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Contra el Escritura sola de los luteranos, pone las tradiciones como una fuente constitutiva de
la fe. La tradición es un lugar teológico independiente de la Escritura, pues la Iglesia es más
antigua que la Escritura. La tradición «contiene “muchas cosas que no están atestiguadas, ni
clara ni oscuramente [...] en las Sagradas Escrituras [...]. Porque hay muchos dogmas de la fe
católica que no están contenidos en las sagradas letras” [...] “No se puede negar que la doctrina
de la fe no ha sido transmitida por los apóstoles en su totalidad por escrito, sino en
parte verbalmente [ex parte verbo]”». Melchor Cano, por tanto, en su comprensión del decreto
Sacrosancta, es partidario del partim... partim...: pretende «mostrar que los apóstoles han
transmitido la doctrina del Evangelio en parte por escrito, y en parte de manera oral». A
propósito de estas dos primeras autoridades, lleva buen cuidado en delimitar las verdades
ciertamente reveladas por Dios.
El concilio es el lugar normal de expresión de la Iglesia universal. Para Cano, se trata sobre todo
de los concilios generales, en los que reside la autoridad de la Iglesia católica. Los concilios son
inerrantes, porque de otro modo no sería posible llegar a la solución de un dogma católico
único en los casos de graves controversias sobre la fe. Con todo, los concilios pueden
equivocarse, en tanto no hayan sido confirmados por la autoridad romana. El autor toma como
ejemplo el famoso «latrocinio de Éfeso» del año 449. Su autoridad deriva, pues, del pontífice
romano, según la línea de los teólogos papalistas.
Para que un concilio tenga autoridad hace falta, en primer lugar, que haya sido convocado por
el papa y, a continuación, que sea confirmado por él. Si cumple esta doble condición, su
enseñanza está garantizada contra el error.
La Iglesia romana y apostólica no puede equivocarse. No puede ordenar nada que sea contrario
o al Evangelio o a la naturaleza de la razón. En realidad, Cano apunta aquí a la autoridad del
papa, porque no establece ninguna diferencia entre la Sedes y el sedens. El autor demuestra
que el pontífice romano no puede equivocarse al poner fin a
las controversias sobre la fe. A Lutero, que se atreve a afirmar que tanto el papa como la Iglesia
romana pueden equivocarse contra el Evangelio en el discernimiento de las controversias sobre
la fe, le responde Cano que «la sede apostólica y romana no puede equivocarse en la fe». Estas
afirmaciones se basan en los textos petrinos de la Escritura:
Pedro fue instituido pastor de la Iglesia universal. No pudo equivocarse cuando confirmaba a
sus hermanos en la fe. Al morir Pedro, su sucesor tiene, por derecho divino, la misma autoridad
y el mismo poder. De donde se sigue que la sede de Roma es aquella en la que residen la
solidez y la autoridad de Pedro.
Los cinco últimos lugares (del 6 al 10) marcan una gran apertura del autor con respecto a
algunas fuentes secundarias capaces de intervenir en teología: deja espacio no solo a los
teólogos, sino también a la razón, a los filósofos y a la historia:
6. La autoridad de los santos antiguos.
7. La autoridad de los teólogos escolásticos, a los que añade completan tres lugares anexos:
8. La razón natural, que se extiende amplísimamente a todas las ciencias descubiertas por la
luz natural.
9. La autoridad de los filósofos que siguen a la naturaleza como a un guía, y donde el caso de
Aristóteles es objeto de una consideración particular.
10. La autoridad de la historia humana.