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http://vidahumana.org/matrimonio-y-familia/item/589-pap%C3%A1-y-mam%C3%A1-
%C2%A1ustedes-son-los-principales-educadores-de-sus-hijos
Los padres, nos enseñan la recta razón y el Magisterio de la Iglesia Católica, deben ser los
primeros y principales educadores de sus hijos. Y lo son precisamente por ser padres, es
decir, en su ministerio de educar a sus hijos, los padres continúan su misión de darles la
vida. Por "procreación" la Iglesia entiende no sólo el proceso biológico de engendrar una
nueva vida, sino también el de educarla, ya que se trata de una persona humana y la persona
humana está compuesta de alma y cuerpo.
Sexualidad humana: Verdad y significado también nos enseña que "los padres conocen de
una manera única a los propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia,
poseen los secretos y los recursos del amor verdadero" y que por lo tanto "la familia es la
primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan". Por lo tanto,
los padres como educadores, "difícilmente puedan ser sustituídos, salvo por graves razones
de incapacidad física o moral".
El documento también nos enseña que la Iglesia y el Estado comparten la misión educativa
de los padres, pero según el principio de subsidiaridad. Este principio significa aquí que los
padres delegan en la escuela (religiosa o pública) su misión educativa, no para que la
escuela los sustituya, sino para que la escuela los ayude en esta tarea. Es decir, para que la
escuela respete los valores de los padres y "actúe en nombre de ellos, con su consenso y, en
cierta medida, incluso por encargo suyo".
Lamentablemente, nuestra sociedad hoy en día no está respetando este deber y este derecho
de los padres de ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Incluso, hay
algunos que se atreven a burlarse de los padres o a denigrarlos diciendo: "Los padres no
están preparados". Ello es una falta contra el Cuarto Mandamiento, que nos ordena honrar a
los padres. Si en efecto los padres no están bien preparados, ¿cuál debe ser nuestra actitud
ante esa realidad? Nuestra actitud no debe ser ni la burla, ni el desdén, ni la sustitución, sino
la ayuda sincera, correcta y respetuosa.
Es triste ver cómo hasta en el mismo ámbito de la Iglesia hay algunos que se comportan así.
En vez de una pastoral de la sustitución, hay que desarrollar una pastoral de la ayuda y de la
capacitación de los padres.
Los padres también se enfrentan a una sociedad hedonista y consumista e, incluso, muchas
veces hostil a ellos y a la familia. ¿Qué dice sobre esto el documento Sexualidad humana:
Verdad y significado? La Iglesia en este documento está consciente de que vivimos en una
sociedad que se basa en producir y disfrutar usando a las personas como si fueran cosas.
Con esta mentalidad se introducen, por ejemplo, programas de "educación" sexual en las
escuelas que son contrarios a los valores morales y "a menudo contra el parecer y las
mismas protestas de muchos padres". Ante esta situación los padres deben buscar la
enseñanza y el apoyo de la Iglesia, asociarse a otros padres y reivindicar sus derechos por
ellos mismos. Es decir, los padres no deben tener miedo de enfrentar a aquellos que, en vez
de enseñar lo correcto (matemáticas, ciencias, lenguaje, religión, valores cívicos, etc) a sus
hijos (sea en escuelas públicas o católicas), están transmitiéndoles cosas dañinas, sobre todo
en esta área tan delicada de la sexualidad humana. Los padres deben buscar todos los
medios legítimos y legales para luchar, sobre todo unidos en asociaciones de padres, por los
derechos suyos y de sus hijos a una educación verdaderamente humana y cristiana y para
que se elimine la "educación" sexual hedonista de las escuelas y cualquier otra enseñanza
dañina.
Veamos ahora, por medio de un tema concreto, cómo la Iglesia aborda la forma en que los
padres deben transmitir a sus hijos una visión correcta del matrimonio. Precisamente
Sexualidad humana: Verdad y significado también desarrolla el tema de cómo los padres
deben educar a sus hijos para una correcta elección y vivencia de su vocación en la vida: el
matrimonio o la virginidad por el Reino de Dios, ambas son vocaciones a la santidad, y con
respecto a ambas, la familia tiene un papel decisivo en su desarrollo.
¿Qué dice el documento sobre el papel de los padres en la vocación de sus hijos al
matrimonio?
¿Cómo pueden los padres, según este documento, formar a sus hijos en el amor
verdadero?
Para formar a sus hijos en el amor verdadero los padres deben tomar como punto de partida
su propio amor conyugal, no sólo en el sentido de darles un buen ejemplo a sus hijos, eso es
lo principal, sino también en el sentido de tener una visión grande, digna y bella del
matrimonio según Dios lo ha creado. El verdadero amor conyugal y el matrimonio vienen
de Dios y no son resultados de la casualidad o de la evolución, ni un mero invento de la
sociedad, sino de la sabiduría de Dios para realizar en la humanidad su plan de amor.
Los padres deben inculcarle a sus hijos, con su ejemplo y sus enseñanzas, la grandeza de
este amor conyugal y sus características. El amor conyugal verdadero tiene cuatro
características: humano (sensible y espiritual), total, fiel y fecundo. Estas características se
fundamentan en el hecho de que la unión matrimonial entre el hombre y la mujer es tan
íntima que éstos llegan a ser una sola carne (Génesis 2:24).
Esta unión matrimonial ha sido elevada por Cristo a sacramento, signo visible de su amor
por la Iglesia. Mediante el Sacramento del Matrimonio, la sexualidad es colocada en el
camino de la santidad y se refuerza más aún la unidad indisoluble del matrimonio.
La familia surge de esa comunión matrimonial entre el hombre y la mujer, y por esa misma
razón la familia también es una comunión de personas. Es decir, la comunión de los
esposos se prolonga en los hijos. La familia, como comunidad de personas, tiene cierta
semejanza con la Santísima Trinidad. Es decir, así como el Espíritu Santo es el amor
infinito que procede eternamente como persona divina entre el Padre y el Hijo; así los hijos
proceden del amor entre el padre y la madre, a semejanza del amor divino. La familia, pues,
debe reflejar en su vida el amor que las personas divinas se tienen entre sí en el seno de la
Trinidad. De esa manera los hijos crecerán sanos y felices y al mismo tiempo crecerán en la
madurez del amor verdadero.