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UNIVERSITARIO INSUCO.

HISTORIA DEL PENSAMIENTO JURIDICO Y SOCIAL I


PERICLES. EL INVENTOR DE LA DEMOCRACIA – Claude Mossé
Publicado por cavilius | Visto 3462 veces

«Todo el tiempo que estuvo al frente de la ciudad durante la paz, la dirigió con moderación y supo velar
por ella de manera segura; en consecuencia, fue la más grande de su tiempo».
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, II 65, 5.
«Quiero repetir por mi parte que Pericles ha hecho a los atenienses perezosos, cobardes, charlatanes y ávidos de dinero
debido al establecimiento de un salario para los cargos públicos».
Platón, Gorgias 515 e.
Pocos son los individuos en la Historia que pueden presumir de haber dado nombre al tiempo en que vivieron. Casi da
vértigo pensar que no se trata de un acontecimiento de escala mundial, de una guerra que afectara a muchas naciones
(por desgracias los conflictos bélicos suelen usarse como etiquetas cronológicas), de un fenómeno natural
desproporcionado. Se trata de un simple hombre. Pero algo debió de tener aquel individuo para que su nombre se
asociara indisolublemente a su época. Algo especial debió de haber en él para que la posteridad recordara su tiempo
como el Siglo de Pericles.
Y sin embargo Pericles fue el “primer ciudadano” de Atenas durante escasas tres décadas (cuarenta años, redondea
Plutarco). Entró en la escena política a mediados del siglo V a.C. y en ella se mantuvo hasta su muerte, el 429 a.C..
Como estratego de Atenas lideró sus destinos durante la segunda mitad de la llamada por Tucídides pentecontecia, el
lapso de tiempo que transcurrió entre las guerras médicas y las del Peloponeso; al iniciarse este último conflicto ofreció al
pueblo ateniense una táctica que quién sabe si no les habría llevado a la victoria final, de no haber muerto él a los dos
años de comenzada la guerra. Quizá pueda pensarse que el hecho de ocupar la magistratura de estratego le puso en
bandeja el liderazgo de Atenas, pero tal idea se viene abajo en cuanto uno repara en que los estrategos atenienses no
ocupaban el cargo de manera vitalicia sino que se elegían anualmente; que no era un único individuo el elegido sino diez
cada año; que en principio era un cargo de carácter militar supeditado a otra magistratura más importante, el arconte
polemarco. Habiendo escogido ya a Pericles como estratego alguna que otra vez en los años 50, la Asamblea de Atenas
(que es como decir el pueblo, la ciudadanía) lo mantuvo en el cargo durante quince años consecutivos, del 445 a.C. al
429 a.C. (y sin embargo parecen pocos comparados con los cuarenta y cinco –si hemos de creer a Plutarco– de Foción,
que vivió un siglo después), y en ese periodo dispuso siempre a los atenienses a favor de sus propuestas tanto en
política interior como exterior, convirtió su polis en “la más grande de su tiempo” y la puso en la cabeza de un imperio
marítimo basado en la tributación a cambio de protección, que dominó el mar Egeo hasta que fue desmantelado en el
404 a.C. con la derrota en la guerra contra los espartanos.
Claude Mossé, gran historiadora de la Grecia antigua cuyo nombre se asocia a los también eminentes historiadores
franceses ya fallecidos Jean Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet, ha sido reseñada por aquí en alguna otra ocasión.
Este libro suyo sobre Pericles no aborda el personaje desde un punto de vista estrictamente biográfico; Mossé no
construye una biografía del ateniense (aunque la propia autora lo defina como una “biografía crítica”), sino que más bien
hace un recorrido en un principio transversal, después horizontal, del cosmos ateniense en los años centrales del siglo V
a.C., cosmos en el que Pericles ocupa un lugar esencial. Y sin embargo la obra comienza en  el siglo VII a.C. y acaba
con Plutarco, en el siglo I d.C. Vamos por pasos: ¿por qué ese comienzo tan remoto? Porque todo comenzó cuando el
ateniense Cilón quiso ser tirano…
En efecto: el vencedor olímpico Cilón se propuso en el 632 a.C., en pleno auge de las tiranías griegas, convertirse en el
tirano de la oligárquica Atenas. La tentativa fracasó y el arconte (algo así como el primer magistrado de la polis)
Megacles, de la familia de los alcmeónidas, cometió el sacrilegio de matar a los golpistas, que se habían refugiado en la
Acrópolis, habiéndoles dado palabra de que no lo haría. Tal crimen pesó sobre la ciudad como una losa: Atenas se había
vuelto impura, el miasma causado por su primer magistrado debía ser limpiado como fuera. Se llamó a un chamán
cretense, Epiménides de Cnossos, de quien se contaban extravagancias tales como que había dormido en una cueva
durante cuarenta años (o cincuenta y siete, según la fuente que se consulte), que toda su piel estaba cubierta de
tatuajes, que siempre se alimentaba del mismo alimento o que era capaz de separar su alma de su cuerpo. Y
Epiménides descontaminó Atenas pero la familia alcmeónida siguió arrastrando la impureza del sacrilegio durante
generaciones. A lo largo del tiempo los alcmeónidas fueron desterrados de la polis y sus muertos desenterrados y
expulsados de Atenas. Doscientos años después del sacrilegio incluso los espartanos, en una absurda petición que
ocultaba una excusa para iniciar la guerra, exigían a los atenienses que expulsaran de la ciudad por impuro al tras
tataranieto de aquel sacrílego Megacles alcmeónida; era el año 431 a.C. y el individuo en cuestión era Pericles.
La historia griega está plagada de relatos como este, y Mossé lo trae a colación para introducir el tema de las rivalidades
entre las familias eupátridas atenienses. Efectivamente, los alcmeónidas no gozaron de la simpatía general la
aristocracia ática. Tuvieron enfrentamientos con los pisistrátidas, el clan que logró hacerse con la tiranía durante buena
parte del siglo VI a.C. Fueron los alcmeónidas quienes pidieron al rey espartano Cleómenes que expulsara de Atenas al
tirano Hipias, hijo de Pisístrato; y fue el alcmeónida Clístenes quien introdujo los cambios legislativos necesarios para
hacer al pueblo ateniense dueño de su destino, por encima de tiranías o de aristocracias con ansias de oligarquía. El clan
alcmeónida también tuvo rivales políticos entre la familia eupátrida de los filaidas: el vencedor de Maratón, el estratego
Milcíades, tuvo sus más y sus menos con el alcmeónida Jantipo, y si el maratonomaco fue encarcelado y condenado a
pagar una multa descomunal que después heredaría su hijo, pocos años después Jantipo fue víctima del ostracismo y
tuvo que abandonar Atenas. También entre pisistrátidas y filaidas hubo roces: Pisístrato y Milcíades el Viejo, padre del de
Maratón, rivalizaron en poder y por ello este prefirió alejarse de la polis durante la tiranía de aquel. Pero volviendo a lo
que nos interesa, el enfrentamiento entre los clanes alcmeónida y filaida: los hijos de Milcíades y Jantipo sostuvieron una
dura pugna política en los años centrales de la pentecontecia. Estos hijos fueron, respectivamente, Cimón y Pericles.
Claude Mossé no se pierde en los vericuetos que he expuesto en los dos párrafos anteriores. No menciona a Epiménides
y huye de dispersarse entre las historias que Herodoto cuenta acerca de alcmeónidas, pisistrátidas y filaidas. Son estos
caminos deliciosos, pero el libro busca un tono alejado del chisme (aunque sin rehuirlo del todo) y más cercano al
análisis de fuentes más rigurosas que las Historias del de Halicarnaso. En otras palabras: para reconstruir la historia
política de la Atenas del siglo V a.C. Mossé se apoya básicamente en la Historia de la guerra del Peloponeso de
Tucídides y sobre todo en los fragmentos conservados de la pequeña obrita del siglo IV a.C.Constitución de los
atenienses, del Pseudo-Aristóteles, y en la República de los atenienses del Pseudo-Jenofonte. Sin embargo, también
recurre a menudo (hasta el punto de dedicarle el penúltimo capítulo) a las  Vidas Paralelas del moralista Plutarco. La
historiadora francesa recoge de su vida dedicada a Pericles tanto los elogios como las críticas al  estadista ateniense, ya
que el de Queronea se hace eco de ambas cosas.
Y es que Pericles fue en su época un personaje controvertido. Siendo de familia aristocrática, ya desde sus inicios en
política se decantó por favorecer al pueblo y apoyar y proponer medidas que restringían fuerza e influencia a las clases
acomodadas. Las reformas tradicionalmente atribuidas a Efialtes, líder del bando democrático en los años 60 del siglo V
a.C., tal vez fueran sugeridas por el propio Pericles, quien a menudo se retiraba del escenario político y actuaba a través
de sus amigos, como revela Plutarco. En cualquier caso, la prematura muerte de Efialtes en el 461 a.C. le dejó solo al
frente y enfrentado con el bando aristócrata cuya cabeza más visible era, precisamente, Cimón hijo de Milcíades. ¿Fue
Pericles el promotor del descrédito de su rival ante los atenienses y de su consiguiente ostracismo pocos años después?
Es posible pero poco probable. ¿Propuso el alcmeónida el polémico decreto de limitación de la ciudadanía a los nacidos
de padre y madre atenienses, para así alejar de la política a Cimón, cuya madre era tracia? Es probable pero poco
posible. De todos modos, pese a su aura de moderación, templanza y justicia, Pericles sabía jugar duro cuando
convenía. Plutarco también se hace eco de la opinión crítica que algunos tenían de Pericles, de quien contaban que el
salario que instituyó para los ciudadanos que ocuparan algún cargo público, salario que obviamente salía del erario de
la polis, fue solo un intento de contrarrestar la buena fama que su rival Cimón se había ganado al hacer siempre un uso
desprendido de su inmensa fortuna personal favoreciendo a quien le pidiera ayuda.
Mossé, siguiendo su estudio crítico de la figura de Pericles, analiza los enemigos políticos que el estadista encontró a lo
largo de su vida. Cimón habría sido el primero, pero tras la muerte de este el liderazgo del partido aristocrático recayó en
un pariente suyo, Tucídides (no el historiador). Este era un hábil y mesurado orador, pero Pericles lo era más: cuenta de
nuevo Plutarco que, preguntado Tucídides por el rey Arquidamo de Esparta sobre quién era mejor luchador, si Pericles o
él mismo, éste respondió sin alterarse que su enemigo ya que, aunque fuera derrotado, se las arreglaría para convencer
al público que había sido él quien venció. En efecto, las dotes oratorias de Pericles “vencieron” sobre las de Tucídides y
este fue condenado al ostracismo hacia el 442 a.C.. Ya sin oposición, Pericles pudo por fin consolidar su posición al
frente de los destinos de Atenas en los años 30 del siglo V a.C. y hacer buena la frase de Tucídides (ahora sí el
historiador):
“Aunque de nombre Atenas era una democracia, en realidad era el gobierno del primer ciudadano”.
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, II 65 10.
Plutarco hace un retrato del estadista que no deja lugar a dudas respecto a su imagen personal:
“De este modo adquirió, parece ser, no solo un pensamiento profundo y un lenguaje elevado, desprovisto de la menor
bufonería grosera o malintencionada, sino también un gesto grave, que nunca se abandonaba a la risa, un andar
calmado, una decencia en el vestir que ninguna emoción desarreglaba cuando hablaba, una dicción serena e
imperturbable, así como otros rasgos semejantes que llenaban de admiración a todos los que le veían”.
Plutarco, Vida de Pericles, 5 1.
Pero no solo los ataques políticos son recogidos en el libro de Claude Mossé: también los provenientes de la siempre
corrosiva comedia ática, especialmente la llamada “comedia antigua”, de la que, al margen de Aristófanes, tan poca cosa
se ha conservado (Cratino le llamó, en una expresión que hizo fortuna, “cabeza de cebolla” por lo alargado de su
cráneo); y los ataques que, buscando desestabilizarle, se dirigían a su entorno familiar y a sus amigos. Así, los procesos
judiciales contra Anaxágoras (acusado de no respetar un decreto promovido por Diopites, un adivino de medio pelo),
contra Fidias (acusado de apropiarse fondos destinados a las obras de la Acrópolis) y contra su compañera Aspasia
(acusada de corromper la moral de las mujeres atenienses) socavaron en cierta medida la situación y el prestigio de
Pericles (Aspasia salió indemne de su encausamiento pero Anaxágoras marchó al exilio y Fidias murió en la cárcel).
Aún no he dicho nada del elemento vertebrador del libro, que como indiqué antes, no es el seguimiento de la vida de
Pericles (que se hace, pero de manera anárquica y no sistemática). Si algo da coherencia y consistencia a la obra de
Claude Mossé es el concepto de “democracia”. Como reza el subtítulo, Pericles es, para la autora el “inventor de la
democracia”. Y sin embargo fue Solón, cien años antes de nacer Pericles, quien sentó las bases de este sistema
(algunos llaman a las reformas solonianas la “primera democracia” en Atenas) y Clístenes, a finales del siglo VI a.C.
quien instituyó las normas sobre las que se asentaría esa forma de gobierno que tardó unas décadas en recibir el
nombre de “democracia”. ¿Por qué Mossé llama “inventor” a Pericles y no a Clístenes o Solón? ¿No sería más adecuado
decir “consolidador”, “afianzador”, “potenciador” o algo parecido? ¿Qué hizo Pericles que no hicieron las reformas de su
tío-abuelo Clístenes ni las de Solón? Ciertamente, durante el tiempo que brilló en Atenas el pueblo se convirtió en el
verdadero ostentador del poder decisorio de la política ateniense (inciso: entiéndase por “pueblo”, como es bien sabido,
la población masculina que tenía la ciudadanía ateniense, es decir: ni nacidos de padre o madre no ateniense, ni
mujeres, ni metecos –no atenienses residentes en Atenas- ni esclavos. Con suerte las asambleas podían reunir unas
6000 personas. ¿Cómo puede ser que eso fuera llamado “democracia”, que los atenienses se conformaran con tan poca
cosa para llamar a esa forma de gobierno “el gobierno del pueblo”? Antes de hacer estas preguntas convendría que
pensáramos qué es lo que en la actualidad llaman “democracia” todos los países del mundo, y si es realmente “el pueblo”
el que ejerce el poder. Fin del inciso). El Consejo del Areópago, formado por arcontes salientes (es decir, por eupátridas
que habían ejercido las magistraturas más importantes de Atenas), había quedado relegado a un papel secundario;
cualquier ciudadano podía ejercer su derecho a hablar en las asambleas; podía formar parte de la Boulé (el consejo de
500 personas que preparaba los temas a debatir en las asambleas); podía formar parte del sistema judicial siendo juez
en la Heliea; podía incluso llegar a ser durante un día prítano epístates, algo así como el jefe del estado ateniense (como
lo fue Sócrates). Recordando el discurso que Tucídides pone en boca de Pericles:
“Nuestro régimen político no se propone como modelo las leyes de otros, y nosotros mismos somos ejemplo antes que
imitadores. Su nombre, como las cosas dependen no de una minoría sino de la mayoría, es democracia. Si se trata de lo
que corresponde a cada uno, la ley es igual para todos en los conflictos privados, mientras que para los honores, si se
hace distinción en algún campo, no es la pertenencia a una categoría, sino el mérito lo que hace acceder a ellos, a la
inversa, la pobreza no tiene como efecto que un hombre, siendo capaz de rendir servicio al estado, se vea impedido de
hacerlo por lo oscuro de su situación”.
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, II 37 2.
Pero conviene no perder de vista que, si Pericles inventó la democracia (y, primero: hay que leer el libro para entender en
qué sentido se dice que la “inventó”; y segundo: también hay que leer el libro para ver por qué “democracia” y no
“demarquía”, que estaría más en consonancia con otros términos como “monarquía” u “oligarquía”), lo cierto es que tras
la voluntad de la ciudadanía ateniense estuvo siempre la oratoria de Pericles. Por otro lado, también resulta paradójico
que una democracia fuera el sistema de gobierno de una polis que ejercía una política imperialista (término anacrónico
por otra parte) sobre otras poleis, es decir: ¿cómo Atenas, que admitía que el mejor gobierno era el de la mayoría, no
aplicaba ese criterio a la confederación depoleis que constituían la Liga de Delos, la cual lideraba a nivel judicial,
decisorio y económico? Esta contradicción, patente para los griegos, hacía que muchos pensaran que Atenas ejercía una
tiranía sobre Grecia. También Claude Mossé dedica sus capítulos centrales a analizar el “imperialismo ateniense”.
Aunque no es un ejemplo que ponga la autora, en 454 a.C. Pericles decidió unilateralmente trasladar el tesoro de la
confederación, constituido por el tributo anual que las poleis pagaban a Atenas a cambio de protección de los persas, de
la isla de Delos a Atenas. También de manera unilateral decidió usar ese dinero para embellecer su polis construyendo
templos, estatuas, teatros… ¿Fueron estas decisiones democráticas? Y si no lo fueron, ¿estaban legitimadas pese a
todo? ¿Era acaso la Liga de Delos una confederación democrática? Y puesto que no lo era, ¿podía moralmente Atenas
tener un gobierno democrático en el seno de su polis y otro dictatorial en la Liga?
El libro de Claude Mossé dedica también un capítulo, en el más puro estilo de las biografías (aunque, como he dicho, no
es en sentido estricto una biografía), a la posteridad, lo que la Historia ha dicho de Pericles. Siendo la autora de
nacionalidad francesa, lo cierto es que la posteridad a la que hace referencia es casi exclusivamente la originaria de
Francia (este pecado venial de chovinismo también se hace patente a lo largo del libro, pues cita recurrentemente a otros
autores que son, excepción hecha de M. I. Finley, en su inmensa mayoría franceses: unos conocidos –Marcel Detienne,
Vidal-Naquet, Jean Pierre Vernant, Nicole Loraux…– y otros no tanto –Édouard Will, Gustave Glotz…–). En cualquier
caso, no deja de ser curioso el hecho, lógico por otra parte, de que Pericles no gozara de especial reconocimiento hasta
la Edad Contemporánea. En realidad todo lo relacionado con la Antigüedad Clásica cayó en una especie de letargo
durante la Edad Media y no fue hasta el Renacimiento, sobre todo gracias a Plutarco y sus Vidas (y no precisamente la
de Pericles sino la de Solón, Temístocles o Cimón), que los antiguos griegos fueron redescubiertos. La Atenas del siglo V
a.C. no fue la de la democracia (en el Siglo de las Luces Atenas seguía siendo la ciudad que condenó a muerte a
Sócrates) sino la de la excelencia artística, y Pericles no fue valorado hasta que los regímenes democráticos no
empezaron a imponerse en los países europeos y en América del Norte, ya en los siglos XIX y XX.
Claude Mossé ha sido siempre una historiadora interesada en las instituciones políticas del mundo griego, basta echar un
vistazo a los títulos de sus obras para cerciorarse de ello. En este libro dedicado a Pericles y la democracia, publicado en
Francia en 2005 y en España dos años después, la ya octogenaria erudita francesa sigue en la misma línea de
investigación. La obra supone un estupendo acercamiento al estadista ateniense, aunque peca de lo que suelen pecar la
mayoría de obras dedicadas a Pericles: que dedican más páginas a hablar de “la Atenas de Pericles” que del propio
Pericles. Es el caso de las ya clásicas La Atenas de Pericles del eminente helenista C. M. Bowra, y (en un tono más
ameno pero igual de riguroso) La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles, de Robert Flaceliere; ambas recorren
los aspectos políticos, económicos, culturales y sociales de la Atenas del siglo V a.C. y abandonan un poco la figura de
Pericles. Más reciente en el tiempo (2008) es el libro de Donald Kagan (autor de La guerra del Peloponeso) Périclès, aún
no traducido al castellano, que anima a pensar en una mayor tratamiento del hombre que de su tiempo. También hay
alguna novela con el líder ateniense como protagonista: Pericles el ateniense, de Rex Warner, es quizá la más conocida.
En cualquier caso, habiendo en el mercado estupendos complementos para el libro de Mossé en cuanto al tratamiento
del sistema democrático ateniense, pueden citarse (por mencionar autores españoles) La democracia ateniense de
Francisco Rodríguez Adrados o bien La sociedad ateniense, de Domingo Plácido. Si no queremos cambiar de autor, el
librito de la propia Mossé Historia de una democracia: Atenas hace un sucinto pero riguroso recorrido por los algo más de
doscientos años de vida de este sistema de gobierno, que dio sus primeros coletazos con las reformas de Solón hacia el
594 a.C. y vio sus últimos días con el advenimiento de Alejandro Magno. En cualquier caso y al margen de la copiosísima
bibliografía existente sobre el tema, no puedo por menos de recomendar la lectura de las tres obras clásicas que antes
he citado, que rivalizan en brevedad: la Vida de Pericles de Plutarco, la Constitución de los atenienses del Pseudo-
Aristóteles y la República de los atenienses del Pseudo-Jenofonte (o Viejo Oligarca, que las dos acepciones se han
usado para su autoría).
Recomendable, pues, es esta obra de la gran helenista francesa, accesible a todo el público aunque no se trate de un
libro divulgativo al estilo anglosajón, pero tampoco de una obra dirigida a especialistas. Vale la pena conocer la polisde
Atenas durante el tiempo en que fue gobernada por un felino:
“Esta última [Agarista] contrajo matrimonio con Jantipo, hijo de Arifrón, y, mientras estaba embarazada, tuvo en sueños
una visión: creyó ver que paría un león; y, pocos días después, le dio a Jantipo un hijo: Pericles”.
Herodoto, Historias, VI 131 2.
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