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“De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás
cuenta de que la sangre es espíritu. No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que
leen. Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía - y hasta el espíritu
olerá mal”
Nietzsche.
Recuerdo que el primer texto que abordamos, llevaba como título “El Discurso
Alexandrino” de un autor que hasta ese entonces me sonó desconocido. El
ejercicio consistía en identificar en él la tesis o idea principal, los argumentos y la
conclusión, nada que unos profesionales de la filosofía a mitad de carrera, no
pudieran realizar. La primera sorpresa que nos llevamos los desprevenidos
integrantes del curso, fue no tener conocimiento de la importancia del autor que
gestó el discurso y mucho menos de las ideas, argumentos y conclusiones que a
través de él nos quiso comunicar. Frente a los negativos resultados del
diagnóstico, la profesora encargada de la asignatura decide, antes de continuar
con el programa establecido, hacer un alto en el camino para contaminarnos con
sus convicciones sobre la estrecha relación que han mantenido siempre la filosofía
y la literatura, y de ahí la importancia de saber leer y disfrutar al escribir.
El éxito de dicho contagio consistió en la forma como la docente supo hacer una
lectura de las necesidades y falencias que evidenciamos en ese momento y los
medios que utilizó para llenarlos y corregirlos.
Los medios utilizados fueron un acierto, o por lo menos así lo sentimos la mayoría
de los que finalizamos el curso y hoy sin vergüenza y orgullo agradecemos a la
persona que nos presentó a la literatura como una herramienta para comprender
mejor los problemas filosóficos de la realidad. Pues a través de la lectura de
Cortázar, Eco, Saramago, Borges, Montaigne, entre otros, logramos descubrir la
inmensa riqueza que encierran las obras literarias y su conexión inherente a los
sistemas de pensamiento construido a lo largo de la historia del hombre. Porque la
literatura además de satisfacer gustos y alimentar nuestra imaginación, tiene una
utilidad infinita para la comprensión de la realidad que se nutre de las múltiples
formas de manifestarse, como nos recuerda José Londoño (2010) en su escrito El
Magisterio de William Ospina
De los gratos recuerdos del evento en cuestión algunos son aptos de ser
relatados. La lectura de El Perseguidor de Julio Cortázar, nos permitió
adentrarnos en el mundo de la música, la fidelidad, la muerte y todos los aspectos
de la condición humana de su protagonista que se consume en las drogas, la fama
y los insoportables trastornos mentales que padece. Pero a su vez nos
proporcionó una nueva forma de comprender el tiempo y el espacio no sólo como
dimensiones del mundo en sí, como lo afirma San Agustín, o como formas a priori
de la sensibilidad como lo propuso Kant, sino como cuestiones que en algún
momento de nuestra existencia han agobiado nuestra mente y nos han llevado a
reflexiones trascendentales para tratar de comprender la realidad que nos
circunda y que se da en un momento y en un lugar determinado. Por El
Perseguidor conocí a Cortázar y sin ningún otro motivo más que el gusto y el
interés que en mi despertó he logrado leer unas cuantas obras más del autor.
Referencias: