ociosas porque no se movían y que a la
hormiga le había otorgado un atributo humano como la pacien-
cia y decía también que “no había un mármol que guardara su
memoria”, por una tumba. El entender la forma indirecta de ex-
presión, la metáfora, la imagen, la personificación me entusiasmó.
Y con Melpómene entré en la música de las palabras, en la emo-
ción que producen por su belleza sonora (después supe que eran
versos alejandrinos, con un ritmo único, extraordinario). El poe-
ta invocaba a la musa de la tragedia porque necesitaba sufrir para
crear, y la perseguía por un bosque, y se acostaba con ella, y yo
pasaba de la emoción al vértigo como si caminara por una cor-
nisa, y se abrieran un abismo de significados que no terminaba
de entender, pero que intuía y me fascinaban.
Fue así como me volví un lector.

Arturo Fiori: profesor de Literatura, especialista en taller de


lectura literaria.
***

96
Párrafos de La nieta del señor Linh de Philippe Claudel”

“El anciano se vuelve y ve el coche que se abalanza hacia él, medio


derrapando con un agudo chirrido de frenos, y al conductor con el
rostro crispado y las manos aferradas al volante. El anciano lee el
miedo en sus ojos mezclado con una terrible impotencia. Instinti-
vamente protege lo mejor que puede a su nieta, la rodea con sus
brazos, la cubre con su cuerpo. […]
Llegan los enfermeros, se abren paso hasta el accidentado y lo
colocan en la camilla con extremo cuidado. El anciano no parece
sentir dolor. Los camilleros se lo llevan a la ambulancia. El señor
Bark le coge la mano sin dejar de hablarle. Es el comienzo de una
primavera muy hermosa. Los primeros días. El anciano mira a su
amigo y le sonríe. Estrecha la hermosa muñeca entre sus delgados
brazos, la estrecha como si su vida dependiera de ello, la estrecha
como estrecharía a su nieta, silenciosa, tranquila y eterna, una hija
del alba y de oriente.
Su única nieta.
La nieta del señor Linh.”

Estos son los párrafos que conducen al lector hacia el des-


enlace de la narración.
Estas palabras finales: “estrecha la hermosa muñeca” deve-
lan la duda que me persiguió como lectora durante toda la his-
toria, ¿es una niña real?, ¿es una fantasía del señor Linh frente
al horror de su soledad y de sus pérdidas?
La certeza que plantean estas palabras finales me produjo
una profunda tristeza, una profunda congoja.
Durante la lectura de las páginas que cuentan la historia del
desarraigo de un anciano, que ni siquiera conoce la lengua del
país donde se refugia después de que la guerra destruye su aldea;
las sensaciones fluctúan entre creer que él está acompañado por
su nieta muy pequeña (a quien protege, cuida y canta) y entre
darse cuenta de que la compañía de la nieta es una fantasía.
Pero es tanta la desolación de este personaje que me resultó
demasiado doloroso pensar que la nieta no era real. Hasta los

97
últimos párrafos, donde el autor lo devela, dando cuenta del
horror de la soledad y el desamparo.
¿Por qué me gustan y atrapan tanto las historias donde el
sufrimiento del personaje se hace tan presente?
Casi a modo de juego podría decir que las historias de do-
lor, sufrimiento, angustia, desamparo me sirven para elaborar
mis propias tristezas y horrores.
Tal vez esto sea un legado de la abuela Julia.

Celina Marini: psicomotricista, directora de Nivel Inicial, do-


cente universitaria.

***

Mi magdalena tiene el aroma de las flores del árbol del paraíso

Vivíamos en el barrio de Floresta, en una casa grande, galpón


al fondo donde papá fabricaba muebles para niños. Calle arbo-
lada, y no digo calles arboladas, porque esa cuadra era todo mi
barrio, todo mi mundo.
Un mundo de puertas abiertas, estrechos zaguanes, el um-
bral para sentarse a leer las revistas mexicanas, los primeros li-
britos, cambiar figuritas con brillantina con las amigas.
Calles con árboles bajo cuya sombra jugábamos al patrón
de la vereda, la rayuela, la soga. Esos árboles eran paraísos, los
que largaban esas bolillitas arrugadas de color beige, antes de
vestirse cada primavera con las pequeñas flores violáceas de in-
tenso aroma…

Es septiembre, como cada mañana, salgo de mi casa apu-


rada, para ir a mi trabajo en la escuela, y como cada mañana,
el ruido impaciente del tránsito perturba mi humor y tuerce mi
gesto. De pronto… todo se ralentiza, camino sobre nubes, una
sonrisa aparece en mi rostro, estoy aspirando un intenso aro-
ma… Miro hacia arriba y ahí están: las primeras flores del pa-
raíso.

98
Por unos segundos estoy en mi calle del barrio de Floresta,
papá me sonríe desde su mameluco, vuelan las figuritas con bri-
llantinas, salto a la soga y disfruto de la frescura del oscuro za-
guán de puertas acristaladas de la vieja casa del barrio de Flo-
resta.

Marta Kaplun: bibliotecaria, tallerista de literatura infantil.

***

Un bálsamo para el espíritu

En la novela de Roberto Arlt Los siete locos, su personaje


principal (Erdosain) dice que los psicólogos analizan los sue-
ños y que él considera también importante lo que piensa uno
antes de dormirse. A mí, eso me llevó a analizar qué pensa-
ba yo antes de dormir y qué consecuencias tenían esos pen-
samientos.
Por eso, a la noche, media hora antes de acostarme, me sien-
to a leer en el silencio, con una luz tranquila y una pilita de li-
bros. Entonces leo una página con una descripción de una casa,
un paisaje, un atardecer; o leo otra, donde hay un diálogo y en-
cuentro una frase que se transforma, con el tiempo, en una idea
memorable o un aforismo.
Forman esa pila, en su mayoría, autores que van desde el
siglo XVIII hasta mediados del siglo XX. Encuentro en ellos
obras verdaderamente inspiradas, que son un bálsamo para el
espíritu, y que desvanecen las sombras y tensiones que pueden
provocar lo cotidiano y la rutina. Y, así, antes de dormir se au-
to-evocan involuntariamente en mis pensamientos, esos frag-
mentos que recién leí.... y me duermo.

José Bramati: bibliófilo, librero, publicista, diseñador gráfico.

***

99
Como si fuera todo parte de la misma aventura

Un verano en Bariloche (lugar en el que vivía con mi pareja y


mi hijo en ese entonces de un año y medio), estaba leyendo
Désirée la amante de Napoleón, un libro cuyo autor no recuerdo,
pero que narraba la fantástica vida de esta mujer, desarrollada
en una época tan adversa.
Cuando, de pronto, el pozo de agua de nuestra casa se secó,
nos quedamos sin agua y había que esperar hasta el otoño para
poder profundizar el pozo y volver a tener agua. Estaba un poco
desesperada y malhumorada porque me esperaba una época de
baldes, jarras y palanganas cuando de pronto me di cuenta de
que mi amada Désirée, que me acompañaba todas las noches
en los pocos momentos que tenía para leer cuando mi bebe se
dormía, había vivido toda su intensa vida sin conocer el agua
corriente… y empecé a jugar a que estaba en aquellos palacios,
bañando a mi bebé con una palangana y bañándome yo misma
como una cortesana. Désirée le dio poesía y juego a un momen-
to que acabé disfrutando. De esa época recuerdo a Désirée y a
las jarras, las idas al lago a buscar agua, los bidones, baldes y
jarros y el viaje de ella al norte de Europa en carruaje como si
fuera todo parte de la misma aventura…

Cada vez que me piden que mencione una poesía que me


gusta, elijo esta, entre varias que sé de memoria:
“Música porque si, música vana,
Como la vana música del grillo,
Mi corazón poético y sencillo
Ha despertado grillo esta mañana.
¿Es este cielo azul de porcelana?
¿Es una copa de oro el espinillo?
¿O es que en mi nueva condición de grillo
Veo todo a lo grillo esta mañana?

Yo introduje la palabra poético, en la versión original, donde


Conrado Nalé Roxlo, dice “eglógico”… me resultaba una pala-

100
bra demasiado rara. Pero eso sucedió cuando ya la poesía no era
parte de mi tarea escolar… ya era mía. Como todas las poesías
que me acompañan, irrumpe en mi alma en los momentos me-
nos pensados. Apareció una mañana que caminaba para el co-
legio… aun en un barrio de la capital, el cielo me regaló un ce-
leste de porcelana, y la poesía se deslizó por mi pensamiento,
suavemente, con sus preguntas que evocan otras que nos hace-
mos cuando nos sentimos felices. Y siguió acompañándome así,
sin que yo la buscara, susurrándome al oído, con su simpleza casi
tonta, con sus interrogantes dignos de la mente de un grillo, de
esos que pueden convertirse en nuestra conciencia, como el de
Pinocho. Llega cada vez para ponerle rima a la emoción que me
embarga cuando veo brillar el sol, o las ramas de la retama, o
tantas cosas bellas que se encienden a nuestro paso, cuando las
miramos mientras caminamos por las veredas de la vida.

Mariana Contreras Baillard: profesora de Nivel Inicial y Ex-


presión Corporal. Coordinadora pedagógica y de Creatividad.

***

A pesar de que todo podía derrumbarse en un instante

Cuando estudié Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de


la UBA –“filo” para los amigos, aunque suene redundante–,
tuve una materia, que en ese entonces era obligatoria, Literatu-
ra Italiana. No puedo recordar el nombre de la ayudante de tra-
bajos prácticos, pero como toda italiana tenía una belleza sen-
sual, aunque ya era bastante madura, no necesariamente linda,
pero de una elegancia que se destacaba ampliamente en ese ám-
bito. Me encantaban esas clases, me gustaba que me descubrie-
ran autores de los que poco había oído hablar, prácticamente
no había leído, tanto me entusiasmé que estudié luego el idioma
en la Dante. También resultaba interesantísimo el titular de la
cátedra, profesor Carlos Rispo, de quien recuerdo esta anécdo-
ta. Estábamos en plena clase e interrumpieron un grupo de

101
alumnos para que nos adhiriéramos a una de las tantas sentadas
o protestas. El profesor los dejó hablar cortésmente y cuando se
retiraron nos contó su propia experiencia en la Segunda Guerra
Mundial. Se refirió, con humildad, a cuando estudiaba debajo
de las bombas y nada hacía interrumpir su dedicación, ya que
confiaba en que actuando de esa manera, continuando con su
proyecto de futuro, tendría un futuro, a pesar de que todo po-
día derrumbarse en un instante. Por eso creo que cuando llegó
el momento de dar a Ungaretti, nos lo hizo vivir.
Jamás olvido y en muchas ocasiones me resulta absoluta-
mente vigente el haiku que leímos:

Soldati
(Bosco di Courton luglio 1918)
Si stà come
d´autunno
sugli alberi
le foglie
Soldados
(Bosco di Courton, julio de 1918)

Se está como
de otoño
sobre los árboles
las hojas

Expresa con tanta sencillez la fragilidad de nuestra existen-


cia, que no es relativa a la primera guerra, sino a la condición
humana.
Desde entonces me ha acompañado como uno de mis poe-
tas favoritos, cuya poesía no puede estar más en lo cotidiano
que lo cotidiano mismo, que me hace sentir esa comunicación
atemporal que propone la lectura de los grandes de la literatura.
Cuando uno lee, la dimensión temporal, el eje del tiempo, no
existe. No significa que no existan los hechos o procesos histó-
ricos, sino la conexión con el otro que es –en eterno presente–

102
porque lo estoy leyendo; y uno es lector porque el autor lo está
evocando en esa escritura que se actualiza.

Sara Frutos: licenciada en Letras, profesora de Literatura y vi-


cerrectora de un colegio universitario.

***

La lectura siempre es híbrida, saltimbanqui y equilibrista

Puedo olvidar las tramas de las novelas que leí y reinventarlas


en el recuerdo, olvidar los nombres de los personajes, en algu-
nos casos llego a olvidar el nombre de los autores; pero, si mal
no recuerdo, jamás olvido las circunstancias en que leí un libro.
Basta con que reencuentre el libro en los estantes de la biblio-
teca para palpitar de inmediato la situación en que lo leí, y con
detalles. El asiento trasero de un colectivo por la avenida Riva-
davia cruzando la General Paz hacia Ramos Mejía, fue la lec-
tura de El Proceso, una edición del Centro Editor en una tarde
de 1978. La lectura de “Los venenos” de Cortázar a los doce
años, oyendo la lluvia en mi cuarto; perdí ese ejemplar de Final
del juego, una primera edición que mi papá tenía en la bibliote-
ca. Es cierto, no leí solo ese cuento de Cortázar esa vez, tampo-
co leí toda la novela de Kafka en ese colectivo en el que viajaba
con desgano para ir a pagar no sé qué cuenta o hacer qué trá-
mite familiar; sin embargo, sé que en esos momentos leí, porque
las palabras dejaron de estar escritas y yo pude escribirlas mien-
tras las leía. Descubrí el hastío propio en el encierro de José K
que cortaba la respiración, entendí por qué ese ejemplar tenía
que desarmarse en mis manos, nada podía ser más perfecto ni
más terrible, como supe también que algo de mi inocencia ter-
minaba para siempre con las hormigas de Cortázar, que era pre-
ciso que me animara a inventar “finales” si no esperaba vivir en
la comodidad de sentir propios los ajenos. Si no había un único
final, ¿podía haber una sola manera de vivir? Un atardecer en
la playa llenó de arena mucho más que el lomo de la edición de

103
Sudamericana, que todavía atesoro, de Adán Buenosyres; sí, se
podía ser poeta, como Samuel Tesler. Los poemas de D. H.
Lawrence bajo un sol calcinante: ¿Había otro lugar mejor para
leer “El mosquito sabe” o “Una sana revolución”? Una madru-
gada terrible me vi repitiendo el primer poema de Los heraldos
negros, no tenía el libro entre las manos pero recién en ese mo-
mento podía escribir yo un sentido para esos golpes que pare-
cían lanzados por el odio de Dios. Por qué, tata todo, y hasta
cuándo. Sí, desde luego, ese no era Vallejo sino Girondo, y ya
lo sabía de memoria. La lectura cruza los límites que cada libro
quiere imponer, siempre es híbrida, saltimbanqui y equilibrista,
como esos que lanzan cuerdas hacia adelante para caminar so-
bre enormes territorios vacíos, que a menudo no se ven porque
están llenos de gente que no quiere ver.

Miguel Vitagliano: escritor, licenciado en Letras, docente uni-


versitario.

***

Volviendo

Lo recorrí con un nudo en la garganta tratando de reconocer


cada esquina cada negocio que guardaba mi memoria, pero
todo había cambia,do tanto.
Cerré los ojos, mi mente se nublaba, se bloqueaba, más que
recuerdos tenía sensaciones. Ya no era mi barrio, ya no me per-
tenecía, era una extraña deambulando por un territorio ajeno.
La casa de la dentista, la más linda de la cuadra, ahora era la
más añosa, gris, descascarada, el tiempo implacable le había qui-
tado el brillo de otras épocas. Muchas casas viejas habían sido
desplazadas por edificios de tres o cuatro pisos, sencillos, funcio-
nales, carentes de estilo y gracia. Ya nada es lo que era. Trataba
de recuperar olores y colores. Mi mente se empecinaba en encas-
trar las piezas de un pasado para armar con recuerdos deshila-
chados que se confundían frente a esta fisonomía desconocida.

104
Y entonces pensé que yo tampoco era la misma.
Me fui alejando. Mientras caminaba apurada me vino una
frase a la memoria, “la ausencia es más clara que la presencia,
estamos hechos de una materia que se muestra cuando desapa-
rece”. Cuanto más lejos estaba de mi querido barrio más claras
volvían las imágenes de mi infancia, mi casa, el almacén del
gallego con piso de madera, la casa de mis abuelos, la fachada
de mi escuela, ese universo tan mío, tan entrañable, que puedo
reconstruir a voluntad cerrando los ojos y desplegando las alas
del alma.

Cecilia Iannella: profesora de Inglés, narradora.

***

El síndrome de Montecristo

No queremos dejar de leer un libro que amamos. Lo leemos sin


parar; lo vamos leyendo en el subte o en el tren, apretados, em-
pujados, acosados por los que se indignan de que intentemos
leer en tan poco espacio; lo vamos leyendo cuando suena el te-
léfono que no atenderemos; cuando en casa nos hablan de cosas
que jamás escucharemos, pero a las que asentimos para que no
nos molesten; cuando paseamos el perro y tropezamos con ár-
boles que súbitamente se interponen; cuando comemos en un
restaurante y sostenemos con el servilletero las páginas abiertas,
aunque se nos manchen con salsa de tomate: a quién le impor-
ta que se ensucien, que se doblen; no queremos ese libro como
objeto, sino como un dispositivo para vivir otra vida.
Tal estado de urgente enajenamiento puede ser una de las
formas de felicidad. No sabemos cuándo ocurrirá: es un en-
cuentro imprevisible entre nosotros –entre un momento de no-
sotros– y algunos libros.
Me gusta llamar a ese estado el síndrome de Montecristo,
porque recuerdo haber vivido algunos de los días más intensos
de mi vida completamente sumergido en el universo de El con-

105
de de Montecristo. Me interesaba más el futuro del relato de Du-
mas que mi propio futuro.
El síndrome de Montecristo ocurre cuando algunos libros
nos hacen entrar en una dimensión más cierta que la que habi-
tamos todos los días. Para ver, hundimos la vista en las páginas
del libro. Al interrumpir la lectura nos parece más irreal la rea-
lidad que la ficción.

Martín Greco: licenciado en Letras, escritor, investigador, do-


cente universitario.
***
Sentir el silencio

Cuando me pidió que escribiera algo sobre qué sentía al leer un


libro y me envió las consignas, pensé inmediatamente en la pri-
mera clase que nos dio en la Escuelal, hace ya unos 35 años, o más.
Tema: LSS. Lectura Silenciosa Sostenida.
Buscar un libro, sentir el silencio, encontrar un lugarcito y leer.
Se creó un clima impactante: silencio y paz. Fueron cuaren-
ta y cinco minutos y treinta docentes leyendo.
En ese entonces yo leía las obras completas de distintos au-
tores y me interesaba el teatro, en particular. Creo que elegí La
importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde.
Me divertía mucho su humor cínico, para reflejar la sociedad
inglesa de su tiempo. Recuerdo en particular en esta obra, que
invita a su tía Augusta a tomar el té y antes de que ella llegue, se
come todos los sándwiches de pepino que le había encargado a
su mucamo que comprara para ella. Ya en presencia de su tía y
tomando un rico té, le pregunta a su mucamo, si no había sánd-
wiches de pepino, a lo que su sabio mucamo contesta “no había
en el negocio, ni siquiera por dinero al contado”. Pero creo que
no era ese libro el elegido aquella vez... Seguramente elegí alguno
de Dostoievsky, como “Nietochka Nezvanova” que ya no recuer-
do como se escribe, pero al ser gris y triste, uno podía llorar todo
lo que quería, no solamente por el relato.

106
Leíamos mucho hace 35 años, teníamos un poquito más de
tiempo.
El viernes pasado, día de LSS, Lectura Silenciosa Sostenida,
llevé La soledad de los números primos de Paolo Giordano.
No podía esperar al próximo viernes, día de LSS, para se-
guir leyéndolo, así que me lo llevé a mi casa para terminarlo.
En fin, un abordaje sobre la juventud, la sociedad actual, la so-
ledad. Sigo recordando tantos libros leídos y miro mi biblioteca
con amor y en silencio… Pensándolo bien, toda esta reflexión
gira alrededor del libro y del silencio.

Grace Horne: directora de Primaria de la Escuela Del Sol de


Buenos Aires, desde su fundación.
***
Tomé el libro y lo leí de las tres maneras como se lee el libro
en una librería

Mi caso de vinculación personal con un libro determinado es


el siguiente. Cuando tenía dieciséis años empecé a trabajar en
un banco. Hasta entonces, mis lecturas habían sido novelas de
“aventuras”, algo de Stevenson, un libro que había leído dos ve-
ces: El Robinson suizo y poco más. Entre los empleados del ban-
co había gente que leía y era la mayoría.
Un día, uno de los lectores me recomendó leer a Borges.
Uno de los “no-lectores” puso el grito en el cielo, diciendo que
Borges era muy complicado, más para mi edad, que podía leer
a Borges y entenderlo cuando hubiera superado la adolescencia,
es decir, cuando tuviera más de veinte años.
Un sábado a la noche, fui al cine en el centro, en Lavalle, cui-
dando de ver las películas que podía ver, porque muchas eran
“prohibidas” para mí. En ese entonces, los sábados a la noche, so-
bre Lavalle había muchas librerías abiertas. Entré en una, y en una
mesa me encontré con Historia universal de la infamia de Borges.
Tomé el libro y lo leí de las tres maneras como se lee un libro en
una librería, la primera por la contratapa o la solapa, la segunda,

107
por el índice y la tercera, tomando páginas al azar. Leí la primera
página y realmente me pareció clarísima, me pareció un lenguaje
simple, fácil de comprender. Compré el libro, para leerlo de la
cuarta manera, que es simplemente leer el libro. Cuando salí a la
calle con el libro bajo el brazo, tuve la sensación de haber llegado
a la madurez, la de haber dejado atrás mi adolescencia.
Caminé por Lavalle hacia el subte con una sensación de ple-
nitud, que creo que pocas veces he vuelto a sentir hasta el día
de hoy.

Como lector adulto, siempre me impresiona cuando se ha-


bla de un tiempo futuro, donde el que escribe ya no va a estar.
Me impresiona cómo, a través del lenguaje, el hombre trascien-
de al tiempo al proyectarse. Los tiempos futuros de los verbos
expresan justamente eso, el momento en que el hombre tras-
ciende su tiempo. De todos modos, no sé dónde leí –como de-
cía Proust, una biblioteca es un cementerio con tumbas sin
nombres– que hay tribus muy primitivas que no tienen en sus
verbos el futuro... Creo, también, que el lector de literatura lee
porque, digamos, “no tiene tantos amigos” como para mante-
ner relaciones con ellos y, para mí, las redes sociales pecan de
una superficialidad asombrosa. El tengo “un millón de amigos”
de Roberto Carlos existe solo en la literatura. Yo puedo sentir-
me amigo de Hamlet, de Marcel –el relator de En busca del
tiempo perdido–, de Marlowe, etc., porque siento su carnadura,
son personajes, no simples nombres escritos en un papel. Ade-
más, ese personaje que existe detrás de los otros, y que es el es-
critor, termina, en muchos casos, por ser mi amigo perfecto con
el cual, luego de leer el libro y aunque no lo conozca o haya
muerto hace tiempo, siento una cercanía real.
Siento que cuando termino un libro, es como dejar un
mundo, atrás...

Miguel Sarchman: licenciado en Administración, docente uni-


versitario.
***

108
“Vivir más vidas de las que jamás imaginé”

¿Por qué leo? Creo que por varios motivos, pero nunca para ol-
vidarme de mí misma, sino todo lo contrario: para estar más
cerca de mí. A veces la lectura también es un entretenimiento
que pocas veces le gana a la computadora o a la tele. Es más fá-
cil encender un aparato que encender los ojos, el cerebro, el
cuerpo y el alma.
Aunque nunca al abrir un libro esperaba encontrar escrita
la descripción de las sensaciones o cosas que me pasaban, sin
embargo, incontables veces eso fue lo que exactamente sucedió.
A medida que pasan los años, me doy cuenta de que leo
para comprender más la realidad que me rodea y no exigirle co-
sas que no me puede dar. Leo para alimentar mi imaginación,
para ver qué hubiera pasado si… pero sin vivirlo, para aprender
de experiencias ajenas y para amigarme cada día más con la idea
de que en algún momento (lejano, espero) voy a morir y que
gracias a la literatura voy a poder vivir más vidas de las que ja-
más imaginé.

Marina Beresñac: profesora en Letras, docente y tallerista.

***

Secretos compartidos

Cuando leí El niño envuelto de Elsa Bornemann, tenía 9 años.


Fue la primera vez que sentí que la lectura de un libro me hacía
cómplice de la historia y su protagonista. También me recuerdo
sumergida en la lectura y expectante con los momentos del día
en que podría seguir leyendo... Cuando pienso en esos ratos en
los cuales encerrada en mi habitación leía El niño envuelto, no
viene a mi cabeza la historia del libro, sino la emoción y la ma-
gia que me asaltaba en esos momentos.
El mayor secreto que compartí con Andrés, o Andi, el pro-
tagonista del libro, fue un abecedario inventado, en el cual a las

109
vocales, Andi las sustituía por números, lo que le permitía es-
cribir en un lenguaje indescifrable para los demás.
Yo hice lo mismo, por esos tiempos copié en la máquina de
escribir Remington (¡o incluso en la anterior!) de mi papá el abe-
cedario inventado por Andi y comencé a usarlo en mi diario
íntimo, para mis propios secretos.
El niño envuelto no fue solo un libro, en él encontré un ver-
dadero amigo, un juego y una llave mágica para mis 9 años:
cómo preservar mis más preciados secretos.
Aún conservo el libro –ya, a esta altura, con sus hojas des-
pegadas–. Conservo también el diario íntimo, y entre sus pági-
nas, la hojita mecanografiada, con las claves secretas de mis
nueve años.

Albertina A. Caron: abogada, Secretaria de Juzgado, do-


cente universitaria.

***

“Me fugo secuestrada y está oscuro”

Huía. Me refugié en el libro. Me escondí ahí, donde las páginas


hacen degradé hacia la sombra, ahí donde encuadernadas, cie-
rran –conmigo adentro– su puño victorioso, coronado por el
lomo erguido.
Me llamó con su silencio. Hacía horas que lo esperaba.
Lo abrí por el centro, donde habíamos quedado. En ese apre-
tado surco, en esa pinza, me metí lo más que pude, abrazada por
la fuerza inherente a su sistema. Embriagada de papel, la presión
me hizo perder sustancia. Me diluyó su núcleo de sentido.
Deliberado cuerpo de palabra, de lo dicho, del coraje de ser,
mi ser amado. El libro me es centrípeto y deglute para iniciar
un viaje que no es una metáfora. La cita es física y poco elegan-
te. Yo me inclino, se abre y me sumerjo absorbida. Mi nariz va
delante. Los ojos van cerrados. Me fugo secuestrada y está os-
curo.

110
Quiere hablarme. Su elocuencia pulsa en mi corazón y no
hay distancia. Dialogamos. Persuadida. Está en mi oído mien-
tras caigo en su garganta. Pero no es la pequeña muerte que
creía, no hay nada que termine: el espasmo se vuelve nacimien-
to. Parecía prófuga pero estoy de cara al mundo, de frente a los
abismos compartidos, nutriendo lo humano, más despierta que
nunca.
Por esa puerta cerrada pero abierta, como por entre dos ro-
dillos blancos estampados de letras, pasé del otro lado, trans-
formada.
No vi pasar las horas.

Florencia Sabatella: poeta, cantautora, actriz, tallerista de li-


teratura para niños.

***

Como diría el papá de Mafalda, un terrorismo de la felicidad

En mi memoria, hay tres momentos en que la lectura se me re-


veló como un mundo sorprendente. En el primero, yo tenía nue-
ve años, y al día siguiente me iba de campamento. Mis padres me
regalaron Dailan Kifki, de María Elena Walsh, para que me lle-
vara al viaje. Pero yo interrumpí el armado de la mochila para
empezar a leerlo, y lo terminé ese mismo día: creo que lo leí en-
tero, sin interrupción. Y cuando retomé, casi a la fuerza, los pre-
parativos del campamento, ya no les encontré sentido: prefería
quedarme y seguir leyendo, ese y otros libros. En la segunda ima-
gen que se me presenta, tengo 12 años, y estoy en Bariloche. Te-
nía una especie de adicción a las novelas de Agatha Christie, y
como se me habían terminado, una amiga me presto Final del
juego, de Cortázar: la lectura de sus cuentos fue una verdadera
epifanía. No podía creer que con el mismo material de las nove-
las policiales, es decir, con palabras, se pudiera construir tal ma-
ravilla, un verdadero mundo del que costaba salir. Creo que ese
fue mi descubrimiento de la lectura literaria, y durante mucho

111
tiempo la vinculé con el castellano original. El tercer momento,
el que podría decir literalmente que me cambió la vida, es el de
mi encuentro con Dante: abrí la Divina Comedia casi por deber,
esperando la solemnidad y distancia que suelen asociarse a los
clásicos, y el libro, en cambio, me habló como un contemporá-
neo. La primera sensación fue de incredulidad: ¿es posible que
Dante esté diciendo estas cosas? ¿Puede ser que un autor medie-
val, que está inventando el idioma, lo esté usando con esta preci-
sión, realismo, intensidad, delicadeza, magia? Tuve que leer varias
veces el episodio de las metamorfosis de los ladrones, porque no
podía convencerme de que lo que leía realmente estuviera allí,
que no fuera el producto de mi experiencia moderna, cinemato-
gráfica. Y junto con este estupor, creo que casi inmediatamente
se encendió la necesidad de compartirlo, de emprender una espe-
cie de proselitismo del placer, o, como diría el papá de Mafalda,
un terrorismo de la felicidad.

Claudia Fernández Greco: doctora en Letras, especialista en


Dante, docente universitaria.

***

Wunschmannleine

En casa, en el segundo piso, tenemos una biblioteca amplia con


grandes ventanales y sillones cómodos. El lugar es silencioso,
está bien surtido con libros y otros escritos en varios idiomas.
Es adonde me ubico para entretenerme y también me sirve
como refugio. El otro día pensaba cuál había sido el imprint que
permitió que disfrute tanto de un lugar como ese y que, como
regalo gratificante, pase bastante tiempo allí, un lugar donde
me siento aislada y segura.
Un viaje al pasado: ¡claro que me leían cuando me iba a dor-
mir o en las tardes de frío cerca de la estufa! Recuerdo cómo
me enseñaron a leer y a escribir en primer grado en mi escuela
en Hungría. Allí todo era muy en serio, no había otra opción.

112
Todos leían y punto. Tenía que aprender, del mismo modo que
tenía que barrer la nieve en frente de la puerta si es que quería
salir a jugar.
Todavía conservo algunos libros de mi infancia que traje con-
migo. Hojas gruesas, letras grandes, márgenes anchos. Hasta el
día de hoy conservan su olor. Estoy abriendo un libro ahora como
para refrescar esa sensación. Es Los muchachos de la calle Pal de
Ferenc Molnár, creo que está traducido y editado en Madrid.
Tuve mucha suerte en mi infancia en Hungría porque mi tío te-
nía una amiga italiana que fabricaba las muñecas Lenci en Buda-
pest, ella tenía su taller cerca de lo de mi abuela, me tenía mucho
cariño y se ocupó de hacerme la figura de un personaje elegido
por mí, de cada libro que yo leía. Por esa, entre otras razones, mis
libros eran reales y vivos y me daban una inmensa posibilidad de
tener los muñecos a mi disposición cuando se me ocurriese usar-
los de compañía, sea para contarles algo o para hacerles pregun-
tas que yo misma contestaba, en total acuerdo.
La lectura me acompañó siempre, leer me inspira, me in-
forma, me instruye, me tranquiliza y, muchas veces, me salva
de hacer cosas de las que luego me arrepentiría. Me hace reír y
llorar y me cuida porque, al fin y al cabo, todo lo que está es-
crito allí le pasa a otro.
En este momento, por ejemplo, tengo al lado mío a Wuns-
chmannleine –que en castellano significa “él hace que todo sea
posible”–, uno de los personajes de Lenci que elegí para traerme
cuando salimos de Hungría y que lo tengo desde 1938.

Mariana Biro: directora general y fundadora de la Escuela Del


Sol.

***

“Meterme en el túnel de la lectura”

Un sillón que por suerte aún conservo, grande y cómodo, era


mi refugio de lectura. Si hoy me parece grande, en tiempos de

113
la niñez resultaba enorme. Tanto, que me arrepollaba en él con
el libro de turno en la falda, y, sillón, libro y yo nos convertía-
mos en una sola cosa. Digo una sola cosa porque al meterme en
el túnel de la lectura los límites entre los tres se borraban. Y el
mundo que nos rodeaba no era otra cosa sino un mar de nubes
que nos mecía suavemente en medio del silencio.
En realidad el silencio no era tal porque el resto de la casa
seguía con sus ruidos y sus voces, pero lo cierto es que esos so-
nidos no me llegaban. Nada, todo se adormecía en torno como
en los cuentos y solo conseguían sustraerme de ese estado de
felicidad sacudiéndome un poco después de haberme llamado
sin resultado.
Salía del letargo como quien sale de un sueño y no quiere
despertar completamente. La realidad no era tan bella como
esas letras mágicas de las que iba desprendiéndome lentamente
y con gran esfuerzo. Pero, apenas terminado lo que fuera, el si-
llón y el libro abandonado a mi pesar me atraían como un imán
y volvía a treparme y a desaparecer entre las palabras.
Eso era un acto de amor cuyo recuerdo persiste todavía. Y
dura porque se repite en cada texto en que la magia de una fra-
se me turba y la deja dando vueltas para siempre en mi cabeza.
A menudo recuerdo una: “Solo Dios sabe cuánto te amé”,*
que, aparecida en el momento oportuno, me hizo deshacer en
llanto hundida en aquel sillón de la infancia.

Beba Dragonetti: profesora en Letras, artista plástica.

*El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez

***

El impulso de leer no es un impulso de demanda,


sino de curiosidad

En las últimas décadas el lector de literatura no desapareció,


sino que sufrió un desplazamiento. A partir de la masificación

114
de los medios audiovisuales, la gente tiende a buscar cierto en-
tretenimiento, escapismo, o lo que fuere en la televisión y el
cine, en lugar de en la literatura como solía ser (es por ejemplo
representativa la desaparición de las pulp fiction en los Estados
Unidos de los 60 cuando las masas se volcaron hacia el cine
para buscar escapismo y entretenimiento). Esto cuantitativa-
mente significa una disminución de lectores, pero cualitativa-
mente habla de un desplazamiento de la literatura como activi-
dad de masas a una actividad de nicho (a excepción del
ocasional best seller). Y creo que ese movimiento no es negativo
sino todo lo contrario, porque la actitud del lector hacia la lite-
ratura es otra. Ya no se acude al libro en busca de un entreteni-
miento pasajero sino que se enfrenta como un objeto artístico
capaz de cambiar nuestras vidas. La actividad, ya fuera de la
visión de las grandes empresas y negociados, se retiró al fondo
del escenario, a las librerías de usados y pequeños eventos y lec-
turas en centros culturales; donde no puede ser manchada por
la mano de la maquinaria del consumo. Los escasos lectores que
quedan son verdaderos apasionados, y lo que perdimos en can-
tidad lo ganamos en calidad.
Por último, considero que la frecuente pregunta de qué bus-
ca un lector en la literatura es una pregunta errónea porque a
menudo la expectativa de lectura es nula o poco importante, el
lector no “busca” nada en particular. El impulso de leer no es
un impulso de demanda sino de curiosidad. La actitud de de-
manda tiene que ver con el consumo: veo una película de acción
y le demando que me entretenga, que sea intensa, que tenga una
sub–trama romántica y que termine bien. El lector no le exige
al libro nada por el estilo. Pienso más bien que lo interroga y en
todo caso, lo que encuentre al final será el verdadero fundamen-
to de esa lectura. Los libros que nos cambian la vida no se anun-
cian: nos toman por sorpresa.

Manuel Winocur: profesor en Letras, escritor.

***

115
Enero de 2008, Arachania, Uruguay

Echado en una hamaca paraguaya, música que traje en mi iPod


o el propio sonido del mar cercano, tal vez un bourbon, un vino
tinto o un café…
Estoy solo. Y me siento solo. Creo que nunca me sentí tan
solo.
Llevé varios libros para leer, pero uno detrás de otro, no to-
dos a la vez como suelo hacer. Subrayo y hasta escribo comenta-
rios en un cuaderno o al margen del texto: “Es increíble, lo mis-
mo que me está pasando a mí”, escribí al lado de este fragmento:

“Un rato después me sentí tan poco preparado y tan impotente


con respecto a las cosas que habrían de sucederme, que por un mo-
mento aparté instintivamente mi rostro de las páginas como si qui-
siera protegerme de la fuerza que emanaba del libro. Fue entonces
cuando me di cuenta aterrorizado de que el mundo que me rodeaba
había cambiado también de arriba abajo y me dejé llevar por una
impresión de soledad como jamás había sentido hasta ese momento”.
(La vida nueva, de Orhan Pamuk)

En esta casa que alquilé me sobra un cuarto, para acentuar


la soledad. Me sobra tiempo.
Camino hasta la playa, muy cerca, con una lona y una som-
brilla.
Me siento o me acuesto, con gafas oscuras, a seguir leyen-
do… El mar ruge, el sol quema, el viento silba bajito.
Hay un arco de fútbol en donde nunca juega nadie. No al
menos mientras yo estoy.
Un solo día alguien me distrae. Es un tipo que casi se aho-
ga y a quien ayudo a salir, alertado por los gritos de una chica
que está con él.

“Había pasado la noche en la ciudad de Oaxaca, en el sur de


México, iba camino a las montañas de Ixtlán a buscar a don Juan.
Al salir en mi coche de la ciudad, temprano por la mañana, tuve el

116
buen tino de dar una vuelta por la plaza principal, y ahí lo encon-
tré, sentado en su banca favorita, como si esperase a que yo pasara.
Paré el coche y me reuní con él. Me dijo que estaba en la ciudad
atendiendo negocios, que se hallaba hospedado en una pensión local
y que con toda confianza podía quedarme con él, ya que tenía que
permanecer en la ciudad por dos días más. Por un largo rato habla-
mos de mis actividades y problemas en el mundo académico.
Como era su costumbre, de repente me dio una palmada en la
espalda, cuando menos me lo esperaba, y el golpe me hizo entrar
en un estado de conciencia acrecentada.
Estuvimos sentados durante mucho tiempo, en silencio. Yo es-
peraba con ansia que comenzara a hablar y, sin embargo, cuando
lo hizo me sorprendió.
–Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México
–dijo– existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces
de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de
conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.”
(El fuego interno, de Carlos Castaneda)

Hace calor de día y frío de noche.


Algunos días me voy con el auto a alguna playa de los alre-
dedores: La Paloma o La Pedrera.
En La Paloma llego hasta un parador alejado, pido una cer-
veza y abro el libro de turno mientras el atardecer cambia el
cielo y la tierra, la arena y el mar.

“La idea del instante puro no excluye su duplicación. La rei-


teración de los instantes contribuye a la formación de una duración
larga: no comenzamos por el fin, no apostamos a la consumación
de una historia, sino que la fabricamos pieza por pieza”.
(La potencia de existir, de Michel Onfray)

En La Pedrera estaciono el auto en una especie de acantila-


do, el pueblo atrás y el mar –con el cielo– adelante. A veces ni
me bajo, y ahí mismo continúo la lectura.

117
“Aguzando el oído al fluido y exquisito violoncelo de Fournier,
el joven se acordó de su niñez. De cuando iba todos los días a un
río cercano a pescar peces, especialmente lochas. ‘En aquella época,
yo no tenía por qué pensar en nada’, se dijo el joven. Había bas-
tante con ir viviendo. Solo por el simple hecho de vivir, yo ya era
alguna cosa. Era algo espontáneo. Pero, en un momento dado, dejó
de ser así. Vivir me fue convirtiendo en nada. ¡Qué cosa tan extra-
ña! La gente nace para vivir, ¿verdad? ¿Cómo es que yo, conforme
he ido viviendo, he ido perdiendo contenido hasta convertirme en
una persona vacía? Y además, de aquí en adelante, a medida que
vaya viviendo posiblemente siga convirtiéndome en una persona
más vacía aún, que valga menos todavía. Aquí hay un error. No
puede pasar una cosa tan extraña. En alguna parte debe poder
cambiarse la dirección de la corriente”.
(Kafka en la orilla, de Haruki Murakami)

Encender el fuego, cocinar, comer, lavar los platos, bañar-


me, afeitarme, lavar y colgar la ropa… Todo lleva su tiempo y
el tiempo me sobra, pasa lento, minuto a minuto.
En cada intersticio, puedo recomenzar la lectura…

“En psicofísica hay una ley (la ley de Weber-Fechner) que re-
laciona el valor objetivo de la estimulación (una luz, un sonido,
un contacto) con su valor subjetivo (la sensación que experimenta-
mos). El quid del asunto es que nuestra sensibilidad disminuye en
proporción con la cantidad total de estimulación. Si hay dos velas
encendidas en una habitación, notamos fácilmente la diferencia
de luminosidad al encender una tercera. Pero si hay cincuenta ve-
las encendidas, es improbable que notemos diferencia al encender
la número cincuenta y uno”.
(Free Play. La improvisación en la vida y en el arte, de Ste-
phen Nachmanovitch)

Cada libro me “da” algo distinto y particular, incluso casi


concreto, a veces: Pamuk comenzó con esa sorpresa que me hizo
compañía desde la identificación tan a la distancia, Castaneda
me incita a cambios drásticos, al valor, a enfrentar miedos y sol-
tar amarras del pensamiento, Onfray me hace reflexionar sobre
el hedonismo y su valor –y sobre los “cómo” del placer–, Mu-
rakami me inspira a tomar material para un examen de Psico-
logía del Desarrollo –por ejemplo– y también me lleva a buscar,
escuchar y comprar música –especialmente los conciertos para
cello de Bach interpretados por Pau Casals–… Un día, cerré el
libro –en el que el protagonista leía en un refugio perdido en
una montaña, después en una biblioteca–: “Ya sé lo que hago
acá, es como si estuviera en una inmensa biblioteca al lado del
mar, y leo… en mi casa, en la playa que está acá nomás, en La
Paloma, en La Pedrera, en el auto… leo”.

Leo con una avidez que me recuerda algunos momentos de


mi infancia y mi adolescencia. Tengo tiempo y quiero aprove-
char mi soledad –incluso cierta angustia que viene con ella–.

Javier Fernández Mouján: licenciado en Psicología, profesor de


Filosofía, docente universitario, tallerista de Filosofía, escritor.

***

Todo empezó con Proust...

Gilberta y Albertina fueron mis primeras novias cuando atis-


baba a transitar la adolescencia. Horas de encierro sin descanso
ni comidas. Ausente del mundo real, ni salidas con amigos, ni
deportes, ni fiestas. Solo la maravillosa soledad acompañada de
Marcel Proust en la casita de Liniers, en mi escritorio, mi refu-
gio pintado de azul holandés en el piso de arriba.
Mi madre fue la primera en advertir mi pasión por la lec-
tura cuando aún no tenía libros. Ella me compró a Proust y
también las obras completas de Nietzsche para cuyos tomos me
hizo hacer una biblioteca a medida donde aún los conservo.
Luego desfilaron las obras completas de Shakespeare, Thomas
Mann, Anatole France, Balzac, Rabelais de Editorial Aguilar

119
que cada mes me traía el vendedor a casa. Llegué a tener a los
veintipico una biblioteca de 2.500 ejemplares, forrados en papel
madera, numerados y fichados por autor y tema en los ficheros
que también conservo.
El tiempo fue transcurriendo y Gilberta y Albertina se con-
virtieron en mis hijas y les tocó también, a ellas y a mi nieta
Justina, llevar como segundo nombre otra razón literaria: ANA-
TONIA, título del primer largo poema que publiqué gracias al
ímpetu de mi amigo Pérez Celis que me robó el original, lo
ilustró y me lo trajo ya editado. A ese le siguieron varias nove-
las, libros de cuentos y poesía a los que se sumaron después los
de Bettina y una ya larga vida compartida, dedicada al arte, la
escritura y la lectura, de la que no me arrepiento.

Carlos María Caron: escritor, crítico de arte, docente de taller


literario, editor.

***

Todo empezó con “El tren expreso”...

La primera experiencia de lectura que prefiguró esta vocación


de leer y querer que todos lean, tiene que ver con mis 9 o 10
años en el jardín de la vieja casa de Liniers, al lado de la mace-
ta grande con las “ rosas granate aterciopeladas” (así las presen-
taba mi abuelo a las visitas, pasando lista a las denominaciones
respectivas de las otras 32 especies, con el orgullo de que el jar-
dín fuese conocido en el barrio como “ la casa de los 33 rosa-
les”). Esa vez, cuando me senté y abrí “El tren expreso” de don
Ramón de Campoamor que tomé de la biblioteca de mi abuelo
y encontré en la primera página que debajo del nombre del au-
tor decía: “Dr. en Letras”, quedé completamente desconcertada
con esa calificación, ya que en mi mundo los doctores eran los
médicos. Corrí escaleras arriba a preguntarle a mi abuelo (autor
teatral, actor, pintor, inventor, diseñador gráfico, melómano y
estrafalario) y cuando me dijo el significado del título, le agra-

120
decí y le pregunté si para ser Dr. en Letras había que estudiar
matemáticas. Al recibir como respuesta un rotundo NO, de mi
abuelo, bajé la escalera diciendo triunfante escalón por escalón:
“eso - voy a estudiar - yo, eso - voy a estudiar - yo...”. Me senté
junto a la maceta grande del jardín leí y memoricé ese largo
poema.
Años después encontré en un álbum de tarjetas postales que
mi abuelo coleccionaba, toda la serie de postales de “El tren ex-
preso”, a razón de una estrofa por tarjeta, sobre paisajes sepiados
y con una firma, que se repetía en cada una y dedicados a mi
abuela. Mi abuela que era concertista de piano, egresada del Li-
ceu de Barcelona, donde a la salida de sus clases un joven ena-
morado cruzaba tiernas miradas con ella. El mismo joven que
firmaba las tarjetas con cada estrofa, una por una y que poco
después de terminar de enviárselas había muerto de tuberculo-
sis, sin que jamás hubiera mediado una palabra hablada entre
ellos dos. La segunda experiencia fue enamorarme, a los 17, de
un escritor después de leer el original de su primera novela, Lodo
y magia, aún inédita, casarme con él y tener dos hijas y una nie-
ta con nombres literarios: Gilberta Anatonia, Albertina Anato-
nia y Justina Anatonia. Será por eso que sospecho que leer lite-
ratura es, también, una forma del amor.

Bettina Caron

121
A modo de despedida

Finalmente, deseo regalarle a mis lectores de carne y hueso, pre-


sentes con sus textos en este libro, y acaso a quienes lo estén ter-
minando de leer en este momento, dos citas, que también son
la expresión de mi agradecimiento a quienes con su amor a la
palabra y a los libros me llevaron silenciosamente de la mano
por muchos de los senderos que transité en busca del reconoci-
miento del valor humanizador de la palabra y de la lectura, ellas
son: Ivonne Bordelois y Michèle Petit.

Escribir este libro –que nos ha sido, de algún modo, dictado


desde nuestra escucha del lenguaje mismo– ha constituido
para nosotros una fuente de deslumbramiento y de perma-
nente asombro. Asombro ante una enseñanza milenaria y des-
atendida, fresca y misteriosa, accesible y remota al mismo
tiempo. (...)
Esta es entonces una invitación para que asistamos a esa vida
escondida de las palabras que nos están hablando desde lejos,
encontrando solo la resistencia de los que no desean escuchar-
las. Ojalá que a través de este texto el lector pueda hacer suyo
este viaje por el laberinto del lenguaje, en el centro del cual
acaso no habite el Minotauro, sino nuestro propio y oculto
corazón.
Ivonne Bordelois, Etimología de las pasiones (2006: 17)

“Todos tenemos un texto secreto escondido en nosotros, no


sabemos lo que dice y, sin embargo, probablemente nada nos

123
interese más”, dice Olivier Rolin.3 Leer sirve para encontrar
fuera de sí palabras a la altura de la propia experiencia, figu-
raciones que permiten poner en escena, de manera distanciada
o indirecta, la que se ha vivido, en particular los capítulos di-
fíciles de cada historia. Para desencadenar súbitas tomas de
conciencia de una verdad interior, que se acompañan de una
sensación de placer y de la liberación de una energía atascada.
Leer sirve para descubrir, no por el razonamiento sino por un
desciframiento inconsciente, que lo que nos atormenta, lo que
nos asusta, nos pertenece a todos.
Michèle Petit, Leer el mundo (2015: 57)

3
  Olivier Rolin, A quoi Servent les livres? Conferencia dada por la
Embajada de Francia en Sudán, 2011.

124
Reflexión final

Mientras copio en este texto los textos de ellos, de los lectores


de carne y hueso, emocionados amantes de la literatura, me
siento un poco egoísta por esta condición que yo también com-
parto y entonces vuelven a mi cabeza aquellos potenciales lec-
tores, también de carne y hueso, que no tienen acceso a la lec-
tura y que están, además, privados de su libertad...
Por eso esta reflexión; que quiere ser una puerta que se abra
hacia ellos y para que no se interprete que la sensibilidad y las
emociones estéticas son patrimonio solo de los buenos lectores
y los artistas. Porque la vida, también, como una novela, va
creando personajes que sufren solos y marginados como lo pa-
decieron y padecen quienes estuvieron en los campos de con-
centración, los campos de refugiados, los centros de detención
latinoamericanos durante las dictaduras, los manicomios, los
orfanatos, los hospitales, las cárceles y bajo cualquier otra forma
de aislamiento forzoso, de encierro no voluntario.
Y... también porque sabemos, por testimonios y experien-
cias, el bien invalorable de la lectura literaria para quienes la re-
ciben en esas condiciones, no, para olvidarse; no, para entrete-
nerse, sino para construir vínculos humanizados con los
personajes y las historias que ellos viven. Porque es ahí, donde
el lenguaje lastima, o da felicidad, donde también revive y se
hace sensitivo y primordial y se vuelve un salvavidas para la
imaginación, el pensamiento y la soledad.
Por eso pienso en la lectura como sostén de la identidad, del
uno mismo, del self, del relato interno que construimos, del

125
lenguaje que somos, que nos hace humanos, que nos permite
seguir adueñándonos de ese otro libro, hasta el capítulo final.

Bettina Caron

126
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130
Índice

Agradecimientos 11
Palabras preliminares 13
Introducción 15

Capítulo 1. Importancia del contexto. Subjetividad


y lectura en el Mundo consumo 19
La transformación de la noción del tiempo, el cambio
más importante, según Bauman... 21
Nuevas hipótesis para una nueva subjetividad del futuro 25

Capítulo 2. “Analfabetos de la experiencia” 29


Lo no previsible de la experiencia 31
A modo de conclusión... 33

Capítulo 3. Más allá de la experiencia... la huella...


Una mirada desde las neurociencias 35
La conformación de las huellas... que deja, también,
la lectura como experiencia 38
Entre la razón y el placer... el arte 44

Capítulo 4. El papel del lenguaje en la subjetivación y


en el vínculo con los otros 47
El rol de la sensibilidad en la construcción de la subjetividad
y en la experiencia literaria 49
Subjetividad y entorno sociocultural 50
Capítulo 5. De la sensibilidad a la empatía... también
en la literatura 53
Leer la mente de los personajes 55

Capítulo 6. De la empatía a la narrativización


de los personajes 59
La narración como una forma de legitimar la realidad 61
Tres investigadores en la misma línea:
Turner - Taylor - Dennett 63
La narración para Bruner, según la lectura de J. M. Siciliani
Barraza 66

Capítulo 7. La línea musical continua de nuestra mente 69

Capítulo 8. El lector de literatura 75


Aportes del Feminismo a la lectura 80

Capítulo 9. El lector de carne y hueso 85

Capítulo 10. Las voces... los textos... 89


Escena de lectura de la infancia 89
Fragmento de La huella del ángel, de Nancy Huston 90
Lectores alemanes 91
Todo lector es cuando lee, el lector de sí mismo 92
Es la voluntad del hombre la que sostiene las estrellas 94
Hay un día en que descubrimos la literatura 95
Párrafos de La nieta del señor Linh de Philippe Claudel” 97
Mi magdalena tiene el aroma de las flores del árbol
del paraíso 98
Un bálsamo para el espíritu 99
Como si fuera todo parte de la misma aventura 100
A pesar de que todo podía derrumbarse en un instante 101
La lectura siempre es híbrida, saltimbanqui y equilibrista 103
Volviendo 104
El síndrome de Montecristo 105
Sentir el silencio 106
Tomé el libro y lo leí de las tres maneras como se lee
el libro en una librería 107
“Vivir más vidas de las que jamás imaginé” 109
Secretos compartidos 109
“Me fugo secuestrada y está oscuro” 110
Como diría el papá de Mafalda, un terrorismo
de la felicidad 111
Wunschmannleine 112
“Meterme en el túnel de la lectura” 113
El impulso de leer no es un impulso de demanda,
sino de curiosidad 114
Enero de 2008, Arachania, Uruguay 116
Todo empezó con Proust... 119
Todo empezó con “El tren expreso”... 120

A modo de... Despedida 123


Reflexión final 125
Bibliografía 127

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